Vacaciones en la sierra (08)

Encontrar el lugar apropiado para seguir compartiendo el verano con los vecinos no es fácil, sobre todo cuando la sangre no se acumula en la cabeza para pensarlo...

Como pocas veces, según llegué a casa esa noche, me quedé dormido como un bendito nada más meterme en la cama. Y es que, como suele decirse, y en esta ocasión nunca mejor dicho, estaba follado. Folladísimo, vaya. A la mañana siguiente fue mi hermana la que me despertó. Abrir los ojos tras 8 horas de sueño y encontrarse con el escultural cuerpo de Laura ataviado tan sólo por el famoso bikini naranja, era un despertar cojonudo. Estaba visto que su iniciación a los vecinos en el mundo del incesto la hacía levantarse aún más temprano de lo habitual, y prepararse para el ataque exhibiendo sus encantos para recibir su buena ración de placer diario.

  • ¡Vamos, remolón, levántate de una vez, que nos están esperando estos!

Joder, qué prisas. Le dije que fuese ella yendo a casa de los vecinos que yo me pasaría por allí en la buena media hora que necesitaba para despabilarme del todo, que si bien a mis buenos 16 años uno podía estar dándole todo el día (con el aliciente de contar con dos bellezas de la talla de Laura y Alicia), la novedad de vaciar las pelotas unas cuantas veces en el mismo día a costa de mi hermana y la vecina me exigía regresar al mundo de los despiertos con las pilas cargadas por lo que, impepinablemente, iría a ocurrir.

Una vez despierto, despejado, bien desayunado, aseadito y equipado con el uniforme oficial de las vacaciones (bañador, camiseta, chanclas y toalla al hombro), enfilé para la casa de los vecinos.

Allí estaban los tres, tirados sobre las toallas en el césped, bien resguardados del sol de mediodía a la sombra de uno de los árboles del jardín. Tras los buenos días y los pertinentes "dormilón" y "vaguete", estiré mi toalla junto a las suyas y me tumbé cual largo era.

-Estábamos hablando de lo de anoche -me dijo mi hermana. La sonrisa con lo que lo decía, junto con las miradas de complicidad de Alicia y Manu me alivió de que la conversación no derivase en algo del tipo "ha sido un error y no habremos de repetirlo jamás".

  • Tenemos que repetirlo cuanto antes -apostilló Manu con la mirada encendida como leyéndome el pensamiento.

  • Además, Alicia tiene un regalito para tí -dijo melosamente Laura, pasando su mirada de mí a su amiga.

  • Ya ves -soltó Laura sonriendo con ironía-, la guarrilla de tu hermana, que es una mala influencia...

  • Enséñaselo, enséñaselo -la animó Manu.

Joder, yo no sabía que iba a encontrarme, cuando incorporándose lo justo, Alicia deslizó el borde del bikini que cubría su sexo hacia un lado y me ofreció una fugaz vista de su coñito totalmente rasurado, visión que me dejó de piedra y le otorgó a mi miembro la misma dureza al alcanzar la primera, y brutal erección del día. Sabía que no era cuestión de abalanzarme sobre ella y, si no regalarle un generoso lametón, acariciarlo para sentirlo al tacto, pues a esas horas sus padres deambulaban entre la casa y el jardín. Me quedé sin palabras.

  • ¿Te gusta? -inquirió con un susurro cargado de algo más que erotismo.

  • Joder que si me gusta... logré decir totalmente alucinado.

  • Pues agradéceselo a mi hermano, esta mañana se ha levantado con esa idea y hasta que no lo ha conseguido no me ha dejado en paz -prosiguió Alicia.

  • Pues anda que no te ha debido gustar -protestó Manu en broma-, sobre todo la lecha hidratante que te he dado después...

Todos estallamos en risas, por lo visto, la vecina le había recompensado a su hermano con una mamada de campeonato, según sus propias palabras. La conversacín derivó, lógicamente, en las coartadas que nos debíamos inventar para, si no esa misma mañana, ponernos a follar como locos cuanto antes. He de confesar que es una suerte increíble compartir las mismas ganas de sexo con alguien que siente la misma imperiosa necesidad de aplacar sus más bajas pasiones a base de orgasmos, y más aún cuando Alicia y Laura entran en juego.

