Vacaciones perturbadoras
Unas vacaciones con momentos inesperados
Aunque el relato se puede leer por sí solo, recomiendo leer antes los capítulos anteriores:
No tardan en salir del restaurante. Julián ha aparcado cerca y van hacia allí. Ya sentados en el coche le sonríe misteriosamente. Arranca y le da el teléfono y una tarjeta de crédito.
Llama y haz la reserva.
Llamo desde casa mejor.
No, reserva para esta noche. Nos vamos ahora.
¿Ahora? ¿Y mis cosas?
Julián no puede evitar una carcajada al ver la cara de espanto de Irene.
- Podrás comprar lo que necesites mañana- intenta que su tono suene conciliador.
Después de un rato de quejas, súplicas y lamentos Irene se resigna. Tanto esmero preparando sus cosas para nada. El viaje da de si para que reserve habitación y poder conversar un rato. El tráfico es escaso y les permite disfrutar de un rato de charla.
Irene, curiosa, se interesa por la finalidad de sus tareas semanales. Y Julián se embarca en una larga explicación. Le explica el significado de BDSM, le habla de la unión que se crea, de la parte física y sobre todo de la emocional, sin la que cualquier práctica se convertiría en un juego vacío.
De que están en una relación asimétrica, ya que Irene no tiene ni experiencia ni conocimientos. De que la instruirá y la educará para que sea una buena sumisa... De vez en cuando le interrumpe con algunas dudas y varias curiosidades.
Al fin llegan a su destino. Tras las formalidades de recepción se instalan en el pequeño apartamento sin más ganas que acostarse. Tumbados juntos, abrazados, compartiendo alguna confidencia, se dejan vencer por el sueño. Esa noche la presencia y cercanía del otro es la mejor recompensa.
Como de costumbre Julián es el primero en despertarse y sale a comprar café y algo para desayunar. Cuando vuelve Irene sigue dormida, prepara café y aunque intenta ser silencioso sus movimientos y el aroma de la cafetera despiertan a Irene. Se despereza con los ojos entreabiertos, y pronto la curiosidad por el apartamento la hacen saltar de la cama.
Abrazada a Julián, con una taza de café en la mano y tratando de comerse un croissant recorre con la mirada el espacio. Es pequeño, un dormitorio en el que caben holgadamente la cama y unas mesillas, el baño diminuto, pero bien aprovechado, y una sala que incluye salón, comedor y cocina, la mesa es pequeña y con apenas tres sillas, el sofá parece acogedor, situado junto a la ventana con una mesa de café. Madera de pino barnizada, sólida y resistente. La decoración es sencilla, pero... tomarse el café en bragas no tiene precio.
A falta de ropa, busca una camiseta de Julián antes de salir a la terraza. No es muy grande y la mesa y las dos sillas casi la ocupan por completo. Apoyados en la barandilla observan las vistas desde un séptimo piso, buena parte de los jardines del hotel y a lo lejos el mar.
Sin sus cosas Irene está perdida. Salen y caminan buscando tiendas. En una plaza tropiezan con un mercadillo y dan una vuelta. Para unos días no necesita demasiado. Se fija en alguna prenda y Julián asiente o niega. Elige un par de camisetas básicas, un caftán de crochet y un pañuelo.
Continúan el recorrido y en una de las tiendas Julián elige unos atrevidos shorts tejanos y un vestido provocativo y ella coge varias prendas más. Esperan pacientemente para entrar a los probadores y de paso aprovecha para probar lo comprado en el mercadillo. A cada cambio avisa a Julián para que le dé su opinión y cada vez él deja la cortina un poco más abierta. Eso no le preocupa gran cosa, está acostumbrada a que los probadores se cierren mal y al fin y al cabo, aunque alguien pueda verla no va a mostrar más que en un día de playa.
En una de sus exhibiciones nota una mirada extraña. A pocos pasos un hombre joven apoyado en la pared la observa. Se siente incómoda ante la mirada penetrante y trata de cerrar mejor la cortina. Julián le pide que se pruebe otra vez el caftán, pero sin sujetador. La maldita cortina no se cierra y no tiene más remedio que casi desnudarse a la vista del extraño. Se quita el sujetador de espaldas y se gira ya con el vestido puesto. Cuando va a pasar a la siguiente prueba se envalentona y lo mira directamente a los ojos. Se quita el caftán lentamente mostrándole primero las bragas y subiendolo lentamente sobre sus pechos desnudos. Lo deja caer y dibuja rápidamente con los dedos un círculo alrededor de sus pezones. No ha dejado de mirarlo y ve cambiar la expresión de su cara y la lascivia en los ojos. Lentamente baja la mirada hacia su entrepierna y cierra repentinamente la cortina. Algo nerviosa termina las pruebas. Cuando sale del probador el extraño hace un ademán para acercarse a ella. Rápidamente Julián se interpone y le rodea la cintura con el brazo, con gesto protector.
