Vacaciones en el mar (1)

Como, después de descubrir junto con mi amiga María, a mi hermano en una situación comprometida practicando cibersexo en casa, nos bañamos desnudos en la piscina y empezamos a dranos masajes con crema hidratante.

No hace mucho, os escribí el relato final sobre mis vacaciones en Suiza con mis primos y como allí con ellos descubrí mi cuerpo y mi sexualidad. Habéis sido muchos los que me habéis mandado mensajes y comentarios, algunos muy amables, otros simplemente amables y otros, los que menos, de un gusto bastante dudosos; a los primeros y segundos os quiero dar las gracias por vuestro apoyo, y a los últimos, mejor olvidarlos y no hablar más de ellos. También habéis sido bastantes los que me habéis pedido que continúe con mis relatos; pues bien, para vosotros ahí va mi nuevo relato que titulado "Vacaciones en el mar". Espero que os guste y disfrutéis de él tanto como yo disfruté viviéndolo en su tiempo.

El año escolar ya había acabado y había sido muy bueno para mí. Mis notas habían sido excelentes y en la residencia universitaria había entablado una gran amistad con María; su padre trabajaba con el mío y la amistad que había entre ellos dos, había renacido con María; las dos estábamos un tanto nerviosas e impacientes, ya que la noche anterior, nos había llamado mi padre para decirnos que habían hablado con los padres de María y que ella pasaría unos días de verano con nosotros.

Después de desayunar, subimos a nuestras habitaciones para acabar de hacer nuestras maletas y cargar lar en el autocar que nos tenía que llevar hasta nuestra casa. María y yo nos habíamos hecho muy amigas; en la residencia había un ambiente un tanto especial con numerosos grupos y grupitos de chicas en los que era muy difícil entrar; a mí siempre me había costado bastante hacer nuevas amigas y por esto me gustó tanto la amistad que nació con María. Enseguida empezó a nacer una gran confianza entre nosotras, y esto llevó a que nos hiciéramos un montón de confidencias. Yo siempre procuraba ir un paso detrás de ella en las confidencias, me daba mucho apuro contarle lo que había hecho con mis primos unos años atrás en la montaña; hasta que un día, después de comer y mientras paseábamos por el jardín la residencia, me dijo que me tenía que decir algo muy importante:

Si me prometes no decirselo a nadie, te haré una confidencia muy importante;

Te lo prometo -le dije yo-; ¿de qué se trata?

No te rías de mí, me da un poco de apuro.

Tranquila, prometo no reirme de ti y ser una tumba.

Las pasadas vacaciones de Semana Santa me enrollé con Carlos.

¿Sí? Cuenta.

Pues mira; nos fuímos unos días de acampada con mi hermano José, su novia Irene, Carlos, unos primos de Carlos y yo; doce en total.

Muy bien; y ¿qué pasó?

Jugábamos a las cartas y quien perdía tenía que beberse un vasito de vino; pero cuando se terminó el vino empezamos con las prendas y te puedes figurar.

Acabó contándome que fueron quitándose ropa y que cuando estuvieron sin nada empezaron con los besos; al principio quería morirse de vergüenza ya que tuvo que desnudarse y además estando su hermano delante; pero como no quería que le dijesen que era una estrecha y que se riesen de ella, continuó jugando hasta el final. Bueno, el final fue que tuvo que besarse con su hermano en los labios; me confesó que una vez que hubo perdido el sentido del pudor se encontraba muy a gusto y que incluso la situación le gustaba. Al final, por la noche, con su novio Carlos hicieron el amor. Como vi que el hielo ya se había roto, le repetí que le guardaría el secreto y que yo también tenía algo que contarle. Le expliqué como tiempo atrás, con mis primos en Suíza, yo también jugué a las prendas y entregué mi virginidad a mi primo Martin. Así fue como nació entre nosotras una gran complicidad.

En el autocar que nos llevaba de regreso a casa íbamos haciendo planes sobre estos días de vacaciones que María estaría con nosotros. El viaje se nos hizo cortísimo; enseguida llegamos a casa y, al abrir la puerta, vimos una nota de mis padres diciéndonos que tenían que arreglar un montón de cosas para una sorpresa que nos tenían preparada y que llegarían mañana a la hora de comer. Creíamos que estarían en casa esperándonos y en cambio nos encontrábamos esta nota que rezumaba misterio por sus cuatro costados.

