Vacaciones en España, Cap. 9

Un nuevo amante para Lauren

CAPÍTULO NUEVE (Nos volveremos a ver...)

El tren se detuvo por la mañana temprano para hacer una parada de un día en una de las muchas ciudades pintorescas de la ruta. El día estaba brillante y con sol cuando Lauren se levantó; el misterio estremecedor de la noche anterior se había desvanecido de sus pensamientos, y no podía pensar en otra cosa que en un día al sol y en los mercados de la vibrante ciudad.

Se aseó rápidamente, se lavó la cara, se aplicó solo un poco de maquillaje, y se vistió con un vestido de verano brillante que le resultara cómodo para todo el día. Se puso las sandalias más cómodas y a las ocho en punto estaba de camino al vagón restaurante. No podía imaginar lo que le había pasado la noche antes. Sí, las cosas eran curiosas, pero era una tontería pensar que ella estuviera conectada a las extrañas aventuras sexuales de Jeanne. Ser testigo de ellas había sido impactante pero dejó a un lado cualquier idea de que ella estuviera involucrada en los designios de la extraña mujer.

Cuando entró al comedor aspiró el aroma del café, mientras localizaba a Chris en una mesa en mitad del vagón.

"Hola, ¿cómo estás?" dijo amablemente, mientras se sentaba en el asiento frente a su amiga.

"Yo muy bien, ¿y tú?" preguntó Chris, un poco sorprendida por la repentina entrada de Lauren. Estaba esperando a Sam y se imaginaba que probablemente no quisiera unirse a ella, al ver a Lauren en la mesa, pero de todas formas estaba bien. No le haría daño hablar con Lauren, había mucho que encajar antes de que estuviera completamente relajada en su incipiente relación con Sam. Y Lauren era una clave significativa.

"¿No es una mañana estupenda?" exclamó Lauren.

"Sí que lo es, ¿qué planes tienes?"

"Ir de compras. Hay gangas a porrillo en estos mercados."

"Eso mismo pensaba yo," dijo Chris.

Pidieron el desayuno, y se pusieron cómodas para tomarse el café, aunque había una paz embarazosa.

"Me siento un poco rara ahora y no me gusta especialmente," dijo Chris.

"¿Te refieres a ti y a Sam?" Lauren fue directamente al corazón del asunto. "¿Te estás enamorando?"

"¿Por qué me haces esa pregunta?"

"Oh, alguien me ha sugerido que podía ser eso lo que se ve en tus ojos."

"¿De veras?"

"Sí."

"Tal vez pudiera enamorarme de él, Lauren, pero no si pensara que vosotros dos vais a volver a juntaros."

"Eso no parece muy probable, ¿verdad?"

"Solo porque no te molestas en hablar con él," declaró Chris.

"Francamente, no le quiero ahora, y supongo que si le pierdo por ti o por cualquier otra, entonces supongo que es así como debe ser."

"No puedo creer que quieras decir eso," dijo Chris.

"Chris, no sé lo que quiero ahora, pero estoy muy feliz de estar libre de ataduras, y eso significa Sam." Sentía cada palabra que decía, hasta que Sam bajó por el pasillo y se sentó junto a Chris. Entonces sintió aquel pequeño y agudo dolor interno.

"Buenos días," dijo a ambas.

Lauren miró su cara recién lavada. Llevaba una camisa blanca sencilla que cubría su pecho firme y se metía en sus pantalones sueltos e informales. Estaba atractivo como siempre. Viejos recuerdos se agolparon en su mente; parecía que hiciera años desde que estaban juntos, liados y enamorados, aunque solo hubieran pasado días desde que empezara su viaje. Era raro ver a Sam y Chris lado contra lado, ella como extraña en una relación que aparentemente había empezado a ser seria.

Lauren sonrió mientras su mirada iba de uno a otro. Vio como la mano de Sam se movía inmediatamente hacia el muslo de Chris por debajo de la mesa.

"¿Disfrutando del viaje?" preguntó. Había un toque de sarcasmo, pero en términos generales parecía estar perfectamente con ella allí.

"Sí, ayer fue un día muy relajante." Lauren recordó el día extraño pero sorprendentemente sensual con un poco de asombro.

"Muy bien. Espero que tengas lo que quieres, pero me disculparas si todavía me siento un poco molesto con todo esto."

