Vacaciones en el chalet (6)

Después del intenso día con Susan y Laura, Raúl pasa unos "relajados" días en el chalet con su madre. ¿Se verán cumplidos sus más oscuros deseos? Pronto lo descubrirá.

Cuando me desperté a la mañana siguiente, me sentí un poco desubicado. Con la luz matinal, la habitación había obtenido nuevos matices y colores que durante la noche anterior no había podido percibir. Al lado de la ventana había un gran armario blanco empotrado y, enfrente de la cama, un gran espejo enmarcado con madera y colgado de la pared. Mientras movía los brazos para desperezarme, noté que había algo recostado sobre mi pecho derecho. Bajé la mirada y vi el rostro de mi madre, que con los ojos abiertos y una sonrisa en la boca me devolvía la mirada. Estaba estirada de lado y tenía el brazo derecho encima de mi cintura. La sábana estaba hecha un ovillo a los pies de la cama, con lo que nuestros cuerpos totalmente desnudos estaban al descubierto.

  • Buenos días dormilón.

  • Buenos días – le respondí frotándome los ojos con la mano izquierda.

  • ¿Cómo has dormido? – me preguntó.

  • Genial. ¿Y tú?

  • ¡A las mil maravillas! – exclamó.

Al ver la cantidad de luz que entraba por la ventana, le pregunté:

  • ¿Qué hora es?

  • Son las nueve. Hace unos quince minutos que me he despertado. Me imagino que Susan y Laura ya se habrán ido hace rato.

Mientras manteníamos la conversación, me di cuenta de que, un poco por debajo de su brazo, asomaba mi capullo, que se encontraba hincado y reluciente.

“¡Mierda!” pensé. “¡Me he despertado con una erección matinal!”.

Pese a que mi madre me había visto masturbándome y el día anterior me había hecho una cubana, esa situación inesperada provocó que las mejillas se me ruborizaran, cosa que no pasó desapercibida por ella.

  • ¿Qué te pasa Raúl? ¿Te da vergüenza que esté reclinada sobre tu cuerpo? – me preguntó.

  • No, no. No es eso. – le respondí al instante. – Estoy muy cómodo. Lo que pasa es que acabo de ver que me he levantado con una erección matutina.

Mi madre se rió.

  • No seas bobo. Hace rato que está así. ¿Con qué soñabas pillín?

  • Pues la verdad es que no me acuerdo. Pero no creo que sea por el sueño. Casi cada mañana me levantó igual.

  • Es normal a tu edad. Además, ¿cómo te va a dar vergüenza con todo lo que hemos vivido?

  • Ya, quizás tengas razón. El problema es que no me lo esperaba y contigo tan cerca…

-  No seas bobo. – repitió por segunda vez. – A mí me encanta ver la virilidad de los hombres en todo su esplendor.

Hubo unos segundos de silencio, en los cuales mi madre bajó la mirada y, apartando su brazo de en medio, se fijó detenidamente en mi polla.

  • ¿Sabes que la tienes muy bien proporcionada, no? – me preguntó mientras la contemplaba.

Era la primera vez que mi madre se refería tan directamente a mi polla y, encima, alabándola.

  • La verdad es que ni Elena ni Sandra nunca tuvieran ninguna queja. – le respondí orgulloso y haciéndome un poco el chulo.

  • No me extraña. Tiene un buen tamaño. Me di cuenta el primer día que te pillé desnudo.

A continuación, ante mi atónita mirada, movió su mano derecha y me la cogió. Como si aquello fuera lo más normal del mundo, continuó hablando.

  • Se nota dura y vigorosa… Y me encanta como se te marcan las venas, totalmente hinchadas…

Con un leve movimiento, le bajó la piel y dejó el capullo completamente al descubierto.

  • Así me gusta. ¡Que se muestre en todo su magnificencia! Poderosa, enérgica…

Mientras mi madre continuaba el monólogo centrado en mi polla, empezó a mover lentamente la mano de arriba abajo, iniciando una placentera masturbación. Yo, notablemente sorprendido, no decía nada sino que disfrutaba de sus caricias y sus palabras.

  • Si te digo la verdad – continuó.- Ayer me encantó el castigo de Laura... Hacía mucho tiempo que no realizaba una cubana…

Yo estaba alucinado tanto por la situación como por la confesión de mi madre. Realmente, esta última revelación provocó que mi nivel de calentura se multiplicara por mil. Sin poder evitarlo, del orificio de mi glande empezaron a emanar pequeñas gotas de líquido preseminal que le dieron un matiz brillante. Mi madre, al verlo, aumentó el ritmo, proporcionándome más placer.

  • No me esperaba que eyacularas y, aún menos, sin avisarme – siguió hablando. – Al principio me molestó, quizás por la sorpresa, pero después, pensándolo más fríamente, llegué a la conclusión de que me había gustado.

El ritmo de la masturbación aumentaba y yo cada vez tenía que hacer más esfuerzos por no correrme.