Era un día de verano y, como estábamos acaloradas del viaje, decidimos subir a nuestras habitaciones para ponernos el bañador y bajar a la piscina; creíamos que estábamos solas ya que al entrar nadie nos había recibido, pero al subir a las habitaciones y pasar por delante de la de mi hermano oímos unos ruídos un tanto extraños. Nos acercamos intentando averiguar y, por la puerta entreabierta, vimos algo que nos dejó sorprendidísimas: mi hermano Juan estaba con el pantalón desabrochado acariciándose su pene, mientras charlaba a través de la cámara del ordenador con una pareja de edad parecida; Yo no me había dado cuenta, hasta que con un leve signo de su mano, María me indicó que me acercara en silencio. Cuando miré y vi a mi hermano así, me llevé una sorpresa mayúscula, y abriendo la puerta de golpe exclamé:

¿Se puede saber que estás haciendo así?

El pobre se llevó un susto de muerte; sabía que nuestros padres estaban fuera y que no llegarían hasta mañana, pero no tenía ni la más remota idea de nuestra llegada. Lo único que pudo hacer fue exclamar: "Ostras, mi hermana" y apagar la pantalla de golpe. Al darse cuenta que lo estábamos mirando con su pene al aire, se tapó con ambas manos y, tirándonos el cojín por la cabeza nos mandó a freir espárragos diciéndonos que lo dejáramos tranquilo y que nos marchásemos de allí.

Sorprendidas por tal como habíamos pillado a Juan en aquella situación, nos fuímos a mi habitación para cambiarnos y ponernos el bañador; mientras bajábamos a la piscina con María comentábamos lo sucedido momentos antes; no era el hecho de ver a mi hermano desnudo, puesto que las dos ya habíamos visto un antes el pene de un chico, sino el hecho de que mostrara sus "encantos" a través del ordenador. En la piscina se estaba de mil maravillas y el agua fresquita nos relajaba después del viaje en autocar. María y yo apoyamos los brazos en el borde de la piscina y con las manos nos aguantábamos la cabeza. Estábamos hablando sobre cómo creíamos que serían estos días de vacaciones. Y preguntándonos qué sería la sorpresa que nos tenían reservada mis padres.

Cuando llevábamos un rato las dos en remojo, vimos que se acercaba poco a poco Juan con la toalla colgándole del cuello; se acercó donde estábamos nosotras con la vergüenza aún marcada en su cara por haberle sorprendido antes en una situación un tanto comprometida. Se le veía un tanto turbado; quería estar con nosotras charlando y bañándose, pero no acababa de decidirse. Viéndole en este estado de indecisión, me decidí en romper el hielo y le dije:

Anda, bobo; ven aquí con nosotras, que el agua está buenísima; y no te preocupes, que de lo de antes no le diremos nada nadie. Y no te dé vergüenza que te hayamos visto así.

No me da vergüenza que me hayais visto, y yo no soy tan escrupuloso como vosotras.

¿Por qué lo dices? –le pregunté.

Por que yo no me cierro con pestillo en la ducha ni llevo un bañador como el de nuestros abuelos.

Esta reacción de Juan me sorprendió, ya que nunca había reaccionado así; también es cierto que nunca lo habían sorprendido desnudándose ante la cámara de un ordenador. Supongo que fue una reacción lógica e iba a la defensiva haciendo bueno el refrán de "La mejor defensa es un buen ataque". Estas palabras nos tocaron el amor propio y provocaron que María le respondiera firmemente:

Nosotras no somos para nada escrupulosas, y si no te lo crees es tu problema. Si llevamos bañador entero es porque nos gusta más que un bikini.

Esto son excusas para disimular que teneis una vergüenza que os morís.

¿A sí?; ahora verás la vergüenza que tenemos.

Si lo que quería Juan era "picarnos", lo consiguió y mucho; nos había herido en nuestro amor propio; mientras María le respondía así, tuvo una reacción que me sorprendió tanto más que cuando antes lo habíamos sorprendido. Puso las manos en la espalda, y desabrochándose el cordón de su bañador, le repitió "Ahora verás la vergüenza que tenemos" al tiempo que dejaba caer la parte superior de su traje de baño descubriendo por completo su pecho. Sus senos emergían como dos manzanitas y parecían apuntar amenazadoramente al azorado Juan. Cuando vi la decisión con la que había replicado María, yo no quise ser menos y también me desabroché el nudo que ataba mi bañador.

