Vacaciones en el mar (6)

Nuestros padres nos cuentan el secreto que nos guardaban: una semana en un velero con nuestros tíos y primos. Cuando nos estábamos cambiando, Juan nos sorprende a María y a mí abrazadas y...

La llegada de nuestros padres había interrumpido, en cierta forma, nuestros juegos amatorios. Me habría gustado poder continuar, poder explorar nuevas fronteras, poder elevar el listón de nuestros límites, pero, tal y como dice el refrán, todo lo bueno tiene su fin. Pero mirándolo desde su lado positivo, la llegada de mis padres también tenía sus ventajas: por fin íbamos a descubrir la sorpresa que nos tenían reservada. Los tres les insistimos mucho en que nos revelasen ya el misterio que se traían entre manos, pero nuestros ruegos e insistencias fueron en vano. Si queríamos saberlo, nos tendríamos que cambiar de ropa y bajar al jardín; mientras nos duchásemos y vistiésemos, ellos irían preparando el aperitivo en el jardín.

Cuando íbamos hacia el baño, mi hermano Juan se apresuró y entró al baño antes que nosotras; mientras cerraba la puerta y entraba en la ducha, María y yo nos tumbamos en nuestras camas y empezamos a charlar sobre cosas totalmente intrascendentes; como él tardaba bastante, saqué la cabeza por la ventana y, como si estuviera enfadada por ello, le dije a mi madre que metiera un poco de prisa a Juan; creyéndolo en verdad, le gritó que nos dejase entrar y que saliera ya a vestirse. Juan salió del baño protestando sonoramente para que mis padres lo oyeran, pero, sabiendo que ellos estaban abajo en el jardín, salió desnudo, sin taparse sus "vergüenzas" y, pasando delante nuestro casi rozándonos, entró en su habitación. Nosotras no quisimos ser menos que él y soltando las toallas que teníamos anudadas alrededor del cuerpo las dejamos caer al suelo quedándonos los tres completamente desnudos. Acariciándole suavemente su pene semiflácido y aún húmedo por efecto del agua, María le dijo que enseguida iríamos y que en cuanto se hubiera vestido bajase al jardín con nuestros padres.

Al entrar al baño, decidimos ducharnos las dos juntas para ganar tiempo, o al menos ésta era nuestra primera intención. Regulamos el agua de la ducha para que estuviera templada y nos mojamos de arriba abajo. Cuando iba a enjabonarme, María se ofreció a frotarme la espalda; al ser una zona de difícil acceso si se intenta hacerlo una misma, accedí gustosa; al principio sus manos recorrían toda mi espalda con movimientos suaves, de arriba abajo y de izquierda a derecha; poco a poco, sus manos fueron deslizándose hasta llegar a mi pecho; al principio no le di demasiada importancia, puesto que creía que los roces eran casuales; pero enseguida me di cuenta de que no eran fortuítos, más bien al contrario; al darme cuenta de ello, decidí esperar un poquito para ver como evolucionaba todo, pero cuando me convencí de las verdaderas intenciones, tomé una gran decisión; en este momento, empezó a invadirme una gran sensación de satisfacción y de placer; quería aprovecharla al máximo, y para que María se diese perfecta cuenta de que yo deseaba continuar con el juego, en un momento en que una de sus manos estaba por las inmediaciones de mi pecho, se la cogí con decisión y la puse completamente encima de mi seno. Una sensación absolutamente agradable y placentera recorría todo mi cuerpo, desde la cabeza a los pies; al notar mi consentimiento sus caricias ya fueron más explícitas y, mientras algunos escalofríos estremecían mi cuerpo al notar del contacto de sus desnudos senos en mi espalda, incliné la cabeza hacia atrás como queriendo acrecentar aún más el placer que sentía. En un momento, alargué mis brazos hacia atrás y con un poco de esfuerzo, pude acariciar las nalgas y su Monte de Venus; María mordisqueaba el lóbulo de mis orejas provocándome un estado de gran excitación; no pudiendo aguantar por más tiempo sus caricias y arrumacos, me di media vuelta y, pasándole mis brazos alrededor de su cintura la atraje hacia mí; las dos nos quedamos cara a cara y, como no podía ser menos, nos fundimos en un cálido y cariñoso abrazo; nuestros sexos estaban tan juntos que apenas cabría una hoja de papel entre los dos; nuestros pechos se frotaban mutuamente provocándonos un cosquilleo muy agradable; yo deseaba prolongar al máximo este instante, y apoyando mi cabeza en su hombro nos quedamos así un buen rato las dos abrazadas dejando volar la imaginación.

