Vacaciones en el mar (11)

Después de cenar, los jóvenes nos quedamos un rato charlando en cubierta y nos sorteamos la nueva distribución de los camarotes; en el de proa quedamos Juan, Isabel y yo, y los tres vivimos una auténtica noche de amor.

La cena discurrió en un ambiente muy familiar y distendido; he de reconocer que al principio estábamos un poco cohibidos por el hecho de estar desnudos ante nuestros padres, pero poco a poco nuestros temores fueron desapareciendo hasta hacernos sentir absolutamente cómodos a pesar de estar en la más absoluta desnudez; parecía como si al habernos desprendido de nuestras vestimentas, nos hubiéramos desprendido al mismo tiempo de nuestros tapujos y nuestra timidez; después de los postres vino la correspondiente sobremesa, y cuando a nuestros padres les fue venciendo el sueño se retiraron a sus camarotes, cada pareja al suyo. Como ellos estaban en la parte de popa, nos dirigimos a proa para poder continuar charlando sin molestarles.

Se me hacía extraño que estuviéramos allí, todos desnudos y con la mayor naturalidad. Cada cual se puso como más cómodo se encontrase: tumbados encima de las toallas, sentados, con las piernas colgando por la borda; no hacía mucho que estábamos allí, cuando Laura se levantó para darle el pecho al crío; sentándose de nuevo entre nosotros, asió a su bebé entre sus brazos y lo acercó a su seno para que tomase su ración de alimento. No era la primera vez que veíamos a una madre amamantar a su hijo, pero nunca antes de ahora habíamos estado junto al mar, dejando que la brisa marina acariciase suavemente nuestra piel desnuda iluminada por la luna llena; el reflejo del astro proporcionaba una tenue luz blanquecina a nuestro alrededor dándole un aire un tanto fantasmagórico. Nosotros continuamos charlando y pude darme cuenta como con un disimulado gesto de sus ojos Isabel me señalaba a mi hermano. Al dirigir mi mirada hacia él, vi que estaba como un poco ido, se había quedado absorto viendo como el crío de Laura estaba tomando su leche.

No sé cuánto rato llevábamos así, cómodamente sentados sin preocuparnos en ningún momento por nuestra desnudez; lo que sí recuerdo es que vino mi padre y nos dijo que no nos acostásemos muy tarde puesto que al día siguiente mi tío quería zarpar pronto. Estuvimos un ratito más de charla y, antes de irnos a dormir, decidimos hacer unos cambios en las habitaciones. Laura continuaría en su camarote con el crío, Juan vendría al camarote de proa, y María se trasladaría al camarote de Martin, al menos por esta noche.

Isabel y yo nos tumbamos encima del colchón y esperamos a que Juan terminarse de cepillarse los dientes. Como vimos que tardaba un poco lo llamamos y al rato lo vimos entrar por la puerta; para sorpresa nuestra, se había puesto de nuevo su pantalón del pijama y la camiseta. El contraste era notorio, puesto que nosotras no nos habíamos puesto nada encima, mientras que él sí. Él también se sorprendió puesto que, a pesar de llevar un buen rato desnudos desde que nuestros padres nos contaron el secreto que durante tantos años habían mantenido en el más absoluto de los silencios, no se esperaba venir a dormir y encontrarnos a las dos sin nada encima. Yo estaba tumbada boca abajo apoyada en los codos y leyendo un libro, mientras que Isabel estaba de lado escuchando música a través de los auriculares.

Viendo que no terminaba por decidirse a venir a la cama, le insistimos en ello y, al incorporarme, me di cuenta el motivo de su turbación: al vernos a las dos desnudas de nuevo, su pene había entrado de nuevo en erección y su pantalón corto formaba una incipiente tienda de campaña. Éste era el motivo, a pesar de haber estado casi todo el día desnudos. Al final, Isabel dejó los auriculares en un estante y se levantó para cerrar la puerta; ambas nos dábamos perfecta cuenta que lo que le producía la timidez era el estar con el pene erecto y no poderlo disimular.

Vamos, no seas bobo, que tampoco no hay para tanto; no tienes porque avergonzarte de ello –le dijo Isabel mientras con su mano abierta le agarraba suavemente su paquete.

Vosotras lo tenéis muy fácil, no se os nota nada y podeis disimular mejor – protestó él.

Claro que se nos nota, pero en otros aspectos –continuó Isabel.

¿en cuáles?