Como ya has comprobado, no somos nosotras las que tenemos vergüenza; si queremos, somos capaces de esto y de mucho más.

Dije esto y dejé que mi bañador cayera hasta mi cintura, mostrándole también mi pecho a Juan; había venido hacia nosotras en plan gallito asumiendo se papel de varón atrevido y osado y se había encontrado con que su hermana y su mejor amiga no se habían arrugado ante él; al contrario, habíamos adoptado una posición fuerte y ahora él quien quedaba en inferioridad al haberle demostrado nosotras que no nos arrugábamos ante sus insinuaciones. Era la primera vez que estaba así ante mi hermano, desnuda de cintura para arriba, con mis pechos apuntándole firmes y duros. Asombrado y un tanto extrañado por nuestro atrevimiento que para nada entraba en sus planes respondió:

Tías, estais geniales así; -y dirigiéndose a mí preguntó- ¿a qué te refieres con que sois capaces de esto y mucho más?

Pues supongo que tu hermana quiere decir que si queremos podemos quedarnos perfectamente sin nada. No sería ni la primera ni la última vez que estamos desnudas –dijo María-; ¿no es cierto Ingrid?

Claro que sí.

María se refería a la ducha de la residencia, pero dada la situación en la que nos encontrábamos, parecía que se refería a que hubiéramos estado desnudas al aire libre; así lo entendió Juan y así nos hizo el siguiente comentario:

Eso son palabras y no me lo creo; si es cierto que sois capaces, demostrádmelo.

Si hombre –le respondí yo-; a ver si te crees que te vamos a dar un espectáculo.

Los ves; ya os decía yo que sois unas bocazas; mucho hablar pero a la hora de la verdad, nada de nada.

Se me ocurre una solución –intervino María-; nosotras somos capaces, pero si Juan quiere que se lo demostremos, antes tiene que hacerlo él. ¿No te parece, Ingrid?

Claro; ¿a que no te atreves?

Claro que me atrevo, pero sólo si os lo quitais vosotras primero.

Que te lo crees tu –dijo Isabel-; nosotras ya hemos enseñado algo cuando nos hemos bajado el bañador hasta la cintura; ahora te toca a ti; no es justo que nosotras enseñemos todo y tú nada.

Me asombraba el atrevimiento de María, ya que que enseñar el pecho a la hora de bañarse era bastante normal puesto que bastante gente hace top less; pero quitárselo todo ya eran palabras mayores; creía que todo acabaría aquí y que Juan no se atrevería a quitarse el bañador; nunca nos habíamos desnudado juntos, al menos siendo mayores y teníamos un cierto pudor por ello; por otro lado, recordaba cuando unos años atrás había hecho algo parecido con mis primos en los Alpes y cómo me había gustado.

Cuando más nos convencíamos que todo acabaría en una bravata, vimos como de golpe Juan se ponía de pie en la piscina, se quitaba el bañador y se tumbaba de espaldas en el agua completamente desnudo. Las dos nos lo quedamos mirando sorprendidas por su atrevimiento; mi hermano estaba haciendo "el muerto" en el agua y su pene se estaba poniendo duro y firme y apuntaba al cielo. Al ver que nosotras aún estábamos con el bañador puesto, Juan nos dijo:

¿Qué? ¿Voy a ser el único que esté desnudo aquí? ¿No erais vosotras las atrevidas?

Tenía razón; le habíamos dicho que para que nosotras nos desnudáramos antes él tenía que desprenderse de su bañador; él había cumplido y nosotras no podíamos echarnos atrás. A pesar que nos costara hacerlo y dar este paso no era fácil, sabíamos que cuanto más lo pensáramos, tanto más nos costaría, así que dicho y hecho; nos fuímos bajando el bañador hasta que cayó a nuestros pies. Para igualar la situación y que Juan no estuviera así sólo, nos tumbamos las dos a su lado y nos quedamos un rato haciendo el muerto. Parecía como si de golpe hubiéramos perdido el sentido del pudor y estábamos completamente desnudos con la mayor naturalidad.

