Vacaciones en el mar (18)

Continuando con los relatos, Martin nos cuenta un viaje en un poco movido que hicieron él e Isabel junto con dos chicas más.

Ya sé que en mi último relato me comprometí a escribiros con mayor frecuencia, pero unas vacaciones sorpresa de última hora recorriendo durante casi dos meses y medio Argentina en coche desde la selva del Iguazú a la zona de Salta y Tucumán, y de los Andes de Mendoza a la Patagonia no me han dejado mucho tiempo para conectarme; pero no he perdido el tiempo y en mi cuaderno he ido ordenando las ideas del viaje que hicimos en velero para poder escribir el relato y pasarlo más tarde al ordenador. Pero para compensar un poco este largo silencio, no mando uno sólo, sino que os envio varios seguidos, uno de los cuales, éste que corresponde al relato que contó Martin, es de tamaño extra. Espero que sepasi disculparme por este largo silencio.

Cuando María acabó de contar su relato, Isabel hizo el comentario sobre una orgía y todos nos pusimos a reir por una ocurrencia tan disparatada; o quizás no era tan disparatada y más que probable era posible y factible; esto era algo que ninguno de nosotros sabía, y sólo era cuestión de esperar acontecimientos. Todos estábamos de acuerdo en que una cosa era que hubiésemos hecho algo más o menos en grupo, y la otra era hacerlo todos con todos y a la vez; esto era algo que ni se nos pasaba por la cabeza y, no recuerdo quien fue, alguien propuso un término medio; como nosotras éramos cuatro y ellos dos, nos pondríamos dos de nosotras con uno de ellos y, una vez estuviesen los dos trios formados, intentaríamos hacer la "pirámide del amor" que nos había contado Laura anteriormente. El de los dos chicos que tuviese antes una eyaculación ganaba, y para ello nosotras teníamos que emplear nuestras mejores artes para que nuestro galán quedase en primer lugar; el ganador se libraba del castigo reservado al perdedor pero, a cambio, debía de deleitarnos con algún relato erótico en el que hubiera tomado parte activa.

En tanto que "parejas" ya formadas, Isabel se quedó con Juan y María con Martin; quedábamos Laura y yo y, para añadir un poco más de morbo al asunto, nos quedamos cada una con nuestro respectivo hermano. Nadie se atrevía a empezar, hasta que yo me acerqué a Juan y diciéndole "Prepárate hermanito", me acerqué a él le fui chupando su pene semiflácido. Hay que tener en cuenta que estábamos todos desnudos; de hecho desde aquel incidente en que cuando Martin subía por la escalerilla se le rompió el bañador y se quedó sin él, todos íbamos por el barco sin ninguna ropa y sin nada que nos cubriese nuestra desnudez. Al principio sí que nos costaba un montón aceptarnos tal como éramos sin que nos subiesen los colores, pero con el paso de los días ya no nos sorprendía ni lo más mínimo el vernos así, desnudos, sin nada.

Mientras Laura nos contaba los días que pasó con aquellos dos hermanos y durante los que les inició en las lides del amor fraternal, todos habíamos pensado que la "pirámide del amor" podía ser muy excitante a la vez que placentera, puesto que, al hacerla, nadie se quedaba fuera mientras la parejita de turno daba rienda suelta a su pasión. Una cosa era pensarlo o imaginarlo, y la otra era ponerlo en práctica; además estaba el hecho que lo haríamos delante de todos, lo que sería casi una orgía; pero al final, Isabel, haciendo valer su papel de prima enamorada, o casi enamorada, dijo "Vamos allá" y se acercó donde estaba mi hermano Juan sentado en cubierta; apoyando las manos en sus hombros, hizo que se tumbara de espaldas y tumbándose a su lado lo empezó a besar cariñosamente al tiempo que con su mano le acariciaba suavemente su miembro y con su pecho le proporcionaba un agradable masaje en su piel. Viéndolos así, no pude por menos recordar cuando hace unos tres años, durante mis vacaciones de Navidad en Suíza, junto a mis primos descubrí por primera vez el amor, y como cuando por la mañana despertaba me deleitaba bajo la manta con el roce del cuerpo desnudo de Isabel; al despertarme, en un principio, no acababa de comprender qué hacíamos durmiendo en el salón, al pie de la chimenea y desnudas bajo la manta; cuando poco a poco iba recobrando la consciencia y me iba despertando recordaba que la noche había sido un poco movidita y que los tres, y con la llegada de Laura los cuatro, habíamos hecho "cositas".

En cuanto nos vieron, los otros también empezaron sus juegos; me añadí a mi hermano e Isabel y apartando su mano del pene de Juan, lo fui chupando con deleite hasta que lo tuvo bien duro y firme; ahora que ya estaba en solfa era el momento de iniciar nuestra "pirámide"; Isabel se sentó encima de la entrepierna de mi hermano introduciéndose el miembro en su vagina, y yo me puse a horcajadas encima de su cara, dejando que con su lengua pudiera acariciar las partes más íntimas de mi ser. Isabel y yo nos quedamos cara a cara y sin que pudiéramos ni quisiéramos evitarlo, nos encontramos besándonos y acariciándonos el pecho como habíamos hecho unos tres años antes; en Suíza estábamos entre montañas, ahora entre las olas del mar, pero el grado de pasión y de cariño era el mismo. De vez en cuando mirábamos de reojo a los otros y veíamos que también le ponían gran pasión en sus quehaceres; en su caso, Laura estaba haciendo el amor con Martin y éste, a su vez, lamía la entrepierna de María.

Supongo que por la inexperiencia de Juan, junto con la pasión que poníamos Isabel y yo, mi hermano fue el primero en llegar al orgasmo y, por mucho que lo quisiéramos ocultar, a los otros no se les escapó el detalle que, al haber estallado de placer, el pene se había escapado de la cueva del placer de Isabel al quedar flácido de nuevo y rezumaba fluídos por todos los lados. No lo pudimos evitar, y perdimos; esto significaba que a Juan le debíamos de imponer un "castigo" y Martin nos tenía que narrar una historia. Decidimos que mientras oíamos el relato, pensaríamos en los posibles "castigos".

¿Te importa si explico lo del tren del invierno pasado? –le preguntó Martin a Isabel.

¿El viaje que hicimos a Munich con Martina y Karen? Claro que no me importa; a estas alturas es tonto ir con vergüenzas- le respondió ella.

"Bien esto que os voy a contaros, nos pasó a Isabel y a mí en un viaje que hicimos con dos amigas suyas en tren hacia el sur de Francia, parando un día en Munich. En el instituto donde estudiamos, la profesora de Arte puso un anuncio en el tablón diciendo que si había alguien interesado en ir a unas excavaciones al sur de Francia a hacer prácticas de Arqueología, podía ir a hablar con ella. La estancia era con todos los gastos pagados y nosotros lo único que teníamos que hacer era llegar hasta allí. Se lo comenté a Isabel y le pareció una buena idea, por lo que a la hora del descanso fuímos a hablar con la profesora. En su despacho nos dio todo tipo de detalles sobre el tipo de excavación que era y, cuando le hubimos confirmado que queríamos ir, nos dijo que en una semana convocaría una reunión en su mismo despacho con las otras personas que quisieran ir y entonces nos daría toda la documentación necesaria.

Llegó el día y cuando entramos al despacho, la profesora ya estaba hablando con dos chicas; nos dijo que eran Martina y Karen y que iríamos los cuatro a Francia; hechas las presentaciones, nos dio los últimos detalles y nos recomendó que cualquier problema o duda que surgiera no dudásemos en llamarla y consultarle. Ambas chicas eran compañeras nuestras de instituto, y aunque iban a nuestro mismo curso apenas las conocíamos, puesto que apenas hacía una semana que se había incorporado al centro y estaban en una aula diferente. Martina era una chica robusta, que sin llegar a estar gorda tenía unas curbas abundantes y un pelo corto rubio que le llegaba a la base del cuello; Karen, en cambio era bastante espigada, y su cabellera pelirroja denotaba sus orígenes escoceses por parte de abuelo.

Al salir de la reunión, fuímos a una cafetería a tomar algo y, mientras charlábamos me di cuenta que eran unas chicas bastante agradables, con la lógica timidez de quien está ante alguien desconocido. Una vez roto el hielo, la conversación se fue animando y el tiempo se nos pasó en un santiamén; y como yo había quedado con unos amigos para ir a jugar un partido de baloncesto, dejé a Isabel con Martina y Karen que fueron a pasear y a comprar los billetes de tren. Por la noche, cuando llegó Isabel a casa contó que le habían parecido unas chicas muy agradables; por la tarde fueron a pasear y al comprar los billetes vieron que no quedaban asientos libres en butaca, con lo que tuvieron que reservar en cabina. Sería un poco más caro, pero la diferencia merecía la pena, puesto que de esta forma viajaríamos más descansados.

Al principio las dos no estaban muy de acuerdo en viajar los cuatro en un mismo camarote, pero cuando han visto que era la única solución, se han resignado. No les hacía mucha gracia. –dijo Isabel

No veo el por qué –le contesté-; cualquiera diría que soy una especie de sátiro.

No es eso, tonto. Lo que pasa es que hasta que vinieron a nuestro instituto han ido siempre a colegios de monjas, y ya sabes como son. Son super rígidas. Con decirte, que según me han contado, al dormir las obligaban a estar boca arriba y con las manos fuera de la sábana.

Jo, vaya lata –continué yo-; yo no aguantaría en un sitio tan estricto y cerrado.

Ni yo –dijo Isabel-; lo que más les preocupa o cohibe es tener que dormir estando tú delante.

Ya ves que problema, se ponen un camisón y ya está.

No es tan sencillo Martin; acuérdate que cuando hace tres años, en Suíza, empezamos en la piscina con Ingrid, nos moríamos de vergüenza; cuando tuviste que salir desnudo sin nada estabas que también te morías de vergüenza, y en cambio ahora, nos da absolutamente igual. Ellas nunca han estado en una misma habitación con otro chico, aunque sólo sea para dormir.

Tranquila, que me portaré bien, me cambiaré debajo de las sábanas y cuando os canvieis no miraré.

No es por mí, Martin; yo ya estoy acostumbrada a verte desnudo y desde aquellas vacaciones en Suiza en más de una ocasión hemos dormido juntos y hemos hecho "cositas"; es por ellas, además no podrían entender que tu y yo a veces durmamos juntos.

Muchos hermanos duermen juntos, no es ninguna novedad –le respondí yo irónicamente.

No me refiero sólo a dormir, tonto; me refiero a tocarnos, besarnos y…todo esto.

Bueno, no hay ningún problema en ello –le dije-; con no decirles nada, ya está; y si por lo que sea se nos escapa, decimos que nuestros padres se casaron en segundas nupcias, y como entonces no seríamos hermanos de sangre, no pasaría nada.

Tienes razón, Martin, eres un sol.

Y tú la luna –le contesté yo.

Nos dimos un beso de buenas noches, y nos fuímos a la cama. No sé por qué, pero me costó mucho dormir; no paraba de darle vueltas a la cabeza; contínuamente pensaba en lo mismo, en la extraña relación que teníamos Isabel y yo. Pensaba en cómo nos habíamos iniciado hace unos tres años en Suiza de la forma más inocente jugando a las prendas, y como luego habíamos continuado; al principio continuaba la inocencia y, de hecho, era más el juego de descubrir lo prohibido que otra cosa; pero con el paso del tiempo nos fuímos aficionando a ello, y la "clandestinidad" de nuestros juegos se terminó el día que nuestros padres nos dijeron que ya empezábamos a ser mayores y que nos montarían una habitación para cada uno y dejaríamos de compartir una; aunque ésta era una situación que ya la habíamos visto en otros casos, nunca nos la habíamos planteado, puesto que para nosotros lo normal era continuar como siempre; y cuando nuestros padres nos propusieron dormir cada uno en una habitación les contestamos que no le veíamos ningún sentido a ello. Les argumentamos que si habíamos estado juntos hasta ahora, bien podíamos continuar así. Mamá rebatió diciendo que ahora que nuestros cuerpos estaban cambiando lo mejor era tener cada uno su cuarto independiente.

Pero mamá –alegó Isabel-; no importa que nuestros cuerpos estén cambiando; hemos estado desnudos muchas veces y no creo que vayamos a ver nada que no hayamos visto hasta ahora.

Esto ya lo sabemos, chicos –continuó ella-; esto es algo que últimamente vuestro padre y yo lo hemos hablado bastantes veces, y como estais en la edad del cambio, creíamos que a lo mejor quisiérais tener vuestra propia intimidad.

No creo que esto vaya a ser ningún problema –intervine yo-; entre nosotros no nos escondemos nada, no tenemos secretos, y nos gustaría continuar como ahora; podemos mantener la habitación como la tenemos ahora y en la sala de estudio poner un sofá cama; así podemos continuar como hasta ahora, y si algún día alguno de los dos quiere más intimidad o tiene algún invitado el otro siempre puede utilizar el sofá cama.

