Vacaciones en el mar (19)

En el camarote, junto con Martin e Isabel tenemos una sesión de peluquería y afeitado nocturnos.

Cuando entramos en el camarote Isabel, Martin y yo, aún tenía frescas en mi memoria las palabras del relato de Martin, y tenía ganas de saber cuánto de cierto había en lo que había contado sobre las relaciones que mantenían ambos hermanos. Dada la confianza que ya hacía días existía entre nosotros, no me costó lo más mínimo preguntarles sobre ello mientras me estaba refrescando en la ducha contigua al camarote con el que se comunicaba por una puerta corredera que había dejado abierta:

Martín, la historia que nos has contado de vuestro viaje en tren ¿es cierta?

Sí, toda; lo único que nos inventamos fue el que a Martina y Karen les dijésemos que Isabel y yo éramos hermanastros –dijo él-; no había la confianza suficiente como para decirle que en realidad somos hermanos de sangre.

Ya me lo supongo –continué yo-, a mí me habría pasado lo mismo; pero lo de vuestras relaciones, ¿también es cierto?

Sí –afirmó Isabel-; ¿te acuerdas de las Navidades de hace tres años que empezamos con las prendas y luego acabamos desnudos y acariciándonos y todo esto?

Sí, claro que me acuerdo –le constesté-; al principio me daba una vergüenza horrorosa, pero cuando la vencí me gustó mucho; y también cómo Laura nos enseñó como hacer el amor y lo hicimos por primera vez.

Exacto –continuó ella-, pues después que tú te fueses algún otro día continuamos jugando y poco a poco nos fuímos aficionando; cada vez se nos hacía más difícil disimular para poder hacer algo, hasta que un buen día dimos con la solución: pedir a nuestros padres que no queríamos estar en cuartos separados y queríamos continuar durmiendo en el mismo cuarto.

Pero ¿y vuestros padres? –les pregunté yo

Aquí estaba el problema –continuó Martin-; como estábamos en la edad del pavo, lo encontrarían un tanto sospechoso que quisiéramos dormir juntos después de tanto tiempo, así que, como estudiábamos lo mismo, les propusimos convertir las dos habitaciones la una en un dormitorio común y la otra en una sala de estudio. Como se acercaban los exámenes les pareció una buena idea; al principio creían que una vez pasados los exámenes nos olvidaríamos de la idea, pero ya ves; así llevamos unos tres años.

Al principio, -continuó Isabel-, nos limitábamos a desnudarnos y a mostrarmos sin nada por miedo a que nuestros padres nos pillasen; pero poco a poco nos fuímos atreviendo cada vez más; primero un roce, luego una caricia, hasta que al final terminamos haciéndolo de nuevo.

¿el amor? –les pregunté yo toda curiosa.

Sí –continuó Isabel con su relato-; como ya contó Martin antes en cubierta fue aquel día en que se me estropeó el trabajo en el disquette del ordenador y Martin me lo arregló. Desde entonces lo hemos hecho muy a menudo.

Pero, ¿qué pasará el día que alguno de vosotros tenga pareja? –les pregunté.

Bueno –respondió Martin; esto ya lo hemos hablado muchas veces, y el que nosotros tengamos relaciones no impide que nos veamos con otras personas. Como de momento no hay nada serio, pues continuamos; y el día en que lo haya, lo dejaremos estar por no traicionar a la otra persona.

