Valium

¿Quieres vivir así? No quieres vivir así. Tienes que vivir así.

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Valium

1 – El despertar

Cuando abrí los ojos, miré alrededor con estupor. No recordaba dónde estaba ni lo que había hecho. Lo primero que noté fue un gran escozor en los párpados y mucha dificultad para moverme. Al tocar mis rostro, recordé que había estado llorando y, poco a poco empecé a recordar. Me sentí culpable de muchas cosas; de aquella situación y de todo lo que había hecho antes, pero no sabía cuándo había cometido aquellos grandes errores que me venían a la cabeza.

No podía levantarme y decidí seguir durmiendo antes de que nadie me viese así. Cuando reposé la cabeza de nuevo en la almohada, me pareció que se hundía en lo más profundo, cerré los ojos y me esforcé por apartar de mi mente todo lo que recordaba. En ese momento, oí claramente como giraba el pomo de la puerta y entraba alguien. Era mi tía Julia, con la que vivía desde que murió mi madre.

  • ¡Alfonso, hijo! – musitó -. Me tienes muy asustada. No me hagas esto, criatura ¿Me oyes?

Volví muy despacio la cabeza y la miré en la penumbra. Dormía en un colchón en el suelo, sobre la moqueta, porque a eso estaba acostumbrado desde muchos años atrás. Mi tía se había agachado apoyando sus manos en las rodillas para mirarme de cerca.

  • ¡Por Dios, alma mía! Dime qué te pasa. No sé qué hacer.

  • Lo siento, tita – balbuceé -. No me encontraba bien y me eché a dormir.

  • Lo sé, corazón – contuvo sus lágrimas -, pero tienes que entender que entre a ver cómo estás. Llevas más de dos días durmiendo. Ya estaba a punto de llamar al médico.

  • ¡No, no! – me asusté -; al médico no. No pasa nada. Ya estoy despierto otra vez.

  • ¡Ay, Jesús! ¡Qué susto he pasado! He entrado a verte mil veces y, por más que te hablaba… estabas como muerto.

  • Debería estarlo – me tapé el rostro - ¿Qué hora es?

  • Son las siete de la tarde. Te acostaste el martes y ¡es jueves! ¿Quieres que te traiga algo? ¿Un poquito de café? No has tomado nada.

  • No hago más que molestarte en tu propia casa. Me levantaré y tomaré algo.

Hice un esfuerzo por incorporarme y mi cuerpo estaba completamente sedado. No podía moverme apenas.

  • No te levantes, hijo ¿Te traigo un café?

  • Sí, tita, tráemelo, por favor. Creo que me hace falta.

  • No tardo nada.

Salió y dejó la puerta abierta. Como la casa era muy grande no pude oír lo que hacía y me pareció esperar un siglo hasta que volvió agitando el café con una cucharilla; sonoramente, como si fuese una campanilla. Quiso dejarme a solas y no volvió. Cuando pude levantarme, ya de noche, la encontré en la salita viendo la televisión. Al verme, la apagó y se levantó para abrazarme.

  • ¿Qué te pasa, hijo? ¿Por qué no me dejas ayudarte? No me hagas sufrir así.

Mi tía era para mí como mi madre. Estaba soltera y vivía en aquel caserón enorme, siendo yo su única compañía. Me di cuenta de que con mi comportamiento irresponsable la estaba haciendo sufrir. Me senté junto a ella y hablamos un buen rato sin tocar el tema que me había llevado a aquella situación. Con algo de dificultad y sin ganas, tomé unas cucharadas de sopa caliente. Tenía que ir comiendo poco a poco para que mi estómago lo fuese admitiendo.

  • Tu madre siempre me lo decía. No es que fueses hijo único, es que tienes una sensibilidad muy grande; un corazón de oro. Y cuanto más bueno eres más palos te da la vida. Yo no quiero entrar en tu mundo, pero me pasa como a tu madre y como a todas las madres. No hace falta que me cuentes tu vida, porque puedo sentir lo mismo que tú y, así, saber cómo eres.

