Vacaciones en el mar (9)

Iniciamos la navegación en el velero y en islote cercano con mis primos, Juan y María nos quitamos los bañadores y estamos un rato jugando y charlando desnudos y sin ropa.

Por la mañana, me medio desperté y noté como el sol se filtraba a través de las cortinas de las escotillas; como no era muy consciente de la hora que era, cerré los ojos de nuevo, hasta que me pareció oir unos ruídos en cubierta y me pareció ver dos siluetas que se asomaban por la puerta de nuestro camarote; una vez que me acabé de despertar pude ver como las dos siluetas eran Martin y Juan que ya habían llegado. Los dos nos miraban y señalándonos, Martin nos dijo

Será mejor que os arregleis un poco, nuestros padres pronto bajarán.

Hasta ahora no había caído en la cuenta, pero al ver que mi primo nos señalaba, miré y vi que María continuaba tapada ligeramente por la sábana, pero a Isabel y a mí se nos había subido un poco la camiseta; como yo dormía boca abajo, sólo se me veían las nalgas y un poco la cintura pero Isabel tenía su entrepierna al descubierto mostrando todos sus encantos. Para evitar males mnayores, las desperté, y su primera reacción fue un poco de protesta ante la sorpresa de ver a mi primo y a mi hermano allí delante; pero enseguida las protestas se trocaron en ruegos amables para que saliesen y nos dejasen vestirnos tranquilas. Arreglándome la camiseta, me levanté y fui detrás de ellos para cerrar la puerta a sus espaldas.

Suerte que ayer por la noche nos dejaste estas camisetas –exclamó María dirigiéndose a Isabel.

Es verdad, aunque a Isabel de poco le ha servido llevarla –exclamé yo.

¿por qué lo dices" preguntó María.

Pues porque cuando han entrado mi hermano y Juan se le había subido un poco y estaba con todos sus encantos al aire.

¿Todos?

Todos no –dijo Isabel-, sólo hasta más arriba de la cintura.

Jo, tía; vaya corte ¿no? Que te vea tu primo

Bueno, un poco sí, pero no hay para tanto; a fin de cuentas es como de la familia; pero por lo que me he habeis contado, estos dos días habeis hecho algo más que veros sin nada.

Realmente, Isabel tenía razón. Con Juan no sólo nos habíamos desnudado, sino que habíamos llegado a hacer el amor. De la respuesta de Isabel me intrigó cuando dijo que no había para tanto. ¿Acaso no le importaba que Juan la viese desnuda? Con mis pensamientos rondando por la cabeza, empezamos a vestirnos. Para poder estar más frescas, sólo nos pusimos las braguitas del bikini y para taparnos el torso, unos pañuelos grandes que nos prestó Isabel: por la parte superior los anudábamos al cuello, y por abajo a la cintura, con lo cual nos quedaba la espalda al aire; era la primera vez que nos poníamos algo así, y a María y a mí se nos notaba a una legua nuestra inexperiencia, puesto que no los habíamos ajustado bien y, al movernos, por el lateral de nuestro vestido improvisado se nos veía el pecho. Para evitar males mayores, Isabel nos los quitó desnudándonos por un momento y nos los anudó de nuevo de forma que la ropa no oscilase demasiado y no llegase a descubrir "nuestros encantos".

Cuando salimos a cubierta ya estaban todos en el muelle descargando las bolsas de viaje del coche; mientras mi padre iba a dejarlo en el aparcamiento del Club Nàutico, nosotros fuímos colocando cada paquete en su sitio. En su papel de anfitriona, pero también demostrando su experiencia en la navegación, mi tía nos recomendó que como íbamos a estar bastante tiempo en un espacio reducido tendríamos que colocar muy bien cada cosa en su sitio e intentar que no estuviesen cada día rodando por ahí. Por la excitación lógica del momento y por la impaciencia ante los días que nos esperaban íbamos arriba y abajo continuamente, chocando a cada rincón y teniéndonos que apartar en los puntos más estrechos para ceder el paso a quien venía por el otro lado.

