Vacaciones en el mar (4)

Por fin conocemos a nuestros amigos del ciber y quedamos con ellos en una piscina nudista; al regresar a casa, continuamos el juego y acabamos la jornada...haciendo el amor con mi hermano.

Hoy habíamos tenido un día muy intenso, y aún no se había terminado; primero, María y yo llegamos a casa y sorprendemos a mi hermano Juan en su habitación con los pantalones bajados y practicando el cibersexo, luego nos bañamos los tres desnudos en la piscina, nos acariciamos, María me besa y por la tarde participamos los tres en una sesión de cibersexo junto con Carlos y Marta, los dos hermanos y compañeros de cíber de mi hermano; de acuerdo que fue un cibersexo un tanto light y/o descafeinado para mucha gente, pero lo cierto es que fue muy bonito y agradable. Y ahora nos encontrábamos vistiéndonos para bajar a la ciudad y vernos con nuestros nuevos amigos en una piscina de la ciudad que los sábados en horario nocturno era nudista.

Una vez vestidos, sacamos el coche del garage y enfilamos la calle que nos tenía que llevar hasta la gran ciudad; por el camino íbamos comentando el tema del nudismo, si seríamos capaces o no de estar desnudos delante de otras personas, qué sentiríamos en el momento de practicarlo, etc; los tres estuvimos de acuerdo en que, cuanto menos, podíamos probarlo. El viaje se nos hizo muy corto y enseguida llegamos a la piscina; negar que no estuviéramos nerviosos sería una tontería, pero lo cierto es que a pesar de ello, teníamos ganas de seguir adelante con lo que habíamos iniciado hacía poco; pero, ahora, tendríamos que "portarnos bien" puesto que estábamos en un establecimiento público.

Cuando subimos las escaleras y entramos en la cafetería, allí estaban Carlos y Marta que, al vernos, nos saludaron levantando la mano. Aunque era obvio quiénes éramos, hicimos las presentaciones de rigor, nos sentamos con ellos en la mesa y, tomando un refresco, empezamos a charlar animadamente. Aprovechando que no teníamos nadie a nuestro alrededor lo suficientemente cerca como para que pudiera oírnos, les preguntamos más acerca del nudismo; Carlos y Marta nos contaron que ya hacía tiempo que lo practicaban y que ya se habían acostumbrado a ello de tal forma que ya no les importaba lo más mínimo estar desnudos delante de otras personas. Se iniciaron en ello de una forma totalmente casual y fortuita; con sus padres siempre iban de viaje en coche y camping; un día que ya era noche cerrada, entraron con el coche silenciosamente para no molestar a nadie, plantaron la tienda y esperaron al día siguiente para ir a recepción y notificar su llegada; pero la sorpresa vino cuando por la mañana Marta se levantó para ir a las duchas y se encontró con que todas las personas de ambos sexos estaban completamente desnudas y sin la habitual separación de sexos. Su primera reacción la de salir corriendo e ir a decírselo a sus padres pero luego pudo más su curiosidad por lo desconocido y el cierto morbo que le daba el estar desnuda ante gente desconocida que, a su vez también estaban sin ropa. Al final se decidió y, venciendo su inicial pudor, se fue desprendiendo de toda su ropa hasta quedar completamente desnuda; le costó pero, una vez pasados los primeros minutos de susto y vergüenza, enseguida se acostumbró y empezó a experimentar una sensación muy agradable. Cuando se hubo duchado y aseado, quiso ir a avisar a sus padres y a Carlos del lugar en el que habían entrado; por un lado no se atrevía a entrar en la tienda completamente desnuda por la reacción de su familia puesto que jamás se había visto en una situación así, pero por el otro no quería que todo el mundo la mirara por ir vestida en medio de gente desnuda; así que al final adoptó una postura intermedia: se enrolló una toalla alrededor de su cuerpo adolescente y fue hacia la tienda; al entrar, sus padres y Carlos ya estaban despiertos, y al verla entrar con la ropa en la mano y cubierta sólo por una toalla, su padre le dijo:

Pero, niña ¿Dónde vas así, medio desnuda por el mundo?

Papá –respondió ella-, no ya soy una niña, y aunque no llevara nada y me quitara esta toalla no pasaría nada porque ayer por la noche nos metimos en un camping nudista.

Sus padres y su hermano no la creyeron y pensaron que les tomaba el pelo; Marta les insistió tanto que empezaron a creer que fuera verdad, hasta que Carlos dijo que iba a comprobarlo por sus propios ojos; abrió la cremallera de la tienda y al sacar la cabeza fuera pudo corroborar lo que su hermana les había dicho. Ahora tenían que tomar una decisión: o bien lo recogían todo, abonaban la noche que habían estado allí y se iban en busca de un camping "textil", o bien se desnudaban y se quedaban allí unos días. Ninguno de los cuatro se atrevía a decir nada, hasta que su madre, alegando que hacía muy buen tiempo, que estaban en familia y que merecía la pena probarlo, empezó a quitarse el pijama que llevaba, primero la camisola y luego los pantalones hasta quedarse completamente desnuda; su padre puso cara de asombro al ver el atrevimiento de su mujer, y Carlos de sorpresa al ver a su madre desnuda, la primera mujer que veía sin ropa y al natural en mucho tiempo. Al vera su madre sin ropa, Marta deshizo el nudo de la toalla y dejó que ésta cayera a sus pies. Entonces si que padre e hijo pusieron cara de bobos, y fue la madre quien los hizo regresar al mundo terrenal:

¿qué hacéis los dos con esta cara de bobos? Parece que nunca hayáis visto una mujer desnuda.

Evidentemente que habían visto antes una mujer desnuda, y lógicamente más el padre que Carlos; pero una cosa era verla fuera y otra alguien de su familia. Al final, venciendo su pudor y para que no les dijeran que eran unos gallinas, se quitaron el pijama quedando los cuatro desnudos.

¿Y que sentíais al ir todo el día desnudos en un sitio como aquél? –preguntó María

Al principio un poco de vergüenza –respondió Marta-, pero sobretodo estos dos, ya que al salir de la tienda les cogió una erección y tuvieron que ir tapados con la toalla colgando.