"No puedo esperar que entiendas lo que yo no entiendo. Pero podemos ser civilizados, todavía podemos ser amigos. ¿Verdad?" Lo decía en serio.

"Puedes decirle a Chris que está bien que esté conmigo, ella teme que quieras volver."

Chris parecía cortada por el cambio de tono, la voz de Sam se había elevado de una forma que le disgustaba.

"Ya se lo he dicho esta mañana," aseguró Lauren. Podía notar como se formaba una emoción no deseada y necesitaba ahogarla ya. "¿Sabes? Creo que será mejor que me vaya, estoy lista para un día de compras." Se levantó rápidamente de su asiento y saludando a la pareja con la cabeza se dirigió hacia el extremo del vagón.

"Eh, quiero ir contigo, Lauren," le dijo Chris.

Lauren se volvió hacia ellos.

"¿Tú sola?"

"Sí, yo sola," dijo.

"Vale, vamos entonces." Asintió Lauren, luego se dio la vuelta y siguió andando hacia la salida.

"¿Quieres pasar el día con ella?" preguntó Sam.

"Por lo menos la mañana," dijo Chris. "Olvidas que todavía es mi mejor amiga. Al menos eso creo yo."

"¿Qué es lo que pasa? Pareces preocupada," observó.

"Después de vuestra conversación de ahora mismo, creo que debería estarlo."

"¿Qué es lo que demuestra?"

"Que la amas."

Miró a Chris pensativo, valorando su observación. "¿Amarla? Puede ser. Desearla, no."

Chris sonrió. "Eso está por ver." Le hizo levantarse para poder salir y, cuando volvió a sentarse, se inclinó para darle un beso húmedo en la boca. Una mano se deslizó hacia el leve bulto de los pantalones. "Nos vemos luego."

El pueblo era hermoso y bullicioso.

Los colores brillantes eran como ver la excitación misma pintada en el espacio, frente a sus ojos. Lauren y Chris pasearon con calma de puesto en puesto en el mercado al aire libre, viendo pañuelos, joyas y baratijas para llevar de vuelta a los amigos.

Al mediodía se sentaron en algún bar y almorzaron en una terraza.

"Me alegro de que hayas venido conmigo esta mañana," dijo Lauren. "Pensaba pasar tiempo contigo este viaje, y, bueno, las cosas han cambiado, ¿verdad?"

"Supongo que sí," admitió Chris. Había algo extraño en los ojos de Lauren.

"Es un amante magnífico, ¿verdad?" dijo finalmente Lauren, refiriéndose a Sam.

"¿Necesitas decirme eso?"

"No, solo me estoy haciendo a la idea de él y de ti, pensaba que tal vez hablando de ello habría menos tensión entre nosotras."

"Pudiera ser," dijo Chris. "Así que cuéntame sobre tu ligue del crucero."

"¿Dominick?" Le brillaron los ojos. "Era estupendo. Sabe formas que nunca antes había probado."

"¿De verdad?"

"Era perfecto para el momento, pero estoy más bien contenta de que no esté para el resto del viaje."

"¿Tienes algún otro en la mira?"

"Todavía no, no exactamente," dijo Lauren, hubo una expresión soñadora en sus ojos mientras pensaba en el día anterior. En otra ocasión probablemente hubiera compartido con Chris toda la experiencia, pero esta vez no. Había algo respecto a ello que exigía secreto, si es que había algo. "¿Seguimos con las compras?" preguntó Lauren, desviándose de la pregunta.

"Claro."

Se levantaron las dos y se metieron entre la bulliciosa muchedumbre. Siguieron hasta un puesto de atractiva bisutería. Chris miraba los collares de un extremo del enorme escaparate; en el otro extremo, Lauren se probaba pendientes mientras se miraba al espejo.

Estaba a punto de probarse un segundo par cuando le sobresaltó el reflejo de otra cara que se unió a la suya en el espejo, apareciendo por encima de su cabeza.

Gabriel.

No le conocía perfectamente, aunque sabía exactamente quién era cuando le vio mirar al espejo. Segundos más tarde notó que estaba le apretando el paquete contra el trasero.

"Señorita Wilding," dijo. Su profunda y melodiosa voz dijo su nombre de una forma que casi no lo reconoció. Lauren se volvió y miró interrogante a sus oscuros y ardientes ojos.

