Vacaciones en España, Cap. 11
Y Gabriel la regala... Este es el último capítulo que he conseguido, pero no el final. Si alguien tuviera los que faltan estaría encantado de traducirlos
CAPÍTULO ONCE (Y Gabriel la regala...)
El tren se detuvo en una encantadora ciudad acurrucada entre colinas onduladas y valles. Sería una parada de varios días y habría excursiones disponibles a una bodega, un teatro español y una cantina con música y baile. Los que estaban de vacaciones abandonaron el tren para alojarse en un hotel local.
Lauren no volvió a ver más a Gabriel después del almuerzo. No tenía ni idea de adonde habría ido pero suponía que estaría de vuelta para la cena como había prometido. Planeó una tarde totalmente relajante en la habitación de su hotel. Necesitaba dormir algo y había un sofá en su terraza que era perfecto para una siesta. Con el sol filtrándose a través de una parra trenzada durmió desnuda al aire sofocante de la tarde.
Perdida durante un tiempo en el borroso país de los sueños, a Lauren la despertó de repente una extraña sensación de cosquillas. Abrió los ojos, sorprendida. Gabriel estaba en pie sobre ella mirando su cuerpo desnudo. Le hacía cosquillas en la parte trasera de la piernas para despertarla.
"No dirás que no resultas apetecible," dijo.
"¡Oh, dios!" dijo con una sonrisa sin aliento. "Parece que que estés sobre mí de esta forma se está convirtiendo en un hábito."
"Ah, en un hábito nunca, Lauren."
No fue hasta entonces que percibió a Jeanne en el fondo. Lauren se levantó sorprendida.
"Lo siento," le dijo la mujer, saludándola, "no quería asustarte."
"Pero lo has hecho," dijo Lauren, molesta con la presencia de Jeanne en su habitación, preguntándose por qué estaba allí, aunque ni por un momento se preguntó por la presencia de Gabriel.
"Escucha, me voy," dijo levemente, con voz dulce y cantarina. Saltó literalmente sobre la puerta, cerrándola tras ella con suavidad.
"¿Por qué siempre anda alrededor?" preguntó Lauren. Estaba todavía un poco demasiado dormida como para no mostrar su irritación.
"Jeanne es una niñita, querida, una niñita. No dejes que te cause preocupaciones, solo sale para impresionar a la gente. Ven aquí." Bajó las manos y tiró de ella hacia arriba, y agarrando su cuerpo desnudo la rodeó con los brazos, bajando sus pulgares por su cálida espalda, haciéndole cosquillas en su descenso. Le estrujó los carrillos del culo, y luego los separó jugando con el agujero de su trasero.
Luego la miró a los ojos, "¿Duele?" preguntó.
"Sí, pero estuviste muy bien."
"Lo sé."
Le acarició el cálido cuerpo y le cubrió la boca con un beso prolongado.
"Tengo negocios aquí esta tarde, no quiero que te preocupes. Hay una cantina abajo. Te encantará. Nos vemos allí a las siete."
La volvió a besar, sus labios sensuales, cálidos, húmedos, hicieron que la recorriera un escalofrío que le llegó hasta los pies. No podía esperar hasta pasar otra noche con él.
"¿No te gustaría quedarte?"
"No. Tengo algo planeado para ti y necesito asegurarme de que todo esté perfecto. Es raro que tenga una mujer tan exquisita con la que jugar."
"Oh, no te creo. ¿Qué hay de Jeanne?"
"Es solo una conocida, querida. Y en modo alguno tiene tu oscuridad ni tu salvajismo."
"¿Es tal vez, una especie de actriz?"
"Sí, diría que eso la describe perfectamente," comentó Gabriel.
Lauren palpó buscando su pene con la mano.
"¿No querrías algo rápido ahora mismo?" preguntó Lauren con una sonrisa pícara.
"Ah no, no quiero ser tan breve contigo, Lauren. Lo que yo quiero lleva su tiempo."
Sentía su cuerpo como un infierno a punto de explotar. "Oh, entonces, tendré que conformarme con tumbarme y jugar conmigo misma."