Mientras íbamos charlando no nos dábamos cuenta que el tiempo transcurría inexorablemente. Nos habíamos tumbado en la cáma, única pero grande, del camarote: Isabel al centro y nosotros dos a los lados. Martin y estábamos recostados de lado; yo estaba con la cabeza apoyada sobre mi brazo de doblado y me fijaba como él le había depositado cariñosamente su mano en el vientre de ella; al mirarlos, no podía por menos sonreirme al recordar como cuando estaba yendo hacia Suiza unos años atrás temía que Martin e Isabel continuasen con la relaciones tensas que solían tener; las pocas veces que habíamos coincidido, era muy habitual verlos discutir y ello hacía que no tenía unas excesivas ganas de pasar las Navidades con ellos; entonces, ni por asomo, habría podido imaginar que llegara a pasar lo que allí nos pasó, y ni mucho menos que estuviéramos aquí y ahora de esta forma: los tres desnudos en una cama y hablando con la mayor tranquilidad y naturalidad del mundo sobre nuestras intimidades. Y rememorando nuestras Navidades alpinas, recordé cómo me fascinaba el cuerpo desnudo de Isabel y cómo me deleitaba con su roce. Y queriendo sentirme transportada a aquellos tiempos empecé a acariciar a Isabel por la zona de las costillas. Al no notar ninguna reacción adversa por su parte fui subiendo por su cuerpo hasta que, inevitablemente, llegué a sus pechos; con un cierto disimulo le acaricié la base de los mismos, a lo que ella me saludó con una sonrisa; interpretándolo como una señal de aprobación por su parte, elevé un poco más el listón y fui deslizando mis dedos por el relieve de su pecho hasta llegar a la cima; allí me encontré con el relieve de sus pezoncitos que ya se habían puesto duros y firmes como un par de garbancitos. Viendo su pecho aún casi adolescente a pesar de haber cumplido recientemente los 18 no pude por menos esbozar una sonrisa al recordar como nos había contado Martin que Karen y Martina la habían llamado la "popotitos".

Realmente, -le dije a Isabel sin dejar de acariciar su sauve pecho-, Karen y Martina tenían mucha razón al llamarte "Popotitos"; estás hecha un fideo; tienes poco pecho…pero muy bonito y respingón.

Me alegra oir que alguien piensa como yo –exclamó Martín-; esto mismo le digo yo y nunca me hace caso; siempre me dice que lo digo por que la veo con buenos ojos.

Claro que la ves con buenos ojos –continué yo-; bueno, ambos la vemos con buenos ojos, pero lo cortés no quita lo valiente y hay que reconocer que estás muy bien.

No exagereis tanto en vez de pechos parecen dos huevos fritos –dijo Isabel a la vez que ponía sus manos en mi pecho para compararlos con los suyos-; ya me gustaría tener un poquito más como Ingrid.

Anda y no seas boba, que pareces una cría; pero si son una monada –le dije yo dnadole un suave beso en cada uno de sus senos-; mira, en Catalunya tenemos un dicho que dice que "Al pot petit hi ha la bona confitura" (En el tarro pequeño está la buena confitura).

Ingrid, eres un sol; siempre tienes a punto la palabra adecuada –respondió ella-;

A continuación, y a raíz de estar Martin y yo fijándonos en el pecho de Isabel, empezamos a recordar como hacía unos tres años más o menos estábamos así, desnudos, los tres mirándonos y explorándonos; pero con la diferencia que mientras entonces nos estábamos descubriendo e iniciándonos en las cuestiones del erotismo y la sexualidad, ahora estábamos disfrutando de la misma con el hielo ya roto desde hacía tiempo y con muchos de los tabúes derribados. En Suíza nos tocábamos y acariciábamos por el gusto de lo prohibido y de quien se inicia en tales lides, mientras que ahora lo hacíamos a conciencia y sabiendo en cada momento qué se sentia al hacerlo y qué se experimentaba al recibirlo.

Sin que previamente nos hubiésemos puesto de acuerdo, Martin y yo nos tumbamos de nuevo al lado de Isabel y continuamos con la charla; mientras, nos íbamos acariciando suavemente, cariñosamente, sin ninguna idea preconcebida y sin que nos importase de quién fuese la mano que nos rozaba. En una de éstas, Martin me sorprendió sobremanera:

Para que "Popotitos" acabe por ser una niña pequeñita sólo le falta una cosa.

¿El qué? –pregunté yo inocentemente.

Martin no continues que te veo a venir –exclamó ella protestando pero sin una excesiva condición.

Pues que esto –dijo Martin señalando la entrepierna de Isabel-, se quede peladito como el trasero de un bebé.

¿quieres decir todo afeitado? –interrogué yo sin salir de mi asombro.

Claro –continuó Isabel-; más de una vez nos lo hemos hecho. ¿no lo has visto nunca?

Alguna vez sí, en fotos –les respondí-; pero al natural nunca. ¿qué se siente?

Es una sensación totalmente diferente –me respondió Martin-, ¿quieres probarlo?

No sé –dije yo un poco titubeante-; por un lado me gustaría probarlo, pero por el otro, no podremos disimularlo; vamos todo el día sin ropa por el barco y mañana ¿qué diran los otros?