No sé cuanto tiempo llevaríamos así, no creo que mucho; el caso es que cuando levanté ligeramente mis ojos vi que no estábamos solas; por un imperdonable descuido nuestro nos habíamos dejado la puerta entreabierta y mi hermano estaba allí, de pie, junto a la puerta, mirándonos fijamente con unos ojos abiertos como platos; ya se había puesto un short limpio y venía a peinarse su pelo aún húmedo. Separándome ligeramente de María, le dí unos ligeros toques con el dedo en el hombro, y le dije que no estábamos solas; su primera reacción fue de sorpresa y de un cierto temor al creer que nos habían sorprendido mis padres, pero al ver que "sólo" era mi hermano Juan se rehizo del susto y exclamó medio sonriendo:

Vaya susto que nos has dado; creía que eran tus padres; ¿por qué no has llamado antes de entrar?

Perdonad, no quería asustaros. –respondió él-; creía que ya habíais terminado. No he llamado porque, después de todo, no creía que os diera vergüenza que os viera desnudas

¿Cómo puedes pensar que nos de reparo que nos veas desnudas después de todo lo que ha pasado estos dos días? –le contesté yo con una pregunta-; claro que no nos importa estar desnudas contigo, lo que pasa que nos has pillado "in fraganti".

No es preocupeis, que ya quedamos que no lo íbamos a decir a nadie. Me he quedado embobado mirándoos.

Ya se nota que te has quedado mirándonos –replicó María-, y por lo que se ve no sólo te has quedado embobado.

Mientras le decía esto, le señaló su entrepierna; al no llevar ropa interior y haberse puesto sólo un short de baño, su pene ya erecto había formado una protuberancia bastante clara; era evidente que no podía bajar así al jardín con mis padres, puesto que al verlo de esta forma, podían hacerle algún comentario y que se le escapase algo que nos comprometiese; esto último era algo que me aterraba, puesto que imaginaba la bronca que nos podía llegar a caer si mis padres se enteraban de ello. Dirigiéndome a María le dije:

Esto no puede quedar así; si nuestros padres lo ven tan excitado y descubren el motivo de ello, se puede montar la de San Quintín. Creo que lo mejor va a ser ponerle remedio. De esto me encargo yo mientras tú vigilas que no venga nadie; después ya cambiaremos.

Sin esperar respuesta por parte de María ni de Juan, me dirigí a mi hermano y, tirando del bañador por los extremos, se lo bajé hasta las rodillas; agachada como estaba, tenía a pocos centímetros de mi cara el miembro erecto de mi hermano Juan; recordando lo mucho que disfrutaron ambos cuando María se lo estuvo chupando, acerqué mi cabeza a su entrepierna y rodeando su pene con mis labios me lo "tragué" todo. A pesar de estar completamente erecto, duro y firme, el pene de Juan era más bien pequeñito, tal y como corresponde a la gran mayoría de adolescentes cuando aún no habían acabado de desarrollar su cuerpo; a pesar de su pequeño tamaño, era capaz de proporcionar un gran placer como muy bien ya había comprobado cuando ayer hice el amor con él por primera vez. No lo miraba a los ojos, pero me daba perfecta cuenta que Juan estaba disfrutando de lo lindo puesto que pasó sus manos por detrás de mi cabeza y me la acercó aún más a su entrepierna como queriendo disfrutar al máximo del momento. Al principio mis labios recorrían su tallo de arriba a abajo, pero poco a poco se fueron cerrando para dar paso a mi lengua que empezó a jugar con su pene y a lamerlo en su totalidad; cuando recorría su puntita, el placer que le proporcionaba era enorme. Viendo el disfrute de ambos, María quiso intervenir y obtener también su parte del pastel y, acercándose donde estábamos nosotros dijo:

Anda, no seas egoísta y déjame que venga también, que me estais poniendo por las nubes.