Tal como estábamos, era inevitable que, de alguna forma u otra surgiera la conversación sobre lo que estaba haciendo mi hermano Juan cuando lo sorprendimos en plena faena. Si he de ser sincera, el ver a mi hermano desnudo y estar María y yo de igual forma despertó en mí el gusanillo que descubrí unos años atrás con mis primos en Suiza. Como es de lógico suponer, el cuerpo me pedía marcha, pero no me atrevía a dar el primer paso; me daba miedo que María o, lo que era peor, mi hermano me dijeran que estaba como una cabra y lo dijeran a alguien. Pero por suerte, sin saberlo, María me sacó las castañas del fuego:

Oye, Ingrid; ahora que me lo miro, Juan ya no es el hermanito pequeño que me presentaste el verano pasado; en este año no veas lo que ha crecido.

No lo dirás con segundas intenciones lo de "crecido", ¿no? –dije yo mirando a mi hermano.

Pues…-María se ruborizó cuando se dio cuenta de que los dos habíamos captado el verdadero sentido de sus palabras- ahora que me lo dices, quizás sí que fuera con segundas.

Como no pareis de decir tonterías vais a saber lo que es bueno –dijo Juan medio en broma, medio en serio.

¿A sí?; no nos asustes Juanito –le contestó María.

Juan, a quien no le gustaba nada que le llamasen "Juanito" empezó a perseguirnos por la piscina diciendo que era un tiburón; así estuvimos un rato saltando y jugando sin que evitasemos los roces o los tocamientos involuntarios. Cuando ya empezamos a estar un poco cansados, María se salió del agua y, después de secarse con la toalla, se tumbó en el césped a tomar el sol. Como parecía que se estaba bien, yo fui detrás de ella; me tumbé a su lado y estuvimos charlando un rato hasta que nos dimos cuenta que se acercaba Juan; se quedó un rato mirándonos hasta que medio incorporándome y poniéndome las manos en la frente a modo de visera le pregunté:

¿Qué miras tan fijamente?

A vosotras; es que es la primera vez que estoy delante de una chica desnuda y os veo muy atractivas.

¿Cómo? ¿Nunca has visto a ninguna chica desnuda? –le dijo María;

En directo como vosotras, no:

A tus 14 años ya era hora –le dije-, bueno, más vale tarde que nunca; ¿y a la chica del ordenador no la has visto?

¿Qué chica?

No disimules –continué, yo-; esta mañana cuando hemos entrado y te hemos sorprendido estabas con el pene al aire acariciándotelo mientras charlabas con dos chicos.

Bueno.. –empezó a decir Juan un tanto ruborizado-; del todo no la he visto desnuda

Ahora que ya se había roto el hielo, Juan empezó a contarnos que había conocido a un chico a través de un Chat de Internet; cuando ya llevaban unos días charlando, le presentó a su hermana y le contó que a veces cuando estaban con otra gente se ponían delante de la web cam y jugaban a las prendas; y esta mañana cuando lo hemos sorprendido esta conectado con ellos. Me quedé muy sorprendida por la revelación que acaba de hacerme mi hermano, y, picada por la curiosidad le pregunté:

Pero ¿no te dio vergüenza desnudarte delante de ellos?

Al principio sí, un poco; bueno, más o menos como ahora cuando nos hemos quitado los bañadores. Pero una vez te acostumbras ya ni te das cuenta.

Qué fuerte! –exclamó María-; y a parte de desnudaros os acariciais ¿no?

Sí; alguna vez ellos dos lo han hecho

¿El qué? ¿acariciarse entre ellos? –preguntó una sorprendida María.

Sí, alguna vez lo han hecho. Yo no creo que me atreviera.

¿A qué no te atreverías? ¿A acariciarte con otra chica o con tu hermana?

A las dos cosas.

Ahora la sorprendida era yo. Yo que creía que mi hermano era aún un niño inocente y ahora resulta que a sus 14 años era todo un adolescente que estaba descubriendo su propia sexualidad, algo que yo no inicié hasta mis 18 añitos cuando pasé unas Navidades con mis primos en Suíza hace unos 3 años. Pensando en mis primos me acordé de lo bien que lo pasé con ellos y de lo mucho que disfruté; desde entonces había estado con algún chico pero nada en serio, y ahora que estábamos los tres tumbados al lado de la piscina tomando el sol desnudos se me despertaba el gusanillo; he de reconocer que la situación era muy propicia para ello pero no me atrevía a dar el primer paso; no sabía cómo podrían reaccionar mi hermano y María si se lo proponía; por ello decidí ir a remolque de la situación y, aprovechando que habíamos pillado a mi hermano practicando el cibersexo a través de la web cam, pensé que a lo mejor esto podría ser una especie de excusa o de puerta de entrada para hacer algo.

