Vacaciones en el mar (13)

Después de una sesión de pintura corporal en el barco, nuestros padres van a cenar con unos amigos dejándonos solos y...

En primer lugar quiero disculparme ante tod@s l@s lectores/as de Todorelatos por esta larga tardanza en enviar la continuación de mi relato; los estudios me robaron todo el tiempo libre, y hasta no acabar los exámenes no pude reemprender con el relato; lo que pido por favor es que no me escribais para que os mande fotos; haberlas, hailas, pero por motivos más que evidentes no las voy a mandar via Internet ni por cualquier otro medio; espero que sepais disculparme, pero ésta es la única forma de evitar que se haga un mal uso de ellas y que acaben circulando por Internet; con algun@s lectores/as hemos quedado para vernos, conocernos, ir al cine y, ¿Por qué nó? A algún centro o instalación naturista donde sí nos hemos enseñado fotografías, pero en estos casos ha sido con personas con las que nos veíamos directamente y con las que no había ninguna duda sobre la identidad.

Después de una maravillosa "sobremesa de amor" con mi hermano Juan y mi prima Isabel, estábamos todos en la cubierta de popa dibujando en unas hojas los diseños que más tarde nos aplicaríamos en la piel; bueno, lo de dibujar es un decir, porque a mí siempre se me ha dado muy mal y en mis hojas no había más que garabatos, lo que motivó el consiguiente comentario de Laura:

Hay que ver, Ingrid, con lo bien que escribes y lo poco que te sale el dibujo.

Ya lo sé -le contesté yo-; éste ha sido mi problema de siempre; me encantaría saber dibujar y escribir, así podría llevar un diario e ilustrarlo yo misma como hacían los grandes viajeros del siglo XIX.

¿por qué no haces un diario de las vacaciones y luego nos lo enseñas? –preguntó Laura.

Vale, buena idea; pero habrá cosas que no pondré.

¿Cómo cuales? –pregunto inocente mi hermano.

¿A ti que te parece? –le respondí yo; -¿acaso te gustaría que alguien se enterase como te pillamos María y yo medio desnudo ante el ordenador o las cosas que hemos hecho?

No, claro que no me gustaría –respondió un tanto tímido-; bueno, vosotros me da igual que lo sepais, pero otras personas no me gustaría que lo supiesen.

Claro, lógico –le dijo Laura-; es que un diario así no hay por qué enseñarlo a nadie que no sea como nosotros.

¿A que te refieres? –interrogó Martin.

Pues a personas que tengan el mismo concepto del amor y de la sexualidad que tenemos nosotros y que no se escandalice si se mantienen relaciones entre personas de la misma familia.

A continuación Laura nos dijo que un diario así no había porque hacerlo público, y que si deseaba que otras personas lo pudiesen leer había algunas páginas de Internet dedicadas a ello. Al final acordamos que cada día escribiría un poquito y lo enseñaría a los otros para ver si estaban de acuerdo. Mientras me desesperaba por lo mal que me salían los dibujos, le iba dando vueltas a lo que había dicho Laura sobre el diario y le pregunté cómo eran estas páginas, qué tipo de gente las leías, y cosas así. Con un "Ay, pillina", me contestó con una dulce sonrisa de sus labios y me contestó que sólo conocía una, "Todorelatos.com". Me dijo que, en contra de lo que pudiera parecer a simple vista, los lectores de estas páginas solían ser personas de lo más normal y cotidiano y que las unía el hecho de no considerar el desarrollo de la sexualidad como algo pecaminoso. Y como prueba se puso a ella misma y a su ex, con el cual leía a menudo algunas de los textos que se mandaban y en cuyo chat habían participado alguna vez. Me contó que alguna vez habían mantenido alguna sesión de sexo virtual con alguno de los miembros y que les había gustado.