El problema de esa mañana, como en muchas otras ocasiones, era, como digo, la intermitente presencia de los padres de los vecinos por el jardín, por lo que, quitando escarceos, toqueteos y calentones a raudales, perfectamente disimulables dentro del agua, pasar a mayores iba a ser tremendamente complicado por no decir imposible.

Así que el primer asalto comenzó en el agua. Nos metimos los cuatro en la piscina, y empezamos a jugar con una pelota, el clásico "balón prisionero", esto es, pasarlo de uno a otro mientras alguien, en el centro, intenta interceptar la pelotita de marras. Esto nos ofrecía la posibilidad de que, por lances del juego, el que se situaba en el centro, podía abalanzarse sobre el que tenía en ese momento la pelota. Alicia se ofreció la primera. Tras pasarnos la pelota unas cuantas veces, cuando me llegó a mí la sostuve el buen rato que tardó la vecina en echarse encima mío intentando atraparla, cosa difícil pues tenía la pelota bien sujeta detrás de la espalda. Comenzó a intentar saltar sobre mí, pegando bien su cuerpo y haciendo que su intención era coger la pelota, lo que hacía que sus tetas se rebozasen en mi cara. Aproveché la proximidad para acariciar aquél coñito recién depilado, metí la mano libre dentro de la braguita del bikini tan abajo como pude y fuí subiéndola lentamente dejando que el dedo corazón fuese recorriendo su imberbe rajita. Alicia tenía un clítoris bastante abultado, con unos labios carnosos que, gracias a la ausencia total de pelitos, le sobresalía levemente de entre la rajita, Durante el breve, pero intenso repaso que le estaba dando en ese momento, me detuve a estimularlo, a frotar mis dedos en su sexo, y justo antes de sacar la mano de su braguita, volvía utilizar el dedo corazón para penetrarla, sintiendo todo el calor de su interior, tan alejado del frescor del agua de la piscina.

Cuando noté que sus saltitos disminuían de intensidad, solté la pelota y se la pasé a mi hermana. Una fugaz mirada satisfecha de Alicia, y se volvió para abalanzarse, esta vez, sobre Laura, de una manera tan impetuosa que acabaron las dos debajo del agua. Con la excusa de recuperar el balón, las manos de ambas recorrieron los pechos de la otra, sus sexos, sus culitos. La excitación que me estaban provocando me hizo echarle una mirada a Manu para saber si también él estaba tan empalmado como lo estaba yo. La sonrisilla que me devolvió antes de que los dos volviesemos a mirar la "lucha" de nuestras hermanitas me dejó claro que si, en ese momento, nos pusiéramos los dos a nadar, levantaríamos el gres del fondo de la piscina con las pollas. El juego se desarrolló de la misma forma durante un buen rato, todos tuvimos nuestro momento en el centro del círculo que aprovechamos para tocarnos y restregarnos siempre que alguna de las dos chicas tenía el balón. Finalmente, todó derivó en ahogadillas nada inocentes, Manu empezó con su hermana, yo con la mía y nos las cambiábamos (o nos cambiaban ellas); debajo del agua los escarceos eran mucho más evidentes, de forma que, cuando fuimos a salir del agua, nos cercionamos de que los padres de los vecinos no estaban cerca, para que Manu y yo pudiésemos volver a las toallas sin miedo a que nadie más de nuestro círculo advirtiese las tremendas tiendas de campaña que lucíamos en el bañador.

Manu y yo no tuvimos más remedio que recostarnos sobre el césped y utilizar las toallas para taparnos el bulto de la entrepierna, y cuando ya pensábamos que aquéllo no podía crecer más, las chicas, con la excusa de tumbarse mejor o de coger una camiseta o las chanclas que estaban al lado de la toalla, se ponían a cuatro patas, se estiraban, sabiendo que haciéndolo nos ponían aún más cachondos.

