Vacaciones en el mar (10)

Cómo la pérdida del bañador por parte de Martin provoca que nuestros padres nos cuenten un secreto de familia e iniciemos unas vaciones nudistas en un velero.

Cuando Martin subió a cubierta ya llevaba yo le di, y aún llevaba en su rostro el color de la vergüenza que había pasado al rompérsele el bañador y quedar desnudo ante todos; bueno, de hecho, ante nuestros padres puesto que hacía un rato nos habíamos desnudado cuando nadábamos en el islote y los jóvenes nos habíamos visto sin nada y en todas las posiciones; pero con nuestros padres delante ya era diferente. Supongo que a la hora de desnudarse debe ser más fácil hacerlo ante personas de más o menos nuestra misma edad o mayores que nosotros. Cuando Martin subió a bordo me quedé muy intrigada con el comentario que había hecho mi tía, y le pregunté exactamente a qué se refería, aunque tenía una idea aproximada de ello.

Tía, ¿A qué te refieres con esto de que somos modernos pero que tenemos los mismos pudores que todos?

Pues es bien sencillo. Por un lado pretendeis estar a la última, pero a la hora de la verdad sois bastante mojigatos a la hora de cambiaros.

Esto no es ser mojigatos, ni vergonzosos ni nada de eso tía; lo que pasa es que supongo que es normal que nos de apuro desnudarnos ante otras personas.

Una cosa es con extraños, pero en familia, hija, ya es otra cosa –intervino mi madre.

¿Cómo que en familia es otra cosa? –preguntó Juan, un tanto sorprendido.

Bien sencillo; estamos en familia y no tenemos nada que esconder –dijo mi padre.

Con Isabel y María nos miramos un tanto extrañadas; más o menos lo intuíamos pero necesitábamos la confirmación de nuestras sospechas: ¿qué pretendían decirnos nuestros padres? ¿acaso querían decirnos que no les molestaría que hiciésemos top less o, incluso, que nos desnudásemos? En el ambiente general flotaba una cierta tensión, puesto que nosotros, los jóvenes, intuíamos lo que nos querían decir; por la parte de los padres, se notaba que tenían algo que decirnos, pero no encontraban las palabras exactas para hacerlo. Al final, fue María quien se atrevió a formular la pregunta fundamental:

¿Qué es lo que quereis decir? ¿Qué al estar en familia aceptarías que fuésemos desnudos, aunque yo no sea de vuestra familia?

Bueno, más o menos sí –dijo mi padre un tanto confuso al tener que hablar de algo un tanto comprometido.

¿A qué te refieres con más o menos sí? –le pregunté.

Lo que tu padre quiere decir –continuó mi madre-, es que al estar en familia ocultar nuestro propio cuerpo sería ocultarnos a nosotros mismos.

La conversación estaba llegando a extremos que jamás habría sospechado, y más teniendo en cuenta la educación que nos habían dado mis padres; siempre había deseado que hubieran sido más "modernos" y más "progres", más o menos como eran mis tíos. Estábamos adelantando mucho, y fue Isabel quien dio en el clavo y sin andarse con rodeos preguntó:

¿Nos estais intentando decir que si ahora mismo hiciésemos top less o incluso nos desnudásemos no os importaría y estaríais de acuerdo?

Sí, no nos importaría –dijo mi tía.

Una cosa es decirlo, y la otra hacerlo; me cuesta creer que vosotros lo hiciérais –dijo Martin.

Y tanto que sí; no sería ni la primera ni la última vez que lo hiciésemos –intervino mi madre.

¿cómo? –les pregunté

Pues que muchas veces, cuando hemos salido los cuatro y hemos ido de viaje o a la playa, hemos ido a playas o a centros nudistas. –dijo mi tío.

Me cuesta creerlo, pero si vosotros lo decís, será verdad –arguyó Laura.

Claro que es verdad; y el movimiento se demuestra andando.

Quien dijo esto último fue mi tía, y a continuación nos sorprendió a todos al empezar a desabrocharse su bikini y dejarlo caer al suelo. Esto sí que no nos lo esperábamos ninguno de nosotros; nos dejó boquiabiertos; por nada del mundo nos habríamos esperado ver como nuestros padres tenían unas ideas tan avanzadas, y más aún cuando no les recordábamos ninguna manifestación de ello. La sorpresa aún fue mayor cuando mi madre la imitó y se quedó también desnuda de cintura para arriba. Los ojos de Juan y de Martin no sabían dónde mirar; era la primera vez que las veían con el pecho al aire, exceptuando cuando eran pequeños. A pesar de que tanto mi madre como mi tía hacía poco habían pasado de los 40 y ya habían tenido varios hijos, tenían un pecho muy bien cuidado, y para nada estaba caído y flojo. Allí estaban las dos con el pecho al aire, y por primera vez lo habían hecho delante nuestro siendo nosotros ya un poco mayores.

