Vacaciones en el mar (2)

Después de desprendernos de nuestras ropas en la piscina, iniciamos una serie de juegos eróticos que consiguen derribar el muro del pudoe y de la vergüenza que nos encerraba.

En primer lugar, quiero pedir disculpas por mi retraso al escribiros la segunda parte de mi relato; una avería en mi ordenador me impidió poder recuperar las notas de mi diario y poder reescribirlas de nuevo; pero, por suerte, parece que ahora está todo solucionado.

Mi hermano Juan le estaba haciendo un masaje a María en la espalda cuando ésta le dijo que parara un momento porque iba a darse la vuelta y colocarse boca arriba. A sus 14 años, era la primera vez que Mi hermano estaba delante de una mujer desnuda, y ahora se encontraba en la situación de tener que acariciar un pecho femenino. María se dio la vuelta y Juan quedó sentado encima de ella sin saber muy bien qué hacer con las manos; de hecho sí que lo sabía, pero no acababa de atreverse; del bote extrajo un poquito de cremo y empezó a untar con ella el estómago de María; con unos suaves movimientos de las manos fue distribuyendo la crema por el cuerpo de María describiendo una serie de círculos concéntricos; poco a poco, sus temblorosos dedos fueron acercándose a la base de su seno sin llegar a atreverse a acariciarlo; cada vez que su mano llegaba hasta este punto, retrocedía como si hubiera recibido una tenue descarga eléctrica; al ver que Juan no acababa de decidirse, María le cogió sus manos y se las puso directamente en su pecho diciéndole

No seas bobo y acaríciamelo como si estuvieras amasando pan; no te preocupes, no pasa nada; hace un rato, cuando has bajado a la piscina estabas muy envalentonado y hecho un gallito, y en cambio ahora no te atreves.

Ya, tienes razón; es que me da un no sé qué tocarte.

En este momento, y por extraño que pudiera parecer en un principio, era superior la timidez y la vergüenza de Juan que la de María; supongo que esto venía por que Juan estaba estrenándose en cuestiones de sexualidad y ella ya tenía una cierta experiencia; no mucha, pero un poco sí; pero lo que más influía en ello era que mi hermano estaba en plena adolescencia y se le notaba claramente "la edad del pavo" en la que por un lado era el más valiente, machito y atrevido, pero que cuando llegaba la hora de la verdad la timidez y el pudor le bloqueaban y no permitían que las órdenes de su cerebro llegasen con la necesaria rapidez y sincronía a su cuerpo. Progresivamente se le fue notando más suelto, más desinhibido. Poco a poco sus manos iban acariciando la piel de María con mayor ligereza y sus dedos ya no se detenían al pasar por sus pechos, jugueteando con sus pezones cada vez que se acercaba a ellos.

Por mucho que hubieran querido no habrían podido disimularlo en absoluto; ambos estaban disfrutando de lo lindo ante tal situación; a María, sus pechos, antes pequeñitos y esponjosos habían adquirido una consistencia dura y firme, al tiempo que sus pezones habían sacado la cabeza y sobresalían de sus aureolas apuntando hacia la cara de mi hermano Juan; me los miraba a la vez con ganas y con la ternura de una hermana que está viendo como su hermano acaricia por primera vez un cuerpo femenino con el goce que ello le provoca, pero a la vez con una envidia sana por verlos a los dos en esta situación; los miraba con ganas de estar ahí, pero tranquila y sin prisas, porque sabía que luego me tocaría a mí. María estaba radiante y con una cara que reflejaba una gran felicidad; se notaba a una legua que estaba disfrutando de lo lindo, porque en un momento que bajé la mirada me di cuenta como los labios de su vagina estaban abiertos mostrando la entrada a su cueva del placer. Por su parte, Juan no quedaba a la zaga en cuanto a excitación; como es de lógico suponer, su pene estaba perfectamente firme y duro; continuaba sentado a horcajadas sobre las piernas de Isabel y cada vez que se inclinaba para acariciar el pecho y los hombros de María, su cintura quedaba a la misma altura que la de ella; a cada movimiento de él su pene rozaba el Monte de Venus de María y parecía que su miembro quisiera penetrar en las intimidades de ella; de la emoción y la excitación que llevaba encima, él ni se daba cuenta de ello; en cambio, María sí que se apercibió de tal situación; con un gesto de la mano, y de forma disimulada me lo indicó; fue entonces cuando me fijé y vi lo cerca que estaban ambos de llegar a la penetración.

Dada la emoción del momento, ninguno de nosotros se había dado cuenta que habían superado con creces el tiempo de la prueba; pero como no se trataba de una competición ni nada que se le pareciese, no le dimos a ello ni la menor importancia. Tanto Juan como María estaban muy excitados desde el punto de vista sexual, pero mientras que ella lo podía disimular con una cierta facilidad, él lo tenía cuanto menos imposible; cuando se separaron, por decirlo de alguna manera y cada uno se sentó en su sitio, pudimos ver como Juan tenía una erección de padre y muy señor mío; como es obvio, esto fue motivo de comentario por parte de María:

Ala, Juan; se nota que has disfrutado poniéndome crema, te has puesto las botas.