Unas cuantas tiendas después y cargados de bolsas Irene ya tiene lo suficiente para pasar unos días. Cuando le dice a Julián que su próximo destino es la perfumería le dice que ha llegado a su límite. Mientras ella va a perderse entre cremas y perfumes él se instala cómodamente en una terraza.
Al cabo de un rato reaparece y le enseña la colección de frasquitos de la bolsa. Hay tantos que a Julián le parece imposible que necesite tantas cosas, aunque Irene insista en que solo ha comprado lo imprescindible.
Comen en un restaurante que Julián conoce, cocina sencilla y casera. De vuelta al hotel pasan por un supermercado y compran una botella de ginebra, tónicas, agua y limones, galletas, chocolate...
Julián parece orientarse bien y a la pregunta de Irene le dice que no es la primera vez que pasa unos días allí.
Ya en la habitación colocan las cosas y toman otro café. Julián la lleva de la mano hasta la cama y la desnuda lentamente.
- Ahora quiero ver mejor esos bikinis.
Irene saca del armario el primero, más discreto y elegante, azul marino con ribetes en blanco. Se contonea ante Julián y da varias vueltas. Tras recibir su aprobación va a por el segundo.
Este es de flores, de colores alegres. La parte superior son dos triángulos que apenas le cubren el pecho. La parte inferior es un tanga escueto que deja poco a la imaginación.
Julián le hace un gesto para que se acerque. Este es el que eligió él.
- Tenemos que arreglar algo- le dice mientras va hacia el baño.
Vuelve con una toalla en la mano, la estira sobre la cama y suelta las tiras que sujetan el bikini a la cadera. La tumba sobre la toalla, las piernas abiertas y las rodillas flexionadas. En su mano aparece una cuchilla y cuidadosamente empieza a rasurarla.
El roce de la cuchilla la excita. Sabe que no debe moverse y eso hace aumentar el cosquilleo y la humedad entre sus piernas. No tarda mucho en pedirle que se dé la vuelta. La coloca a cuatro patas y con una mano le abre las nalgas y con la cuchilla en la otra apura el vello hasta dejarla rasurada por completo.
Con un extremo de la toalla retira los restos y la embadurna con crema. Irene la nota fría y unida a los dedos de Julián extendiéndola la estremecen. Toda la excitación acumulada durante la semana reaparece repentinamente. el más mínimo roce la hace jadear y deja caer la cabeza sobre una almohada ofreciéndole su culo a Julián. Las caricias se vuelven más intensas y los dedos se deslizan dentro de ella. Primero en su coño húmedo y caliente. No tardan en explorar su culo, que trata de resistirse y termina dilatándose para dejarlos entrar. Empieza a follarla con dos dedos, le resulta molesto al principio, pero pronto su cuerpo responde y cuando aumenta la intensidad todo lo que le causan es excitación y deseo. Mueve las caderas para clavarselos aún más y al notarlo Julián le pellizca el clítoris arrancándole un quejido. Cuando ya cree que no va a aguantar más Julián se detiene.
Irene no se mueve, esperando que continúe. No tarda en darse cuenta de que no son esos los planes de Julián. Se pega a él, cariñosa e insinuante, tratando de provocarle. Julián se resiste valientemente y con una sonrisa le informa muy seriamente que es la hora de la siesta.
Ya tumbados y a punto de caer dormidos le llega la voz susurrante de Julián, recordándole que ni se le vaya a ocurrir tocarse ni mucho menos correrse. Por respuesta recibe un gruñido disconforme.
A media tarde se despiertan, se duchan perezosamente. Mientras Irene se arregla Julián prepara unos gin tonics.
Irene se envuelve en la toalla cuando sale de la ducha un poco después que Julián. Él ha aprovechado esos minutos para preparar unos gin tonics y la espera sentado en la terraza. A pesar del calor la leve brisa hace agradable la tarde. Irene se sienta a su lado con el vaso entre las manos, saboreando al mismo tiempo la bebida, la compañía y la tranquilidad del momento.