Yo intentaba desviar la conversación hacia temas un poquito más "picantes" para averiguar hasta dónde habrían sido o serían capaces de llegar, pero no quería ser impertinente o maleducada, así que preferí ir poco a poco y dejar que fueran ellos quien acabaran contándolo, aunque para ello precisaran un leve empujoncito que yo les iba a proporcionar.

Allí, entre tanta gente desnuda, y estando vosotros desnudos también, no os venían ganas de hacer algo "especial"? –les pregunté yo.

¿Cómo de especial? –dijo Carlos.

Bueno, pues de "ligar" con alguien y cosas así –les respondí

No hubiésemos podido –contestó Marta-, estaban mis padres.

Claro, pero ¿y si no hubiesen estado ellos?

Esta vez quien había preguntado había sido Juan y tuve que reprocharle que fuera tan indiscreto, pero a Marta pareció no importarle y dijo que no pasaba nada, que estábamos en confianza y aunque a María y a mí nos conociesen sólo de esta tarde, Juan ya era un "viejo amigo". Entre sorbo y sorbo de café o de refrescos, Marta nos contó que en el camping no habían ligado con nadie, pero lo que sí habían hecho había sido participar en un ciber como nosotros; habían conectado con una compañera de clase de Carlos y habían jugado como nosotros hacía un rato. Al principio lo veían como algo muy raro, pero poco a poco fueron conociendo más chicos y chicas más o menos de su misma edad que también lo practicaban y, poco a poco, fueron haciendo amigos. Siempre se habían relacionado a través del ordenador y nunca se habían visto en directo, puesto que eran de otras ciudades; hoy, nosotros éramos los primeros con los que quedaban; cuando le preguntamos qué tipo de prendas hacían, nos contestó que por el momento sólo se habían hecho alguna caricia o algún beso; como se acercaba la hora de entrar a la piscina y estaban a punto de cerrar la cafetería, pagamos nuestras consumiciones y fuímos bajando hasta el vestuario, evidentemente, común para todos; mientras descendíamos por la escalera, yo me quedé pensativa en lo que había dicho Marta, pero sobretodo en este "por el momento"; ¿significaba que no habían pasado de besos y caricias, pero que si se presentaba la ocasión podrían llegar a más? Esto me dejó muy intrigada, peo no me atrevía a preguntar la verdad.

Entre risas y comentarios llegamos al vestuario; antes de entrar, pero, María me dijo que siguiéramos la corriente; se refería al famoso refrán español que dice que "Allá donde fueres, haz lo que vieres"; para no destacar entre el grupo y que la gente no se fijara en nosotros, teníamos que actuar como el resto y, aunque nos costara horrores por ser nuestra primera experiencia, así lo tuvimos que hacer; cuando entramos al vestuario vimos que allí había personas absolutamente normales, como las que nos cruzamos cada día por la calle; enseguida me di cuenta de lo equivocada que yo estaba cuando al principio creía que a los sitios así sólo iban personas con un cuerpo perfecto; a este tipo de instalaciones iban familias enteres con padres hijos y abuelos, amigos, compañeros, etc, en pocas palabras: cualquier persona que quisiera pasar un rato agradable haciendo deporte, relajándose, charlando con otras personas que, como ella, quisieran vivir su desnudez como un estado normal de la persona en un ambiente sano, natural, honesto y totalmente alejado de cualquier pensamiento lascivo o malsano. Haciendo caso de la recomendación de María, seguí la corriente de las pocas personas que nos rodeaban y me fui desnudando poco a poco; como si quisiera ganar un poco de tiempo, me iba desprendiendo de mi ropa con parsimonia, y cada vez que me quitaba una prenda la doblaba cuidadosamente y la colocaba en mi taquilla; me parecía como si de esta forma pudiera retrasar al máximo el momento de estar desnuda delante de otras personas. Era evidentemente que, tarde o temprano, todos me iban a ver sin nada, pero para mi fuero interno esta forma de actuar me daba una cierta confianza.

Cuando me quedé completamente desnuda llevando solo mis chanclas de goma, y hube cerrado la taquilla, me giré y vi a los otros cuatro que ya se habían desnudado y estaban a punto de entrar al interior de la piscina y la sauna; María, sin perder su habitual ironía y sentido del humor, me dijo que ya era hora, que parecía que estuviera colocando la ropa como si estuviera en el escaparate de una gran boutique. Así, al natural, Carlos y Marta se veían diferentes de cómo los habíamos visto a través de la pantalla del ordenador. Él se veía más robusto y fornido gracias a sus muchas horas de entreno en natación; de hecho, sólo tenía dos años más que mi hermano Juan, pero por su corpulencia parecía mayor; claro que esto no es nada difícil, puesto que mi hermano, siguiendo la tradición familiar, es bastante seco y delgado; Marta por su parte, no había cambiado mucho; su piel, que a través de la pantalla ya se veía clara, vista al natural lo parecía aún más y era casi lechosa; lo que más me sorprendió fue la poca gente que había; aparte de nosotros, sólo había un par de matrimonios y sus hijos corriendo y jugando por la piscina.

Dejando las toallas en el banco, y aprovechando que estábamos prácticamente solos a excepción de aquellos padres con sus niños, nos fuimos al jacuzzi para relajarnos con su baño de burbujas. Como era bastante grande, cupimos los seis perfectamente y nos estiramos apoyando la cabeza en el bordillo para estar más cómodos. Al principio nadie decía nada, el silencio sólo se veía interrumpido por el burbujeo del agua hasta que Carlos propuso un juego: el Juego de la Verdad, en el cual, por turnos hacíamos una pregunta a alguien del grupo, el cual debía responderla sin faltar a la verdad. Es cierto que si alguien mentía sería casi imposible descubrirlo, pero se trataba de jugar con la máxima sinceridad; al principio las preguntas eran muy inocentes, sin ningún tipo de malicia, pero, inevitablemente, el tono de las preguntas fue subiendo y cada vez se hicieron más picantes; al principio eran del tipo de ¿qué harías en tal o cual situación?, etc, pero se acabó preguntando sobre cuál y cómo fue nuestra primera vez, etc; claro que yo tuve que confesar cómo me inicié hace un tiempo con mis primos en Suíza, o como esta mañana María y yo nos habíamos besado, pero también pude enterarme de cosas "muy interesantes"; así, del grupo coincidía que los chicos aún no habían tenido ninguna relación completa, que antes de su novio actual Marta había salido en secreto con una compañera de clase, que la primera vez que mi hermano tuvo un orgasmo fue ante la pantalla con Carlos y Marta, etc.

