Vacaciones en la montaña Capitulo 1
Unas vacaciones en la casa de la montaña
Una tarde de Agosto, estando en casa un tanto aburrido durante mis vacaciones de invierno sin mayores planes. Mis padres me llamaron a la sala y me dijeron que tenía que ir a acompañar a mi abuelita a su casa de campo por unas dos semanas. Todos los inviernos ella se tomaba unos días y se retiraba a descansar en su casa de la montaña, por lo general lo hacía acompañado de una de mis primas mayores o de mi hermana. Pero este año, mis padres me seleccionaron a mí, o se habrán quedado sin opciones ya que todas las chicas estaban todas de novias y no tenía ganas de pasar unas vacaciones a solas en la montaña.
No era el mejor plan que tenía delante de mí, pero para un joven de 18 años no era lo más excitante tampoco. Por otro lado mi abuela no estaba mal, era una mujer independiente que en realidad no necesitaba compañía y a mí siempre era una buena idea estar lejos de mi casa o de mis padres. Yo aun no tenía novia y si bien había algunas chicas que me interesaban, no era como el resto de mis amigos que andaban cómo locos tratando de acostarse con cualquiera. Yo lo quería hacer pero, sólo con alguien especial. Con quien fuera mi futura esposa. No cabe aclarar que a pesar de tener 18 años, aún era virgen.
Cuando llegó el fin de semana, preparé mi bolso y me dirigí a la estación de autobuses donde me esperaba mi abuela. Mis padres me dieron algo de dinero y miles de instrucciones de cómo comportarme y qué hacer y qué no. Nos despedimos, me subí al colectivo, tomé asiento en mi butaca y me propuse a descansar ya que el viaje era largo y aburrido.
Finalmente llegamos, nos tomamos un taxi para llegar hasta la casa ya que quedaba bastante retirada del pueblo. Era una casona enorme, con un parque extenso con muchos árboles y plantas. El jardín estaba inmaculadamente cuidado por un jardinero del lugar. La casa tenía alrededor de 10 habitaciones en varios niveles, con amplias galerías alrededor de la casa. Una sala con una estufa a leños que el jardinero ya había encendido, lo que cual fue muy bien recibido por nosotros ya que estaba anocheciendo y comenzaba a hacer mucho frío.
Esa noche, cenamos, leímos un poco, ya que no hay televisión y luego me fui a acostar. Al día siguiente me levanté muy temprano, por haber descansado tan bien y por el increíble silencio que había en aquel lugar. Tomamos el desayuno y luego del desayuno me dirigí hacia afuera a explorar la casa y los terrenos. Como había observado el día anterior el jardín era inmenso y estaba muy bien cuidado. Había muchos árboles y plantas por todos lados. El enorme parque de la casa estaba rodeado por un cerca con una densa mata de vegetación que luego me dijeron, era para evitar que el ganado de los campesinos ingresase al terreno.
Luego de un par de horas caminando por el terreno, regresé a la casa y encontré un mensaje de mi abuela sobre la mesa de la cocina que decía:
“Querido Javier,
He recibido muy malas noticias de la ciudad y me he tenido que regresar de manera urgente. Te estuve buscando pero no podía esperar más. Si deseas regresarte, puedes hacerlo, pero te pediré que cierres todo con mucho cuidado. De lo contrario agradecería que te quedases a cuidar la casa en mi ausencia.
Con mucho cariño,
Tu abuela”
Me quedé paralizado por unos minutos, pero por otro lado estaba contento porque no me molestaba estar en soledad, por el contrario lo disfrutaba.
Siempre fui un chico solitario, con gustos muy particulares que nunca podía compartir con nadie por lo que elegía pasar la mayor cantidad de tiempo posible en soledad.
Desde muy chico, que tenía una fuerte inclinación por todo lo que sea indumentaria femenina. De pequeño, recuerdo esconderme por debajo de la mesa de la sala y tocar las piernas de las amigas de mi madre enfundadas en hermosas medias de nylon. Luego, al poco tiempo me puse un par por primera vez y es una sensación tan hermosa que me acompaña aún al día de hoy.
Esta vez no había llevado ninguna prenda conmigo ya que al momento de preparar mi bolso, esta atentamente vigilado por mis padres, que sabían de mi afición por las prendas femeninas debido a haberme encontrado ropas de mi madre y mis hermanas en incontables oportunidades escondida en mi habitación. Esto desde ya que no les agradaba y cada vez que esto acontecía, recibía fuertes reprimendas.
Al caer la noche y verme completamente aburrido, me decidí a explorar los múltiples closets de esta casona. Abrí el primero en la habitación en la cual pasé la noche anterior. No encontré nada interesante. Seguí explorando los demás closets hasta que cuando llegué a uno de una habitación que no se utilizaba mucho, encontré un arcón, que estaba cerrado. Mi curiosidad y mi ingenio pudieron más que la cerradura y cuál fue mi sorpresa. Encontré varias bolsas plásticas con ropa de mujer. Había, vestidos, brassieres, panties, pantimedias, faldas, blusas, hasta zapatos y un par de botas.