- Qué bien se está así- la voz de irene todavía conserva un deje del sueño
Julián asiente perezosamente.
Cada vez me gusta menos ir de fiesta, me cansa el ruido y los sitios con mucha gente- continúa Irene
La fiesta para ocasiones, tampoco hay que perder las buenas costumbres- corrobora Julián
Beben en silencio, el brazo alrededor de sus hombros. Julián valora no salir esa tarde, ganas de quedarse no le faltan.
- Qué tal lo pasaste la otra noche? - acaba de recordar que Irene no le contó nada de la cena con sus amigas.
Irene sigue en silencio. No es capaz de pronunciar ni una palabra. Le pasan mil imágenes por la cabeza. Duda si contárselo o no. Sabe que debe hacerlo, pero se avergüenza.
Pasados unos minutos Julián intuye que algo pasa. Se inclina hacia ella buscando su mirada. Le está evitando y eso le preocupa.
Irene balbucea palabras inconexas, guarda silencio, empieza otra vez... la cabeza agachada y los ojos entrecerrados clavados en el suelo sin atreverse a cruzar la mirada con Julián.
Julián le gira la cabeza obligándola a mirarle. Acaricia sus hombros tratando de calmarla. Poco a poco se tranquiliza y cuando él la ve más serena le habla con calma y le pide que le explique que pasó esa noche, pensando que podría tener relación con Daniel.
Irene respira profundamente y aparta la mirada. Lentamente empieza a contarle. Sus primeras palabras son banales y le dan la confianza para continuar. La cena, las risas, las copas... Julian espera paciente llegar a lo que le tiene preocupado.
Llega el baile, los desconocidos. Julián disimula su inquietud mientras aumenta el nerviosismo de Irene. Escucha la situación de la mesa, oscura y apartada, como va aumentando la excitación de los dos. Cuando la escena pasa al baño le cambia la cara. Irene describe como la lleva de la mano a través del pub. Como entró al baño con una mezcla de excitación y vergüenza, dejándose llevar. La puerta del pequeño cubículo cerrándose a sus espaldas. Una mano hurgando entre sus piernas, el vestido arremolinado en la cintura, sus pechos manoseados, mordidos los pezones, la humedad resbalando por sus piernas. Y como logró contenerse y frenar el orgasmo, atrayendo su polla a la boca, saboreándola caliente y húmeda, pegajosa y salada, notándola cada vez más dura, cada vez más frecuentes los espasmos, la respiración más agitada mientras ella siente ahogarse cada vez que embiste el fondo de su garganta. Como la aparta de la boca para correrse encima de sus pechos, notando el calor de la leche sobre su piel y las manos extendiéndola. Como se zafó cuando intentó volver a tocarla. Y como salió del baño ruborizada y con el vestido arrugado, sin que la dejase limpiarse. La despedida rápida y fría, y el camino de vuelta a casa, cuando fue tomado conciencia de lo sucedido.
Julián va imaginando según escucha, las manos de un extraño sobre el cuerpo de Irene, la ropa arrugada, sucia la piel. La ve saliendo tambaleante tratando de alejarse de ese extraño. Irse del bar sola, vulnerable.
La mirada se vuelve sombría y el gesto de su cara se endurece. Irene termina y los dos se quedan en silencio. Julián la abraza con fuerza hasta notarla más calmada.
Pasados unos minutos se levanta y prepara otros dos gin-tonics. Antes de salir deja sobre la cama el vestido más provocativo que eligió para Irene y un escueto tanga. En el último momento añade el plug.
Irene, sola en la terraza, espera impaciente sin atreverse a seguirlo. Le llegan las voces de terrazas cercanas y gritos desde la piscina. Julián no ha pronunciado ni una palabra. No sabe si está enfadado, furioso o que le pasa.
Le da el vaso en silencio y se sienta de nuevo junto a ella. Tarda en contestar las tímidas preguntas de Irene y lo hace con evasivas. Terminadas las copas le pide que vaya a vestirse con la ropa que le ha preparado.
Se levanta aliviada y entra. Deja caer la toalla al suelo y al ver lo que le ha preparado también a ella le cambia la cara.
Julián la observa desde la ventana y ella no se atreve a protestar. Empieza por el plug y con cierta dificultad empieza a introducirlo. Tras pelearse un poco lo consigue y continua con el tanga, que a duras penas logra contener el plug. El vestido deja casi al descubierto su pecho.