  • Lo sé, tita. Lo siento porque al ponerme así te preocupo y… no quiero que te preocupes por mí.

  • Me preocupa que no acabes de aprender, corazón. La edad me ha enseñado muchas cosas… Una de ellas es que la única forma de no necesitar nada y no sufrir, es no desear nada. Todo lo que desees que no puedas conseguir, te va a hacer mucho daño. Sé que nadie escarmienta en cabeza ajena, pero yo, a tu edad, me di cuenta de lo que te estoy diciendo. Quizá por eso nunca me casé. Ahora, ya mayor, me doy cuenta de que es lo mejor que pude hacer – acarició mis cabellos -. Has salido a tu madre y a mí. Hazte a la idea de que serás soltero para siempre ¡Deja! ¡Qué malos consejos te doy!

  • No, tita. No te equivocas. Y no quiero que vivas conmigo lo que me pase. Ya has hecho demasiado por mamá y por mí.

  • Aparta eso que estás diciendo. Yo ya no sabría vivir sin ti. No se te ocurra dejarme; por favor.

2 – El amanecer

Estuve un buen rato con ella. No volvió a encender la televisión, sino que se puso a hacer lo que más le gustaba: crucigramas. Los hago muy bien porque ella me enseñó. Pensé que me iban a hacer falta.

Volví a la cama y puse el despertador a las ocho. Si me levantaba repuesto y conseguía comer algo sólido, quería coger el coche e irme a la playa unos cuantos días. Mi tía necesitaba unos días de descanso y retiro tanto como yo. La dejé allí rezando un rosario murmurando y me acosté.

Cuando sonó el despertador ya estaba despierto. Me levanté con hambre, me preparé y me fui a la cocina. La encontré allí preparando ya el almuerzo.

  • Buenos días, tita Julia. Huele muy bien, aunque lo que se me apetece es prepararme un café y unas tostadas ¿Has desayunado?

  • No, hijo – me besó -; te estaba esperando para desayunar contigo. Siéntate a la mesa porque el café ya está hecho y bien caliente y las tostadas son de pan de pueblo.

  • Es verdad que tienes algún extraño sentido que adivina siempre lo que quiero. Seguro que sabes de mí mucho más de lo que pienso.

  • ¡Anda, vamos a comer! Prepárate las tostadas a tu gusto. Tienes que alimentarte si vas a conducir.

A esas horas de la mañana, en verano, sabía que mi amigo Toni ya estaría despierto aunque estuviese de vacaciones. Lo llamé para preguntarle si le apetecía venirse conmigo a la playa unos días. Le encantó la idea y quedé en ir a recogerlo lo antes posible. Su casa quedaba en la misma dirección de salida hacia Huelva. En tan solo una hora estaríamos en mi pequeño apartamento frente al mar. No le dije nada de lo ocurrido y tampoco me preguntó dónde me había metido.

Cuando llegamos al apartamento, dejamos las cosas ordenadas, nos pusimos en bañador y recogimos bastante arena que había quedado esparcida por los suelos la última vez que estuve allí.

  • Saca una cerveza, Alfonso. Venían frías y las puse en el frigorífico.

  • ¡Es temprano! – apunté -. No me parece buena hora para empezar a beber. Conociéndote…

  • Hace un calor horroroso a estas horas. Imagina el calor que va a hacer hoy… Cuando bebas el primer trago querrás beberte otra. Podríamos preparar un buen macuto y dar un paseo largo hasta la playa nudista. Sé que te gusta.

  • Sí – reí -. Necesito que me dé algo de sol en los huevos porque estoy tan blanco que se me transparentan las venas.

  • ¿Y tú crees que yo, con esta panza, estoy para presumir de cuerpo? Menos mal que nadie se fija en nadie por allí. Estoy que doy asco.

3 - El bocadillo de salchichón

Caminamos por la orilla todos aquellos kilómetros que nos llevaban a la playa nudista, elegimos un buen sitio (no había nadie) y nos sentamos a observar el mar, charlando y fumándonos algunos cigarrillos.