Pues que el pecho se nos pone duro, los pezones se nos erizan y los labios de la vagina se hinchan ligeramente.

Ah, pues nunca me había fijado; claro que hasta hace poco nunca había visto a una chica desnuda.

¿Cómo cuánto poco? –le preguntó ella.

Pues… -respondía él balbuceando un poco y no atreviéndose a responder abiertamente-… hasta hace un par de días.

La conversación estaba entrando en materia reservada y de alto voltaje; lentamente, ya se había despojado de su pantaloncito y estaba sentado encima de la cama con la espalda apoyada en la pared; nosotras nos incorporamos y también nos sentamos como él formando una especie de semi círculo. Como si no supiese nada (yo ya se lo había contado antes), Isabel continuó con la charla y le preguntó cuándo y cómo había pasado todo; él no se atrevía a contestar y me miraba buscando una respuesta en mí; yo asentí con la cabeza, como dándole permiso, y él empezó a narrar cómo lo habíamos sorprendido con el pene al aire ante el ordenador, como nos habíamos desnudado en la piscina y cómo habíamos acabado haciendo el amor; Isabel aparentó una absoluta sorpresa ante tal revelación; el pobre Juan estaba que reventaba, hablando sobre sus primeras experiencias sexuales desnudo ante nosotras dos, pero sobretodo por tener a su prima Isabel completamente desnuda a su lado. Ya me había dicho que la encontraba muy guapa y, a su vez, ella también me había confesado que encontraba que Juan estaba muy bien. Ahora sí que no podía disimular su excitación, puesto que su pene estaba completamente duro y firme.

El ambiente estaba cargado de un alto potencial erótico y, con la excusa que la luz por la mañana nos molestaría, me levanté y corrí las cortinillas para tapar las escotillas. En un momento en que él se fue al baño que había en nuestro mismo camarote, Isabel me confesó que le estaban entrando ganas de pasar de las palabras a los hechos, pero que no sabía como iniciarlo. Yo también sentía lo mismo y decidimos que habría que poner manos a la obra, y nunca mejor dicho. Cuando regresó, Isabel había estirado un poco las piernas abriéndolas ligeramente y yo le dije que si se fijaba, podría ver como a nosotras también nos cambiaba un poco el cuerpo. El pobre estaba con los ojos que se le salían, tenía a poco menos de un palmo, el sexo de su adorada prima abierto mostrando su clítoris rosado y su pecho duro y firme; él se limitó a decir un "Ay vá, es verdad"; dando una vuelta de tuerca más, le agarré su mano y se la puse encima del sexo de Isabel y encima de su pecho para que pudiese notar la evolución sufrida por su anatomía. Juan estaba viendo visiones, y una vez pasado el "susto" inicial, fue acariciando delicadamente la anatomía de Isabel.

Los dos estaban encantados con el "jueguecito": él por acariciar, y ella por ser acariciada. Reclamando su atención, le dije que se fijase bien, y abriendo mis piernas le fui mostrando con detalle todos los rincones de mi anatomía más íntima, permitiéndole que se recrease con la vista; él continuaba sentado en el colchón, pero apoyaba su espalda en la pared para estar más cómodo; éste fue el momento que yo aproveché para tomarle su pene con dos dedos y explicarle los secretos del mismo; le dije cuáles eran sus partes y le expliqué cómo tenía que subirse y bajarse la piel del mismo para provocarse un orgasmo y descargar toda la excitación acumulada. Cuando llegó a un momento en que ya no podía más, se fue al baño y terminó masturbándose; entro de nuevo, con un aspecto ya más relajado, pero con un hilillo de semen colgando de su pene;

Ven, tienes que lavarte siempre que eyacules –le dije yo;

Y pasándole un brazo por el hombro lo llevé de nuevo al baño, donde, con una de las toallas y un poquito de agua, se lo dejé bien limpito y reluciente. Al terminar, le dí un suave besito en la punta al tiempo que le decía: "Ya está, ya puedes entrar de nuevo". Él se sorprendió mucho ante mi reacción y, al ver que no salía, le pasé las manos por la cintura y volví a darle otro suave beso en la punta de su pene; al notar el contacto con su piel caliente y suave, no pude resistir la tentación y, abriendo la boca, fui tragando aquel trozo de carne que unos días antes había tenido dentro de mi ser; una vez dentro, mis labios fueron recorriéndolo de arriba abajo consiguiendo que recuperara de nuevo su esplendor perdido. Para no levantar sospechas en Isabel, aunque de hecho poco me hubiera importado, me incorporé y me fui de nuevo a la cama. Con cuchicheos, me dijo que tenía muchas ganas de hacer algo, y fue entonces cuando le dije que creía que Juan estaba ya a punto de caramelo. Entendiendo perfectamente mis palabras, se echó a un lado para que Juan se tumbase entre las dos.

