Vacaciones en Tenerife
Mi hermano Fernando me pide que me vaya a pasar las vacaciones de verano con ellos a su nuevo domicilio en Tenerife... Esta petición tiene una doble intención: retomar la relación con su hermano menor y que pase tiempo con Sonia, mi cuñada, mientras él se ausenta por trabajo.
Sonia, la mujer de mi hermano, es una mujer de 34 años de estatura media, pelo rubio recogido siempre en una coqueta coleta y de ojos verdes, que hacen que te pierdas en ellos. Su cuerpo, fruto de interminables horas de gimnasio -y de algún retoque de quirófano- es espectacular, con unas tetazas que desafían las leyes de la gravedad, un culito respingón de medianas proporciones y una espalda y piernas que parecen modeladas en arcilla. Un pitonazo, como se suele decir.
El hecho de pasar de vez en cuando con ellos las vacaciones, tenía el aliciente de verla en bikini, la cual desde muy joven era la imagen que usaba para mis pajas… Ese verano no era diferente, sino por el hecho de que hacia unos meses que se habían mudado a Tenerife – los negocios de mi hermano Fernando, iban viento en popa y le permitían vivir de forma muy desahogada- y el hecho de que al haber acabado yo la carrera universitaria ese mismo año, me permitía tomarme las vacaciones de forma mas pausada. Mi hermano me convenció para que pasara el verano con ellos, ya que el nuevo chalet donde vivían era lo suficientemente grande y como el no paraba de trabajar, le vendría bien que estuviera yo por allí para que Sonia no se quedara sola.
A veces, llego a pensar que Fernando trata de restregarme en la cara, la vida que lleva de lujo, como un castigo por no haber querido seguir con la empresa familiar que dejó mi padre -y que tan buenos frutos le había dado a él-, para estudiar una carrera universitaria. El hecho es que, a mis 23 años, no iba desperdiciar la oportunidad de pasar un verano en Tenerife a “tuttiplein”, así que sin pensármelo con una mochila a cuestas, ya estaba aterrizando en el avión en el aeropuerto de Tenerife Norte. Bajé del avión poco despistado y en la terminal vi de lejos que mi hermano Fernando me esperaba con un cartel que ponía “Sr. Canijo”- el mote que me tenía puesto desde pequeño-, y hacía él me dirigí esbozando una sonrisa y echando la mochila al suelo para abrazarlo.
Eres un cabrón, jaja… ¿Y ese cartel?- bromeaba mientras le atizaba en la espalda.
Bueno, sabía que así me encontrarías… Anda, coge la mochila que tengo el coche mal aparcado.- me contestó mientras caminábamos hacía la entrada de la terminal del aeropuerto.
En la puerta estaba estacionado un Hummer gris metalizado, que centraba la mirada de todos los transeúntes; mi hermano echó mi mochila a la parte de atrás y se montó en el coche, y desde dentro me abrió la puerta de copiloto.
-Joder, Fernando, menudo cochazo… - exclamé flipando con todos los detalles del coche.
De vez en cuando hay que darse algún capricho.
¿Alguna vez?, pero si eres un pijo de la hostia… Vives en un paraíso, tienes este cochazo, la lancha, y ese pedazo de mujer que tienes.
De eso te quería hablar, Mario.- susurró cambiando totalmente el tono de su voz.
¿Qué pasa, Fernando? ¿Pasa algo con Sonia?
No, no… No está enferma ni nada; lo que pasa, que con tantos viajes de negocios que tengo, pasa mucho tiempo sola y la noto triste. A eso le añadimos que no era muy partidaria de venirse a vivir aquí, pues no lo lleva muy bien.
Bueno, es que yo también pienso que trabajas demasiado; deberías delegar en alguien de confianza y pasar más tiempo con ella.
Pero, ¿qué dices?. En los negocios no puedes delegar en nadie, Mario. Esta empresa la levantó papá con…
“… Con el sudor de su frente y subiendo desde la nada”- recité de memoria la octavilla que llevaba escuchando desde pequeño.- Ya lo sé, Fernando, pero entonces tendrás que entender que Sonia se sienta sola.
Pues por eso estas tú aquí…- dejó caer ante mi sorpresa- Siempre habéis tenido muy buena relación, y ahora que tengo que salir a unos negocios en verano, me gustaría que estuvieras aquí. Le servirías de distracción.
-Vaya, ¿así que me traes como mascota para tu mujer? Jajaja- repliqué a mi hermano, que pareció sentirse mal por mi ocurrencia, por lo que le exclamé- Tranquilo, hermano, si mi trabajo es estar en un chalet en Tenerife, acompañando a mi cuñada mientras me ligo ala mitad de la isla, no tienes problema: yo soy tu hombre.
