Vacaciones en el mar (12)

Continúa la navegación y, después de una noche un tanto agitada, subo a cubierta donde estamos un rato mi padre y yo disfrutando desnudos de la brisa matutina, y después de comer mi hermano y yo tenemos una sobremesa muy animada.

No sé cuánto tiempo llevaba en la cama, cuando empecé a despertarme; estaba medio aletargada, con los párpados aún pegados a mis ojos, y con la cabeza un tanto confusa. Me daba perfecta cuenta que mi cerebro emitía la orden de levantarme, pero que ésta tardaba mucho en llegar a los pies; en cuanto mis ojos se fueron acostumbrando a la penumbra de la noche y asimilaron la leve luz de la luna que se filtraba a través de las escotillas, y vi a Juan y a Isabel; ya lo vi todo un poco más claro; estábamos los tres completamente desnudos, y mi hermano se había quedado dormido acurrucado al lado de Isabel con su brazo pasado alrededor del cuerpo de ella. Enseguida comprendí que los recuerdos de una noche de amor que flotaban por encima de mi cabeza no correspondían al mundo de los sueños, sino al de la realidad. Eran muchas emociones juntas en un solo día: el gran secreto que nos habían confesado nuestros padres, el haber iniciado un periplo de navegación nudista en el que nuestros padres no sólo nos permitían despojarnos de todas las ropas sino que además nos decían que el amor y el erotismo cuando se lleva de una forma sana y honesta no tiene porque estar prohibido. Lo que más nos sorprendió de todo ello fue que incluso decían que si se mantiene entre la familia y es aceptado por ambas partes no tiene porque ser malo, más bien al contrario, si es libre y sincero es la sublimación de un cariño y de una estimación. Todo ello y, ¿por qué no decirlo?, la maravillosa noche de amor que pasamos Isabel, mi hermano y yo hacían que me costase dormir, por lo que decidí subir a cubierta para que me diese un poco el aire.

Aunque desde que nos habíamos desprendido de todas nuestras ropas convivíamos en una absoluta desnudez, aún no me acababa de acostumbrar a ello, por lo que me anudé un pareo de algodón a la cintura y subí a cubierta. Pensé que, aunque en un principio me cubriese de cintura hacia abajo, si refrescaba un poco, siempre podría taparme un poco. En cubierta sólo estaba mi padre haciendo su turno de guardia, y, un tanto sorprendido por mi presencia a altas horas de la madrugada, me saludó con un gesto de la mano y me indicó que me sentase a su lado. Mi primera reacción fue la de taparme el pecho con las manos y regresar al camarote, pero mi padre me dijo que no tuviera tanto reparo.

Anda, ven y no seas boba. ¿de que te ocultas? Si ayer estuvimos un montón de rato desnudos hasta acostarnos y parecía no importaros para nada.

Ya lo sé, papà, pero es que no acabo de acostumbrarme a estar desnuda delante de ti.

Mira que eres; si te he visto desnuda un montón de veces.

Si, lo sé, pero de esto hace ya un montón de tiempo, y ahora ya no soy ninguna niña.

Salta a la vista que mi niña ya se ha hecho toda una mujer.

Para, para, que harás que me suban los colores.

Ven, que no me voy a comer a nadie. Ven y siéntate a mi lado.

Enseguida se disiparon mis temores; evidentemente, sabía que nada malo podía pasarme, pero aún me cohibía un poco que mi padre me viera desnuda, o semidesnuda. Bajé los brazos y me dirigí hacia el banco donde él estaba y me senté a su lado. Al principio me senté, junto a él pero dejando un palmo entre ambos como si rehuyese en cierta forma el contacto con su piel. Pero esto fue sólo al principio, puesto que poco a poco me fui acercando hasta quedar hombro con hombro. Continuamos charlando de las vacaciones, de los estudios, de todo en general y de nada en concreto a la vez. En un momento dado, mi padre me pasó cariñosamente su brazo por mi hombro haciéndome una leve caricia en el mismo. Un ligero escalofrío de satisfacción recorrió mi cuerpo y en gesto natural y espontáneo. Apoyé mi cabeza en su hombro al mismo tiempo que doblando las rodillas hacia arriba me acurrucaba contra él. En este momento noté como la suave brisa marina acariciaba mi piel desnuda; poco me importaba que refrescase ligeramente; poco me importaba que al acurrucarme y apoyarme en él mi pecho rozase ligeramente su piel; poco me importaba estar sólos ante la inmensidad del mar, sólos exceptuando al resto que estaban en sus camarotes; poco me importaba todo ello porqué allí estaba mi padre, junto a mí, rodeándome con su brazo protector; poco me importaba que ambos estuviésemos desnudos el uno junto al otro, puesto que no lo veía sólo como un hombre, sino que lo veía como mi padre.