¿Cuándo lo hacéis? –le pregunté yo.

Nunca tenemos una hora fija para hacerlo; cuando vemos que los otros han entrado en el ordenador, preguntamos si hay alguien extraño por ahí, y si el campo está libre lo hacemos.

¿Y no os llamáis por el teléfono o por mensaje del móvil? –inquirió María.

¿Se puede saber a qué vienen tantas preguntas? –dijo él.

Nada, simple curiosidad –le respondí.

Pues nadie lo diría; parece que queráis hacerlo.

Esta vez era él quien nos había pillado. Mi hermano, que para nada era tonto, se dio perfecta cuenta de nuestra curiosidad y de nuestro interés por el cibersexo. Aparentemente, tanto él como María estaban tentados de probarlo pero ninguno de los tres nos atrevíamos a dar el primer paso. En un momento, se propuso intentarlo; de momento empezaríamos quitándonos ropa sin plantearnos para nada ir más allá y que fuera el tiempo y el destino quien dictara las normas.

Miraba a Juan y ya no lo veía como el hermano pequeño molesto y pesado; ahora lo veía como todo un mocetón hecho y derecho que, a pesar de sus 14 años y los 7 que nos separaban, en plena adolescencia ya podía estar conmigo y mis amigos/as sin que se notara demasiado la diferencia de edad; poco a poco lo iba viendo como un compañero de charlas y de juegos; pero ¿hasta dónde podían llegar estos juegos?; esto era algo que desconocía totalmente y que por el momento no quería ni plantearme, tan sólo dejar que fuera el destino quien pusiera cada cosa en su sitio. Si he de ser sincera, mi hermana tenía una buena planta; sin ser ningún candidato a concurso de belleza tenía un cuerpo muy bien formado gracias a sus años de dedicación al deporte, en especial al alpinismo; tal como estábamos por la conversación que estábamos teniendo, inevitablemente, mis ojos se desviaron a su entrepierna; su pene estaba en un estado intermedio, ni duro y firme sino semiflácido; tenía un tamaño medio y, algo común en mi familia, al menos en mí y en lo que recordaba de mis primos, con un vello escaso y tirando a rubio.

Como el calor apretaba, Juan se levantó y se ofreció para ir hasta la nevera y traer algunos refrescos; mientras se alejaba caminando desnudo por el césped, María se me acercó preguntándome:

Ingrid, cuando hablábamos del cibersexo y Juan ha dicho que con tanto interés que mostrábamos parecía que quisiéramos hacerlo, ¿qué le habrías dicho?

Uy, no sé, tía; ¿y tú? –le contesté con otra pregunta, intentando ganar tiempo.

Tampoco lo sé, tía; me da un poco de vergüenza.

Toma, esto ya lo supongo, pero no me has contestado, ¿lo harías?

En este momento me María me daba un poco de pena, ya que la había dejado entre la espada y la pared; creo que las dos estábamos igual; ambas coincidíamos en que por un lado teníamos un cierto gusanillo por el cibersexo y nos apetecía probar, pero por el otro no nos atrevíamos a dar el primer paso. Las dos esperábamos que fuera la otra en responder para luego subirnos al carro o no. Después de pensárselo un rato, María contestó:

Bueno, si tú también te apuntaras, yo lo haría.

Claro; si tú lo haces, yo también; pero ¿cómo crees que reaccionará Juan?

No lo sé, Ingrid; es un misterio; pero cuando antes ha dicho que no sabe si se atrevería o no, no ha dicho un no rotundo; parecía que estuviera como nosotras dudando en "sí" o "no".

Ya me he fijado, pero no he querido decir nada. Lo cierto es que no ha cerrado la puerta definitivamente; pero ¿cómo se lo proponemos?

No sé, tía; supongo que si se lo decimos directamente quedaría un poco fuerte y sería brusco. Si te parece podríamos decirle que nos presente a sus amigos del ordenador, chatear un rato y ver como van las cosas. A lo mejor todo es más fácil de lo que nos pensamos.