-Gracias, Mario, sabía que podía contar contigo para lo que hiciera falta- me dijo mirándome a los ojos, con un sentimiento de profunda admiración que me sorprendió en mi hermano.
El resto del viaje hacia el chalet lo pasamos charlando sobre la universidad, sobre las fiestas que me había pegado, sobre mis ideas de futuro, hasta que llegamos a la puerta de la urbanización. Aparcamos tras atravesar una lujosa entrada a un grandísimo chalet, mientras dos perros enormes jugueteaban alrededor del coche. Nos bajamos y los perros, jugaban con mi hermano y me olisqueaban simpáticos a mí. Cogí mi mochila y nos dirigimos a la casa principal.
En la entrada, apoyada en el dintel de la puerta, estaba ella. Sonia. Me sonrió desde lejos, agitando su mano; estaba preciosa, con un bikini puesto que resaltaba más aún sus impresionantes tetas y un pareo tapando la parte de abajo pero dejando al aire sus muslos duros y tersos.
- Hola canijo, como me alegro de que estés aquí- exclamó feliz mientras me daba un fuerte abrazo, con lo que sentí sus pechos apretados en mi torax..
- Hola cuñadita, ¿tú también con lo de canijo?- le contesté protestando mientras la besaba en las mejillas.
- Ya sabes, todo lo malo se pega, jaja. Pero veo que el invierno te ha sentado bien porque has cogido peso.
- Sí, salgo con la bicicleta y voy a la piscina a nadar.
- Bueno familia, vamos para dentro que nos vamos a morir de calor- interrumpió mi hermano mientras pasaba por nuestro lado, cargando con mi mochila.
Ese día durante toda la tarde no salimos de la casa, poniéndonos al día sobre nuestras vidas y compartiendo confidencias. Llegada la noche y después de algunas cervezas decidimos irnos a la cama, porque al día siguiente mi hermano tenía que madrugar para trabajar. Ellos dormían en el cuarto de matrimonio de la planta de arriba mientras a mí me había preparado mi hermano la casita que había la lado de la piscina, para que tuviera más intimidad.
- Espera que te dé una sabana que no tengas frio en esa casita, porque corre más aire que aquí en la casa.- me dijo Sonia visiblemente preocupada por su invitado, o sea, yo.
- No te preocupes, cuñadita… Hace calor y no vendrá mal que corra un poco de aire fresco para dormirme.
- Anda, deja al chico…- protestó entre bromas mi hermano- Además le vendrá bien tener un poco de espacio, por si quiere traer alguna amiga durante el verano, jaja.
- Pero, ¿qué dices?- replicó Sonia visiblemente molesta.
- Era broma, nena, jajaja. Ya sabe que mi hermano siempre ha sido muy paradito en esas cosas.
Así me dirigí a la casita que, aunque pequeña, era muy acogedora. Con un solo cuarto con una cama en un lado, una televisión colgada del techo y una barra a modo de cocina americana. En la pared de enfrente estaba una pequeña puerta que daba paso a un aseo con placa de ducha y poco más. La verdad que me gustaba. Me desnudé me di una ducha fría y con unos boxer puestos me dispuse a dormir; pero como ritual de cada noche, empecé a sobarme la polla que ya formaba un gran bulto en mi entrepierna. Mis18 cmpugnaban por salir de su prisión y los liberé. Empecé a hacerme una soberana paja con los ojos cerrados, acordándome de una azafata del avión en el que había venido y de la cual había conseguido el teléfono. Mis huevos que llevaban una semana sin descargar agradecían el esfuerzo liberador y cuando casi estaba llegando a la corrida más bestial que iba asentir en mi vida…
- Mario, te traigo una sabana más por si… ¡Diooooos!- mi cuñada Sonia entró en la habitación, pillándome con mi durísima polla en la mano, mientras dejaba caer las sabanas al suelo para taparse los ojos.
- So…Sonia- balbuceé mientras se me cortaba las ganas de correrme de repente y veía como la mujer de mi hermano salía de la habitación avergonzada sin mirar atrás.
El silencio de mi habitación era super incomodo y, por supuesto, yo no me atreví a ir en su busca por lo violento de la situación; incluso, si se lo contara a mi hermano supongo que éste lo entendería, ya que su mujer había entrado en mi habitación sin llamar. Mientras pensaba todo esto y la imagen de mi cuñada no se iba de mi cabeza, me dí cuenta que mi mano no paraba de moverse y pronto empecé a correrme como una bestia, llenándome las piernas, los huevos, el vientre y el pecho de la corrida más abundante que había tenido en mi vida.
(Continuará)