Papà; ¿sabes una cosa? Aparte de la lógica sorpresa, me ha gustado mucho oir vuestro secreto.

¿A sí? –me preguntó él-; ¿y por qué?

Pues porque me doy cuenta que al habernos contado vuestro secreto demostráis que confiáis mucho en nosotros como para decirnos algo así.

Siempre hemos confiado en vosotros; si no fuera así, mal iríamos como familia si no estuviésemos seguros de nuestros hijos. Pero tenéis que tener en cuenta el por qué tardamos tanto en deciroslo. Al principio no nos fueron muy bien las cosas con los trabajos y nos costaba llegar a final de mes. Por suerte, encontré este trabajo nuevo y desde hace unos pocos años la suerte nos ha empezado a sonreir. No queremos que os falte de nada, y como en el trabajo son tan estrictos y tan conservadores en cuanto a las normas, hemos tenido que guardar las apariencias.

Y ¿por esto nos llevábais a escuelas tan estrictas y a internados? –le pregunté.

Sí, pequeñaja; por vosotros teníamos que aparentar formar parte de su mismo ambiente, aunque ello nos sentara como una patada en el estómago. Por vosotros todo esfuerzo y sacrificio que hagamos es poco.

Gracias papá; eres un sol; bueno, tú y mamá.

En este momento yo me sentía en la gloria. Por un momento me daba cuenta que las barreras que pudiera haber entre ambos se estaban cayendo al suelo, y estaba naciendo entre nosotros una gran confianza que nos permitía, no ya sólo estar ambos desnudos el uno junto al otro, sino hablar y sincerarnos sobre nuestros pensamientos y sobre nuestras intimidades. En poquísimo tiempo habíamos avanzado mucho, y me alegraba de ello: Me di cuenta enseguida que me había llamado "pequeñaza", algo que hacía mucho que no me decía.

Papà, ¿te has dado cuenta que me has llamado pequeñaza? –le pregunté.

Sí, claro; aunque ya seas toda una mujer, para mí siempre serás mi hija pequeña.

Puedo entender que no os importe que vayamos todo el día desnudos, pero que hagamos el amor entre nosotros ya me cuesta más. ¿no es malo?

Malo, no, hija; siempre que los dos estéis de acuerdo y lo hagáis de una forma libre y honesta. Nosotros preferimos llamarlo amor y no sexo a secas;

Pero ¿no es lo mismo? –le pregunté yo-

El hecho en sí, si que lo és; pero la diferencia es que con el amor priman los sentimientos y es como la sublimación de los mismos.

La teoría sí que la comprendo, pero la práctica, no sé; se me hace un poco difícil que no os importa que hagamos el amor entre nosotros.

Es normal que te cueste entenderlo, puesto que aún hay muchos tabúes ridículos en torno a esto. Además, a tu madre y a mí nos alegra saber que nuestros hijos se quieren lo suficiente como para demostrar su cariño de hermanos haciendo el amor.

Pero ¿de verdad no os importaría que Juan y yo lo hiciéramos?

Claro que no, Ingrid; tarde o temprano tu hermano tendrá que "estrenarse" y, ¿quién mejor que su hermana para hacerlo?. De esta forma es seguro que tú no lo engañarás ni harás nada que le perjudique.

Claro que no, papá –le dije-; yo nunca haría nada que pudiera perjudicarle. Eh… ¿puedo contarte un secreto?