La idea les pareció buena y no pusieron ninguna objeción a ello puesto que papá y mamá sabían de sobras lo unidos y bien compenetrados que estábamos nosotros dos; supongo que a ello influía mucho el hecho que fuésemos gemelos. Como algunos amigos nuestros ya habían pasado por esta situación, Isabel y yo lo habíamos hablado muchas veces y en ello estábamos de acuerdo. Si bien es cierto que el compartir habitación nos facilitaba mucho nuestros escarceos y juegos amorosos y era un factor que valorábamos mucho a la hora de plantearnos todo esto, ambos coincidíamos en que, aún en el caso que a partir de ahora tuviéramos que llevar una vida pura y casta, queríamos continuar en la misma habitación; además de hermanos y, ¿por qué no decirlo?, buenos amantes, éramos y somos muy buenos amigos y, como tales, nos confíabamos todos nuestros secretos y confidencias, y queríamos continuar así. Y fue así como cada vez que a ella le venía la regla y no se encontraba muy bien yo me hacía cargo de ello y la ayudaba en todo lo que podía; y, a la inversa, cuando empecé a salir con alguna chica, Isabel fue mi gran y mejor consejera en todos los aspectos; fue ella quien me decía cómo tratarla, cómo halagarla; y también fue ella quien me dijo cómo besar y cómo acariciar; evidentemente, ninguno de los dos sabíamos cómo hacerlo, pero el poder "resolver dudas" con el otro, tanto desde el punto de vista teórico como práctico nos ayudó mucho en nuestros primeros amoríos; aunque si al final no llegaron a cuajar, los motivos fueron otros.

Y así, compartiendo confidencias, cama, besos y caricias, llegamos a la noche anterior a nuestro viaje en tren; con el beso de buenas noches aún caliente en los labios y con las palabras de "Eres un sol" aún frescas en los oídos, poco a poco me fui quedando dormido. Igual como habíamos hecho otras veces que papá y mamá no estaban en casa y habían salido a pasar unos días fuera, habíamos juntado las camas de la habitación y habíamos formado una sola. Además, como hacía una temperatura bastante agradable y tampoco había "moros en la costa" que pudieran sorprendernos en una situación un tanto delicada, al meternos en la cama prescindimos de toda ropa y nos cubrimos sólo con la sábana. No era la primera vez que dormíamos así y tampoco iba a ser la última. Como tantas veces, rodeé a Isabel con mi brazo y ambos fuímos conciliando el sueño; antes de que el sueño nos venciera, me deseo de nuevo buenas noches sin importarle lo más mínimo que mi mano abierta reposara en su seno desnudo; para ambos, éste era un gesto relativamente habitual al dormirnos, de igual modo como en otras tantas ocasiones ella había actuado igual conmigo. Era un gesto carente en absoluto de todo sentimiento lascivo y que sólo cabía interpretarlo como un gesto de cariño; es justo reconocer que en otras ocasiones sí que nos habíamos acariciado y besado pensando en el placer y el goce que podíamos obtener.

Por la mañana, cuando los rayos de sol empezaron a filtrarse por la cortina de la ventana y vimos que hacía rato había nacido el nuevo día, levanté ligeramente la cabeza y pude ver a Isabel aún medio dormida con su cabeza recostada en mi pecho y su mano apoyada en mi hombro. Al verla dormir tan dulcemente, me daba un cierto reparo tener que despertarla, pero el tiempo pasa inexorablemente y aún teníamos que terminar de prepararnos el equipaje, ducharnos, vestirnos y salir para la estación donde nos teníamos que encontrar con Martina y Karen para tomar el tren. Poco a poco le fui haciendo cosquillas en el costado hasta conseguir que medio abriera los ojos. Pero como se hacía la remolona, decidí pasar a mayores y empecé a juguetear con sus pezoncitos atrapándolos entre mis dedos.

Sin lugar a dudas, Isabel se hacía la dormida, y en cuanto notó que con la yema de mis dedos iba resiguiendo el relieve de sus pechos, centrándome especialmente en el garbancito que tenía por pezón, entreabrió sus ojos y esbozó una sonrisa. Era evidente que no ponía la más mínima objección a mis caricias, y con un "Buenos días, hermanito", se dio media vuelta quedando ella encima mío y estómago con estómago". Estando como estábamos, nuestros sexos estaban ambos en contacto, pero por el momento estaban tranquilos y calmados. Más bien se podría decir que estábamos semi abrazados. No era la primera vez que estábamos así y, en más de una ocasión nos habíamos quedado los dos así, abrazados, sin hacer nada, simplemente disfrutando de la magia del momento, y deleitándonos con el suave roce de la piel del otro. Isabel había apoyado su cabeza en mi hombro, y con mi mano le iba acariciando cariñosamente su pelo. Más que dos hermanos parecíamos una pareja de amantes, aunque pensándolo fríamente, casi podría decirse que éramos esto: dos amantes.

Como dentro de un ratito nos encontraremos con Martina y Karen y no sabemos la intimidad que podremos tener, ¿te apetece hacer alguna cosita? –preguntó Isabel rompiendo el silencio que reinaba en la habitación.

¿qué es para ti una "cosita"? –le dije yo como si no supiera perfectamente a qué se refería.

¿qué va a ser, bobo? pues jugar con esta "culebrita" –respondió ella al tiempo que con su mano acariciaba mi pene cada vez más tieso y firme.

Claro que quiero, me encanta –le respondí yo-, pero recuerda que mamá siempre nos dice que tenemos que recogerlo todo.

¿qué quieres decir con esto? –inquirió ella.

Pues que cuando terminemos, la "culebrita" tendría que refugiarse en su "guarida".

A decirle esto le acaricié sin ningún tapujo su desnudo sexo. Al tener el pelo y el vello claro, a simple vista parecía que apenas tuviera ninguno, pero al pasar la yema de los dedos por sus zonas más íntimas, se podía notar como su sexo estaba cubierto por un vello suave y recortado. Como si una mano invisible hubiese dado el pistoletazo de salida, iniciamos una especie de baile frenético en el que nuestros labios y nuestras lenguas llevaban la parte cantante del mismo. Nos besábamos como si fuese ésta nuestra última noche antes de una larga despedida. Nuestras manos y nuestros dedos recorrían cada centímetro de nuestra piel; hasta que ambos llegamos a un grado tal de excitación que la mejor y a la vez única opción que nos quedaba era apagar el fuego que ardía en nuestro interior; y como había que tomar cartas en el asunto, Isabel se incorporó y se sentó encima de mi cintura; con movimientos suaves y precisos, fue desplazándose hacía abajo hasta que estuvo encima de mi entrepierna; tal como habíamos dicho antes, sólo era cuestión de tiempo que la traviesa culebrita fuera a refugiarse en su húmeda y cálida guarida. Y así fue como, al poco rato, Isabel se sentó encima de mi entrepierna y se fue introduciendo poco a poco mi pene dentro de su vagina al tiempo que exclamaba que si algo le encantaba era sentarse encima mío y notarme dentro de sí misma. No hay que decir que la satisfacción era mútua. En pocas palabras, estábamos haciendo el amor, algo insólito entre la inmensa mayoría de hermanos; pero nosotros éramos mucho más que unos simples hermanos; supongo que el hecho de haber sido gemelos nos hacía estar muy unidos, extremadamente unidos, en todos los sentidos.

Igual como habíamos hecho otras tantas veces, acabamos experimentando el consabido orgasmo prácticamente al unísono y nos quedamos un rato tumbados en la cama, abrazados, disfrutando de la magia del momento. Habíamos quedado rendidos, pero completamente satisfechos, y mientras íbamos recuperando el resuello nos íbamos proporcionando caricias y "mimitos"; mis manos paseaban sus dedos por el pecho de Isabel, mientras ella me iba dando cálidos y suaves besos. Como era habitual entre nosotros dos, no habíamos utilizado preservativo, puesto que ella tomaba las pastillas anticonceptivas con la regularidad necesaria; y por ello no tuvimos que apresurarnos a separarnos una vez consumado el amor.

Ambos estábamos satisfechos, felices y contentos, puesto que de esta forma habíamos llevado a su máxima expresión el cariño que sentíamos el uno por el otro; además, con el viaje que estábamos a punto de iniciar al sur de Francia con Martina y Karen, no sabíamos el tiempo que tardaríamos en volver a poder disfrutar de la intimidad y tranquilidad necesarias para poder dar rienda suelta a nuestro cariño y amor.

El tiempo apremiaba, y como no era cuestión de llegar tarde y perder el tren, nos levantamos y fuímos a la ducha para asearnos y desprendernos de los aromas a pasión que emanaban de nuestros cuerpos. Una vez más, entramos juntos en la ducha y nos enjabonamos el uno al otro disfrutando de nuevo del contacto de nuestros cuerpos. Nos secamos, nos vestimos y con sendas mochilas a la espalda buscamos un taxi que nos llevase a la estación. Al llegar vimos que Martina y Karen ya habían llegado y estaban esperándonos, tal y como habíamos acordado unos días antes, frente al quiosco de prensa.

Una vez nos hubimos acomodado en el camarote, sacamos las cartas y unos cacahuetes y nos pasamos casi toda la tarde jugando y contando chistes. Casi sin darnos cuenta, oscureció, y como nos habíamos hartado a base de cacahuetes, y galletitas no teníamos hambre para cenar, por lo que procedimos a sortear las cuatro literas. A mí y a Karen nos tocó abajo, a Martina encima mío y a Isabel encima de Karen.

Como Isabel ya me había prevenido anteriormente que ellas dos eran muy pudorosas y jamás se habían cambiado de ropa delante de un chico, les dije que si querían, yo me cambiaría en el baño y que, antres de entrar, llamaría a la puerta para saber si ya estaban "visibles". Tal como habíamos quedado, llamé con los nudillos a la puerta y, tras varios intentos, por fin me dijeron que ya podía pasar. Martina ya estaba entre las sábanas leyendo e Isabel y Karen, sentadas charlando. Karen llevaba un camisón largo, mientras que Isabel se había puesto una camiseta larga que le llegaba hasta las rodillas.

Continuamos jugando a las cartas, ellas dos sentadas en la litera de Karen y yo recostado en la mía. Cada vez que Isabel se inclinaba para coger carta se le veía el pecho a través del escote y, como uno no es de piedra, noté como poco a poco mi pene iba creciendo. Ya sé que estaba más que acostumbrado a ver a mi hermana desnuda y a hacer otras "cositas" los dos, pero ésta era una reacción espontánea cada vez que estaba con ella. Para pasar mejor el rato, habíamos traído una nevera portátil con unas latas de cerveza, y entre sorbo y sorbo fuímos tomándonos más confianza. Y esto se notó especialmente cuando en una ocasión que Isabel se inclinaba y yo le miraba discretamente el relieve de su pecho, Karen vio como en mi entrepierna había un bultito un tanto sospechoso:

¿qué miras con tanta afición que te hace poner así? –preguntó ella al tiempo que señalaba hacia mi parte más sensible.

Nada en particular –le respondí yo intentando disimular mi evidente erección.

Pues para no mirar nada te has puesto bueno –continuó Karen.

Es evidente lo que estaba mirando –terció Martina desde su litera superior y disfrutando de la misma visión que yo tenía-; estaba mirando el pecho de su hermana y se ha puesto así.

¿Y qué? –apuntó Isabel-; como si no nos hubiéramos visto desnudos en más de una ocasión.

¿ah, sí? –preguntó Karen toda curiosa e intrigada.

Sí, claro –continuó Isabel-; desde pequeños dormimos en la misma habitación y entre nosotros no hay secretos.

Uf, que fuerte –exclamó Karen.

Entonces Isabel aprovechó la ocasión y contó el cómo y el por qué de nuestra habitación compartida, pero evitando dar el más mínimo detalle sobre nuestras relaciones; en un momento les dijo que nuestros padres se habían casado ambos en segundas nupcias, con lo que éramos hermanastros y no hermanos de sangre. Esto lo hizo mirándome en señal de complicidad y pidiéndome que le siguiera la corriente. Ambas amigas se quedaron absolutamente sorprendidas, puesto que al haber estudiado desde pequeñas en un internado de monjas especialmente conservador su relación con los chicos había sido especialmente escasa; Karen nunca había salido con ningún chico, y Martina con uno pero su relación había durado muy poco.

Las dos empezaron a preguntar sobre qué sentíamos al compartir habitación, qué decían nuestros padres, etc.; al principio eran preguntas de lo más inocente, pero a medida que pasaba el rato y se fue rompiendo el hielo esta inocencia se fue perdiendo y las preguntas entraron ya en cuestiones más íntimas. Tanto Isabel como yo procurábamos no meter la pata ni delatarnos sobre nuestras relaciones, y les íbamos diciendo las cosas en cuentagotas esperando ver de qué pie calzaban. Al final fue Karen quien puso un poco el dedo en la llaga:

¿y no te duele cuando crece?

No, que va, no notas nada –le respondí yo-, excepto que algo que en reposo puede medir 3 ó 4 dedos aumenta hasta los 20 cm cuando está en erección; en algunos casos más, y en otros menos.

Jo, vaya cosa –continuó ella-; parece la lengua de un lagarto que se alarga y se encoge con facilidad. Supongo que no podrás llevar ropas ajustadas.

¿por qué lo dices?

Pues porqué si te pasa lo que ahora debe molestar bastante.

Ya basta –le espetó Martina-; vas a conseguir que se moleste Martin; cualquiera diría que nunca has visto el cuerpo desnudo de un chico.