O no, quien sabe;

Interrumpimos la conversación porque Juan acababa de abrir la puerta de la cocina y se acercaba hacia nosotras llevando una bandeja con los refrescos y unas patatas fritas. La dejó en medio y se sentó junto a nosotras; empezamos a charlar y los tres estuvimos de acuerdo en la naturalidad con la que ahora llevábamos nuestra desnudez. Nunca habíamos estado así, al menos siendo mayores, y ahora nos encontrábamos los tres completamente desnudos con todos nuestros encantos al aire y tomando tan tranquilos unos refrescos con patatas fritas.

En un momento que María se fue al baño, aproveché para plantearle la situación a Juan. Creía que al estar a solas conmigo tendría más confianza para darme u opinión al respecto.

Juan, antes hablábamos con María, y decíamos que, si quieres, luego nos podrías explicar como funciona esto de la web cam; nunca hemos charlado con nadie a través de ella y se nos hace un tanto extraño hablar con alguien y no tenerlo delante. Es como el teléfono ¿no?

Bueno, más o menos; con la web cam puedes ver a la otra persona al tiempo que charlas con ella, tanto hablando o escribiendo.

No sé, lo veo un poco extraño.

Ay chica; para algunas cosas eres muy moderna, pero para otras eres de lo más antigua..

¿qué quieres que le haga?; yo soy así. Si quieres, podemos hacer una cosa: si esta tarde hablas con tus amigos, nos presentas y charlamos un rato; y cuando querais estar a solas, nos lo dices y nos vamos.

Si te refieres a lo de desnudarnos y todo esto, nunca lo planificamos; sale cuando sale. Mira, a lo mejor estais vosotras y surge la ocasión y hasta incluso os apuntais.

¿Al cibersexo? Ui, que corte.

No veo porqué; si ya nos hemos visto desnudos.

Sí, ya lo sé, Juan; hoy nos hemos desnudado los tres y no ha pasado nada, pero delante de desconocidos, no sé; además, dices que a veces ellos se dan besos y se acarician.

Bueno, ¿y qué?

Pues que con María lo podrías hacer porque sólo sois amigos, pero tu y yo…somos hermanos.

Ellos dos también son hermanos y no pasa nada. A veces lo hacen. Si no quieres, no hagas nada y ya está.

No se trata de esto, tampoco.

Pensándolo luego fríamente, era sorprendente el rumbo que estaba tomando todo aquello. Por la mañana aún veíamos a Juan como el hermanito pequeño; y en cambio ahora estábamos el uno delante del otro charlando tan amigablemente; esto en sí no era nada raro, lo que en realidad sí que lo era, era el hecho que estuviésemos completamente desnudos y hablando de practicar el cibersexo sin que ello nos ruborizara para nada. Lo hacíamos con la mayor naturalidad del mundo, como si estuviéramos planificando una ida al cine. La situación me recordaba unos tres años atrás cuando en los Alpes con mis primos nos planteábamos practicar algunos juegos eróticos sin llegar a atrevernos a proponerlo abiertamente.

Cuando llegó María, y sin que mi hermano se diera cuenta, le hice una señal con la mano levantando el pulgar hacia arriba y cerrando el puño indicándole que todo iba muy bien y le dije:

He hablado con Juan y, si quieres, esta tarde nos enseña como funciona la web cam.

Ah, vale; perfecto.

Nos presentará a sus amigos y charlaremos un rato. Le he dicho que cuando quieran estar solos nos lo dirá y nos iremos a otra parte.

Claro, es lo lógico –dijo María in terrumpiéndome-;

No me has dejado terminar. Juan me ha respondido que si queremos quedarnos, a él no le importa.

¿Cuando se desnuden y eso? ¿No te da corte?

Sí; un poco de corte sí que me da; ¿pero no te da un poco de morbo?

Y tanto que sí; una cosa es desnudarnos, pero lo de besarnos y acariciarnos, no sé; nunca lo he hecho y me da un no sé qué hacerlo delante de ellos.

Toma y a mí; practica antes y no te dará corte luego.

Esto último se lo dije en plan de broma y riendo; Juan también se puso a reir al oirme, pero María, que era la destinataria de mis palabras no lo tomó así y creyó que mi propuesta iba en serio. Al principio se quedó un poco turbada, azorada, sin saber que decir, pero enseguida se repuso y contestó:

¿Me estás diciendo que antes de hacer nada delante de la cámara lo practiquemos aquí, los tres?