Bueno, va, ven –le dije-; disfruta tú tambien.

No hace falta que te quedes al margen, quédate –dijo María-;

¿Cómo? –le pregunté-;

María me respondió que si me sentaba en el taburete podía vigilar a través de la cortina a mis padres que estaban en el jardín; mientras, Juan podía lamerme mi entrepierna, mientras ella hacía lo propio con mi hermano; yo no sabía muy bien qué contestar y miré a mi hermano intentando buscar en su mirada una respuesta a ello ya fuese a favor o en contra. Con un gesto de sus ojos vino a indicar que no tenía inconveniente en ello; puesto que los tres estábamos de acuerdo, me senté en el taburete y, a través de los visillos de la ventana, miré a mis padres que estaban abajo en el jardín leyendo cómodamente en sus sillones de mimbre. No me di cuenta que mi hermano se estaba acercando poco a poco a mi sexo; cuando noté su lengua recorriendo todos y cada uno de los rincones de mi intimidad una especie de escalofrío recorrió todo mi cuerpo. En este momento me embargó una gran sensación de placer, puesto que ahora me daba perfectamente cuenta que, una vez rotos y derribados todos los tabúes que hasta ahora nos habían separado, juntos podíamos llegar a pasar unos muy buenos momentos; eso sí, tomando las precauciones pertinentes para que no ocurriera nada irreversible. María se añadió también y continuó allí donde lo habíamos interrumpido chupando de nuevo el pene de mi hermano. Juan se había medio agachado para poder estar más cerca de mi sexo y, para estar más cómoda, María se había tumbado en el suelo de lado con la cabeza entre las piernas de mi hermano; en cierta forma, los tres estábamos unidos a través de nuestros cuerpos y disfrutando de lo lindo, sobretodo Juan y yo, puesto que éramos los dos que recibíamos las atenciones que nos dispensaban; sólo María se quedaba un poco al margen, por lo que, alargando un poco mi brazo, llegué a acariciarle un poco su seno; viendo mi gesto hacia ella, me guiñó un gesto en señal de complicidad; por los gemidos que emitíamos, se notaba que los tres estábamos disfrutando de lo lindo.

Estábamos los tres "en plena acción", cuando oímos la voz de mi madre que, desde abajo el jardín nos llamaba para que nos apresurásemos y que bajásemos enseguida.

Enseguida bajamos; nos vestimos y venimos; le diré a Juan que baje también.