Pues no –le respondió Karen-; jamás he visto ninguno al natural; bueno, a mi hermano sí, pero sólo tiene 4 años. Y tu lo dices como si hubieras visto tantos.

Tantos no –le respondió Martina-; pero uno sí; recuerda que estuve un tiempo saliendo con mi ex.

Jo –dijo Karen-; me llevais ventaja, vosotras habeis visto y yo no. Y cuando se te pone así ¿se queda dura como un palo?

Mira que eres curiosa –le contestó Isabel cariñosamente y después se dirigía a mí medio en broma medio en serio-; vamos, Martin, enséñale tu "cosita" y disípale todas sus dudas.

Estás loca –le contesté yo-; a ver si te piensas que os voy a dar un espectáculo; y si entra alguien ¿qué?

Pues cerramos por dentro y ya está –contestó Karen mientras pasaba el pestillo y dejaba la puerta bloqueada impidiendo que nadie pudiera abrirla desde fuera.

Esta reacción de Karen nos sorprendió a todos, puesto que al actuar así dejaba entrever que quería entrar al juego. Una vez bloqueada la puerta, se sentó de nuevo en la litera al lado de Isabel y cogió de nuevo las cartas para remprender el juego; las aguas volvieron de nuevo a su cauce, hasta que mirándome de nuevo volvió con sus preguntas íntimas.

¿Seguro que no te duele?; ui, me cuesta mucho de imaginar como creciendo tanto no molesta ni duele dentro de unos tejanos;

Mira que eres curiosa, Karen –le reprendió Martina-; déjalo tranquilo y no lo marees más, y deja ya la cerveza; ya sabes que cuando bebes un poco empiezas a decir tonterías.

No importa, déjala –le contesté yo-; no me molesta que haga estas preguntas; cuando yo quise saber algo íntimo sobre las chicas lo pregunté a Isabel y entonces bien que me contestó; es normal que sienta curiosidad por estas cosas.

Martin, eres un encanto –respondió Karen-; ¡Que salga la culebrita! ¡Que salga la culebrita!

Al decir esto, Karen daba palmas y saltaba sobre la litera; bueno, más que saltar, se movía compulsivamente, puesto que ni aún queriendo habría podido saltar mucho dada la poca distancia que había entre su litera y la de Isabel que estaba justo encima. Estaba en un estado en el que, sin llegar a estar borracha, sí estaba un poco achispada; estaba muy animada y no paraba de reir y hacer bromas; le tuvimos que pedir que no hiciese tanto ruído, o si no el revisor podría llamarnos la atención. Al final conseguimos calmarla un poquito, y cuando ya parecía que las aguas habían vuelto a su cauce, volvió con la historia de la "culebrita"; ¡vaya perra que le había entrado con la dichosa "culebrita"; no había quien la hiciera callar, y al final tuvo que ser Martina quien interviniera.

Anda y no seas pesada, Karen; te estás pasando un poco con la dichosa "culebrita". Si sabes que la cerveza se te sube enseguida a la cabeza, ¿por qué la bebes? Además, ¿cómo se te ocurre decirle a Martin que se desnude delante nuestro? Vaya locura

Por un poco de cerveza no pasa; además, si tal como dicen suelen ir a piscinas y a instalaciones naturistas, no creo que ahora le vaya a importar demasiado el desnudarse.

Lo siento –dijo Martina disculpándose por su amiga-; normalmente no es así; hoy ha bebido un poquito más de la cuenta; estos días ya vereis como sabe comportarse perfectamente; no se lo tomeis en cuenta.

No te preocupes, Martina –le respondí yo-; es normal que sienta esta curiosidad; en algún momento todos la hemos sentido y ,más aún, si como dices el único varón que ha visto desnudo es su hermano pequeño. De verdad que no me importa.

Pues si no te importa como dices, enseña la "culebrita"

Cada vez eran más claros y latentes los efectos de la cerveza en la cabeza de Karen; a ratos estaba medio llorosa y de golpe y porrazo le venía una especie de risa tonta que no podía parar; y no había quien le quitara de la cabeza la idea de la "culebrita"; yo ya empezaba a maldecir el momento en que habíamos empezado a hablar de cuestiones un tanto íntimas; era como uno de estos discos de vinilo rayados en los que cada vez que la aguja pasa por un punto determinado salta de surco y vuelve a repetir la melodía anterior en una especie de bucle sin fin. Yo ya estaba a punto de tirar la toalla, bajarme los pantalones y dejar que Karen viese la famosa "culebrita" cuando Martina, a punto de la desesperación, interrumpió la berrea de su amiga intentando encontrar una varita mágica que hiciera callar de una vez a Karen.

O encontramos una solución, o yo misma la tiro por la ventana; vaya perra que le ha entrado, no hay quien la calle. Si me echais una mano, la llevamos al lavabo y la remojamos de arriba abajo.

A ver si te piensas que va a ser tan fácil –le respondí yo-; el tren está hasta los topes y no podemos ir con Karen en camisón o lo que lleve por el pasillo, remojarla en el baño y traerla hasta aquí; con lo fina que es la ropa que lleva si se moja se le va a trasparentar todo y la gente va a estar mirándola todo el rato; además, en el baño sólo hay un grifo pequeñito, lo justo como para lavarse las manos.

Es verdad –terció Isabel mirándome-; sólo se me ocurre una solución

Isabel, que te veo venir y mi respuesta es no –respondí intuyendo lo que se avecinaba.

No pretenderás que tu hermano se desnude ahora –respondió Martina.

Es lo único que se me ocurre para que Karen se olvide de su "culebrita". Además, cuando hemos ido a centros naturistas, nos hemos desnudado y no le ha importado ir por ahí con todos sus encantos al aire.

Sí, pero esto es diferente –dije yo intentando defenderme-; allí nadie llevaba nada.

Y ¿qué? –respondió Isabel-; esto tiene rápida solución; nos desnudamos y ya está.

¿Estás loca? –le recriminó Martina-; ¿cómo quieres que nos desnudemos ahora y aquí? Tú lo tienes fácil porque es tu hermano, pero nosotras no. Si él quiere desnudarse que lo haga, pero conmigo no conteis –protestó Martina sin una excesiva convicción.

Eso, que se desnude, que se desnude –aplaudió Karen de nuevo.

Enfín, vosotras vereis –dijo Isabel-; pero no se me ocurre nada más como no tengais otra idea luminosa.

Si nos enseña la "culebrita", nos desnudaremos –dijo Karen sin parar de aplaudir ni de saltar como una niña pequeña con su juguete nuevo.

De eso nada, monada –protesté yo-; si os interesa, para ver primero hay que enseñar; o lo tomáis o lo dejais.

Bueno, tampoco te lo tienes que tomar así –dijo Martina intentando ganar tiempo para intentar encontrar una solución que nos permitiese hacer callar a Karen sin tener que recurrir a ninguna sesión de strip tease.

Creo que lo que ha dicho mi hermano es justo –terció Isabel-; piénsalo bien, sólo es un momento, y pasados los primeros momentos de vergüenza ya se te olvida todo. Es un sacrificio pequeño si con ello Karen se olvida de la maldita "culebrita" y nos deja tranquilos.

En eso de que sólo son los primeros momentos de vergüenza puede que tengas razón; pero aún así, me da una vergüenza enorme –dijo Martina.

Si os sirve de ayuda empiezo yo –intervino Isabel dando una vuelta de tuerca más al asunto de la dichosa "culebrita"-; si quereis, nos quitamos primero la parte de arriba, luego las tres nos quitamos las braguitas, y cuando estemos las tres desnudas le toca a mi hermano.

No sé, continua dándome mucho corte –afirmó Martina.

¿es que nunca has hecho top less? –dijo Isabel intentando buscando argumentos que convenciesen a una indecisa a la vez que nerviosa Martina-; pues esto es lo mismo; te imaginas que estás en una playa y ya está.

Uf, no sé, tía –dijo Martina-; bueno, empieza tú y luego ya veremos.

No, ya veremos no –intervino Isabel medio protestando-; ya veremos, no; o todos o ninguno. Bueno, ya basta de monsergas, vamos allá y no me dejeis tirada.

Y diciendo esto, Isabel se sentó bien en la litera y, cruzando ambos brazos por delante de su cuerpo, asió la camiseta por el borde y, tirando de ella, se la sacó por la cabeza dejando a la vista de nosotros tres su pecho desnudo; un pecho que tantas horas de placer y de satisfacción me había proporcionado al acariciarlo, tocarlo, besarlo, etc. Tanto Martina como Karen se quedaron un tanto sorprendidas por el atrevimiento y la osadía de Isabel, aunque por su "achispamiento", Karen tardaba bastante en reaccionar. Viendo que ninguna de las dos la seguía, Isabel les dijo que si había que esperar mucho para que ambas se decidiesen. Como era de esperar, tanto la una como la otra, se hacían rogar; y como también era lógico, ambas estaban como paralizadas por la vergüenza, puesto que ahora que Isabel había tomado la iniciativa ya era tarde para echarse hacia atrás, y más aún cuando ninguna de las dos se había opuesto de una forma clara y rotunda a quitarse la ropa. Comprendiendo que tarde o temprano habría que hacerlo y que cuanto más tiempo esperase peor iba a ser, Martina suspiró profundamente y exclamando "Enfín, ¿qué se le va a hacer?", fue desabrochándose la chaqueta de su pijama y lo volteó por encima de su cabeza para demostrar que había cumplido su parte del pacto.

Pero aquí arriba no se vale –dijo Isabel-; parece que estés arriba del gallinero, vente aquí abajo con nosotros.

Vale, pero con una condición, déjadme que me siente en la litera al lado de Karen y ponte con tu hermano; por que si ya me da corte estar así medio desnuda, aún sería peor estar sentada a su lado.

Como quieras, pero no tienes porque estar tan tensa, que mi hermano no muerde.

Ya lo sé que no, pero me siento mejor si eres tú quien se sienta a su lado.

Bueno, como quieras –dijo Isabel-; aparta, hermanito, que ahí voy.

Diciendo esto, Isabel se levantó y vino a sentarse a mi lado, rozándome supuestamente de forma involuntaria mi hombro con su pecho desnudo; y digo supuestamente involuntario porque al rozarme me pidió perdón, pero al mismo tiempo noté como me rozaba repetidamente de forma sensual y con una mirada un tanto picarona. Una vez que se hubo sentado, se dirigió a Martina y le recordó que tenía que bajar de la litera y que ahora que le había dejado el sitio libre junto a Karen no había ninguna excusa para quedarse allá arriba. Con un "Dejadme un poco de sitio que ya bajo", sacó las piernas de su litera y poco a poco se fue descolgando hasta que sus pies se apoyaron en el colchón de mi litera. Como podía, intentaba taparse el pecho con los codos mientras se aguantaba con las manos, pero aún así, pudimos verle el pecho por completo. No podría decirse que fuese especialmente voluminoso, pero mayor que las dos manzanitas de Isabel sí que lo era. Al final, cuando dio el último salto su pecho se bamboleó ligeramente antes de que se sentase en la litera de Karen y cubriese enseguida su pecho con ambos brazos cruzados.

Ahora que tanto Isabel como Martina se habían desnudado de cintura para arriba, pero con la diferencia que mientras que Isabel estaba con el pecho al descubierto Martina continuaba ocultándolo con la palma de sus manos, le tocaba el turno a Karen. Al principio se hacía la remolona y, a pesar de tener su puntito con la cerveza que había, no acababa de decidirse; intentaba posponer al máximo el momento de presentarse desnuda ante nuestros ojos y, como si quisiera "picarla", Martina le iba tirando del camisón hacia arriba pero sin conseguir subirselo más de la cuenta; hacía auténticos malabarismos para poderse cubrir el pecho con una sola mano mientras que con la otra daba pequeños tirones la camisón de Karen, hasta que al final comprendió que tanto cuento era absolutamente inútil y estéril; exclamando que era tonto intentar seguir disimulando y tapándose, y que tarde o temprano tendría que desnudarse del todo, levantó su mano del pecho y nos permitió así poder disfrutar de su anatomía pectoral al natural y sin tapujos. Con su seno apuntando hacia nosotros, no pude por menos compararlo con el de Isabel. El de Martina estaba más desarrollado, más prominente sin ser exageradamente, con una aureola más amplias en medio de las cuales sobresalían unos pezones de color parduzco.

Como Karen no terminaba de decidirse, Isabel se sentó a su lado dejándola emparedada entre ella y Martina; las dos le decían que ya era hora que se decidiese y para incentivarla para que se fuese despojando de su camisón, pusieron las manos sosteniendo sendos pechos al tiempo que le decían "No seas tan remolona; mira, nosotras ya lo hemos hecho". Ella ya lo veía que las dos ya se habían desnudado de cintura para arriba, pero se sentía incapaz de dar el primer paso y de afrontar este mal trago para ella. Al final, Isabel le agarró un extremo del camisón y diciéndole que no fuese tan vergonzosa y que ellas la iban a ayudar, empezó a tirar de él hacia arriba. Al principio le costaba bastante vencer la resistencia inicial de la atribulada Karem hasta, viendo que así no iban a llegar a ningún sitio, Martina acudió en ayuda de Isabel y empezó a tirar también del otro lado del camisón. Al principio les costó un poco dada la resistencia de Karen pero, una vez superado el obstáculo que representaba su cintura, el camisón fue subiendo progresivamente dejando cada vez más parte de su cuerpo al descubierto. Lo primero que apareció fueron sus braguitas blancas, con una ligera blonda en su extremo. A medida que el camisón se acercaba a su seno, Karen se esforzaba en evitar enseñar "más de la cuenta"; pero lo cierto es que no ponía mucha convicción en ello. Al final, pasó lo que tenía que pasar, y el camisón suave y ligero pasó por la cabeza dejando al descubierto el pecho de Karen, pequeñito como el de Isabel, pero con una aureola más clarita que la de ella.