Toni llevaba una mochila con una curiosa nevera que mantendría fría la cerveza bastantes horas y yo preparé un bocadillo de queso (su preferido) y otro de salchichón para mí.

No tardamos demasiado en quitarnos el bañador, tomar algo el sol y darnos un largo baño en un mar de aguas frías y revueltas. Fue todo un estímulo para abrir el apetito.

  • A ver, cocinero – bromeó al salir -, saca el rancho que la tripa de la tropa hay que llenarla.

  • Yo también tengo mucho apetito, Toni… He estado unos días sin comer casi nada.

  • ¿Y eso? – comenzó a secarse -. Te veo muy delgado para hacer dieta.

  • Es igual – no quería hablar del tema -. No tiene nada que ver con ninguna dieta. Toma, este es el tuyo… Lo siento, ábrelo más allá que ya sabes que no soporto el olor.

Tardó un instante en desliarlo y darle un primer buen bocado. Yo seguí en pie arrancando pedazos del envoltorio, que parecía haberse quedado pegado.

Me miró con cierto disimulo y siguió comiendo.

  • ¡Hm, tío! – dijo con la boca llena -. No sé cómo no te gusta el queso. Colesterol para el cuerpo. A ver esas cervezas.

Comenzó a abrir su mochila cuando tiré desesperado de aquel embalaje y, se abrió de tal forma que mi bocadillo cayó en la arena desperdigándose a nuestra vista.

  • ¡No, joder! – exclamó visiblemente afectado -. Me parece que vas a seguir a dieta.

Me quedé mudo e inmóvil mirándolo todo lleno de arena. Había perdido mi almuerzo. Fui dejándome caer despacio hasta sentarme en la toalla y volví a sentir aquella desagradable sensación. Toni me empujó con el codo y no consiguió que le hablara.

  • Lo siento, Alfonso. No podemos hacer nada. Si quieres volver a casa…

  • ¡No, no!

No podía levantar la vista y notaba cómo mis lágrimas iban a aflorar otra vez inexorablemente.

  • Me preocupas, tío – puso Toni su brazo en mis espaldas -. Dos días perdido y ahora esto. Tienes que aceptar las cosas como vengan. Así no vas a conseguir nada.

  • ¿Y tú qué mierda sabes? – le grité - ¿Vas a aconsejarme también que no desee nada?

  • Perdona – me acarició -. Sólo te daba mi opinión. Sé qué te ha pasado.

Lo miré intrigado y no pude ver el más mínimo gesto en su cara.

  • Sí, Alfonso – dijo -. Me he enterado de lo que has hecho. No puedes hacerme eso. Lo único que deseo es que estés bien.

  • ¿Y cómo, dime? Alguien te habrá contado cosas a su manera.

  • No, no es así, amigo. Boris vino a casa con mucho misterio a contarme lo que le habías dicho. No lo creí del todo; lo conozco. Llamé a tu tía Julia y… empecé a comprender. No solucionas nada haciendo ciertas cosas y, encima, me siento culpable de haberte enseñado cómo puedes tranquilizarte. Has usado eso con otras intenciones.

  • ¿Qué insinúas? – sabía que no me lo decía todo -.

  • No insinúo, Alfonso; sé que le has comprado dos cajas de pastillas a Valeriano ¿Cuántas te has tomado de una vez? No juegues con esas cosas. Boris es así. No es diplomático. Si le dices directamente que estás enamorado de él no me extraña que se asuste y huya de ti.

  • ¿Qué más sabes?

  • Tu amigo Toni, por suerte o por desgracia, tiene amigos hasta en el infierno. Yo no he hecho nada más que esperar noticias. Si me hubieras preguntado antes… Boris no sabe cómo reaccionar si un tío se le insinúa. Y tú no sabes que hay tíos a los que les asusta que se les acerque un… gay. No valen las excusas. Asegúrate bien antes de decirle a un tío que estás enamorado de él.

  • A ti te quiero, Toni. Y sin embargo no saliste corriendo cuando te dije como soy y sigues a mi lado siendo mi mejor amigo.