Antes de terminar de descubrir todo mi tesoro, ya me encontraba desnudo en medio de la habitación intentando ponerme alguna linda braguita. Antes de terminar de abrir la última bolsa, ya calzaba braga, medias, un lindo vestido violeta y unas sandalias de altísimo taco. Disfrutaba más aún de la ropa sabiendo que ella pertenecía a una de mis tías, la soltera que todos los verano nos visitaba con un novio distinto y que se ganaba las miradas de desaprobación de mi abuela y de envidia del resto del mundo, por su cuerpo privilegiado y su actitud descarada para con la vida y siempre disfrutaba hacerse ver en frente de los maridos de mis tías que la miraban mientras tomaba sol en diminutos trajes de baño.
En cuanto terminé de vestirme, sentí el muy familiar escalofrío de sentirme mujercita y caminé por la habitación dejando las demás ropitas listas para ir probándome los diferentes modelitos.
Seguí por las demás habitaciones buscando en los clósets y tuve aún más suerte, encontré una peluca, era un tanto antigua, pero de una bonito color café y con amplios rulos. La ropa que estaba encontrando era onda retro, de principio de los años ochenta, pero eso me gustaba. Encontré también una pequeña maleta porta maquillaje con algunas cosas dentro de ella y unas pestañas postizas.
Como una niña antes de salir al baile, me fui dando saltitos al cuarto de baño a maquillarme y a colocarme la peluca y las pestañas postizas. Qué bien me sentía. Estaba feliz de contenta de poder andar hecha toda una mujercita por toda la casona, haciendo ruido descarado con mis tacos y ondulando mis caderas de la forma más sexy que podía. Cabe decir que tenía amplia experiencia en ello.
Salí a una de las galerías y pude sentir el frío de la noche golpeando sobre mis piernas que sólo contaban con el abrigo de unas antiguas medias de nylon. Otra sensación maravillosa.
Me paseé por las galerías de la casa, casi descaradamente haciendo resonar los tacos casi agujas de aquellas sexis sandalias de los años sesenta, curiosamente muy a la moda en estos días. Mi corazón latía con fuerza, temeroso y desafiante ante la posibilidad de que algún vecino me estuviese espiando. Pero las casas vecinas no estaban lo suficientemente cercanas, así que disfruté de una tranquila noche de invierno. Un poco más tarde, se puso demasiado frío como para estar afuera en ese corto vestido de hilo.
Me fui a la sala y me senté frente a la hoguera, cruzando mis piernas como tantas veces había practicado. Me quedé mirando el fuego hasta casi extinguirse. Le agregué unos leños y decidí que era momento de probarme otro modelito.
Volví al cuarto y me saqué el vestido de llevaba y me coloqué una minifalda blanca y una camisa rosa estridente que me ceñía mi torso dándome unas formas muy femeninas. Me cambié el calzado y me puse unas sandalias rosas con tiritas que se ajustaban con dos vueltas por la parte baja de las piernas. Cuando comencé a caminar, tuve que tener un poco de cuidado, ya que no estaba acostumbrado a tacos tan altos. Pero que bien que se veían. Me limpié los labios y me los pinté de un estridente rojo carmesí.
Seguí caminando por la casa a mis anchas y me dirigí a la sala, tratando de caminar lo más elegantemente posible. Recorrí la sala de un lado a otro, hasta que me topé con el aparador de bebidas que era siempre muy generoso y variado. Me serví un trago de licor en un vaso largo y tomé, sólo para ver la marca de mis labios rojos contra el cristal. Que sensación más bonita, saber que esos eran mis labios. Terminé la copa y me serví otra. Me senté luego frente a la hoguera, en compañía de una botella de licor. El calor de la hoguera y el licor me hicieron olvidar el frío de la noche y lo tarde que se hizo. Pero la sensación de libertad que tenía me tenía el corazón en vilo. No pasó mucho rato, para que los efectos del licor se hicieran presentes y poco a poco me fui cayendo en un profundo sueño.
Esa noche descansé como pocas veces, soñé inclusive me besaban y acariciaban así vestida de nena. Al despertar, me encontraba recostada en mi cama, con la pollera sobre el respaldo y mis sandalias acomodadas al pie de la cama. Me sorprendió ver todo tan ordenado y la verdad que no supe cómo ni cuándo lo hice, supuse que en algún momento durante la noche me dirigí de la sala al dormitorio y ordené todo a mi paso y que no me acordaba de esto por los efectos del alcohol. Estaba aún despertándome, disfrutando de sentir mis piernas con medias debajo de las sábanas y pensaba que lindo sería poder depilarme. Afortunadamente, a mi edad no tenía demasiado bello en las piernas ni el resto del cuerpo. Pero aún así siempre me preguntaba cómo se sentiría estar completamente depilada.
Lenta y silenciosamente me levanté y me fui a elegir cuál sería el modelito del día de hoy. Abrí el arcón con la ropa y elegí unos leggings de múltiples colores (de esos que parecen haberse desteñido en la lavadora) y unas cortas botas de cuero marrón que me llegaban apenas por encima del tobillo. Me puse un brassiere blanco de raso y un pulóver violeta con cuello y mangas anchas. Me dirigí al cuarto de baño donde me retoqué el maquillaje, me acomodé la peluca y puse en práctica un truco que había encontrado en internet. Llené dos globos con agua hasta que adquirieron el tamaño que quería y me los puse dentro del brassiere a modo de relleno. El resultado fue excelente, se sentía muy agradable y el movimiento era muy natural. Muy satisfecho con el resultado me dirigí a la cocina a desayunar.