Ellas ya lo habían hecho, y supongo que ahora nos tocaba a nosotros, pero ninguno nos atrevíamos a ello; fue Laura quien más o menos dio el primer paso; ya era la hora de dar el pecho al crío y, en vez de irse a un rincón o liberar un pecho disimuladamente por debajo de la ropa, se bajó el bañador hasta la cintura y acercó su hijo para que pudiera tomar la leche que necesitaba para crecer. Yo me quedé mirándola un rato y no pude por menos que recordar cuando hace unos pocos años yo también había podido tener aquel pecho en mis labios y besarlo cariñosamente. Y, la verdad sea dicha, el recordar aquellos momentos me hizo estar un rato soñando despierta.

Ellas ya habían dado el primer paso, y tarde o nos tocaría a nosotros. En más de una ocasión nos mirábamos como si quisiéramos preguntarnos quién sería el primero, pero ninguno nos atrevíamos a lanzarnos. Por un lado me apetecía hacerlo, pero por el otro no me decidía; hasta que al final vi un término medio; como estaba tumbada encima de mi toalla boca abajo, me desabroché la parte superior del bikini y, después de quitármelo, lo dejé en un rincón; como estaba boca abajo con la cabeza apoyada en las manos, no se me veía gran cosa, excepto un poco el perfil del pecho por los lados; técnicamente, estaba haciendo top less, pero sin que se viese nada, lo cual me dejaba bastante tranquila. Estaba muy feliz por el paso que había dado, y estaba esperando ver cómo evolucionaba todo, hasta dónde éramos capaces de llegar y quién sería el primero o la primera en quedarse sin nada en plena desnudez.

Cuando más ensimismada estaba en mis pensamientos nuestros padres nos pidieron que nos acercásemos puesto que tenían algo importante para decirnos. Supuse que sería algo que atañería a ambas familias, puesto que mis tíos hicieron un signo a mis primos para que se acercasen. Por discreción y por prudencia, María se quedó a un lado, pero mi madre le dijo que se añadiese al grupo, puesto que ya era como de la familia. Cuando nos tuvo a todos reunidos, mi padre empezó a hablar con voz tranquila y tono solemne:

Bueno, se nos hace un poco difícil decirlo pero cuanto más nos lo pensemos, peor va a ser; nosotros cuatro –dijo señalando a mi madre y a mis tíos-, ya hace un tiempo que queríamos hablar con vosotros, pero nunca encontrábamos el momento para ello; este año, como ya sois mayorcitos, y aprovechando que Martin e Isabel cumplen los 18, hemos organizado estas vacaciones en el velero con vosotros para celebrar su mayoría de edad con esta reunión familiar; como ya os comentamos ayer, recalaremos en Formentera donde estaremos todos los días atracados en una calita preciosa que conocemos desde hace tiempo.

Pero Formentera ¿no es una isla casi toda nudista? –pregunté yo.

Así és –continuó mi padre-, y ahí es donde empieza todo. Ya hace un tiempo queríamos contaros un secreto de familia, y hace un rato, cuando a Martin se le ha roto el bañador y se le ha caído, esto ha precipitado un poco los acontecimientos.