"Gabriel Montoya," se presentó. Le resultaba incómodo lo cerca que estaba de ella; sus pechos casi se tocaban, sus partes íntimas rozándose. Incluso entre la muchedumbre del mercado parecía demasiado cerca para un primer encuentro, aunque Lauren no podía hacer nada, porque estaba entre él y el mostrador que tenía detrás.

"Estos son preciosos," dijo tocando los pendientes que le colgaban de las orejas. "¿Me permites que te los compre?"

"No, no gracias, no son exactamente lo que quiero." Lauren se volvió rápidamente, y quitándoselos los volvió a colocar en la plataforma cubierta de terciopelo donde los había encontrado. En una rápida mirada cruzando la mesa escaparate vio a Chris mirándola. Se volvió a girar encarando de nuevo a Gabriel Montoya.

"Te vi aquí comprando y pensé que debía pararme para disculparme por la noche pasada. Nunca debería haber entrado a tu compartimento. Te ruego que me perdones."

Su amabilidad era natural, como si fuera aristócrata. O quizás se tratara de una cualidad innata que le alejaba de la mayoría de los hombres. Sus líneas eran largas e impecables, en el rostro huesos finos, formas bien talladas y aliento que olía deliciosamente a menta o tal vez a ¿limón? Lauren no podía situar bien el aroma.

Lo más destacable de él, bastante extraño, es que se le veía tan fresco y tan bien en el calor polvoriento del mercado al aire libre que parecía fuera de lugar.

"¿Te gustaría comer algo?" preguntó.

"Mi amiga y yo ya hemos comido, me temo que no tengo hambre."

"Entonces quizá una copa de vino."

Le miró mientras consideraba la oferta, recordando los comentarios de Jeanne sobre él, "hombre extraordinario", "disfruta con la compañía de las mujeres"...

"Si, eso estaría bien, gracias. Deja que me reúna con mi amiga."

Chris se unió a ellos en una mesita fuera del mercado, en una callejuela justo fuera de la plaza principal que tenía una serie de tiendas pequeñas que todavía pretendía explorar.

"Mira esa, me encantaría ver de cerca esos chales," comentó Lauren a Chris cuando se sentaban. "Chris, este es Gabriel, nos hemos conocido en el tren y acaba de presentarse oficialmente," explicó.

"Es un placer," Gabriel inclinó la cabeza hacia la amiga rubia de Lauren, aunque inmediatamente volvió sus atenciones hacia Lauren.

"¿Estás disfrutando del viaje?"

"Muchísimo," replicó Lauren.

Su conversación intrascendente siguió un par de copas de vino. En el transcurso de poco tiempo Gabriel había asumido una cercanía a Lauren muy familiar, con su mano haciendo exhibiciones afectuosas, primero acariciándole el pelo y luego pasándole la mano por la espalda para acariciarle el hombro. Tan sutil, pero tan directo. Chris miraba, preguntándose qué significaba. "Me siento un poco mareada del vino y el calor, creo que volveré al tren," dijo.

"Voy contigo," se ofreció Lauren.

"No, de verdad, sigue aquí con tu amigo," insistió Chris. Se fue casi bruscamente, confusa sin duda. Lauren se preguntó cuando desapareció qué pensaría de ella y Gabriel. Probablemente estaba suponiendo más de lo que había.

"¿Tienes planes para la cena?" preguntó Gabriel, volviendo hacia él la atención de Lauren. Se había apartado de Lauren en el momento en que se fue Chris, asumiendo una distancia razonable dada su breve relación. Aunque todavía era demasiado atento para un hombre que apenas conocía.

"No, no tengo."

"Entonces cenarás conmigo," dijo. No era exactamente una pregunta, más bien un comunicado. De repente se sintió transportada al día anterior, con su sensualidad a fuego lento, como sin importancia, y sus misteriosas conversaciones con Jeanne.

"Todavía no estoy preparada para cenar," dijo.

"Por supuesto que no," replicó. "Tenemos que comprarte el vestido."

"¿Qué?" preguntó.

"Vi uno en esa tienda que te quedaría perfectamente," dijo. Señaló a la tienda de los chales callejuela abajo.

"No puedo aceptar tus regalos."

"Por supuesto que sí," insistió. "Estás de vacaciones."