Cuando Juan salió del baño y vino hacia nosotras, se me acercó y, abrazándome, me dio un beso al mismo tiempo que me daba las gracias por haberle enseñado todo esto. Viéndonos así, Isabel le tocó al hombro y le preguntó si para ella no había nada. Él se giró, y con un "Y tanto que sí", se le acercó y abrazándola le dio otro beso en la mejilla. Juan estaba tumbado encima del colchón, boca abajo, y al ir a abrazar a Isabel no pudo evitar rozar con su pecho los senos de ella. Al principio este contacto le turbó un poco y quiso separarse del cuerpo de Isabel, pero ella, consciente de cómo se encontraba él, no dudó en abrazarlo fuertemente hacia ella al mismo tiempo que acariciándole cariñosamente la cabeza le decía:

Mira que eres bobo, no tienes porque tener vergüenza, si sólo es un abrazo.

Sí, ya lo sé, pero es que como estamos desnudos me da un poco de cosa.

¿el qué te da cosa? ¿Qué nos rocemos?

Sí, claro; ¿a ti no?

No, claro que no, si sólo es un abrazo.

¿y si fuera más que un abrazo?

Esta vez sí que me había sorprendido mi hermano Juan. Le notaba más abierto, más seguro de si mismo y con más confianza para hablar de sentimientos íntimos, Además, con esta pregunta suya de cómo se sentiría ella si el roce hubiera sido algo más que un simple abrazo, denotaba que le gustaría llegar más lejos de lo conseguido hasta ahora; en más de una ocasión había oído como la encontraba muy atractiva, e Ingrid me había dicho que tenía un especial cariño hacia Juan por ser el pequeño de la familia. Total, que entre una cosa y otra estábamos muy cerca de poder iniciar toda una serie de juegos eróticos y amorosos, o muy lejos; quien sabe; todo dependía de cuál fuese la respuesta y la reacción de Isabel. Yo ya sabía que ella, al menos en un principio, era favorable a intentar algo, pero una cosa era hablar de ello en la teoría y la otra encontrarse ante el dilema de decidir si se continúa hacia delante o se queda tal cual se está. Al final, viendo que no le quedaba más opción que responder, contestó a la pregunta de Juan.

Si fuera más que un abrazo tampoco me habría importado, y menos si venía de ti, primito; recuerda que esta tarde nuestros padres han dicho que quedando en familia no pasa nada.

Se había abierto la veda del amor entre nosotros, pero la cuestión estaba en saber cómo, cuándo y quién empezar. No sabía cómo, hasta que por la cabeza se me pasó una idea luminosa; me acerqué a mi hermano que se hallaba tumbado entre nosotras dos con una erección bien manifiesta al encontrarse entre dos chicas desnudas por el cariz que estaba tomando la conversación; con dos dedos le levanté al miembro ya completamente erecto, y mostrándoselo a Isabel dije:

Uy, Isabel, fíjate como se ha puesto Juan. ¿no crees que deberíamos llamar a alguien para que se lo cure?

Es verdad: pero ¿para qué molestar a nadie pudiéndolo "curar" nosotras?

Enseguida nos pusimos las dos a examinar al "paciente", repitiendo el juego de los médicos que todos hemos jugado alguna vez siendo niños; pero la diferencia era que ahora ya no éramos unos niños, y estábamos todos desnudos; a Juan le parecía estar viendo visiones, puesto que las dos le estábamos proporcionando unas suaves caricias por todo el cuerpo, centrándonos en sus partes más nobles. Por ser la primera vez, Isabel no se atrevía a acariciarlo abiertamente en su entrepierna, hasta que le agarré su mano y la deposité en las partes más sensibles de mi hermano. Lo que en un principio era sólo un "examen médico" ahora era ya una caricia erótica con todas las de la ley y el pene de mi pobre hermano estaba erguido como el palo de una bandera.

Antes de la cura, ¿no habría que limpiar y desinfectar? –le pregunté yo a Isabel.

Claro, Ingrid; hay que tomar todas las precauciones.