Estuvimos un buen rato charlando, y de vez en cuando, alguno salía del agua para ir a la sauna o al baño turco y regresar. En la rueda de preguntas y respuestas, la parte que podríamos llamar más "interesante" o "picante" vino cuando le pregunté a Marta que cuando había estado con su hermano, cuál había sido la situación más comprometida en la que se había hallado; en un principio se turbó un poco puesto que era una pregunta muy directa y un tanto indiscreta, pero cuando los otros le dijeron que el juego era el juego, tuvo que responder. De vez en cuando teníamos que moderar el tono de voz para evitar que los dos matrimonios nos oyesen, pero afortunadamente el recinto era grande y bastante trabajo tenían ya en controlar a sus hijos. Tragando un poco de saliva Marta empezó a contarnos que unos años atrás, estaban con sus padres en un camping nudista pasando las vacaciones de verano; sus padres habían salido a bailar a un pueblo cercano cuando estalló la típica tormenta de verano con rayos y truenos; Carlos era un poco más pequeño que ahora Juan y como se asustó por los truenos, se acurrucó al lado de Marta bajo las sábanas; ¿Quién iba a decir que un chico tan robusto como él iba a tener miedo de un trueno? Como ambos estaban sin ropa, al abrazar a su hermana por la espalda, fue inevitable que el pene de Carlos rozase las nalgas de su hermana Marta; al principio ella no le dio mayor importancia, pero cuando por el roce de una piel con la otra piel el miembro de su hermano empezó a ponerse duro y firme y a intentar abrirse paso entre las piernas de ella, Marta empezó a notar una sensación de placer que hacía tiempo que no experimentaba; de forma disimulada, ella se movió un poco para ver cuál era la reacción de Carlos; al notar que él también se movía, le preguntó si dormía; al contestarle que no y decirle si quería charlar un rato, Marta se dio media vuelta quedando cara a cara con su hermano. Así se quedaron un buen rato charlando pero, como aún duraba la tormenta, cada vez que sonaba un trueno Carlos pegaba un respingo al sobresaltarse;

Entre truenos y relámpagos, fue inevitable que ambos sexos se rozasen y que Marta le dijese a su hermano que no era muy correcto que estuviesen así desnudos y abrazados por muchos truenos que hubiera; con la inocencia propia de su edad, Carlos le contestó que no veía nada malo en ello, puesto que era normal que se acurrucase junto a su hermana si tenía miedo y que tampoco no pasaba nada porque allí no había nadie mas. Fue entonces cuando Marta le tuvo que explicar el peligro de estar los dos abrazados y desnudos; y de aquí a empezar a acariciarse sólo había un paso y este fue el camino que siguieron hasta que a través de la tienda vieron acercarse los faros del coche de sus padres y se pusieron cada uno en su saco para disimular.

¿Pero si hubiérais estado solos, lo habríais hecho? –les preguntó María.

Eeee…pues… seguramente sí –respondió Carlos ruborizándose ligeramente.

En este momento notábamos como el hielo que había entre nosotros se estaba fundiendo rápidamente y nacía una confianza que nos permitía hablar y preguntarnos sobre cualquier cosa. Continuando en ello, los dos hermanos confesaron que en más de una ocasión les habría gustado llegar a más, pero que nunca se habían decidido y por ello no habían pasado de simples caricias o besos; fue entonces cuando me preguntaron cómo lo había hecho por primera vez en Suiza con mi primo Martín, y, con el mismo detalle, naturalidad y grado de confianza que lo hizo Marta, lo tuve que relatar yo; si dijera que estaba cómoda explicando mis intimidades mentiría, pero el hecho que empezara Marta ya había ido rompiendo el hielo.

Ya llevábamos un buen rato en el jacuzzi charlando y contándonos nuestras cosas, cuando María se levantó y saliendo del agua dijo que se iba a nadar un rato y si alguien quería acompañarla; al decir esto, me di cuenta que me miraba discretamente, señal inequívoca que quería hablarme de algo sin que los demás se diesen cuenta. También me levanté y me dispuse a seguirla no sin antes preguntar si alguien más se añadía, más que nada para disimular. Por suerte nuestra, los otros prefirieron quedarse burbujeando en el jacuzzi; al llegar a la piscina, nos zambullimos en el agua y fuimos nadando tranquilamente hasta que, viendo que María no soltaba prenda, le pregunté:

¿Qué es esto que me querías decir pero que los otros no pueden oir? Por qué para esto hemos salido del jacuzzi, ¿no?

No nada, quería ver qué opinabas de lo que han dicho Carlos y Marta.

¿Sobre qué? ¿Qué lo habrían hecho si hubieran estado solos?

Si.

No sé, tía; por un lado lo veo un poco raro lo de liarte con tu hermano, pero por el otro no sé, me da una especie de morbo pensarlo.

Pensarlo ¿o hacerlo?

Bueno… -le contesté yo, pensándome muy bien la respuesta para no meter la pata y que no me mirara mal- a veces he pensado que pasaría si hiciera algo con mi hermano.

Algo ya lo has hecho esta mañana;

No seas tonta; me refiero a algo más, a irnos juntos a la cama. ¿tú no has pensado algo así?

Como quieres que lo piense, si no tengo hermanos.

Bueno, si los tuvieras.

No sé, tía; antes, cuando en tu casa Juan se ha tumbado encima de ti y habeis simulado que hacíais el amor he pensado si nos atreveríamos a hacerlo.

¿Por qué hablas en plural? ¿Qué también lo intentarías?