Jamás en mi vida me habría podido imaginar lo que nos iban a contar. Mi padre continuó con su narración y contó como cuando él y mamá eran novios, allá por los años 70 era la época en que florecía el movimiento hippy. Un amigo les comentó que con su pareja a veces iban a playas nudistas donde conocían a personas como ellos que eran amantes de la naturaleza y que buscaban un pleno contacto con ella, y la mejor forma de hacerlo era estando sin ropa en todas las actividades cotidianas del día. Picados por la curiosidad, le fueron preguntando, puesto que para ellos era algo totalmente nuevo. Ante el interés que mostraban, les comento que dentro de un par de semanas darían una cena en su casa aprovechando la festividad de carnaval para preparar las vacaciones de Semana Santa. Les dijo que conocerían a personas muy majas, y que si les caían bien podrían ir con ellos. En principio, si no había ninguna propuesta mejor, el destino sería Formentera. Quedaron en llamarse para acabar de concretarlo. A los pocos días, recibieron su llamada invitándolos formalmente a la fiesta, pero les advirtió que sería una fiesta nudista y que, como único atuendo, habría que llevar una máscara de carnaval todo el rato. También les dijo que cuando hacían una cena de estas, rotativamente en las diferentes casas de los miembros del grupo, primero se pasaba alguna película o diapositivas del lugar donde se haría la salida y que, mientras se tomaba el aperitivo, era bastante habitual que, dada la confianza existente entre los miembros, surgiera algún roce o caricia entre ellos y, la mayoría de las veces, con alguna pareja que no fuese la propia.

Se notaba que mi padre trabajaba en un centro de enseñanza y estaba acostumbrado a la docencia, puesto que nos tenía a todos boquiabiertos. Algo tan íntimo como aquello, nos lo contaba de la forma más natural del mundo, como si fuese una especie de cuento, y había conseguido un silencio absoluto sólo interrumpido por su voz y por las olas batiendo dulcemente el casco del velero. Continuando con el relato, contó que su amigo, comprendiendo que se trataba de una situación un tanto comprometida entendió perfectamente que declinasen la invitación, y quedaron en que se lo pensarían y se lo confirmarían en unos días. A mis padres la idea les tentaba un poquito, puesto que se trataba de probar algo oculto y prohibido, pero les retenía la idea de desnudarse delante de otras personas y de arriesgarse a que ocurriera lo que más probablemente debiera ocurrir. Después de mucho hablarlo, acordaron ir a la fiesta y, al menos, probarlo una vez.

A la espera de que llegase el día, en casa lo iban comentando entre ellos y un día lo veían todo de color de rosa y, en cambio, otros lo veían como algo totalmente deleznable. Pero en ambos casos, notaban una cierta excitación en su interior que les movía a intentarlo. Al final, llegó el día y se encontraron en la puerta de su amigo tocando al timbre; se saludaron al entrar y, después de darle unas botellas para colaborar en cierta forma a la fiesta, el anfitrión los hizo pasar al salón donde les presentó con el correspondiente pseudónimo; todas las parejas estaban con la máscara de carnaval puesta y mantenían un absoluto silencio, hablando solamente con las respectivas parejas y a baja voz; cuando estuvieron todos, su amigo les dijo que ya se podían quitar la ropa, pero que como había una pareja nueva, mis padres, para facilitar las cosas apagaría la luz y mientras la habitación estuviese a oscuras todos se desnudarían y dejarían la ropa al lado de sus asientos; pasados los cinco minutos, se abriría de nuevo la luz, cada cual escogería asiento donde quisiese y empezaría la proyección.

Igual como le ocurría al resto, yo estaba intrigadísima, y cuando me quise dar cuenta, me hallaba sentada en cuclillas sin preocuparme por ocultar la desnudez de mis pechos. No recordaba ni cómo, ni cuando, pero el caso es que me había incorporado y ahí estaba yo, en top less, con mis senos al aire. Continuando con el relato mi padre contó como al abrir la luz se vieron todos desnudos y, tal y como les había dicho su amigo, hasta la hora de la cena no podían decir nada; se sentó cada uno en su sitio y empezó la proyección de diapositivas; al principio, mis padres no sabían muy bien como actuar, era la primera vez que se encontraban en una situación así y decidieron hacer caso del refrán "Allí donde fueres, haz lo que vieres"; así que se sentaron cada uno en un asiento y escucharon las explicaciones que su amigo iba dando sobre la isla de Formentera; en un momento de la sesión, mi padre se dio cuenta como la chica que estaba a su lado se le acercó y, pasándole su brazo por el cuello, apoyó la cabeza en el hombro de mi padre; no le dio mayor importancia, pero lo que si le hizo pegar un respingo fue notar como la mano de la chica se ponía en su entrepierna y empezaba a acariciarle su miembro. Al principio quiso levantarse pero, temiendo hacer el ridículo, decidió quedarse en su sitio; con la mirada intentó buscar a mi madre y, en medio de la penumbra, la vio sentada al lado del proyector; se cruzaron las miradas y a mi padre le pareció ver una sonrisa de aprobación en el rostro de mi madre. Un poco ya más tranquilo, pensó que lo mejor sería continuar con el juego y, con una gran suavidad y delicadeza, empezó a acariciar el pecho de la chica. Los dos se fueron acaramelando, y al cabo de un tiempo las caricias ya eran más ostensibles y manifiestas.

