Valentina
Valentina se acerca con el guardapolvos de siempre ceñido entorno a su busto amplio y maternal y recoge mi abrigo con una amplia sonrisa
—Hola Valentina.
Valentina se acerca con el guardapolvos de siempre ceñido entorno a su busto amplio y maternal y recoge mi abrigo con una amplia sonrisa. Su rostro anguloso y su pelo negro y crespo, hacen de ella una mujer atractiva, pero no hermosa. Sin embargo mis ojos se ven atraídos inmediatamente por esas manos de dedos largos y suaves y uñas perfectamente arregladas y pintadas de color azul petróleo.
—Esta vez vienes un poco tarde. —Dice pasando su mano suave por mi rasposa mejilla.
Yo me disculpo, reconociendo que no tengo excusa mientras tomo asiento y me pone una toalla húmeda sobre la cara.
Mientras mis poros se abren con el calor, escuchó a la mujer preparar el material como hace siempre. Oigo el ruido rasposo de la navaja sobre el cuero y los frascos y las brochas abrirse y chocar con la superficie de madera.
Finalmente me retira la toalla y puedo ver como coge una brocha y comienza a preparar una espuma densa y aromática. Cierro los ojos, echo mi cabeza hacia atrás. La mujer se acerca y me aplica la espuma por la cara con brochazos rápidos y precisos.
Tras unos segundos comienza a afeitarme. El afilado acero de la navaja se desplaza por mi cuello con lentitud y precisión, llevándose mi descuidada barba en el proceso, pero para ello mi barbera se acerca y puedo aspirar el aroma a jabón y a jazmín que desprende, provocándome una punzada de deseo, la misma, todos los días.
Los dedos cálidos y suaves de Valentina se posan aquí y allá, como mariposas, tensando la piel para facilitar su tarea, yo disfruto del más mínimo contacto.
Me gira la cara y se inclina sobre mí de forma que uno de sus pechos contacta con mi brazo, lo siento blando y pesado y me pregunto cómo será tocarlo y besarlo.
En apenas tres minutos ha terminado conmigo y me limpia los restos de espuma de la cara.
—Perfecto. —dice repasando satisfecha mi mejilla, ahora tan suave como su mano.
Llega el clímax final. Lo espero siempre con impaciencia. Valentina coge una loción, mi preferida, se pone detrás de mí y la extiende por sus manos antes de acercarlas a mi cara. El calor de sus manos y el frescor de la loción alivian mi piel irritada por el rasurado y me provocan un escalofrío de placer.
Imagino esas manos finas y suaves rodeando el tallo de mi miembro, apretándolo y acariciándolo con suavidad. Mientras Valentina masajea mi cara yo estoy muy lejos, pero con ella.
Abro los ojos como saliendo de un sueño. Parpadeo un par de veces y paso mi mano por la cara con gesto satisfecho, dando un poco de tiempo a mi polla para que relaje su erección.
Como todos los días al salir de la barbería, fantaseo con darme la vuelta, arrastrarla a la trastienda y follarla dura y apresuradamente. Y como todos los días respiro hondo y me alejo, caminando por la acera, silbando satisfecho.