Me preparé un té con tostadas y aproveché para sentarme con las piernas cruzadas y comer de la manera más seductora que podía. Terminé de desayunar y me dirigí a la sala. Quería dejar todo limpio para preparar un nuevo fuego por la tarde.
Cuando llegué, me encontré con una sorpresa. El fuego estaba aún encendido, pero había suficiente leños a un costado como para todo el día y la noche. Miré por todos lados y lo punco que pude notar es que la sala estaba completamente ordenada. Una sensación de inseguridad, miedo y excitación se apoderó de mí. ¿Qué significaba todo esto? Acaso, alguien había entrado en la casa. Seguramente. No creo que me hayan visto vestido de esa manera. Al fin y al cabo yo estaba durmiendo en el cuarto.
Con bastante nerviosismo, me dirigí a la cocina sin terminar de convencerme de que no había ocurrido nada. Al fin y al cabo, quién podría entrar a la casa, mi abuela no podía ser, ya que sabía que iba a estar unos días afuera. Y no había nadie más.
Lentamente y con mucho cuidado abrí la puerta y salí al patio. Miré a todos lados y no vi nada extraño. Era un día fresco y húmedo con lo que había bastante niebla. Lo que hacía que apenas si se pudiera ver a la distancia. Esto me animó más y salí con mayor decisión. El resto del día transcurrió sin mayores novedades, recorrí cada rincón de la casona despreocupadamente.
Al caer la tarde, regresé al interior y me dispuse a preparar la cena, algo no muy complicado, al fin y al cabo no tenía con quien compartir. Puse un bistec al horno con unas papas. Me abrí una botella de vino de las que encontré en el depósito mientras preparaba la cena y luego me dirigí a la sala a ver si el fuego seguía encendido. Desafortunadamente se había consumido el último de los leños, así que me dispuse a dirigirme al depósito a buscar más leños. Tranquilamente coloqué la cena al horno y me dirigí al depósito. Estaba comenzando a oscurecer y a ponerse realmente fresco, así que regresé a la casona, me fui al cuarto y decidí cambiarme my ropa por algo más abrigado. No encontré mucho, pero sí cambié mis botas por unas más altas, con caña hasta la rodilla y un taco de unos 7 centímetros. Me saqué el pulóver que llevaba y me puse una ajustada blusa color rosa que apenas tapaba mi trasero, aproveché para mirarme en el espejo, la verdad que me veía bien. Cogí una chaqueta para no pasar tanto frío fuera de la casa y me dirigí nuevamente al depósito. Cargué unos leños en mis brazos y me dirigí a la casona. Casi llegando a ella, escuché unos pasos detrás de mí.
- Creo que esos leños no le van a ser suficientes, niña.
Me quedé inmóvil. Mil cosas pasaron por mi cabeza en los segundos que demoré en girarme para ver quién me estaba hablando.
Antes de que pudiera reaccionar, vi pasar al lado mío a Don José el jardinero de la casa, con una pila gigante de troncos para la estufa. Siguió caminando como si nada. Entró por la cocina y depositó los leños cerca de la estufa. Comenzó a prender el fuego. Yo, aún estaba afuera, sin poder salir de mi sorpresa. Jamás me habían visto así. Estaba vestido de mujer, maquillado y con peluca. No sabía si salir corriendo o qué hacer. Si huía a dónde iba a ir en este estado. No tenía salida, mi única opción era entrar antes que me volviese a ver meterme en la habitación y cambiarme lo antes posible. Decidí que ésta última era mi mejor opción para tratar de escaparme de esta bochornosa situación.
Tiré los troncos que traía conmigo en el camino de piedra que llevaba del depósito a la casona y llegué a la cocina y pude oír cómo el fuego comenzaba encenderse. Crucé la cocina lo más rápido que pude, sólo para encontrarme de frente con Don José bloqueando mi paso. Me detuve y lenta y nerviosamente levanté la mirada. Nuestras miradas se encontraron. Yo, maquillado, con peluca y vestido de nena, me ruboricé al instante ya que Don José me conocía de muy niño. Don José me miró con esos ojos oscuros, mirada fuerte, su semblante marcado por incontables tardes al sol y crudos inviernos en la montaña. Era difícil, sino imposible, saber que pensaba. Su rostro estaba inmutable. Sin dejar de mirarme fijamente a los ojos. Hizo un paso atrás y me miró lentamente de pies a cabeza.
- Qué bonita está hoy. Está mejor que anoche. Dijo tranquilamente.
Me quedé inmóvil. Cuando me había visto. No salía de mi asombro aún.
- Anoche se quedó dormida frente a la hoguera y para que no pasase frío la llevé a su cuarto. Espero no haberle molestado.
- Eemmmm No, no, gracias. Dije afinando lo más que podía mi voz.
Se acercó a mí, me tomó de mi brazo con firmeza y me dijo:
- Bueno, ahora, mientras termino de preparar la hoguera, me servirá una copa de vino y me preparará la cena. Tiene que practicar bien y ser una buena nena. No queremos que tu abuelita y tu familia se enterasen de lo mal que se portó.
- Cómo usted diga Don José, dije mientras unas lágrimas comenzaron a bajar por mis mejillas.
