Vacaciones en Madrid
M/FF, incesto, aprendizaje
Vacaciones en Madrid
-Este calor va a acabar conmigo, te lo digo yo -dijo Marcos nada más llegar al portal del bloque de pisos donde vivían él y su madre cargado con bolsas del supermercado.
-No exageres, es el mismo calor de todos los años. Ya sabes que en Sevilla siempre pasamos de los cuarenta grados en verano -respondió su madre, que había ido con él a comprar.
-Sí, pues yo no me acostumbro a esto por muchos años que pasen. Además, sólo llevamos tres en Sevilla. Madrid es caluroso, pero esto... esto es demasiado..
-Anda, no te quejes tanto y ve cargando las bolsas en el ascensor -le dijo su madre con tono algo bromista.
Ambos entraron en el portal, donde hacía algo menos de calor, y Marcos cargó las bolsas en el ascensor mientras su madre miraba el buzón para ver si había recibido alguna carta. No había llegado nada, así que los dos subieron a la séptima planta, donde vivían, y, después de guardar toda la compra, se sentaron a tomar un refresco en el salón.
-Buf, la verdad es que tenías razón, hace un calor espantoso -dijo la madre de Marcos.
-¡Y tanto que lo hace! Y lo peor es que el hombre del tiempo dice que van a subir un poco más las temperaturas.
-Lo que nos faltaba...
-En fin, yo sólo espero que...
El teléfono interrumpió a Marcos, que se levantó para contestar rápidamente.
-¿Sí? -preguntó-. ¡Ah! Es la tía Marta, mamá.
-Voy -dijo su madre.
Las dos hermanas estuvieron hablando un buen rato al teléfono y, cuando terminaron, la madre de Marcos se volvió a sentar, sonriendo.
-Bueno, tengo buenas noticias para ti -dijo.
-¿Cómo de buenas?
-Pues nada más y nada menos te vas a ir a Madrid con tu tía y tu prima a pasar el tiempo que quieras en su casa de campo. Recuerda que tienen una piscina estupenda, un montón de césped alrededor...
-¡No me digas! -exclamó Marcos entusiasmado.
-Sí, te lo digo, y también te digo que vayas a la calle Zaragoza a comprar el billete del AVE. Procura que te lo den para mañana por la mañana temprano.
-Vale, salgo ahora mismo -dijo Marcos sonriendo.
-Saca dinero del cajero de la esquina y ten cuidado no te lo vayan a quitar -le dijo su madre.
-No te preocupes.
Marcos salió de su casa rápidamente, olvidándose del calor, y fue al cajero automático de la esquina. Sacó dinero y fue a la parada del autobús para ir a la Plaza Nueva, que estaba muy cerca de la oficina de billetes de Renfe. La línea 34, como de costumbre, no se hizo esperar demasiado y, además, Marcos tuvo la suerte de que le tocara uno de los autobuses que llevan filtros ultravioleta en las ventanas, así que la luz de dentro era muy agradable. El potente aire acondicionado, además, hizo del trayecto una experiencia agradable.
Al cabo de un cuarto de hora, Marcos llegó a la Plaza Nueva, en el centro de Sevilla, donde está el ayuntamiento. Un par de minutos después, estaba sentado en la oficina de billetes de Renfe comprando el billete para el día siguiente. Por suerte, había de sobra, así que estuvo en la parada del autobús de nuevo en un santiamén. Éste llegó a los dos minutos y, al cabo de un rato, estuvo de nuevo en su casa, cerca de Heliópolis.
-¿Ya lo tienes? -le preguntó su madre.
-Sí, aquí está -dijo mostrándoselo.
-Estupendo, me das envidia -admitió poniendo una falsa cara de pena.
Marcos sonrió y aquel día lo pasaron con total tranquilidad en casa, a salvo del calor abrasador de Sevilla. Por la mañana, Marcos cogió su bolsa de viaje, que había preparado la tarde anterior, y cogió un taxi. Al rato, estaba en la estación de Santa Justa, donde lo esperaba el AVE. Pasó por el escáner de seguridad y, al poco, estaba sentado en el futurista tren de alta velocidad. Puntal como un reloj, partió de Sevilla y en poco tiempo alcanzó los 300 km/h. Después de dos horas en las que casi ni se notaron vibraciones de ningún tipo, llegó a Madrid.