Bueno…; no sé;…no me refería a eso;

Esta vez si que me había pillado, y ahora la que estaba entre la espada y la pared era yo; no quería pasar por lo que no era y no sabía como salir de aquel atolladero; tanto María como Juan se dieron cuenta de mi estado y se sonrieron al ver como me habían subido los colores; pero por suerte, y sin que pasara mucho tiempo, María me sacó las castañas del fuego y dijo:

Bueno, supongo que si luego queremos hacer algo, o al menos intentarlo, lo mejor puede ser practicar un poco antes; así luego no estaremos tan cortados.

Igual sí; quizás tengas razón –le dijo Juan-; pero ¿cómo lo hacemos? ¿Quién empieza?

No sé –dijo ella-; lo que se me ocurre es que para que no quede tan forzado ni tan frío, podemos utilizar el protector solar; podemos hacer que uno de nosotros se tumbe en la hierba y le pongamos crema protectora; así nos acariciaremos sin que se note mucho.

Sí, ¿pero quien empieza?

Ahí estaba el quid de la cuestión. ¿Quién se tumbaba? ¿Quién ponía crema y acariciaba?. Los tres nos juramos y perjuramos que nada de lo que hiciéramos o viéramos allí iba a salir de aquellas paredes; decidimos que, para empezar, podíamos hacer una carrera nadando en la piscina, de manera que el ganador se tumbaría en el césped, el segundo aplicaría la crema, y el tercero miraría y cronometraría. Ellos dos no sé como estaban; lo que sí sé seguro es que yo estaba muy excitada y animada ante la nueva aventura; en estos momentos me estaba acordando de lo mucho que disfruté con mis primos en Suíza; allí estuvimos unos días solos en casa, andando sin ropa todo el día como si estuviéramos en un camping naturista y jugando a las prendas; durante estos juegos mi prima y yo entregamos la flor de nuestra virginidad a Martin, mi primo. Desde entonces prácticamente no había hecho nada en cuanto a sexualidad y no fue por falta de ocasiones; como al iniciarnos en estas lides mi prima mayor nos había dicho que el amor se hacía con una persona a la que se quería mucho y desde entonces yo no había querido a nadie lo suficiente, es fácil comprender que mi experiencia fuera prácticamente nula.

Nos pusimos de pie al borde de la piscina preparados para tirarnos de cabeza y nadar dos largos de piscina a la máxima velocidad que pudiéramos; en este momento yo no sabía muy bien qué prefería: si ganar y que alguno de ellos dos me pusiera crema protectora y me acariciara, si quedar segunda y ser yo quien la aplicara o quedar tercera y esperar mi turno. A la voz de "Uno, dos, tres" nos zambullimos en el agua; yo nadaba con todas mis fuerzas; la natación siempre había sido un deporte que se me había dado muy bien y me gustaba mucho; y más aún ahora que estábamos sin nada, completamente desnudos, y el agua acariciaba lenta y suavemente mi cuerpo; notaba como mis pechos desnudos se iban poniendo cada vez más firmes y duros mientras que el líquido elemento masajeaba todos y cada uno de los poros de mi piel; estos años de entrenamiento en las piscinas me daban una cierta ventaja sobre mi hermano y mi amiga María, lo que me permitió iniciar el segundo largo con una cierta diferencia a mi favor; pero cuando faltaba una media piscina para llegar al final y quedar ganadora, me vino a la cabeza de la imagen de nosotros tres nadando desnudos y mis padres mirándonos de pie al borde de la piscina; ante tal pensamiento me dio un ataque de risa que me hizo tragar un poco de agua, lo que hizo que me parara y me quedara de pie tosiendo compulsivamente.

María me adelanto llegando la primera y terminando Juan segundo. Como me habían visto que iba muy adelantada, aún les sorprendió más el verme quieta a media piscina; me preguntaron qué me pasaba y cuando se lo conté, también tuvieron ganas de sonreirse. Como ganadora que era, María salió de la piscina y se tumbo en el césped boca abajo y le alargó a Juan el bote de crema para que empezara a aplicársela en la espalda, mientras yo empezaba a contar 5 minutos con el reloj. María estaba un poco nerviosa, bueno, de hecho, y tal como me contó más tarde, más que nerviosa estaba un tanto deseosa de empezar. Siempre le había gustado un poquito mi hermano, pero hasta ahora siempre lo había visto como el hermanito mono de su amiga; más tarde, cuando nos cambiábamos de ropa en mi habitación, me confesó que a partir del baño de hoy en la piscina, lo estaba viendo como un jovencito muy atractivo y muy apetecible. ¿Apetecible?, le pregunté yo; "sí, apetecible", me contestó ella guiñándome un ojo con una sana picardía. No me atreví a confesárselo, pero en aquel momento estaba teniendo los mismos pensamientos que ella.