Comencé a sollozar, casi sin querer, sin poder evitarlo. Lloraba de humillación, al ser descubierto así. Y pensando en lo que pasaría si mi abuela y mi familia se enteraban de esto.
- Bueno, bueno. Ya. Deje de lloriquear. Que hace tiempo que aquí en la montaña, todos sabemos que a usted le gusta andar de niña. Ya hace mucho tiempo le vi probándose a escondidas unos calzones de unas de sus tías. Sírvame un buen vaso de vino y no me haga enojar.
Me dijo esto último firmemente mientras me daba una fuerte palmada en mi trasero que me hizo reaccionar de mi estado catatónico.
Como un autómata, me dirigí a la alacena, saqué una copa y la llené de vino. Me dirigí a la sala, donde Don José estaba terminando de acomodar los leños a un costado de la estufa. Le acerqué la copa y con voz temblorosa le dije.
- Aquí tiene Don José. Su copa de vino.
- Gracias. Ahora sáquese esa chaqueta que aquí no hace nada de frío. Y mientras la cena se prepara, se arregla ese maquillaje. No la quiero ver desarreglada delante de mí.
Intenté decir algo, no sé aún si en mi defensa o qué, pero sentía la necesidad de decir algo.
- Don José, yo no sé qué piensa usted de mí, pero yo estaba por salir a una fiesta de disfraces. Si quiere cenar conmigo no hay problema, pero primero me voy a cambiar.
Dije tratando de con eso explicar la situación. Y me dirigí hacia la puerta. Don José se puso de pie y tomó la copa de un solo trago. La apoyó sobre la mesa y me miró fijamente. Don José era un hombre alto y se notaba que tenía mucha fuerza debido a años de arduo trabajo de campo.
Aceleré mi paso, esperando dejar la sala lo antes posible y así refugiarme en la habitación para luego cambiarme.
Don José me alcanzó con dos firmes pasos y me tomó de mi brazo, me detuvo en seco y me giró. Intenté zafarme de su agarre, pero lejos de resultarme imposible, me sacudió firmemente haciéndome perder el equilibrio. Me hubiera caído si no fuese por el fuerte agarre que tenía Don José. Me levantó como si de un muñeco se tratase sólo de mi brazo. Me hacía daño. Me tomó del otro brazo y me arrojó sobre el sofá.
- Niña. Hará lo que yo diga si no quiere que todo el resto del pueblo y su familia se entere de usted. Ya le dije que hace años que nosotros aquí en la montaña sabemos de sus gustos. Lo mejor es que no me haga enojar. Vaya al baño arréglese y venga bien bonita para la sala.
- Pero, Don...
¡Zas! Don José, no permitió emitir réplica y me abofeteó arrojándome nuevamente sobre el sofá. Comencé a llorar del dolor por semejante bofetada. Y hundí mi cabeza en un cojín. Don José al ver esto, se acercó y me tomó del cuello casi ahogándome. Me cruzó la cara con un fuerte bofetón en la otra mejilla y me dijo.
- Esta es la última vez que se lo digo. O hace lo que yo le digo o simplemente la enterramos en el zanjón. Aquí, no nos gustan los raritos como usted. Así que, elige vivir como yo le ordeno o el zanjón.
Apretó aún más fuerte mi cuello, dejándome completamente sin respiración. Mirándome fijamente a los ojos. Su mirada exigía una respuesta. Pero no me era posible hablar con semejante presión en mi cuello. Me levantó del cuello, con mis pies en el aire. Apretó aún más fuerte. Mi visión se comenzaba a nublar. Entré en pánico y traté de zafarme y estiré mis brazos para tratar de defenderme. Don José sujetó mis débiles intentos con su otra mano. Lo último que sentí fue un fuerte bofetón de Don José que terminó de desmayarme.
Abrí los ojos. Aún estaba en la sala. Estaba sobre el sofá. Comencé a incorporarme y vi a Don José mirándome fijo a unos metros de distancia. Sentado a la vera del fuego tomando otra copa de vino.
- ¿Ha decidido qué es lo que quiere niña? No tengo mucha paciencia. Así que me contesta ahora. Si no me da respuesta. Sólo me deja una alternativa.
Aún estaba tratando de organizar mis ideas y entender la situación. Don José se levantó y caminó hacia el sofá donde me encontraba. En una mano llevaba la copa de vino y en la otra un cuchillo de cocina enorme. Al ver esto me asusté, intenté levantarme y caí al suelo. Mis pies estaban atados a la altura del tobillo y de mis rodillas de manera que no podía moverlos. Mis manos estaban atadas en las muñecas y a su vez ligadas con las ataduras que tenía en las rodillas. De tal manera me era imposible defenderme. Desde el suelo vi a Don José acercarse y detenerse al lado mío. Tomó un largo trago de vino y con un suspiró me tomó de un brazo, me alzó y me tubo sobre el sofá. Acercó el cuchillo y presionó con la hoja fuertemente en mi entrepierna.
- Si. Si. Haré lo que me pida. No me haga daño. Por favor.
Y comencé a llorar temiendo lo peor. Don José retiró el cuchillo, me tomó del cuello y dijo.