Dada la confianza que estaba naciendo entre nosotros, y puesto que ellos nos habían hecho la gran revelación de ayer, yo sentía la necesidad de contarle como me inicié en Suiza y como hice el amor por primera vez con Juan, mi hermano. Además de una necesidad, también me sentía un poco en el deber de hacerlo, dada la sinceridad con la que ellos nos contaron su secreto. Empecé contándole como hace unos años en Suiza pasó lo que pasó, y como con María unos días atrás sorprendimos a Juan con el pantalón bajado y como llegamos a hacer el amor. Todo el rato mi padre escuchaba con atención como yo, aún acurrucada junto a él y con la cabeza apoyada en su hombre yo me iba "confesando" con él; la situación habría sido impensable hace poco, y, en cambio, ahora estábamos los dos sincerándonos, abriéndonos nuestro corazón como nunca antes habíamos hecho; mientras, en un gesto de cariño, él me iba haciendo suaves caricias en mis mejillas y esta reacción suya no dejó de sorprenderme, puesto que nunca antes lo había visto así, o al menos no lo recordaba.

Papá, ¿sabes que me encuentro muy a gusto ahora?

No, hija, pero no me cuesta nada imaginarlo.

¿por qué lo dices?

Pues por como te has ido acurrucando y como me has abierto tu corazón.

Es verdad, hasta ahora nunca me había atrevido; siempre os había visto como muy distantes y envidiaba a mis amigas por tener unos padres abiertos y con los que se sinceraban sus sentimientos más profundos. Pero hoy he visto que me equivocaba por completo.

A nosotros nos pasaba lo mismo; ya hace tiempo que queríamos hablar con vosotros, sincerarnos y que nos viérais como realmente somos; y la verdad es que, a pesar que nos costó un montón dar el primer paso, estamos muy contentos por haberlo dado.

Yo también estoy muy orgullosa papà; acabo de ver que sois como los padres que siempre había envidiado en mis amigas; estoy muy orgullosa con vosotros y de vosotros.

Justo acabé de decirle esto, me levanté, y, sentándome encima de sus piernas, lo abracé y lo besé cariñosamente en los labios; diciéndole un "papá, te quiero mucho", despegué mis labios de los suyos y continué en la misma postura pero con la cabeza apoyada en su hombro. Mis brazos estaban alrededor de su cuello abrazándolo con todo el cariño que una hija pueda darle a su padre. De repente me di cuenta que mis senos estaban aprisionados sobre su pecho y que, al estar sentada encima de él, su pene estaba en contacto con mi sexo, puesto que ambos sólo estábamos separados por la suave tela del pañuelo que me envolvía la cintura. En este momento me asaltó una enorme duda: ¿se daba cuenta mi padre de la situación en la que nos encontrábamos? Y de ser así ¿sería correcto estar como estábamos? Yo no creía que fuese demasiado correcto que un padre y una hija pudiesen estar así, aunque por otro lado nos habían dicho que entre familia, y si ambas partes consentían en ello, no había nada malo. Yo no pensaba en mantener relaciones con él, sino que permanecía sentada sobre sus piernas, acurrucada sobre su pecho y con mi cabeza en su hombro. Ya sé que por mi edad no me correspondería demasiado estar así, pero allí en alta mar, acurrucada en brazos de mi padre me sentía en la gloria. Las barreras que hasta este momento se habían interpuesto entre los dos habían saltado por los aires hechas mil pedazos, y este abrazo me transmitía todo el cariño y el afecto que hasta hoy mi padre se había contendido para, tal como nos dijo, salvar las apariencias.

En este momento tenía la mente totalmente en blanco, y mi única intención era disfrutar al máximo del abrazo paterno mecidos ambos por el suave vaivén de las olas del mar. Pero cuando más feliz estaba, mi padre se incorporó ligeramente y separando mi cuerpo del suyo me dijo:

Mejor que no estemos así.

Su respuesta me sorprendió mucho, puesto que en parte ahora me veía rechazada y tenía que renunciar a su abrazo protector. También me incorporé, y levantando la cabeza lo miré fijamente y, poniéndole su mano en mi pecho desnudo le pregunté si me encontraba fea, y me respondió que no; me levanté, y dejando caer al suelo el pañuelo que me cubría de cintura para abajo me mostré completamente desnuda ante él dejando que los rayos de la luna llena iluminasen mi cuerpo, al tiempo que le pregunté si no le gustaba, a lo que él me respondió:

Claro que me gustas, Ingrid. Estás muy bien, y cualquier hombre estaría muy orgulloso de poder estar contigo.

