Vacaciones fuera de lo “normal” 2020 - Fin

Micro-relato final de la saga veraniega de una mujer casada.

EPISODIO 5.

El día en pareja fue maravilloso, después de la mañana en la cala y el “snowballing” posterior (mi marido me ha enseñado esa palabra de sus aficiones pornográficas), hicimos muchas más cosas. Salimos a comer en un restaurante excepcional, bebimos muy buen vino blanco, volvimos a casa y follamos salvajemente antes y después de la siesta. Incluso deje que me penetrara analmente después de una sesión maravillosa de sexo oral y caricias por su parte. Paseamos, hablamos. Hace tiempo que no teníamos un día tan intenso a todos los niveles, pero hace mucho más tiempo que no hemos podido estar solos y relajados. Nos lo habíamos ganado y lo exprimimos al máximo.

Pasaron algunos días y continuamos con nuestra rutina de vacaciones y descanso familiar.  Entonces fuí yo la que recibió un mensaje breve y directo: “me marcho mañana, si sales a pasear esta noche te estaré esperando en la segunda rotonda del paseo”. Esa noche salí a pasear como había hecho otras veces, nada de extraño. Me vestí con un pantalón deportivo corto y camiseta y salí a dar mi vuelta nocturna. Sabía que Miguel me estaría esperando, pero no buscaba el encuentro con el ansia de otras ocasiones. En los últimos días mi actividad sexual había sido muy alta, mucho más de lo que es habitual en mí, asi que el encuentro con Miguel no no era por “pura necesidad”. Sí sabía que sería mi última noche con Miguel, no tenía ningún interés en retomar nuestro romance y seguramente no nos volveríamos a cruzar en años (o en la vida). Así que la disfrutaría con esto en mente. Al llegar a la rotonda pude verlo esperando junto a su coche, me acerqué, cruzamos alguna palabra que ni recuerdo y metí en el coche. Arrancamos y empezó a conducir en una nueva dirección desconocida para mí, poco después llegamos a un pinar también alejado y solitario con un pequeño claro en medio.

Salimos del coche y Miguel fue al maletero. Había preparado algunas cosas para hacer algo parecido a un “picnic romántico”, pero los detalles o elegir bien nunca fueron sus fuertes. Sacó una gran manta que puso sobre el suelo, champán (que ya no estaba completamente frío) y unos vasos de plástico. Nos habíamos encontrado tres veces en estas vacaciones, besado y teniendo encuentros sexuales dos de ellas, pero apenas habíamos hablado, ni puesto al día nuestras vidas. Quizás es lo que pretendía hacer esta noche, yo no tenía demasiado interés en ese plan, pero pasaría el trámite lo más rápido posible para llegar al punto al momento en el que realmente Miguel podía aportarme algo.

Nos sentamos, abrió el champán, me puso un vaso y bebimos un poco. Habló principalmente él, me contó que estaba de vacaciones con su mujer y familia y que en los últimos días había venido su cuñada. Me explicó que esa era la chica que vino a la playa nudista y con la cual ha estaba empezando a tener un “lío” de nuevo. Poco más, yo no hable demasiado de mi vida, no tenía muchas ganas. Al terminar el vaso empecé a besarle, decidí que esta última noche tendría yo algo más de control y marcaría el paso del encuentro. Metida en faena sabía perfectamente a qué había venido. Me desnudé y le dije a Miguel que se desnudara también, hoy teníamos algo más de tiempo porque había salido antes a pasear y me encontré pronto con Miguel.

Me puse a cuatro patas como una perrita y dejé que me empezara a follar por detrás. Miguel no se anduvo con rodeos, no me acarició, ni lamió, simplemente se acercó y metió su polla. Yo estaba lubricada y, siendo sincera con la marcha de los últimos días, más distendida y abierta de lo habitual, así que entró sin problemas y no me causó el impacto de hace unas noches. La metió hasta el fondo y la mantuvo un tiempo en esa posición, quizás queriendo grabar los detalles de mi cuerpo e interior que sabía no volvería a tener a su alcance. Esto me permitió también sentir con calma las maravillas de su miembro, su grosor, calor y dureza y el modo en que me llenaba. Empezó a moverse, a un ritmo más pausado que en otras ocasiones pero con las “embestidas profundas” que puedo reconocer perfectamente como suyas. Estaba disfrutando mucho, elevé un poco mi culo y baje la cabeza y espalda. Dejé que me agarrara por la cintura y fuera él el que moviera mi cuerpo para follarle. Podríamos haber cambiado de posición o parado un momento, pero me estaba encantando y follabamos a un ritmo en el que sabía que podía estar un tiempo sin corrernos, así que simplemente disfrutamos del momento.