Claro; ¿es que acaso no te ha gustado?

Y tanto que me ha gustado, pero yo no me he puesto como tú –le respondió María señalándole sus "partes nobles".

Este comentario provocó un cierto rubor en mi hermano, que reaccionó de inmediato tumbándose boca abajo en la hierba para disimular su clara y manifiesta erección. ¡Caray con mi hermanito! Y pensar que hasta ahora lo veía como el típico hermano pequeño incordiante y molesto; mientras Juan estaba acariciando a María en un suave masaje me fijaba en él y empezaba a verlo como todo un jovencito con el que ya se podía tener una mínima conversación sin tener que tirarse los platos por la cabeza y con el que posiblemente se pudieran pasar muy buenos ratos; pero por aquel entonces, ni él, ni yo, ni nadie podíamos llegar a imaginarnos hasta dónde podían llegar estos buenos momentos. Si cuando me estrené con mis primos en Suiza ya tenía mis dudas sobre si era correcto que hiciéramos lo que hicimos, ahora que estaba con mi hermano y María se me reproducían estas dudas; pero ahora con el inconveniente que la relación de cosanguineidad era superior, puesto que en este caso se trataba de mi propio hermano.

Estaba yo absorta en mis pensamientos cuando oí la voz de María que me hizo volver a poner los pies en el suelo:

¿Cómo es que te tumbas boca abajo en el suelo, Juan; y no aquí en las hamacas? –preguntó irónicamente;

¿A ti qué te parece?

No te preocupes –prosiguió ella-; es normal que te pongas así; anda, acércate aquí con nosotras que ahora le toca a Ingrid abrir el tarro de la crema.

María tenía razón; ahora me tocaba a mí, y, a la vez que impaciente por volver a tomar parte activa en estos juegos eróticos, estaba con la gran duda de cuál sería la reacción de Juan y la mía cuando empezaran las caricias; de acuerdo con que un cuerpo no distingue la mano que lo acaricia, pero por mi cerebro aún flotaban los años de educación cerrada que yo había recibido. Al final me decidí y me dispuse a acariciar a mi hermano, recordando, quizás cuando unos tres años atrás hice lo mismo con mi primo Martin; pero esta vez yo disponía ya de una ventaja sobre aquel entonces: no era ésta mi primera vez y, por ello ya sabía más o menos qué y como debía hacerlo. Me acerqué a Juan y, sentándome a su lado, le acaricié suavemente su hombro al tiempo que le decía:

Voy a la cocina a prepararme alguna cosa. ¿Te traigo algo?

Sí, un refresco de cola –contestó Juan.

Vengo y te ayudo –respondió a su tiempo María.

Al principio me sorprendió un tanto el ofrecimiento de María, puesto que para abrir dos o tres latas de bebida no se necesita una gran ayuda; pero enseguida caí en la cuenta que lo que menos pretendía ella era echarme una mano; lo que en realidad quería era decirme algo, alguna confidencia, algún "secreto". Tal cual estábamos las dos, nos levantamos y nos dirigimos hacia la cocina; como si nos hubiéramos puesto de acuerdo previamente, tanto ella como yo pasamos por delante de mi hermano, desnudas, sin nada que ocultara nuestros encantos, o nuestras vergüenzas según se mire; nos íbamos contorneando ligeramente, moviendo nuestro cuerpo en un suave balanceo capaz de derretir el hielo más resistente; y como quien no quiere la cosa, llegamos hasta la cocina; mientras abría la nevera y preparaba algo para picar, María me dijo en un tono un tanto irónico:

Tía, ¿has visto cómo se ha puesto tu hermano cuando nos hemos levantado y hemos venido para la cocina?

No me extraña; si yo fuera un chico también me habría puesto como él.

¿Qué quieres decir con esto?

Pues…que estás muy bien; y si hubiera sido un chico y estuviera tumbado junto con dos chicas desnudas también me hubiera excitado como él.

¿Es que quizás te excito?

No, que va; tanto como esto no, pero hay que reconocer que estás muy bien.

¿Sí? ¿Si no te excito entonces porqué te pones así?

Mientras me decía esto, me puso una mano en mi pecho desnudo señalándome como mi seno se había puesto duro y firme y mis pezones hacia ella; he de reconocer que en un principio me sorprendió mucho su reacción; si bien ya hacía un buen rato que nos habíamos desnudado y ella había permitido que Juan le acariciara el pecho, no me esperaba que ella hiciera lo mismo con el mío; hubiera visto más o menos lógico que, por lances del juego o de las prendas, yo tuviera que acariciarla o ella me lo hiciera a mí; pero así, en frio, la verdad es que no me lo esperaba.