  • Es que todo el mundo no es Toni. Olvida a ese cabrón, pero no hagas lo que has hecho. No se merece que alguien sea sincero con él ni le demuestre su cariño. Menos de esa forma. Lo que has hecho… podría haber acabado mal.

  • Debería haber acabado – rompí en llantos -. Punto.

  • ¿Llegaste a conocer a Sebas? ¿Te lo presenté?

  • ¡No! – grité -. Ni me lo presentaste ni lo conozco ni lo quiero conocer. Déjame en paz.

Me levanté decidido a zambullirme otra vez en el mar y Toni supo que no era el momento.

  • Espera, chaval – me agarró del brazo - ¿A dónde vas? Acabo de comer y no me apetece meterme en el agua. No te bañes solo porque han puesto la bandera amarilla. Espera.

Sacó de su mochila una botellita de batido de chocolate, la abrió y me la ofreció.

  • Tómate esto, anda. Es líquido pero tiene algo de alimento. Azúcar.

Comencé a beberlo con ansiedad. Mi cuerpo necesitaba algo de fuerzas.

  • Olvida a Boris – dijo muy serio -. No vas a conseguir nada y no es un tío que se merezca tu compañía. Sebas, sin embargo, puede que te escuche y se  lo piense. Es gay y no sale con nadie.

  • ¿Vas a hacer de Celestina? – bromeé -. No se enamora uno así de cualquiera; por mucho que me lo presentes.

  • Sé que le gustas – fue sincero -. Él sí te conoce y me lo ha dicho bien clarito. Vamos a olvidar esas cosas unos días y ya veremos qué hacemos cuando volvamos.

  • ¿Te importa que volvamos a casa? Hoy hace demasiado calor.

4 – Encuentros causales

Sólo estuvimos en la playa tres días. Fue más que suficiente para los dos. La playa cansa mucho y yo necesitaba reposo y recuperar fuerzas.

Cuando volvimos, quedamos para ir a un burger a cenar. Toni me preparaba una sorpresa. Apareció con un chico muy guapo y estaba buenísimo. Pensé que era uno de esos con quien pasar una noche. Vi en su cara pocas intenciones de tener una relación seria. Estaba seguro. Esos tíos bellísimos y de cuerpos perfectos están seguros de poder follarse a quien se les antoje. Luego, se ponen una medalla y van contándolo por ahí. «¡Ah, ese! Sí… A ese ya me lo he follado».

Entramos acalorados y buscamos un sitio donde diese más el aire fresco. Al fondo, algo alejada de la cocina, había una mesa vacía y decidimos sentarnos allí. Cuando pusimos las bandejas en la mesa, antes de sentarnos, sentí que Toni me daba codazos en la espalda. En la mesa de al lado, solo, estaba Boris empezando a comer.

  • ¡Eh! ¡Tíos! – nos dijo muy contento -. Vamos a sentarnos juntos.

No pude reaccionar. No dije nada. Boris se sentó a mi lado y comenzó a hablarme como si no hubiera pasado nada. No seguí la conversación y Toni se dio cuenta.

Pocos minutos después, Sebas se había comido hasta los restos de papas fritas, se limpió delicadamente los labios y se fue con la excusa de que había olvidado algo muy importante. Se había dado cuenta de que a mí no iba a conseguirme. Era uno de esos que van al grano.

Comencé a hablar algo con Boris porque no podía remediar apartarlo de mi cabeza. Estuvo muy amable conmigo (demasiado) hasta que Toni pidió permiso para ir a los servicios.

  • Lo siento, Alfonso – dijo con sinceridad -. Sé lo que ha pasado. Me pasé. No hagas esas cosas, por favor. Todos te queremos… como amigo. Quizá fui demasiado brusco contigo. Perdóname, ¿no?

  • Claro, claro – no podía reaccionar de otra forma -; seremos buenos amigos. Basta que los dos queramos.

  • Mejor así – me rodeó con su brazo -. Sé que tengo mal carácter y me desahogué contigo. Tengo mis problemas y no sé reaccionar. Creo que te pasa lo mismo.