Supuse que no se dieron cuenta que no estábamos precisamente duchándonos; yo me notaba que la voz me había salido un poco entrecortada por la lógica del momento e intenté disimularla al máximo; desde la ventana los veía y continuaban en sus sillones; no pasó mucho tiempo y pude ver como María se separaba de nosotros mientras de la comisura de sus labios le caían unas gotitas de un líquido lechoso; enseguida supe que Juan había tenido un orgasmo y que ella se lo había tragado para no atragantarse como le pasó ayer por la tarde; no le había importado en absoluto hacerlo ya que, como me comentó un día, con su antiguo novio ya lo había hecho más de una vez; la primera vez sí que le dio mucho asco, pero, poco a poco y a fuerza de probarlo, consiguió vencer la repugnancia que ello le ocasionaba; yo nunca había llegado al punto que había llegado ella, aunque hace unos tres años en Suiza probé con la puntita de la lengua el sabor de la leche de mi primo Martin. Cuando María se incorporó y se sentó al suelo, Juan levantó su cabeza de mi entrepierna con evidente cara de satisfacción; cuando lo miré, ví que su pene aún estaba manchado de semen y gruesas gotas le caían por la piel; deseando experimentar, en cierta forma, lo mismo que había experimentado María, me acerqué a él, y rodeándole de nuevo su pene con mis labios fui lamiendo los restos que aún le quedaban; mi lengua iba recorriendo su pene dejándolo completamente inmaculado, limpio e impoluto; no sé si aún que le quedaba un poco de lechecita en reserva o si tuvo un segundo orgasmo, pero el caso es que pude notar como un líquido espeso y ligeramente salado le salía de su miembro y recorría los rincones de mi boca; mi primera reacción fue la de escupirlo, pero, no queriendo ser menos que María abrí la garganta y lo tragué todo. Con mi lengua, continué recorriendo el pene de Juan, hasta que noté que ya no tenía ningún resto de semen.

Ahora que los tres ya nos habíamos incorporado, pudimos ver como el pene de mi hermano Juan ya había retomado su posición original y volvía a estar flácido y perfectamente presentable. Ahora ya podíamos bajar al jardín sin que la anatomía de Juan denotase nada. Juan se levantó y besándonos apasionadamente a los labios nos dijo que se había quedado muy satisfecho y contento y que ojalá no fuese la última vez. Esto último nos dejó un tanto sorprendidas por cuanto dejaba las puertas abiertas a nuevos encuentros. Para evitar sospechas por parte de nuestros padres, él se vistió enseguida y bajó para "entretenerlos mientras nosotras nos arreglábamos. Mientras nos vestíamos, estuvimos charlando y comentando lo que habíamos estado haciendo.

¿Qué te ha parecido? –preguntó ella.

¿A qué te refieres?

¿A qué va a ser?, a tu hermano, a su leche.

Bueno, al principio me daba un cierto asco, pero cuando lo he probado he visto que no había para tanto.

Lo ves, bobita; hacías un problema de algo que no lo es; ¿cómo crees que se lo tomarían tus padres si este verano hacíamos top less?

No lo sé que decirte; por un lado nos dan mucha libertad, pero por el otro el que nos hayan inscrito a Juan y a mí en el internado en que estuvimos me hace pensar que no les gustaría nada. Ojalá fuesen como los tuyos y no les importase que tomásemos el sol sin la parte de arriba del bikini.

Es cierto; ¿te puedo confesar una cosa?

Claro que sí; ¿qué es?

A mis padres no sólo no les importa que haga top less, sino que a veces hemos ido a alguna playa nudista.

¿Los tres juntos? ¿Sin nada de ropa?

Sí, claro; no llevábamos nada.

¿Y no te dio vergüenza la primera vez que te lo quitaste todo?

Claro que sí, quería morirme.

Entonces me contó que la primera vez que fueron a un centro nudista fue por pura casualidad. Cuando tenía unos 16 ó 17 años iba con sus padres de viaje por la costa; era pleno verano y el coche era un auténtico horno, por lo que decidieron desviarse y seguir el primer caminito que los llevase hacia el mar. Al final divisaron una calita muy agradable y tranquila, por lo que decidieron instalarse y quedarse todo el día refrescándose al lado del mar. Su sorpresa fue mayúscula cuando doblaron por la roca que les separaba de la playa y se dieron cuenta de que habían llegado a una playa nudista. Su primera reacción fue la de regresar y buscar otra playa, pero cuando recordaban el calor que habían pasado decidieron quedarse y probar. Jamás se habían desnudado en público, y la sola idea de hacerlo ya les ponía la piel de gallina; como tampoco no había mucha gente, decidieron quedarse en bañador, esperar acontecimientos y, por el momento, tumbarse encima de sus toallas para descansar un rato; sus padres se quedaron dormidos enseguida bajo el parasol, pero María no podía cerrar sus ojos. Se sentó en cuclillas y, agarrándose las rodillas con los brazos se inclinó sobre las mismas mientras iba mirando como se divertían las otras personas. La situación le producía una gran envidia, puesto que mientras ella estaba en un rincón muerta de vergüenza por estar en un sitio así, le comía la envidia al ver como las otras personas podían refrescarse tranquilamente a pesar de estar todas ellas desnudas, puesto que llevaban y vivían su propia desnudez con la mayor naturalidad del mundo. Jamás se habría atrevido a desnudarse en público, pero enseguida comprendió que en una playa en la que todo el mundo iba sin ningún tipo de ropa, atraería más las miradas si permanecía con el bañador puesto que si se lo quitaba; esto lo tenía claro, pero una cosa era decirlo y pensarlo y la otra hacerlo.

