Vacaciones en España, Cap. 2

Un catálogo de virtudes

Vacaciones en España


Título original: Spanish Holiday

Autora: Lizbeth Dusseau, (c) 1994

Traducido por GGG, diciembre de 2003

CAPÍTULO DOS (Un catálogo de virtudes...)

Lauren y Sam habían estado viviendo en el 'loft' de él los últimos dos años. Se habían conocido en un crucero a México cuando los dos estaban solteros, libres y preparados para una aventura ardiente. Su ardiente lío podía haber sido solo una aventurilla de vacaciones: romance del momento, hacer el amor apasionadamente y luego separarse tiernamente sin volver a verse más. Pero vivían en la misma ciudad y no pudieron ignorar la coincidencia una vez de vuelta a casa. Era difícil escapar a la sensación de que el destino les había reunido de alguna curiosa manera.

¿Duraría su relación? ¿Transferirían la pasión de México a sus dos vidas muy ocupadas?

Se conocieron el primer día del crucero... Lauren estaba en cubierta, mirando al azul del océano. Llevaba un ligero vestido blanco de algodón. Sam le dijo más tarde que podía ver el perfil de su cuerpo desnudo cuando el sol se estrellaba contra su cuerpo suavemente redondeado. Podía adivinar sus pechos debajo; sus pezones aprisionados contra el vestido hicieron que su polla empezara a empinarse. Le encantó su actitud informal respecto a su sexualidad y supo desde la primera mirada lo que deseaba.

El primer recuerdo de Lauren con respecto a Sam fue su estilo despreocupado y sin prisas. "¿Escultor?" Estaba sorprendida. Vestía pantalones cortos de nailon de deporte y una camiseta sin mangas, con los músculos del torso marcándose de forma notoria bajo la ropa. Nunca se machacaba en gimnasios, aunque tenía su propio equipo en el apartamento, donde vivía en un pequeño espacio al lado de su estudio.

Nunca se vistió formalmente durante el viaje, aunque una noche, cuando el resto del pasaje se vistió de traje y corbata y vestidos de noche, se puso un par de pantalones anchos de algodón blanco y una camiseta púrpura pálido. Aquella noche Lauren se puso su vestido de lentejuelas para la fiesta de gala del capitán. Sam podía haber parecido fuera de lugar, pero no le importó a la joven, locamente enamorada, lo que llevara puesto el hombre; llevaba con una gracia poco común su aire sin pretensiones y con un estilo que ningún otro hombre podía alcanzar.

Sam podía ser tierno, dulce y encantador, pero también tenía un lado más oscuro, desagradable, que ocasionalmente aparecía durante el sexo.

Harta de flojuchos, demasiado dulces para proporcionarle un buen rato, Lauren ansiaba sexo más rudo y salvaje, y un hombre que la igualara en genio e inspiración, alguien que le mostrara lo que había escondido en bruto en su libido.

Creyó haber encontrado la perfección después de su primera noche juntos...

Para cenar Sam pidió calamares y almejas porque eran sus platos favoritos, y se los comió todos porque ella ni los tocó. Cuando le trajeron a ella la carne poco hecha en lugar de en su punto, él la devolvió a la cocina como si fuera el rey. Habló poco durante aquella cena porque le gustaba escucharla, aunque cuando lo hizo fue adecuado y profundo, marcando la conversación con sus opiniones.

Aunque seguro de sí mismo, no resultaba centrado en sí mismo ni prepotente. E incluso encontraba desconcertante que sus ojos enérgicos la miraran con solemne perplejidad, como si supiera algo que ella desconocía. Nunca había conocido a un hombre tan atrevido y modesto. Aunque tenía treinta y dos años recién cumplidos su comportamiento tranquilo y sabio le hacía parecer mucho mayor. No se esforzaba en impresionarla y era eso lo que más la impresionaba.

Más tarde, de pie a la puerta de su camarote, se inclinó para besarle poniendo los labios tiernamente sobre los suyos, y haciendo sin palabras, la pregunta inevitable, "¿En el tuyo o en el mío?" No estaba en duda que dormirían juntos, pero tenía demasiada clase como para empujarla y se tomó su tiempo en excitarla sexualmente todo lo posible más que en saltar a la cama.