Parada frente al espejo y ya calzados los altos tacones trata de estirar la falda y subir el escote al mismo tiempo, sin conseguir una cosa ni la otra.
Julián la observa con admiración, recorriendo su cuerpo con la mirada. Las largas piernas bronceadas, el vestido ciñendo sus curvas, la cintura marcada, los pechos apenas contenidos bajo el vestido, los pezones respingones…
Da unas vueltas frente al espejo. Demasiado provocativa, Irene. Se ajusta el vestido y se observa de nuevo. Poco a poco cambia la expresión de su cara hasta que aparece una sonrisa complacida.
Se gira hacia Julián y con un provocativo movimiento de hombros y una sonrisa le dice que ya esta lista.
Julián asiente mientras trata de ocultar la sonrisa que se le escapa.
Cuando salen de la habitación sigue el silencio incómodo se cruzan con otro veraneante que mira admirativamente a Irene, mientras siguen caminando por el pasillo ella siente los ojos del desconocido que no la pierden de vista. En el ascensor coinciden con otros huéspedes e intercambian algún comentario de cortesía, una vez entran al reducido espacio es imposible evitar algún roce Irene presiente una mirada clavada en ella recorriendo su cuerpo.
.Ya en la calle caminan sin prisa. La incomodidad de Irene es evidente para Julián. Los pasos cortos y los movimientos de sus piernas son parte de su lucha con la tendencia del plug a resbalar. Al ver la dificultad de Irene para caminar Julián decide en el último momento ir en coche a cenar. Aparcar le cuesta un rato, pero finalmente lo consigue y buscan una terraza donde descansar y hacer tiempo para la cena.
Cuando empieza a oscurecer caminan hacia el puerto. La mayoría de los restaurantes ya empiezan a estar llenos y tratan de encontrar alguno menos bullicioso para pasar un rato tranquilo. Al final dan con uno algo apartado de la zona más transitada. Pequeño y recogido, pero con una buena vista al mar.
Las sillas de aluminio no parecen muy cómodas, Irene no tarda en comprobarlo cuando se acomoda y el plug de le clava como si fuera a atravesarla. Resopla mientras hojea la carta y Julián pide que les traigan antes una botella de rosado bien frío, el calor, el ambiente festivo y la suavidad del vino hace que apuren la botella antes de que les sirvan la cena.
Cuando salen del restaurante Julián camina directamente hacia el coche, ignorando la sugerencia de Irene de caminar un rato por el animado y abarrotado paseo.
Conduce en silencio alejándose del bullicio. Poco a poco las calles se vuelven más oscuras y sórdidas, desiertas y amenazantes. Cuando llega a la incorporación a la carretera Julián para el coche y baja. Da la vuelta y ayuda a bajar a Irene.
La abraza con fuerza y la besa. Desliza las manos por las caderas y agarrando el extremo del vestido tira de él hasta sacarlo por los hombros.
Irene se queda prácticamente desnuda en la oscuridad. Julián no ha dejado de acariciarla, y cuando pasa un dedo por su coño lo encuentra mojado y caliente. Le coloca el deslizante plug bien clavado y se separa de ella.
-Ahora vas a dar un paseíto tú sola, aunque yo voy a estar cerca. Vas a caminar detrás del coche, sin taparte, sin correr, no será largo y yo estaré ahí mismo. No voy a dejar que te pase nada. Por si te interesa saberlo, es tu castigo por lo que hiciste el jueves. ¡Y ahora, en marcha!!!
Irene se queda en pie sin entender nada. Julián se mete en el coche y arranca. Acelera lo justo para incorporarse a la carretera y mira por el retrovisor. Irene no ha dado ni un paso. Impaciente, acelera un poco más. Sigue clavada al suelo.
Baja del coche sin parar el motor. Se acerca a ella en cuatro zancadas
-Última oportunidad, me voy ya. Tú decides si me sigues o no.
Irene reacciona y le mira como si viese a un extraño. Le ve meterse otra vez en el coche y el tono amenazante de sus palabras y ese entorno hostil hacen que se decida.
Cuando ve que el coche empieza a avanzar da los primeros pasos, lentos e inseguros. Una vez en la carretera se esfuerza en mantener la misma distancia. Los faros de los coches con los que se cruzan la deslumbran. Algún conductor se gira a mirarla, pero cuando se dan cuenta de su presencia ya están lejos.
La idea de que no la vean bien la tranquiliza y sus pasos ya son más seguros.
