Vacaciones en la sierra (01)

Ni en sueños podía imaginar que aquellas vacaciones, en pleno despertar a la adolescencia, iban a cambiar toda mi vida.

La historia que aquí empieza me hace retroceder 10 años, para contar una serie de acontecimientos que aún hoy me parecen increíbles. Antes de que me deje arrastrar por todos los recuerdos de aquella aventura (quisiera recordarlo como eso, como una aventura), me permitiréis que me presente. Me llamo Javier, tengo 25 años y por lo que respecta a mi aspecto físico, me centraré en los detalles de cuando contaba con 16 años de edad, cuando viví las que considero mejores vacaciones de mi vida. Tampoco es que me salga de la media, soy moreno, ojos marrones, por aquél entonces mediría 1,70 y no sabría precisar mi peso, nunca me ha hecho gracia conocerlo al detalle, básicamente porque siempre me he pasado de los cánones de lo estéticamente perfecto, aunque no mucho, la verdad. Nada fuera de lo normal, excepto por dar de largo la talla en la cama, hecho del que tuve constancia por primera vez aquél verano inolvidable.

Desde que tengo uso de razón y hasta hace unos años, no concebía un fin de semana o unas vacaciones sin pasar unos días en el chalet de mis padres. Lo compraron justo después de nacer mi hermana, a la que saco tan sólo un año, en una tranquila urbanización de un pueblo de la sierra madrileña. Tan tranquila que nunca encontré con quien dar patadas a un balón los fines de semana que allí pasábamos, aunque durante las vacaciones de verano algún amigo se venía a pasar unos días, y las tardes de piscina y partidillos de fútbol se hacían mucho más venideras que los días que me distraía solo. Con 15 años, esta distracción a solas consistía en varias horas al día en el baño masturbándome para mantener a raya a la excitación hormonal propia de la adolescencia, que por entonces llevaba 2 ó 3 años haciendo mella en mis bíceps a fuerza de pajas.

Como digo, pese a que la urbanización era grande, nunca encontré un grupo de chavales de mi edad con quienes pasar el tiempo durante los fines de semana o las largas vacaciones estivales. Mi hermana sin embargo, tuvo más suerte que yo, ya que cierta tarde de agosto, una chica de su misma edad se paró delante de la puerta del chalet y tras el pertinente ¿Hola? para ver si había alguien, asomó la cabeza para cerciorarse por sí misma. En ese momento yo estaba medio sobado en una tumbona del porche de la casa y atribuí las voces que oía a las conversaciones de la gente que solía pasear por la calle que se extendía detrás del seto que bordeaba la parcela del chalet. Cuando la chica repitió el saludo, mi hermana corría hacia la puerta para saludar a la desconocida. Al incorporarme, pude ver a mi hermana hablando animadamente con la chica del otro lado de la puerta. Así estuvieron un buen rato hasta que la amiga en potencia de mi hermana entró por fin en la parcela y fue conducida por ésta al interior de la casa para enseñársela. Al pasar a mi lado, mi hermana me la presentó.

  • Esta es Alicia. Se acaba de instalar en el chalet de enfrente, con sus padres y su hermano.

Alicia era su nombre. Era una chica más bien alta, delgada, con media melena ondulada que en aquél momento llevaba recogida en una coleta y unos graciosos ojos negros. Del primer vistazo que eché según se iba aproximando al porche de la casa, me quedé con dos piernas delgadas pero muy bien torneadas y unos pechos pequeños, firmes, por desarrollar, lógico en una chica de 14 años.

Tras los dos pertinentes besos de la presentación, mi hermana comentó que era una suerte el por fin encontrar a alguien de nuestra edad en la urbanización, y que, como ella tenía un hermano, podía también yo quedar con él.

  • Lo único es que a lo mejor es demasiado pequeño, tiene 11 años. -Fue la respuesta a la pregunta que no llegó a formularse.

  • Da igual -le respondí-, siempre podemos jugar al fútbol o dar una vuelta por la urbanización.

  • Se lo diré.