Rodeándola con el brazo, Sam le apretó el culo. La ligera combinación de su vestido era todo lo que separaba la mano de su piel desnuda, e incluso, mientras le pasaba las manos sobre los suaves carrillos de su trasero, sentía como si le estuviera tocando el culo desnudo. Separó los dos agradables montículos y los apretó con más firmeza, mientras al mismo tiempo apretaba su torso contra las texturas aterciopeladas de su cuerpo.

Luego le exploró los pechos, copándolos con las manos y masajeando los suaves puñados. Luego los dejó caer y observó como oscilaban seductoramente contra el tejido. Quizás era el escultor que había en él el que saboreaba estos imperceptibles movimientos de la anatomía femenina, mientras se estremecían ligeramente bajo su piel suave. La sutilidad era su perpetua fascinación. Los vio volver a su sitio, luego trazó su contorno con el dedo por encima del vestido y pellizcó ligeramente los pezones entre el pulgar y el índice.

Pese al hecho de que estuviera delante de la puerta de su camarote ella no se resistió al descaro de sus movimientos impúdicos. No le habría parado incluso si hubiera pasado alguien. Su lujuria estaba por encima y quería a Sam para esta noche y el resto del crucero.

"Ahhhh, siií," respiró profundamente y se apretó contra su pecho.

Él la retiró. "Quiero ver cómo te mueves."

Sonrió un poco desconcertada, "¿Por qué lo haces?"

"Me gusta mirarte, cada curva de tu cuerpo, el movimiento de tus pechos, la manera sencilla y sutil en que coqueteas."

"¿De verdad?"

"Y tu trasero," dijo, "las nalgas que parecen fruta de verano, y el ligero desplazamiento de la hendidura entre ellas." Pasó el dedo precisamente por la parte más rellena donde tenía hoyuelos en el culo.

Sonrió de forma semiconsciente, pero le encantaba este catálogo de virtudes. "¿Y qué más?"

"Tus ojos, tu pelo, tus labios, tu cuello." Bajó el dedo por la garganta, cruzó su pecho y se detuvo en el escote.

"¿Algo más?" preguntó ella.

Se encogió de hombros, "Dame tiempo."

"¡Dios mío! tienes futuro con las palabras."

"Solo digo la verdad," dijo.

"Tal vez te apetezca entrar dentro, donde podrás mirar mejor." Abrió la puerta y le empujó dentro de su camarote.

Sam siguió en el mismo plan, sin perder el ritmo. "Soy escultor. Las mujeres son arte." Se sentó en la cama, la miró a los ojos mientras ella le miraba. Tenía la mano en su vientre, sintiendo las cálidas y pulsantes sensaciones que la recorrían. Quería caer sobre su cuerpo musculoso, empujarle de espaldas contra la cama y abrir los muslos para recibir su erección.

¡Pero no! Todavía no. No podía ser tan atrevida. Debía esperar hasta que él completase su inspección.

Trazó sus curvas con los dedos como si estuviera memorizando cada línea. Deslizó su mano hacia arriba, desde las pantorrillas a los muslos, y por dentro de su falda, aún más arriba, hasta que le pasó el leve vestido por encima de la cabeza, dejándolo caer al suelo junto a ellos.

Se estremeció embarazada por estar desnuda y ser inspeccionada, pero él no cambió de expresión ni su admiración.

"¿Soy igual de hermosa sin ropa?" preguntó nerviosa.

"Oh, más." La miró con una sonrisa diabólica, luego empujó sus caderas hacia él y empezó a pasar la lengua levemente por la parte superior de los labios de su sexo.

"Ooohh, siií," respiró hondo, murmurando quedamente mientras le agarraba del pelo. Le pasó la mano alrededor y la agarró del trasero, apretando sus montículos aún con más fuerza.

"Oh, sí, sigue," rugió sin aliento. Cayendo contra él le empujó contra el colchón dejando que sus brazos la rodearan. Sus caras se encontraron en un frenesí de besos.

Lauren se levantó de repente, "¡Espera un momento! No podemos estar así. ¡Yo desnuda y tú todavía vestido!" Se lanzó con determinación sobre su camisa pasándosela por encima de la cabeza y luego tiró de sus pantalones hasta que apareció su erección, abriéndose paso dura y firme desde su nido de oscuro vello púbico.