No sé, chica; ya sé que es tu hermano y que sólo tiene 14 años, pero no está nada mal y, por otra parte, ¿qué podemos perder con intentarlo?

Tienes razón, pero, suponiendo que tú y yo nos decidiéramos, no sabemos como decírselo a él sin que se vaya a chivar a nuestros padres cuando lleguen.

Esta vez si que nos estábamos metiendo en arenas movedizas y pisando terreno peligroso. Sin habernoslo propuesto previamente, y tal como había ido evolucionando todo, nos encontrábamos las dos desnudas, nadando braza en la piscina y planteando la posibilidad de hacer el amor con mi hermano Juan. Esto que pocas horas antes lo habría encontrado una locura absoluta, ahora no lo veía tan descabellado después de haber jugado a las prendas y de haber oído con qué naturalidad Carlos y Marta nos lo habían planteado; hablando con ellos, supimos que ya conocían otras personas que a las que también les gustaba lo de jugar al cibersexo e incluso a algunos hermanos que lo hacían entre ellos. Por momentos, me estaba planteando la posibilidad de practicarlo, ni que fuera una sola vez para experimentar una nueva experiencia; y por lo que parecía, tenía en María una aliada muy valiosa y, posiblemente, una compañera de correrías y travesuras.

Continuamos nadando y en unos de los braceos noté como la mano de María me rozaba ligeramente un costado y a continuación se disculpaba por haberme dado un golpe. Yo le contesté que no había sido nada y que no dolía; pensándolo bien, me di cuenta que aquel roce quizás no fuera tan inocente como pareciera, y la única forma de comprobarlo que se me ocurrió fue pasar yo misma a la acción. Dado que íbamos nadando la una al lado de la otra, en una de las brazadas, dejé que mi mano tocara "casualmente" uno de los pechos desnudos de María; evidentemente se dio cuenta de ello y, casi repitiendo mi pregunta anterior, me dijo si también lo había hecho sin querer. Como mi respuesta fue que no, entonces contestó que si lo había hecho queriendo era señal que deseaba que nos acariciásemos; y medio en broma, medio en serio, empezamos las dos a tocarnos y a acariciarnos el pecho aprovechando cada una de las brazadas que íbamos dando; si bien es cierto que al principio todo empezó como algo inocente, como un juego sin más, a medida que nos íbamos acariciando nos íbamos animando cada vez más. Hay que reconocer que si nos empezamos a acariciar fue porque en la piscina casi no había nadie, aparte de nuestros amigos en el jacuzzi y los dos matrimonios con sus hijos en la otra parte de la piscina; además, procurábamos hacerlo de una forma muy disimulada y aprovechando que como era sábado por la noche y por la televisión retransmitían un partido de fútbol de la máxima rivalidad deportiva apenas había nadie que pudiera sorprendernos.

El poder estar nadando completamente desnudas, sin ningún atisbo de ropa que cubriera nuestro cuerpo, nos proporcionaba una sensación agradabilísima; teníamos una gran sensación de libertad y el suave vaivén del agua resbalando por nuestra piel nos proporcionaba un masaje muy agradable y placentero, incrementado éste por la mano de la otra compañera de natación que recorría el pecho en una suave y sensual caricia. Ya hacía rato que mi pecho había perdido su consistencia un tanto esponjosa y estaba duro y firme; aunque no pudiera verlos, cuando con la yema de mis dedos, recorría los senos de María los notaba como los míos, duros, resistentes, con los pezones bien formados y perfectamente destacados. La sensación de placer era tan grande y agradable que, en vez de estar en el agua, me parecía estar en una nube; era algo que jamás había experimentado; de acuerdo que antes, cuando pasé unas Navidades en Suíza nos acariciamos con mis primas y mi primo; pero esta vez era diferente; en los Alpes, lo hacíamos casi como una prenda, y en cambio ahora había surgido como algo espontáneo; tanto a María como a mí, nos gustaba y nos gusta la compañía de chicos, pero con nuestras caricias y por la mañana con el beso habíamos descubierto la dulzura de una piel femenina.

En una de las brazadas, me di cuenta como María callaba y se quedaba un poco atrás, y cuando quise girarme para averiguar el motivo de su silencio, noté como su mano me acariciaba el ombligo y el bajo vientre; en un principio quise llamarle la atención, pero para evitar un escándalo y que los otros se fijase en nosotras, me quedé sin hacer nada más que continuar con mi braceo; ella iba siguiendo mi ritmo, braceando acompasadamente, procurando mantener la cabeza medianamente erguida para ir charlando conmigo y que no se viera demasiado su juego de manos subacuático. A pesar de que no hubiera casi nadie en la piscina, me daba miedo que nos pudieran ver, con el consiguiente escándalo que se originaría; pero, por el otro lado, la situación estaba empezando a gustarme y, he de reconocerlo, me estaba excitando la idea de hacer algo así en un espacio público con el peligro de que nos sorprendieran. Además, su mano cada vez iba bajando más hasta que en uno de los braceos, sus dedos llegaron hasta mi entrepierna. El corazón me dio un vuelco: María, mi mejor amiga de la facultad, me estaba acariciando sin disimulo en mi Monte de Venus; ante tal situación, ladeé ligeramente la cabeza intentando obtener una respuesta por parte de ella, y lo único que conseguí fue un guiño de su ojo; comprendí que lo mejor era dejarla hacer, con lo que continué nadando como quien no quiere la cosa e intentando acompasar mis brazadas al ritmo de las suyas y…de sus caricias. Cada vez que María braceaba y su suave mano me acariciaba, me sentía transportada a una especie de paraíso de placer, y cuando uno de sus dedos penetraba en mi interior más íntimo la satisfacción ya era máxima; cada vez me costaba más poder mantener la compostura y seguir nadando sin que se notase nada; hasta que al final una especie de descarga eléctrica recorrió todo mi ser y me sumergí en una especie de estallido de placer: María, con sus caricias y la yema de sus suaves dedos me habían provocado un gran orgasmo, como hacía tiempo no había tenido ninguno.