Como si de una película de misterio se tratase, mis padres nos tenía absortos con su relato, y procurábamos no perdernos ni un solo detalle de la narración; el resto del grupo no sé como estaba, pero lo cierto que yo empezaba a notar como si cientos de mariposas revoloteasen sueltas dentro de mi cuerpo; notaba como el pecho se me había puesto duro y firme, y mis pezones apuntaban hacia el horizonte;

Más o menos intuía el final, pero ni en sueños podía imaginarme el desenlace; resulta que cuando mi padre y la otra chica estaban, igual que el resto de los participantes, acariciándose y besándose cariñosamente al tiempo que por la pantalla iban pasando las imágenes que al final ya casi nadie veía, la chica que estaba con papá no puedo reprimir un estornudo. Entonces, mi padre soltó a la chica con gran sorpresa y exclamó "¿eres tú?"; al oírlo, el anfitrión encendió la luz y ante la sorpresa general por la reacción de mi padre todos se preguntaron qué pasaba. Al estornudar, mi padre había reconocido su voz: era su hermana, mi tía.

Al oir aquello los 6 jóvenes nos quedamos de piedra, sin saber qué hacer ni qué decir. Miramos a mis tíos, miramos a mis padres y ellos nos confirmaron asintiendo con sus cabezas que aquello era cierto. Por unos instantes el silencio dominó el ambiente, un silencio que deshizo Laura:

¡Vaya sorpresa, mama!; ¿no te dio "corte" estarte besando y acariciando a tu hermano? –preguntó mi prima mirando a mi padre.

Claro que sí, en aquel momento me quise morir; puesto que no era un desconocido, era mi propio hermano.

Y aquel día, ¿no hicisteis nada más?

No, Juan –respondió mi padre-; aquel día no hicimos nada más, bueno, algún beso o caricia si hubo.

Entonces –continué yo-; si dices que aquel día no hubo nada más, es que otro día ¿sí lo hubo?

Pues sí, hay que reconocer que sí. –dijo él.

Total, que averiguamos que estuvieron los 4 un tanto "cortados" aquella noche con el descubrimiento que acababan de hacer; resultaba que, sin saberlo, a los 4 les había gustado aquel inicio de nudismo y de leve intercambio de parejas. En el viaje de regreso, en el coche, nadie se atrevía a comentar nada; fue mi tío quien, como ya era tarde, les ofreció que se quedasen aquella noche mi padre y mi madre con ellos y que al día siguiente ya regresarían cada uno a su casa; al llegar mi tío les ofreció un bañó en la piscina a lo que todos accedieron; no habían traído bañadores, pero como ya se habían visto desnudos, se echaron a la piscina sin ropa. Poco a poco fue naciendo entre ellos una gran confianza y los roces aumentaban, hasta que un día, celebrando el cumpleaños de mi tía, y un poco influenciados por el alcohol, decidieron intercambiarse las parejas aquella noche; como por la mañana siguiente vieron que el resultado había sido satisfactorio, acordaron repetir en alguna otra ocasión, tal y como habían ido haciendo hasta hacía poco.

Papa, ¿quereis decir con esto que tú te has follado con la tía, y el tío con mamà varias veces? –preguntó Juan.

Más o menos sí –le respondió-; pero no nos gusta utilizar la palabra "follar", puesto que significaría que sólo lo hacemos por el simple hecho del sexo; es mejor decir que "hacemos el amor"; y si es a esto a lo que te refieres, sí, lo hemos hecho.

Jo, vaya sorpresa –exclamó Isabel-, nos habeis dejado de piedra; y yo que creía que érais unos carcas y unos conservadores.

Que va hija –dijo mi tía-; para nada; creemos que las personas tienen que moverse en una absoluta libertad, y que si esta libertad es pura y honesta no tiene que ser ningún impedimento.

Pero esto de tener la libertad de hacer el sexo fuera del matrimonio es demasiado, ¿no? –preguntó Juan sin salir de su asombro.

Hombre, depende de las personas –contestó mi madre-; hay personas que son incapaces ni tan siquiera de dar la mano a otra persona del sexo contrario y, muchos japoneses, por ejemplo consideran que el contacto físico con otra persona, aunque sea sólo un simple abrazo o un beso en la mejilla es pecaminoso. Pero te digo lo mismo que antes ha dicho tu tío: no es "sexo", es "hacer el amor".