Al final, todo estuvo en su sitio, los depósitos llenos de combustible y de agua, y, después de soltar amarras, nos dispusimos a zarpar e iniciar nuestro periplo. Abajo, en el muelle estaba el encargado de la estación de servicio, conocida de mi padre de tiempo atrás. Nos despidió oscilando las manos alzadas y nosotros le correspondimos haciendo sonar la sirena varias veces. Gobernando el timón con mano firme, mi tío nos llevó a mar abierto; el sol caía a plomo, y una suave brisa nos refrescaba y hacía la temperatura más agradable. Los jóvenes nos tumbamos en la cubierta de proa y nos pusimos a charlar y a contar chistes e historias. Juan y Martin se quitaron sus camisetas y se quedaron en bañador; por nuestra parte, como no llevábamos la parte superior del bikini, nos subimos los pañuelos hasta llegar casi a la base del pecho y nos pusimos a "tostarnos" al sol. Como había apurado demasiado al subirse el pañuelo, en uno de los cabeceos del barco, a María se le salió un pecho; algo que no se le escapó a Juan, que se la quedó mirando fijamente, a pesar de que estos días antes la había visto de sobras desnuda e incluso había tenido la oportunidad de acariciar y probar su cuerpo. A pesar de no ser la primera vez que lo veía, Juan se quedo un rato como si estuviera embobado mirándolo fijamente, y es que un pecho es un pecho y cualquier chico, y a veces alguna chica también, no puede evitar dirigirle alguna mirada.

Se te ha salido una teta, María –avisó Martin.

Será mejor que te tapes, sino estos dos se van a quedar bizcos mirándote.

Quien así hablaba era Isabel. Y la verdad es que ni el uno ni el otro pudieron disimular dónde tenían fijada su mirada. En estos momentos, me habría gustado que pudiésemos tomar el sol desnudos, sin ningún atisbo de ropa que se interpusiera entre nuestra piel y la suave brisa marina que nos acariciaba. Si tenía un cierto reparo era por el hecho de estar con mis padres y mis tíos, y no precisamente por mis primos, puesto que, aunque hiciera unos años, con Martin nos habíamos desnudado y hecho el amor, y con mi hermano, tres cuartos de lo mismo. Allí en la cubierta de proa estábamos al amparo de las miradas de nuestros padres y habríamos podido estar desnudos sin ningún tipo de peligro, pero teníamos que en cualquier momento pudieran sorprendernos. Dado el caso, yo era quien mejor lo tenía, puesto que todos me habían visto desnuda, pero no acababa de decidirme.

El plan del día era navegar bordeando la costa a una cierta distancia hasta llegar a una población de la costa levantina desde la cual la distancia hasta las Baleares era menor. Mi tío replegó velas y dijo que si queríamos podíamos descansar un rato de la navegación.A pesar de la brisa marina, el sol apretaba de lo lindo y para refrescarnos lo mejor era un baño; como sólo llevaba la braguita del bikini y me cubría el busto con un pareo, bajé a nuestro camarote para ponerme la parte superior del bikini; cuando estaba cambiándome, oí las voces de María e Isabel que me pedían que les llevase el suyo; pensé que era lo más normal del mundo: también querían bañarse y acabarían de vestirse debajo del pareo y luego se lo quitarían; pero mi sorpresa fue mayúscula cuando vi que se desprendían de sus pañuelos para ponerse la parte superior de sus bikinis; si bien actuaron con la mayor naturalidad del mundo y apenas estuvieron unos pocos segundos desnudas de cintura para arriba, no fue menos cierto que por este breve espacio de tiempo sus senos se mostraron con todo su esplendor y Juan y Martin pudieron disfrutar por un momento de la breve desnudez de sus cuerpos. En momentos como estos era cuando más ganas tenía que mis padres fuesen tan o más modernos como los de María y que aceptasen el nudismo como algo natural; no es que yo lo hubiese practicado mucho, y de hecho, mi experiencia en ello se reducía a una sola vez y bajo techo cuando el otro día fuímos a la piscina; bueno, también habría que contar las Navidades que pasé en Suiza, pero al aire libre en verano y dejando que el sol y la brisa marina acariciasen mi piel, nunca.