  • ¿Quién me ayuda a echarme crema? -preguntó con una amplia sonrisa mi hermana. Justo en el momento en el que tanto el vecino como yo nos íbamos a lanzar literalmente encima de mi Laurita para echarle crema o lo que buenamente pudiésemos, Alicia nos paró en seco. Su madre había aparecido en escena al ir a arreglar unas flores del jardín, y con ella cerca, ver cómo uno de nosotros se sentaba encima de Laura acoplando su erección entre las sugerentes nalgas de mi hermana no iba a llevar a nada bueno. Así que fue la propia Alicia la que se prestó a embadurnarle de crema la espalda. Del mismo modo, el espectáculo era maravilloso. Alicia subida sobre mi hermana, su coñito encima del culito de Laura, la crema resbalando de entre sus manos, que firmemente masajeaban la espalda, bajando desde los hombros hasta la braguita del bikini, que bajaba un par de centímetros, los justos para dejar ver el inicio del culete de mi hermana. La visión me hacía apretar cada vez más la toalla contra mi paquete, cómo me hubiera gustado en ese momento atacarlas por detrás, deslizar mi polla entre el culito de una y el chochete de la otra, embadurnarla bien de crema y restregarla entre las dos. Pero ACHTUNG, intruso, intruso... su madre seguía allí. En unos minutos, Laura era la que le estaba devolviendo el favor a Alicia, que recibía de buen agrado el protector solar con un masaje que seguro afectaba positivamente a su líbido. Tras eso, estuvimos tumbados un buen rato tratando de alejar de la cabeza todo lo que tuviese que ver con el sexo, para intentar que tanto a Manu como a mí se nos bajase la erección, pues se acercaba la hora de comer y cualquiera se levantaba de allí dando el cante.

Quedamos con los vecinos en vernos nada más terminar de comer, ya se nos ocurriría algo para estar entonces los cuatro a solas para aplacar el calentón que todos teníamos. Tuve que contenerme de lo lindo para no llegar a casa y follarme viva a mi hermana, cosa que a ella también le costó, así que, tras una ducha fulgurante, nos dispusimos a comer rapidito para volver a quedar con Laura y Manu lo antes posible. Mis padres se mostraron extrañados de que Laura y yo saliésemos según acabábamos la comida, y mi hermana tuvo que suplicar un buen rato para que le perdonasen las horitas de estudio, aunque finalmente consiguió librarse de los libros esa tarde. Les dijimos que nos excusasen el postre, que habíamos quedado con los vecinos para tomar un helado en el bar de la urbanización, así que, con la excusa perfecta, nos fuimos. Cuando llegamos a casa de Manu y Laura, pusimos la misma excusa a sus padres y salimos a dar una vuelta por la urbanización.

  • Podíamos ir al chalet que están construyendo al lado de la rotonda de la calle de arriba -sugerí para poder estar a solas lejos de las miradas de curiosos.

  • ¿No estarán los albañiles? -preguntó Manu.

  • ¿Hoy domingo? Vamos, no me jodas... inquirí dando a entender lo perfecto que era mi plan.

  • Ya, ¿y si por un casual se pasan por allí los dueños para ver como van las obras? -esta vez era mi hermana la que le encontraba peros al asunto. - Imagina que estamos ahí dentro, tranquilamente y de repente aparecen...

  • Podemos subir a la última planta y si se presentan allí, como tienen que entrar con el coche dentro de la parcela, podemos bajar por una rampa que utilizan los albañiles para subir las carretillas en la parte de atrás de la casa, y desaparecer por la calle de abajo -señaló Alicia con una lógica aplastane que nos dejó a todos de piedra. Joder con la vecinita...

Como no precisamos de ningún otro plan ni estrategia, nos dirigimos al chalet en construcción. Era una casa enorme, de tres plantas de altura, construida en piedra y ladrillo, al que le faltaba el recubrimiento correspondiente en todas las paredes. Las obras iban muy avanzadas pero todavía quedaba trabajo por hacer, La estructura en sí, la compartimentación de las habitaciones estaba hecha, pero las escaleras, por ejemplo, eran simples rampas con escalones de ladrillo, el suelo de cemento sin pulir... pero resultaba el lugar ideal para esconderse del resto del mundo. El único peligro, además de poder ser sorprendidos por los dueños, era acercarse a las ventanas de la parte delantera de la casa, ya que, si bien ésta se encontraba bien dentro de la parcela, podían ser vistas desde la calle, por lo que si alguien paseando miraba hacia el chalet, podía vernos sin ninguna dificultad. Aunque a aquellas horas, en la sobremesa, con el sol picando desde lo más alto, pocos se atrevían a pasear por la urbanización. Subimos por la parte de atrás, por la "rampa de emergencia" según la había descrito Alicia. En esa zona las ventanas, simples huecos en la pared de ladrillo, quedaban al resguardo de unos frondosos árboles, por lo que nadie podría vernos desde la calle a la que daban.