Yo lo decía siguiendo un poco el juego, y refiriéndome a frotarle el pene como si fuese con una esponja, pero mi sorpresa fue mayúscula cuando Isabel, después de decir que había que tomar todas las precauciones, acercó su cara a la entrepierna de Juan y sacando la lengua con la puntita de la misma empezó a recorrer toda la longitud del pene de Juan. Habíamos empezado con un beso inocente en la mejilla y estábamos liados en plena faena. Cuando creyó que ya lo había humedecido lo suficiente, abrió sus labios y se lo tragó entero. Tanto Juan como yo estábamos viendo visiones: yo porqué no creía que hubiéramos llegado tan lejos, y él porqué nunca había podido imaginar que algún día estaría así en esta situación. Isabel desplazó varias veces sus labios por el pene de Juan y al poco rato levantó la cabeza diciendo:

Bueno, creo que ya está solucionado; ya está bien limpito.

Limpio sí que se lo has dejado, tía; pero continua duro como antes.

Es cierto; bueno, ya se le pasará;

Los tres nos tumbamos de nuevo en el colchón y nos pusimos a charlar un rato; en una ocasión que me puse de lado, pude ver como Isabel tenía su mano en la entrepierna de mi hermano y le iba acariciando suavemente sus genitales con suaves movimientos de la mano. El hielo ya se había roto entre ellos dos: ella lo acariciaba tranquilamente y él se dejaba acariciar sin más. Dudaba si continuar disimulando o si hacerles ver que los había visto; al final me decanté por lo segundo. Les pregunté si les apetecía jugar al "Juego de la verdad"; los dos se giraron y dijeron que sí. Lo de menos era la respuesta que diesen; lo que realmente importaba era que ellos supiesen que los veía, y lo más importante aún era que no se molestasen; su reacción fue la esperada y mi hermano me contestó que ¿por qué no jugar?.

Oye, tía, no le hagas tantos masajes que se va a poner enfermo –le dije irónicamente a Isabel.

Que, va, si es una gozada –respondió Juan.

Si esto te gusta tanto, ya verás; aún te falta mucho por aprender –le contestó nuestra prima.

Ya no había vuelta de hoja, y tal como se iba sucediendo todo no podía tardar mucho para que comenzásemos nuestros "jueguecitos". Los dos parecían estar muy a gusto y yo decidí aprovechar la situación par ir más allá. Al principio las preguntas eran de lo más inocente, pero poco a poco fuímos adentrándonos en materia reservada hasta que Isabel le preguntó a mi hermano si aún era virgen. El pobre Juan se puso como un tomate y, recordando el pacto de silencio que habíamos hecho unos días atrás con María, me miró intentando recabar mi opinión; cuando le dije que respondiese sin miedo, puesto que éstas eran las normas del juego, contestó que no, que hacía unos días lo había hecho…con migo; la reacción de Isabel fue de fingida sorpresa, puesto que cuando ayer por la noche estábamos las tres en la playa se lo conté. Continuando con el juego, le preguntó:

Vaya sorpresa, chicos; ¿qué postura utilizasteis? ¿el misionero?

¿Qué es esto del misonero? –preguntó Juan un tanto extrañado.

Pues es uno encima del otro –le respondió Isabel.

El misionero es la normal, ¿no?

Según las parejas; hay muchas más –le respondí yo.

¿sí? ¿cómo cuales?

Isabel y yo le íbamos explicando las diferentes posturas que conocíamos procurando ser lo más explícitas posibles en los detalles para que mi hermano Juan lo entendiese mejor y también, ¿para qué negarlo?. para caldear un poco más el ambiente; los tres ya nos habíamos soltado, e Isabel y yo íbamos acariciando a mi hermano con suaves movimientos de nuestras manos; por lo que nos dijo después, en este momento él se encontraba como en una nube y nuestras caricias hacían que su pene estuviese en la rigidez más absoluta. Si queríamos excitarlo y animarlo, la verdad es que lo habíamos conseguido con creces y, aunque fuera él el blanco de nuestras caricias, en más de una ocasión sus manos alcanzaban nuestros senos o incluso nuestra entrepierna y nos devolvía parte de las caricias que le proporcionábamos. La temperatura ambiente iba subiendo por momentos, y nosotras contínuábamos con los masajes sin dejar de explicarle posturas, movimientos, etc.

En un momento dado, se incorporó un poco y nos dijo

¿Todo esto se puede hacer? Y yo que creía que sólo había lo del misionero. La verdad es que algunas de estas cosas cuestan de imaginar.