Al levantarnos para la cocina ni la una ni la otra nos habíamos preocupado de cubrir nuestra desnudez; las dos estábamos de pie cara a cara, a poca distancia la una de la otra; María mostraba orgullosa su esbelta figura trabajada después de mucho tiempo de práctica del alpinismo; ésta era una pasión que compartíamos las dos; durante toda la semana ansíabamos que llegara el fin de semana a la montaña y poder estar, al menos un día, en contacto con la naturaleza; muchas veces habíamos compartido tienda de dormir, ya sea las dos solas o con otros amigos y amigas, y a la hora de irnos a dormir nos habíamos cambiado sin más, sin importarnos quien tuviéramos de vecinos; más de una vez nos habíamos visto las dos desnudas, pero esto era una situación natural que pudiera entrar dentro de la normalidad; pero en cambio, ahora, la situación tenía un cierto componente sexual y erótico.

Allí estábamos las dos, desnudas y la una frente a la otra. Medio en broma, medio en serio, o quien sabe por qué, María me había puesto la mano en mi pecho diciendo que se me había puesto duro al ver como mi hermano la acariciaba; y lejos de rechazarla o de molestarme, la verdad es que la situación me gustaba y la encontraba placentera. Me apoyé en el mueble de la cocina y, cogiéndole su mano con la mía, la mantuve en mi seno como indicándole que no la levantara de ahí. Evidentemente, se dio cuenta de mi reacción y me respondió con su voz suave

Ay, pillina, pillina, ¿te gusta que una chica te toque el pecho?

Tú no eres una chica cualquiera, somos muy buenas amigas; eres la mejor que yo tengo, y no creo que a nadie le importe que le hagan alguna caricia con cariño y afecto.

En parte tienes razón, pero tú y yo somos chicas y ya sabes lo que pasa cuando la gente ve este tipo de cosas, ¿no?

Es cierto, pero una caricia o un mimito de vez en cuando y si no te ve nadie no pasa nada.

Claro, como ahora que no nos ve nadie ¿no?

Y diciendo esto, se me acercó más y me dio un suave beso en los labios. La verdad es que me dejó muy desconcertada; jamás me habría imaginado que pudiera estar en una situación así; si bien hace ya unos tres años, en Suíza, nos dimos besos con mis primos, aquello era más un juego, una prenda; en cambio ahora nos besábamos sin más; mi primera reacción fue la de apartar mis labios de los de María, apartarme toda yo de ella y preguntarle qué estaba haciendo; pero, a pesar de mi confusión inicial, me di cuenta que la situación me gustaba y lo encontraba muy agradable; sus labios suaves como el terciopelo se rozaban con los míos produciéndome un cosquilleo muy agradable; quise hablar con ella para ver qué la movía a ello, pero temía romper la magia del momento; al final, me decidí a devolverle el cariño que me había profesado y, rodeándola con mis brazos, la abracé y con la misma suavidad con la que ella me besaba, dejé que mis labios se unieran con los suyos para fundirse en uno solo; en este doble y mutuo beso sólo intervinieron los labios, pero fue un beso maravilloso, genial, silencioso testimonio del gran cariño que durante este curso había nacido entre María y yo.

A principio de curso, María y yo éramos unas perfectas desconocidas, y poco a poco había nacido entre nosotras una gran amistad; no sé si fue porque nuestros padres se conocieran desde hacía tiempo, porque coincidíamos en bastantes clases en la facultad, o porque en la residencia universitaria donde estábamos teníamos nuestras habitaciones contiguas; a mediados del primer trimestre, hablamos con nuestras compañeras de habitación y accedieron a hacer un cambio, de forma que María y yo estuvimos en la misma; con el cambio, creo que salimos ganando nosotras, puesto que cuando me mudé a su habitación, vi que era bastante más grande que la mía, con una cama a cada lado y una gran mesa en el centro para estudiar; supongo que las muchas horas que pasamos con los codos en la mesa compartiendo libros, apuntes y, ¿por qué no? alguna confidencia, hicieron que naciera entre nosotras una gran amistad; una amistad sincera, pura y sana que hacía que no nos importara que todos nuestros compañeros y compañeras estuvieran en uno u otro grupito; de una forma u otra nos fuimos haciendo muy buenas amigas, excelentes amigas, pero sólo amigas y nada más; por mucho que pudiera parecer lo contrario, jamás hubo nada más entre nosotras, más que una muy buena amistad.

En medio de todas estas reflexiones me encontré yo en la cocina de casa, con mi hermano desnudo en el jardín tomando el sol y esperándonos a que preparáramos el aperitivos y con María conmigo; el beso que ella me dio en los labios me dejó totalmente asombrada, pero lo que más me asombró aún fue que cuando yo le devolví el beso abrazándola, y atrayéndola hacia mí, ella en ningún momento tuvo ninguna reacción de rechazo; más bien al contrario, parecía que la situación, lejos de molestarla u ofenderla, también le resultaba agradable como a mí;