Nosotras tres fuimos las primeras en zambullirnos de cabeza desde la cubierta; y, al cabo de un rato, vinieron los chicos; Laura, no pudo, puesto que tenía que encargarse del crío. Estuvimos un rato nadando y jugando con las olas, hasta que en un momento, Martín levantó su brazo gritando:

Eh, familia, a ver quién me sigue.

Y dicho esto se fue nadando hasta una especie de islote que había a unas pocas brazadas. Esto no habría tenido la menor importancia si no fuese porque al levantar su brazo mostró su bañador en lo alto, lo que significaba que estaba completamente desnudo; Al decir "a ver quién me sigue", ¿se refería a ir nadando al islote? ¿se refería a quitarse la ropa? ¿se refería a ambas cosas a la vez? Yo no sabía muy bien a qué atenerme y miré a Isabel y a María intentando averiguar su opinión. Con un ligero gesto de cabeza asintieron y, después de quitarnos la parte superior del bikini, fuímos nadando hacia el islote. No me di cuenta que Juan se estaba quedando rezagado hasta que oí su voz diciendo que lo esperásemos. Aminoramos un poco el ritmo de nuestras brazadas y cuando estuvo a nuestra altura fuimos acercándonos tranquilamente al islote. Cuando llegamos, Martin ya se hallaba tumbado tomando el sol; estaba boca abajo con la cabeza apoyada en los brazos; Desde que levantó el brazo mostrándonos su bañador y retándonos a seguirle, continuaba sin llevar el bañador puesto y lo había dejado en un rincón; estaba completamente desnudo y la piel de su cuerpo húmeda del mar brillaba bajo los rayos del sol.

Al llegar a la zona en que nuestros pies tocaban ya el suelo, el agua nos quedaba aproximadamente a la altura del cuello; a Isabel, por ser la más alta, el movimiento de las olas dejaba al descubierto sus senos cada vez que se retiraba. Nos dijimos que ahora sólo teníamos dos posibilidades: o bien nos poníamos el bikini y salíamos como si nada, o bien continuábamos sólo con la braguita con lo que ellos dos nos verían el pecho sin disimulo. Al final, y dado que estábamos fuera de la vista de nuestros padres, decidimos salir y, cuanto menos hacer top less. Con paso firme salimos del agua y nos sentamos al lado de Martin con la espalda apoyada en una roca. Nunca había experimentado esta sensación de estar desnuda de cintura para arriba al aire libre, nunca antes el sol había acariciado así mi piel; y la sensación de haber recibido primero el suave masaje de las olas en nuestro cuerpo y la posterior caricia de los rayos del sol era absolutamente agradable; no me arrepentía de nada y lo único que me sabía mal era no haberlo probado antes. El último en llegar fue Juan, y al vernos a las tres desnudas de cintura para arriba, con nuestros pechos apuntando al aire y nuestros pezones firmes y duros, no pudo evitar la debilidad de la carne; al salir del agua su bañador denotaba la clara erección de su pene; él siempre había dicho que encontraba muy atractiva a Isabel; y es normal que, al verla semidesnuda delante de él, su miembro se endureciese y aumentase considerablemente de tamaño. Esto lo cohibió y le hizo que saliese deprisa del agua y se tumbase boca abajo; el hecho de que los dos chicos estuviesen boca abajo motivó los comentarios un tanto jocosos por parte de nosotras tres, especialmente de María, la más bromista del grupo:

Mirad estos dos; no hay quien pueda con los chicos; en cuanto ven un par de pechos se ponen enfermos y se les empina todo –dijo María -;

No es cierto –protestó Martin-; si me pongo boca abajo es para estar más cómodo. Y si no te lo crees mira.