¡Y yo qué sé! –respondió Isabel animándome a probarlo-; si quereis podemos hacer una cosa: nos afeitamos los tres y mañana vemos la reacción de los otros cuando aparezcamos así en cubierta. ¿qué os parece?

Por mí, perfecto –exclamé yo-, no me imagino la cara que pondrán los otros cuando nos vean así.

Buena idea –continuó Martín -; mientras cambio la hoja de afeitar a la maquinilla, hidrátale la piel para poderle poner la espuma.

Al decir esto, creí que utilizaría una toalla; pero cuál no sería mi sorpresa cuando vi que Isabel se inclinaba hacia mí acercando progresivamente su cara a mi cintura; temiendo alguna ocurrencia de las suyas, le pregunté qué hacía y obtuve como única respuesta un: "Tú calla y déjame hacer a mí". Mis sospechas se vieron confirmadas cuando noté como la lengua de Isabel se depositaba suavemente en mi ombligo; poco a poco fue recorriendo el breve camino que la separaba de la "zona prohibida"; cuando empezó a saltar entre mi escaso vello púbico, una especie de escalofrío me sacudió de la cabeza a los pies al intuir cuál iba a ser el desenlace de todo ello; desde el primer momento en que vi a Isabel desnuda en Suiza me atrajo la silueta de su cuerpo; si bien es cierto que no se podía decir que tuviera demasiadas curbas, más bien al contrario era bastante plana; pero aún así no podía evitar el sentir algo un tanto especial cada vez que me hallaba cerca suyo; más de una vez nos habíamos acariciado o dado algún beso; más de una vez, en nuestros juegos, habiamos simulado una especie de pelea incruenta y en más de una vez habíamos estado en alguna situación un tanto comprometida, la una encima de la otra; pero nunca habíamos ido más allá e, con la excusa de humedecer la piel para poder aplicar la crema del afeitado, intuía que estábamos a punto de traspasar una gran frontera. Y más aún cuando noté que la lengua de Isabel intentaba separar ligeramente los labios de mi sexo para penetrar en mis partes más íntimas. En este momento me estaba sintiendo transportado hacia las puertas del paraíso y experimentaba una placer indescriptible; ni ella ni yo nos dimos cuenta que enfrente nuestro Martin estaba de pie mirándonos con el bote con la espuma en una mano y la cuchilla de afeitar en la otra:

¡Caray, Isabel! –exclamó al darse cuenta que yo lo miraba-; cuando te decía que le hidratases la piel no me refería a así; pero por lo que veo a las dos os encanta el malentendido.

Si no te gusta, no mires –le exclamó Isabel levantando la cabeza y dirigiéndose a su hermano señalándole su entrepierna-; pero por lo que parece, esto no te disgusta.

Es cierto, Martin, parece te ha gustado vernos –le dije mientras con la mano le acariciaba su pene-; va, ven aquí y empecemos la sesión de "peluquería púbica", que cuande te toque también tendrás tu parte.

Después de pasar su mano por mi entrepierna, Martin comprobó que aún no tenía la piel suficientemente hidratada, por lo que terminó la operación con la ayuda de una toalla que mojó ligeramente en el grifo del baño. Para evitar que lo dejásemos todo hecho un asco, desplegamos unas hojas de papel de periódico en la cama para que yo me tumbase encima; a continuación, Martín empezó a cortar el vello con unas tijeras, y cuando lo tuvo todo a punto, volvió a humedecer la piel de la entrepierna con la toalla y con la ayuda de una brocha empezó a aplicar la espuma; mi piel jamás había estado en contacto con una espuma de este tipo, y sus componentes mentolados proporcionaban una sensación de frescor muy agradable. Cuando tuve mi entrepierna cubierta por la espuma, Martin se acercó con la cuchilla de afeitar en la mano recomendándome que mientras me afeitase estuviera completamente inmóvil para evitar que pudiera herirme. Pude notar como con los dedos de una mano mantenía la piel tersa y firme mientras con la otra pasaba la cuchilla con pulso decidido cortando de raíz el vello púbico. Cuando terminó, me avisó de ello y me dijo que ya podía incorporarme y mirar. No acababa de atrevirme a hacerlo, y al final cuando me decidí vi que mi "Triángulo de Venus" había desaparecido y que en su lugar destacaba mi sexo abierto. Para evitar que la piel se me irritase, Isabel se puso en sus manos un poco de crema "after shave" y me la aplicó con esmero en mi entrepierna, procurando que no entrase en la vagina.