Habíamos llegado a un punto en el que las chicas iban a tener que desnudarse por completo si querían continuar con el jueguecito. Si ya les había costado quedarse desnudas de cintura para arriba, ahora que tenían que quitarse la única pieza de ropa que les quedaba, sus braguitas, estaban empezando a ponerse coloradas; el rubor, como es de lógico suponer, sólo aparecía en los rostros de Karen y de Martina; viendo que había que tomar el toro por los cuernos, Isabel exclamó "Vamos allá", y poco a poco fue bajándose las braguitas hasta que éstas llegaron al suelo; entonces, ante los ojos de las dos sorprendidas amigas, apareció el sexo de Isabel, con el vello recortadito, cortito, arreglado; no tenía ninguna forma rara, simplemente mantenía la forma del consabido "triángulo de Venus", y al tener un tono clarito, parecía que fuera más escaso de lo que en realidad era. Se quedó unos segundos de pie hasta que se sentó a mi lado en la litera, con las piernas cruzadas y la espalda apoyada en la pared.

Oye –exclamó Isabel dirigiéndose hacia Martina y mirando sus pendientes con los colores del arco iris- el color de estos pendientes que llevais ¿significa lo que yo me pienso que es?

¿A qué te refieres? –preguntó Martina intentando disimular lo indisimulable.

Pues ¿a qué va ser? –continuó mi hermana-; de todos es bien sabido que el arco iris es el símbolo de las personas gays.

Ehhh…pues… -intentó responder Martina dubitativa y con la voz entrecortada.

Si es así, no os dé apuro decirlo –les respondí yo intentando tranquilizarlas-; no pasa nada; nosotros tenemos una pareja de amigos que lo son y no nos importa en absoluto, al contrario, estamos muy contentos de que lo sean y son nuestros mejores amigos.

Bueno…pues es cierto –respondió Martina- ya más tranquila después de haberme oído-; ¿para qué ocultarlo? Karen y yo nos queremos, somos pareja desde hace unos pocos meses; preferimos no decirlo prácticamente a nadie para evitar que la gente se meta con nosotras; nunca sabes con quién te puedes encontrar, y a veces hay personas que llegan a ser muy crueles y desagradables.

Con nosotros no teneis por que esconderos ni ocultar nada –respondió Isabel-; bueno, enhorabuena parejita, pero ¿continuamos con lo nuestro?

Al decir "con lo nuestro" se refería a continuar quitándose la ropa; ahora le tocaba el turno a ellas dos y, para sorpresa de todos fue Karen quien tomó la inicativa alegando que ella no tenía de qué avergonzarse y que nos lo iba a demostrar enseguida. Dicho y hecho, se puso de pie y de un tirón se desprendió de sus braguitas; en un primer momento su reacción inicial fue la de cubrirse el pubis con la mano, pero dándose cuenta de la inutilidad de tal gesto, retiró la palma de su mano de su parte más íntimo y nos dejó ver un pubis con un vello más bien escaso y con una apariencia ensortijada. Se puso de puntillas y, levantando ambos brazos, dio una vuelta sobre si misma como si fuese una bailarina, lo que provocó la risa general;

Terminado el "numerito" de baile, se sento de nuevo en la litera y, dirigiéndose a Martina, le dijo "Cariño, ahora te toca a ti"; al oir esto, Isabel y yo nos miramos y esbozamos una sonrisa de satisfacción, puesto que se las notaba más cómodas ahora que ya sabíamos su secreto y que les habíamos ofrecido nuestro apoyo y nuestra comprensión. Tal como había dicho Karen, ahora le tocaba el turno a Martina, la última de ellas tres antes de que me desnudara yo. La confianza iba en aumento, y no les costó demasiado desprenderse de su última pieza de ropa que la cubría. A diferencia de Isabel y de Karen, Martina lucía una entrepierna bien poblada de un abundante vello que contrastaba sobradamente con el de ellas dos.

Ellas tres ya estaban completamente desnudas y sin ningún atisbo de ropa que ses interpusiese entre sus cuerpos y yo; había llegado mi turno y, haciendo gala una vez más de su espíritu bromista y dicharachero, Isabel se puso a aplaudir y a gritar que quería que apareciese ya la "culebrita". Es fácil imaginar que las dos amigas enseguida secundaron la petición de Isabel y les tuve que pedir que no armasen tanto alboroto porque nos podían llamar la atención. A pesar de que me imponía un poco el desnudarme allí, intenté aparentar una absoluta indiferencia, y para que no se me notase nada, mentalmente imaginé que estaba en los vestuarios de una piscina naturista y que estaba cambiándome para ir a bañarme. Cuando me hube quitado la camiseta pude fijarme como dos pares de ojos atentos, fivaban su vista en mi anatomía esperando ver el momento en que el pantaloncito que llevaba cayese al suelo. Con una lentitud exasperante, para ellas claro, me fui bajando poco a poco el short; cuando empezó a aflorar el vello púbico, me giré de espaldas a ellas dos y me bajé el pantalón de forma que sólo Isabel podía verme. En cuanto me vieron así, Karen y Martina empezaron a protestar diciendo que tenía que darme la vuelta y que querían verme por delante; siguiendo sus instrucciones me giré, y vieron como con mis manos me tapaba el pene; pero de golpe.."Tacháan!!! Aquí está la culebrita", y agarrando mi miembro con una mano lo mostré a la concurrencia; ambas pusieron cara de sorpresa al verme así, y más aún Karen, puesto que era su primera "culebrita" que veía al natural.

Para estar más cómodos habíamos quitado los colchones de las literas y habíamos tapizado el suelo del camarote con ellos, de modo que abatiendo las literas podíamos estar sentados cómodamente formando una especie de círculo

Vaya –exclamó Karen-, sí que parece que se ha puesto dura.

Uy, pues esto no es nada –les dijo Isabel-; a veces se le pone aún más dura, casi parece un palo.

Y tú ¿cómo lo sabes tan bien? –preguntó Martina.

Pues por qué bastantes veces nos bañamos juntos y al enjabonarnos alguna vez se lo he tocado -respondió Isabel.

Uf que fuerte; pero si sois hermanos –exclamó una sorprendida y boquiabierta Karen.

Bueno, hermanos de sangre no, ya os hemos dicho que nuestros padres se casaron en segundas nupcias; de hecho somos hermanastros –les respondí yo diciéndoles una mentira piadosa, puesto que no nos atrevíamos a confesar que, a pesar de ser hermanos de sangre, Isabel y yo manteníamos una relación afectiva tan estrecha.

¿Y os habeis tocado y acariciado muchas veces? –continuó preguntando una curiosa Karen

Pues sí, a veces lo hacemos –explicó Isabel-; pero siempre cuando estamos solos, no queremos arriesgarnos a que nos pillen nuestros padres. Y vosotras, ¿hace mucho tiempo que estáis juntas?

No mucho, hará unos pocos meses –respondió Martina.

¿Os puedo hacer una pregunta un poco personal? –inquirió Isabel.

Claro que sí; a ver si a estas alturas de la película vamos a ir con vergüenzas y con pudores; adelante, dispara –le contestó Karen.

¿Cómo os conocisteis? Bueno, ¿cómo empezásteis a salir?

Fue cuando rompí con mi antiguo novio –respondió Martina-; era un poco bruto y sólo pensaba en el sexo hasta que al final me arté; llamé a Karen y se lo conté todo y como me vió hecha polvo me dijo que esta noche se vendría a casa para hacerme compañía; nos sentamos en el sofá del comedor y mientras hablábamos de ello me puse a llorar como una magdalena; Karen me pasó su brazo por la espalda para consolarme y fue a darme un beso en la mejilla, pero en aquel momento yo giraba mi cara hacia ella y nuestros labios se rozaron; al principio quise pedirle perdón, pero cuando vi que no se molestaba por ello mantuve mis labios junto a los de ella esperando ver cómo reaccionaba; cuando me di cuenta que lejos de rechazarmo me besaba con gran cariño, no pude contenerme más y la besé con un gran afecto; enseguida se desató una gran pasión, y en pocos segundos nos encontrábamos ya las dos tumbadas en el suelo, desnudas y abrazadas haciendo el amor.

Uf, vaya escenita –exclamó Isabel-; si quereis, por nosotros no os priveis, podeis besaros, no os diremos nada.

Que va –dijo Karen-; lo que quereis es que os demos el espectáculo. Por mí no hay inconveniente en darle un beso a Martina, pero si quereis vernos, antes teneis que besaros vosotros. Ya lo habeis dicho antes: "para ver, antes hay que enseñar".

Esta vez te han pillado, hermanita –contesté yo mirando directamente a Isabel-;

Nosotros tampoco tenemos que escondernos de nada; no va a ser ésta la primera vez que lo hacemos, ni tampoco la última –respondió Isabel a Karen picada un poco en su amor propio.

Y para que viesen que lo que les decíamos era totalmente cierto y que tampoco teníamos nada de qué escondernos, Isabel se me acercó y, al tiempo que me besaba cariñosamente en los labios, empezó a acariciarme el pene como tantas otras veces antes había hecho. Si el ver como las tres chicas se iban desnudando poco a poco había hecho que mi pene empezara a despertarse, ahora con las caricias de Isabel se había puesto duro y firme mostrándose ante ellas dos con todo su vigor. En un momento las miré de reojo y pude ver sus caras de sorpresa y admiración al presenciar como dos hermanastros (esto era lo que les habíamos dicho, porque si llegan a saber que éramos hermanos de sangre se desmayaban del susto), se podían besar y acariciar con tamaña naturalidad; entonces, para aumentar más aún si cabe su sorpresa, empecé a acariciar el pecho desnudo de Isabel. Esto era más de lo que ellas podían aguantar y Karen nos interrumpió de nuestras caricias amatorias.

Basta ya, que nos vais a poner malas con tanta caricia y tantos besitos.

Bueno, y ¿qué hay de malo en esto? –preguntó Isabel

En sí nada, pero si continuamos así no respondo de mis actos –terció Martina con una sonrisa.

No pasa nada; si quereis, adelante, por nosotras no os corteis –les animó Isabel.

Vale, si esto es lo que quereis, allá vamos. Ya veremos quién es más lanzado si vosotros dos o nosotras –respondió Karen en un claro tono de desafío para luego continuar dirigiéndose a Martina-; prepárate que allá voy.

Y dicho esto, apoyó sus manos en los hombros de Martina y empujándola la hizo tumbar de espaldas en el suelo del camarote que previamente habíamos tapizado, con los colchones de las literas; ahora fuímos nosotros los sorprendidos, puesto que, una vez vencido ya los últimos restos de timidez o de pudor que nos atenazaban, Karen se tumbó encima de su amiga y empezó a besarla y a acariciarla con fruición. Era la primera vez que veía a dos chicas juntas haciendo el amor, y la imagen me excitó sobremanera; si bien es cierto que en Suíza, hace unos tres años, ya había visto como Ingrid, Isabel y Laura hacían algo así, en aquella ocasión no pasaba de caricias y de juegos inocentes.

¿Qué, os ha gustado? –preguntó Karen levandando la cabeza.

Sí, ha estado bien –le respondí yo intentando disimular la excitación que me había provocado el verlas y procurando también ocultar la evidente erección.

¿sólo ha estado bien?, dices –exclamó Isabel.

Pues viendo la "culebrita" nadie se lo creería –exclamó Karen señalando mi entrepierna-; tenías razón, Isabel; se le podía poner más dura; ahora parece que lo está más que antes.

A ver –dijo Isabel acariciándome el pene; tienes razón, ahora está más duro y firme que antes-; compruébalo tú misma, y no temas, que la "culebrita" no muerde.