El simple hecho de darme cuenta de que estábamos realmente solos hizo que una erección más que considerable aflorara dentro del pantalón, lo mismo ocurría con Manu, que, nada más tener constancia de que no había por allí nadie que pudiese molestar, empezó a tocarle el culo con ganas a mi hermana, que recibía el gesto con agrado. Aproveché que Alicia estaba haciendo la última comprobación asomada a una de las ventanas traseras para aproximarme a ella desde atrás, presionándola con mi cuerpo contra la pared, restregando mi paquete contra su culo, ligeramente en pompa asomada como estaba. Era genial, mi polla aún en el pantalón, recorría la raja de su culo también vestido, hacia arriba y volviendo a bajar. Mis manos pasaron de agarrarla por las caderas a sujetarle firmemente desde atrás sus pechos perfectos, primero por encima de la camiseta, y buscando el calor y el tacto de su piel después. Con las manos dentro de la camiseta, buscando sus pezones, pellizcándolos con cuidado, Alicia se dejaba hacer, pequeños jadeos escapaban de su boca mientras mi polla seguía describiendo el mismo camino primero ascendente, después descendente, bien pegada a ese culo maravilloso, a la vez que la besaba el cuello y las orejas. No necesité más para querer abarcar ese culazo. Alicia seguía en la misma posición, apoyada sobre sus codos en el marco de la ventana, y aproveché su situación para arrodillarme justamente detrás, quitándole de un tirón el pantaloncito y las bragas, prendas que quedaron tensamente sujetas entre sus tobillos. Allí la tenía, totalmente expuesta desde atrás, las piernas separadas dejaban entrever su reluciente e imberbe coñito, y el minúsculo agujerito de su culo. Ese pequeño orificio fue el primero de mis objetivos. Situando la cara entre sus nalgas, comencé a lamerlo, a intentar penetrarlo con la lengua, empujando cada vez más y más fuerte. Si bien Alicia ya no era virgen, se me estaba presentando la ocasión de desvirgar ese maravilloso ano, primero con la lengua, asestando largos y profundos lametones que se traducían en suspiros ahogados de placer en el cuerpo de la vecina.

Tardé un buen rato en darme cuenta de que sus gemidos no eran los únicos que inundaban aquella habitación vacía y a medio terminar. Sustituyendo la lengua por mis dedos para seguir deleitando el culito de Alicia pude girarme para ver que mi hermana y Manu no estaban perdiendo el tiempo. Se habían dado bastante prisa para desnudarse y en arreglarse para hacer un 69. Manu estaba tendido bocarriba y mi hermana, sentada sobre la cara del vecino, le masturbaba con ganas. En cuanto ésta me vió, procedió a echarse literalmente sobre el cuerpo de aquél para engullirle el nabo hasta la raiz, sin dejar de mirarme, como demostrándome la zorrita displicente en que se había convertido. Guiado por la necesidad extrema de las atenciones que me exigía el miembro, me bajé de un tirón los pantalones y el calzoncillo y me dirigí a donde se encontraban. Me puse exactamente sobre los pies de Manu y, agarrando a mi hermana del pelo, le hice notar lo que necesitaba mi polla en ese momento. Obediente, se sacó el rabo del vecino de la boca y, mientras le seguía masturbando se tragó el mío, hasta el final, y empezó a mamármela como sólo ella sabe. Alicia se unió al numerito desnudándose del todo, y volvió a pegarse contra mi cuerpo regalándome su boca, sus labios, su lengua en un beso que no hacía sino excitarme más. Pero estaba listo si creía que la vecinita sólo iba a participar en ese juego con sus besos. Me ayudó a quitarme la ropa que aún tenía puesta, quedando por fin los cuatro en pelota viva. Sus manos se pasearon por todo mi cuerpo, agarrándome la polla por la base, apretándola para que en todo su esplendor apareciese y desapareciese de la boca de mi hermana, y acariciándome las pelotas desde atrás. Justo cuando pensaba que el momento no podía ser más placentero, Alicia se pegó a mí y me susurró.

