Vacaciones en España, Cap. 7
Sensaciones sugerentes en un trayecto en tren
CAPÍTULO SIETE
Era temprano por la mañana y el barco estaba en puerto. Los mozos y los pasajeros que partían iban y venían preparándose para desembarcar. Las manos de Lauren estaban llenas de bolsas mientras se movía por la cubierta con Dominick a su lado.
"¿No vas a bajar?" preguntó ella. La rodeó con el brazo para un abrazo final.
"No," contestó.
Tenía la sonrisa más encantadora y erótica que ella había visto en un hombre. Oh, y echaría de menos mucho más que eso, aunque estuviera un poco acongojada.
La besó en las mejillas, sensualmente, dejando que sus labios persistieran contra la piel hasta que pudiera sentir su calor y encontrarse una excitante sensación viajando hacia su coño. Un último beso y se alejó, volviéndose a saludarle desde el muelle. Aunque le devolvió el saludo, Dominick ya se estaba dirigiendo hacia una mujer joven vestida con un traje de marinero de diseño elegante y un gorro marinero de ala ancha. Aún desde la distancia Lauren pudo ver como la boca coqueta de ella sonreía amablemente y sus ojos rasgados le lanzaban una mirada ligona.
Dominick era un buen comienzo, pero sus vacaciones apenas habían comenzado.
Lauren tomó un taxi desde el muelle hasta la estación de tren, y luego se apresuró hacia las puertas de salida, temerosa de llegar tarde. Al ver a Chris y a Sam cómodamente del brazo, les hizo señas con una sonrisa resplandeciente.
"Pareces contenta," comentó Sam.
"Lo estoy," dijo bruscamente, "¿y vosotros?"
"Estamos divinamente, Lauren," contestó sinceramente, sintiéndose al instante completamente satisfecho de tener a la mejor amiga de Lauren compartiendo su cama. No importaba si Chris parecía un poco tiquismiquis; lo superaría pronto.
Después de que Lauren subiera a su vagón ellos esperaron unos minutos y luego subieron.
Al elegir el elegante tren turístico que les llevaría al interior de España, no había reparado en gastos, reservando los compartimentos pequeños pero de mucho lujo.
Lauren encontró el suyo tranquilo y alejado de los otros. Parecía como si apaños de última hora hubieran colocado a Chris y Sam en un vagón y a Lauren en otro. Si esto no era una indicación de lo que él pensaba, entonces nada lo sería.
Después de su cana al aire con Dominick era hora de relajarse, y dejar descansar el tema de las relaciones. Había una calidez sensual en el aire, en contraste con las frescas brisas del océano, y campos dorados con árboles antiguos y colinas onduladas, que pasaban rápidamente mientras Lauren miraba desde su asiento en el vagón restaurante. Estaba tomando un almuerzo relajado cuando levantó la vista y vio a un hombre de piel oscura con bigote y pelo negro rizado. ¿Se iba a repetir la historia reciente?
"¿Puedo sentarme a comer contigo?" preguntó.
"Lo cierto es que hoy prefiero comer sola, pero gracias de todas formas," asintió amablemente mientras despachaba al tío guapo. Observando la retirada del defraudado extraño, pensó en Dominick. Un amante ávido, eficiente, tan habilidoso, tan apasionado; ¡pero tan puñeteramente vacío! No habían tenido ni una conversación con contenido en dos días. A todas horas le veía apostando. Nadaban durante el día y follaban toda la noche. Hubo fogonazo y deslumbramiento, su bello cuerpo, su habilidad en el amor, y la excitación de algo nuevo. Incluso así, en cuestión de días su recuerdo estaría tan perdido para ella como el paisaje que desaparecía rápidamente volando por la ventanilla.
La comida era deliciosa, el vino de mucho cuerpo, tal vez un poco áspero, y el estado actual de su mente lleno de paz. Poco más podía pedir, al menos de momento.
Lauren miró con curiosidad, al otro lado del pasillo, los airosos movimientos de una joven que comía gambas. El color crema de su piel era tan impecable que asustaba, y era ciertamente envidiable. Había algo sencillo, aunque lleno de gracia, en su aspecto. El pelo castaño cortado al rape justo por debajo de las orejas; y llevaba una extraña mezcla de ropa, lo que le daba una apariencia inusual, pero perfectamente vestida, a su figura ágil y adorable.