Aunque encontraba excitantes la atenciones de este hombre, siguió cauta, con recuerdos del día antes de la rebelión como un espectro para enturbiar cualquier rollo que tuviese en mente. Mirando a sus deslumbrantes ojos, se quedó tan cautivada que no estaba segura de poder pensar con claridad. El vino se la jugaba, no dejándole decir lo que pensaba que debía, no dejándole elegir de forma clara. Mientras que Dominick había sido inofensivo, y lo supo desde el momento en que puso sus ojos en él, este hombre era totalmente distinto, y no se fiaba de él.

La hizo levantarse y le cogió las bolsas de las compras. Luego la agarró con firmeza del brazo, colocándolo en el suyo, y la guió por la callejuela empedrada a la tienda de los chales.

El minúsculo almacén estaba atestado de estanterías con ropa, todas de colores muy llamativos. Lauren y Gabriel eran los únicos en la tienda a excepción de la propietaria, aunque parecía que estuvieran apiñados el uno contra el otro. Gabriel tenía pensado algo en particular y lo sacó de la estantería y lo sujetó al cuerpo de Lauren.

El vestido que había elegido era de un algodón finamente tejido que la cubría sensualmente, un estampado salvaje con gamas de rojo, naranja y amarillo que contrastaba con su pelo moreno oscuro. Lauren pudo ver al momento que sería un vestido perfecto para ella.

"Se lo veré puesto," le dijo a la propietaria de la tienda, y la vieja le señaló a ella una cortina situada a su espalda.

Lauren se vio empujando la cortina en un pequeño cuarto que no era en absoluto un vestidor, sino un simple almacén, aunque al menos era lo suficientemente íntimo para cambiarse el vestido.

Se lo cambió con rapidez y volvió a la tienda para mostrárselo a Gabriel.

Él asintió, su rostro pasivo, pero los ojos admirando claramente lo que veía. "Date la vuelta," le instruyó.

Lo hizo, y cuando se dio la vuelta de nuevo, asintió en señal de aprobación.

"¿Tienes unas sandalias bonitas para ponértelas con él?"

"Sí, en mi compartimento."

"Y te sujetarás el pelo con una peineta española," dijo. Sacó una negra brillante de una estantería y le enrolló el pelo alrededor de ella con un toque hábil. "Perfecto," dijo. Por un momento se sintió como una muñeca sin cerebro con la que jugaba un niño. Aún así se mantuvo completamente pasiva como si fuera la chuchería del hombre. Había algo inquietante respecto a estar con este hombre, pero no podía pensar con normalidad suficiente para entender lo que era. La mantenía tan cautiva que tenía poco espacio para responder al efecto de su voluntad enérgica. Y luego otra vez, no estaba segura de que no le gustara. Como el curioso rompecabezas del tren y Jeanne, medraba en el misterio que creaba este hombre, mientras su cuerpo respondía con un indudable impulso sexual royéndole el vientre.

Cuando volvieron al mercado, había sombras alargadas cruzando la plaza mientras el sol de la tarde caía cada vez más bajo en el cielo. El día se deslizaba rápidamente hacia la noche, y en cuanto a ellos, Lauren temblaba ante la expectativa de lo que podría ocurrir esa noche. "Vuelve al tren, Lauren, y vístete para la cena," le dijo Gabriel.

"Estarás sorprendente." Sus ojos autoritarios la miraron con una sensación de propiedad.

"¿Vienes conmigo?"

"No. Me reuniré contigo en la estación a las siete."

Sonrió, pero no dijo nada más, y se alejó hacia el centro de la plaza y desapareció en el gentío.

Lauren volvió al tren, tropezándose con Sam en la estación.

"Parece como si hubieras visto un fantasma."

"Quizás un exceso de vino," dijo ella.

"¿O demasiados extraños misteriosos?" le sugirió. No estaba siendo descortés. De hecho una expresión conocida de preocupación le cruzaba la cara.

Ella no quería preocuparle. "Estoy divinamente," le soltó. "De verdad que lo estoy." Le dedicó una media sonrisa y se alejó.

Sam la miró mientras se adentraba en la multitud. La conocía bien, probablemente demasiado bien para ser objetivo respecto a su comportamiento. No podía quitarse de encima el hecho de que le preocupara.