Entonces…-le pregunté yo-, ¿por qué has dicho que es mejor que no estemos así?

Los dos estamos desnudos, y tal como estábamos era muy fácil que hubiera algún contacto no deseado.

¿A qué te refieres con contacto no deseado? ¿a una penetración?

Sí, hija, a esto me refiero. Aunque los dos ya seamos adultos, no creo que sea demasiado correcto que unos padres tengan relaciones con sus hijos.

Cuando yo te estaba abrazando no pensaba en esto; pero, ayer no nos dijisteis que si es entre la familia y los dos están de acuerdo no pasa nada?

Es cierto que os lo dijimos; y antes ya lo habíamos hablado con tus tíos; cuando preparábamos este viaje y decidimos que os contaríamos nuestro secreto sabíamos que tarde o temprano surgiría el tema de las relaciones de nosotros con vosotros; tanto tu madre y yo como ellos dos, estábamos de acuerdo en que si queríais entre vosotros no nos importaba pero con nosotros ya sería harina de otro costal y no lo veíamos correcto; no nos preguntéis el porqué, pero no lo acabamos de ver claro.

Yo tampoco pretendía hacer el amor contigo, simplemente estaba acurrucada.

Ya lo sé, Ingrid; pero estando como estábamos era muy fácil que una cosa llevase a otra..

Ya te entiendo; entonces, por lo que dices, ¿no os importa en absoluto que tengamos relaciones entre nosotros?

Claro que no; ya os lo dijimos ayer, ni entre vosotros…ni entre vosotras, como esta noche.

¿qué quieres decir con esto, papà?

Pues que esta noche, mientras estaba de guardia, he oído como en el camarote de proa os los estabais pasando muy bien, y a juzgar por los ruídos ninguno se quedó al margen.

Lo siento si os molestamos con el ruido, pero nos pusimos a charlar, nos animamos y pasó lo que pasó.

No tienes porqué disculparte, ya sabes lo que opinamos cuando las relaciones son consentidas por ambos.

Papá, te adoro; lástima no haberos descubierto antes.

Le di un beso en la mejilla y volví a sentarme a su lado apoyando la cabeza en su hombro y dejando que él pasase su brazo protector alrededor de mi cuello. En mi interior notaba como esta conversación me había dejado muy aliviada. Habíamos hablado de las relaciones sexuales padres-hijos y no había pasado nada, veladamente le había reconocido que había mantenido relaciones con mi hermano y no había dicho nada, incluso le había reconocido haberlas mantenido con Isabel y no se había enojado para nada. Estaba muy orgullosa y muy contenta porqué había descubierto un padre nuevo; bueno, más que un padre nuevo, una faceta nueva de él, y era una faceta que me gustaba muchísimo más que la de antes, puesto que ahora me veía muchísimo más capaz de hablar con él, de sincerarme, de exponerle mis problemas hablándole de tú a tú sin el impedimento de las habituales barreras entre padres e hijos.

Cuando amainó la brisa hasta desaparecer casi por completo, empezó a notarse más el calor y le comenté que me apetecería muchísimo tomar un baño nocturno a la luz de la luna llena; me dijo que lo encontraba perfecto, puesto que si me bañaba y nadaba un rato me relajaría y podría regresar de nuevo a la cama para continuar durmiendo. Antes, pero, puso el barco al pairo y encendió la luz de babor aconsejándome que no me alejase de la zona iluminada, puesto que en el mar las distancias enseguida aumentan considerablemente. Me desprendí de mi pareo y se lo dí a mi padre para que lo tuviese mientras me bañaba y no se lo llevase el viento; con paso firme me dirigí a babor y encaramándome a la barandilla me tiré de cabeza al agua; el contacto con el frio elemento sacudió mi cuerpo de la cabeza a los pies, y cuando el mar hubo amortiguado mi caída, emergí y empecé a nadar con brazadas suave recorriendo la longitud del velero; dada su corta eslora, es fácil imaginar que con pocas brazadas llegaba de popa a proa y viceversa; cuando ya llevaba unos largos, me tumbé de espaldas con los brazos en cruz; el agua estaba perfecta e invitaba a permanecer en ella para largo tiempo dejando que las suaves olas acariciasen mi desnuda piel.