Esto significa que ¿puedo tener la libertad de follar, perdón, de hacer el amor con quien quiera? –preguntó Juan.

Si la otra persona está de acuerdo y la situación lo permite, ¿por qué no? –le contestó mi padre.

Lo que yo no entiendo es que si tan espíritus libres decís que sois, ¿por qué nos habeis llevado a escuelas tan conservadoras y haceis que los hijos estemos en habitaciones separadas? –pregunté yo.

Mi madre nos contó que al principio de tenerme a mí, el trabajo no les había ido muy bien y que el dinero más bien escaseaba; un día, a mi padre le ofrecieron un puesto de director de un centro de enseñanza muy bueno y con unas condiciones irrechazables; pero las normas eran muy rigurosas, igual como lo era el ambiente entre el profesorado. El centro pertenecía a una fundación dependiente de una orden religiosa muy conservadora y muy estricta en todo lo perteneciente a las costumbres y al comportamiento. El nivel educativo del centro era muy bueno, y como deferencia a él, a mi padre le permitieron que nosotros pudiésemos asistir a allí. De repente se habían encontrado con que la vida los sonreía, y después de mucho hablarlo entre ellos, decidieron mantener sus relaciones con mis tíos en el más absoluto de los secretos para evitar que, involuntariamente, nos fuésemos de la lengua y lo desvelásemos, lo cual provocaría el inmediato despido y el más absoluto de los rechazos por parte de sus amistades. Lo hablaron con mis tíos y decidieron que cuando fuésemos mayores nos lo dirían y, si organizaron este viaje a Formentera, fue, en parte por esto.

No hay que decir que nos quedamos todos helados, sin saber qué decir, mirándonos los unos a los otros. Nos podíamos esperar cualquier sorpresa, menos algo así.

Entonces, ¿si uno de nosotros quiere hacer algo con alguien más del barco, no diríais nada? –preguntó Martin

No; tanto si uno, o una de vosotros, quisiera hacer algo con alguien más, y este alguien más estuviera de acuerdo, no habría ningún inconveniente, siempre y cuando fuese una relación consentida y aceptada por ambas partes –le contesto mi tio.

Eso sí –puntualizó mi padre-; adoptando las medidas correspondientes para evitar embarazos no deseados, y sin convertir este barco en una orgía salvaje. Una cosa es que haya una cierta libertad de acción, y la otra es convertirlo en una bacanal; hay que hacerlo con discreción. Del mismo modo como cuando nos hemos querido dar un beso bien dado lo hemos hecho en un sitio discreto sin estar a la vista de todos.

Para nosotros, "hacer el amor" significa llevar nuestro cariño hasta su máxima expresión –continuó mi madre-; es cierto que en nuestras relaciones hay sexo, pero primero es el cariño, el amor, y luego el placer corporal.

Entonces –continuó Laura-, ¿esto significa que no tenemos por qué estar en camarotes separados las chicas de los chicos , ni nada por el estilo?.

Exacto –le contestó mi tía-, podeis colocaros como querais.

Uf! Me había quedado helada con esta revelación; ahora resultaba que a nuestros padres no les iba a importar que practicásemos el nudismo ni tampoco que tuviésemos relaciones entre nosotros; eso sí, respetando las condiciones que habían dicho. Todos nos miramos de nuevo reflejando la sorpresa generalizada ante tamaña revelación; estuvimos un rato sin saber muy bien cómo actuar, hasta que mi padre dijo

Para que veais que no tenemos nada que esconder, ahí va!

Y sin dudarlo ni un momento, se quitó el bañador y, sin dar muestras del menor rubor, se fue a popa para arreglar unas amarras que estaban un tanto enredadas. A continuación, mi madre y mis tíos también se desnudaron, y pudimos ver como era cierto lo que decían en el sentido que cuando la desnudez es pura y honesta no tiene porqué esconderse. Yo siempre había admirado a mi padre; lo comparaba con los padres de mis amigas y estaba orgullosa del cuerpo atlético del mío forjado durante muchos años de continuado deporte en comparación con los barrigones de los padres de mis amigas; lo miraba y lo veía ahí en la popa, con el cuerpo desnudo y con su miembro colgando entre las piernas, bien desarrollado y hermoso.