Lauren estaba muy recuperada cuando se encontró con Gabriel en la estación dos horas más tarde. Los efectos del vino de la tarde se habían disipado y se sentía con la cabeza clara. Se vistió con una elegancia decididamente española, tal como él había elegido. Su pelo negro largo era perfecto para la peineta, y tal como había dicho Gabriel, el vestido estaba hecho para ella. El canesú del escote y los amplios hombros realzaban sus pechos y su cuello desnudo, le habían dicho durante años que su escote era exquisito. Sam se lo hubiera dicho. El recuerdo de sus ojos hacía un rato en la estación de tren se presentó en su mente. La expresión de preocupación, su pasado a veces tierno... un poco de melancolía tristona amenazó con estropear el momento. Se sacudió de encima la sensación y volvió al presente.

Gabriel tenía razón, estaba perfecta. Y cuando su nuevo pretendiente la vio sonrió, luego la tomó del brazo y caminaron por la plaza hacia el restaurante que él había elegido.

Pidió la cena en español. Ella le dijo que probaría algo, aunque un destello pícaro en su mirada le hizo preguntarse qué extraña comida iba a acabar comiendo.

"Eres una mujer hermosa, Lauren Wilding," dijo, mientras esperaban la cena.

"Gracias," dijo ella.

"Y valiente," añadió. "Se necesita valor para seguir con las vacaciones cuando tu amante está ocupado con tu mejor amiga."

Lauren volvió a mirarle atónita. "¿Cómo sabes eso?"

"Jeanne. Mencionó que tenías compañeros de viaje y al señalármelos me di cuenta de que compartían un apartamento junto al mío. Me imaginé el resto, aunque tengo que admitir que las paredes de estas cámaras son bastante finas, especialmente para determinados sonidos."

Las palabras de Gabriel, como las de Jeanne, estaban cargadas de doble sentido, de cosas no dichas pero dichas de tal forma que la dejaban demasiado desconcertada para responder.

"¿Habéis estado en un crucero?" preguntó.

"Sí."

"¿Y tus compañeros te abandonaron entonces?"

"Ellos no me abandonaron de ninguna manera; supongo que podría decirse que yo les abandoné a ellos."

"Ya veo," dijo. "Entonces tú eres una mujer independiente que tomas sus propias decisiones."

"Absolutamente," confirmó Lauren.

La miró en tono apreciativo, aunque pronto les interrumpió el camarero trayéndoles el primer plato.

Le miró las manos mientras comía. Tenía dedos largos y delgados, con gracia y sin adornos. Era meticuloso a su manera, exacto. Y tras esos ojos, cuando la miraba, había la misma expresión desconcertante que había experimentado con Jeanne. Era notable lo estrechamente alineados que parecían estar, aunque la naturaleza de su mutua relación era todavía un misterio para ella.

Hablaron de ella durante la cena. Le preguntó sobre los Estados Unidos, sobre su casa, su trabajo, muchas de las mismas cosas que esperaría escuchar en un cita normal a la americana, aunque la forma en que le preguntaba las cosas seguía teniendo un aire como de algún tipo de agenda secreta de investigación.

En general fue una comida agradable y disfrutó con su compañía. Había un encanto distinguido y una inteligencia seca escondida tras sus modales elegantes. Mientras avanzaba la noche ella estaba cada vez más intrigada. Al mismo tiempo él no hacía movimientos en el terreno sexual y ni siquiera sugerencias de sexo. Eso la sorprendía. Después de estar el día juntos, del vino en el café, de los pequeños gestos delante de Chris, y de la compra del vestido, esperaba que fuera más lanzado. Pero no lo era.

Durante un tiempo escucharon la música de algunos músicos callejeros. A diferencia de la música estridente que recordaba de México, las guitarras españolas eran suaves y refinadas. Los dedos voladores de los músicos la fascinaban, era una hazaña que había intentado alguna vez con escaso resultado.

"¿Te gusta la guitarra?" preguntó.

"Solía tocarla."

"¿Eres música?"

"No exactamente."

"Pero lo intentaste; yo no tengo nada de talento musical," comentó en tono de admiración.

"Pues ¿cuáles son tus talentos? Hemos hablado un montón de mí, pero nada de ti."

La miró meditando algunos momentos y Lauren se estremeció a causa de su mirada, extrañamente fría.

"Soy tratante de 'artefactos'."