Me habría gustado poderla abrazar y besarla cariñosamente, pero no podíamos por estar en un lugar público y no queríamos provocar un "espectáculo"; así que, para devolverle y agradecerle el favor y el detalle no se me ocurrió nada más que hacer lo mismo que ella me había hecho a mí. Disimuladamente, me retrasé un poco respecto a ella y a cada brazada que daba en el agua, aprovechaba para irla acariciando; al principio me centraba en sus senos, pero poco a poco fui bajando hasta llegar a su bajo vientre; mi mano iba acariciando la suave piel de María y bajaba poco a poco hacia su entrepierna; cuando las yemas de mis dedos notaron los primeros vellos púbicos, supe que me estaba acercando a "zona prohibida"; a medida que me iba acercando, ya no era mi mano, sino mis dedos los que estaban a los bordes de la "Cueva del placer"; en estos momentos experimenté una sensación como nunca antes la había experimentado desde que, un tiempo atrás, pasando unas Navidades en Suíza, tuve la oportunidad de acariciar los cuerpos desnudos de mis primas Isabel y Laura y, así, empezar a descubrir nuestra sexualidad. Cuando mis dedos acariciaron la entrada íntima de María me pude dar cuenta como todo su cuerpo se estremecía de placer; mientras íbamos nadando braza en el agua y yo aprovechaba cada braceo para acariciar el cuerpo desnudo de María, levantaba la cabeza y miraba alrededor por si veía a alguien que pudiera sorprendernos en una situación tan comprometida; pero, por suerte, no había peligro y pudimos continuar en nuestros quehaceres; yo misma me sorprendía de mi atrevimiento y desenvoltura, puesto que jamás había hecho nada igual y jamás me había imaginado que algún día pudiera llegar a hacerlo. Me daba cuenta como disfrutaba María y, para aumentar más aún su goce, procuraba que mis dedos no se detuviesen en una simple caricia; mi táctica surgió efecto, y al cabo de poco rato pude notar como los labios de su vagina se fueron contrayendo espasmódicamente ayudados por el movimiento natatorio de sus piernas. Cuando de golpe se quedó quieta unas décimas de segundo y a continuación se puso a nadar de nuevo supe que su sensación de placer había llegado a su máxima expresión y una especie de descarga había recorrido todo su cuerpo, de la cabeza a los pies.

Las dos nos miramos en una mirada de complicidad y de ternura en señal de mutuo agradecimiento por el buen rato pasado; como ya no teníamos nada que esconder, nos tumbamos en el agua boca arriba y fuimos nadando de espaldas hacia el lado opuesto en el que nos encontrábamos para reunirnos con los otros. Con el cuerpo aún relajado por todo lo vivido unos momentos antes, nos íbamos acercando hacia las escalerillas, mientras nuestros pechos, aún duros y firmes, sobresalían ligeramente del agua destacándose de la silueta de nuestros cuerpos medio sumergidos. Al llegar nos apoyamos en el bordillo y con un golpe de cintura salimos fuera del agua; al vernos, Juan, Carlos y Marta salieron del jacuzzi y vinieron a nuestro encuentro. Ya tenían ganas de ir al baño turco y nos estaban esperando; cuando estuvimos a su lado, le dí un suave codazo a María y les pregunté:

No sé qué habreis hecho, pero por lo que parece os ha ido bastante bien.

¿Por qué lo dices? –preguntó inocentemente Juan.

No, por nada en especial; sólo que se nota –le respondí mirando hacia su entrepierna.

No hemos hecho nada de especial, y a vosotras también se os nota –replicó Marta señalando hacia nuestros senos aún duros y firmes.

Pues nosotras tampoco hemos hecho nada de especial –contestó María, al tiempo que abría la puerta del baño turco.

Reímos por la contestación de María y la seguimos a la salita llena de un vapor tan intenso que las figuras se veían como si estuvieran difuminadas por una niebla espesa; nos reímos porqué sabíamos que algo había pasado mientras habíamos estado nadando, puesto que a pesar de que unos y otros quisiéramos disimular, nuestra anatomía nos delataba. Ellos intuían que entre nosotras algo había pasado y lo mismo nos ocurría a nosotras respecto a ellos tres, estábamos convencidos de ello; pero como ni los unos ni los otros no quisimos ni preguntar ni indagar más, nos fuímos con nuestras suposiciones al baño turco para quemar toxinas. Yo fui la última en entrar y al ir a cerrar la puerta, me giré y vi que los dos matrimonios ya se había ido.

Al principio costaba un poco acostumbrarse al interior del baño turco, puesto que la humedad era altísima, lo que aumentaba aún más la sensación de bochorno; esto, junto con una temperatura elevada, nos hacía sudar de lo lindo. Colocamos las toallas encima de los bancos de madera y nos tumbamos para relajarnos un rato. A medida que iba pasando el rato, nuestras anatomías volvían a su estado normal, y nada dejaba entrever las caricias que María y yo nos habíamos proporcionado, ni los más que probables juegos eróticos en el jacuzzi de mi hermano, Marta y Carlos.

Al cabo de un rato, Marta propuso jugar a las palabras encadenadas, de forma que uno de nosotros decía una palabra, el siguiente otra que empezara con la última letra de la anterior, y así sucesivamente hasta que alguien perdía, y el anterior a él o ella le imponía una prenda. Al principio las pruebas eran muy inocentes como quedarse de pie a la pata coja un rato, hacer el pino, etc., hasta que Carlos le dijo a mi hermano que escogiese entre darme un beso en los labios o simular que hacía el amor con María. El pobre se quedó muy turbado puesto que si ya le daba vergüenza besarme en los labios, más aún le ocurría con lo de simular hacer el amor; si bien era cierto que antes en casa lo había simulado conmigo, entonces yo llevaba aún las braguitas, pero en cambio ahora ambos estaban desnudos con lo que sus sexos se rozarían; al final optó por darme un beso; hecho un mar de dudas y temores, se acercó tímidamente y me dio un suave beso en los labios. Todos reclamaron más énfasis en el beso, pero nosotros alegamos que no lo habían especificado antes; y así pasamos a la siguiente ronda de palabras.