Era una sensación absolutamente extraña notar mi entrepierna completamente afeitada, y para verlo mejor me fui al baño para mirarme ante el espejo; realmente impresionaba ver mi cuerpo desnudo ya formado y mi sexo completamente lampiño como el de una niña pequeña; estaba tan absorta mirándome que no me di cuenta que Martin ya había empezado con Isabel; tal como había hecho antes conmigo le estaba pasando de nuevo la cuchilla por su sexo cubierto por la espuma. Me senté al lado de la cama y me quedé mirando el proceso de afeitado de Isabel; viéndo la soltura con la que él le iba pasando la maquinilla, me daba perfectamente que era ésta una operación que la habían repetido ya varias veces. Cuando hubo terminado, y tras la correspondiente loción "after shave", no pude por menos que acariciar la entrepierna de Isabel y, admirando su suavidad, decirle:

Realmente, tenía razón Martin cuando te decía que para que "Popotitos" pareciese una niña sólo te faltaba afeitarte; mírate, pareces una adolescente.

Jo, tía, si vieras la gracia que me hace –medio protestó Isabel-; con el poco pecho que tengo sólo me faltaba esto; ya me gustaría tener un poco más.

No digas tonterías, Isa –le dijo Martin-; tal como estás, estás muy bien; ¿no lo crees así?

I tanto que sí –le respondí yo-; yo te encuentro genial, estás para comerte; ñam, ñam

Y mientras le decía esto, me incliné hacia ella abriendo mi boca como si quisiera morderle el pecho, lo que motivó que tanto ella como Martin se echasen a reir; yo les seguí la broma y con suaves e inocuos mordisquitos fui rozándole ambos senos con mis dientes; pero llegó un momento en que la broma dio paso a la verdad, y la verdad fue que ambas nos dimos cuenta de la situación en la que nos hallábamos; yo me encontraba tumbada encima de ella saboreando con mis labios la miel de su pecho y notaba como un montón de mariposas empezaban a revolotear dentro de mi estómago; y, por lo que dijo luego, ella no se quedó a la zaga al respecto, y también empezó a notar como un cosquilleo que le recorría toda la espalda; poco a poco nos fuímos acomodando y nuestros sexos acabaron el uno frotándose con el otro; nuestros senos no querían ser menos y empezaron a rozarse mútuamente; si bien antes, hace unos tres años en Suíza nos iniciamos en el amor y la erótica y estos días en alguna ocasión, y nos habíamos dado algún beso o caricia, ésta era la primera vez que Isabel y yo estábamos así, a punto de hacer el amor. Tanto ella como yo habíamos estado con chicos y, aunque ahora no tuviéramos pareja estable dentro del sexo masculino, en un futuro no muy lejano aspirábamos a ello; pero cuando ambas nos encontrábamos juntas y la situación era propicia como ahora, no le hacíamos ascos a mostrarnos nuestro mútuo afecto; siendo honestos, hay que reconocer que, más que afecto, se trataba de amor, de amor de primas.

Tanto por los toqueteos previos durante la sesión de "afeitado", como por las caricias posteriores que habían desencadenado que Isabel y yo estuviéramos así, la temperatura ambiente había sido enormemente y víctima de la consiguiente erección, Martín se levantó alegando que así no podría dormir y se fue hacia la ducha. Ni ella ni yo nos dimos cuenta de ello y no nos enteramos hasta que luego él mismo nos lo contó. No nos fijábamos en nada, y lo único que en este momento era motivo de nuestra atenció era el amor. Las caricias dieron paso a una gran pasión y sin saber muy bien cómo nos vimos envueltas en un festival de besos y de abrazos. Era nuestra primera vez y, sin que hubiera mediado un previo acuerdo, tanto ella como yo nos entregamosa en cuerpo y alma para devolver el placer que obteníamos. Al final las dos caímos rendidas en una especie de éxtasis de placer y de satisfacción y, como si quisiéramos recuperarnos del esfuerzo realizado, nos quedamos un rato abrazadas y sin movernos.

Una vez recuperado el resuello, nos levantamos para ir a asearnos un poco y al entrar en el baño vimos que Martin estaba dentro…aliviándose de la presión contenida en su miembro; en otras palabras, era tal la erección que tenía que hacía lo único que podía hacer en aquel momento: se estaba masturbando. Para no interrumpirlo, le pedimos disculpas y cerramos tras nuestro la puerta cuando oímos que nos decía:

No teneis porque disculparos, no habeis hecho nada malo.