¿Cómo qué? –le pregunté yo.

No sé –dijo él medio en balbuceos-, como lo de hacer el amor de pie, a cuatro patas, o entre dos chicas.

¿por qué te sorprende entre dos chicas? –le inquirí.

Aunque lo vea raro, pero entre dos chicos más o menos lo entiendo; pero entre dos chicas no lo veo para nada; si no teneis pene.

¿Y qué? Aunque no tengamos pene también podemos hacer el amor; para hacerlo no hace falta que haya penetración. ¿no es verdad, Ingrid?

Claro, nosotras no necesitamos que haya penetración.

No sé –continuó él-; por mucho que me lo expliqueis me cuesta de imaginar.

¿Qué, le enseñamos cómo se hace? -me preguntó Isabel mirándome a la cara.

En este momento Isabel me dejó sin habla, saber qué decir. Si bien es cierto que tenía ganas de pasar de las palabras a los hechos, no lo era menos que con ella nunca había llegado tan lejos, como mucho algún roce, beso o caricia cuando estábamos en Suiza. Supongo que si hubiésemos estado las dos solas todo habría sido más fácil, pero teníamos a mi hermano Juan de testigo y ello me incomodaba un poco. Pero en la parte baja del estómago tenía un montón de mariposas revoloteando por su interior y, al final, pudieron más las ganas que los posibles reparos. Cuando le contesté a Isabel "¿por qué no? No tengo ningún inconveniente", le dijo a Juan que se echase a un lado y que se fijase bien. Ni corta ni perezosa, se tumbó encima mío y empezó con el misionero; nuestros sexos se tocaban, se rozaban y nuestros labios vaginales se entrelazaban los unos con los otros; yo estaba sintiendo un placer indescriptible, un placer que se vio acrecentado cuando fue inclinando su cuerpo hasta que nuestros pechos estuvieron en contacto; en este momento me entró una especie de escalofrío, el pecho acabó por ponérseme duro y cuando noté que sus pezones rozaban repetidas veces los míos ya duro y firmes como unos garbancitos, no lo pude remediar; atrayéndola más hacía mí, la abracé y la besé en los labios; al principio era un beso suave, un beso de cariño, pero enseguida se transformó en un beso de pasión; mientras nuestros sexos se tocaban, nuestros senos se rozaban y nuestras lenguas se movían en una especie de baile frenético, miré a mi hermano de reojo y pude ver como estaba viendo visiones. Es cierto, había oído hablar que a veces hay chicas que se aman, pero jamás había imaginado poderlo ver en directo, y menos aún a su hermana y a su prima juntas.

En nuestra "clase práctica", pero sobretodo en nuestra sesión de amor, no nos limitamos al misionero; también vino la rana, el pino y varias posturas que conocíamos; al final ocurrió lo que era inevitable que sucediese; estábamos las dos haciendo la tijera, cuando sentí como una especie de escalofrío, como una gran sensación de placer recorría todo mi cuerpo; había llegado al climax, al orgasmo gracias a las buenas artes de mi prima Isabel y ante la mirada atónita de Juan. Por suerte, habíamos tenido la precaución de extender las toallas de baño encima del colchón. Cuando hube recuperado un poco el resuello, me incorporé y, mirando a Juan le dije:

¿Ves? Nosotras también podemos hacer el amor aunque no tengamos pene.

¿Y esto que es? –preguntó él señalando la mancha en la toalla.

Pues, igual que a vosotros, os sale el semen, cuando nosotras hacemos el amor también expulsamos un líquido seminal.

El pobre no sabía qué decir ni qué hacer; viéndolo así, y sabiendo que Isabel estaba a punto de caramelo, les dije que me iba a duchar, pero que si querían podían continuar. Evidentemente que querían; Juan estaba deseando probar las posturas que había visto, e Isabel finalizar lo que había iniciado conmigo. Me levanté de la cama y, dirigiéndome al baño que había en nuestro mismo camarote, me puse bajo la ducha, viendo por el rabillo del ojo como Isabel y Juan se abrazaban y se besaban cariñosamente, él con más timidez que ella. Mientras dejaba que el agua resbalase por mi cuerpo desnudo y me maravillaba del rumbo que habían tomado los acontecimientos; pero al mismo tiempo esperaba y deseaba que el ruido que hubiésemos hecho nos delatase; si bien era cierto que la noche estaba bien entrada, que todos dormían y que nuestros padres casi nos habían dado carta blanca para que hiciésemos lo que quisiésemos siempre y cuando fuese libremente y con el consentimiento de ambas y tomando las precauciones necesarias, no me gustaría que nos pudieran sorprender "con las manos en la masa", al menos por ahora.