- Niña, es lo que siempre quisiste. Siempre lo supe. Y esperé este momento durante muchos años. Desde aquel momento en que te vi probándote los calzones y medias de tu tía. Lo recuerdo como si fuese ayer.
Mi memoria, me engañaba y jugaba trucos mezclando fantasías con recuerdos reales. Tenía 7 u 8 años esa vez que, me escondí en el depósito y me probé una tanga de mi tía y luego un par de medias. Me pinté los labios con un labial que tomé del baño y estuve un rato caminando por todos lados del depósito con esa sensación de euforia y liberación. Estuve un rato así hasta que escuché un ruido y me cambié lo más rápido que pude. Y devolví todo en su lugar. Ahora entendía que ese ruido provenía posiblemente de Don José espiándome.
- Haré lo que usted diga Don José, sólo no me haga daño.
- Todo depende de cómo te comportes.
Sacó un collar que colocó en mi cuello, que ajustó firmemente, casi ahogándome. Y me explicó que este collar lo utilizaba con el ganado, para que no se escaparan. Si me alejaba demasiado o a su comando, emitiría una señal que me daría una poderosa descarga eléctrica.
Me desató luego las piernas y las rodillas, aprovechando para acariciármelas a voluntad. Luego me desató las manos y me digo.
- Ahora niña, ve y arréglate ese maquillaje. Termina de preparar la cena.
- Si, Don José, cómo usted ordene.
Me fui al baño y lo primero que hice fue intentar quitarme ese maldito collar. No había manera. Era de cuero y tenía una traba en la parte trasera. Don José irrumpió en el baño y me encontró con las manos en el collar. Inmediatamente sentí una poderosa descarga eléctrica que me tiró al suelo.
- No te lo volveré a repetir. Tienes sólo una oportunidad más.
Dijo Don José mientras yo estaba aún convulsionándome en el suelo. La descarga eléctrica se detuvo. Don José me miró y luego me indicó el espejo con un movimiento de su cabeza. Entendí lo que quería.
No tenía aún fuerzas para incorporarme aunque lo intentaba. Don José se paró delante del retrete, sacó su polla –que no alcancé a ver- y comenzó a orinar. Debo reconocer que en ese momento tenía curiosidad por verle, ya que nunca había visto una polla en vivo y en directo, salvo claro está la mía. Pero no es lo mismo. Por otro lado al abrir su pantalón Don José despedía un olor agrio y profundo que identifiqué claramente con su falta de aseo.
Finalmente me pude levantar y sin mirar a Don José, comencé a arreglarme. Primero me lavé la cara lo mejor que pude para volverme a maquillar. Me puse base, luego me pinté los ojos, puse rímel en mis pestañas y luego me pinté los labios. Acomodé la peluca, que con todo este trajín estaba por cualquier lado. Me miré al espejo y no me veía mal. Acomodé mi ropa y me dirigí a la cocina.
Saqué un pedazo de carne y unas patatas y las puse a asar en el horno. Me dirigí a la sala y Don José estaba terminando ya su botella de vino.
- Niña, tráeme otra botella y sírvete un trago.
- Si, Don José.
Me dirigí a la vinoteca, saqué una botella y le abrí y se la llevé a Don José. El me señaló una copa.
- No gracias, prefiero el licor. Contesté.
- Como quieras.
Llené mi vaso de licor y tomé un largo trago. Volví a llenar mi vaso y un segundo trago lo siguió. El calor del licor me hacía poco a poco recomponer mi compostura.
- Tienes buen cuerpo niña, me gustan tus piernas.
- Gracias. Dije sin darme vuelta y aún dándole las espaldas, mientras me servía mi tercer vaso de licor.
Me dirigí al sofá y me senté en el, cruzando las piernas y tomando mi trago. Don José desde su sillón me miraba en silencio. Esto me dio miedo porque aún no me eran claras sus intenciones. Permanecimos en silencio. Yo mirando fijamente la hoguera y Don José sin sacarme la vista de encima. Esto me incomodaba mucho.
Al cabo de unos minutos, me fui aflojando, muy posiblemente por el efecto del licor. Me serví otro trago y me dirigí a la cocina a controlar la cena. Estaba casi lista. Volví a la sala y me puse la mesa.
- No, no no. Dijo Don José. La mesa sólo ponla para mí. Tú no te sentaras conmigo.
- Si Don José. Respondí automáticamente.
Al cabo de unos minutos la cena estaba lista y se la serví. Don José se sentó y devoró la comida sin decir palabra. Yo me quedé en el sofá mirando al fuego en compañía de mi trago de licor.
- Porque me dijo que siempre supo que a mí me gustaba estar así.
Don José me miró por unos segundos y volvió a su plato. Terminó de comer. Se limpió toscamente su boca y se levantó. Se sentó en un sofá frente a la hoguera y me extendió la copa indicándome que quería que le sirviera más vino.
Así lo hice. Fui a la mesa, tomé la botella y le serví a Don José. Mientras la copa se llenaba. Don José me acarició las piernas desde las botas hasta mi trasero. La verdad que lo hacía muy bien y estaba comenzando a disfrutarlo. Cosas que se debió notar, porque terminé con la copa y no me moví de lugar. Don José siguió con sus caricias, cada vez más efusivas. Terminó su copa de un trago y pidió por más. La llené nuevamente. Su mano a esta altura exploraba descaradamente entre mis glúteos y el interior de mis muslos. No lo hacía mal. Por el contrario me gustaba. Me hacía sentir mujercita.