Una vez dicho esto, tomó la mano de Karen y la puso encima de mi pene frotándola encima de él para que se diese cuenta cómo era; su primera reacción fue de asombro y de sorpresa por lo desconocido; era una sensación absolutamente nueva para ella, puesto que era el primer pene que veía al natural y, evidentemente, también el primero que tenía en sus manos; al principio se la notaba un poco "cortada", pero enseguida se fue desinhibiendo hasta tocarlo sin ningún tipo de tapujo; por su forma de acariciarlo se notaba que estaba más dedicada a "investigar" cómo era un pene masculino que a proporcionar o proporcionarse placer con ello; tanto Isabel como Martina la observaban en sus inicios acerca del sexo masculino y no decían nada ya que estaban pendientes del "bautismo" erógeno de Karen;

La primera en mover ficha fue Martina que, imitando a Isabel cuando puso la mano de Karen en mi entrepierna, tomó mi mano y la puso encima del pecho de Karen; los dos afectados pusimos una cara de gran sorpresa, pero más ella que cuando notó mi mano encima de su seno le espetó a Martina: "¿Qué haces tía?"; su amiga la calmó diciendo que no se enfadase y que por una vez que una mano ajena que no fuese la de ninguna de ellas dos, le acariciase el pecho no le pasaría nada. Yo les seguí la corriente y, con la verdad por delante, he de reconocer que la situación me estaba gustando, puesto que por un lado Karen estaba dedicada en mi pene y yo estaba acariciando un pecho terso y suave. Y para acabarlo de arreglar, o para convencerla definitivamente, Martina añadió: "Igual que antes hemos dicho que para ver hay que enseñar; ahora pasa lo mismo: si acaricias tienes que dejar que te acaricien". Esta última intervención de Martina dio pie a que Isabel hiciera una proposición que todos encontramos muy acertada y que mereció la aprobación general: "Si alguno de nosotros cuatro proponía algo a alguien, tenía que permitir y que estar de acuerdo en que se le hiciera lo mismo". La idea nos gustó y la encontramos absolutamente lógica.

Cuando Karen dejó de acariciarme le preuntamos qué le había parecido y qué había sentido, a lo que respondió que al principio se había quedado muy sorprendida por el cambio de tamaño y consistencia, y que le había gustado, tanto acariciarme como que la acariciase a ella; de todas formas, añadió que prefería con Martina puesto que además del placer intrínseco de las caricias, se añadía el cariño que sentían la una por la otra. Estuvimos un rato charlando de cosas intrascendentes, y poco a poco fuímos cayendo en temas y en preguntas un tanto íntimas. En una de éstas, Martina le preguntó a Isabel:

Isabel, ¿puedo hacerte una pregunta un tanto personal?

Sí, claro –respondió ella-; a estas horas no vamos a ir con remilgos ni tapujos.

Bueno, de acuerdo, pero si no quieres no contestes; tu vello púbico lo tienes así de natural, o te lo arreglas?

No te preocupes que no hay preguntas molestas o indiscretas –contestó Isabel-, sólo lo es la intención de quien pregunta, y no creo que tú seas así. Pues sí, me lo recorto un poquito, así es más higiénico y puedo llevar bañadores o biquinis más ajustados.

Ole, hermanita, ya te ha salido la vena filosófica –le contesté.

¿pero no es un poco difícil arreglártelo tú misma sin hacerte un estropicio? –le preguntó Karen.

Claro que lo es –respondió Isabel-, y por esto le pido a Martin que lo haga él.

Y ¿no te da corte que te lo haga tu propio hermano? –continuó preguntando Martina.

Recuerda que somos hermanastros y que sólo me recorta el vello –respondió Isabel con esta mentira piadosa para luego añadir-; ¿a qué viene tanto interés? ¿os lo quereis arreglar?

Ui, no sé, me da cosa –dijo Martina un tanto indecisa-; bueno, ¿por qué no hacemos una cosa? Me lo recortais y así Karen aprende cómo se hace para la próxima vez.

Isabel y yo nos miramos el uno al otro como si buscásemos una respuesta sobre qué debíamos hacer; al final decidimos que debíamos ponernos manos a la obra; no disponíamos de cera para calentar y depilarla, por lo que decidimos que lo mejor sería utilizar por esta vez mis cuchillas de afeitar; antes de iniciar el proceso, debíamos de rebajar un poco el vello con la ayuda de unas tijeras, y a continuación recortarlo un poco por los dados con mi maquinilla de afeitar hasta darle la forma deseada; como para ello necesitábamos mojar bien el vello para poderle poner la espuma de afeitar, fui con una botella vacía a buscar agua al lavabo del tren; antes, pero, me puse los pantalones y una camiseta y recomendé a las chicas que volviesen a cerrar por dentro hasta que yo volviera y llamase a la puerta;

El tren estaba hasta los topes, y el pasillo lleno de pasajeros sentados o tumbados en el suelo; viendo el panorama, me alegraba de haber tenido la precaución de realizar la reserva con tiempo, puesto que de esta forma habíamos podido ir tranquilos en nuestro camarote; y, ¿por qué no reconocerlo?, habíamos podido tener una velada de lo más emocionante, al menos hasta ahora. Me costó un poco llegar hasta el servicio, ya que tenía que ir sorteando maletas y paquetes, además de los otros viajeros; una vez llena la botella, emprendí de nuevo el camino de regreso y, tras la consabida carrera de obstáculos, llegué a la puerta y, tras golpearla con los nudillos, les dije a las chicas que era yo y que apagasen la luz para que al abrir la puerta nadie las pudiese ver desde fuera.

Una vez dentro del camarote, me quité de nuevo la ropa quedándome en igualdad de condiciones con las chicas en cuanto a desnudez; para evitar hacer un estropicio y que quedase todo hecho un desastre, encima del suelo de colchones colocamos una toalla doblada encima de la cual se tumbó Martina; primero, y con unas tijeras que Isabel sacó de su necesser, le enseñamos a Karen cómo había que recortar el vello púbico; luego, y con cuidado de no derramar mucho agua, vertimos un poco en otra toalla y le mostramos a Karen cómo debía ir remojando la vagina de su amiga hasta que notase que estaba bien mojada; después de comprobarlo con su propia mano, nos avisó que creía que ya estaba a punto pero que prefería que lo mirásemos nosotros primero; diciéndole a Martina "Con permiso", le acaricié su pubis sin ningún tipo de malicia comprobé que ya podíamos pasar a la siguiente fase y, con la ayuda de una brocha, le fui esparciendo un poco de mi espuma de afeitado; antes de empezar con la maquinilla le pregunté cómo le gustaba más, sí como Isabel o simplemente con una rayita. Para que pudiera verla bien, Se levantó y le mostró como tenía el pubis: con el vello cortito y rebajado ligeramente por los laterales de forma que mantenía la forma del famoso "triángulo de Venus" pero con el lateral recortado, de forma que con un biquini ajustado no sobresalían; después de fijarse y pensarlo un poco dijo que como Isabel ya estaba bien y, como Karen era quien tenía que disfrutar de aquel pubis y dijo que también estaba de acuerdo, empecé con la maquinilla de afeitar. Le mostré a Karen como con una mano tenía que mantener la piel tersa y con la otra pasar suavemente la cuchilla de afeitar por la zona cubierta por la espuma; sobretodo le avisé que no hiciese ningún movimiento brusco y que la desplazase siempre de arriba abajo en sentido vertical, puesto que si lo hacía en sentido horizontal como estaban las cuchillas, podía cortar a su amiga.

Después que yo hiciese un par de pasadas con la cuchilla para mostrarle cómo hacerlo, le dije a Karen que ahora le tocaba a ella; era la primera vez que tenía en sus manos una cuchilla de afeitar y al principio estaba con la mano temblorosa por miedo a dañar a Martina; pero enseguida se dio cuenta que era más fácil de lo que parecía en un principio y terminó su labor sin ningún daño ni perjuicio; y como después de cada afeitado hay que cuidar la piel, le enseñé cómo aplicar una loción para después del afeitado para hidratar la piel; como era una crema sin alcohol y sin ingredientes agresivos no corría peligro de irritar, además era una crema que ya había probado otras veces con Isabel y el resultado había sido del todo satisfactorio.

Viendo el pubis de Martina ahora y comparándolo como era hacía unos momentos, la diferencia era notable; ahora se veia más arreglado y era más suave y agradable al tacto, algo que Karen agradeció mucho; esta sesión de afeitado o de depilación, además de mejorar la estética del sexo de Martina, lo que sí consiguió fue desmontar las últimas piedras del muro que se interponía entre nosotros; después de esto nos atrevíamos a hablar más abiertamente del sexo y de cuestiones íntimas; habíamos recogido las toallas y lo habíamos arreglado todo de nuevo para poder estar cómodamente sentados en nuestro suelo de colchones; Isabel y yo estábamos sentados frente a ellas y los cuatro estábamos cómodamente reclinados; Isabel se había tumbado en el suelo con la cabeza encima de mis piernas, el cuerpo medio de lado mirando a las dos amigas, con mi brazo rodeándola cariñosamente por la cintura y con mi mano acariciándole suavemente sus senos y la suave piel de su estómago; por su parte, Karen y Martina estaban la una al lado de la otra con sus brazos rodeándose la cintura. Ninguno de nosotros se extraña ni escandalizaba por la situación de los otros, puesto que nuestros actos eran más fruto del amor y del cariño que un mero goce sexual.

No me acuerdo de quién fue, pero el caso es que alguien propuso jugar al Juego de la Verdad, en el que se hacen preguntas y hay que responder siempre la verdad, sino se paga una prenda. Esta última parte la pasamos por alto, y acordamos que se podía preguntar lo que fuese, por muy íntimo o personal que fuera, pero con la tranquilidad y confianza que la persona aludida podía declinar responder. Todos estuvimos de acuerdo en ello, y las preguntas fueron subiendo cada vez más de tono sin que en ningún moment nadie se molestase por ello o se negase a responder. Al principio eran preguntas sin la más mínima intrascendencia, pero poco a poco nos fuímos atreviendo cada vez más, y era tanta la confianza que iba surgiendo que ni a Isabel ni a mí nos importó nada cuando Karen nos preguntó cómo había sido nuestra primera vez. Le respondimos con la mayor naturalidad y sin esconder nada, como si nos hubiese preguntado qué nos parecía la última película que habíamos visto; cuando lo hubimos contado nos entró un ataque de risa al darnos cuenta de la situación: los cuatro, que apenas hacía unos pocos días que nos habíamos conocido, allí completamente desnudos charlando tan amigablemente y contando nuestras intimidades cómodamente sentados en el suelo del vagón cubierto por los colchones.

Así estuvimos un buen rato de charla y en una de éstas se me ocurrió preguntarles sobre sus relaciones y qué pensaban de todo ello. Al oirlo, Isabel me reprendió ligeramente, pero Martina le respondió que no pasaba nada y que allí estábamos todos desnudando nuestro corazón y nuestros sentimientos, puesto que el cuerpo ya hacía tiempo que estaba desnudo. Tal y como venía siendo norma hasta ahora, respondieron con absoluta tranquilidad y confianza: Martina había quedado hasta las narices de su antiguo novio porqué sólo pensaba en el sexo por el sexo, lo cual no significaba que pensase igual de todos los chicos; y si ahora estaba con Karen era porque la quería y estaba muy a gusto con ella; por su parte Karen respondió que también estaba con Martina porque sentía por ella un profundo cariño, y que si no había estado con ningún chico no era porque se negase a ello, sino que no había surgido la oportunidad y en cambio sí que había surgido Martina.

Pero, si en algún juego o algo parecido surgiese una prenda y tuvierais que hacer algo con algún chico ¿lo haríais? –preguntó Isabel ante la sorpresa de todos.

Uf, depende mucho de la situación –respondió Martina-; suponiendo que lo hiciéramos, tendría que ser con alguien un tanto especial y, principalment y sobretodo, que Karen estuviera de acuerdo.

¿por qué lo dices, Isabel? –preguntó Karen-; oyéndote cualquiera diría que nos estás proponiendo hacer algo aquí y ahora.

Que va, no era ésta mi intención –respondió Isabel-; pero como estamos hablando de temas íntimos y personales, quería saber hasta dónde seríais capaces de llegar para no proponer algo o pedir algo que os pudiera ofender o molestar.

No te preocupes –terció Martina-; tú pregunta o propón lo que quieras que no nos molestaremos; aunque nos digas que "violemos" a tu hermano; si estamos de acuerdo igual lo hacemos, y si no nos parece bien lo diremos y ya está, sin más problema.

Es cierto –añadió Karen-; no os preocupeis por nada; ¿no habíamos propuestos que se podía preguntar lo que se quisiera sin que nadie se sintiera ofendido?

Cuando Martina dijo lo de "violemos a tu hermano", puso un especial énfasis a la palabra "violemos" con un tono de voz un tanto siniestros y ojos sltones de sádica que nos hizo reir a todos por su ocurrencia. Pasadas las risas, volvimos a las preguntas y, en una de ellas, nos preguntaron qué era lo más fuerte que habíamos hecho entre nosotros. Isabel y yo nos miramos el uno al otro sin saber muy bien qué contestar, y no por vergüenza o timidez que a estas alturas ya habían desaparecido, sino por qué no llegábamos a precisar con exactitud el alcanze de "lo más fuerte"; al final Isabel se decidió y dijo que quizás había sido un 69.

¿un 69 con tu hermano? –exclamó Karen-; que fuerte.

Eh, que ya os hemos dicho que somos hermanastros –respondió Isabel soltando de nuevo la mentira piadosa sobre nuestro simulado parentesco-; además, no veo que sea tan malo, al contrario, es genial puesto que así disfrutamos los dos a la vez; ¿Qué no lo habeis hecho nunca vosotras dos?

La verdad es que sí, alguna vez lo hemos hecho –afirmó Martina-; pero con un chico, no sé, me daría un poco de cosa.

¿no lo hiciste con tu ex novio? –continuó Isabel-; hacerlo con un chico es como si te chupases un dedo; e incluso te diré que según como es más higiénico que con una chica puesto que si no chupas la puntita exactamente, sólo chupas piel; en cambio, con una chica, según como lo chupas por dentro.