"Oh, dios," estaba complacida con lo que acababa de encontrar y, cubriendo con la boca la cabeza de un púrpura oscuro, hizo una excursión con la lengua por su borde.

"Hummmm." Sam se volvió a tumbar gimiendo. "Has hecho esto antes, ¡putilla!"

Tomó en la boca todo lo que pudo de su considerable polla, pasando la lengua hacia abajo por su tallo, sorbiendo el aroma y el sabor del instrumento viril. Se puso sobre él, saltando encima de su cuerpo, y meneó su coño sobre su caliente entrepierna. Luego, separando las piernas, sintió que la polla se le deslizaba entre los muslos.

"Eh, que me estaba gustando la mamada," objetó Sam, con retraso.

"Oh, habrá más," le avisó, mientras en sus labios se dibujaba una risilla sensual. Los hombres eran tan fáciles de controlar con el sexo, pensó con alegría maliciosa, incluso éste.

"Más vale que sea una promesa," dijo Sam. Sujetándola en sus brazos se dio la vuelta sobre ella hasta ponerse encima, con Lauren sobre su espalda. Echándole las piernas hacia atrás y hacia arriba contra sus hombros, hundió la polla en las profundidades de su prieto y húmedo agujero. Tuvo que volver a pensarse lo de quien tenía el control. Pero para entonces no importaba. Su excitación aumentaba de forma agresiva y necesitada, mientras Sam se movía lentamente dentro de ella, provocadoramente.

"¡Hazlo de una maldita vez!" gritó finalmente, enojada.

Su polla tocó fondo, profundizando tanto que apenas pudo soportar el asalto, pero le deseaba de una forma demasiado tremenda como para ocuparse de un poco de dolor. Se apretó con fuerza hacia abajo, retorciéndose con él, apretando su erección como el puño de un avaro.

Su inagotable energía la consumía. Estaba en la gloria. En su cuerpo ocurrían cosas salvajes, con la cadencia creciente de los empujones registrando a fondo en el interior de su chocho.

Luego su clítoris se incendió cuando sus vientres se frotaron mutuamente. No era frecuente que se corriera con un hombre dentro de ella, pero esta vez lo haría. Sam sintió la explosión que se aproximaba y esperó a que llegara a la cima. Y una vez que sintió que se precipitaba, embistió con ataques desesperados, disparando su semilla en las partes más recónditas de aquel chocho que se corría con ansia.

"¡Oh! ¡Sí, sí, fóllame!" gimió. El fuego se prendió con rapidez, con demasiada rapidez. No quería que aquel clímax se acabase. Con una sacudida, un espasmo, un dulce sonido de placer detrás de otro, continuaron hasta el final, el fuego entre ellos se apagó, dejándola sin aliento y a Sam cayendo flácido fuera de su cuerpo.

"Oh, dios, mira lo que me has hecho."

"¿Te corriste?" preguntó.

"Desde luego, eres milagroso."

"Intuitivo puede ser, milagroso no. Era solo pura lujuria, Lauren. Podrías haber estado follando con cualquiera y lo habrías conseguido."

"Oh no, nada de eso, te equivocas en esto, Sam... ¿Sam qué más?" Ni siquiera sabía su nombre.

"Jacobs. Sam Jacobs," contestó "¿y tú?"

"Lauren Wilding."

"Hum. Lauren Wilding," repitió. "Me gusta."

Supo que Sam era el amante que deseaba en su vida. No había estado buscando otra cosa que una emoción rápida y barata, y mira lo que había encontrado: un escultor atractivo con aptitudes para la lujuria. No era un asunto de una noche, no con un hombre tan perfecto como Sam Jacobs. Sería una tonta si lo dejaba escapar. ¿Sexo sin compromiso? Hum. Tal vez esto fuera mejor.

"Así que piensas que solo estaba caliente," se preguntó Lauren, mientras pensaba en sus orgasmos casi simultáneos.

"Eres una tía lujuriosa," sentenció rotundamente.

"Oh, así que lo soy, ¿eh?"

"Sí, lo eres."