Estuvo un buen rato deshojando la margarita, puesto que por un lado le apetecía bañarse, pero por el otro no acababa de decidirse a quitarse la ropa; así que decidió obrar poco a poco; con gran calma y parsimonia se desabrochó el nudo que por detrás de su espalda mantenía la parte superior del bikini en su sitio; la pieza de ropa sólo se sostenía por un delgado cordón alrededor de su cuello y los pequeños triángulos de ropa a duras penas conseguían ocultar sus senos; libre del cordón que lo mantenía atado, el bikini dejaba ver el lateral de su pecho, y si alguien la hubiese mirado fijamente habría podido ver todos y cada uno de los detalles de su perfecta anatomía; la temperatura era muy agradable, y una ligera brisa refrescaba el tórrido ambiente caldeado por los rayos del sol; en más de una ocasión, el soplo de la brisa levantaba su bikini dejándolo a la vista de todos; o al menos esto era lo que ella creía, y al principio su primera reacción era la de mantener la ropa en su sitio; pero pronto se dio cuenta que iba a llamar más la atención con sus repentinos movimientos por ocultar sus pechos que si acababa de desprenderse de su bikini y actuaba con la mayor normalidad.

Después de mucho pensárselo, y armándose de valor, decidió dar un paso al frente y, pasando el cordón del bikini por su cuello, se desprendió de él y lo dejó encima de la toalla. Al principio se moría de vergüenza, y sólo se atrevía a estar con las rodillas dobladas hacia arriba y su cuerpo inclinado sobre ellas; a medida que iba transcurriendo el tiempo, se iba acostumbrando cada vez más a su desnudez, y poco a poco fue estirando las piernas hasta quedar sentada mirando al horizonte. El primer paso ya lo había dado, había conseguido estar con su pecho al aire y nadie la había mirado ostentosamente. De pronto, una idea le pasó por la cabeza: si ya se había desprendido de una parte del bikini, ¿por qué no hacerlo con la otra y así poderse ir a bañar? Dicho y hecho; aprovechando que sus padres aún dormían, se bajó la braguita del bikini, la dejó encima de la toalla, se levantó y se dirigió a zambullirse al mar; al principio quería ir corriendo para llegar cuanto antes al agua, pero comprendiendo que no hacía falta, se dijo "Se valiente y actúa con normalidad", y se fue al agua como si no pasara nada. Al principio, y por la lógica de la falta de costumbre, se creía el centro de todas las miradas, pero fue tomando confianza y cuando se acostumbró plenamente a su desnudez, le embargó una sensación muy agradable al notar su piel desnuda las caricias del mar.