"Me gustaría verlo," dijo, "pero sería más acertado dejar que aumente el deseo; una mujer al borde es provocativa más allá de todo lo creíble; sirve a sus propias necesidades más adecuadamente cuando deja que sus fuegos ardan a fuego lento."
"¿De modo que me quieres al borde?" dijo.
"Sí, ahí te queremos."
"¿Queremos?"
Levantó las cejas, solo insinuando lo que iba a venir. No dijo más, y se fue tras solo unos cuantos besos breves.
Esa noche Lauren se vistió para Gabriel con un vestido turquesa de cuentas, sin tirantes, con un canesú muy ceñido y una falda corta de mucho vuelo. Zapatos de tacón alto con abalorios de brocados. Al escuchar los compases de la música flotando desde la plaza y la cantina, supo que sería una noche para bailar. Al imaginarse en los brazos de Gabriel, se estremeció de excitación.
Cuando se dirigió a la cantina una docena de ojos miraron en su dirección. Mientras el 'maître' la condujo a una mesa destacada cerca de la pista de baile, donde se rió de la pícara emoción de ser observada.
"Dios mío, ¡estás deslumbrante!" oyó la voz uniforme de Gabriel detrás de ella y se dio la vuelta, viendo a su pareja con un traje negro con un aspecto tan inmaculado y sugerente como era habitual. Se sentó, le pasó la mano por la cintura y le plantó un beso húmedo en los labios.
"¿Fueron bien tus negocios?" preguntó.
"Se acabaron. Soy tuyo para el resto de la noche. ¿Bailamos?" La levantó de buena gana y, llevándola del brazo, se movieron juntos por la concurrida pista. Toda la cantina saltaba con frenética actividad. Los danzantes tenían poco espacio para moverse, pero se movían, de un lugar a otro cada uno en brazos del otro, pareciendo crear su propio ritmo y su tempo mientras seguían bien apretados. En una de las vueltas Lauren vio a Chris y a Sam sentados en una mesa cercana y, en ese momento, enfrascados profundamente en la conversación. Aunque cuando Lauren pasó frente a ellos, Sam levantó la vista y la estuvo mirando hasta que estuvo de nuevo fuera de su alcance visual. Se preguntó si la echaría de menos, incluso cuando su cuerpo respondió con una conocida emoción sexual solo de ver a su atractivo ex.
Tras unos buenos cuarenta y cinco minutos sin parar de bailar, finalmente se fundió en los brazos de Gabriel, sin aliento, "Oh, dios, estoy cansada."
"¿Te quieres sentar?" preguntó.
"Vamos," replicó, mientras se volvía hacia su mesa.
"¿Qué te parece que nos unamos a tus amigos?" preguntó Gabriel, aunque realmente no lo estaba preguntando en absoluto, puesto que ya se estaba dirigiendo hacia la mesa de Chris y Sam.
"Oh no, no creo que debamos," le susurró, pero Gabriel ignoró el comentario y Lauren se encontró delante de la mesa mirando a la acaramelada pareja.
"¿Podemos unirnos a vosotros?" preguntó Gabriel, aunque realmente ya había arrimado dos sillas y llevaba a Lauren a su asiento, mientras encargaba una botella de vino a un camarero que pasaba.
Sam y Chris levantaron la vista atónitos.
"¿Estáis disfrutando de las vacaciones?" preguntó Gabriel, totalmente a gusto mientras los otros tres estaban visiblemente incómodos.
"Muchísimo," replicó Chris. "Especialmente en este sitio." Miró a la masa de gente bailando, con aspecto de estar un poco delirantes a consecuencia del fuerte tono de la música. Su cuerpo se mecía al compás del sensual ritmo, como si estuviera lista para levantarse y unirse a ellos. Sam no era muy aficionado a bailar y Chris sí, lo que Lauren consideró un aprieto interesante.
"Hola," escuchó una voz familiar detrás de ella, seguida por la sensación de unos brazos de mujer que la rodeaban por los hombros. "¿Os estáis divirtiendo?" Gritó Jeanne para que se la oyera.
Lauren se volvió todavía atrapada en el abrazo de la mujer. A su propio pesar el beso que Jeanne le plantó rápidamente en el carrillo resultó erótico. Cuando la mujer se retiró sus manos descansaron en los hombros de Gabriel y Lauren, acariciándolos suavemente.