Pronto la luz de unos faros llega por su espalda. Nota el juego de luces sobre el asfalto y su silueta recortada por el haz de luz. Julián se da cuenta y frena un poco, esperando que le adelante.
El coche sigue cerca de ella sin intención de alejarse. Le llega un silbido y unas voces jaleándola.
Nota el plug casi fuera de su cuerpo y lo empuja con una mano hasta colocarlo de nuevo. El gesto despierta el entusiasmo del coche de detrás
De pronto la confusión de Irene desaparece. Se detiene un segundo y recompone su postura. Afianzada sobre sus incómodos tacones endereza la espalda, sube la barbilla y se pone de nuevo en marcha. Camina altiva, bamboleando las caderas y haciendo resaltar su culo en cada paso. Las voces detrás aumentan, aunque no entiende lo que dicen. Sin detenerse se da la vuelta, la cara tapada con sus manos para evitar que los faros la deslumbren, y les ofrece la vista de sus pechos, agitándolos desafiante. Da unos pasos así y se gira de nuevo.
Al cabo de unos metros Julián se desvía por un camino de tierra y se detiene. Mientras el otro coche les deja atrás Julián baja del coche y se acerca a ella. La abraza con fuerza y nota su respiración agitada y el cuerpo tembloroso. Le alza la barbilla para besarla y descubre su media sonrisa traviesa y divertida.
Sin separarse de ella camina hasta el coche y la ayuda a sentarse. Cuando ya está más tranquila le pasa el vestido y cuando termina de ponérselo y arreglarse un poco se ponen en marcha.
El trayecto hasta el hotel lo hacen en silencio. En la habitación Irene se desnuda y se mete en la ducha. Cuando sale, envuelta en la toalla, Julián la espera en la terraza. Al verla llegar se acerca a ella y la besa, rodeándola con sus brazos. La fuerza a levantar los brazos y la toalla cae al suelo. Las manos de Julián exploran el cuerpo suave y húmedo.
Irene se aferra a sus hombros al sentir las caricias, bruscas, y su cuerpo responde con un estremecimiento.
Julián se inclina ante sus pechos y los pellizca. Ve como se endurecen al roce de sus manos. Acerca su boca, los lame brevemente y cuando oye el gemido complacido de Irene los muerde. No se deja engañar por el gruñido de queja que escucha y sigue atormentándola.
Irene gime y suspira y pronto Julián se separa el tiempo suficiente para desnudarse.
Se acerca a la barandilla. Sin pararse a observar la vista nocturna del jardín le pide que se acerque. Impaciente le hace apoyar los codos en la barandilla. Le corrige la postura y la deja con los antebrazos cruzados y firmemente apoyados. Sin dejar que los mueva separa el cuerpo todo lo posible, con la espalda inclinada y el culo en pompa, ofreciéndoselo.
Irene nota como se mueve a su alrededor y se queda quieta, expectante y excitada.
De una terraza cercana le llegan voces apagadas, pero la oscuridad la protege.
Julián se acerca más a ella. Nota su polla pegada a las nalgas, firme y dura, las manos pellizcando sus pezones, el cuerpo pegado a su espalda y el aliento cálido en su cuello. El cuerpo de Irene se inclina más hacia la barandilla y con esfuerzo consigue mantener los brazos en su sitio.
Julián le susurra al oído y aun sin entender del todo lo que le dice su cercanía y el calor que le transmite la excitan. Le pide que separe las piernas. Obedece y nota el roce de su polla entre ellas. Un dedo curioso recorre su coño y al notarlo húmedo y caliente Julián le susurra una obscenidad y le muerde la oreja.
El gemido de Irene llena el silencio y las voces cercanas enmudecen. Julián separa las nalgas con la mano abriendo el paso a su polla. La hace inclinarse un poco más y empieza a penetrarla. Aumenta poco a poco la fuerza, avanzando sin prisa, pero sin pausa, disfrutando del culo que se abre para él.
A pesar del silencio Irene percibe el humo de un cigarro y supone que los vecinos siguen en la terraza. Se propone mantenerse en silencio.
Julián no se ha detenido y pronto la polla entera está dentro de Irene.
Empieza un movimiento lento buscando adecuar el ritmo de los dos cuerpos. Cuando los dos se mueven al mismo compás se mueven más rápido, arrastrándola con él. Cada embestida es más fuerte y pronto Irene olvida su propósito y sus gemidos se dejan oir sin pudor.