  • Ahora me toca a mí...

Pensaba que lo que quería era que fuese ella la que se tragase mi rabo, pero sin tiempo a reaccionar, ví como, poniéndose de rodillas tras de mí, su lengua buscaba mi culo como había hecho yo con ella minutos atrás. Si llegados a ese punto existía algún tipo de pudor, la vecina se afanó por vencerlo, y el increíble placer que me brindaban las bocas de las dos preciosidades, una por delante y la otra por detrás, hizo desaparecer el reparo que, en un principio sentí por ver expuesta la única barrera que quedaba por romper. Necesariamente, tuve que sacársela a Laura de la boca, quería correrme con ganas pero antes quería disfrutar del sexo de las dos, y la dedicación de Alicia en mi ano unida a la mamada me harían explotar en segundos. Aproveché para inclinarme un poco hacia adelante, apoyándome en los hombros de mi hermana, sintiéndo cómo la boca de la vecina recorría mis interioridades, cómo su lengua describía círculos en torno a mi esfínter para, de un largo lametón, bajar hasta detenerse en los testículos. Los succionaba, los besaba, los lamía, se los introducía golosa en al boca, y volvía de nuevo al agujerito. Me estaba volviendo loco, a punto de correrme. La detuve, me dí la vuelta y me tumbé boca arriba proponiéndole la postura con la que se deleitaban mi hermana y Manu. Subiendo sobre mi cuerpo, al separar las piernas para colocarlas a los lados de mis hombros, ví su rasurado chochito completamente abiero, y antes de que se acomodase, subí con el cuello dispuesto a comérselo. Su reacción al notar mi boca en su sexo, mis dientes mordiendo con cuidado su brillante clítoris, la hizo perder e equilibrio cayendo de bruces sobre mi empalmadísimo miembro, que la golpeó en la cara. Menos mal que no me hizo daño, porque en ese momento, no poder finalizar la misión por un accidente así me hubiera arruinado la vida.

Mientras me deleitaba con largos lengüetazos a lo largo de su coñito, que llegaban hasta su ano, Alicia comenzó a comerme la polla con una dulzura increíble. Sabía que las caricias que había dedicado a mi esfínter me habían dejado al borde del orgasmo, así que se afanó en hacerme una mamada lenta y profunda, apretando los labios en torno al capullo, introduciéndolo poco a poco en su boca, relajando los músculos de la garganta para que fuese traspasada completamente. Para acompasar los movimientos, también yo disminuí la velocidad con la que mi lengua recorría su chochito, entreniéndome con calma en su clítoris, utilizando asimismo los dedos para estimular el agujerito que no era objeto de mi boca en cada momento. Poco a poco encontré mayor facilidad para introducirle los dedos primero en su coñito y después en ese maravilloso culo, la propia lubricación de su sexo lo hacía todo más fácil. De pronto noté cómo empezaba a temblar, un enorme orgasmo la poseía mientras no dejaba de chupármela, lo que me hizo aumentar el ritmo de mis caricias, y justo en el momento en el que estaba alcanzando el clímax, metí mi cabeza entre sus piernas con toda la presión que pude moviendo la lengua frenéticamente en lo más profundo de su sexo. Una serie de mitigados grititos comenzaron a rebotar en la habitación, gracias al eco. Tras un buen rato de gemidos y temblores, Alicia se derrubó sobre mi cuerpo exhausta, se había corrido a base de bien. Los lametones que le dedicaba a mi polla eran ahora si cabe más lentos, mientras ella había llegado al orgasmo, a mí me había hecho recobrar fuerzas.

Los dos nos incorporamos, y vimos que Manu se estaba follando a mi hermanita, cuyas enormes tetas se bamboleaban entre la boca y las manos del vecino. Con Alicia en fuera de juego, recuperándose del orgasmo que le había hecho temblar como una posesa, una lúbrica idea cruzó mi cabeza. Acercándome a Laura, que subía y bajaba las caderas para ordeñar con su coñito la polla de Manu, la incorporé lo justo para decirle al oido:

  • ¿Te gustaría que te follase el culito, hermanita?