Así estuvo un buen rato nadando y saltando, hasta que quiso salir para secarse y continuar tomando el sol. Con decisión y brazada firme, fue nadando hasta la orilla pero pronto cayó en la cuenta de que bajo el agua estaba completamente desnuda y que sus padres la verían sin nada, algo que no ocurría desde que era una niña pequeña. Mientras se dirigía hasta la orilla iba pensando que ojalá sus padres estuvieran aún dormidos, así podría ir hasta la toalla, secarse y ponerse de nuevo el bikini. Sus pies ya tocaban el fondo de arena y podía ir caminando; ya se había acercado lo suficiente como para ver que sus padres ya se habían despertado y estaban charlando sentados en la arena; entonces recordó que había dejado su bikini a la vista encima de la toalla sin la precaución de guardarlo en su bolsa; esto significaba que sus padres ya sabían que estaba completamente desnuda, lo que le hizo ruborizarse y más aún, a medida que el nivel del agua iba bajando y su anatomía iba quedando cada vez más al descubierto; cuando el agua ya le llegaba a la cintura, vio como sus padres la saludaban con las manos en alto y, por señas, le indicaban que se acercase y que ya tenían la comida lista. Tarde o temprano tenía que llegar el momento de que sus padres la viesen desnuda, y ella a sus padres, pero era algo que le costaba mucho afrontarlo y continuó nadando un rato como si no los hubiese visto; mientras nadaba, iba ganando tiempo y, también hay que decirlo, valor. Al final se decidió y comprendió que lo mejor era salir con decisión y paso firme. Cuando recorrió la mitad del camino que la separaba de sus padres, vio que ellos ya se lo habían quitado todo y que, al estar igual que ella, ahora estarían los tres en igualdad de condiciones.

¿Sabes una cosa? –le dije yo- me gustaría que mis padres fuesen así, tan abiertos como los tuyos y me dejasen tomar el sol y bañarme sin nada o en top less, como mucho.

¿No lo has hecho nunca?

Sí, alguna vez, pero casi a escondidas y, la verdad, es que la sensación es genial.

Yo no sabía como plantear el tema a mis padres por miedo a una reacción adversa; al final, María tuvo la solución: al vestirnos, ambas nos pusimos unos tops bastante holgados; como debajo no llevábamos el sujetador (las dos tenemos poco pecho, y muchas veces no lo llevamos) si nos reclinábamos un poco a través del escote se veían nuestros encantos. Como íbamos a tomar el aperitivo en el jardín, podríamos inclinarnos y reclinarnos sin levantar sospechas; así, podríamos ver las reacciones de mis padres cuando viesen que íbamos sin sujetador y que según como nos moviéramos se nos veían los senos. Estuvimos un buen rato así, sentadas en la hierba, y de vez en cuando, nos inclinábamos para tomar una aceituna, una patata frita, etc. No lo hacíamos muy a menudo para que no sospechasen. En una de las veces en que me moví para tomar algo del centro me di cuenta como, al estar yo sentada en la hierba y mi padre en la hamaca, mi escote abierto quedó a la vista de sus ojos y él pudo ver claramente que ni María ni yo llevábamos sujetador. Ya lo habíamos conseguido: ya lo sabían; y ahora sólo había que esperar su reacción.

Entre bocado y bocado de patatas, aceitunas, y embutidos, recordé que la última vez que hablé con mis padres por teléfono, me dijeron que cuando llegasen tenían un secreto para contarnos, o mejor aún una sorpresa para darnos.

Mamá –le dije llamándole la atención - ¿cuál era esta sorpresa que nos teníais preparada y que nos ibais a decir hoy?

Esta bien, lo prometido es deuda. –respondió ella -; este año es nuestro 25 aniversario de bodas y habíamos pensado ir con vosotros de viaje e invitar también a María. Además, también coincide con que vuestros dos primos de Suíza Martin e Isabel cumplen 18 años.

¿Y….? – preguntó Juan ya con clara impaciencia.

Pues ya hace tiempo que con vuestros tíos estamos hablando de organizar algo conjunto. Para estas vacaciones hemos alquilado un velero y estaremos una semana navegando por el Mediterráneo las dos familias juntas.