Mirando hacia la borda vi como asomaba la cabeza de mi padre indicándome que fuese saliendo si no quería que mi piel quedase arrugada como una uva pasa; me hizo gracia la comparación y, agarrándome a la escalerilla, fui subiendo hasta llegar a cubierta; en la bañera de popa había un grifo de agua dulce con lo que llené un cubo y, más o menos, pude irme quitando la sal del mar. Mientras yo estaba en el agua se había levantado una ligera brisa que me hizo temblar en cuanto la noté en mi piel; por suerte había una toalla al lado del timón y, sin importarme de quien fuese me envolví con ella. A pesar de ello continuaba titiritando, puesto que al taparme lo único que conseguía era condensar el agua encima de mi piel. Igual como hacía cuando era pequeña, se me acercó, y, cogiendo la toalla con ambas manos empezó a frotarme todo el cuerpo mientras decía: "Nunca cambiarás, hija; sigues sin secarte y sólo te tapas con la toalla"; mientras me frotaba, poco me importaba notar el contacto de sus manos con mi cuerpo a través de la toalla; evidentemente que notaba sus manos subiendo por mis piernas, evidentemente que notaba como sus manos secaban suavemente mi pecho, pero en este momento no éramos un hombre y una mujer desnudos, sino un padre secando a su hija.

Una vez estuve bien seca, abracé de nuevo a mi padre, le dí las gracias por ser tan bueno con nosotros, por haber facilitado que se rompiesen las barreras que nos separaban y por habernos regalado con unas vacaciones que, por el momento, estaban siendo muy prometedoras. Con el pañuelo en la mano, y esta vez sin cubrirme la cintura, bajé las escalerillas y me dirigí hacia nuestro camarote. La conversación con mi padre me dejó muy contenta y feliz, y el baño nocturno muy relajada; así, con la sonrisa en la cara, entré al camarote y vi a mi hermano y a Isabel tal como los había dejado cuando subí a cubierta; los dos continuaban desnudos, pero Juan se había acurrucado arrimándose al cuerpo desnudo de Isabel al tiempo que, en un gesto de puro cariño, le había puesto su mano semiabierta en el pecho desnudo de nuestra prima. Ante la ternura de esta imagen, no pude por menos que esbozar una sonrisa; dándoles un suave beso en la mejilla, me acosté y poco a poco me fui quedando dormida, mientras por mi cabeza se sucedían las imágenes de todo lo habíamos vivido tan intensamente estos días.

Los días se sucedieron, y durante la semana que estuvimos anclados en una calita de Formentera, no ocurrió nada en especial digno de mención más allá de alguna caricia o beso inocente. Fueron unos días de descanso y de relax total, durante los cuales me fui dando cuenta de un cierto acercamiento entre mi primo Martin y María. Este acercamiento se hizo más claro y patente el día en que mis padres y mis tíos habían organizado una especie de fiesta para celebrar los 18 años de Martin e Isabel. La primera sorpresa vino cuando mi tío se presentó en cubierta con unos tarros de crema hidratante, unos pinceles y unas pinturas. Todos estuvimos un tanto intrigados hasta que él nos lo explicó: para la fiesta de aniversario de mis primos haríamos una especie de Carnaval, pero, en vez de disfrazarnos nos pintaríamos. Al principio, no lo acabamos de entender, hasta que él nos explicó que el "body painting" consistía en pintarse o maquillarse el cuerpo desnudo; la idea nos pareció un tanto extraña, puesto que, a pesar de haberlo visto alguna vez en algún programa de televisión, no nos imaginábamos que en algún momento lo llegaríamos a experimentar nosotros mismos.