Al cabo de un rato que se me hizo eterno, se acercó mi tía con los pinceles y las pinturas especiales para empezar la sesión de "body painting". Como era un tanto difícil pintarse una misma, quedamos en hacerlo por parejas; María le preguntó a Martin si quería que lo pintase a lo que él le respondió que sí; esto me dio qué pensar y no hizo más que confirmar lo que ya hacía unos días que sospechaba: entre ellos estaba naciendo una buena amistad; como sabía que Juan e Isabel se caían muy bien, le dije a Laura si me pintaba y, mientras, continuaba explicándome lo del diario. En realidad, lo del diario era una simple excusa para que mi hermano pudiera estar con Isabel. María, Juan y yo nos tumbamos en el suelo para que nuestras respectivas parejas nos utilizasen como unos lienzos. Mientras los seis nos disponíamos a pintarnos, nuestros padres y tíos, según el caso, nos dijeron que con la zodiac suplementaria se iban al pueblo para comprar las provisiones para preparar la fiesta de celebración del 18 cumpleaños de los gemelos Martin e Isabel.

Al principio, cuando Laura empezó a pintarme me entró un ataque de risa por las cosquillas que los pinceles me hacían al pasar por mi desnuda piel. Para que la pintura se repartiese bien, la piel tenía que estar tensa y Laura mantenía tersa la piel con una mano al mismo tiempo que con la otra iba pintando mi cuerpo. En teoría, la mano mantenía tersa mi piel, pero en la práctica, me daba cuenta como Laura me hacía alguna caricia o deslizaba alguno de sus dedos por mi sexo.

De reojo miraba al resto del grupo, y veía como María e Isabel habían conseguido que sus respectivos lienzos, Martin y Juan, estuviesen con sus penes a punto de reventar por la erección que les habían provocado las continuadas y repetidas caricias, y el contacto de su desnuda piel con los pinceles. Aunque nuestros padres nos hubiesen, en cierta forma, dado permiso para ello, las respectivas "pintoras" contenían sus ansias por sentarse encima de aquellos dos trozos de carne y notarlos dentro de sí mismas; supongo que el saber que nuestros mayores estaban por allí cerca evitaba que se lanzaran al ataque; pero ¿qué habría pasado si hubiésemos estado los hijos solos?

Al final conseguimos estar tod@s pintad@s y empezó la fiesta; en la cubierta habían dispuesto unas bandejas con canapés, patatas fritas, embutido, queso cortado y bebidas; en una palabra, un aperitivo con todas las de la ley; cada vez que miraba a mi alrededor se me hacía un tanto extraño vernos a tod@s con nuestros cuerpos semidesnudos con la mayor naturalidad del mundo compartiendo el aperitivo, confidencias y bailes. Semidesnudos, porque a pesar de no llevar ni un ápice de ropa, nuestra piel estaba toda cubierta por una ténue capa de pintura que mitigaba nuestras curvas y nuestros relieves más íntimos.

Cuando ya llevábamos un buen rato, mi padre dijo que habían quedado a cenar con unos amigos, que nos dejaban disfrutando de la fiesta y que no los esperásemos puesto que se iban a quedar a dormir en casa de sus amigos. Antes de marcharse, previa ducha y vestido, claro está, mi tío dijo que para acabar de celebrar los 18 años de Martin e Isabel había que hacer el bautizo del marinero; nos contó que, tiempo atrás, cuando los marineros doblaban por vez primera el cabo de Hornos, ya se consideraban unos auténticos lobos de mar y entonces ya podían orinar por la borda a barlovento. Y precisamente esto ero lo que debían de hacer los dos homenajeados para completar su "bautizo del mar" y entrar en su mayoría de edad. El primero en hacerlo fue Martin; bajo la mirada de todo el grupo, se fue acercando a la borda; cuando estuvo ante la misma, con dos dedos se cogió su pene y, apuntando al inmenso mar, aflojó los músculos de su vejiga intentando orinar a barlovento. Lo miraba y me daba cuenta que le costaba un poco conseguirlo, supongo que porque ya lo había hecho poco antes. Mientras, lo veía ahí, con su pene apuntando al azul mar, me acordaba como unos años atrás, en aquellas Navidades que pasé en Suiza, empezamos a jugar inocentemente a las prendas en la piscina, como él fue el primero en mostrarse desnudo, en como le acariciamos su miembro cuando vimos que se le ponía duro, y como una tarde al lado de la chimenea encendida a este magnífico trozo de carne le entregué mi virginidad. Al final, después de un cierto esfuerzo lo consiguió y, ante los aplausos de todo el grupo, vimos como un arco de líquido amarillento salía del extremo de su miembro para ir a caer en medio del mar formando una serie de ondas concéntricas.