No, hasta ahora siempre me había negado a hacerlo.

¿Habeis llegado hasta el final vosotros dos? –preguntó Karen.

¿Cómo hasta el final? ¿si hemos tenido un orgasmo dentro de la boca del otro? –inquirió Isabel.

Sí, claro –fue la respuesta que obtuvo de Karen.

Hasta el final nunca –explicó Isabel-; puesto que cuando lo hemos hecho, el que primero ha estado a punto de llegar al orgasmo, ha avisado siempre antes. Lo que hemos hecho entonces es probarlo un poquito y más o menos es bastante parecido.

Jo, qué cosas. Supongo que debe ser como chupar un helado de palo –dijo Karen.

Más o menos sí –respondió Isabel-; mira.

Y dicho esto, y para sorpresa general de la concurrencia, Isabel giró ligeramente su cuerpo quedando su cara a poca distancia de mi entrepierna; en parte intuía qué pretendía hacer, pero en mi fuero interno yo me decía que no sería capaz delante de ellas dos. Y sí que lo fue. Inclinando aún más su cabeza, abrió sus labios e hizo desaparecer mi pene dentro de su boca. Yo no salía de mi asombro, y no por el hecho en sí que ya habíamos practicado otras veces, sino por hacerlo en público. El sentirme observado añadió un poco más de morbo al "asunto" e, inclinándome ligeramente sobre la espalda de Isabel, la rodeé con mis brazos y con la yema de mis dedos le acaricié su pecho desnudo; en un momento que levanté la cabeza, pude ver como Martina y Karen no nos sacaban la vista de encima al tiempo que se iban acariciando suavemente el pecho.

Isabel no estuvo mucho tiempo jugueteando con la "culebrita" en su boca, pero lo que sí es seguro fue consiguió ponerme –bueno, lo más correcto sería decir ponernos-, a 100. Cuando se reincorporó, se sentó de nuevo a mi lado y le hizo una seña a Karen como indicándole que era su turno. Por unos momentos nadie se movió; todos habíamos comprendido perfectamente el significado de la indicación de Isabel, pero nadie se atrevía a llevar la iniciativa; ante una nueva "invitación" de Isabel con la palma de la mano abierta, Karen se dirigió hacia Martina solicitando su aprobación o reprobación, obteniendo como respuesta de su amiga que a ella no le tenía que pedir permiso para nada sino a mí, puesto que era yo el "afectado"; viendo la indecisión de Karen, Isabel la tomó de la mano y poco a poco la fue acercando hacia mí.

Ahora sí que se podía decir que habíamos llegado a un punto en el que no había vuelta atrás; éste era el momento decisivo: si Karen se atrevía y seguía adelante, se iba a abrir la veda; si se echaba para atrás la situación volvería a su cauce; después de mucho dudar y pensarlo, al final se decidió y, con una mano y tal como había visto antes hacer a Isabel, Karen agarró mi pene erecto y presentándolo a la concurrencia, fue acercando su boca hacia él; iba a velocidad de tortuga, pero a pesar de ello, ni Isabel ni yo le dijimos nada, puesto que ya pasaba bastantes apuros la chica; por mi parte, yo no las tenía todas conmigo, puesto que me daba miedo que una reacción adversa de Karen pudiera crear un mal ambiente entre nosotros, y esto era lo último que deseábamos, y más teniendo en cuenta que íbamos a estar conviviendo cerca de un més juntos y con el resto del equipo de excavación. Pero no fue así, y poco a poco fue armándose de valor hasta que se atrevió a depositar un leve beso en la puntita del pene; lo soltó enseguida como si fuera un trozo de brasa ardiendo; pero Martina le dijo que no fuese boba y que hiciera como Isabel había hecho un rato antes; hecha un mar de dudas, pero a la vez motivada por el morbo de lo prohibido o lo desconocido, al final se decidió y tal como había visto hacer anteriormente a Isabel, empezó a chupar como si se tratase de un helado; al principio las chupaditas eran muy ligeras y suaves, pero poco a poco se fue animando;

Primero Isabel y ahora Karen habían conseguido ponerme a 100; y la situación no lo era para menos, puesto que estábamos los cuatro desnudos en nuestro camarote del tren y los labios de Karen alrededor de mi pene me transportaban al paraíso; en un acto reflejo, y deseando devolverle aunque sólo fuese en parte el placer que me estaba proporcionando, me incliné sobre el cuerpo de ella y empecé a acariciarle el pecho; al notar como mis dedos jugueteaban con sus pezones duros y firmes tuvo una especie de escalofrío; al principio, y según nos contó más tarde, quiso levantarse y protestar por ello, pero viendo que se trataba de una especie de juego y que le resultaba agradable decidió continuar con ello; además, la actitud de Martina, no hay que olvidar que en definitiva era su pareja, denotaba una completa aprobación a ello lo que le animó a continuar adelante. Y sí me sorprendió el que Karen aceptara a entrar en el juego, aún más me sorprendió la actitud permisiva de Martina.

Lo que me sorprende, Martina –le dije una vez que Karen dejó de dedicarme sus atenciones a mi pene- es que no te moleste que Karen me haga esto

¿por qué me iba a molestar? –respondió ella-; en primer lugar, no me engaña ni lo hace a mis espaldas; y en segundo lugar más de una vez ella y yo habíamos comentado que le gustaría probarlo aunque le daba un poco de vergüenza. Esto lo tomamos como una especie de juego y, a pesar de que apenas os conozcamos, nos pareceis unas personas muy majas. Alguna vez habíamos dicho que nos gustaría hacer una especie de cambio de parejas pero sin llegar al sexo por el sexo en plan salvaje y por ahora vemos que vosotros veis el sexo como algo dulce y delicado.

¿qué quieres decir con esto? –intervino Isabel- ¿que quereis que hagamos una cama redonda o algo así?

Bueno, no exactamente eso –continuó Martina-; me refería a que, si surge la oportunidad, no limitarnos a nuestras respectivas parejas.

A ver si lo entiendo bien –les dije yo-; sin llegar a una orgía, lo que dices es que si yo quiero acariciar o besar a alguna de vosotras tres lo puedo hacer, lo mismo que qualquiera de vosotras.

Más o menos sí –continuó ella-; una cosa, Martin, no te lo tomes mal, pero si no te importa yo preferiría no hacer nada contigo; no es por nada, pero con mi ex quedé más que harta y un poco escarmentada y cuando estoy cerca de un chico no me apetece lo más mínimo acercarme más.

No te preocupes, no me molesta –le contesté yo al tiempo que le daba un beso cariñoso en la mejilla-; supongo que es normal que pienses así, pero es lástima que paguen justos por pecadores; entonces ¿esto significa que sólo podrás estar con Karen e Isabel?

Gracias por tu comprensión, Martin, eres un encanto, igual poco a poco me abro un poco más –respondió Martina-; con Karen sí, y con Isabel dependería de que ella quisiese.

No me importa y no te preocupes tanto Martina –contestó Isabel-; entendemos perfectamente que te sientas así habiendo tenido como has tenido un ex tan animal y que te respetaba tan poco; tú tranquila, que si al final te lanzas y haces algo con Martin, perfecto; que no, también.

Muchas gracias a los dos, sois geniales. ¿Sabeis una cosa? Apenas hace unos días nos conocemos y siento una gran confianza con vosotros –dijo una Martina ya más tranquila y dándonos un beso a cada uno de nosotros.

Dicho esto, volvimos a sentarnos Isabel y yo enfrente a ellas dos, y los cuatro con las espaldas apoyadas en la pared; cada vez nos notábamos más libres y con una mayor confianza para actuar cada cual a sus anchas; si me apetecía hacerle un cariñito a Isabel, se lo hacía, de igual modo que ella a mí, y que Martina y Karen entre ellas; estábamos hablando de cualquier cosa, y no le dábamos ni la más mínima importancia si en algún momento ellas se hacían alguna caricia o beso, o si nosotros dos actuábamos igual. Y todo esto porque, sin un acuerdo previo, los cuatro veíamos todo esto simplemente como muestras de cariño y de amor limpias, puras y honestas.

Hablando de nuestras cosas, era inevitable que nos preguntaran cómo empezamos a tener relaciones y cómo fue nuestro primer día juntos. Si como primer día entendían el día en que dormimos juntos, les dijimos continuando con la mentira piadosa que fue hace mucho tiempo cuando teníamos dos o tres años y nuestros padres nos llevaron con ellos un fin de semana para que nos conociésemos; pero sí se referían a nuestro primer día de relaciones más o menos íntimas les dijimos, y aquí sí que era la verdad que fue cuando estábamos entrando en la adolescencia; un día que yo salía de la ducha y me estaba cambiando en nuestra habitación, me fijé que Isabel me estaba mirando fíjamente; como es natural, me sorprendí que me mirase de esta forma puesto que llevábamos años viéndonos desnudos; le pregunté el por qué me miraba así y me contestó que se había fijado que en mi entrepierna me había salido un poco de vello y que hasta ahora no lo había visto. Le contesté que ya hacía unos días me había aparecido y que al principio me picaba un poco; su curiosidad iba en aumento hasta que me pidió si dejaba que me lo tocase para ver cómo era; yo no le dí mayor importancia y le permití hacerlo; al principio me sorprendió notar su mano en mis genitales, pero poco a poco fui experimentando una sensación muy agradable; a continuación ella se desprendió del camisón y me mostro su sexo aún sin vello y, en señal de mútua reciprocidad, también me permitió tocarlo. Aunque lo había visto antes infinidad de veces, ésta era la primera ocasión en que podía "examinarlo" a fondo; era un fin de semana en que nuestros padres habían salido y no regresaban hasta el día siguiente con lo que aprovechamos para continuar jugando a "los médicos"; al final acabamos completamente desnudos y acariciándonos, tocándonos e inspeccionándonos de la cabeza a los pies. A partir de este momento nos prometimos que haríamos todo lo posible para continuar compartiendo habitación y, por consiguiente, todos nuestros secretos, por muy íntimos que fuesen.

Pero vuestros padres ¿no os decían nada? –preguntó Martina.

No, que va –le respondió Isabel-; decían que estaban muy contentos que nos llevásemos tan bien; al principio temían que no tuviéramos una buena relación, pero con el tiempo vieron que no era así.

¿nunca sospecharon nada? –intervino Karen

No lo sabemos, y si lo hicieron nunca nos dijeron nada –le respondí yo-; por otra parte, cuando estaban ellos por casa siempre disimulábamos y no hacíamos nada raro; sólo cuando a Isabel le vino la regla por primera vez nos propusieron estar separados cada uno en su habitación pero nosotros les contestamos que no veíamos motivo por ello, y que si de pequeños habíamos estado juntos ahora no teníamos por qué separarnos; con el planteamiento que les hicimos lo encontraron lógico, y tanto más cuando veían que cuando estábamos juntos no nos peleábamos ni discutíamos, sino que por el contrario jugábamos la mar de bien, procurábamos ayudarnos y que éramos confidentes el uno del otro.

Realmente, Isabel, has tenido muchísima suerte de tener un hermanastro tan genial y con el que te lleves tan bien –dijo Martina, sorprendida por relación tan buena.

Sí que lo es –respondió mi hermana-, y todas mis amigas me envidian por ello.

¿os puedo hacer una pregunta un tanto personal? –intervino Karen con un indisimulado reparo.

Adelante, dispara –le dije-; no seas tonta y no tengas tantos prejuicios; a ver si a estas alturas vamos a ir con vergüenzas; recuerda que ya hace rato dijimos que no había preguntas indiscretas, sino la intención de quien las plantea.

Bueno…pues… ¿y la primera vez que estuvisteis en la cama haciendo "cositas"?

¿haciendo el amor, te refieres? –le dijo Isabel.

Sí, eso – respondió una Karen colorada como un tomate.

Mira que eres boba –le contestó su amiga Martina, atusándole cariñosamente el pelo-; estás más colorada ahora que cuando te has quedado desnuda ante todos.

Déjala, no importa –le respondió Isabel-; si hemos desnudado nuestro cuerpo, también podemos hacer lo mismo con nuestro corazón.

Entonces Isabel empezó contando como hace un par de años, cuando faltaba poco para los 16, en el instituto unas amigas de ella fueron a buscarlo al patio para decirle que Isabel estaba muy preocupada había perdido un disquette con el trabajo de fin de curso y lo tenía que entregar al día siguiente. Fui con ellas y al llegar a la biblioteca la encontramos con la nariz pegada a la pantalla de uno de los ordenadores de la sala de informática. Al acercarnos nos dijo que había recordado que había estado trabajando por la mañana con el fichero allí mismo y que, al menos, intentaría recuperar la copia de seguridad: Yo le dije que no se preocupara, que iba un momento al vestuario para ducharme y cambiarme, y que subía enseguida a echarle una mano. En cuanto estuve limpio y presentable, acudí a la sala de informática y me senté a su lado intentando solucionarlo. Al ver que me sentaba al lado de Isabel ya vestido de calle sus amigas me preguntaron si no tenía un partido de futbol-sala en el gimnasio contra el equipo de la otra clase. Yo les respondí que sí, era cierto que había el partido, pero que era más importante recuperar el trabajo de Isabel que estar con 9 chicos más en calzón corto persiguiendo una pelota.