"Estáis espléndidos esta noche," ronroneó dulcemente. Su mirada era apasionada y seductora, produciendo el aspecto de recién follada que fascinaría incluso al más contenido sexualmente.
Sus gestos de familiaridad no se escaparon a Sam y Chris que miraban a la mujer, preguntándose sobre todo que relación se había desarrollado entre ella y Lauren. "¿No vas a presentarme a tus amigos?" dijo Jeanne, haciendo un mohín.
"Oh sí, este es Sam y esta Chris," respondió inmediatamente Lauren, "Jeanne... Lo siento no sé tu apellido."
"Basta con los nombres," replicó mientras se inclinaba sobre la mesa para estrechar las manos de los dos, tocándoles con sus dedos delgados con tanta ternura como si estuviera haciéndoles el amor. Miró a ambos intensamente como si estuviera decidiendo cuál sería su próximo compañero sexual.
"Bueno, quítate de en medio, Jeanne," dijo Gabriel secamente, dando al trasero de Jeanne una rápida palmada.
"Ni se me había pasado por la cabeza unirme a vosotros," le regañó, "tengo montones de carne apetecible para saciarme esta noche." Se dio la vuelta deliberadamente y dirigió a los otros una sonrisa generosa. Su risa delicada le siguió el rastro mientras se dejaba llevar hasta la concurrida pista de baile y desaparecía.
"Así que, ¿disfrutando del vino?" preguntó Gabriel, cambiando bruscamente la atención de la mesa.
"Es muy bueno, ¿es de la zona?" replicó Chris.
"Conozco todos los viñedos de esta área, este es el mejor," replicó Gabriel.
Sam miró a Lauren sin que le cruzara el rostro ni rastro de emoción.
A ella le disgustaba la barrera que había entre ellos, aunque no era algo con lo que no estuviera familiarizada; era un maestro en las miradas vacías cuando no quería dejar que nadie entrara en su mente, como obviamente no quería esa noche.
Hubo un repentino estruendo musical y los danzantes de la cantina llegaron casi hasta su mesa, la salvaje marabunta, el rugido de la música y la tremenda vibración del estridente sonido hacían ahora imposible la conversación. Los cuatro se volvieron para observar a los danzantes.
Mientras escuchaban la música, embelesados en el perpetuo movimiento, la mano de Gabriel se deslizó discretamente por la espalda de Lauren hasta su trasero, y luego bajo el vestido buscando el camino hacia su coño.
Ella se agitó ligeramente cuando sintió su dedo profundizando en su territorio íntimo.
"Levanta la pierna," le susurró al oído. Ella obedeció, comprendiendo ahora lo que él tenía en mente. ¡Dios mío! ¡Justo delante de Sam y Chris! El corazón se le puso a latir súbitamente presa de un pánico angustioso.
La mano de Gabriel se movió aún más dentro, hasta que estuvo jugando con los pliegues del coño de Lauren. Sus jugos se le vertían en la mano, mientras ella se movía eróticamente contra ella. "Quiero que te corras, Lauren," le susurró al oído.
"Oh, pero ¡no puedo!" le susurró a su vez, mientras intentaba no sonrojarse.
Él sonrió, "Oh, claro que puedes. Sé que puedes. Dales algo en que pensar." Sus labios estaban casi apretados contra su oreja.
A ella le gustaba la idea, pero no estaba segura de que pudiera responder a su tortura sin que se le notara inequívocamente, la expresión de su cara no iba a pasar inadvertida. A medida que el vino hacía su efecto empezó a sentirse más atrevida, decididamente putilla, y todo lo más dispuesta a dar a Gabriel lo que pedía, sabiendo que Sam estaba allí justamente para ver su descabellado momento de placer.