Una vez finalizado con su "bautizo del mar", Martin se retiró de la borda; ahora le tocaba el turno a Isabel; si bien en el caso de su hermano todo había sido relativamente fácil, en el caso de ella había una complicación "técnica" evidente: para poder orinar a barlovento por la borda tenía que agacharse; para que pudiese realizar la operación sin ningún peligro tuvimos que ayudarla a mantener el equilibrio; para evitar males mayores, entre su hermano y yo la levantamos en volandas y la sentamos en la borda sosteniéndola para que no cayese hacia atrás y se golpease con el casco; la imagen provocó la risa general al vernos así a los tres, pero especialmente en mi hermano Juan; como ya he dicho anteriormente, entre él e Isabel había una atracción mutua y cuando la vio en esta postura, sentada ante él le vino la reacción física lógica del momento. Al final, Isabel también recibió su "bautizo del mar" y después de recibir los aplausos y felicitaciones de todos nosotros, adoptó de nuevo la posición bípeda y continuamos la fiesta.

Llegó un momento en que nuestros padres bajaron a sus camarotes para vestirse y, antes de subir al bote para ir a la cita con sus amigos, mi padre nos dijo:

Continuad la fiesta y divertiros, pero vigilad y no hagáis tonterías ni nada de lo que más tarde os podáis arrepentir.

.No os preocupéis –le respondí-, que regresaremos los mismos que hemos venido y la tripulación no aumentará.

Bueno –continuó él-, me alegro que así sea.

Con estas palabras, me dieron a entender que, en cierta forma, teníamos "carta blanca" para actuar a nuestras anchas, pero tomando las consabidas precauciones. Nuestros padres subieron a la barca auxiliar y, con el motor en marcha fueron alejándose poco a poco. Continuamos bailando y cuando los pies nos empezaban a doler de tanto bailoteo decidimos que lo mejor era tomarnos un merecido descanso.

Para evitar manchar la ropa, nos duchamos por turnos; nos fuimos a popa y mientras uno se duchaba, otro le iba tirando agua por encima con la ayuda de un cubo; como también nos habíamos pintado por la espalda, necesitábamos un poco de ayuda para quitarnos toda la pintura, con lo que decidimos ducharnos de dos en dos. Como no podía ser de otra forma, Juan se emparejó con Isabel, Martin con Maria y yo con Laura. Al principio eran unas "duchas" de lo más inocente, hasta que alguien propuso que, para evitar el tener que izar tantos cubos de agua, dos podían ponerse bajo el agua mientras un tercero les vaciaba el cubo por encima. Todos estuvimos de acuerdo, y lo inevitable, lo que tenía que pasar pasó. Entre frote y frote, en más de una ocasión se nos fue la mano y acabamos tocando "aquello que no suena". Al principio era de una forma bastante disimulada y tenue, hasta que, si mal no recuerdo, Juan e Isabel rompieron el hielo. Con la excusa de frotarse la espalda, se abrazaron y quedaron así entrelazados bajo los cubos de agua que les caían. Al principio creíamos que no era más que una broma, un juego, pero al darnos cuenta que iban en serio nos quedamos un tanto sorprendidos. La sorpresa no venía tanto por el hecho en sí, sino por estar ante nosotros, a la vista de todos. Además, ya antes habíamos hecho cosas así, casi me atrevería a decir todos con todos; pero uno cosa era hacerlo en la intimidad del dormitorio, máximo con otra persona junto a nosotros, y la otra era hacerlo ante todos.