Don José tomó de su copa y le dejó al costado del sillón. Tomó una botella de whisky y me la dio.
- Toma un trago niña. Dijo sin dejar de acariciar mis nalgas. SU mano siguió subiendo y se metió por debajo de mi blusa.
Tomé la botella y sorbí un pequeño trago. Don José al ver esto me pellizco una nalga y me dijo.
- Mientras yo te pellizque, tú tomarás whisky.
- Si, Don José respondí tímidamente.
Inmediatamente, Don José comenzó a pellizcarme fuertemente una nalga. Inmediatamente comencé a tomar un trago de whisky y la presión insoportable de su pellizco fue cediendo. En cuanto pude tragué esa bocanada de whisky que fue quemando mi interior llenándole del típico calor del fuerte alcohol que estaba tomando. Don José me dio un respiró e inmediatamente me aplicó un pellizco más fuerte que el anterior. Volví a tomar del pico de la botella y me llené la boca de whisky. Tragué lo que pude y seguí tomando ya que Don José no aflojaba la presión. Mis entrañas ardían por el fuerte alcohol que las estaban inundando. Un tercer trago de whisky llegó a ellas y recién en ese momento Don José dejó de pellizcarme y comenzó a acariciarme la zona de mis maltratadas nalgas. Esto se sentí muy aliviador.
El efecto de tanto alcohol no tardó mucho tiempo en hacer efecto. Y muy pronto comencé a sentir que la sala daba vueltas en mi cabeza. Don José continuaba explorando mis piernas y mis muslos que a duras penas me podía sostener. Don José me empujó hacia adelante y tomándome del brazo me hizo caer. Quedé en el suelo entre la hoguera y sus piernas. El calor de la hoguera se sentía muy placentero.
Don José tomó mi mano y la llevó a su entrepierna y me hizo acariciar su entrepierna por encima del pantalón. Bajó su cremallera y metió mi mano por dentro de sus pantalones. Pude sentir la textura de su abundante vello púbico y parte su polla y sus testículos. Levanté un poco mi cabeza y Don José la bajó inmediatamente. Luego me tomó por la cintura y me hizo poner en cuatro patas. Quedé en cuatro mirando hacia la hoguera mientras mi mano seguía nerviosamente rozando el interior de sus pantalones.
Don José me alcanzó nuevamente la botella de whisky y me dijo.
- Bebe niña. Que tu nueva vida está por comenzar.
En realidad yo no quería tomar más, pero en cuanto mis labios alcanzaron el pico de la botella, Don José me pellizcó fuertemente para recordarme que es lo que debía hacer. Nuevamente tomé una gran bocanada de whisky. Don José tomó mi mano y la metió dentro de sus calzoncillos. Por primera vez tocaba una polla. En cuanto la toqué, ésta dio un respingo y yo también. Me atraganté con el whisky. Don José me comenzó a pellizcar nuevamente y guió mi mano para que tomara su polla y comenzó a mover mi mano de arriba abajo para indicarme claramente que quería que lo masturbara. Tragué otro trago de whisky y pude comprobar cómo su polla reaccionaba casi inmediatamente a mi toque. Don José llevó su mano a mis piernas y las comenzó a acariciar, dejé la botella en el suelo para recobrar la respiración. Con mi mano rodeé su polla que empezaba a tornarse más cálida a mi toque y más firme. Don José siguió recorriendo mis piernas desde donde terminaban mis botas hasta donde comenzaba mi trasero. Se sentía muy agradable. Bajé mi cabeza ya que comenzaba experimentar un poco de mareo por el whisky y por estar tan cerca de la estufa. El alcohol ataca ferozmente mi cabeza. Sin pensarlo casi, mi mano seguí moviendo la polla de Don José de arriba abajo. Se sentía cada vez más dura y caliente. Notar cómo se iba poniendo con mis caricias me excitó mucho. Metí mi mano aún más adentro de sus pantalones y agarré su polla con firmeza y la liberé completamente fuera de su encierro. Comencé entonces a subir mi mano por toda su extensión. Desde la base hasta el capullo. Aunque la posición en que me encontraba no resultaba muy cómoda. Seguí masturbándole. Me llamó la atención lo gorda y caliente que era. Nunca en mi vida había tocado ni visto otra polla que no fuera la mía propia. Las únicas pollas que había visto eran aquellas de los actores de películas porno. Todo el mundo sabe que estos tíos y tías sólo existen en esas películas.
Don José me tomó de una pierna y me jaló hacia atrás de tal manera que quedase más cerca de él. En esta posición tenía mi trasero a su entera disposición, cosa que aprovechó tranquilamente. Bajó mis leggings dejando mi culo al aire apenas cubierto por mi medias y la tanguita que llevaba.
- Niña. Estás muy linda.
No dije nada, pero me agradaba que me alagase me hacía sentir bien. En ese instante, Don José cruzó mis nalgas con una fuertísima palmada que casi hizo que me caiga de bruces y me agarré fuerte de lo que tenía a mano, que curiosamente resultó ser la polla de Don José. Fue lo único que evitó que mi rostro golpeara contra el suelo.