Juan y Martin no daban crédito a lo que veían: tenían a pocos pasos de distancia a sus respectivas madres completamente desnudas; y como siempre sucede lo que tiene que suceder, sus bañadores empezaron a crecer espectacularmente formando una especie de tienda de campaña, lo cual les hizo que intentasen disimular un poco y que nosotras desplegásemos alguna sonrisa. En esto, María nos sacó de nuestros pensamientos:

Eh, chicos, ¿vamos a dejar que vuestros padres piensen que somos unos mojigatos?- Demostremosles que, si queremos podemos ser tan modernos o más como ellos.

Dicho esto, se desprendió de su bikini y se quedó desnuda como habíamos estado hacía un rato en aquel islote. La verdad sea dicha, la reacción de María me sorprendió un tanto; y no precisamente por el hecho de verla desnuda puesto que ya la había visto así en varias ocasiones, e incluso había tenido la oportunidad de disfrutar con ella; lo que me sorprendió fue que se atreviese a quitarse el bikini estando mis padres y mis tíos delante. Todos sabíamos que, tarde o temprano, tendríamos que quitárnoslo, pero había un no sé qué que nos frenaba a ello. Nos mirábamos para ver quién sería el próximo en quedarse sin nada y, ante la indecisión general, Laura se levantó, dejó al crío en su cunita y dijo que poco importaba enseñar un palmo más o un palmo menos y siguió los pasos de María; visto que la intención general era quedarse sin ropa, Isabel y yo nos miramos y, como si de una carrera de velocidad se tratase, también nos quitamos la braguita del bikini. Nos sentamos en cubierta y nos pusimos a charlar con la mayor tranquilidad del mundo; bueno, con no tanta, puesto que, cuando me di cuenta que cerca estaban mi padre y mi tío reparando una sogas me subieron los colores. Hacía mucho tiempo que mi padre no me veía desnuda, desde que era una niña pequeña, y el hecho de estar sin ropa delante de ellos me impresionó un tanto; pero haciendo de tripas corazón intenté actuar con normalidad e hice caso omiso de mis temores.

Ahora sólo faltaban los dos chicos, Juan y Martin. Ambos estaban en un estado de semi estupor y no daban crédito a lo que veían sus ojos. Estar navegando en un velero con sus madres, hermanas y primas desnudas era demasiado para lo que podían aguantar, y ello era algo que no podían ocultar; sus bañadores mostraban que debajo de aquella pieza de ropa sus penes estaban en un estado de clara erección y por ello estaban bastante cohibidos. Y comprendo que se sintieran así, puesto que supongo que para un chico debe ser un tanto molesto a la vez que comprometido el estar en público con una erección y que lo que en reposo mide unos centímetros en este estado tenga cerca de un palmo. Viendo su tardanza, nos pusimos a silbarles y a gritarles que mostrasen su valor y no lo dudasen. Como no se decidían, supongo que por estar nuestros padres delante, Isabel y yo nos levantamos y les dijimos que sólo tenían dos opciones: o bien se los quitaban de "motu propìo" o íbamos nosotras y se los quitábamos de golpe. Al final se decidieron y, cuando estuvieron ya desnudos, comprobamos el porqué de su retraso en desnudarse. Realmente, no había para menos, puesto que ambos mostraban unos penes en todo su esplendor y bien duros y firmes. Intentando disimular u ocultar en la medida de lo posible su erección, se sentaron junto a nosotras y estuvimos así un rato charlando animadamente.

Cuando la cena ya estuvo a punto, mi tía nos vino a llamar para ir a popa donde ya habían puesto la mesa; al llegar estábamos un poco timidos, como si estuviésemos entre extraños; el problema era que lo que lo hacía todo extraña era el estar todos desnudos; poco a poco fuímos ganando confianza, y terminamos por sentarnos en las sillas; pero, esto sí, antes tuvimos la precaución de colocar encima del asiento una toalla por evidentes motivos higiénicos. Mi tía empezó a servir la ensalada e iniciamos una animada conversación que, como no podía ser de otra forma, derivó enseguida en como lo que había sido un simple incidente doméstico como fue la rotura del bañador de Martin derivó hacia el secreto que nuestros padres nos habían ocultado durante tiempo y en cómo nos habíamos desnudado todos iniciando lo que serían unas vacaciones nudistas en velero.

Un besote muy grande a tod@s l@s amig@s de amor filial.