Vacio. No Sacrificio. Jamás. Aun no. No importa

Durante toda su vida Lorena creía que sabía lo que quería pero en el fondo, en su discurrir tortuoso, como el de un meandro a punto de quedarse sin caudal,

Durante toda su vida Lorena creía que sabía lo que quería pero en el fondo, en su discurrir tortuoso, como el de un meandro a punto de quedarse sin caudal, Lorena ha estado buscando para ser capaz de decidir si eso es lo que quería o no. Nuestra determinación se basa en lo que creemos que somos, pero siempre, escondido tras una esquina, hay alguien dispuesto a sorprendernos y abrirnos lentamente la puerta de algo que desconocíamos. A Lorena siempre le gustó la idea de estar atada a una cama, inmovilizada, sin tener que decidir, con una involuntaria inmovilización de sus manos y pies que, en otras circunstancias y en esa misma cama, se mueven sin control. A Lorena siempre le ha gustado experimentar porque su inteligencia la hace consciente de que la sorpresa que lleva al autoconocimiento es la mejor de las sorpresas posibles. ¿Y que es una vida sin sorpresas? Vacio.

Lorena entró por la puerta de mi casa, como muchas otras veces, pero en esa ocasión no dijo “buenos días”, tampoco me dio un beso (que unos días cae en la mejilla, otros en la comisura de los labios, y algún afortunado día cae en mis labios). Lorena simplemente entró en mi casa, obvio mi presencia y se dirigió a la habitación, sonriendo, como siempre, con esa media sonrisa que muestra sus maravillosos dientes. Una vez allí, dejó el bolso en el suelo y simplemente dijo “comencemos”. Para comenzar algo hay que saber el que. Lo habíamos hablado así que de inmediato supe que aquel viernes por la tarde Lorena quería comenzar a experimentar en el mundo de la sumisión, la de verdad, no la de las estúpidas novelas de Grey ni la de las fantasías mas endebles. Aunque en realidad ¿existe otra sumisión que no sea la de verdad? No.

Lo primero que hice fue ponerle una venda en los ojos. Nunca permito que alguien que va a comenzar a experimentar esa verdadera sumisión vea lo que sucede, de la misma manera que los médicos nunca deberían permitir que los pacientes viesen como preparan las inyecciones. Una vez privada del más valioso de sus sentidos, Lorena se quedó inmóvil, respirando de manera más fuerte de lo habitual. Le quité la ropa, toda, recreándome en cada una de sus prendas y de sus centímetros de piel. Cuando estaba desnuda la tumbé en la cama, brazos y piernas abiertos, la até a las cuatro patas de la cama, inmovilizada, como Cristo en su cruz, dispuesta a sacrificarse por los demás. ¿Por qué que es sino el acto de una sumisa hacia su amo? Sacrificio.

Primero me dediqué a jugar con sus pechos y sus pezones, lentamente, cada vez más fuerte. Algunos quejidos involuntarios me dieron a entender que habíamos abandonado el camino de lo conocido para adentrarnos en el autentico conocimiento. Entonces cogí dos pinzas y las coloqué en sus pezones. Lorena se quejó, aunque no demasiado. Ella intentó retorcerse como si eso pudiese aliviar el dolor, tampoco lo consiguió. El dolor de una pinza es primero intenso, luego desaparece debido a que la sangre abandona ese trozo de carne apresada y una especie de anestesia invade la zona. Lorena estaba acostumbrándose a ese dolor. Entonces, de repente, abres la pinza y al volver la sangre a los pezones se produce una sensación de alivio y dolor inesperado que agudiza los sentidos. Lo siguiente que hice fue ponerle unas pinzas en los labios de la vagina, de nuevo en los pezones, los quitaba, los ponía y finalmente los dejé todos y me dediqué a masturbarla lentamente. ¿El sexo y la dominación deben discurrir por caminos retirados el uno del otro? Jamás.

La masturbaba, me detenía, ponía pinzas por su cuerpo, las quitaba de repente. Todo inesperado. Como el suave bofetón que le di y la pillo desprevenida. Como los suaves azotes que le di, con un látigo suave, cada vez más fuertes, mientras Lorena se revolvía e intentaba escapar inútilmente de la celda que eran cuerdas en tobillos y muñecas. La primera vez nunca hay que azotar fuerte, las sensaciones fluyen mejor por lo inesperado que por el dolor. Le quité  todas las pinzas y guardé el látigo. En el maravilloso blanco de su piel podía verse aun las marcas de las pinzas y los lugares donde el látigo había caído pero había sido algo tan suave que las marcas desaparecían rápidamente ante mis ojos. Me coloqué entre sus piernas y me dediqué a lamer aquel sabroso sexo durante no demasiados minutos. La sorpresa es la piedra angular de la dominación a alguien a quien se le ha privado del sentido de la vista.  Y de repente salí de la habitación y la dejé sola, un minuto. dos minutos. cinco minutos. Lorena no protestó. No me llamó. Simplemente se quedó allí atada experimentando su soledad, su indefensión, pensando en lo que sucedía, en lo que sentía. ¿Era Lorena una sumisa? Aun no.

Volví a la habitación con una vela encendida. Lorena lo adivinó por el olor a cera quemada. Se revolvió en sus ataduras con más fuerza y dijo “espera”. No respondí. Nunca debes responder. Levanté la vela lo mas que pude y dejé caer dos gotas en su estomago que la pillaron desprevenida. Estuve tirando un rato cera por su estomago, sus pechos, por varias partes de su cuerpo, acercando cada vez más la vela para que la cera cayese más candente. Lorena se retorcía y tuve que abofetearla alguna vez para que se quedase quieto. No fueron bofetones fuertes sino anuncios de los bofetones que serían si no se quedaba quieta. ¿Qué sería lo siguiente? Yo.

Con las gotas de cera seca diseminadas por su cuerpo volví a colocarle las pinzas. Había llegado mi momento de sentir, de usarla realmente para mi placer. Ese momento siempre llega. No es una recompensa, es un paso sin el que la dominación carecería de todo sentido. Metí mi pene en su boca, la agarré con fuerza del pelo y comencé a meter y sacar mi miembro de su boca mientras con la otra mano la masturbaba. No tuve demasiados miramientos, no debes tenerlos, sus arcadas me provocaban placer, mi pene dentro de su boca me provocaba placer, verla retorcerse de placer sin poder escapar me provocaba placer. Y entonces, a punto de correrme, saqué el pene de entre sus labios y eyaculé en ellos, en su nariz, en su barbilla. ¿Se corrió ella? No importa.

Después le quité las pinzas, la desaté y la llevé frente a un espejo. Le quité la venda de los ojos y pudo contemplarse desnuda, con cera por su cuerpo, las marcas de las pinzas y el semen en sus labios. No dije nada. Ella tampoco. Se dio la vuelta y se fue corriendo a la ducha. ¿Cuál sería el próximo paso? Ella decidiría.

Nos quedamos el resto de la tarde abrazados en el sofá, sin decir nada. Simplemente besándonos y acariciándonos

A veces, la vida, te da las respuestas a preguntas que ni tan siquiera sabias que habías formulado. ¿Sucedió realmente eso? Puede que sí, o puede que sucediese algo totalmente diferente. ¿Qué importa? La imaginación carece de toda lógica, gracias a Dios. Como dijo Alfred Hitchcock “Hay algo más importante que la lógica: es la imaginación.