Las manos de Julián sobre las caderas la mantienen de pie y en su sitio, y cada nueva embestida parece que vaya a atravesarla, llevándola a un nivel insoportable de excitación.
Nota la humedad resbalando entre sus muslos. Gira la cabeza intentando avisar a Julián que no puede aguantar más. Le dice que no con un movimiento de cabeza.
Sigue la tortura un poco más y cuando nota que él va a correrse le da permiso a Irene para hacerlo también.
Un síii rotundo de Irene que es casi un grito y deja de resistirse. Las respiraciones aceleradas, jadeantes, los cuerpos sudorosos y la piel húmeda, el sudor pegando piel con piel... Julián explota dentro de ella, y en el mismo momento estalla Irene.
Se quedan quietos, jadeantes los dos, Julián todavía dentro de ella. Cuando se calman las respiraciones y se separan Julián con voz susurrante pero lo bastante alta para dejarse oír le habla.
-Y ahora perrita, ven a limpiar la polla de tu amo.
Julián acerca una de las sillas y se acomoda. Irene se acerca y se arrodilla a sus pies. Se inclina entre sus piernas y acerca la boca a su polla. Lentamente la recorre con la lengua, recogiendo cada gota, de un extremo a otro, con delicadeza y adoración.
Se quedan unos minutos más en la terraza, recuperando la respiración y susurrando en voz baja. Cuando se acuestan se quedan pronto dormidos. A la mañana siguiente Irene se despierta y está sola. Se ducha y se prepara café. Mira distraídamente el teléfono. Un mensaje de Julián le avisa que tuvo que salir a preparar una llamada de trabajo. Le da instrucciones para que se quede desnuda en la terraza hasta que vuelva.
Se sienta cómodamente en la terraza y mientras se toma el café le llegan las voces de la noche anterior.
Al principio no presta atención, pero cuando asocia las cuatro palabras sueltas que va oyendo se da cuenta que hablan de ellos.
Cree que va a ser despectivo, pero es más bien una mezcla de admiración y envidia lo que adivina en sus comentarios.
¿Qué te parece como se lo montaron los vecinos anoche?
Oyendo gemir a la chica creo que de puta madre
¿Crees que se dieron cuenta de que tenían público?
Me parece que no les importaba, ¿no oíste como gemía la zorrita?
Ayer me cruce con ellos en el pasillo y no veas como viste, esta para hacerle un favor
Que venga a vernos y ya le hacemos más de uno
Eso que venga a pedirnos sal
jajajaja
Y ahora que hacemos ¿vamos a la piscina?
A la piscina mejor mañana que conozco al camarero del chiringuito y algo se invitará
La expresión de Irene pasa de la indiferencia a la indignación. Les oye y se siente un trozo de carne. Que sabrán ellos, ni nadie, de lo que la une a Julián. Malditos intrusos de su intimidad que no saben nada de ellos. Le han hecho recordar la noche anterior. Y mientras recrea la escena mentalmente se le escapa una sonrisa. Julián saca una parte desconocida de ella. Atrevida, morbosa, deseosa de ir más allá. Pobres vecinos. Siente curiosidad por saber como son. Igual puede verles sin que se den cuenta.
Curiosa se levanta y se acerca a la barandilla. Observa el paisaje y al girar la cabeza ve al vecino también observando el paisaje, pero no él mismo que ella. Tiene la mirada clavada en la espalda desnuda de Irene, la separación no le permite ver más. Irene cruza los brazos sobre el pecho medio avergonzada. El vecino hace un gesto y pronto se une a él su amigo. Irene se ruboriza al notar las dos miradas recorriendo su piel. Cuchichean en voz baja y siguen mirándola sin importarles que ella se haya dado cuenta.
Los dos son de mediana edad. El que parecía llevar la voz cantante en la conversación no es muy alto y algo rechoncho. El segundo alto y delgado parece más mayor, aunque ninguno de ellos baja de los 50.
Irene se irrita por su descaro y decide sentarse de nuevo. Va hacia la mesita y coge la taza. Y piensa ... si ellos son descarados, yo más.
Con la taza en la mano da unos pasos hacia la barandilla. Se gira hacia ellos, sin taparse, dejándoles a la vista los pechos y con un gesto coqueto se da la vuelta y pasa la mano libre por sus caderas, una caricia sugerente que alarga hasta sus nalgas.
En ese momento se oye la voz de Julián saludando y cuando mira los vecinos ya han desaparecido.