Dicho esto, las dos se metieron dentro de la casa. Como hacía calor, pensé en darme un baño en la piscina y aprovechar para desperezarme de la modorra que tenía tras haber estado medio dormido en la tumbona. Justo cuando salía del agua, ví cómo mi hermana acompañaba a Alicia a la puerta. Hacia allí me dirigí, empapado como estaba para despedirme yo también. Antes de que se fuese, le recordé que le dijese a su hermano que se pasase cuando quisiese por allí.

  • Le he dicho a tu hermana que se pase mañana por nuestro chalet, ven tú también y le conoces. Además, también tenemos piscina, traeros el bañador. -Mientras decía esto, como justificada, vi cómo le echaba un fugaz vistazo al que llevaba puesto. Seguí su mirada y me di cuenta que a través de la prenda, se notaba claramente el bulto de mi polla, no es que estuviese empalmado, pero ahí aparecía, ladeado a la izquierda. Como notando que me había dado cuenta de la dirección que siguieron sus ojos, rápidamente miró para otro sitio, se despidió y subió los escasos 10 metros que separaban la puerta de su chalet de la nuestra.

A la mañana siguiente, y pertrechado con un bañador, una camiseta, chanclas y toalla, me dispuse a conocer la casa de los nuevos vecinos y a estos, junto con mi hermana, que repetía todo mi equipo salvo por el bikini que llevaba bajo la camiseta. Como la puerta exterior carecía de timbre, en lugar de gritar para saber que estábamos allí, abrimos la puerta y entramos en la parcela. Pese a que estaba situado enfrente, nunca me había fijado en ese chalet, en parte porque, además del seto, unos frondosos pinos protegían la casa de ojos curiosos desde el exterior. Se trataba de una construcción de 3 pisos, con un enorme porche cubierto, de un lado del cual salía un camino enlosado hacia la terraza en la que se encontraba la piscina. Ya en la puerta, llamamos al timbre. Enseguida oímos la voz de Alicia diciendo "¡Ya voy yo!" y sus pasos bajando a toda velocidad por una escalera. Cuando nos abrió me llevé la grata sorpresa de encontrarla con un ceñido vestido de tirantes de color naranja que ofrecía la tentadora visión de unos muslos tersos y morenos que el pantalón de deporte que llevaba el día anterior había ocultado. Nos saludó con una sonrisa y aún en el quicio de la puerta, se dio media vuelta y gritó:

  • ¡¡Manu... baja, que están aquí los vecinos!

Al momento apareció su hermano, que bajó nervioso los escalones.

  • Mira, esta es Laura y este su hermano, Javi -le dijo.

  • Hola, ¿qué tal? -dijo- yo me llamo Manuel.

Manuel daba la impresión de ser un chaval tímido, moreno como su hermana, más bajito de lo que recordaba ser yo a su edad, menos aficionado a tomar el sol que aquélla por lo que se veía, y del que destacaban unos ojos despiertos.

Haciendo un esfuerzo por quitarme de la cabeza la imagen de las pequeñas y firmes tetitas que Alicia embutía en aquel vestido, saludé al chaval con una palmada en el hombro. Hechas las presentaciones, Alicia nos invitó a pasar para enseñarnos la casa.

Por lo que nos contó, supimos que sus padres la hicieron construir hacía diez años, cosa que no sabíamos, pese a que el chalet se encontraba a pocos metros del nuestro, aunque mi hermana y yo éramos muy pequeños entonces como para acordarnos. Por motivos de trabajo de sus padres, no solían ir tan a menudo como nosotros, cosa que cambió ese año al resolverse unos pequeños asuntos laborales que hasta el momento les obligaban a trabajar los fines de semana y durante bastantes días de las vacaciones. Así se podía uno imaginar de dónde habían sacado el dinero para hacerse un chalet como aquél.

Tras el pequeño recibidor de la puerta, un pequeño tramo de escaleras daba a un comedor a la izquierda y a la cocina a la derecha. Acostumbrados a nuestra pequeña cocina, aquella nos pareció enorme. Al fondo de la misma había una habitación que en su día ocupó el servicio doméstico empleado durante las vacaciones, según nos contaron, que incluía su propio cuarto de baño. Ya que sus padres decidieron prescindir del servicio doméstico por un tiempo, la habitación hacía las veces de despensa, aunque el baño se seguí utilizando, ya que al tener una puerta que daba directamente a la calle, cuando uno estaba en la piscina o en el jardín y necesitaba utilizarlo, no necesitaba subir a uno de los que se encontraban en el piso superior.