Mientras Gabriel jugaba hábilmente con su clítoris y las sensibles zonas que le rodeaban, ella se puso frenética de necesidad. Aunque inicialmente Sam evitaba su mirada, cuando la vio así, ella le dedicó una sonrisa taimada y se movió más descaradamente sobre la mano de Gabriel. ¿Habría sospechado lo que estaba ocurriendo? Secretamente esperaba que así fuera. Cuanto más cerca estaba del pico menos podía resistir sus avances, la manera en que Gabriel le lamía la oreja, la manera en que sentía en el cuello su cálido aliento y, desde luego, las cosas sorprendentes que el hombre podía hacer con un solo dedo en su húmeda raja. Luego, en un instante, superó el punto de retorno, no estaba follándoselo en público abiertamente, pero estaba perdida en una oleada de espasmos, apretándose con fuerza contra su mano mientras el clímax se arrastraba por su interior. Aunque sus giros fueran suaves (podría estar moviéndose con la música y nada más) confiaba en que Sam notara el instante mismo de su clímax. Sus ojos se desviaron inmediatamente de las danzantes de la cantina con sus faldas españolas de vuelo y sus ruidosas castañuelas y se quedaron clavados en Lauren, dejando poca duda de que era consciente de la representación lasciva que estaba teniendo lugar bajo la mesa y bajo la falda.
"Oooooh," respiró hondo y se recostó en el hombro de Gabriel mientras las sensaciones empezaba a esfumarse. "Eres un sinvergüenza," le susurró. La pulsación sensual hacía que su abdomen siguiera contrayéndose, aunque fuera levemente.
Sam le examinó el rostro. No podía ocultarle los signos de su placer, los conocía demasiado bien. Al ver a su antiguo novio mirarla tan intensamente, le ofreció una sonrisa lánguida y soñadora, la misma que podría haberle ofrecido después de un polvo largo y excitante en la cama.
Momentos después Sam y Chris se levantaron para bailar.
"¿Crees que resultaba demasiado claro?" le preguntó Lauren a Gabriel.
"¿Querías que lo fuera?"
"No lo sé," admitió Lauren. "Aunque me divertía un poco la expresión de la cara de Sam."
"Singular," exclamó. La besó afectuosamente en la oreja. "Tus amigos están un poco tensos." Apuntó.
"¿Tú crees? ¿Por qué lo dices?"
"Tienes que haberlo notado."
"Bueno, supongo que lo estarían, tú aquí explorándome debe ser algo desagradable de ver."
"Bueno, pero dejando todo eso a un lado, no creo que tus amigos estén muy contentos juntos."
"¿De verdad?"
"No."
Lauren se preguntó si tendría razón; aunque aún más se preguntaba por qué se le habría ocurrido comentárselo.
Completada la proeza, Gabriel levantó a Lauren del asiento y los dos volvieron a la pista de baile. La multitud temeraria de gente se había hecho más salvaje que nunca, cuerpos retorciéndose lujuriosamente, pechos tocándose con pechos, muslos contra muslos, culos chocando de forma sugerente en un éxtasis de celo procaz. Lauren levantó las manos por encima de la cabeza, apretándose contra el torso en movimiento de Gabriel, sus caderas moviéndose al unísono. Y luego, sin darse cuenta de lo que estaba pasando, había manos en los costados de sus caderas, alguien detrás de ella remedaba su movimiento con las ingles apretadas contra su trasero.
Primero aspiró el perfume. Su cuerpo se aceleró sabiendo que era Jeanne. Le encantaba el agradable erotismo del cuerpo de otra mujer contra el suyo, especialmente el de Jeanne, y los tres siguieron bailando un tango erótico durante algún tiempo. Capturada tanto desde delante como desde atrás por un par de sensuales amantes, Lauren se movía lascivamente al fuerte ritmo de la música latina justo como lo hacían ellos.
Jeanne se inclinó y le lamió la oreja, lo que provocó que un escalofrío de placer recorriera desde el cuello de Lauren hasta la vehemente excitación creciente entre sus muslos.
La mujer se retiró momentos más tarde, solo para ser reemplazada por un hombre, que adelantó las ingles hacia su culo, clavándola con firmeza contra la entrepierna de Gabriel. Estaban tan estrechamente apretados que podía sentir que sus erecciones empezaban a palpitar; la de Gabriel contra su abdomen, la del extraño contra su culo.