El fichero en cuestión, una vez localizado, se resistió más de lo habitual y, una vez lo pudimos abrir, vimos que estaba muy estropeado y que habría que arreglarlo de arriba abajo. Calía volver a paginar, componer los márgenes y revisar el texto desde el principio; entre una cosa y la otra se nos había hecho muy tarde y, como era la hora de cerrar la biblioteca, grabamos el dichoso fichero en un disco y nos lo llevamos a casa. Después de varias horas de estar recomponiendo el texto y agregándole las imágenes de nuevo, conseguí imprimir el último capítulo y se lo llevé a Isabel que estaba sentada en el sofá del comedor dándole el último repaso al trabajo. Me senté a su lado y, dejándome caer hacia atrás, le dije "Jo, estoy más muerto que si hubiera jugado el partido entero". Al oirlo, ella exclamó que no le extrañaba nada, puesto que me había tenido que "tragar" cerca de 200 páginas.

Lo que sí me extrañó a mí fue su reacción tan efusiva al ver el trabajo terminado y su calificación de final de curso salvada; cuando tuvo en su mano la última hoja, la puso en la mesilla junto a las otras y se me hechó encima abrazándome y besándome loca de alegría diciendo que me quería con locura y que le había salvado la vida; mi respuesta fue decirle que exageraba un poco, pero lo que realmente me sorprendió de su reacción fue la calidez de sus besos; es cierto que ya nos habíamos antes algún beso, incluso a veces en los labios jugando "a novios"; pero esta vez eran besos con todas las de la ley, puesto que además de sus labios también utilizaba la lengua; era la primera vez que nos besábamos así y, pasada la sorpresa inicial, tuve que reconocer que me gustó muchísimo y que la besé tal como ella me estaba haciendo a mí.

Pasado el primer momento, le dije que si había visto cómo estábamos; hasta ahora no había caído en la cuenta de la situación en la que estábamos; al besarnos con una pasión tan desenfrenada, habíamos terminado los dos tumbados encima del sofá, ella encima mío; como hacía bastante calor, yo iba sólo con el pantalón del pijama y ella con una camisa de manga corta de mi padre que la utilizaba como camisón improvisada; además, por el ímpetu de su acción, la camisa se había abierto y un pecho le salía por el escote; su reacción fue la de desabrochar la camisa por completo y tirarla al suelo al tiempo que decía: "Al diablo la camisa, ahora estarán los dos pechos igual"; para mayor comodidad, nos tumbamos los dos de lados, cara a cara, y abrazados cariñosamente; entonces yo le dije que "¿Qué dirían los papás si nos viesen así, los dos casi desnudos, y abrazados?"; "calla y no digas nada" respondió ella mientras volvíamos a besarnos de nuevo, pero esta vez más suavemente. Al cabo de un rato pude darme cuenta como Isabel deslizaba una mano debajo de mi pantalón; ahora sí que no había lugar a dudas: estábamos a punto de franquear la mayor de todas las barreras que habíamos franqueado hasta ahora; los besos y los tocamientos de Isabel me habían puesto a 100 y mi pene estaba duro y firme como el mástil de una bandera; viendo que se había levantado la veda, introduje mi mano en su entrepierna y, después de acariciarle su sexo, le bajé las braguitas que llevaba hasta las rodillas. Como ella ya me había desabrochado los botones del pijama, nuestros sexos estaban en contacto, y a punto de jugar el uno con el otro.

¿qué estamos haciendo? –preguntó Isabel sin demasiada convicción y con un nulo arrepentimiento.

De momento nada, pero creo que enseguida nos pondremos en órbita –le contesté yo.

Pues no apaguemos los motores y adelante –respondió ella.

Y dicho esto, terminó por sacarse sus braguitas y me bajó el short hasta los pies; sin dejar de besarnos, agarró mi pene con sus manos y lo acercó hasta la abertura de su vagina; apoyando las manos en el sofá, fue moviendo su cintura hacia arriba y hacia abajo con movimientos regulares; si ya antes había conseguido ponerme a cien con sus besos, ahora estaba consiguiendo transportarme al paraíso; a medida que con mi pene rozaba las paredes cálidas y húmedas de su anatomía más íntima se me iba acelerando el corazón; cuando llegó el momento en que mi pene se topó con la barrera de su himen, Isabel no se detuvo y, con un súbito empujón de su pelvis rompió la membrana que cerraba el paso dejando el camino libre; sólo exhaló un ligero suspiro, y cuando noté que estaba a punto de eyacular, me la saqué de encima al tiempo que cogía mi pantalón para evitar que el semen la manchase a ella o a la tapicería del sofá. Una vez recuperado el resuello nos fuímos a duchar para limpiarnos de todos los aromas que nos empapaban.

Isabel me miró en señal de complicidad, puesto que ambos sabíamos que nuestro "estreno" en tales lides se dio unos años atrás en Suiza junto a Laura e Ingrid, pero nos atrevíamos a contarles la versión real, puesto que ello equivaldría a confesar que éramos hermanos; el relato, aunque ficticio, había elevado aún más si cabe la temperatura ambiente, lo que era notorio y palpable puesto que qualquiera que nos viese se daría cuenta como mi pene estaba completamente erecto mientras que el sexo de las chicas estaba hinchado con los labios hacia fuera y sus pezones estaban duros y firmes.

Después de la pregunta que nos habían hecho, sólo era cuestión de tiempo que nosotros les planteásemos la homóloga; y fue Isabel quien tomó la iniciativa; ya perdido el pudor, fue Martina quien empezó a narrarnos su estreno; fue durante un fin de semana en el que se reunieron con unos compañeros de clase para celebrar con una cena el fin de trimestre; después de la comida estuvieron charlando y como al final se hizo tarde, cuando se fueron marchando todos, Martina le propuso a Karen que si quería podía quedarse a dormir; así, no tendría que conducir de noche hasta su casa. Aceptó encantada, y más aún al saber que los padres de Martina no llegarían hasta el día siguiente por la tarde; ninguna de las dos tenía sueño, por lo que pusieron el televisor para ver qué hacían; no había nada que mereciese la pena, hasta que haciendo zapping dieron con una película que a primera vista parecía interesante; ya estaba empezada y poco a poco se fueron dando cuenta que era erótica; se miraron la una a la otra preguntándose qué hacían; al final decidieron continuar mirándola; se trataba de "Los cuentos inmorales" del director polaco Walérian Borowczyk; en uno de los cuatro relatos de los que constituían la película, una chica estaba encerrada en una habitación; aburrida y sin saber qué hacer, tomó un pepino de una cesta de frutas y verduras que había en la habitació y empezó a introducírselo en su sexo.

Cuando Karen lo vio se quedó absolutamente sorprendida y extrañada que la vagina femenina pudiera dilatarse tanto; ella jamás se había masturbado, y ni mucho menos introducido nada por su sexo; viendo su extrañeza y sorpresa, Martina le dijo que sí era posible y, al mismo tiempo, muy placentero. De esta forma, le reconoció haberlo experimentado en alguna ocasión y, venciendo los tapujos que las atenazaban a pesar del gran cariño que se profesaban y de algún beso ocasional que se habían dado, le dijo que si quería se lo mostraba. Y sin esperar respuesta por parte de Karen, se despojó de sus ropas y, desnuda como estaba, se dirigió hacia la cocina regresando con un pepino en sus manos. Se sentó delante de Karen y, abriendo las piernas, empezó a introducirse el pepino en su anatomía más íntima. Karen se había quedado boquiabierta viéndola gozar tanto, hasta que llegado el momento Martina obtuvo un orgasmo con todas las de la ley. "Uff, es genial, tía, lo tienes que probar", le dijo a Karen quien le expresó un rechazo a probarlo ante el miedo de un posible daño; pero ante la insistencia de Martina, poco a poco fue manifestando su deseo de probarlo pero sin avabarse de decidirse; para ayudarla a superar la situación, Martina la fue ayudando a desvestirse recreándose con la visión cada vez que se liberaban más centímetros del cuerpo de su amiga;

En aquél momento aún no eran pareja y sólo eran buenas amigas con derecho a algún roce como había sucedido esporádicamente; cuando Karen se quedó sin ninguna ropa que cubriese su cuerpo le entró un súbito sentimiento de pudor puesto que era la primera vez que ambas estaban desnudas la una frente a la otra y su primera reacción fue la de cubrirse con sus manos su seno; pero Martina la medio convenció diciéndole que no fuese así y que alguna vez tenía que ser la primera, besándola suavemente en los labios; poco a poco Karen fue desinhibiéndose y le devolvió el beso. La siguiente vuelta de tuerca la dio Martina cuando, agarrando de nuevo el pepino, le dijo que le había llegado la hora de probarlo; llevando de nuevo la iniciativa, empezó a acariciarla en sus partes más íntimas hasta conseguir una adecuada lubrificación; cuando creyó oportuno, le fue introduciendo poco a poco el pepino, deteniéndose al notar la barrera de su virginidad; advirtiéndole de que igual le escocía un poco, Martina fue presionando ligeramente el extremo de la verdura haciendo que entrara y saliera repetidas veces, hasta que en una de las "entradas", presionó un poco más hasta que un ligero "Ui" de Karen le confirmó que ya tenía la "puerta" abierta. Continuó los movimientos con el pepino hasta que Karen explotó en una gran sensación de placer; era su primer orgasmo, y la dejó rendida encima de la alfombra.

Dejando que Karen se recuperara el resuello, Martina se tumbó al suelo a su lado mientras le iba acariciando el pecho y le daba cariñosos besos; cuando Karen se tumbó de lado mirando a su amiga y la abrazó diciéndole que había sido genial y que la quería con locura, Martina la besó ya con todas las de la ley; comprendiendo que había llegado el momento de hacer algo las dos juntas, Martina le propuso a Karen que podían hacerlo de nuevo pero introduciéndose cada una el pepino por un lado con lo que acabarían las dos haciendo el amor como si estuvieran penetradas simultáneamente por una especie de pene común; al principio Karen estaba un poco dudosa pero, ante la perspectiva de hacer el amor con su amiga con la que cada vez le unía un cariño mayor, acabó accediendo. Martina le introdujo el pepino de nuevo a Karen y, tumbándola de espaldas al suelo, la dejó toda desnuda con la hortaliza emergiendo de su entrepierna; mirándola con cariño, se puso a horcajadas sobre su amiga y, tumbándose poco a poco encima de ella, fue introduciéndose poco a poco el otro extremo del pepino en su vagina; los movimientos eran suaves y tranquilos, sin prisas pero sin pausa, para no romper el pepino; y cuando se lo hubo introducido por completo sus cuerpos ya estaban el uno sobre el otro rozándose, tocándose; moviéndose ligeramente empezaron a frotarse pecho con pecho y, besándose con gran amor y pasión, terminaron alcanzando un nuevo orgasmo que las dejó un buen rato rendidas y tumbadas la una en brazos de la otra. Habían hecho el amor entre ellas por primera vez en su vida y estaban muy orgullosas de ello.

Cuando terminaron de relatarnos su estreno sexual, estábamos los cuatro con la sangre en completa ebullición; y la verdad es que no era para menos, puesto que nos hallábamos los cuatro completamente desnudos en un espacio muy reducido y contando historias eróticas; dentro de mis testículos notaba una gran presión y tenían que liberarlos de la misma sin dilación; como no quería dar el espectáculo, empecé a vestirme y les dije que iba al baño para calmarme un poco puesto que ya no podía más.

Pues no eres el único –dijo Martina-; yo también estoy por las nubes, y por lo que veo estas dos no se quedan cortas; no veo por qué tienes que ir al baño; puedes aliviarte aquí mismo sin esperar a que el baño quede libre.

Sí claro, y daros el espectáculo y dejarlo todo hecho un asco –le respondí yo, sorprendido por la invitación de Martina de masturbarme allí mismo delante de ellas tres.

Míralo, ahora el chico nos ha salido tímido –dijo Isabel con una sonrisa un tanto maliciosa-; después del tiempo que llevamos ya de viaje ahora viene con tapujos.

No es cuestión de timidez –respondí yo saliendo a la defensiva-; es que una cosa es que nos desnudemos y nos besemos y la otra es masturbarme aquí en público.

Siempre hay una primera vez –dijo Karen.

Los chicos son así –continuó Martina-; de boquilla son muy echados para adelante, pero a la hora de la verdad son unos gallinas; lo que pasa es que no te atreves, lo de dejarlo todo hecho un asco es una excuas puesto que podrías usar una toalla o hacerlo dentro de tu hermanastra.

¿qué dices? –pregunté con cara de sorpresa.

Pues que si quieres aliviarte -dijo Martina "picándo" y "provocando"- y no quieres dejarlo todo hecho un asco tú e Isabel podeis hacer el amor y matais dos pájaros de un tiro ya que así os aliviarías los dos a la vez; si os atreviérais esto sería lo mejor para vosotros.