Era casi el mediodía, y la luz del sol que se filtraba a través de los visillos de la ventana, se reflejaba en nuestros cuerpos desnudos; yo me hallaba apoyada en el mármol de la cocina de espaldas a la ventana y, al besarme María, cuando la abracé atrayéndola hacia mí, la fuerza hizo que yo me inclinara ligeramente hacia atrás y ella conmigo; era tal nuestra proximidad, que habría sido imposible poder deslizar una simple hoja de papel entre su cuerpo y el mío; como es fácil suponer, con dicho abrazo, nuestros pechos se tocaron y al movernos nuestros pezones empezaron a rozarse suavemente; nuestros senos habían perdido la consistencia esponjosa que tenían habitualmente y, si normalmente eran pequeñitos, ahora ya sobresalían un poco más y presentaban una consistencia dura y firme; aunque ella tuviera algo más de pecho que yo, no se caracterizaba por llevar una buena delantera como comentaban en tono jocoso y de forma cariñosa nuestros compañeros de promoción;

No sé el tiempo que estuvimos así, puesto que el rato que duró el beso me pareció estar desconectada del mundo exterior; supongo que no mucho porque mi hermano no protestó reclamando las patatas fritas y los refrescos de cola que le encantaban; el caso es que María se separó un poco, levantó ligeramente la cabeza y, mirando disimuladamente al jardín a través de los visillos de la ventana, exclamó:

Uy, mejor que salgamos al jardín, no sea que tu hermano nos vaya a echar en falta y se presente aquí por sorpresa.

Tienes razón, tía; ¿qué nos ha pasado? ¿qué hemos hecho?

Nada malo, Ingrid; sólo somos dos amigas, dos muy buenas amigas que se han dado un beso.

Ya lo sé que somos muy buenas amigas; pero el beso que nos hemos dado no sé si es muy normal.

¿Es que acaso no te ha gustado?

Claro que sí, lo único que besarnos así, en la boca

Bueno, yo no le veo nada malo en ello; un beso es un beso y ya está; ahora no te vayas a creer que a todo el mundo le beso así; tu has sido la primera chica.

Ya me lo figuro que no lo haces así con todo el mundo. ¿Sabes? Un beso así sólo me lo había dado con aquel chico con el que salí un tiempo;

¿Y?

Bueno, contigo ha sido diferente; contigo ha sido más dulce, más cariñoso; con él era más erótico, porqué al abrazarnos notaba su pene tieso como se frotaba con mi entrepierna.

¿Y cuál te gustaba más?

No te podría decir, los dos son diferentes, aunque con él me daba más gustirrinín.

Ya te entiendo; ¿y no lo echas en falta?

¿A él?

No, a él no; a la "cosa" de él.

Bueno, un poco sí.

Mientras preparábamos los cuencos con las aceitunas, las patatas fritas y todo lo demás, íbamos charlando y, poco a poco, la conversación se iba decantando más abiertamente hacia cuestiones eróticas y sexuales; era tanta la confianza que teníamos la una con la otra que no nos importaba hablar de cualquier cosa y de contarnos nuestras intimidades abiertamente;

¿Sabes? –continuó María-; en esto coincidimos.

¿En qué?

Pues ¿en qué va a ser?, desde que rompí con él no he vuelto a hace el amor con nadie más y me gustaría hacerlo de nuevo.

Tienes razón; bueno, con tanto trabajo de la facultad y los exámenes tampoco hemos tenido mucho tiempo, que digamos. Lástima que no se pueda tener todo.

¿A qué te refieres?

Pues que antes que teníamos novio no teníamos tiempo por los exámenes, y ahora que estamos de vacaciones no tenemos novio.

Es cierto, pero quien sabe si a lo mejor tenemos la solución más cerca de lo que nos pensamos.

Ojalá tengas razón; a ver si es verdad.

Ingrid, ¿puedo serte sincera?

Claro que sí; a ver, dime.

¿Nunca te has planteado que tu hermano podría ser algo más que tu hermano?

¿Te refieres a….?

Sí, me refiero a verlo como un chico y no sólo como un hermano pequeño.

Si antes María me había sorprendido sobremanera, ahora se había superado y con creces. De una forma más o menos abierta me estaba planteando la posibilidad de mantener relaciones con mi hermano. Esto es algo que jamás me había planteado, ni incluso me había pasado por la cabeza; miré por la ventana y, cuando lo ví ahí en el jardín, tumbado en la hierba, desnudo bajo el sol me di cuenta que realmente María tenía razón; mi hermanito pequeño ya estaba hecho todo un adolescente y, he de reconocerlo, estaba de muy buen ver; pero de esto a acabar haciendo según qué, mediaba un abismo; también era cierto que yo antes ya había estado con un chico y familiar mío, en concreto con mi primo de Suiza ahora hará unos tres años; pero había una gran diferencia: un hermano es mucho más que un primo, y en aquel entonces fueron mis dos primos quienes tomaron la iniciativa; en cambio ahora era yo quien tenía que llevar la voz cantante, o al menos esto era lo que cabía deducir de las insinuaciones de María; esto mismo le argumenté yo, a lo que ella me respondió:

En parte tienes razón, a mí también me daría corte hacerlo con mi hermano; pero míralo por el lado positivo: al ser tu hermano no hará nada que te pueda perjudicar, además tienes alguien con quien pasarlo muy bien sin moverte de casa.