La cabeza empezaba a darle vueltas. Los dos hombres tenían las manos por todo su cuerpo, haciéndole el amor allí mismo en la pista de baile. Pulgada a pulgada la falda era empujada hacia arriba de manera que la parte inferior de sus nalgas y los sedosos y húmedos pelos de su coño desnudo estaban al grosor de un cabello de ser expuestos por completo. Gabriel metió la mano dentro de su vestido y le sacó un pecho por el amplio escote, pellizcándole el pezón hasta que se agitó de dolor.
"Pequeña zorra," le murmuró al oído. "Te gustaría desnudarte delante de todos estos." Le enganchó el chocho con una mano y se lo estrujó.
Toda la cantina estaba inflamada cantando, bailando, ondulando los felices cuerpos consumidos por la noche sensual, y el calor y la música que hacían vibrar el aire sonoramente.
Cuando Gabriel liberó su chocho le atacó con la lengua metiéndola a fondo entre sus labios. Su entrepierna se apretó otra vez con fuerza contra él, restregándose en la abultada erección que destacaba en sus pantalones.
"Déjale a Pablo que te posea, amor mío," susurró Gabriel al oído de Lauren. Ella se apartó conmocionada.
"¿Te vas?" le preguntó Lauren.
"Pero no por mucho tiempo..., déjale que te posea, no te defraudará;" y antes de que pudiera responder Gabriel ya había desaparecido como un fantasma entre la multitud de danzantes.
Pablo, el extraño, la hizo darse la vuelta, tomando el lugar de Gabriel delante de ella. Había visto antes a este hombre, pensó, mientras miraba al par de ojos lujuriosos que parecían alimentarse de la excitación de su cuerpo. Ahora recordaba que era el propietario de la cantina y que Gabriel se lo había presentado cuando llegó.
Apretada ahora contra él, sintió que sus poderosos brazos la rodeaban. No era refinado como Gabriel, sino grosero y sin pulir. Le gustó su estilo rudo cuando sus manos se metieron directamente bajo su falda. Mientras le abrazaba él le restregaba la nariz contra el cuello, mordisqueándola con la lengua y los dientes. Le sacó los dos pechos fuera del vestido y miró la carne desnuda y los pezones rosados y duros. Apretándolos tan vigorosamente como había hecho Gabriel, los dejó luego rebotar de nuevo dentro del vestido. Luego la sonrió con un brillo vulgar en sus ojos de un negro azabache.
"Me sigues," dijo, "¿sí?". La sacó de la pista de baile, a una sala tras una pesada cortina, una oficina con un sofá y un escritorio desordenado. Rápidamente despejó un extremo de la mesa barriéndolo con el brazo y la colocó encima. Le levantó la falda hasta la cintura, los ojos clavados lascivamente en su chocho, con su húmedo tanga tan metido en su raja que casi había desaparecido. Tiró de él con tanta fuerza que casi le corta la piel interna de los labios del coño.
"Me estás haciendo daño," le susurró.
"Lo sé. Me gusta hacer daño a las golfas como tú," se burló despreciativo. "Te quejas, ¿no?"
Agitó la cabeza negando.
Se inclinó hacia abajo rasgando sus bragas empapadas, moviendo la lengua en su agujero espasmódico, lamiendo jugos y sin parar de menearla mientras la metía en la caverna. Varios dedos sustituyeron a la lengua, empujando muy adentro. Ella temió tener todo el puño dentro antes de que lo hiciera, pero él se retiró y se bajó los pantalones. Diez pulgadas (25 cm) de polla tiesa aparecieron en su rostro.
"Tráeme tu chochito," ordenó.
Lauren se recostó contra lo que quedaba de la pila de papeles y escombros, levantando el coño hacia la polla que avanzaba. Mientras la resonante música de la pista de la cantina se filtraba en la sala junto con el sonido de la vajilla y las ollas de la cercana cocina, Lauren llegó a ser vagamente consciente de que no estaba en un lugar totalmente privado. En cualquier momento alguien podía entrar en la habitación y verla tumbada sobre el escritorio y follada con rudeza. No le importaba. "¡Sí, hazlo! Fóllame," le provocó, los labios curvados en una sonrisa lasciva.
