Vampirillos - por Desvestida

Era un tipo flaco y moreno, con gafas de pasta. Por qué le gustó a Irene es un misterio: ese misterio que siempre es que alguien nos guste. En la barra atestada se arrimó y tontearon. Fernandito habló muy poco, se lamía los labios al mirarla. Ostentoso. Trágico. En fin, que tuvo que preguntarle. Un vampiro , le dijo, ya estás advertida, soy un vampiro . Fantasma es lo que eres, pensó ella. Por qué siguió ahí Irene es un misterio: ese misterio que siempre es que nuestra entrepierna nos dé órdenes.

Lo llevó a su casa, lo asaltó en el vestíbulo, lo poseyó sobre el sofá. Con la luz apagada: soy un vampiro, necesito la oscuridad . Bien, bueno, vale. Yo soy una hembra en celo y lo que necesito es una verga. Te doy mi sangre si me das tu leche. Fernandito, enardecido, esgrimió un misil incongruente en el que parecía haberse concentrado toda la carne de su cuerpo magro. La montó y fue montura, la hizo suya hasta partirla en dos, esparció por su piel con su mástil magnífico los fluidos que producía, inagotable, la vulva ansiosa de Irene. Como un satánico poeta, mojó una y otra vez su falo mutado en pluma en el tintero del sexo chorreante, para trazar señales misteriosas en la espalda y el pecho de la mujer rendida, en su cuello y su cara y sus caderas. Jamás había estado Irene tan mojada, jamás había sentido que se derramaba de forma tan copiosa.

El orgasmo de Fernandito se desbordó como un río hirviente sobre un mar ya furioso, el de Irene fue un violento oleaje a su reflujo, y ella quedó sobre el sofá sin aliento, como muerta. El hombre buscó a tientas la luz. Entonces, Irene le oyó gritar, un grito desgarrador, de animal aterrado que se entrega a un horror que no entiende. Y después, él se desmayó.

Fernandito era tal vez, en verdad, un vampiro peligroso y artístico, fatal y atormentado. Pero, evidentemente, nunca se había visto en el caso de que una mujer empezara a menstruar mientras estaba follándosela.