Ala, como eres tía; hablas de él como si fuera un juguete y ya está.

¿es que no te gustaría hacer algo?

Claro que sí, pero me da mucha vergüenza empezar, no sé como hacerlo.

No te preocupes; te echaré una mano y ya verás como todo saldrá bien; lo podemos pasar de fábula. Anda, vamos que sino pronto va a sospechar.

María tenía razón; habíamos ido a la cocina para preparar algo de aperitivo y, entre el beso y la charla nos habíamos entretenido un poco. Antes, pero, nos pusimos unos paños de cocina atados a la cintura como si fuésemos unos camareros y cogiendo las bandejas con ambas manos, salimos al jardín y nos dirigimos hacia donde estaba mi hermano; caminábamos con la espalda bien erguida y cuando nos vio así nos dijo que ya era hora y que dónde íbamos así disfrazadas. Nos miramos y no pudimos menos que sonreírnos de nuestro aspecto. Nos habíamos querido disfrazar más o menos de camareros, pero, la verdad sea dicha, no lo habíamos conseguido; con el pecho al aire y con los paños que a duras penas nos cubrían nuestra cintura, lo único que conseguimos fue que Juan despertara de su letargo y nos mirara sin disimulo. La pequeñez de nuestros improvisados delantales hacían que cada vez que nos agachábamos se nos subiera la tela dejando al descubierto nuestros muslos o, lo que era más sugerente, nuestros Montes de Venus. Tanto María como yo teníamos más bien poco vello en esta zona, no necesitábamos depilarnos; esto, junto con el hecho de ser rubias provocaba que pareciera que nos lo habíamos afeitado. Como no podía ser de otra forma, a mi hermano Juan se le iban los ojos hacia nuestras entrepiernas, con un no disimulado interés hacia nosotras; un interés que no le había visto hasta ahora, ni incluso cuando nos lo habíamos quitado todo e íbamos en trajes de Eva por la piscina; enseguida caí en la cuenta que es más erótico y sugerente insinuar que mostrar por completo; el vernos así, con el pecho al aire y con los paños de cocina que a duras penas ocultaban nuestra anatomía más íntima, Juan tuvo una reacción lógica ante esta situación, y su pene empezó a ponerse erecto y firme; con un gesto disimulado de los ojos se lo señalé a María, y con un guiño de ojo se acercó a él agachándose continuamente para coger algo del centro, ya fuera una patata, una aceituna o algo parecido. Cada vez que se agachaba se le subía el improvisado delantal, con lo que proporcionaba a mi hermano una sugerente visión de su entrepierna; esto provocó que al final Juan se medio incorporara y exclamase:

¿Se puede saber donde vais con estos trapos a la cintura? Son tan cortos que lo enseñáis todo.

Ai va, es verdad –exclamé yo falsamente sorprendida y moviendo ligeramente la pierna para abrir un poco el delantal; entonces continué –si no nos tapa nada, mejor nos los quitamos, que ya estaba apretándome un poco el nudo.

En este momento me levanté y, colocándome delante de Juan y de María, empecé a desabrocharme el nudo que sostenía el delantal en mi cintura. Estuve un ratito forcejeando con la tela como si no pudiera deshacerlo, hasta que al final pedí ayuda a María. Ella se acercó hasta donde yo estaba y empezó a "pelearse" con el nudo como si tampoco pudiera; parecía como si nos hubiéramos puesto de acuerdo, ya que en todo momento María me fue siguiendo la corriente. De esto no habíamos hablado ni una palabra, y menos aún planificado; lo que sí habíamos hablado era la posibilidad de hacer algo con mi hermano, pero la posibilidad era bastante remota por cuanto nunca había tenido la confianza necesaria con él como para hablar de la cuestión; cuando hacía un rato nos besábamos y hablábamos de todo ello habíamos dicho que aunque la idea nos pudiera parecer bien, primero había que contar con la reacción de mi hermano y esto era para nosotras todo un misterio; y por lo que parecía, la situación nos estaba siendo favorable.

Sin pretenderlo excesivamente, al presentarnos delante de él con los senos al aire y apenas cubiertas nuestras cinturas por los paños de cocina, y con el nudo del delantal, estábamos provocando un cierto nerviosismo y excitación en mi hermano. Si bien antes estaba tumbado tomando el sol, ahora nos iba dedicando alguna mirada furtiva denotando un cierto interés, pero a la vez un poco de pudor y de vergüenza ajena. Este interés suyo también se manifestaba en su anatomía, especialmente en su pene, que poco a poco iba creciendo de tamaño. Para facilitar un poco las cosas a María, me senté en el suelo delante de él; yo estaba medio tumbada de espaldas y apoyada en mis codos; como si, de alguna forma, quisiera disimular un poco y no adoptar una postura demasiado explícita, mantenía mis piernas juntas, pero los movimientos que hacía María para deshacer el nudo lo único que conseguían era subir la escasa tela del paño hacia mi cintura, con lo que mis "vergüenzas" quedaban en el aire. Cuando al final lo consiguió, cogió el paño y lo echó hacia un lado dejándome completamente desnuda, al igual que mi hermano Juan. Los tres procurábamos adoptar una postura un tanto natural y desinhibida, como si no pasara nada, pero negar lo evidente era imposible. Antes de levantarnos a preparar el aperitivo y estábamos desnudos y el primer momento de vergüenza y de excitación por ver un cuerpo desnudo ya había pasado; pero, fuera como fuese, los tres estábamos un tanto excitados a resultas del nudo rebelde de mi delantal improvisado;