Supongo que preguntarte qué estás haciendo es un poco absurdo, ¿no? –le inquirió una Isabel un tanto irónica.

¿A ti que te parece? –les respondió él sin malicia-; es que con el toqueteo del afeitado y luego al veros las dos juntas me habeis puesto "enfermo" y se ha despertado la "culebrita"; y si no le hago caso, no me va a dejar dormir.

Pobrecito –le respondí yo cariñosamente-; si te has puesto así por culpa nuestra, lo lógico es que te ayudemos.

En cuanto le hube dicho esto, acabé de abrir la puerta del baño, entré sin esperar respuesta y con mano firme le agarré el pene; no era la primera vez que tenía la oportunidad de tocarlo y acariciarlo, pero sí que me estrenaba al masturbarlo; por mi inexperiencia, al principio tiraba demasiado de la piel, lo que motivo que se quejara un poquito y que me indicara cómo hacerlo. No costó demasiado coger el ritmo adecuado y poco a poco se notaba como iba llegando el gran momento, puesto que la respiración se le iba entrecortando; no llevaba mucho tiempo así cuando Isabel también quiso entrar; como es lógico, en un velero, por grande que sea, los baños son más bien angostos, lo que hacía que apenas cupiéramos los tres y que cuando alguno se movía no podía evitar rozar a los otros dos; para sorpresa mía, Isabel se agachó como pudo y se introdujo el miembro de Martin en su boca. Esto no me venía nada nuevo, e incluso yo misma ya lo había hecho antes con él mismo y con Juan; lo que sí me sorprendía era que parecía que ambos quisieran llegar hasta el final sin interrumpir; parecía que no era la primera vez que lo hacían y se los veía bastante habituados a ello; lógicamente, al final pasó lo que tenía que pasar y Martin llegó al orgasmo, un orgasmo que su hermana y yo ya habíamos experimentado antes. En esta ocasión lo que me sorprendió, no por desconocerlo sino por verlo "en directo" fue que cuando Martin eyaculó, Isabel no se retiró como yo había supuesto que haría y continuó con sus menesteres. Al poco rato, se levantó y bajo el grifo escupió la "leche" que le había vertido Martin y se enjuagó. Se secó con una toalla y, al ver mi cara de sorpresa, exclamó:

¿qué pasa? ¿nunca habías visto hacerlo?

Claro que lo había visto, e incluso yo lo he hecho alguna vez; pero siempre me he retirado antes –le respondí.

¿Y? ¿Dónde está la diferencia, ahora? –preguntó Martin.

Pues…que ahora cuando has tenido el orgasmo ella no se ha apartado –le respondí, y dirigiéndome a Isabel le pregunté-; ¿y no te da asco?

No; bueno, al principio un poco sí; pero como él me dijo que le gustaría mucho probarlo, un dia lo intentamos y vi que tampoco había para tanto –respondió ella sincerándose-;

¿qué se siente? –continué yo toda curiosa.

Es como algo gelatinoso, caliente y un poco salado –continuó explicando ella-; oye, en vez de tantas preguntas, ¿por qué no lo pruebas tú misma ahora que aún no se ha limpiado del todo?

Es que no me atrevo, me da un no sé qué –respondí yo sin una excesiva convicción.

Tanto Martin como Isabel se dieron perfecta cuenta de la poca convicción en mis palabras cuando les decía que no me atrevía, puesto que no dijeron nada y vieron como poco a poco me iba agachando hasta dejar mi cara a la altura de la entrepierna de Martin; como ya había dicho antes, el lavabo era más bien angosto y a duras penas cabíamos los tres, por lo que para facilitar la operación, cuando me agaché, Isabel se levantó como yo había hecho antes. En una versión reducida, nuestro baño parecía la famos escena del camarote de los hermanos Marx en "Una noche en la ópera"; yo tenía claro que quería probar lo que ya antes había probado Isabel, pero no acababa de decidirme; era una especie de quiero y no puedo y a lo máximo que me atrevía era a rozarlo con la punta de mi lengua para retirarla enseguida; me faltaba poquísimo para atreverme a todas, y una oportuna ola colaboró en ello. Mientras estab yo deshojando una imaginaria margarita, un cabeceo del barco me empujó hasta tener en mi boca el pene de Martin; como ya no había vuelta de hoja, hice de tripas corazón y, poco a poco, fui chupando aquel trozo de carne que hace unos tres años se introdujo por primera vez en la zona más íntima de mi ser. Con el movimiento de mi lengua fui notando una materia viscosa que aún lo cubría y, por deducción, supe que era el semen. No me dio tanto asco como yo creía al principio, y a parte de su sabor ligeramente salado, no se notaba casi nada más. Fui chupándolo como si se tratase de un helado de palo hasta que se lo dejé completamente limpio.