La siguiente planta a la de la cocina y el comedor la ocupaba un salón muy espacioso, desde el que se accedía a una terraza que bordeaba  toda la casa, que por la parte de atrás, y a través de unos escalones, conectaba con otra balconada que daba al comedor y al piso de arriba. Por último, en el piso superior se encontraban los dormitorios, el de sus padres, uno de invitados, otro que compartían los dos hermanos y dos cuartos de baño.

  • Manu anda, enséñale a Javi la piscina, ahora bajamos en un rato las dos -dijo Alicia.

Los dos bajamos hacia la piscina y Manuel me enseñó el resto de la parcela. Estuvimos hablando un buen rato de nuestras cosas y, aunque nos llevábamos casi 4 años, congeniamos bastante. Al rato aparecieron nuestras respectivas hermanas. Las dos contrastaban bastante. Mientras que Alicia era desgarbada como antes la he descrito, mi hermana había desarrollado ya unas redondas tetas que se balanceaban dentro del bikini verde que llevaba como si fuesen de gelatina, y unas generosas caderas. Para detallar más diferencias, bastaba con fijarse en la piel morena de Alicia y la de mi hermana, muy clara, en consonancia con su pelo rubio y rizado. Las dos tendieron sendas toallas en el césped que rodeaba la piscina, y en el momento en que mi hermana, despreocupada, mientras charlaba con Alicia, se sacaba la parte de atrás de la braguita del bikini, que había desaparecido entre sus nalgas, advertí la mirada con la que Manuel contemplaba ese gesto, cargada de timidez y de temprana lascivia. Los dos por nuestra parte nos metimos en la piscina.

  • Os vais a cocer ahí tomando el sol y el agua está buenísima -dije.

  • Pues quita que vamos -dijo mi hermana, y primero ella y después Alicia se zambulleron en la piscina.

Tras un buen rato en el agua jugando a pasarnos una pelota, salimos los cuatro. Ya fuera, mientras me secaba la cabeza, aproveché un resquicio que me ofrecía la toalla para deleitarme con la visión de Alicia, que en ese momento se afanaba en secarse la espalda. El bikini blanco que llevaba dejaba traslucir perfectamente dos pezones muy oscuros a través de la tela, y bajando la vista, realentizando el secado de mi cabeza, una incipiente mata de pelo negro en su pubis. Pese a la parte inferior de su bikini, contemplaba con nitidez su moreno coñito, sin dejar de prestar atención a un culo redondo que presumía duro y prieto. Enseguida tuve que desviar la mirada, no tanto por ser descubierto sino por tratar de aplacar la empalmada que se avecinaba. Manuel y yo nos tumbamos en el césped junto a ellas para terminar de secarnos al sol. Para evitar dar el espectáculo, me tumbé de espaldas, y en esa posición me mantuve hasta que las dos chicas fueron a cambiarse, tras lo cual Manuel y yo seguimos charlando.

Media hora más tarde, un coche aparcó en el garaje de la parcela. Eran sus padres. Las chicas, ya cambiadas bajaron y los dos hermanos nos presentaron como los vecinos. Los cuatro les ayudamos con las bolsas que traían del supermercado del pueblo y, ya dentro, nos invitaron a un par de refrescos. Sus padres trabajaban juntos en un bufete de abogados de Madrid, y, como los nuestros, aprovechaban el tiempo libre para ir al chalet.

Las visitas de Alicia y Manu a nuestro chalet y las nuestras al suyo se sucedieron durante ese verano y en sucesivos fines de semana, ya sin piscina en otoño y en invierno. Las veces que coincidíamos solíamos salir a pasear por la urbanización, o a jugar al fútbol Manu y yo mientras las chicas se encerraban a hablar de sus cosas. Todo siguió igual hasta que llegó el verano siguiente.

Continuará...