Para no ser menos, María también fue a quitarse su paño de cocina, pero en vez de desanudarlo quiso bajárselo por las piernas como si se tratase de una falda. Ella no se dio cuenta, pero para facilitar que la ropa bajase fue moviendo la cintura de una forma que mi hermano no pudo aguantar y su pene se puso completamente rígido y firme. AL final, el delantal de María cayó a sus pies y apartándolo, se sentó donde estábamos nosotros y exclamó:

Bueno, ya estamos desnudos como antes; más cómodos estaremos. ¡Ala, Juan! Como te has puesto.

¿Qué pasa? –respondió él, intentando ocultar su pudor bajo una fachada de valentía y gallardía-; no soy de piedra, y es normal que me pongais así después de vuestros jueguecitos.

¡No eran jueguecitos! –respondí yo, intentando adoptar el papel de la hermana ofendida-; aunque nos hayamos desnudado para estar aquí en la hierba, no hemos hecho ningún jueguecito. Y ahora que lo dices, quien ha empezado con los jueguecitos has sido tú, y si no ¿qué hacías delante del ordenador tocándote delante de tus amigos?

Ahí lo cacé, y mi hermano no pudo evitar el ruborizarse. Estaba en plena adolescencia, una edad en la que los chicos empiezan a descubrir su sexualidad y les aumenta su pudor y vergüenza de que una chica les vea desnudos, y más aún si es su hermana mayor. Es lógico imaginar la cara de vergüenza que puso cuando le recordé como antes lo habíamos sorprendido en una situación un tanto comprometida. Yo quería quitar un poco de hierro al asunto y romper de algún modo el hielo, ya que hacía un rato María y yo le habíamos dicho que nos gustaría ver como era eso de charlar con otra gente a través del ordenador e irse desnudando. No sabía como hacerlo, hasta que María me echó un cable

No os peleeis; se nota que sois hermanos; siempre estais como perro y gato. ¿Qué no os acordais que habíamos dicho que si luego queríamos hacer aquello por el ordenador, antes tendríamos que probarlo?

Es cierto –exclamé yo-; pero ¿no lo hemos hecho ya?

De eso nada –exclamó María-; antes sólo lo he hecho yo cuando me he tumbado en el suelo y él me ha acariciado; ahora os toca a vosotros, no creais que yo voy a ser la única que se preste a hacer el numerito. O todos moros, o todos cristianos.

Bueno…por mí no hay problema, pero somos hermanos – respondí-; ¿qué dices, "peque"?

¡Te he dicho que no me llames peque! Claro que me atrevo, cosa que tú no.

¿Como que no? Ahora verás.

La verdad es que la situación estaba tomando unos derroteros que nadie hubiera podido imaginar cuando hace un poco rato estábamos los tres aún en bañador dentro de la piscina. Después, tras el beso con María, me di cuenta que ella podía ser una perfecta aliada a la hora de poder "hacer algo" con mi hermano, ya fuera los tres juntos o por turnos; cuando en la cocina hablamos las dos de ello no sabíamos muy bien como proponerlo a mi hermano, y ahora estábamos en una situación bastante propensa a ello; lo que si es segura es que, sin habernoslo propuesto previamente, habíamos conseguido provocarlo y, un poco herido en su orgullo y amor propio, parecía estar bastante propicio a intentarlo o, cuanto menos, a iniciar un cierto acercamiento.

Como si quisiera acallar la discusión, me levanté y dirigiéndome donde él estaba, me senté a horcajadas encima de sus piernas y con el tarro de crema en la mano, empecé vertiendo un poco de la misma en su pecho; igual como había hecho antes él con María, empecé a describir con mi mano suaves movimientos circulares para repartir bien la crema hidratante por su piel. Empecé por la clavícula y la base del cuello; como a pesar de llevarnos unos pocos años de edad él es más alto que yo, me tenía que estirar bastante cono lo cual, cada vez que me inclinaba, mi pecho quedaba a muy poca distancia de su cara; nunca me he caracterizado por un pecho prominente; más bien al contrario, soy bastante plana y si puedo ahorrármelo no llevo sujetador; aún así, y por la excitación lógica del momento, habían perdido su consistencia esponjosa que tienen habitualmente y mis senos sobresalían duros y firmes y cada vez que me inclinaba, rozaban la piel de Juan; supongo que por la vergüenza y el pudor propios de los adolescentes, mi hermano procuraba mantenerse frío e impasible; pero como la carne es débil y él no es un santo, no pudo evitar lo inevitable y poco su pene fue creciendo en tamaño y consistencia; al principio, no tendría más que un par de dedos de tamaño, pero con el masaje que le iba dando y con el roce de mis pechos sobre su piel creció y creció hasta quedar tan duro que lo podía sentir perfectamente cada vez que me inclinaba sobre él; lógicamente por la edad, no hay que olvidar que mi hermano es aún un adolescente, no tenía unas grandes dimensiones; era más bien pequeñito pero bien formado.