Al sentirse observada, la mujer devolvió la mirada a Lauren. La mayoría de la gente cuando la pillan mirando aparta la vista, pero Lauren no lo hizo y tampoco su curiosa compañera de comedor.
"Lauren," dijo finalmente, presentándose casi como una ocurrencia de última hora.
"Jeanne," replicó la joven. Jeanne pronunciado con la suave "g" francesa sonó tan sensual que las mujeres parecieron extrañamente desconcertadas. Y su voz cantarina pareció acariciar el aire.
"¿Viajas sola?" preguntó Lauren, repentinamente tan llena de curiosidad respecto a la desgarbada criatura que no podía apartar los ojos.
"Sí," dijo amablemente. El rastro de una sonrisa y un brillo misterioso en la mirada cruzó su cara, casi como si estuviera mintiendo, aunque realmente no tuviera sentido.
Jeanne se volvió, mirando de nuevo por la ventanilla.
Lauren estaba excitada por la curiosidad. Había sido testigo de lo que parecía una diferencia entre los continentes, una diferencia en las mujeres. Las mujeres europeas eran eróticas, sus pasiones más sensuales, como si vinieran de la antigüedad de sus países y culturas. Las mujeres americanas no desarrollaban el mismo tipo de profundidad sensual hasta que eran mucho mayores. Viajar a otros países la había acercado a esa sensación. Ahora, en su réplica de tiempos más dulces, el mundo presente de Lauren se esfumaba, reemplazado por otro mundo, mucho más atractivo. Jeanne era solo una minúscula pieza de aquella transformación.
"¿Viajas sola?" escuchó de nuevo la voz de la mujer, y se volvió sorprendida de que Jeanne hubiera vuelto a hablar; parecía tan perdida en sus propias reflexiones.
"Ah, esto, sí. Tengo amigos en el tren, pero..."
Su conversación fue interrumpida por un hombre que cruzaba el vagón. Se detuvo en la mesa de Jeanne e inmediatamente absorbió su atención. Parecía extraño si la mujer viajaba sola.
Mientras seguía con su comida, Lauren miraba discretamente a la pareja. Él se sentó junto a ella, bastante cerca. La espalda hacia el pasillo y hacia Lauren, no podía ver la cara de la mujer, aunque Lauren tenía la clara impresión de que el hombre estaba jugando con los pliegues de la falda de Jeanne. Lauren podía ver sus piernas largas, larguiruchas, casi hasta la parte alta de los muslos, pero una vez más su visión la bloqueaba de manera frustrante el hombre que estaba entre ellas. Si sus suposiciones eran correctas el hombre no solo había encontrado el camino dentro de la falda de Jeanne sino que la estaba acariciando entre las piernas.
Lauren apartó la mirada, totalmente desconcertada, aunque con un fuerte pulso de deseo sexual desgarrándole el vientre. Esto no era como las caricias audaces de Dominick en el comedor del barco.
"Ah, siiííí," oyó un grito ahogado sensual. ¿Era un orgasmo, se preguntó? Apenas era significativo, solo un gritito ahogado, no un gemido de placer sexual a plena garganta. Siguieron alguno susurros entre ambos y luego le oyó levantarse.
Mirando en su dirección, sus ojos se encontraron con los de él. Era inexpresivo, pero intimidante. Ojos negros, pelo oscuro rizado y bigote. Extrañamente las mismas características del hombre que intentó comer con ella, aunque este tenía una actitud bastante diferente.
Era joven, en cuanto a años, aunque había seguridad en torno a él, modos autoritarios, secos, aristocráticos, y un traje impecable como si saliera de las páginas de un revista francesa de moda.
Cuando apartó los ojos de Lauren volvió a Jeanne, "Termínate el almuerzo."
Ella se incorporó en el asiento, arreglando su ropa, con un aspecto un poco más formal que el de antes; como si estuviera escondiendo la posibilidad de que el hombre que la dejaba la hubiera conseguido en el vagón restaurante. No podía ser otra cosa, pensó Lauren para sí misma. ¡Qué extraordinaria posibilidad!