En una de sus embestidas se le salió la polla a Miguel y cogió su miembro con una mano para volver a colocarla e insertarla. No se si lo hizo accidentalmente o deliberadamente, lo más seguro que lo segundo, pero en este movimiento restregó su capullo completamente cálido y lubricado por toda mi zona anal. El contacto me gustó, así que dejé que continuara con las caricias. Sé que estaba tanteando, pero el sexo anal con Miguel había sido un problema en el pasado debido al grosor de su polla (aunque suene tópico) y no es tampoco una práctica que me fascine - aunque difruto mucho en momentos mágicos con mi marido, como hace unos díás. Entonces recordé el relato que le conté a mi marido al volver de mi primer encuentro con Miguel. Nuestra escena se parecía bastante a lo que imaginé haber presenciado, así que ¿por qué no llevarla a la realidad?. Me apetecía y creo que mi cuerpo, mi ano y mi esfínter, estaban preparados, distendidos y dilatados con la excitación del momento y la penetración de hace unos días.

Así que en una de estas carícias simplemente arqueé más mi culo dejándolo más apuntado en la dirección del capullo de Miguel. Captó la señal, pero siguió dando pasos lentamente, paró su polla y empujó un poco sobre el ano para medir mi reacción. No protesté, no me retiré, me dejé hacer y Miguel movió un poco más su polla y luego empujó un poco más. Lograr meter su capullo sería la parte más difícil, pero notó como entraba con facilidad y no pudo dejar de señalar el cambio: “¡qué suave lo tienes, se nota que lo has estado usando en estos años!”. Empezó a follarme el culo poco a poco, metiendo cada vez una porción mayor de su polla y no tardó en tenerla toda metida y retomar un ritmo similar al que estábamos teniendo antes en mi vagina. La sensación era extasiante y realmente totalmente diferente a cosas que había sentido antes, no se parecía all sexo vaginal con Miguel, al sexo esporádico con otros hombres o mi marido o al sexo ana que había tenido con mi marido. El grosor y la presión eran completamente diferentes y las señales que se disparaban desconocidas para mí hasta ahora. Continuamos follando así durante varios minutos largos, finalmente comencé a acariciarme el clítoris y poco después empecé a tener varios orgasmos seguidos, menos explosivos que otros, pero muy placenteros y amplificados por la estimulación anal que estaba recibiendo. Cuando terminé con esta cadena, Miguel estaba a punto de correrse y lo anunció. Quería llegar a su clímax dentro de mí, pero no iba a dejarle. Le dije que la sacara y al sacarla hizo una especie de movimiento para darme la vuelta para intentar correrse sobre mi pecho o quizás cara. No se lo permití, la sacó y se corrió sobre mi espalda. Al terminar de correrse fue Miguel el que se retiró un momento para limpiarse la polla con unas servilletas y agua que tenía en su bolsa de picnic. Yo aproveche para limpiarme con la manta y recoger un poco. Cuando estábamos completamente incorporados, miramos nuestros cuerpos desnudos en la oscuridad, nos vestimos casi sin cruzar palabra, metimos las cosas en su coche y volvimos al punto donde me había recogido.

Una vez más nos despedimos con pocas palabras y sin ningún acto de afecto visible (menos en esa zona tan pública de la localidad). Hice el camino de vuelta al apartamento por la playa pensando que quedaban algunos días de vacaciones con mi marido, tendríamos alguna noche para salir a cenar y quizás podría dirigirle a alguno de los lugares que había visitado en estas salidas para tener nuestros propios encuentros. En todo caso, estos días terminarían siendo unas vacaciones extraordinariamente salvajes que me darían las reservas necesarias para lo que seguramente se avecinaba cuando terminara el verano.