Lo ves, tonta, como no hay para tanto –me dijo Isabel.

Ya lo sé que no, tenías razón –le contesté-; pero es que era la primera vez, y la primera siempre es la que más cuesta. Y si no, acuérdate de aquel día que en vuestra casa de Suiza nos desnudamos por primera vez.

Tienes razón –continuó Martin-; cada vez que lo recuerdo me vienen ganas de reir; entonces nos costaba errores simplemente desnudarnos o enseñar algo, y en cambio, ahora, ya veis.

Jo, y tanto –respondí yo-; me acuerdo de cuando estábamos en la piscina jugando a las prendas; al principio el vapor del agua nos ocultaba un poco, pero cuando tuve que salir fuera del agua y tumbarme en el borde para que me viéseis, creía morirme.

Y eso que vosotras dos estábais en ventaja.

¿por qué lo dices, Martin? –preguntó Isabel.

Pues porque vosotras sois dos y yo uno solo –contestó él-; y además a vosotras os cuesta más ocultar y disimular una excitación.

En esto tienes razón –le dije yo-; ¿sabeis una cosa? Desde que empezamos en Suiza, todo lo referente a la sexualidad me está gustando mucho, sobretodo cuando estoy con vosotros dos.

Pero los tres hemos estado poco juntos –continuó Martin-; en esto he de reconocer que te llevamos ventaja.

¿por? –inquirí.

Pues por que tenemos la misma edad y no hay la diferencia que os llevais tú y Juan –explicó Isabel-; y porqué al vivir juntos en casa lo tenemos más fácil.

Sí, y tanto –continué yo-; ojalá con Juan hubiéramos empezado antes, pero al regresar de Suiza él era demasiado pequeño aún;

Y tanto –respondió Martin-; pero mejor tarde que nunca, ¿no?; después de aquellas Navidades en casa, un dia lo volvimos a probar medio por curiosidad y como le encontramos el gustillo, nos fuímos aficionando y cuando la ocasión ha sido propicia lo hemos ido haciendo.

Estos días también le he ido cogiendo el gustillo como dices –les confesé-; ¿no nos estaremos convirtiendo en adictos?

No lo sé, pero si es así, ¡Viva la adicción! –contestó Isabel.

En cuanto hubo dicho esto, nos abrazó y empezó a repartir besos a diestro y siniestro, unos besos que fueron contestados por nuestra parte; en este momento no nos importaba lo más mínimo el fijarnos a quién estábamos besando; lo importante era el qué y no el quién; con el movimiento alguien dio un golpe al grifo de la ducha abriéndola y provocando que el agua cayese encima nuestro; la sorpresa fue mayúscula, pero no por ello fue mal recibida. Después de todas las emociones vividas, una ducha refrescante era muy bien recibida y nos sentó a las mil maravillas. Nos secamos y nos fuímos hacia nuestras camas; bueno, lo de camas era un decir, puesto que para disfrutar de un mayor espacio, las habíamos recogido y puesto los colchones en el suelo para poder estar más cómodos;

Una vez limpios, frescos y secos nos dispusimos a dormir y a esperar el nuevo día que, dicho sea de paso, no faltaba mucho para que amaneciese, puesto que entre los relatos en cubierta y los "ejercicios espirituales" en el camarote se nos había hecho tardísimo. Abrimos las escotillas para que entrase un poco de aire fresco y con la brisa marina acariciando nuestros cuerpos desnudos nos echamos a dormir directamente sobre las sábanas sin taparnos con nada; el notar como la brisa marina acariciaba nuestros cuerpos nos proporcionaba una sensación muy agradable, y el ligero cabeceo del barco nos fue meciendo suavemente hasta que los tres caímos en un dulce sueño en los brazos de Morfeo.

Un besote a tod@s