Al final, todos quedamos bien limpios de pintura, y sentados en cubierta nos pusimos a charlar hasta que Laura propuso derivar la conversación hacia temas más "picantes"; la idea que por turnos fuésemos preguntando a alguien del grupo sobre cómo había sido su primera vez, con quien había sido, etc. En una de estas, Laura se levantó para ir a buscar al bebé y, sentándose de nuevo en el grupo, empezó a darle el pecho. Continuamos charlando hasta que Laura vio como Juan la estaba mirando con un cierto disimulo y le preguntó a mi hermano:

¿Qué miras tan fijamente?

No nada –contestó él un poco turbado-, es que nunca me había fijado en cómo los bebés toman la leche.

No te preocupes bobo –respondió Laura intentando quitar hierro al asunto-, es normal que no te hayas fijado porque habitualmente las mujeres se ocultan de ello, cuando tendría que ser lo más natural del mundo. Además, tú también lo hiciste.

Sí, ya lo sé; bueno, lo supongo, porque esto era cundo yo no tenía aún el año.

Pues si quieres, cuando el crío acabe te dejo probar.

De nuevo vino la sorpresa, puesto que las palabras de Laura no implicaban sólo el verla como amamantaba a su hijo, sino que comportaban un permiso a Juan para que probase la leche materna. El caso es que no le prestamos el menor caso, hasta que cuando ya había pasado un rato que el niño ya había "cenado", Isabel intervino dirigiéndose a Juan:

¿No querías probar? ¿a qué esperas?

Bueno…sí…., no sé; respondió Juan un tanto ruborizado

No me irás a decir que ahora no te atreves –continuó presionándole Isabel.

Claro que me atrevo –respondió él haciéndose el valiente.

Ante tal situación, todos creíamos que acabaría en un mero juego de provocación; hasta que Laura se acercó a él y, ofreciéndole su pecho, le dijo que si quería probar, no se lo tenía que pensar dos veces. En este momento Juan demostraba más vergüenza que la propia Laura y no acababa de decidirse. Supongo que el hecho de estar delante de todos le cohibía más, puesto que no era el primer pecho que besaba o chupaba, ya que con anterioridad lo había hecho otras veces durante estos días; pero, hasta ahora, no lo había hecho con público delante. Viéndolo que estaba en un quiero y no puedo, me adelanté a él y le dije:

Ya que tienes tanta vergüenza y no te decides, voy a probar yo.

Y ante la sorpresa de todos, me acerqué a Laura, me senté frente a ella y, poniendo mis labios a la altura de su pecho, los fui acercando hasta que llegué a poder besar sus pezones. Ahora, delante de mí, tenía estos pechos que ya había acariciado y besado hace unos años en Suiza; pero ahora se trataba de chuparlos como si fuese un bebé; me daba cuenta que el hecho de tener que hacerlo me cohibía un tanto, pero no quería pasar por una estrecha y me decidí a chuparlos como antes había hecho el crío; el principio me costaba un poco, pero enseguida le cogí el tranquillo y noté como del pecho de Laura salía leche; al tiempo que con mis labios succionaba, con la lengua recorría la suave piel de sus senos; al probar la leche tuve una extraña sensación, por un lado estaba la leche calentita (nunca me ha gustado la leche caliente, e incluso en invierno la tomo fría), pero por el otro estaba el poder besar el pecho de Laura, lo que me proporcionaba una muy agradable sensación y provocaba que me fuese excitando progresivamente.

¡Ingrid, no seas tan egoísta y deja algo para los demás!

Quien así "protestaba" era Isabel; el siguiente en probar fue quien debía de haberlo hecho en primer lugar, mi hermano Juan. Cuando me reincorporé, me preguntaron qué se notaba, qué sensación se tenía, y otras preguntas por el estilo. Lo mejor que pude, intenté explicárselo, pero al final les dije que lo mejor que podían hacer era probarlo por sí mismos. Todos fuimo probando los pechos de Laura, más cohibidos o menos cohibidos, pero al final todos con una agradable sensación y con la temperatura ambiente subiendo por momentos.