Cuando se bajó del tren, vio que su prima Vanessa, de veinte años, lo estaba esperando muy sonriente. Estaba con una amiga de su misma edad que se llamaba Alicia y los tres salieron de la estación y decidieron coger el metro, puesto que el coche que tenía estaría en el taller hasta por la tarde. De las once líneas que tenía el metro de Madrid en 2001, la 1 era la que pasaba por la estación Puerta de Atocha, así que la cogieron y, después de unos quince minutos, llegaron al barrio donde vivían su tía y su prima.
Durante el trayecto, Marcos se había dado cuenta de lo amable que era su prima y lo simpática que era Alicia, ambas dos años mayores que él. Las dos estudiaban Derecho y estaban bastante bien. Vanessa no era muy alta, pero tenía pecho muy abundante y anchas caderas, lo que hacía que tuviera un culo más que apetecible. Su amiga, por el contrario, era rubia y tenía ojos azules. Era delgada y de pechos medianos. Tenía una figura muy agradable, casi de modelo, aunque no siendo demasiado alta. A las dos, aunque él no se había percatado de ello, les gustaba Marcos, que desde luego era un joven muy atractivo, siendo razonablemente musculoso, alto y sin un gramo de grasa.
La tía Marta acababa en el trabajo aquel día, así que al día siguiente saldrían para la casita de campo que tenían. El piso, por tanto, en aquel momento estaba vacío salvo por ellos tres, que se sentaron en el salón. Empezaron a charlar con tranquilidad tomándonse un refresco y, poco a poco, la conversación fue girando hacia el tema de los noviazgos.
-Vaya, no me creo que no tengas novia, Marcos -dijo Alicia sonriendo incrédula.
-Pues no, hace ya mucho que no ligo nada -admitió.
-Buf, entonces como tu prima Vanessa, que hace ya un año que nada de nada -dijo, y se rio.
-Ah... ¡qué graciosilla eres! -dijo entre risas Vanessa.
-Vamos, pero si es verdad... Y tu madre otra igual; desde que se divorció nada de nada tampoco... ¡Vaya dos! -dijo, y la dos se rieron.
Marcos se rio, pero estaba algo sorprendido por el desparpajo con el que hablaban de aquel tema dos veinteañeras como ellas.
-Y encima os lleváis al pobre de Marcos con vosotras... ¡Portaos bien con él! -dijo entre risas-. Tú ten cuidado con estas dos, que son muy peligrosas -añadió mirando a Marcos.
Marcos sonrió mientras ellas se reían y seguían bromeando.
-Bueno, espero que no te hayamos escandalizado mucho... Es que cuando llega el verano nos volvemos locas las dos -dijeron después de un rato.
-Bah, no os preocupéis, no pasa nada -dijo Marcos con una sonrisa maliciosa.
-Oye, por cierto, ¿te quieres venir esta noche al piso de los padres de mi novio? Pensábamos ir allí Vanessa y yo a ver una película o algo y tomar unas copas.
-Ah, por mí encantado.
-Entonces, hecho -dijo-. Sabes dónde es, ¿no, Vane?
Ésta asintió.
-Bueno, pues yo os dejo, que si no me quedo aquí todo el día. Pasaos por allí a eso de las 11, ¿vale?
Los dos estuvieron de acuerdo y, cuando se hubo ido Alicia, se sentaron de nuevo a charlar en el salón.
Alrededor de las tres llegó la tía Marta, una mujer muy parecida a Vanessa, pero algo más gorda debido a su edad, que pasaba ligeramente de los cuarenta. Tenía, por tanto, pecho muy abundante, culo amplio y pelo castaño oscuro. Era tan simpática como Vanessa, aunque carecía ya del pequeño toque tímido que tenía ésta.