Lauren tenía pensamientos maravillosamente agradables respecto a este hombre. Le hubiera encantado que estuvieran enamorados aunque era con mucho demasiado pronto para llamar 'amor' a un polvo. Volvió a pensar que podía ser un cabrón de primera disfrazado con buenas apariencias y luciendo una polla habilidosa.

La primera noche de Lauren con Sam fue solo un pequeño aperitivo de lo que iba a venir. Era sorprendentemente creativo con su deseo sexual, aunque era definitivamente un hombre muy suyo y difícil de controlar.

Una tarde en la playa en México estaban tomando el sol desnudos en una cala apartada. Estimulada ya por tener el excitante cuerpo de Sam tumbado junto a ella en la toalla, el cálido sol transformó el deseo en una necesidad imperiosa. ¿Estaba excitado él? Era difícil de decir porque estaba tumbado boca abajo con el objeto de su deseo enterrado debajo de él. Miró su culo prieto, redondeado, musculoso y apetecible. Se puso aún más caliente cuando el segundo y diabólico pensamiento empezó a salir a la superficie.

Decidida a sorprenderle se apoyó en un codo con la intención de hacer un asalto suave, cuando Sam, que fingía dormir, le leyó el pensamiento y atacó primero. Se volvió justo cuando ella se movió.

"¡Picarona!" gritó. La agarró el brazo cogiéndola por sorpresa, la hizo girar sobre sí misma y la sujetó contra la arena, abriéndole los muslos con la rodilla y deslizando a continuación su erección en el baño de vapor de su entrepierna.

"¡Cerdo, me has fastidiado la sorpresa!" protestó Lauren, pero con poco entusiasmo. Bombeando rápidamente mientras le sujetaba las manos por encima de la cabeza, Sam no le dejaría escapar luchase como luchase. Estar a su merced era su entrada para la felicidad. Incluso aunque hubiera fastidiado sus planes, su engaño era una pieza oportuna en una seducción bien planificada, que la iba a colocar con la guardia baja más veces de las que pudiera contar.

Lauren no sabía qué hacer con Sam Jacobs. Era, sin ninguna duda, el sinvergüenza más rápido de mente y más encantador que había conocido nunca.

Siendo sus vacaciones un sueño perfecto, Lauren temía que una vez de vuelta a casa la magia de las vacaciones se desvaneciera rápidamente. Pero no eran esos los planes de Sam. Continuó seduciéndola sin interrupciones, hasta que tuvo su corazón tan enredado en su relación como el deseo sexual que la había empezado.

Sam Jacobs tenía temperamento irascible, decidida necesidad de controlar, y obsesión con el trabajo, rasgos todos que encajaban con su propio temperamento, necesidad de controlar y obsesión con el trabajo. A menudo tenían competiciones de voluntad entre ellos, normalmente resueltas cuando se ponían de acuerdo en que no estaban de acuerdo; y después hacían las paces mediante un rudo intercambio, follando para olvidar, hasta que ambos estaban exhaustos para cualquier cosa excepto dormir.

A los seis meses, Lauren se mudó al estudio de Sam, que tenía tanto espacio que le prometió que tendría mucho sitio para ella. Rápidamente él transformó una esquina en su solárium privado, una habitación entera con amplios ventanales y un balcón, donde le esperaban todos sus tesoros especiales: el sofá de flores brillantes que Sam odiaba, las pinturas que él consideraba 'terriblemente infantiles' (sus gustos en materia de arte no coincidían), y varias piezas de anticuario que incluso Lauren admitía que se cargaban el aspecto del 'loft' de Sam, de estilo muy contemporáneo. En su solárium, sin embargo, no importaba lo que Sam pensara. Porque era su espacio privado y solo entraba si ella le invitaba. Su acuerdo funcionó razonablemente bien durante casi dos años, porque los dos tenían tiempo para estar solos y alejarse de la intensidad de sus batallas emocionales.

No obstante no era un acuerdo definitivo en la idea de Lauren. Todavía pensaba en él como un amante temporal, y era incapaz de imaginar que siguieran para siempre. A veces parecían tan opuestos, y otras exactamente iguales, un enigma desconcertante que todavía no había resuelto.