"¿Artefactos?"

"Antigüedades. En América me llamarían anticuario, que suena un poco más normal."

"Parece interesante. ¿Viajas por Europa buscando artefactos?"

"Viajo por todo el mundo."

"¿Y dónde los vendes?"

"Donde haya gente que los compre. Es un negocio complicado."

Lauren no estaba consiguiendo la información que pretendía. Quería saber algo más personal, aunque decidió que era improbable que revelara nada a menos que quisiera que ella lo supiera.

"Háblame de Jeanne," finalmente cambió de tema.

Se quedó sorprendida de que sus ojos no cambiaran ni un ápice al mencionar el nombre de la mujer. Siguió mirándola con la misma mirada firme.

"Es una amiga. Me gustó encontrármela en el tren. ¿Disfrutaste de tus charlas con ella?" preguntó.

"Fueron interesantes, pero las encuentro difíciles de entender."

"¡Qué raro! Eso es lo que dice ella de ti."

El camarero les interrumpió justo cuando Lauren pensaba que estaba sacando algo. Y ahora empezaba a sentir los efectos de un potente cóctel que había pedido para ella; tenía una pegada deliciosa que hizo que la cabeza le diera vueltas y el estómago se le pusiera de punta. "Creo que ya he tenido bastante," dijo finalmente retirando una segunda copa. "Voy a ir a trompicones por todas partes." Se rió.

"Entonces te llevaré de vuelta al tren. Saldrá de la estación en una hora, deberíamos regresar en todo caso."

Lauren no rechazó su ayuda, aunque no era tan reconfortante como que le pasara el brazo alrededor. La llevó de vuelta al tren, la ayudó a entrar y la acompañó a su compartimento.

"Ha sido una noche estupenda," dijo desde la puerta, "y no dudaré en volver a verte mañana."

No la besó ni intentó ningún amago de avance. Esperó hasta que ella estuvo dentro y luego ella le oyó alejarse.

Lauren estaba exhausta aunque solo fueran las diez en punto. El tren tenía planificada la salida a las once de aquella noche. La sensación que tenía en su interior era tan confusa y estremecedora como lo había sido la noche anterior. El cuerpo le rugía con energía frustrada, pero esta vez no había tenido la voluntad de acabar ella misma. Solo necesitaba relajarse, tumbarse, tal vez echar un sueñecito, tal vez dormir en serio. Se desvistió y se tumbó desnuda en la cama. Una suave brisa nocturna entraba por debajo de la ventanilla externa, cubierta por la cortina y saboreó la forma en que acariciaba su piel desnuda. Se quedó dormida.

Un fuerte golpe la despertó un poco más tarde. Sentía punzadas en la cabeza y su visión era borrosa.

Otro fuerte golpe hizo que aumentaran las punzadas en su cabeza.

"Un momento," dijo en alto, y se puso la bata y se levantó a abrir la puerta.

"Para usted, señorita, el caballero insistió." El mozo le pasó la nota.

"Gracias," dijo con los ojos apenas capaces de enfocar al hombre.

Cerró la puerta y se dirigió a la luz para inspeccionar la nota. Finalmente la cabeza empezaba a aclararse y las punzadas se apagaban en un dolor difuso.

"Debo verte ahora, mi compartimento 26H. G."

Leyó el mensaje de la nota varias veces hasta que finalmente lo anotó con claridad en su cabeza.

Ahora, dios mío, por qué ahora, se preguntó, manoseando el papelillo color crema, que había sido doblado y plegado cuidadosamente.

Sintió miedo de inmediato, aunque no estaba segura del por qué. No un temor enorme y violento, solo aprensión. Suponía que sus intenciones eran sexuales, pero ¿por qué ahora y no antes? ¿Qué quería Gabriel de ella?

Sacó un vestido sencillo de su armario, no el que había llevado esa noche, demasiado problema. Este era un vestido negro largo, de tubo que le llegaba hasta mitad de la pantorrilla. Acostumbraba a llevar muchas joyas de oro con él, pero con las prisas no se puso nada más. Una rápida mirada al espejo, el pelo le pareció bien; para la hora de la noche estaba apropiadamente desarreglado. Si él iba a hacerle el amor, su actitud era la correcta. De repente, fue solo pensar en el sexo y que la constante, callada agitación de sus entrañas que había experimentado todo el día, volviera a ella, agradablemente. Lauren dejó su compartimento y lo cerró, guardándose la llave en el zapato. No se molestó en buscar un bolso; parecía estúpido a esa hora. Recordando el número de la nota, se dirigió hacia el final del tren, buscando el compartimento de Gabriel. Si estaba junto al de Sam sabía dónde era, pero los números de los compartimentos a ambos lados no eran como el de la nota. Pasó a otro coche, y tampoco coincidían los números.