Lo que quereis es daros el lote a mi costa –les respondí yo un tanto "mosca"

La situación se estaba caldeando por momentos y, con lo revolucionadas que teníamos las hormonas sólo era cuestión de esperar un poco y alguien de nosotros podía cometer alguna locura, desde el punto de vista erótico, claro; y si he de ser sincero, ya hacía rato que tenía ganas de poder desfogarme y lo único que me hacía falta era decidirme a dar el primer paso esperando que las chicas me siguiesen; tanteando la situación, fui acariciando los muslos de Isabel mientras continuábamos la charla que habíamos iniciado sobre la conveniencia o no de desfogarnos allí mismo o ir al baño y hacerlo en solitario; parecía que la opinión general era la de hacerlo allí mismo y no esperar más, pero igual como ocurría en la fábula, todos estábamos de acuerdo pero la cuestión era saber quién le pondría el cascabel al gato; mis caricias cada vez se acercaban más a la entrepierna de Isabel y mis manos no encontraban ningún tipo de resistencia por parte de ella; una vez superadas las ingles, mis manos cayeron de lleno en su sexo y las yemas de mis dedos entraron ya sin cambalaches entre sus labios; mientras, Martina y Karen, quizás llevadas por un acto reflejo de imitación, se propinaban suaves y cálidas caricias en sendos pechos al tiempo que sus labios se rozaban mutuamente. Cuando con mis dedos pude acariciar la anatomía más íntima de Isabel me dí cuenta que ya estabahúmeda y viscosa denotando un nivel óptimo de excitación.

Esto era algo que ni por asomo me habría imaginado, ni harto de vino habría supuesto que me encontraría en tamaña situación; pero el hecho es que ahí estaba, no había vuelta de hoja, y como estaba que explotaba y necesitaba encontrar una solución urgentemente, miré a Isabel a la cara; con un ligero arqueo de las cejas recabé su opinión al respecto y obtuve la respuesta de un ligeron asentimiento de su cabeza; de nuevo arqueé las cejas, e Isabel asintió de nuevo con lo que se abría la puerta dejando el paso libre para satisfacción de todos; comprendiendo que la suerte estaba echada, me senté delante suyo a horcajadas de forma que nuestras cinturas estaban casi en contacto y podíamos respirar el aliento que exhalábamos el uno al otro; nos abrazamos y nos besamos con una gran dosis de amor y de cariño como hacía tiempo que no hacíamos; yo notaba como los pechos de Isabel presionaban el mío y sus pezones duros y firmes me llegaban a a hacer cosquillas; poco a poco me fui inclinando hacia ella hasta que, por la presión de mi cuerpo, terminamos tumbados encima del colchón y ella debajo mío; sin más tiempo que perder, Isabel agarró mi pene con la mano y se lo introdujo con celeridad en su vagina; yo ya no quise esperar más, y sin importarme que Martina y Karen estuvieran allí mirándonos, empecé a bombear elevando y bajando mi cintura; cada vez que la punta de mi miembro se frotaba por las paredes del sexo de Isabel notaba como se me aceleraba el corazón; ésta no era la primera vez que hacíamos el amor, más bien al contrario, lo hacíamos con una cierta frecuencia; peró sí que era nuestra primera vez que lo hacíamos en público, aunque sólo fuese un reducido público de dos, y el hecho de sabernos observados añadió una dosis suplementaria de morbo lo que motivó que alcanzásemos casi simultáneamente el orgasmo en una especie de estallido de fuegos artificiales.

Tanto Isabel como yo nos quedamos un rato abrazados, inmóviles, recobrando el aliento y disfrutando de cada segundo "post-orgásmico"; en un momento que me giré vi como nuestras compañeras de camarote también estaban disfrutando y no quisimos romper la magia del momento, por lo que continuamos con nuestro silencio. Al final fue Karen la primera en pronunciar alguna palabra:

Supongo que no os importará que nosotras también lo hayamos hecho; al veros a vosotros, hemos pensado que ¿por qué no disfrutábamos los cuatro?

No seais bobas –respondió Isabel- ¿cómo nos va a importar? Creo que a estas alturas es un poco absurdo que vayamos con tantos tapujos y prejuicios

En esto tienes razón –continuó Martina-; aunque haga poco tiempo que nos conocemos, creo que durante este viaje nos hemos abierto muchísimo; por mi parte me siento con una confianza con vosotros como si hiciera un montón de tiempo que nos conocemos.

Pensándolo, la situación a la que habíamos llegado no nos la habríamos ni podido imaginar cuando subimos al tren; ni por asomo habría cabido en nuestras mentes, y todo fue por el "achispamiento" de Karen con la cerveza y su obsesión por la "culebrita. Miramos a nuestro alrededor y vimos que estaba todo hecho un desastre fruto de nuestra pasión desenfrenada, y como ya hacía un buen rato que se había puesto el sol, nos pusimos a arreglarlo todo un poco para podernos ir a dormir unas horitas hasta que llegásemos a Munic, en el corazón de Baviera. Cuando lo tuvimos todo a punto de revista, los trastos ordenados, los colchones de nuevo en el suelo y todo recogido, caímos en la cuenta que el camarote olía a sexo y a sudor por lo que abrimos la ventanilla para que entrase el aire y se ventilase un poco; como nosotros también olíamos, me vestí de nuevo y fui al lavabo del tren para llenar un par de botellas de agua con las que podernos asear mínimamente; tanto a la ida como al regreso, tuve que ir sorteando mochilas, paquetes y pasajeros que se habían quedado en el pasillo al no poder disponer de plazas en los camarotes; una vez dentro, me desvestí y, con la ayuda de una toalla humedecida con el agua del lavabo nos fuímos aseando; con un beso de buenas noches nos acostamos y caímos rendidos en seguida, no sin antes haber conectado la alarma del teléfono móvil media hora antes de la llegada a la estación para que nos diese tiempo de vestirnos y de prepararnos para bajar.

Por todas las emociones pasadas nos quedamos dormidos enseguida, y a la mañana sigiente cuando sonó el despertador ninguno de los cuatro quería levantarse, pero la obligación era la obligación y debíamos de hacerlo; habíamos mantenido los colchones en el suelo y nos habíamos echado paralelos al sentido del tren, Martina y yo a los lados y Karen e Isabel en el centro; como hacía bastante calor, dormimos desnudos tal como habíamos pasado casi todo el viaje y apenas tapados con las sábanas. Poco a poco nos fuímos destapando y desperezando, menos Isabel que continuaba tumbada bajo la sábana pidiendo que la dejásemos dormir un poco más; nos sentamos con la espalda apoyada en la pared y empezamos a charlar sobre lo que íbamos a hacer durante el día, puesto que como debíamos bajar en Munic para cambiar de tren y no salíamos hasta última hora de la tarde, disponíamos de prácticamente todo el día para recorrer la ciudad.

Al final Isabel se fue despertando y, al estirarse para desperezarse hizo que la sábana resbalase por su cuerpo quedando completamente desnuda a la vista de todos; las dos chicas y yo nos quedamos mirándola fijamente como si hubiéramos visto un fantasma lo que despertó su curiosidad:

¿Se puede saber qué estais mirando tan fijamente? –preguntó Isabel; cualquiera diría que es la primera vez que me veis desnuda.

Claro que no es la primera vez que estamos desnudos –le respondió Martina-; pero me estaba fijando y estás muy bien, de verdad.

Mira, "popotitos" ya se ha despertado y está volviendo al mundo real –exclamó Karen irónicamente.

¿"Popotitos"? –preguntó Isabel-; ¿qué quieres decir con lo de "popotitos"?

¿No lo sabes? ¿no lo has oído nunca? –le inquirió Karen.

No, la verdad es que no.

Es de una canción que a mis padres les gusta mucho –explicó Karen-; es de un grupo, mexicano creo, de los años 50 ó 60 que se llamaba Enrique Guzmán y los Teen Tops; la letra habla de una chica que se llama Popotitos y que es tan delgada que cuando baila parece que se va a quebrar, cuando llueve no se moja y sus piernas son un par de palillitos.

Y cuando dijo que "sus piernas son como un par de palillitos" le pasó la mano por su muslo como corroborando sus palabras; fue un gesto absolutamente inocente al que nadie le dio importancia puesto que estaba absolutamente falto de malicia; y más aún cuando al rozar la entrepierna de Isabel Karen le pidió disculpas por ello. Nos vestimos y dejamos los colchones en su lugar evitando dejar señales de nuestras actividades nocturnas.

Ya "adecentados" y convertidos en personas "normales" bajamos del tren y fuímos paseando hasta la Glyptothek o Museo de Arqueología; puesto que íbamos a estar cerca de un més en una excavación, ¿qué mejor lugar que este museo para pasar la mañana?; la visita se nos hizo muy corta, y como se acercaba la hora de comer, preguntamos al conserje dónde había un parque en el que pudiéramos saciar nuestro apetito cómodamente tumbados en la hierba, y nos recomendó el Englisher Garten o Jardín Inglés; no nos costó nada encontrarlo, puesto que si en algo se caracteriza la ciudad de Múnic es por su buena señalización; como también nos había dicho que el parque lo cruza el río Isar y muchos muniqueses lo utilizan para bañarse, por el camino íbamos diciendo que para evitar dar el espectáculo y que nos tirasen piedras tendríamos que cambiarnos por turnos mientras dos sostenían las toallas con las que taparnos, y luego aguantarlas nosotros. Pero, para gran sorpresa nuestra, una vez en el parco nos dimos cuenta que no haría falta tanta ceremonia para cambiarnos: el parque estaba lleno de gente desnuda tomando el sol o jugando, con lo que llegamos a la conclusión que lo mejor sería seguir al pie de la letra el refrán "Allá donde fueres, haz lo que vieres".

Para Isabel y para mí no iba a ser nuestra primera experiencia nudista, pero para Karen y Martina sí, y se las notaba un poco tensas y un tanto intranquilas; por un lado estaban deseando poderse tumbar tranquilamente al sol y poderse dar un chapuzón, pero el ver que estábamos en una zona en la que la desnudez abundaba por doquier y que si permanecían con la ropa destacarían más que si estaban sin ella poco a poco fueron convenciéndose que lo mejor sería quitársela.

Pero ¿qué os pasa ahora? –les dijo Isabel-; después de lo de anoche no ireis a decir que os da apuro desnudaros.

No, si no es por vosotros –respondió Martina-, es por el resto de la gente, nos da un poco de vergüenza; además, esta semana tenía que ir a depilarme y no tuve tiempo de ir.

No seas boba –continuó Isabel-; tampoco se te nota tanto; y si no, fíjate en las chicas que hay por aquí: no es que gasten mucho en cera.

Realmente, Isabel tenía razón, puesto que las chicas que, como nosotros estaban disfrutando del día al aire libre, no se habían preocupado en exceso por la depilación; al final, terminamos los cuatro tan desnudos como la noche anterior; Karen tuvo la genial idea de hinchar una de las colchonetas de camping y en el agua jugar a los piratas, de forma que mientras dos estaban montados en ella, los dos del agua tenían que abordarlos. Como es lógico, en un juego así en el que se pugna por hundir al contrario y encaramarse a la colchoneta, las manos van que vuelan y en más de una ocasión van a parar a zona "prohibida"; varias veces pude notar un pie o una mano en mi entrepierna y también otras tantas veces como este pie y esta mano se entretenían más de la cuenta; al principio creía que era Isabel y dejaba que siguiera su curso, pero al mirarla me daba cuenta que no podía ser ella por cuanto no estaba lo suficientemente cerca; entonces, si no era ella ¿quién era? A buen seguro que Karen o Martina, pero en el fragor de la batalla no me paré a pensar de quién había sido la mano inocente, o no tan inocente; y siguiendo el hilo, dejé que mi mano fuese tan inocente, o tan poco inocente como la suya y también le dejé campo libre para actuar. Cuando al cabo de un rato de abordar la colchoneta y de ser abordados terminamos rendidos, salimos del agua y nos tumbamos en la hierba donde habíamos dejado los trastos; alguien comentó que en la batalla más de una mano inocente había salido a pasear y, al final, resultó que todos la habíamos notado y que todos habíamos hecho lo mismo, pero no le dimos más importancia y una vez secos, nos vestimos y continuamos paseando por la ciudad hasta que llegó la hora de subir al nuevo tren."

Cuando Martin terminó su relato todos nos habíamos quedado absortos oyéndolo y habíamos perdido la noción del tiempo; cuando nos dimos cuenta que ya eran casi las 3 de la madrugada sorteamos de nuevo los camarotes y nos fuímos a dormir a la espera que llegase el nuevo día; no nos preocupamos ante la posibilidad de pasar la noche solos en el barco puesto que nuestros padres, así lo creíamos, no tardarían en regresar; y si no lo hacían hasta mañana, tampoco no pasaba nada puesto que habíamos fondeado en una calita "civilizada", no muy lejos del primer pueblecito. Al repartirnos los camarotes, a María y a Juan les tocó en uno, y a Martin, Isabel y a mí en otro; al ver que Laura quedaba desparejada, y para que no durmiese sola, María le propuso que se fuera a su camarote con el crío puesto que había sito de sobras; una vez repartidos en los correspondientes camarotes, cada cual se dispuso a dormir y a descansar después de tantas emociones vividas durante el día de hoy, y más aún si se tiene en cuenta que las historias que habíamos ido contando habían ido subiendo la temperatura ambiente; ahora lo que más convenía era que las aguas volvieran a su cauce y que la calma imperase de nuevo en el velero para que pudiéramos conciliar el sueño.

Un besote a tod@s