Cada vez que uno de nosotros fallaba, cambiábamos de sitio para dar más "emoción" a las prendas, por decirlo de alguna forma; durante algunas rondas fueron besitos y preguntas inocentes; cuando alguien quería que el perdedor hiciera o dijera algo en concreto, poníamos una segunda opción bastante más atrevida que la primera para que así prácticamente no hubiera opción; esto fue así, hasta que María le dijo a Marta que ella y Carlos tenían que abrazarse como si hicieran el amor y besarse profundamente o besarme a mí; cuando creíamos que optaría por lo primero, Marta dijo que prefería lo segundo; María se quedó muy sorprendida, puesto que no creía que ella fuera tan decidida, pero a mí me dio un vuelco al corazón. Si bien antes me había besado con María, ahora me daba mucha vergüenza hacerlo con Marta, puesto que apenas la conocía; pero las normas eran las normas y tuvimos que hacerlo; por suerte, ella no se aprovechó de la situación y fue un beso cortito y bastante casto.

El próximo en fallar fue Juan y, queriéndolo poner en un aprieto, Marta le dijo que o bien agarraba el pene de Carlos con una mano y lo bombeaba un par de veces como si estuviera bombeándolo, o tenía que responder a una pregunta. Evidentemente, optó por lo segundo; de hecho, más que pregunta tenía que contestar cómo reaccionaría si, por la circunstancia que fuese, tenía que hacer el amor con una de nosotras tres. Aprovechando los instantes iniciales de duda de mi hermano, María y yo nos cruzamos una mirada de complicidad puesto que, sin comerlo ni beberlo, tendríamos la intención de saber cómo podría reaccionar él si nosotras se lo llegásemos a proponer.

Con Ingrid sería incapaz, porque es mi hermana; con vosotras me costaría, pero supongo que llegaría a hacerlo.

Y ¿qué que ella sea tu hermana? –le dijo Marta-, hay quien lo hace y, total, todo queda en familia.

Ya lo sé que hay quien lo hace, pero dudo mucho que me atreviera. Y vosotros ¿qué?

Ahora era Juan quien había dado la vuelta a la tortilla; Marta había querido ponerlo en un aprieto colocándolo entre la espada y la pared, pero con su respuesta Juan les había demostrado que si bien los besos y caricias entre hermanos pueden ser medianamente aceptables, hacer el amor eran ya palabras mayores; y buena prueba de ello era que, a pesar de que ya hacía tiempo que Carlos y Marta participaban en juegos eróticos, estos eran bastante suaves y nunca lo habían hecho.

Ya llevábamos bastante tiempo "cociéndonos al vapor" en el baño turco, incluso más de lo aconsejado, y como ya casi era la hora de cerrar, regresamos al vestuario y, después de ducharnos, nos vestimos y salimos a la calle. A pesar de que pasaba un poco de las once de la noche, la temperatura era muy agradable y fuímos paseando hasta donde habíamos aparcado el coche. Carlos y Marta habían subido en autobús, y como ya era un poco tarde, los acompañamos hasta su casa. Al despedirnos dijimos que nos lo habíamos pasado muy bien y que tendríamos que repetir estos encuentros más a menudo; Carlos contestó que aún lo podríamos pasar mejor, nos dimos los números de teléfono y nos emplazamos a vernos de nuevo pasadas las vacaciones.

En el camino de regreso me quedé un rato pensativa; no me podía quitar de la cabeza estas últimas palabras de Carlos; no lo sabía a ciencia cierta, pero creía que se refería a subir un escalón más en la dificultad de las prendas y hacer algo más que simples caricias y besitos; pero la idea que más planeaba sobre mi cabeza era cuando Juan había respondido que dudaba mucho que pudiera hacer el amor conmigo. ¿Hasta donde llegaba esta duda? ¿Qué se atrevería a hacer? ¿Cómo proponérselo? María se dio cuenta de ello y me preguntó qué estaba pensando, a lo que yo le respondí que no pasaba nada, que eran sólo cosas mías; pero una leve sonrisa mía le delató por donde iba "el asunto" y enseguida lo comprendió.

Al llegar a casa, y como la noche era muy agradable, encendimos el farolito de la piscina y nos sentamos sobre el césped para charlar un ratito. Estuvimos un buen rato hablando de lo agradable que había sido la velada y lo simpáticos que habíamos encontrado a Carlos y Marta; en un momento dado, María se subió las perneras de los pantalones y se sentó en el borde de la piscina con los pies en el agua; mientras charlábamos iba describiendo círculos en el agua con los pies, lo que hizo que se salpicara ligeramente el borde del pantalón.

Si no te los subes más, se te van a mojar –le dije yo.

Y ¿Por qué no nos quitamos la ropa y nos bañamos? –preguntó Juan.

A pesar de haber estado antes un buen rato "en remojo", la idea nos pareció muy bien y nos fuímos quitando la ropa hasta quedarnos completamente desnudos; una vez en el agua a María se le escapó una sonrisa;

¿De qué te ries? –le preguntó Juan

De nada –contestó ella-; sólo que me acordaba de esta mañana cuando hemos empezado y tú no te creías que nos atreveríamos y al final nos lo hemos quitado todo y hemos hecho lo que hemos hecho.

Es verdad; yo creía que no os atreveríais y al final ha resultado que sí.

Claro que sí –dije yo-; desnudarse y quitarse la ropa es más o menos fácil, pero lo de Carlos y Marta ya es otra cosa.

¿El qué? ¿Lo de besarse y hacer el amor? –preguntó Juan

Sí, claro; ellos han dicho que si hubieran tenido la ocasión seguramente lo habrían hecho.

Bueno, es que ellos son más atrevidos que vosotras.

No te pases, guapo –le dije yo-; son más atrevidos que nosotras y que tú; tú hablas mucho pero a la hora de la verdad, nada de nada; a todos os pasa lo mismo.

Claro que me atrevería; lo que pasa es que tú eres mi hermana y ahora no quiero.

¡No te atreves! –le dijo María para picarlo.

Si no fueras mi hermana ya verías si me atrevía o no.