Después del baño matutino y del posterior almuerzo, aprovechamos el intenso calor reinante de primera hora de la tarde para esbozar en unas hojas de papel los diseños que nos haríamos. Para evitar que la pintura nos irritase la piel, antes deberíamos aplicarnos una capa de crema hidratante y, cuando nuestra piel ya la hubiese absorbido, podríamos ya empezar a utilizar los pinceles y las pinturas especiales que no resbalaban a pesar de la crema aplicada. Como la crema tardaba un rato en absorberse, mi tío nos aconsejó que nos la pusiésemos y mientras esperábamos podíamos dibujar en papel lo que nos haríamos después.

Una vez recogimos la mesa y lavamos los platos, bajamos a los camarotes para untarnos de crema y evitar cualquier posible irritación de la piel. Como iba siendo costumbre estos días, Martin y María, fueron al suyo, y Juan, Isabel y yo al de proa. Mientras Isabel se duchaba, me senté en la cama y le pedí a mi hermano Juan si me podía aplicar crema en la espalda. Dijo que no le importaba y empezó a ponerme la crema en la espalda; se le notaba que no estaba muy ducho en ello; en una de las veces que me estaba aplicando la crema hidratante por el flanco, sus dedos rozaron ligeramente mi pecho; él se dio cuenta de ello y, un tanto ruborizado, me pidió disculpas por ello. Evidentemente, le respondí que no se preocupara por ello, que no fuese tan bobo porqué no era la primera vez que tocaba este pecho….y esperaba que no fuese la última, le respondí con una mirada un tanto pícara. Este breve contacto de sus dedos con mi pie desnuda, me despertó las ganas de ser acariciada, y, viendo que no acababa de decidirse, me tumbé boca arriba en el colchón y le pedí que también me aplicase la crema por el torso.

Desde que en Suiza Martin e Isabel empezaron tocándome suavemente el pecho, y descubrimos juntos nuestra propia sexualidad, poco a poco fui conociendo mi cuerpo y viendo nuevas formas de proporcionarme placer; con algunos chicos con los que había salido, había mantenido alguna breve relación, pero jamás había alcanzado el grado de satisfacción que había conseguido estos días con María, Isabel y Juan; pero sobretodo fue con mi propio hermano Juan con quien mejores sensaciones había hallado, y a pesar de su inexperiencia. Y ahora estaba allí, tumbada boca arriba, los dos desnudos en el camarote, y a punto que me aplicase la crema por el torso.

Lo que menos me importaba era la crema en sí; lo que realmente quería era notar como sus dedos recorrían mi cuerpo; quería notar el contacto de su piel con la mía; acerqué el tarro de crema a un lado y le dije que si se colocaba a horcajadas encima mío le iría mejor. Al principio no me hizo mucho caso y, arrodillado a mi lado, empezó a hidratarme la piel con la crema; a pesar de haber estado ya en una situación parecida, Juan aún demostraba una cierta timidez y pudor y no pasaba del estómago; como veía que necesitaba un pequeño empujoncito, le agarré la mano y le pedí que también me aplicase la crema por el pecho, puesto que ésta era la zona más sensible. Con mi mano asiéndole la suya, la puse encima de mi pecho y lo fui moviendo para que viese cómo hacerlo. Poco a poco fue ganando en confianza, y cuando ya se sintió más seguro, se sentó a horcajadas encima mío y empezó a masajear mi pecho con ambas manos con la ayuda de la crema. A medida que sus dedos recorrían mi desnuda piel, yo notaba como mi pecho iba endureciéndose y mis pezones se iban poniendo firmes; una agradable sensación de placer iba recorriendo mi cuerpo a medida que mi hermano Juan me acariciaba el pecho.

Juan también se estaba "animando" lo que se traducía en una progresiva erección de su pene. Ya lo había probado antes y, la verdad sea dicha, me había proporcionado un gran placer; y este mismo placer era lo que deseaba obtener de nuevo ahora. No sabía muy bién qué pensaba él, así que decidí tomar cartas al asunto y alargando la mano, pude tener su miembro entre mis manos; tal como hacía él con mi pecho, empecé a aplicarle crema en su entrepierna; con mi mano semi cerrada iba recorriendo toda la longitud de su miembro arriba y abajo; al principio se sorprendió un poco, pero progresivamente fue moviendo su cintura siguiendo el ritmo de mi mano; por sus movimientos me pareció ver que estaba imitando el acto del amor e intuí que estaba dispuesto. Diciéndole "Ya puedes dejar la crema", acerqué su pene hacia mi entrepierna y, pasándole mis manos por su cintura, lo atraje hacia mí.