Los tres almorzaron muy bien y luego estuvieron charlando la mayor parte de la tarde, aunque a eso de las siete, Vanessa dijo que podían ir a dar una vuelta por Madrid. A Marcos le gustó la idea, así que los dos salieron, ya vestidos para la noche, a la calle. En primer lugar se acercaron al complejo Azca, la zona de rascacielos de Madrid y una de las zonas comerciales más importantes. Luego, cogieron el metro y se dirigieron al casco antiguo de la ciudad. Pasaron por la Plaza del Callao y por la famosa calle Preciados y luego fueron por la calle de Alcalá hasta la Plaza de la Cibeles, donde está la famosa estatua de la diosa. Ya allí, Vanessa propuso ir a algún sitio a comer, así que los dos se fueron a un McDonald's (no tenían mucho dinero aquella noche). Cuando terminaron de comer eran ya algo más de las diez, así que fueron a la estación de metro de la calle Serrano, en la línea 4. Al sacar la cartera que llevaba Vanessa en un bolsillo del pantalón, un par de condones (de los que vienen envueltos en plástico transparente y son de color amarillento) cayeron al suelo. Los dos lo miraron y Vanessa se apresuró a cogerlos y, cuando se levantó, Marcos vio que estaba totalmente sonrojada.
-Son para... son... -tartamudeó nerviosa como si aquello fuera algo grave.
-No me lo tienes que decir si no quieres, Vanessa, está tranquila -dijo Marcos.
-¿Quieres que te diga la verdad?
-Claro, si tú quieres.
-Me da vergüenza decirlo, pero pensaba que esta noche tú y yo a lo mejor...
Marcos se quedó pensativo un momento, asimilando lo que le acababa de decir.
-Tú a mí me gustas mucho, si quieres saberlo -reconoció Marcos-, pero no pensaba que el sentimiento fuera mutuo. Pensaba que estabais de cachondeo esta mañana las dos.
-No, al menos yo no, pero... debes pensar que soy una fresca o algo así... Yo fui la que insistió en que vinieras a pasar unos días con nosotras y, si te soy sincera, creo que hasta a mi madre no le importaría... bueno, ya sabes....
-¿Hablas en serio? -preguntó Marcos alucinado.
-Totalmente, pero no te enfades...
-O sea, que me habéis traído aquí para eso... -dijo Marcos sonriendo.
-Bueno, no sólo... No esperábamos que fuéramos a ser capaces de decírtelo, pero de todos modos nos caes muy bien desde siempre y queríamos que te vinieras... Si, además, caía algo... pues mejor que mejor...
-Por cierto, ¿estás segura de que quieres que vayamos a casa de Alicia?
Vanessa pensó durante un momento.
-Creo que no -dijo esbozando una sonrisa pícara-. ¿La llamo y le digo que no vamos? Te lo pregunto por si prefieres un trío esta noche. Mi madre se apunta seguro.
-¿Tú qué crees? -preguntó Marcos riéndose.
Vanessa canceló la cita con Alicia y cogieron el tren en sentido inverso. Luego transbordaron a la línea 1.
-Creo que voy a tener que comprar una caja de condones. Estos dos me sobraron de la última vez que estuve con un chico, hace más de un año, así que mejor será que compre nuevos.
-¿Tu madre no tiene? -preguntó Marcos.
-¿Mi madre? Ésa no lo hace desde hace años con un tío -dijo Vanessa sonriendo mientras salían de la boca de metro a la calle. Marcos no captó lo que Vanessa había querido decirle con "un tío".
Encontraron una farmacia de guardia fácilmente cerca de la casa de Vanessa y su madre, así que no tardaron en llegar. Cuando entraron, Marta estaba sentada en el salón, viendo la tele en camisón. Se sorprendió bastante al verlos entrar y se puso de pie.
-¿Qué ha pasado? -preguntó algo alarmada.
-Nada, tranquila... Es sólo que este chico que ha venido de Sevilla dice que le apetecería saber qué se siente al hacerlo con una tía y una prima. Ha insistido en comprar condones ahí abajo...