Cuando todos hubimos recordado nuestra más tierna infancia, Juan dijo que era una lástima que sólo Laura tuviese un crío puesto que no lo había podido probar. Todos nos sorprendimos por su intervención; no estaba exenta de razón, pero lo que más me sorprendió fuera que hubiera salido de mi hermano, puesto que hasta hace pocos días lo veía como el molesto hermano pequeño y, en cambio, ahora me daba cuenta que se estaba convirtiendo en todo un hombrecito.

Por mi no hay problema –dijo Laura-; pero si queréis, podemos hacer una cosa; después de probar un pecho con leche, podemos probar uno sin; si quieren, y están de acuerdo, Ingrid, Isabel y María se pueden tumbar en la cubierta y dejar que las vayamos probando.

No hubo ninguna objeción al respecto y a todos nos pareció bien la idea; yo me tumbé en medio de ellas dos, y mientras Juan, Martin y Laura decidían quien empezaba primero, me estaba dando cuenta del rumbo que estaban tomando los acontecimientos. Lo que había empezado con la mirada de mi hermano Juan de Laura amamantando estaba provocando que nos fuésemos excitando y no sabíamos hasta donde podíamos llegar; la situación me estaba gustando y para mis adentros me decía que no me importaba lo que pudiese pasar y que estaba dispuesta llegar hasta el final, aunque no supiese dónde estaba este final.

Ya que estáis tan indecisos, yo ya empiezo –dijo Laura.

Se puso delante de mí e inclinando su cuerpo, lo fue acercando hasta el mío; poco a poco fue tumbándose encima mío. Yo creía morirme de placer; en este momento recordé como hace unos tres años, en Suiza, también habíamos estado más o menos así; pero entonces, sólo nos habíamos dado algún besito inocente en el pecho y, por lo que parecía, ahora iba a ser una chupadita con todas las de la ley; Al principio fueron unos lametones un tanto tímidos, pero poco a poco se fue animando hasta que se dejó llevar por su inspiración; estaba sumida en una gran sensación de placer e intentaba un tanto disimularlo, pero cuando vi que ya no era la única que estaba así, decidí liberarme de las trabas que me atenazaban y no pude reprimir algún quejido de placer. No podía más, y mis manos empezaron a acariciar el cuerpo de Laura centrándome básicamente en sus pechos. Estaba a punto de llegar a una explosión de placer cuando alguien gritó: "Cambio de parejas". Como si se tratase de un baile fuimos intercambiándonos; mi última "pareja" fue mi hermano Juan que, como todos, mostraba un alto grado de excitación, claramente visible en su pene duro y erecto como el mástil del velero. Se tumbó encima mío y, guiñándonos un ojo en señal de complicidad, empezó a chuparme el pecho. Como hice anteriormente con Laura, yo lo fui acariciando, especialmente su pene.

Ya llevábamos un buen rato así cuando Laura, tuvo una idea para rebajar un poco la "temperatura" ambiente sin dejar de pasárnoslo bien.

¡Eh, chicos! ¿por qué no cambiamos un poco de juego antes de que esto vaya a más?

La verdad sea dicha, a nadie le habría importado en demasía que todo hubiera ido a más, puesto que no habría sido la primera vez que entre nosotros habíamos hecho el amor; a todos nos pareció buena la idea, todos estábamos de acuerdo en cambiar un poco y, además no sabíamos cuando iban a llegar nuestros padres y no queríamos que nos pillasen con las manos en la masa…o en algún otro sitio. Laura nos dijo que cuando iba al instituto, en clase de literatura habían estudiado el libro de "El Decamerón"; era una obra escrita en la Italia renacentista en la que un grupo de amigos, para escapar de una epidemia de peste, huyen a una casa en el campo y amenizan las veladas contando cuentos e historias un poco "picantes". Sugirió que nosotros podríamos hacer lo mismo y contar historias, pero con la diferencia de que las nuestras fuesen vividas por nosotros mismos-

Un besote muy grande a todos los amigos y amigas de amor filial.