Mi masaje fue surgiendo el efecto que María y yo esperábamos, ya que Juan fue relajándose y quedándose cada vez menos tenso y perdiendo progresivamente el sentido del pudor; mientras, yo le iba distribuyendo la crema por su piel, quedándome casi tumbada encima de él cada vez que me agachaba; a veces, al incorporarme, notaba como la puntita de su ya erecto pene rozaba mi entrepierna, lo que me producía el consiguiente placer; con un gesto de mis ojos, se lo indiqué disimuladamente a María, procurando que mi hermano ni se diera cuenta; entonces, ella respondió:

Si te estiras tanto, te harás daño en la espalda, acércate un poco más a tu hermano, que no muerde.

Claro que no muerde, ya lo sé –le respondí yo, con una sonrisa de complicidad.

Cuando oí a María, comprendí enseguida cuál era su verdadera intención. Al decir esto no lo hacía preocupada por una posible lesión mía; de hecho, lo que pretendía era añadir un poco más de carga erótica a la situación; y a decir verdad, lo consiguió, y de qué manera; haciendo caso a sus palabras, continué sentada a horcajadas encima de mi hermano, pero me acerqué más a su cintura; al moverme así, pocos centímetros separaban su adolescente pene de mi Monte de Venus, de tal forma que el contacto entre ambos ahora era totalmente imposible de disimular; cada vez que me movía para masajearle su pecho o su estómago, notaba de forma clara y manifiesta como su miembro erecto y duro rozaba mi vagina; ello iba en aumento cada vez que me inclinaba al desplazar mis manos, con lo que en varias ocasiones pude notar como su puntita iniciaba un tímido intento de penetrarme; María se apercibió de ello y no pudo disimular una pícara sonrisa de complicidad. Quizás para evitar males mayores, quizás para variar un poco la rutina, o quizás ambas cosas a la vez, se nos acercó y exclamó:

Eh, parejita, no os animéis tanto que ya lleváis un buen rato; habrá que cambiar de postura, que Juan se ha puesto hecho una fiera.

¿Por qué lo dices? –pregunté yo, intentando adoptar un poco el papel de la hermana despistada.

Incorpórate y mira a Juan.

Pues es verdad –exclamé, al tiempo que lo miraba-; Cómo te has puesto.

Como me habeis puesto vosotras –dijo él-; a ver si os creeis que me voy a quedar quieto estando con vosotras sin ropa y teniendo a mi hermana encima haciéndome masajes.

Pues sólo se me ocurre una solución –exclamé yo-, pero no sé si será la más adecuada.

Y sin esperar respuesta alguna por parte de ninguno de los dos, me senté al lado de Juan y, después de abrir el tarro de la crema, me unté con ella las manos; bajándolas hasta la entrepierna de Juan, empecé a acariciarle sus partes nobles procurando distribuir la crema hidratante por todos los poros de su piel. Por un momento creí que alguno de ellos me diría algo por mi atrevimiento, especialmente Juan, pero no fue así. María se sorprendió por mi aparente falta de pudor y por mi osadía, pero no me interrumpió y me siguió la corriente; por su parte, Juan también se quedó mudo, pero creo que en su caso fue por no saber que decir al ver como su hermana se sentaba a su lado y le acariciaba su pene.

Ante la sorpresa general, y no viendo ninguna reacción adversa, me fui atreviendo cada vez más; cuando ya le hube puesto la crema, ya no tuve ninguna excusa más para seguir acariciándolo y, armándome de valor y temiendo lo peor por parte de mi hermano, dejé de hacerle caricias para pasar ya a tocarlo abiertamente y sin tapujos en su peno; con la palma de mi mano le rodeé su miembro y empecé a subirle y a bajarle su piel con un ritmo cada vez más acelerado. En este momento yo estaba notando una sensación absolutamente nueva para mí; no se trataba del hecho de tener un pene en la mano, puesto que anteriormente ya lo había experimentado, la primera vez con mi primo Martin en Suiza y más tarde con un chico con el que estuve saliendo una temporada. En este caso era diferente; ahora se trataba de mi hermano, y el tamaño era más reducido de los que había podido ver hasta ahora, supongo que lo normal en un adolescente como él. Pero cuando se le puso tieso y firme aún se lo acaricié con más ganas; por la expresión que ponía Juan, a la vez una mezcla de extrañeza y de placer, me di cuenta que muy probablemente fuera la primera vez que alguien se lo acariciaba.

