Vacaciones fuera de lo normal 2020 - Parte 5
La cronología de un tórrido reencuentro inesperado durante las vacaciones de una mujer casada. Lo publicaré como cinco micro-relatos, uno al día durante la última semana de agosto 2020.
EPISODIO 1.
Después de unos meses tremendamente duros por fin pudimos escaparnos a la playa a descansar un poco. El plan de este verano no era perfecto, nada de viajes al extranjero, ni una semanita romántica sin hijos, pero era algo que realmente necesitaba. Íbamos a pasar casi dos semanas en el piso de mis suegros en un pueblo costero de la playa de Alicante. Una zona de torres y urbanizaciones en primera línea de playa que normalmente está abarrotada en verano, con una mezcla de gente de esa misma zona, “guiris” y los “madrileños” como nosotros o la familia de mi marido que usa el piso desde hace décadas. Al menos este año el plan era más tranquilo, sólo estaríamos yo, mi marido y nuestros dos hijos pre-adolescentes. La zona tenía cierta animación pero claramente no la de otros años, con todos intentando ajustarse a esta “nueva normalidad”.
El panorama de las vacaciones estaba bien, podríamos desconectar completamente del trabajo (sin wifi en el apartamento), ir a la playa, hacer excursiones e incluso poder salir a cenar y tener alguna escapadita nocturna con mi marido, ya que nuestros hijos eran lo suficiente mayores para quedarse solos (algo que hacen encantados) y aquí tenemos menos preocupaciones que cuando salimos por Madrid. También podría continuar con una afición que aprecio enormemente desde que empezó el confinamiento: dar paseos nocturnos yo sola y disfrutar de un tiempo para mi misma fuera de todo lo que me rodea. Los paseos en este pueblo prometían ser mejores, mejor clima, un paseo marítimo, poder andar junto al mar…
Esta era la idea y pudimos realizar muchas de las cosas previstas, pero también sucedieron otras que nunca imaginé formarían parte de estas vacaciones y que surgieron desde el primer día en que llegué. Todo empezó en el supermercado. Como es de esperar, poco después de llegar tuvimos que hacer una gran compra para equipar el apartamento, la nevera y la despensa. Comprando tranquilamente, absorta en mis preocupaciones mundanas, alcé la vista y me crucé con Miguel. Un recuerdo de mi pasado, quizás el amante más intenso y tórrido que he tenido en la vida. Nos miramos, nos reconocimos y seguimos con nuestras compras ya que íbamos acompañados de nuestras respectivas parejas y familias y, supuestamente, nuestra relación fue un secreto, algo que nunca pasó. Hice esfuerzos por aparentar calma y normalidad, pero este cruce me estremeció y tuvieron que pasar varias horas más hasta que pude recuperar cierta serenidad y sentir como si todo siguiera igual.
Esa misma noche se rompería la tranquilidad. Como tenía previsto, después de cenar y una vez toda la familia ya estaba lista para meterse en la cama, leer, ver videos o el móvil, salí a dar mi paseo nocturno como he estado haciendo en los últimos meses. Me puse un vestido ligero y cómodo, zapatillas, cogí mi monedero y la dichosa mascarilla y bajé para andar por el paseo marítimo. El paseo de esta localidad es bastante largo, en línea casi recta sigue toda la playa de la zona urbanizada y luego continúa por una zona en la que se combina primero una zona mucho más tranquila y oscura en la que solo hay dunas y luego entra en una zona de la costa donde la playa es más rocosa y la costa está ocupada por viviendas unifamiliares más grandes, con más privacidad y sin el bullicio de las tiendas, restaurantes y heladerías que están en la zona donde vivimos. Había recorrido todo este camino y estaba ya preparándome a dar la vuelta para volver. Sinceramente, me sentía más cansada de lo previsto, no había calculado las distancias, llegar hasta aquí había sido un paseo largo y ahora no había más remedio que repetir el trayecto para volver. Estaba pensando en esto cuando escuché el pitido de un coche y a alguien llamando mi nombre. Era Miguel, que “parecía” que estaba conduciendo casualmente por esa zona y me había reconocido ahora ya sola y sin familia alrededor.
Desde ese punto la secuencia de acontecimientos es difícil de ordenar coherentemente. Me imagino que hablamos un poco, me ofreció acercarme en su coche para ahorrarme el paseo de vuelta, acepté la invitación y entré en su coche. Pero en vez de ir directamente a casa o “mi zona” terminamos aparcados en una arboleda oscura cerca de la zona por la que estaba alquilando una casa de verano, besándonos y acariciándonos como hacíamos cuando estábamos juntos hace casi ya diez años. Con Miguel nunca he sido capaz de mantener el control durante mucho tiempo, es lo que me atraía y lo que me hacía saber que lo nuestro nunca podría ser más que una aventura. Tras unos minutos besándonos empecé a tocarle el paquete y sentir la tremenda polla que recordaba del pasado empezar a ponerse dura. Sabía que no tenía mucho tiempo y que la situación no dejaba mucho lugar para preliminares, así que fui directa y susurré mientras me besaba: “quiero tu polla”.
Pero Miguel, como ahora empezaba a recordar que solía hacer, no era complaciente, ni fácil. Disfrutaba dominandome, del influjo que tenía sobre mí. Con mi petición fue tajante, hoy no tendría su polla, haríamos otra cosa. Me ordenó quitarme las bragas mientras estaba sentada en el asiento de copiloto y, simplemente, empezó a masturbarme, a “hacerme un dedo” mientras me susurraba al oído que me corriera imaginando y recordando como me follaba cuando estábamos juntos. Estaba excitada, sus palabras me excitaban más y su mano hacía muy bien su trabajo. No tardé en correrme, gimiendo descontroladamente y disfrutando de un orgasmo masturbado que hace mucho tiempo no tenía. Después de recuperar un poco la respiración y la compostura no había mucho más de lo que hablar, me acercó a mi zona y se despidió de mí simplemente diciendo que había dejado un papel con su teléfono móvil actual en mi bolso. Se quedó con mis bragas.