Juan empezó a aplicarle crema en la espalda un tanto nervioso; María ya había tenido alguna experiencia de tipo sexual con algún chico, pero mi hermano Juan estaba más verde que un campo de lechugas; su única experiencia había consistido en desnudarse y acariciarse su pene delante del ordenador con aquel chico y su hermana. Jamás había estado con ninguna chica y ahora estaba con su hermana y una amiga completamente desnudos acariciando, de momento, su espalda desnuda; se le notaba inseguro, sin saber muy bien qué hacer; María se dio cuenta de ello y con voz suave y melosa le iba indicando cómo debía de ir practicando el masaje. Él se hallaba de rodillas en el césped al lado de María en una postura un tanto forzada; para que estuviera un poco más natural, le sugerí que, en vez de situarse al lado de ella, se arrodillara con una pierna a cada lado de ella; así podría masajearla de adelante a atrás sin un excesivo esfuerzo. Poco a poco fue adquiriendo una mayor soltura, poco a poco fue perdiendo el nerviosismo que en un principio le atenazaba , hasta que acabó por realizar sus friegas con la mayor normalidad. Cuando sus manos estaban por la cintura de María, tenía la espalda casi recta, pero cuando sus dedos recorrían la espalda de ella para llegar a su cuello en un suave movimiento, el cuerpo de Juan iba arqueándose y aproximándose cada vez más al de María; por la lógica excitación y situación del momento, el pene de Juan, que hasta entonces había estado semi flácido, adquirió un estado de absoluta rigidez y firmeza; se le notaba bien hinchado, duro y rígido, y a veces, la puntita de su miembro parecía que quisiera mostrar su cabecita rosada y fina fuera de su envoltorio de piel;

Al principio yo estaba pendiente sólo del cronómetro, pero enseguida decidí mandarlo al cuerno y dedicarme mejor a contemplar la maravillosa escena que se estaba desarrollando delante de mis ojos; aunque no formara parte activa de los masajes, no hay que decir que mi excitación iba cada vez en aumento; mis pechos se estaban poniendo duros y firmes, perdiendo la consistencia suave y esponjosa que tenían al principio; mis pezones estaban duros y rígidos, destacándose de sus pequeñas aureolas como si fueran dos garbancitos que apuntaran amenazadoramente hacia Juan y María; por un momento bajé instintivamente mi mano hacia mi vagina para acariciarla, pero enseguida desistí para tumbarme boca abajo en la hierba y apoyar mi cabeza en el dorso de mis manos.

Cada vez que Juan se inclinaba sobre María para acariciarle sus hombros y su cuello, su pene rozaba ligeramente la entrepierna de María, para placer y goce de ambos; cuando ya llevaban un ratito así y la crema que había colocado mi hermano en la espalda de María ya se había disuelto y penetrado por cada uno de los poros de su piel, Juan dijo que iba a tomar más crema, a lo que ella le contestó:

Espera antes de ponerme crema de nuevo, que me voy a dar la vuelta.

Pero…entonces… -empezó a contestarle él titubeando-, si te giras tendré que acariciarte el pecho.

Claro bobo; ¿no es esto lo que hemos venido a hacer?

Si, tienes razón; pero es que es la primera vez que acaricio un pecho

No te preocupes, que no muerde; además, siempre tiene que haber una primera vez.

María tenía razón, siempre tenía que haber una primera vez; mi primera vez había sido con mis primos en Suiza y, la verdad sea dicha, me gustó mucho y me lo pasé muy bien; pero ahora se trataba de mi hermano y no sabía hasta dónde seríamos capaces de llegar. ¿Sería capaz de dejar de verlo como mi hermano? ¿Podría verlo simplemente como un chico al que quisiera mucho y con quien poner en práctica nuestra sexualidad, o no pasaría de verlo como mi hermano pequeño con el que hacer alguna travesura, pero travesura a la fin y al cabo? Esto era algo que yo desconocía por completo y que sólo el tiempo y el destino se encargarían de discernir.

continuará

Un beso muy grande a todas las amigas y a todos amigos de amor filial

Ingrid