Ya llevaba un rato dedicada a tales menesteres, cuando María se acercó donde estábamos nosotros y exclamó:

Dejadlo ya, que llevais un buen rato y me estáis dando envidia.

¿ Por qué? –le pregunté yo intentando disimular-

¿Qué te parece? Pues porque ya me estoy aburriendo y también quiero estar con vosotras.

Pensándolo bien, era normal que María dijera esto, puesto que Juan y yo habíamos superado con creces el tiempo previsto; tampoco se trataba de estar pendientes del reloj y cronometrar al segundo, pero, hay que reconocerlo, habíamos estado mucho más tiempo que ella. Por un momento creí que se quería poner en mi lugar; pero cuando lo explicó, nos dimos cuenta que su intención era otra. Lo que proponía era poner una venda a los ojos de mi hermano y ella o yo tocarlo o besarlo y que él adivinara quien había sido. Por mí no hubo ningún problema. Juan no acababa de decidirse; por un lado aún estaba un poco sorprendido por todo lo que había ocurrido; por el otro, según nos confesó más tarde, le excitaba el pensar que su hermana podía estar con él haciendo juegos eróticos, a la vez que le daba una cierta vergüenza al pensar que era su propia hermana.

Dicho y hecho, le colocamos la venda en los ojos y lo dejamos un poco indefenso a nuestra merced. Una de nosotras le acariciaba en algún lugar y, luego, cualquiera de las dos preguntaba quién era; para que no hubiera dudas, la que no participaba, se apartaba un poco para que cuando Juan se levantara la venda viera si había acertado o no. Al principio todo se desarrollaba de una forma muy inocente, hasta que María tomó la iniciativa y le empezó a acariciar sus testículos; un poco sorprendida por su atrevimiento, y esperando el rechazo por parte de Juan, pregunté quién era y no acertó; dijo que había sido yo; poco a poco fue subiendo el tono de las pruebas y a veces acertaba y otras no; viendo como se iba desarrollando todo, me arriesgué y le di un suave beso en los labios; mi primera intención fue que en cuanto entraran en contacto me separaría, pero no viendo ninguna reacción adversa, continué hasta que María me hizo una señal, y preguntó. Mi hermano falló en la respuesta, y cuando le dijimos que había sido yo, su cara se puso como un tomate. Para que no se ruborizara, decidimos bajar un poco el listón y continuar con juegos un poco más inocentes, hasta que María, cogiéndole el pene con ambas manos, hizo que la puntita sobresaliera y le dio un sonoro beso. El pobre estaba que se moría, en una mezcla de desconcierto, pudor, pero a la vez de satisfacción y de placer. La guinda la coloqué yo el sentarme encima de él e irme inclinando poco a poco hasta besarle de nuevo; esta vez, pero, estiré mis piernas le besé de nuevo suavemente, pero dejando que nuestros labios juguetearan entre sí. Con el movimiento, mis pechos se frotaban con el suyo y nuestros sexos estaban en contacto el uno con el otro. Como es lógico, él tenía una gran erección que pugnaba por abrirse paso entre mis piernas; en más de una ocasión, su pene, duro y firme, empezó a penetrar por mi Monte de Venus, pero, para evitar males mayores, con un ligero movimiento conseguía que volviera a salir. Cuando María vio que me incorporaba y me quedaba sentada encima de él, preguntó quién era; la reacción de Juan nos sorprendió a las dos, ya que, colocando las palmas de sus manos en mi pecho, me lo acarició y respondió sin dudar ni un momento:

Es Ingrid, seguro.

¿Cómo lo sabes? –le pregunté yo.

Pues porqué lo tienes un poco más pequeño que María, y porque tus pezones son más redonditos que los suyos.

Mirale –dije yo-, parecía que no, pero se ha fijado en todo.

Una vez hube dicho esto, me levanté y me senté en el suelo. Cuando se le hubo pasado un poco la impresión, él nos confesó que hacía tiempo ya se había fijado en nosotras, pero que no se había atrevido a preguntar o a decir nada por miedo a que nos lo fuéramos a tomar mal. Le dijimos que no tenía que tener ningún tipo de reparo en decir o preguntar lo que quisiera, y que a poco que pudiéramos, se lo contaríamos. Poco a poco fuímos relajando el ambiente y, entre charla y charla, nos dimos cuenta que se nos había hecho un poco tarde, con lo que nos levantamos y fuímos a la cocina para prepara la comida. Ninguno de los tres nos preocupamos por cubrir nuestra desnudez, algo que poco tiempo atrás no hubiéramos dudado ni un solo instante; pero esta mañana, con nuestros juegos inocentes, conseguimos derribar un muro alto y grueso, un muro que hasta la fecha había evitado que nos comportáramos con naturalidad y que hubiéramos tenido que ocultar nuestros sentimientos y sensaciones por miedo a una reacción adversa.

continuará

Un beso muy grande a todas las amigas y a todos amigos de amor filial

Ingrid