Valjeska: caliente y obediente
Ama, me estoy excitando mucho. Se pellizcaba los pezones y se revolvía en el sillón. Cállate, puerca. Me senté a su lado y le quité la peluca. Le besé la boca profundamente. Me cogió la mano para ponerla entre sus piernas, pero no la dejé. Yo mandaba. Ella lo sabía.
Valjeska: caliente y obediente
Habíamos estado cenando con unos amigos. La comida, magnífica. El restaurante, precioso. La música, muy agradable. Y ella más bella que nunca. Elegante, sofisticada. La blusa de seda de Armani que llevaba puesta dejaba transparentar sus pezones. Era imposible no mirar esos senos erguidos, espectaculares en su plenitud. Ella sabía que atraía todas las miradas. De los hombres, de las mujeres. Pero cuanto más la miraban, cuanto más los atraía, menos interés sentía por ellos. Yo era la única que sabía su secreto. Era su dueña. Valjeska nunca lo contaba. Prefería esperar a que alguien se diera cuenta. Y cuando eso ocurría, se entregaba por completo. Los halagos, los piropos, las palabras bonitas le dejaban indiferente. Y la insistencia la asqueaba. En cambio, las palabras soeces hacían que un fuego irrefrenable saliese de su interior. Esa noche no fue distinta. Caliente y distante a la vez. También conmigo. Seguí sus interminables piernas hasta el cuarto de baño de aquél local. Las miradas se clavaban en ella como dardos. Sus pasos, sobre los tacones, movían sus pechos y sus nalgas provocando un sutil temblor en el tejido que la cubría. La alcancé en la puerta de los lavabos. "¿No irás a pasar delante de mí?" Le agarré de los pechos, pellizcándole los pezones, y eso la estremeció. Valjeska me abrió la puerta sonriéndome feliz. Cuando estuvimos dentro, sin importarme si alguien me escuchaba, continué el interrogatorio. ¿Pero de qué te has disfrazado? ¿Crees que porque te vistas con ésa ropa vas a dejar alguna vez de ser lo que eres?. Valjeska me rogaba que siguiera. "¿Quieres que te lo diga, verdad? ¿Quieres oírlo de mi boca porque te excita?. Di tú qué eres. Dilo." Soy tu perra... Ah, tan hermosa, tan vulnerable al placer. "Hoy no mereces ni siquiera que te insulte, todavía no has hecho nada por mí."
Cuando llegásemos a casa le daría su merecido. Y ella lo sabía. Sabía lo que le esperaba al llegar a casa.
Abrió la puerta y me dejó pasar. "Cámbiate de ropa, y ni me mires, zorra". Volvió vestida como una auténtica puta. Peluca rubia, plataformas, y un sujetador que dejaba ver sus preciosos pezones erectos. "Pon música, sírveme una copa, y mueve bien el culo." Y cómo lo movía. Como una verdadera profesional. Hice que se agachara para darle un azote, que recibió como un regalo. Me encantaba su sumisión. Tener a mi disposición un objeto tan precioso, nunca una fantasía podría ser tan maravillosa. Su boca perfecta, su mirada arrebatadora y cautiva a la vez. "Siéntate. Ábrete de piernas, y enséñame lo que haces cuando estás sola. Si consigues excitarme quizá tengas un premio." Yo me había excitado enseguida, por supuesto. Era imposible ver a Valjeska hacer todas aquellas cosas sin ponerse a cien. Pero esa noche yo quería reservarme. Se recostó en el sillón y sacó los pechos del minúsculo sostén. Empezó a acariciarse con los ojos cerrados. Me acerqué a ella hasta que pude oír sus, todavía, suaves gemidos. Ama, me estoy excitando mucho. Se pellizcaba los pezones y se revolvía en el sillón. "Cállate, puerca." Me senté a su lado y le quité la peluca. Le besé la boca profundamente. Me cogió la mano para ponerla entre sus piernas, pero no la dejé. Yo mandaba. Ella lo sabía. No se resistió. Me cogió la cara con ambas manos y saboreó mi boca con una sensualidad que yo ya conocía. Las dos sabíamos que todo acabaría en un delirio de caricias, fluidos, sabores, olores, gemidos y penetraciones. "Sigue, ahora vuelvo."
La observé un rato sin que me viera. Totalmente entregada a su cuerpo. Cogí mi juguete preferido, me mojé más cuando pensé que pronto estaría dentro de mí, y de Valjeska.
"Vamos golfa, enséñamelo. Sé que escondes algo." Se quitó el culot, dejando asomar un anillo que colgaba de sus labios. "Eres una cerda, una viciosa. Seguro que llevan toda la noche ahí." Ama, qué ganas tengo. Comenzó a sacarse las bolas, una a una, muy despacio. Cada bola un gemido. Cada vez, más intenso. "Cómo goza mi perrita con sus bolas. Qué marrana." Y qué obediente. Me encantaba verla así, empleando las dos manos con tanta maestría. Me quité la ropa y me recosté junto a ella en el sillón. Yo le ayudaría a sacarse las últimas bolas. "Puedes tocarme". Sus dedos. Esos dedos que dejaba entrar sólo cuando yo quería. Ama, quiero darte placer. Comerte entera. Comerme entera. Me dejé abrir como una fruta madura. Saqué todas las bolas del coño de Valjeska y la palpé por dentro. Calientes, húmedas, frenéticas, rodamos del sillón y tomamos posesión de la alfombra. Nos introdujimos nuestro juguete de dos cabezas, la una frente a la otra, sus pechos contra los míos, restregándonos, lamiéndonos, besándonos, moviendo inconteniblemente las caderas. Ama, me voy a correr. Susurró. Estaba bien adiestrada. Me gustaba que me avisase. No quería perderme el espectáculo. Bébeme, Ama. Valjeska eyaculaba. Eso era lo mejor. Otra maravilla que le otorgó la naturaleza. Ese chorro divino, prueba del deseo satisfecho. Me bebí a Valjeska. Y nos corrimos las dos. "Mira cómo lo has puesto todo. Qué asco."
Perdona, Ama. "Tendrás que de limpiarlo. Empieza por mí." Valjeska se portó muy bien y la dejé, por fin, comerme todo. Lamió cada pliegue de mi cuerpo y me hizo gozar de un millón de sensaciones. Nuestros incontables orgasmos nos dejaban exhaustas. Mi perrita Valjeska. ¿Dónde estarás? Me pregunto si serás de alguien. ¿Quién te beberá ahora? Me enciendo al recordarte. Mi caliente cerdita Valjeska.