La reacción de mi primo nos sorprendió y se podría decir que fue el precipitante de los acontecimientos que se sucedieron posteriormente. Justo cuando acabó de decirlo, se dio media vuelta y se puso boca arriba. Como es de lógico suponer, con esta maniobra se quedo con todos sus encantos al aire. El fijarme en él me di cuenta que realmente tenía razón: si estaba boca abajo era por comodidad y no para disimular una erección. Intentando hacerlo de una forma más o menos disimulada, miré su pene y no pude por menos recordar cuando en su casa de Suiza nos desnudamos en Suiza y como más tarde le hice entrega de mi virginidad. Ahora, se notaba que Martin había crecido y todo su cuerpo se había desarrollado; ahora estaba en estado de flacidez, como si estuviera descansando en su entrepierna; me habría gustado poderlo tener en mis manos y devolverle la firmeza que tenía unos años antes cuando, junto con mis primas Isabel y Laura, fuímos descubriendo nuestra sexualidad; me habría gustado poderme sentar o tumbarme encima de él y notarlo dentro de mí, pero me daba una gran vergüenza intentar hacer algo, y más aún corriendo el peligro que nuestros padres se presentasen de improvisto y nos pillasen "con las manos en la masa".

Estuvimos un rato charlando, y contando historias; mientras, por mi cabeza continuaba flotando una especie de deseo oculto; veía que no podíamos llegar a más, pero por el otro lado, ver a mi primo desnudo aumentaba mi deseo; en mis adentros pensé: ¿por qué no me quito la braguita del bikini y me quedo desnuda como él?. Pensaba que si me desnudaba y los demás me seguían, quizás se podría intentar algo, o al menos estar todos desnudos y estimularnos a base de historias picantes. Hice varios intentos por desprenderme del leve triángulo de ropa que cubría mi intimidad, pero a última hora me echaba para atrás; hasta que al final, me armé de valor y dije:

¿no creeis que Martin está en desventaja? Es el único que está desnudo.

No pasa nada –dijo Isabel-; nadie le ha obligado a desnudarse, y además nuestros padres podrían vernos desde el barco.

Ya lo sé que nadie le ha obligado –continué yo-; creo que deberíamos de ponernos como él, sería justo; además, desde donde estamos nadie nos puede sorprender. Vosotros no sé, pero a mi me apetece tomar el sol desnuda, además, ¿no dijisteis que como todo queda en familia no pasa nada?

Sí, claro –añadió Juan-; pero María no es de la familia.

En esto tenía razón. María no era de la familia, pero habíamos llegado a un punto en que el ver a mi primo sin nada y las caricias de las olas en nuestra piel desnuda nos habían provocado un aumento de nuestra libido y nos faltaba un mínimo empujón para acabarnos de decidir. Levantándose y exclamando "Aunque no sea de la familia, no me importa nada", María se desabrochó el nudo del bikini que lo sostenía en su cintura y, dejándolo caer al suelo, se quedó allí delante de todos completamente desnuda mostrando su Monte de Venus perfectamente recortado. La suerte estaba echada y no podíamos irnos atrás so pena de ser acusadas de mojigatas o de cobardes. Isabel y yo nos miramos y con un leve gesto de cabeza acordamos desprendernos también de la parte inferior del bikini. Me costó un poco acabar de decidirme, pero al final lo hice y, tirando del cordón de la braguita, deshice el nudo y dejé que cayese al suelo. Ahora ya estábamos todos desnudos; bueno, sólo faltaba Juan que, por la vergüenza y timidez propia de su edad, estaba un tanto cohibido y no se atrevía a quitarse el bañador. Evidentemente, el problema no estaba en Martin, ni tampoco en María o en mí, puesto que estos días antes habíamos dado rienda suelta a nuestra sexualidad; el problema, por llamarlo de alguna forma, era Isabel; a Juan le gustaba mucho su prima y desde hacía tiempo, me lo confesó hace un par de días, su sueño era poderla ver desnuda; desde hacía tiempo había soñado varias veces estar en una isla desierta con ella sin ropa; su sueño ya se había hecho realidad, pero ahora se veía en el dilema de tenerse que quitar el bañador, algo que no se había planteado ni por un momento.