La noticia me dejó con cara de tonta; me hizo una ilusión enorme ya que siempre he sido una enamorada del mar. Me levanté de golpe y, chillando como una loca me eché al cuello de mis padres en señal de agradecimiento. Pasado el primer momento de sorpresa, me levanté para ir a llamarlos por teléfono, pero mi padre me dijo que no hacía falta porqué no iban a contestar puesto que hacía unos días que ya habían salido Suiza; viajaban en coche hasta la costa francesa, y allí dejarían el coche y vendrían a buscarnos con el velero; si no surgía ningún impedimento, mañana sobre la hora de la comida llegarían y nos llamarían por teléfono para encontrarnos de nuevo después de tanto tiempo.

Mi padre fue a la cocina y trajo nuevas provisiones para el aperitivo y cuando llegó con las bandejitas aún estábamos con la excitación lógica por la noticia. Para estar más cómoda, me tumbé en la hierba boca abajo apoyándome en los codos mientras iba picando un poco del aperitivo. Mi hermano Juan estaba frente a mí y, por lo que se ve, llevaba un rato mirándome el escote; como no llevaba sujetador al estar así tumbada, si me levantaba un poco ofrecía una clara visión de mis senos. Parecía que no me hubiera visto nunca desnuda, pero siempre he oído que es más sugerente insinuar algo que enseñarlo abiertamente. Dándose cuenta de ello, María le llamó la atención a mi hermano en un claro tono de broma:

¿Qué le miras tanto a tu hermana? Parece que te la vayas a comer con la vista.

¿Qué haces idiota? ¿Es que tengo monos en la cara? -le respondí yo al tiempo que me incorporaba tapándome un poco disimuladamente como si me importara que me viese algo.

Está bien chicos, no os peléeis –respondió mi padre intentando poner un poco de calma-; intentad estar como hermanos sin pelearos ni discutir; Juan, no mires tan descaradamente a tu hermana, y tú, Ingrid, intenta ponerte algo que te tape un poco más, al menos cuando no estemos en familia.

Lo cierto es que las palabras de mi padre me dejaron un tanto desconcertada; no era el hecho de que mediara entre nosotros para poner un poco de paz; lo que de verdad me llamó la atención fue cuando dijo lo de que "intentase taparme un poco más, al menos cuando no estuviésemos en familia"; ¿cuál era el verdadero significado de estas palabras? ¿significaba esto que cuando estuviéramos con otras personas nos teníamos que tapar un poco, pero que sí sólo estábamos entre nosotros no hacía falta? Y, en este último caso ¿hasta dónde podíamos llegar sin que mis padres se enojasen? Estaba claro que cuando nos encontrásemos con mis primos y mis tíos en el velero también estaríamos "en familia"; en este caso, ¿también podíamos no estar tan tapadas como si fuesen extraños? Mientras todas estas preguntas y otras más nos rondaban por la cabeza, con Juan y María subimos a nuestras habitaciones para prepararnos las maletas o las mochilas con lo que preveíamos que íbamos a necesitar para la semana larga que íbamos a pasar en el mar. Tal y como ocurre en estos casos, acumulamos tal cantidad de ropa y cacharros que parecía que nos fuésemos de expedición varios meses; habíamos puesto todo lo que pretendíamos llevarnos encima de la cama, pero luego, recordando que mi padre nos había dicho que como el espacio en el barco era relativamente reducido y éramos bastantes, había que limitarse a una bolsa de deporte por persona. Los tres estábamos con un gran nerviosismo e impaciencia por que ya llegara el día de mañana y recibiésemos la llamada de mis primos diciendo que ya venían a recogernos.

Aprovechando al máximo el espacio en las bolsas y desechando aquello que fuese superfluo o que físicamente no cupiese en las bolsas, conseguimos cerrarlas por fin. Las bajamos al recibidor, y nos pusimos los bikinis nosotras y el bañador Juan para regresar con mis padres al jardín y continuar los juegos y el baño en la piscina; esta vez, pero, "portándonos bien" y disimulando para no provocar el enfado de nuestros padres.

Entre saltos, zambullidas y aguadillas el tiempo nos pasó volando, pero no lo suficiente como habríamos deseado nosotros.

(continuará)