Dejamos de hablar porque volvía Toni y observé que Boris metió disimuladamente un papel en el bolsito que suelo llevar colgado para la cámara, el teléfono, las llaves… Pero Toni es más listo que todos nosotros juntos y no se anduvo con rodeos.

  • ¿Puedo ausentarme? – preguntó levantándose -. Me parece que tenéis más cosas que hablar que yo.

  • Hemos quedado nosotros, Toni – aclaré - ¿Tampoco a ti te gusta nuestra compañía?

  • No voy a poner excusas – fue claro -. Me parece que debéis aclarar cosas entre vosotros. Yo no sé nada de esos temas. Os dejo.

No me gustaba aquella situación. Volvía a verme solo frente a Boris después de lo que había pasado.

  • Yo siento haberte dicho algo que debería haber pensado antes – le dije -. Eso me pasa por beber más de la cuenta.

  • Perdona mi reacción – me cogió la mano -. Tengo muy mal carácter y no lo niego. Si te hubiera pasado algo no me lo hubiera perdonado. Me hubieras convertido en un desgraciado.

  • Olvídalo – cogí mi bolsito para levantarme -; tenemos que seguir cada uno nuestras vidas. Algún día nos tomaremos unas copas con Toni ¿Vale? Adiós.

Me volví sin decir nada más y salí a la calle calurosa pensando en tomar el autobús y no volver a casa andando.

Tuve que esperar bastante en la parada, abrí mi bolsito y me dispuse a jugar a algo con el móvil. Cayó al suelo el papel que Boris había colocado en mi bolso. Lo único que ponía era «WhatsApp +34 660 500 ***». Me puse en pie de un salto ¿Por qué había hecho aquello?

Lo añadí a mis contactos y escribí.

  • «No se lo q quieres. Aclárate».

  • «No m e movido del burger. T espero?».

  • «Ok. Voy. Ve pensando q excusa m vas a poner».

  • No excusa. Kiero estar contigo».

No contesté. Algún interés parecía tener y, sin embargo, ni siquiera fue capaz de decirme las cosas claras en un par de mensajes. Temía al nuevo encuentro. Ya había pasado por una situación que prefería no recordar. Anduve despacio para pensar y decidí dejarlo hablar y que fuese él el que tuviera que luchar para conseguir lo que se proponía. Me dispuse a ser frío y cortante para que no lo tuviera fácil.

  • Hola – se levantó al verme -. Gracias por venir.

  • No importa. No tengo ganas de tomar nada más, pero en la calle no se puede estar.

  • Te invito a un refresco ¿Una cerveza? Lo que te apetezca.

  • ¿Vas a pedir para ti? Una cerveza.

No tardó en volver con las bebidas y venía con un vaso en cada mano y sonriéndome ya desde lejos.

  • Le temo a estos días de calor – dijo al sentarse -; en casa no tenemos aire acondicionado y no hay quien duerma.

  • Ya. Mi tía no lo quiere. Dice que le sienta mal. Yo instalé uno en mi dormitorio. Si no duermo bien no puedo trabajar.

Hubo un silencio, me miró desconfiado y notó mi frialdad.

  • Tengo que abordar este tema sin rodeos – dijo al fin -. No me siento culpable de lo que hayas hecho, pero sé que no reaccioné bien. Lo siento.

  • No importa – ni siquiera le miraba a los ojos -. Tú eres poco diplomático hablando y yo soy demasiado pesimista. Me da igual si te importo un carajo.

  • No he dicho eso – se puso nervioso -. Claro que me importas; como me importan todos mis amigos. He querido decir lo que tú mismo has dicho, que… te tomas las cosas demasiado en serio. Yo no soy así. No pensaba que fueras a cometer esa locura. Todos tenemos alguna vez motivos para hundirnos. Os he ocultado siempre mi homosexualidad. También a mí me dolió mucho encontrar a mi novio… o lo que fuese… acostado con otro. Quizá por eso me he puesto un escudo. No quiero enamorarme más.