Vale, tienes razón –le dije, pero recapacitando añadí- pero María no es tu hermana.

Ahora sí que mi hermano se encontraba atrapado; el argumento de que yo era su hermana le había servido para escaparse de momento, pero cuando yo le dije que María no era hermana suya y que en este caso no le valía la excusa se quedó sin respuesta; por su lado, ella me lanzó una mirada penetrante como diciendo que no la metiese en discusiones de hermanos. Pero por el otro lado, me acordaba de cuando hacía un rato ella y yo hablábamos sobre la posibilidad de hacer algo con Juan y no sabíamos cómo enfocarlo. En un primer momento, hubiera querido estrangularame, pero luego comprendió que era una ocasión muy propicia, puesto que en vez de ser nosotras quien lo propusiéramos casi había sido él quien iniciara el tema. Yo estaba expectante sin saber muy bien como reaccionar ni qué hacer puesto que si dábamos el paso que estábamos a punto de dar entraríamos en un camino sin retorno. Por un momento se hizo el silencio, sin que nadie abriera boca para decir nada, hasta que Juan fue el primero en "mojarse":

Claro que me atrevo, no soy tan gallina como vosotras, y María no es mi hermana; os lo demostraré, pero con una condición: antes os teneis que tumbar la una encima de la otra y hacer ver que haceis el amor y besaros en la boca.

¡Sí que aprendía rápido el niño! Creíamos que lo teníamos atrapado, y ahora era él quien nos tenía contra las cuerdas. De hecho, esto más o menos ya lo habíamos hecho cuando por la mañana nos habíamos besado, pero tumbarnos como si hiciéramos el amor representaba una vuelta más de la tuerca; además, ahora estaría mi hermano mirándonos. Por otra parte, estaba María; si bien por mi parte, yo sólo tendría que hacer esto, ella tendría que dejar que Juan la penetrara, aunque sólo fuera un pequeño momento. Estuve un momento dudando, pero pensé que si lo intentaba, él dejaría de llamarme gallina y, pensándolo bien, sólo de pensar de estar en esta situación y me provocaba un cierto cosquilleo muy agradable. Como si quisiera buscar el apoyo de María, la miré a la cara y con un leve movimiento de las cejas le pregunté qué pensaba de ello.

Bueno, vamos allá –contestó-; pero sólo un momento.

De acuerdo –dijo Juan-, a ver de lo que sois capaces.

En este momento yo me hallaba medio tumbada y apoyada sobre las manos; María se incorporó y, colocándose frente a mí, se sentó a horcajadas encima de mi cintura mientras con sus manos iba acariciando mi pecho. Levanté mis brazos, y con la yema de mis dedos pude alcanzar sus senos para acariciarlos y pellizcar suavemente sus pezoncitos. Cuando ya nos habíamos recuperado de las emociones vividas hacía unas horas en la piscina, ahora estábamos iniciando otras nuevas; me parecía estar en el cielo, y esta sensación aumentó sobremanera cuando María se tumbó encima mío, colocando sus piernas entre las mías; enseguida pude notar como los labios de su vagina empezaban a rozarse con los míos y nuestros Montes de Venus se fundían en uno solo. Como nos acompañábamos de leves movimientos de cintura, era inevitable que nuestros pechos se rozasen, lo que nos producía un cosquilleo muy agradable y placentero cuando notábamos el contacto de nuestros pezones ya duros con la piel; recordando la promesa hecha previamente, María acercó sus labios a los míos y nos fundimos en un suave y cariñoso beso, en el que nuestras lenguas iniciaban un baile frenético tocándose y rozándose mil y una veces.

Esto hizo que la temperatura ambiente subiese muchos grados y, cuando llevábamos un ratito así, consideré que ya era hora que Juan demostrase lo valiente que era. Me separé un poquito de María, que quedó tumbada a mi lado con su cuerpo medio encima del mío y con su brazo rodeando mi busto.

Ya has visto como esta mañana nosotros te hemos dicho que nos atrevíamos a quitarnos la ropa y a mucho más –le contesté-; ahora te toca a ti.

Después de lo que habíamos hecho durante el día y de lo que acabábamos de hacer María y yo, ya habíamos perdido todo atisbo de pudor, timidez o vergüenza y creíamos estar dispuestas a hacer prácticamente cualquier cosa; para facilitarle la operación, María se acercó al lado de Juan y, tumbándose a su lado, empezó a acariciarle su pene hasta conseguir que adquiriera la dureza y la consistencia deseada; con la palma de la mano lo rodeaba por completo y moviéndola arriba y abajo estaba provocando que cada vez fuera más marcada su erección. Cuando consideró que ya estaba apunto, María se tumbó al suelo y le dijo a Juan que ya podía colocarse encima de ella; recordando como unas horas antes lo había simulado conmigo, se estiró encima de María y empezó a mover su pelvis; ésta era la primera vez que se encontraba en esta situación y por su inexperiencia su pene no encontraba la entrada a las intimidades de María; para evitar que ésta su primera vez acabara en un fracaso, me acerqué a ellos y decidí echarles una mano en ello; viendo que el pene de Juan empezaba a decaer, lo acaricié con la palma de mi mano abierta hasta que vi que había recuperado la firmeza necesaria; con la otra mano, acaricié el sexo de María para comprobar si también estaba a punto; cuando vi que todo estaba listo, acerqué el pene de Juan hasta la vagina de María; ella, al notar como la punta del miembro de Juan pugnaba por franquear la entrada de su cueva del placer, lo acompañó con movimientos de su cintura. Poco a poco quedaron perfectamente ensamblados el uno con el otro; era la primera vez que Juan hacía el amor, hoy era el día de su estreno, y María recordaba de nuevo qué se sentía al tener un miembro masculino dentro de ella.