La tía de Marcos se echó a reír.
-¿Y qué le hace pensar que vamos a querer? -preguntó seria.
Por un momento, Marcos creyó que iba en serio.
-Creo que piensa que estamos coladas por él -dijo Vanessa.
-Puede que tenga razón... -admitió Marta.
-¿Y si nos vamos a tu dormitorio y seguimos hablando allí? -preguntó Vanessa.
-Buena idea... -contestó Marta.
Las dos se acercaron a Marcos y lo cogieron cada una de un brazo y lo llevaron así hasta el dormitorio de Marta. Marcos se quedó en la puerta mientras las dos se ponían la una enfrente de la otra al lado de la cama. Para su increíble sorpresa, las dos se empezaron a besar en la boca con toda naturalidad, acariciándose las tetas y el culo mientras lo hacían. Luego, Vanessa agarró el camisón de su madre por abajo y se lo quitó sacándoselo por la cabeza. Marta se quedó en sujetador, que casi no podía con sus enormes tetas, y bragas, ambas prendas de color negro. No tardó mucho en quitárselas y, cuando lo hizo, el espeso bosque negro de entre sus piernas quedó ante los ojos de Marcos, así como sus grandiosas tetas de pezones rojos y gordos. Una vez desnuda, le llegó el turno a Vanessa, que dejó a su madre que la desnudara despacio y delicadamente, dejando al aire los encantos que tantas ganas tenía yo de ver. Sus tetas eran, en efecto, enormes y muy duras, pero su coño no tenía pelo, se lo había depilado.
Magreándose, las dos se tumbaron sobre la cama y se empezaron a besar de nuevo. A Marcos le iba a dar algo viendo aquello, viendo sus cuerpos contoneándose sobre la cama, sus piernas entrelazadas, sus lenguas compartiendo saliva, sus pequeños pies con las uñas pintadas en violeta jugueteando con sus cuerpos, sus manos acariciando sus entrepiernas... Jamás se hubiera imaginado que eran bisexuales y aquel espectáculo lésbico estaba provocándole una erección de dimensiones tan descomunales que creía que le iban a reventar los pantalones.
Al cabo de unos cinco minutos, las dos repararon en Marcos, que esperaba impaciente una señal. Marta se levantó y avanzó hacia él. Lo cogió de una mano y lo llevó hasta la cama. Una vez sentado en ella, aquellas dos hembras ardientes se abalanzaron sobre él y lo desnudaron de forma casi violenta. Marcos era un chico bastante bien dotado, así que las dos se llevaron una grata sorpresa al ver su miembro de veintiún centímetros apuntando fieramente hacia el techo.
Sin pensárselo dos veces, Marta sacó un condón de su envoltorio de plástico y se lo puso a su sobrino, que inmediatamente sintió el calor del coño de su tía en su polla. Marta empezó a botar sobre el cuerpo del joven mientras Vanessa se ponía en cuclillas sobre su cara para recibir una buena chupada en su coño. Las dos se cogieron de las manos sobre el cuerpo de Marcos mientras éste gozaba del sabor del coño de su prima y del polvo que le estaba echando su tía. Todos poseían y eran poseídos y no tardaron en gemir de placer desesperadamente. Marta se corrió un par de veces antes de que Marcos se corriera en el condón y Vanessa lo hizo una vez gracias a la hábil lengua de su primo.
Pero aquellos días en Madrid no acabaron allí ni mucho menos. Marcos se quedó dos semanas con ellas, durante las cuales echó dieciséis polvos con su tía, quince con su prima e hizo que se corrieran más de cuarenta veces cada una. Marta, además, le permitió que le follara el culo y las dos le hicieron varias mamadas. Lo más sorprendente (o quizás no tanto) fue el hecho de que en abril del año siguiente, tanto Marta como Vanessa pasaron por el paritorio, con lo cual quedó demostrado que los condones no cumplieron bien su misión. La madre de Marcos nunca dijo nada, pero supo que el resposable de aquellos dos embarazos había sido su hijo, que había debido satisfacer muy bien a su hermana y su sobrina.