Vistos los reparos que tenía mi hermano en desnudarse como nosotros, nadie le dijo nada ni le presionó para que lo hiciese, esperando que por propia iniciativa se desprendiese de su bañador. Después de un rato de charla y relax, Isabel me guiñó un ojo en señal de complicidad y me pidió que no la delatase, señal inequívoca que algo le rondaba por la cabeza. Efectivamente, de forma disimulada, se acercó a Juan que estaba de pie en la orilla haciendo rebotar piedras en el agua y, sin que él se diese cuenta, de un tirón le bajó el bañador hasta los pies. Con el enfado y el enojo reflejado en su rostro, se giró de golpe jurando eterna venganza hacia el o la culpable de la acción. Pero al ver que era su prima, se moderó un poco y se limitó a echársele encima para tirarla al suelo. Se sentó encima de ella para inmovilizarla y, como de todos son conocidas las cosquillas de Isabel, empezó a presionar con su dedo las cosquillas de ella. A raíz de ello, Isabel empezó a moverse en todas direcciones para intentar librarse de mi hermano, pero cuanto mayor era el esfuerzo de ella por zafarse, mayor fuerza ejercía él para inmovilizarla. Al mirarlos vimos como en más de una ocasión las manos de mi hermano llegaban a "zona prohibida" y varias veces su pene rozaba la vagina de Isabel; pero por la inexperiencia y la inocencia de él la situación no se complicó y no pasó a mayores. Después que Juan le dijese "¿te rindes?" y ella contestase afirmativamente, regresaron cada uno a su sitio. Juan llevaba el bañador en la mano y, puesto que ya lo habíamos visto todos desnudo, no creyó oportuno ponérselo de nuevo y, dejándolo a un lado, se sentó junto a nosotros y continuamos con los chistes y las historias.

A cabo de un rato, Isabel me preguntó si me apetecía bañarme de nuevo y, viendo que lo que en realidad deseaba era hablar conmigo a solas, le contesté que iría encantada. Nos levantamos y poco a poco fuímos entrando en el agua; a medida que nos alejábamos de la costa, el agua iba subiendo por nuestro cuerpo en un agradable cosquilleo. Cuando vimos que el agua nos empezaba a llegar a la altura del pecho, nos pusimos a nadar tranquilamente y entonces fui yo quien inició la conversación:

Oye, supongo que no querías nadar, sólo; ¿qué querías decirme"

Bueno…es que antes, cuando le he bajado el bañador a Juan y me ha estado haciendo cosquillas, he visto que ya no es el crío pequeño que era antes.

Esto no es ninguna novedad; pero, exactamente ¿a qué te refieres?

Bueno…es que –contestó ella, balbuceando un poco.

¿es que qué? ¿Qué no lo ves solamente como un primo sino como que pudiera haber o pasar algo más?

Sí, me has descubierto, pero no lo digas a nadie, por fa.

Aunque me sorprendió un tanto la respuesta de Isabel, no me extrañó nada puesto que, a pesar de no estar aún plenamente formado, Juan tenía su encanto. Además ahora había entre ellos dos más o menos la misma edad que teníamos hace unos años Martin y yo cuando en Suiza jugamos a las prendas y acabamos haciendo el amor. También me confesó que cuando lo tuvo encima haciéndole cosquillas, había estado a punto de facilitarle las cosas para que terminasen "liados", pero como estábamos todos delante no se había atrevido. Esto me lo dijo más o menos con una cierta naturalidad, pero cuando le conté que a mi hermano le gustaba se le subieron los colores a la cara. Como no queríamos levantar sospechas, regresamos de nuevo a la orilla, no sin antes decirle que intentaría facilitarle las cosas con Juan en la medida de mis posibilidades.