Si analizaba bien lo que acaba de decir, no se había molestado porque yo fuese gay… ¡Él era gay! Me apenaba saber que, posiblemente, yo no le gustaba y ese fue el motivo de su respuesta tan dura. Seguí en silencio.

  • Cuando… cuando me dijiste eso… - le costaba trabajo hablar -.

  • Sí. Estaba un poco borracho. Olvídalo.

  • Cuando me lo dijiste estaba muy enfadado por otros motivos. Me… asustó la forma en que me lo dijiste, Alfonso. Me gustas. Me gustas mucho y me dan miedo los compromisos. Una cosa es que te guste alguien y otra cosa es enamorarte.

  • Comprendo. Imagino que habrás decidido vivir tu vida solo y tener sexo de vez en cuando.

  • De momento sí – se acercó a mí -. Podríamos conocernos, si quieres. Me gustas. Lo que no puedo hacer es permitir que te ilusiones por mí. Yo no estoy enamorado de ti. Creo que lo entenderás.

  • Lo entiendo, Boris. Me estás proponiendo que nos acostemos de vez en cuando a echar unos polvos a ver qué pasa.

No pudo evitar sentirse incómodo. Acababa de decirle exactamente lo que estaba pensando.

5 – Solamente una vez

En pocos minutos se levantó y fue a por otras dos cervezas sin decir nada. Tuve la sensación de que necesitaba tiempo para pensar lo siguiente que iba a decirme. Cuando volvió no estaba tan sonriente.

  • Esta forma de vida es especial. Me encanta ser gay aunque sé que lo pasaré muy mal toda la vida… Tú también. He conocido pocas parejas estables, por llamarlo de alguna forma ¿Sabes de alguna pareja que se haya unido a nuestra edad y sean ahora una pareja de ancianos felices? No, Alfonso. A los gays nos gustan los yogures, los cuerpos perfectos, las caras sensuales… el sexo. En cuanto crezcamos dejaremos de ser apetecibles y nos condenarán al ostracismo; todos, incluso los mayores ¿Me equivoco? Hay gente como tú que se lo plantea y no quiere las cosas así.

  • ¿Tú sí las quieres así?

Lo destrocé. Agachó la vista y no supo qué decir. Permanecí en silencio esperando una respuesta que pensé que jamás iba a obtener. Nadie quiere reconocer que un gay, generalmente, lo que busca es sexo fácil pero siempre con un chico que le guste. Y digo «que le guste» porque la belleza es muy subjetiva. A unos les gustan jóvenes, a otros mayores, a otros morenos, a otros rubios, a otros masculinos y a otros afeminados… No. Estaba seguro de que no iba a contestarme claramente… y me equivoqué.

  • Nunca he hablado claramente de esto – dijo -. Quizá es que mi parte masculina me impide dejar ver mi sensibilidad. Sé que me equivoco en eso. Tengo una gran amistad con Toni y ni siquiera me atrevo a decirle que soy gay. Tú sí se lo has dicho y no ha pasado nada. Es tu mejor amigo ¡Qué vergüenza! Tener que vivir fingiendo siempre. Sólo tú lo sabes claramente y, además, te ruego que no lo comentes a nadie. No podría superarlo.

  • ¿Ah, no? – espeté - ¿También tú te tragarías una caja de Valium entera?

Al instante, sin tener en cuenta el lugar dónde estábamos, alargó sus brazos para rodearme el cuello, me apretó a su pecho y comenzó a acariciarme los cabellos.

  • Nunca debí decirte eso, Alfonso. No sé si es que simplemente me gustas o lo que siento es algo más. Lo único que puedo asegurarte es que no quiero vivir así. No quiero estar toda mi vida solo y buscando a escondidas a alguien que quiera follar conmigo. No lo soporto.

Puse mis manos sobre su espalda con mucho cuidado. Un matrimonio que estaba sentado con sus hijos en la mesa de al lado nos miró con total desprecio. Ella se levantó observándonos con odio, tomó a sus hijos por los brazos y salió del establecimiento. Su marido nos miró igual y la siguió.