Poco a poco fue penetrándome, y a medida que lo iba notando más dentro de mí aumentaba la gran sensación de placer que me embargaba. Me parecía estar flotando, y ni me di cuenta que Isabel ya se había duchado y estaba sentada en la cama mirándonos. Me guiñó un ojo en señal de complicidad como queriéndome decir que se estaría quietecita y sin molestar; ello no me molestó en absoluto, más bien al contrario. Lo encontraba ciertamente excitante estar haciendo el amor con mi hermano al mismo tiempo que era observada por Isabel. Ella también se fue "calentando", puesto que se tumbó a nuestro lado y empezó a acariciar su pecho; desde el primer día que se lo vi, estando allí en Suiza, el pecho de mi prima Isabel me traía por el camino de la locura; lo encontraba, genial, perfecto y con sólo verlo ya me venían ganas de besarlo y acariciarlo; y dada la proximidad, alargué la mano y se lo acaricié suavemente. Y como es de lógico suponer, entre las acometidas de mi hermano y las caricias al pecho de Isabel todas las mariposas que tenía dentro de mi estómago empezaron a revolotear todas alocadas y exploté en un estallido de placer. Por un momento me quedé abrazada a mi hermano, reponiéndome del esfuerzo hecho y del placer obtenido.

Al poco, a Juan también le llegó su hora y se vació dentro de mi ser; casi llegó a ser una explosión simultánea. Nos separamos y, mientras él se quedaba tumbado en la cama, yo me fui a la ducha para desprenderme de los "malos olores"; cuando estaba apunto de cerrar la puerta y quedarme bajo el refrescante chorro del agua, oí como Isabel le decía a Juan: "Vamos, que tú también tienes que limpiarte", al tiempo que iba inclinando su cabeza hacia la entrepierna de mi hermano; intuyendo la naturaleza del aseo de mi hermano, tomé mi ducha refrescante, y al salir pude ver a ambos primos desnudos en la cama, abrazados, contentos, con una expresión inequívoca que mientras yo estaba bajo el agua, en el camarote había pasado algo más que una simple "limpieza"; me alegré por mi hermano, puesto que en poco tiempo había podido disfrutar de una sesión doble.

Abrimos las escotillas para airear un poco el camarote y para intentar que los aromas delatores de nuestra presencia allí se desvaneciesen lo más rápidamente posible; al ducharme, tuve que aplicarme de nuevo un poquito de crema, y con nuestras toallas al hombro subimos a cubierta donde ya estaban los otros dibujando los diseños que iban a pintar encima de nuestros cuerpos desnudos. Por mucho que hubiésemos abierto las escotillas, era inevitable no levantar sospechas entre el resto, puesto que el rato que habíamos estado abajo era excesivo para una simple aplicación de crema hidratante. Y ello se vio confirmado cuando Martin dijo en tono irónico pero sin ninguna mala intención:

No está nada mal; habéis estado un buen rato poniéndoos crema; se nota que os la habeis aplicado a consciencia.

Evidentemente –le respondí yo-, lo hemos hecho a conciencia; es que además, el bote nos ha costado bastante abrirlo.

Esta ocurrencia mía provocó las sonrisas por parte de Martin, María y Laura con los que estábamos tumbados en la bancada de popa dibujando. Nuestros padres y tíos no dijeron nada, puesto que estaban en la parte de proa, pero seguro que no eran ajenos a lo que había pasado, puesto que se encontraban justo encima de nuestro camarote. Pero poco o nada me importaba ya, puesto que después de la conversación que habíamos tenido, sabía que podíamos disfrutar libremente de nuestra sexualidad siempre y cuando siguiésemos sus recomendaciones, y a fé cierta que hacía un ratito había disfrutado, bueno, habíamos disfrutado de lo lindo.

Un besote muy grande a todos los amigos y amigas de amor filial.