Su respuesta fue una enorme y lúbrica sonrisa, asintiendo enérgicamente con la cabeza, aceptando la proposición pegándose al cuerpo del vecino y separándose las nalgas con ambas manos. Viendo aquel culito expuesto, abierto, que subía y bajaba al ritmo que era follada por el vecino, me pregunté hasta qué punto mi hermana podría soportar una doble penetración. Pero sabiendo lo que podían dar de sí esos dos agujeritos tras años masturbándose como una loca y teniendo en cuenta que ella iba a dejarse hacer poniendo todo de su parte para disfrutar de la situación, no me lo pensé dos veces. Laura dejó de mover las caderas con el rabo de Manu dentro de ella, se separó todo lo que pudo las nalgas y reculó un poco para facilitarme el trabajo. Coloqué la punta del capullo en su culito y fuí apretando lentamente. Gracias a que Laura estaba completamente empapada, la lubricación de sus propios jugos hicieron la labor menos dolorosa. Notaba el ardor de su interior conforme mi rabo iba introduciéndose en su ano, incluso pude notar la dureza de la polla del vecino a través de la pared que separaba ambos orificios. Tras varios y cuidaosos intentos, mi polla entraba y salía del culo de mi hermana sin problemas, provocándome un intensísimo placer al sentir la estrechez del orificio y el roce con el miembro de Manu que seguía quieto dentro de su coñito. Entonces mi hermana volvió a la carga, sus caderas empezaron a subir y a bajar, acompasando los movimientos con los que Manu y yo, hacíamos desaparecer nuestras pollas en su interior. Poco tardamos en alcanzar un ritmo en el que se alternaba a la perfección un pollazo en el coño y otro en el culo, alternativamente.

Mientras tanto, Alicia, la convidada de piedra en aquella doble penetración, se había colocado por detrás de los tres y dedicaba concienzudos lametones a nuestros culos y a nuestros testículos, estaba claro que la cosa no iba a durar mucho tiempo más. Manu se la sacó del coñito a mi hermana, y Alicia aprovechó su posición para chupársela. Por los gemidos de placer del vecino, Laura y yo, que no podíamos verlos, supimos que se había corrido, el constante trajín que había tenido con el sexo de mi hermana terminó en la boca de la suya. A mí no me quedaba más tiempo, así que cuando supe que en breve iba a llegar al orgasmo, saqué mi polla del culo de Laura, me incorporé y me dí la vuelta para encontrarme con la boca de Alicia. Tenía toda la cara llena de semen gracias a la corrida de su hermano, lo que me dió más morbo para metérsela de un golpe en la boca, para que se deleitase asimismo con el sabor que le había dado el culito de mi hermana. Cuando sentí que me corría, se la saqué, para que los incesantes chorros de semen que escapaban de mi rabo fuesen directos a su cara. Alicia era un poema, la piel de su cara parecía translúcida al tenerla completamente cubierta de esperma, las pestañas pegadas a los párpados, goterones de semen resbalando por sus mejillas, por la comisura de sus labios, por su barbilla, cayendo lentamente sobre sus pechos... Y mi hermana no iba a quedarse sin su ración de leche, así que incorporándose, se dirigió hacia la vecina, y empezó a lamerle la cara, retirándole los restos de semen, tragándoselos y compartiendo alguno con ella, según se los limpiaba se los devolvía, mezclados con saliva, a la boca.

Esa visión hizo que la erección que había alcanzado taradase en remitir, y si bien si seguían bien podriamos Manu y yo recuperar fuerzas para seguir con otro polvo más, el cansancio por un lado, y la posibilidad de que fuésemos sorprendidos allí por los dueños del chalet o de los albañiles por otro fueron motivos suficientes para posponer la idea. Como pudimos, con unos cleenex esperamos a que Alicia se limpiase del todo, eliminamos cualquier mancha de semen caída en el suelo, nos vestimos y bajamos a la calle por la rampa por la que habíamos subido.

  • No se vosotros pero yo necesito beber algo -dijo mi hermana, y tranquilamente fuimos a corroborar nuestra coartada la bar de la urbanización.

Continuará...