  • Boris – susurré a su oído -, este no es sitio para hablar estas cosas. Lo sabes. Si quieres, tomamos un taxi y te vienes a casa. Hablaremos mucho más para aclarar nuestras ideas. En mi dormitorio no hace calor. No vayas a tu casa así. Te lo digo por experiencia; tu familia no es tonta.

Levantó su cabeza para mirarme, me sonrió agradecido y me tomó la mano para salir de allí.

  • Yo también le compré Valium a Valeriano.

Tuve que sacarlo del local fingiendo que se encontraba mal. Lo tomé por la cintura y anduvimos hasta la calle muy juntos. Se tapó la cara para que nadie lo viese llorar y así fue todo el tiempo en el taxi.

«¿Necesita usted que le lleve al hospital?».

Cuando se abrió la puerta de casa, Boris ya había hecho un esfuerzo y estaba junto a mí. Tía Julia me miró sonriente y nos hizo un gesto para que entrásemos.

  • ¿Habéis cenado?

  • Mira, tita… Este es Boris; un amigo. Va a quedarse a dormir conmigo porque le sienta muy mal el calor ¿Te importa?

  • ¿Qué dices, hijo? – tiró de nosotros -. Pasad que os ponga algo de cena, que no os veo buena cara.

  • Es igual, tita. Nos hemos comido una hamburguesa. Tal vez, más tarde, tomemos un poco de leche o algo así.

  • Muy bien, hijo. Ya sabes que me quedo hasta bastante tarde viendo la tele. Si necesitáis algo me lo dices.

  • Gracias, señora – balbuceó Boris -. Es usted muy amable.

  • ¡Venga, venga! – contestó yéndose hacia la salita -. No os avisaré por la mañana. Cuando os levantéis os preparáis el desayuno. Pasadlo bien.

Boris me miró asustado. Mi tía Julia se alegraba de verme con aquel chico y de que se quedara en casa. Sabía que ese era el principal remedio para que yo no me drogase.

Cuando entramos en mi dormitorio, respiró con alivio. Estaba muy fresquito y allí nadie iba a censurarnos. Se volvió hacia mí y cayó en mis brazos besándome apasionadamente.

  • Perdóname. Los dos tenemos el mismo problema. A lo mejor, si hacemos un esfuerzo, podemos estar siempre juntos. Podría ser la única forma de no pasarlo tan mal.

Nos desnudamos sin prisas y fuimos descubriendo nuestros cuerpos poco a poco. Nos echamos en la cama y hablamos mucho sobre aquel tema tan desagradable hasta que pensé que había que olvidarlo.

  • Todo lo que hablemos ya está claro, Boris. Los dos sabemos lo que esto. Lo que no sabemos es qué puede pasar con nosotros. Probaremos.

  • ¿Sólo probar? ¿Sólo esta noche? No me gustaría que fuera la última vez.

  • No hemos empezado. Abrázame.

Aquel chico que había sido tan desagradable conmigo, el culpable de que yo intentase suicidarme, estaba en mis brazos; besándome como si me rogase que nunca lo abandonara. Le correspondí porque lo amaba y, sin embargo, fui descubriendo que no hacía aquello sólo por placer. Me sentí responsable de lo que pasase y me juré a mí mismo que, si él no me abandonaba, nunca más iba a estar con otro.

No sabía qué hacerme para que fuese feliz y me sentí amado por quien siempre había tenido en mi cabeza como el hombre de mi vida. Si lo había amado, estaba descubriendo lo maravilloso que era el sexo con él. Si yo le atraía sexualmente, estaba descubriendo un sentimiento más profundo que comenzaba a aflorar por cada poro de su piel.

  • ¡Cabrones! – dijo Toni riéndose al día siguiente -. Os habéis hartado de follar toda la noche y me decís que pensáis seguir juntos ¡No sabéis el trabajo que me cuesta a mí encontrar a una mujer en condiciones! Me alegro mucho. Me debéis unos días en la playa. Nos iremos los tres… ¡a ver si ligo!