- Niña. Usted tiene muy malos modales. Cuando un señor la halaga tiene que agradecer. Y cuando yo le hago un pregunta me tiene que contestar diciendo “Señor” o “Don José”. ¿Entendido?
- Si, Don José.
- Mucho mejor así niña, mucho mejor.
Mis hombros se encontraban casi a la altura de las rodillas de Don José. En esta posición me era mucho más cómodo poder seguir acariciando a Don José.
Con mi brazo en mayor libertad pude mover mi mano desde los testículos peludos y grandes hasta el glande. Cada vez mi mano sentía como esa polla se endurecía más y más a la vez que aumentaba en temperatura. A todo esto Don José acariciaba mi rajita y mis piernas, todo esto me estaba excitando muchísimo.
Debo reconocer que el olor que Don José tenía no era para nada agradable. Supuse que las condiciones sanitarias es su cabaña no era de las mejores. Sus ropas eran bastantes andrajosas por cierto y con mucho olor a humo. Su cremallera abierta y sexualidad expuesta despedía un olor que me hacía suponer semanas sin baño. Estos fuertes olores iban llenando la sala poco a poco.
Don José comenzó a respirar un poco más pesadamente y rápidamente identifiqué a qué se debía.
- Así niña, siga así.
- Cómo usted diga Don José. Repliqué.
Seguí con mis movimientos lentos pero constantes mientras Don José se decidía a bajar mis medias hasta por debajo de donde comienza mi trasero, puse sentir su áspera mano recorrer mis nalgas. Lo hacía de una manera decidida. Me gustaba lo que hacía. Recorrió con un dedo la unión entre la tanga y mi piel, delineando el contorno de esta.
Agaché mi cabeza, arqueé mi espalda y empiné mi trasero lo más que pude. Mi mano comenzó a aumentar el ritmo y recorría la polla de Don José desde un extremo al otro.
Don José respiraba pesadamente casi gimiendo. Deslizó mi tanga a un lado y con su dedo comenzó a acariciar mi ano. Hacía presión con la yema de su dedo. La sensación era deliciosa. Su dedo ejercía cada vez más presión y mi anito se encontraba cada vez más expectante de recibir a este visitante.
Cuántas veces en la soledad de mis transformaciones había soñada con un momento semejante. Donde alguien finalmente me vea y me trate como una mujercita. Casi toda mi adolescencia hasta ese momento era un torbellino de fantasías masturbatorias. Mil veces había vestido de nena y otras tantas había improvisado con algún objeto oblongo de forma sugerente. Durante toda mi adolescencia me la había pasado escondiendo ropa de mi madre o mis hermana y en cuanta oportunidad tenía, me vestía lo más bonita que podía y buscaba algún objeto con la forma adecuada para saciar la excitación que todo aquello me provocaba. Además de esa manera me sentía siempre más mujercita.
Mientras mis recuerdos invadían mi cabeza y mi cuerpo no cesaba de deleitarse con el ya descarado empuje del dedo de Don José que presionaba para introducirse en mi anito y éste que lo esperaba gustoso. Don José usaba su dedo medio para presionar mi culito y el índice y pulgar acariciaban una nalga y el anular y meñique la otra. Se sentía delicioso. Ya no ocultaba lo que estaba disfrutando de esto.
Agarré su polla y comencé a menearla suavemente aprovechando para sentir cada pliegue de su piel. Desde la textura rugosa de sus testículos hasta la venosa suavidad de su tronco, luego sentí el palpitante calor de su capullo, hinchado, suave y caliente. No podía aguantar más quería más. Acerqué la botella de whisky a mis labios, tomé un largo trago y me giré. Decididamente a encarar esa polla que tenía en mi mano.
Sin mirar a Don José me escabullí entre sus piernas acercándome a su polla. Aún no la habías visto. Cuando llegué a ella me llamó la atención su tamaño. Era gorda y grande. No muy grande pero si más de lo que esperaba y ciertamente más que la mía. Su fuerte olor me detuvo un segundo. Abrí mi boca levemente y saqué mi lengua. Suavemente pasé mi lengua por su glande, éste tenía un sabor amargo. Don José dio un fuerte respiro. Volví a pasar la lengua por la parte de atrás de su glande. Lo hice nuevamente y lentamente mi excitación iba en aumento y el sabor desagradable iba desapareciendo. Finalmente abrí mi boca lo más grande que pude y me introduje su polla en mi boca. Al principio sólo pude contener el hinchado glande. Pasé mi lengua por todos sus rincones. Por donde el muchachito que había en mí sabía que era más agradable.
Podía sentir cómo Don José comenzaba a disfrutar. Me tomo de la parte de atrás de mi cabeza, me levantó la cara y me miró a los ojos. Yo lo miré aún con su polla en mi boca. Esto me provocó una enorme sensación de vergüenza y de mucho morbo. Sin soltar mi cabeza, me la empujó para llenarme mi boca con su polla, sin mucho esfuerzo, ésta tocó el fondo de mi garganta produciéndome un reflejo de vómito que apenas pude contener. Saqué su polla de mi boca y Don José volvió a repetir la maniobra. Esta vez sabía que esperar y traté de abrir mi boca un poco más, pero me era casi imposible. Sentir toda mi boca llena de caliente polla me estaba haciendo excitar de una manera increíble. Sin que Don José dijera nada comencé a meter y sacar su polla de mi boca desenfrenadamente. Estaba encantada.