Cuando salí de la ducha, abrí la puerta y, con una toalla enrollada alrededor de mi cuerpo para no mojarlo todo, me acerqué a la cama donde estaban ellos. Juan estaba encima de Isabel, casí en la postura del misionero, pero sin llegar a penetrarla y besándole sus senos; mientras, ella, le acariciaba la cabeza y la iba dirigiendo con movimientos precisos hacia dónde tenía que ir. Enseguida me vino a la cabeza la imagen de esta noche cuando, después de cenar, nos sentamos en la cubierta y Juan se quedó extasiado viendo como Laura amamantaba a su crío.

¿qué, imaginando que eres el crío de Laura? –le pregunté.

Sí –respondió el, levantando ligeramente la cabeza para volver a besar los suaves senos de Isabel.

Me imaginaba que Isabel estaría a punto de caramelo, y para cerciorarme de ello, le acaricié sus partes más íntimas; con la yema de mis dedos pude notar como su sexo estaba completamente lubricado, señal inequívoca que estaba dispuesta a ser penetrada. Con un gesto de la cabeza le pregunté si quería, a lo que ella contestó afirmativamente. Ahora sólo faltaba Juan, y por lo que intuía, tampoco tendría ningún reparo. Sólo les faltaba un ligero empujoncito, y este empujoncito se lo iba a dar yo.

Va, dejaros de besitos y de arrumacos. ¿Por qué no os pasais al misionero? –les dije.

Ante la respuesta afirmativa por parte de ambos, Isabel agarró el pene perfectamente erecto de su primo Juan y se lo introdujo en su cueva del placer. Ella le agarraba la cintura indicándole los movimientos que tenía que realizar, pero por la inexperiencia de él no lo conseguía y, en más de una ocasión, el pene se salía fuera. Para evitar que la situación llegase a enfriarse les sugerí que cambiasen de postura y que Juan se pusiese debajo e Isabel encima, y de esta forma sería ella quien llevaría la parte activa. Dicho y hecho, se cambiaron de postura e Isabel empezó un movimiento bombeo con su cintura; ella notaba como el pene de Juan la penetraba repetidamente, y el experimentaba una sensación muy agradable al notar, según nos contó más tarde, como su miembro se encontraba en un entorno húmedo y caliente. Durante los bombeos, se besaban apasionadamente y, la primera vez que Juan notó como la lengua de Isabel se entrelazaba con la suya estuvo a punto de dar un sobresalto; pero se repuso a la sorpresa y poco a poco fue siguiendo el ritmo y los movimientos de nuestra prima; al final, los dos llegaron al orgasmo, fueron dos explosiones de placer casi simultáneas y, cuando terminaron, se quedaron un rato abrazados hasta recuperar la respiración.

Vamos a lavarnos que ya es tardísimo-

Era la voz de Isabel que hacía regresar a mi hermano al mundo terrenal; pasándole el brazo por el hombro, lo atrajo hacia ella y, entrando ambos al mismo tiempo a la ducha, se dispusieron a lavarse y a salir bien limpios. Al tratarse de un espacio bastante exiguo, es más que lógico el pensar que en aquella ducha hubo más de un roce; cuando salieron se les veía contentos y alegres, sobretodo Juan, que había visto cumplido uno de sus grandes sueños.

Aün con la piel húmeda, se tumbaron en la cama y nos dispusimos a dormirnos esperando a que llegase el día siguiente; al principio, ocupábamos toda la amplitud de la cama, pero poco a poco, nos fuímos acercando hasta quedar a poca distancia los unos de los otros; de repente, una mano se puso encima de un cuerpo desnudo y empezó a acariciarlo; luego otra; y más tarde fueron unos labios los que empezaron a besar; no sé cuánto estuvimos así; lo que si es cierto que en este festival de besos y caricias, nuestros labios y nuestras manos no discriminaron un cuerpo del otro, y poco a poco nos fuímos quedando dormidos con el pensamiento y el recuerdo en nuestras cabezas de la maravillosa noche de amor que habíamos vivido.

Un besote muy grande a tod@s l@s amig@s de amor filial.