No estuvieron mucho rato así, puesto que, tal y como habíamos dicho al principio, ahora no se trataba de llegar hasta el final, sino de ver hasta dónde llegaba nuestro atrevimiento, y a decir verdad, la prueba se había superado con creces. Cuando se separaron, Juan tenía la mirada un poco perdida, y no acababa de creerse que realmente le hubiera pasado a él; sin darle tiempo para que reaccionara, me acerqué hasta él, le agarré de nuevo su pene con la mano, y con un movimiento de la misma me lo acerqué a la cara; ninguno de los dos dijo nada: Juan por estar aún viendo visiones y no saber muy bien qué pasaba, y María por estar convencida que sería incapaz. No sé cómo, pero al final fui capaz, me atreví. Me introduje aquel pedacito de carne en la boca y con la suavidad de mis labios lo fui recorriendo de arriba abajo; yo misma me sorprendía de estar allí, de esa forma y haciéndole esto a mi hermano; pero lo cierto es que allí estaba. Juan estaba en plena adolescencia por lo que su pene aún no estaba desarrollado del todo; aún así, lo podía notar perfectamente como iba creciendo, y con mi lengua iba rozándolo suavemente; en este momento no quería pensar en nada más; mientras me esforzaba en dejar su miembro bien limpio y reluciente, me daba perfecta cuenta que Juan estaba disfrutando de lo lindo; ya había vencido su sentimiento de pudor y de vergüenza por estar así con su hermana y se hallaba más desinhibido. Llegué a un momento en que ya no me importaba la reacción de él o de María y separando mis labios de su miembro, me incorporé, y para sorpresa de ellos dos me senté encima de él; ayudándome con la mano, me introduje su miembro y empecé a moverme arriba y abajo; al principio el ritmo era lento y pausado, pero poco a poco fue incrementándose. María estaba completamente sorprendida al verme tan lanzada y esperaba que en cualquier momento fuera a interrumpir el acto; Juan, por su parte se hallaba sin saber qué hacer; la respiración se nos iba entrecortando, el corazón se aceleraba y pequeñas gotas de sudor nos resbalaban por la piel; al ver a mi hermano sin saber muy bien cómo reaccionar, le cogí las manos y las puse en mi seno para que me lo acariciase y así aumentar la sensación de placer; sin separarme de él, y en un movimiento suave pero rápido, me tumbé encima de él arqueando mi cintura acompasadamente; hubo un momento en qué me di cuenta que mi hermano cerraba ligeramente los ojos y exhalaba ligeros suspiros; comprendiendo que estaba a punto de tener uno de sus primeros orgasmos, le besé con gran cariño y pasión y aceleré el ritmo; de golpe, se quedó completamente quieto; entonces comprendí que llevaba dentro de mí la semilla de mi hermano, pero no había nada que temer puesto que hacía tiempo que tomaba la píldora.

Cuando nos separamos, se le veía feliz y contento; por lo que nos dijo luego, le había gustado mucho, puesto que era algo que hacía tiempo tenía ganas de probar, y además su primera vez había sido conmigo, con su hermana. Un poco compungido nos confesó que siempre le había gustado y me quería mucho pero que nunca se había atrevido a decir nada por miedo a que le mirara mal o que le dijera que un chico no puede ser tan sentimental. Le abracé y, besándolo cariñosa y suavemente en los labios, le dije

No te preocupes por esto; y no seas bobo; es mejor un chico que sepa tener sus propios sentimientos y los exprese libremente, que no un chico "machito" que se hace el duro porque es el papel que en teoría le corresponde.

Bueno, parejita –dijo María-; ¿habeis visto como os habeis puesto? Estais hechos un desastre.

Nos miramos y, realmente, tenía razón. Entre el sudor, los flujos corporales emanados y el contacto con la hierba estábamos hechos un auténtico cromo. Por ello, los tres entramos de nuevo en la piscina y estuvimos un rato en remojo sin apenas movernos, con los brazos apoyados en el bordillo y la cabeza encima de ellos; después de tantas emociones ya nos convenía un ratito de relax y sosiego. En esto que Juan levantó la cabeza y nos dijo:

Chicas, os quiero mucho, lástima que me haya dado cuenta tan tarde.

Mejor tarde que nunca ¿no? –le respondí.

Inmediatamente, los tres nos fundimos en un solo abrazo contentos por la relación que había nacido entre nosotros y por el gran paso que habíamos dado. De un modo u otro intuíamos que esta había sido la primera vez que habíamos hecho lo que habíamos hecho, pero que, afortunadamente, no sería la última. Como se nos había hecho tarde, salimos del agua y nos fuimos a dormir; después de todo lo que había pasado no queríamos estar en habitaciones separadas, por lo que nos sacamos los colchones al jardín y nos dispusimos a pasar la noche al aire libre. Como por la mañana iban a llegar nuestros padres y podían montar un escándalo si nos veían allí los tres juntos desnudos, nos pusimos los pijamas y nos echamos en los colchones; María y yo estábamos cada una en un extremo, y Juan en medio.

¿Sabeis que ahora que os miro se me hace un poco extraño veros vestidas? –dijo él

Mira el picarón –le respondió María.

Al decirle esto, le acarició cariñosamente la cabeza lo que provocó que mi hermano se levantara y se sentara encima de ella inmovilizándola y diciéndole que si lo retirara; como ella se negó a ello e intentó quitárselo de encima, rápidamente se convirtió en una lucha de cosquillas en la que enseguida me vi implicada; en un momento yo me encontraba debajo, otro era Juan y más tarde María; en más de una ocasión, alguna de las manos tocaba "aquello que no suena", pero no nos importaba nada y no le prestábamos el menor caso, dada la confianza que había nacido entre nosotros.

Al cabo de un rato ya estábamos con el pelo revuelto, la ropa medio salida y con algún que otro arañazo involuntario; imponiendo un poco de orden, dije que ya estaba bien por hoy y ya era hora de dormir; después de darnos un beso de buenas noches, nos tumbamos cada uno en su colchón cansados y felices por todo lo que había ocurrido, por lo bién que lo habíamos pasado y por la gran confianza que había surgido entre nosotros. Así, pensando en todo lo que habíamos hecho durante el día, y rememorando los buenos ratos pasados, me fue venciendo el sueño hasta que mis ojos se cerraron por completo y me quedé en los brazos de Morfeo.

continuará

Un beso muy grande a todas las amigas y a todos amigos de amor filial

Ingrid