Siguió, el último coche al que entró no era un coche cama en absoluto, sino que era estrictamente para almacenar el equipaje.

"Debo estar viendo visiones," dijo en voz alta, mientras bajaba por el pasillo. Se detuvo y respiró hondo, luego escuchó un ruido tras ella. Se dio la vuelta para encontrarse con el rostro de Gabriel que la miraba desde las sombras.

"¡Dios, me has asustado!" exclamó.

"Señorita Wilding," dijo. "Mi nota debe haberte engañado, mi compartimento está en el último coche," señaló la puerta. "Estoy contento de haberte visto pasar."

Estaba aturdida. Estaba segura de lo que decía el mensaje, pero ahora estaba completamente confusa.

"Te he sorprendido," dijo, avanzando un paso. Sus ojos brillaban oscuramente.

"¿Qué es lo que quieres?" susurró sin fuerzas. Observó como cubría gradualmente la corta distancia entre ambos. A cada paso, juraría que podía sentir como su presencia imperiosa la atacaba. Todo su cuerpo temblaba de miedo; las manos le sudaban y temblaban, la boca seca y sedienta de algo más que una bebida.

"Todo va bien," volvió a susurrarle cuando estuvo a unas pulgadas delante de ella.

"Algunas cosas que comienzan de forma no planeada llevan a la mayor pasión. Ese pedacito de terror sin planificar las hace más interesantes, ¿no crees?" Avanzó la mano y le agarró el vestido, mientras ella miraba hacia abajo y veía como el tejido marcaba claramente sus pechos sin sostén. También los ojos de él se posaron en ellos.

"Quiero verlos," dijo, y tiró cuidadosamente del bajo de la falda. Sus piernas se estremecieron cuando el aire fresco le dio en la piel desnuda. Empezó a levantarle la falda por encima de las caderas y luego de la cintura, sin apartar los ojos de su pecho. Cuando finalmente sacó el vestido negro por encima de su cabeza y lo echó a un lado, ella quedó desnuda delante de él, como algo que se ofrecía a su inspección.

Asustada, temblaba aún más, miles de pensamientos angustiosos recorrían su cabeza. Pero ninguno le sugería que protestara o escapara o gritara o de alguna manera dejara de someterse al hombre.

La única cosa en la que confiaba era en que no le haría daño, y por el momento era todo lo que necesitaba.

Observó como los dientes se afianzaban en el pezón cuando su boca descendió sobre el pecho derecho.

"¡Oujj!" dijo en respuesta al pequeño dolor que le produjo.

Él se pasó al pecho izquierdo e hizo lo mismo. Esta vez ella no dijo nada, dejando que la sensación de mordedura la inundara. Él se echó un paso atrás y se inclinó hacia delante para besarla en la boca. Le separó los labios con la lengua y trazó una línea alrededor de ellos con los suyos. Era tan terriblemente lento y deliberado, ella deseaba que se abalanzara sobre ella con furioso entusiasmo, pero siguió tan resueltamente cuidadoso. Era la misma tortura que usó con Jeanne la noche antes cuando estaban en su compartimento;  su técnica era inconfundible.

La puso de espaldas contra una pared de un armario de madera colocándole las manos en los costados hasta que su cuerpo la apresó. Jugueteó por su cara y su cuello con movimientos seguros y dirigidos, usando los labios y la lengua como únicos instrumentos. La lengua chasqueó sobre la piel en el canal entre sus pechos y por un momento se sumergió en su carne con rapidez y meticulosidad, cubriendo cada sitio con su boca húmeda.

Se apartó de nuevo y la besó en la boca y luego en los ojos.