Jeanne terminó su almuerzo antes de que Lauren acabara el suyo, y para cuando la mujer salió del vagón restaurante había recuperado su aplomo suave y el atractivo que había captado a Lauren hacia ella al principio.
Tras el almuerzo Lauren volvió a su compartimento y se puso a leer una novela mientras miraba de vez en cuando las colinas que cruzaban rápidamente por la ventanilla. Mientras el tren se movía regularmente por las vías su sonido se había hecho familiar, de manera que ya no pensó más en él. Salvo si el tren se paraba. En ese caso su tranquilidad era perturbada por el chirrido de las ruedas, la agitación de la estación, la gente que subía, algunos con prisa ansiosa, otros relajadamente, y la señal del conductor continuando el viaje de nuevo.
Lauren estaba absorta en su libro cuando el mozo llamó a la puerta alrededor de las tres.
"Una copa para usted, señorita (N. del T.: en español en el original, aunque sin eñe)," dijo en un inglés casi impecable, aunque el uso de la palabra española resultase encantador.
"¿Para mí? Yo no la he pedido." No era una copa corriente lo que había en la bandeja del mozo. Era una preciosa copa y una pequeña botella de vino.
"Sí." (N. del T.: en español en el original)
"Pero yo no he pedido nada."
El mozo señaló un sobre bajo la copa.
¿Otro pretendiente? se preguntó. "Gracias, supongo que acepto," dijo.
El mozo sacó una pequeña mesa, colocó la bandeja y sirvió un vaso de vino, luego se excusó amablemente.
Después de dar un sorbo, Lauren abrió el pequeño sobre blanco.
"Señorita (N. del T.: en español en el original, sin eñe) Wilding, disfrute del vino." Leyó la tarjeta del interior, desconcertada. No había firma, solo la letra "G".
¿Era el hombre que le había pedido comer con ella? ¿Qué otro? ¿Tal vez Jeanne? No conocía a nadie más, aparte de Chris y Sam, y ellos ciertamente no le mandarían vino. Los misterios la intrigaban. Este especialmente, puesto que tenía tiempo para dejar que atormentara su imaginación.
Lauren pasó el resto de la tarde leyendo y finalmente dormitando; el vino la había dejado somnolienta, y el sueñecito le sentó bien. Sobre las cinco treinta se levantó cuando el tren paró y arrancó de nuevo. Luego, mientras éste abandonaba el andén, salió del compartimento y se dirigió hacia el baño de señoras en el otro extremo del coche.
La mayoría de los compartimentos por los que pasaba estaban ocupados por uno o dos viajeros relajados. Algunos tenían las cortinas echadas, pero al pasar por el último antes del baño de señoras, vio que la cortina estaba echada pero solo parcialmente. Había una rendija por la que Lauren podía obtener una visión completa de lo que pasaba dentro. Tuvo que preguntarse si habría sido dejada así de forma intencionada.
¡La visión del interior era impresionante! Una mujer desnuda de pelo rubio corto estaba sobre la cama casi de cara a la ventana. Su piel blanca y pálida brillaba con gotas de sudor, mientras sus grandes pechos se elevaban y caían contra ella, de modo que los sensuales montículos desnudos parecían cojines de terciopelo. Tenía las piernas separadas y al principio Lauren pudo ver su coño expuesto brillante de humedad. Pero cuando miraba paralizada la extraordinaria visión, otra mujer, morena, bloqueo la visión de Lauren, al colocar su cuerpo entre las piernas abiertas. Agachó la cabeza para hacerle el amor con la boca a aquella cálida humedad.
Aunque no podía estar segura, Lauren tuvo la clara impresión de que la morena era Jeanne.
Se echó atrás y estuvo mirando más tiempo de lo que la decencia aconsejaría, pero no podía apartar los ojos de aquella visión erótica. Cuando pensó que la morena estaba a punto de darse la vuelta se apartó rápidamente.
Cuando Lauren volvió del baño de señoras, las cortinas estaban totalmente cerradas. ¿Había sido su descubrimiento un accidente, o había sido planeado? Su apacible viaje estaba teniendo vueltas interesantes que excitaron a Lauren de una forma muy peculiar. Su corazón y su entrepierna habían empezado a caldearse con los ritmos perceptibles de la excitación.