Contento con la excitante propuesta, Pablo se apretó contra el chorreante agujero, metiendo completamente toda la polla, mientras ella restregaba las caderas contra él queriendo aún más. No era precisamente un amante, más bien una bestia, pero le encantaba eso. Bajándole el vestido por debajo de los pechos, se la echó en los brazos y se apretó contra sus tetas desnudas. Su boca se clavó en la de ella; su lengua la exploró a fondo. Ella quería más y él se la metió con fuerza hasta que sintió la cabeza de su pene golpeando con fuerza contra su cérvix. Se le cortó la respiración.
Un intenso dolor se extendió por su cuerpo. "Ah, sí," murmuró.
Él se salió del todo, luego volvió a meterse, repitiendo una y otra vez el maltrato de su chocho. Cada vez la cabeza de su polla empujaba contra sus labios, haciendo que su roce los hinchara y los pusiera en carne viva, dando lugar a un poderoso y casi doloroso orgasmo.
"¡Ah cariño, sigue haciéndolo! ¡Dios, por favor!" dijo sin aliento.
"Sí, putilla, sí," murmuró él a su vez.
Apretó la gruesa carne con sus fuertes músculos internos, lista para ordeñar hasta la última gota de corrida de su polla.
Levantada en sus brazos sus embestidas finales fueron aún más profundas, lo suficientemente poderosas como para que pudiera sentir como su órgano eyaculaba en su abdomen. Casi se le saltaron las lágrimas.
Ella apretó. Él embistió.
Ella volvió a apretar. Y él se corrió.
Un grito gutural se elevó en el aire viciado, mientras el cuerpo de Lauren se postraba contra él y se dejaba ir, retorciéndose con frenético abandono, deseando más...
¡Qué! ¿Qué era esto? Pablo se retiró de ella y se echó atrás. Su órgano estaba todavía tieso, goteando con los jugos de ambos mientras lo balanceaba delante de ella. ¿Pretendería usarla y nada más? Estaba aterrada ante la idea.
Pero sí, desde luego, podría terminar por su cuenta más tarde, ¡pero quería llegar al clímax ahora!
Una sonrisa suave se extendió por el rostro de Pablo y con una mano le rodeó los hombros y empezó a torturar su coño y clítoris con la otra.
Ella se agitó, "¡Sí! ¡Sí! ¡Sí!" sus dedos le quemaban el dolorido agujero. Él dejó que su clímax incipiente se acrecentara como si supiera exactamente cuál era el disparador adecuado para hacerla correrse y lo hubiera realizado miles de veces. De repente un fuerte espasmo le revolvió el cuerpo, como si llevara semanas sin un orgasmo.
"¡Dios, sí dios!" gritó en voz alta. Él avanzó más en su coño, restregando un dedo contra su punto G para estimular una satisfacción aún más profunda. Luego le agarró con la mano el monte púbico mientras la recorrían las sacudidas finales y se dejaba caer contra su pecho.
Pablo no dijo casi nada a Lauren tras esto, aunque llevaba el placer escrito en los ojos. Donde había sido bestial se convirtió en gentil y levantándola de la mesa con cuidado la ayudó a vestirse.
"Gabriel no miente," dijo finalmente.
"¿Eh?"
No se explicó, pero la sacó de nuevo de la oficina a la cantina, escoltándola a través de la multitud hasta el vestíbulo del hotel y luego hasta su habitación.
"Me gustaría dormir a tu lado y despertarte con mi polla en mitad de la noche," dijo. Aparentemente su lujuria no estaba totalmente satisfecha. "Pero tengo una cantina que atender."
Le miró soñadora.
"Y Gabriel se enfadaría," añadió con algo de pesar en su voz.
La besó tiernamente y se fue.
"¿Enfadarse? ¿Por qué habría dicho eso? Ella no era de Gabriel para que la regalara o la retirara.
Era medianoche.
Los celebrantes seguían todavía felices haciendo música y bailando y el sonido de su sensual carnaval se elevaba hasta la habitación desde abajo. Todavía seguirían allí durante horas. Pero Lauren estaba demasiado exhausta para que le importara; apenas podía mover sus miembros, y cayó en la cama y se quedó profundamente dormida en minutos.