Bajó las manos para separarle las piernas, y con una rápida sacudida le agarró los labios del coño con el puño y tiró hacia abajo. Ella dejó escapar un gritito. Rodeándola con las manos le separó los carrillos del culo, empujando a fondo un dedo dentro de su agujero trasero. Sintió algo frío en aquel sitio, la había untado allí con alguna loción o crema. Supo que él tenía toda la intención de ir más lejos, era esta una demanda sexual que raramente concedía a Sam.

Aunque abrió la boca para protestar antes de que pudiera decir ni una palabra ya él había leído su mente.

"Cállate, no." Le cubrió con suavidad la boca con su mano. "No habrá dolor, Lauren Wilding, relájate y no habrá dolor, solo placer, tuyo y mío."

Con una mano por delante y otra por detrás le penetró ambos orificios mientras su cuerpo desnudos era presa de espasmos. Estaba resignada y no se resignaba. Quería seguir hasta el fin, pero todavía tenía miedo. Todo había ocurrido tan rápidamente, sin una palabra de aceptación, pero tampoco de rechazo. Los mismos modos autoritarios e imponentes que la habían ordenado aquella tarde cuando le compró el vestido gobernaban su cuerpo de la forma exacta que él deseaba y no de ninguna otra.

Sus dos manos le trabajaron el sexo, sacando al exterior la creciente calentura de su deseo físico. La del coño pronto estuvo chapoteando con sonidos jugosos; la de atrás relajó pronto los reflejos de apretar de aquel sitio para aceptar su insistente penetración. No uno sino tres dedos la llenaban por allí con facilidad destacable.

La volvió y la hizo doblarse como una muñeca de trapo, mientras se agarraba a una oportuna barandilla para tranquilizarse. Gabriel se puso detrás de ella. Sus hábiles dedos siguieron explorando su culo hasta que sintió su polla dura presionando contra su puerta trasera y un último empujón profundo dentro del prieto espacio.

La había preparado bien para el asalto. Donde a menudo ella había estado demasiado tensa para disfrutar de la entrada con Sam, esta vez todo era tan fácil como si hubiera entrado en su húmedo chocho.

Mientras empujaba dentro de su cuerpo pasó una mano alrededor y jugó con los pliegues húmedos y alrededor de su clítoris. Al borde del orgasmo, el duelo de embestidas se hizo tan firme que no podía aguantarse para esperar a que Gabriel llegase al clímax con ella. Sus tensos músculos provocaron espasmos alrededor de sus dedos hundidos y su polla hincada, mientras explotaba superado el borde del placer. Gritó angustiada, satisfecha como mujer.

Otros cuatro o cinco buenos envites de la polla de Gabriel y empezó a gruñir desde muy dentro de su vientre, indicando su liberación. La mantuvo estrechamente contra él, mientras sus espasmos finales se desvanecían y ambos se sumergían en el sensual reflujo del placer.

Ella quiso desplomarse en el suelo, pero Gabriel la sujetó rápidamente y lentamente se retiró de su culo.

Manteniéndola todavía contra él, le levantó el torso mientras la rodeaba con la mano y le copaba los pechos en ella. Se estremecía a cada contacto delicado, sintiendo que su cuerpo se fundía como mantequilla dentro de su enorme energía.

Cuando empezaba a revivir sintió que le mordisqueaba la oreja. Luego sus labios trazaron una línea de minúsculos besos por el cuello abajo y se despertó aún más.

Cuando la dejó ir se agachó hasta el suelo, agarró su vestido negro y se lo colocó encima de la cabeza de manera que en un rápido movimiento se deslizó por su cuerpo y quedó vestida.

"Tienes un trasero magnífico y un coño maravilloso. Nos volveremos a ver," dijo. Ella sonrió, todavía perpleja ante el polvo rápido y penetrante; la había satisfecho por completo. No era un idilio, aunque no era lo mismo que con Dominick. No tenía ni idea de qué hacer con ello, pero tenía pocas dudas de que Gabriel podría hacerla sucumbir a cualquier cosa.

Cuando se volvió para marcharse, miró hacia la entrada del vagón de equipajes, donde, para asombro suyo, vio el rostro de Jeanne retirándose de la pequeña ventana cuadrada de la puerta. ¡Lo había visto todo! Inmediatamente pasaron por sus ojos los últimos quince minutos, el cuadro de ella doblada y Gabriel machacando su culo. ¿Era eso lo que había visto Jeanne? Lauren observó hechizada como la mujer se daba la vuelta y se dirigía hacia el otro coche.