- Siga así niña. ¿Le gusta chupar mi polla?
- Hm hmm… dije en señal de afirmación sin dejar de meter esa polla en mi boca.
Don José me tomó de la cintura y me giró de tal manera que tenía acceso nuevamente a mi culito. Yo estaba como una posesa, no quería soltar esa polla. Don José volvió a jugar con mi anito. Esto me estaba haciendo delirar. Lo quería adentro. Ya no aguantaba más. Noté que el efecto del alcohol estaba en pleno efecto y me daba vueltas todo. Don José hizo presión firme en mi culito y sentí como su dedo ingresaba en mi anito. Hizo un poco más de presión e ingresó un poco más.
Don José retiró el dedo de mi culito, me tomó de la cintura y me levantó. Yo no estaba preparada y al arrancar su polla de mi boca de esa manera hizo un ruido similar a cuando uno descorcha una botella de vino.
Don José me tomó de la cadera y dirigió mi trasero a su polla. Yo sabía lo que venía, lo esperaba. Con miedo a pesar de saber que no era virgen. Muchos objetos habían conocido el interior de mi anatomía, pero nunca una verdadera polla. Don José se echó un escupitajo en la mano y me lo pasó por mi anito. Sin decir nada me metió un dedo hasta donde pudo. Di un respingo. Se sentía bien. Lo sacó inmediatamente y volvió a escupirse la mano y pasar el escupitajo por mi culito. Me tomó de la cadera y me bajó. Casi inmediatamente sentí como su caliente polla se apoyaba contra mi humedecido culito. Yo no aguantaba más quería sentirlo dentro de mí. Don José empujó y su glande entró en mi culito. Sentí una pequeña molestia, pero era hermoso. Casi tenía ganas de llorar, estaba perdiendo mi virginidad. Don José lo sacó y lo volvió a meter. Sin soltarme, empujó un poco más y sentí como esa gorda polla ingresaba dentro de mí.
- ¿Le gusta niña?
- Si, Don José. Me encanta le dije.
- ¿Quiere más?
- Si, por favor dije.
Sin mediar más dialogó, Don José me hundió toda su polla en mi culito, me arrancó un grito mezclando sorpresa, dolor y placer. Pensé que estaba casi toda adentro antes, pero ahora sentí esa polla como si me estuviera golpeando mis entrañas. Cuando aún no terminaba de acostumbrarme a esa sensación, Don José me levantó lentamente, dejando que sintiera cada pliegue de su ancha polla, eso me encantó, quería más quería mucho más. Luego me volvió a ensartar con su gorda polla hasta sentir nuevamente que se adentraba aún más adentro mío; esta vez pude sentir la textura de sus huevos en mis nalgas. Eso me encantó, sabía que él estaba totalmente dentro de mí. Luego volvió a levantarme de la cintura hasta sentir que sólo su glande estaba dentro de mí, volvió a penetrarme con todas sus fuerzas, lo que antes percibía como un poco de dolor estaba tornándose en un inmenso placer. Sentir toda esa masa de carne caliente entrar dentro de mí, era glorioso.
Don José, sin decir nada, me tomó completamente de la cintura y sacó su polla de dentro de mí.
- Niña, no me gusta que sea tan peluda, para eso tengo mis ovejas. Mañana quiero que esté toda depilada cómo una señorita.
- Si, Don José, todo lo que usted quiera. Dije sin pensar. En ese momento sólo quería ser poseída nuevamente.
Agarré su polla con mi mano la apunté a mi ano y me dejé penetrar por su glande, hinchado, palpitante. Sentí como lentamente quebraba la inútil resistencia que mi culito ponía sobre. Mas que resitencia se podía decir que era una bienvenida.
Una vez que le sentí dentro de mí, me solté dejé que la gravedad hiciera su trabajo y caí en el sexo de Don José, que se incrustó dentro de mí hasta sentirlo profundamente dentro mío. Sólo alcancé a largar un quejido de placer mezclado con algo de dolor.
El whisky estaba haciendo completamente efecto en mí, sólo quería sentir su polla dentro de mí y eso hice una y otra vez hasta no recordar nada más.
Subí y bajé sobre su polla, disfrutando cada vez que él se adentraba en mí. Don José me tomó de la cintura y me hundió su polla todo lo que pudo.
- Ahhhh ..
Son José sólo digo eso mientras sentía que me llenaba mi interior de caliente semen. Sentí a Don José emitir algún sonido apagado mientras me llenaba de su leche. Me retuvo de la cintura mientras su polla se terminaba de vaciar dentro de mí.
Luego me recosté sobre él, sintiendo cómo su polla iba perdiendo intensidad dentro de mí hasta ser expulsada por mi culito. Acto seguido sentí el caliente líquido escurrirse fuera de mi interior.
Luego todo fue un torbellino de sensaciones e ideas, estaba demasiado alcoholizada compa recordar exactamente que había pasado. Sólo sabía que hasta este momento lo había disfrutado mucho. Lloré y me emocioné por haber perdido mi virginidad y sentirme humillada por Don José a quién conocía desde hace muchos años y no tenía idea de que él sabía de mis gustos.
FIN DE PARTE UNO