Una vez en la orilla, propuse jugar a la guerra de caballos, de forma que alguien se subía a las espaldas de otro y trataban de hacer caer al agua a otra pareja. Como no podía ser de otra forma, los chicos nos retaron. María so ofreció quedarse en la orilla y Juan se subió encima de Martin e Isabel encima mío. Nosotras protestamos por qué Martin era más fornido que yo y nos llevaban una cierta ventaja, pero ellos hicieron oídos sordos y sin esperar que estuviésesmos bien dentro del agua, empezaron a empujarnos. Por debajo del agua nuestras piernas intentaban hacer la zancadilla al contrario, pero nuestras monturas no paraban de manosear y de agarrarse para hacerse caer al agua; en más de una ocasión mi hermano le puso la mano en el pecho a Isabel y, cuando me dijo que me acercase al máximo, comprendí que algo se le había ocurrido. Agarrando con ambos brazos a mi hermano, tiró de él hasta que los dos cayeron al agua abrazados y hechos un ovillo. La batalla terminó en un empate. Entonces, yo propuse subirme encima de Martin y Juan encima de Isabel. Cuando estuvo encima de los hombros de ella, empezaron de nuevo los empujones y en un momento, Juan dijo a Isabel que no apretase tanto con la cabeza que le hacía un poco de daño. Con un "lo siento, no te preocupes", ella levantó sus manos por encima de su cabeza y colocándolas detrás de su cuello llegó a tocar el pene de mi hermano; como si fuese materia delicada, lo cogió suavemente con la mano y lo levantó de forma que no apretase tanto; con un guiño de ojos me vino a indicar que bajo aquella excusa había podido palpar ligeramente los "encantos" de Juan y que no la delatase.

Estuvimos un buen rato jugando y bañándonos, hasta que oímos que nuestros padres nos llamaban haciendo sonar la sirena del velero. Salimos del agua y, después de haber estado todo este rato desnudos y disfrutando del agua y de los rayos del sol sin ningún atisbo de ropa en nuestro cuerpo, se nos hizo un poco extraño volvernos a vestir; pero teníamos que regresar con nuestros padres u había que guardar las apariencias y que nos viesen subir por la escalerilla como si no hubiese sucedido nada. Como a la ida nos dimos cuenta como Juan, al ser el pequeño del grupo, se quedaba rezagado, ahora al regreso fuímos esperándolo hasta que llegamos al velero. Primero subió Juan, luego nosotras y, mientras, Martin se esperaba en el agua ayudándonos a subir a cubierta. Cuando le tocó el turno para subir, se asió con ambas manos a la barandilla y empezó a subir por los peldaños; pero con tanta mala fortuna que el bañador se le enganchó en la escalerilla y se le desgarró cayéndole hacia el fondo del mar. El pobre se quedó descompuesto a la vista de nuestros padres y desnudo; para evitar dar un espectáculo volvió a sumergirse en el agua. Al principio el incidente nos provocó un ataque de risa, pero enseguida me acordé de cuando en Suiza bañándonos desnudas en la piscina y desde la ventana de su cuarto nos lanzó ropa para que nos pudiésemos cubrir cuando llegaron sus amigos, y de cuando esta mañana nos ha venido avisar en el camarote que ya habían llegado todo. Acordándome del gesto que tuvo ayudándonos a que sus amigos no nos viesen desnudas, bajé a su camarote y de su armario le cogí un pantalón corto. Desde cubierta se lo alargué para que pudiese ponérselo y subir a cubierta sin mayor novedad.

Una vez en cubierta vi que le habían subido los colores, y más cuando su madre, mi tía, le dijo:

¡Cómo sois los jóvenes de hoy en día!; quereis ser modernos, pero a la hora de la verdad teneis los mismos pudores y perjuicios que todo el mundo.

No era cuestión de pudores, vergüenzas o perjuicios; lo que pasaba era que con nuestros padres no teníamos la confianza suficiente como para estar desnudos como habíamos estado hacía un rato entre nosotros en el islote.

Un besote muy grande a tod@s l@s amig@s de amor filial.