  • Cuando llegué al lavabo, me tuve que masturbar. Tenía el coño totalmente encharcado y los pechos, el cuello y la cara completamente cubiertos de tu semen…

¡Joder con mi madre! Me estaba matando de placer… Yo respiraba agitadamente mientras focalizaba mi atención en el blanco techo de la habitación con el único objetivo de aguantar, ni que fuera unos minutos más.

  • Quizás no tendría que contártelo… pero probé tu semen y la verdad es que me encantó.

Seguidamente, sin que mi cerebro tuviera tiempo de asimilar lo que acababa de decir, mi madre bajó su cabeza y engulló mi polla, llevándome al séptimo cielo. Yo quería aguantar, resistir, hacer durar al máximo aquella situación, pero una mamada era demasiado para mí. Todas mis defensas se vinieron abajo en cuestión de segundos y noté que la corrida era inminente.

  • Mama… - dije tartamudeando por el placer. – Me voy a correr…

Ella, lejos de apartarse, aumentó el ritmo. Su cabeza subía y bajaba, mientras mi polla aparecía y desaparecía entre sus labios. Segundos después, sin poder aguantar ni un instante más, empecé a correrme a mares. Noté como chorros y chorros de semen salían disparados de mi capullo e inundaban el interior de su cálida boca. Ella continuó succionando, proporcionándome un placer inimaginable y exprimiendo hasta la última gota de mis huevos.

Cuando por fin terminé de correrme, separó lentamente su cara de mi polla, que quedó impoluta y brillante debido a la saliva, y me miró directamente a los ojos. En ellos pude ver deseo y lujuria, pero también cariño, ternura y amor. Su boca, levemente entreabierta, dibujaba una media luna. Pude observar sus blancos dientes y parte de su lengua. El resto del interior estaba completamente vacío. ¡Mi madre se lo había tragado todo! La única prueba de su delito era una pequeña gota blanquecina que brillaba en su labio inferior.

A continuación, sin dejar de mirarme, se incorporó en la cama y, acercando su rosto hacia el mío, me dio un pico lleno de ternura.

  • Espero que te haya gustado cariño - me dijo en un tono maternal que en ese contexto parecía fuera de lugar.

  • Me ha encantado. – le respondí mientras poco a poco me recuperaba de la corrida. – Es más… ¡ha sido increíble, la mejor mamada de mi vida!

Ella se rió, risueña.

  • ¡No seas exagerado! – exclamó intentado parecer humilde. Sin embargo, en sus ojos se percibía orgullo y satisfacción.

  • Que no, que no. ¡Que te digo la verdad! – continué.

  • ¡Ay pillín! Tú lo que quieras es halagarme para qué otro día te lo vuelva a hacer ¿no?

Ese último comentario me dejó totalmente en estado de shock . ¿Mi madre estaba dispuesta a volverme a chupar la polla? Para tantear el terreno, no fui muy directo, aunque en mi respuesta se entreveía que sí que me gustaría.

  • Bueno, pues la verdad es que no estaría mal.

  • ¿No estaría mal? – se picó.

  • Vale. De acuerdo. Me encantaría. – le respondí. Con mi madre no se podía competir.

  • Esta respuesta me gusta más. Bueno, si te portas bien ya veremos.

Seguidamente, se levantó de la cama y, dejándome con la boca abierta por la posibilidad de que me la volviera a chupar, se dirigió desnuda hacia el pasillo. Cuando llegó a la puerta, se giró y me dijo.

  • Venga no pongas esa cara de bobo y levántate, que vamos a desayunar. Por cierto, ¿te apetece volver a la playa de ayer tú y yo solos?

  • Me encantaría. – le contesté sin dudarlo ni un instante.

A continuación, mi madre desapareció de mi campo visual. Yo, aún fascinado por el devenir de los hechos, me levanté de la cama y me dirigí al baño. Una vez hube hechos mis necesidades matinales, bajé desnudo a la cocina, donde mi madre nos había preparado un café y una tostada con mermelada para cada uno. Pese a que hacía escasos minutos que me la había chupado, verla desnuda en un contexto diferente al habitual me excitó. Mi nueva erección no pasó desapercibida por mi madre, quién, entre mordisco y mordisco, me dijo:

  • ¡Cómo sois los jóvenes! Hace unos minutos que te acabas de correr y ya vuelves a estar en pie de guerra.

La nueva relación que estábamos forjando me motivó a que no me mordiera la lengua.

  • Es inevitable. ¿Cómo quieres que no me empalme con una mujer tan guapa desnuda delante de mí?

Ella se rió.

  • Pero si hace días que me ves desnuda.

  • Ya. – le contesté. – Pero no en casa de Susan, en un contexto totalmente nuevo y extraño.

Segundos después, me lancé a la piscina.

  • Además, hasta hace unas horas no sabía que esta mujer, tan buenorra, la chupaba tan bien.

Pese a que siempre tenía una respuesta para todo, esa última frase la desarmó totalmente. Enrojeció como un tomate y me esquivó la mirada, concentrándose en el pequeño trozo de tostada que le quedaba.

A partir de ese instante, el desayuno continuó sin más comentarios. Quizás me había pasado o había sido demasiado directo y explícito. Nos terminamos las tostadas y nos bebimos el café. Seguidamente, nos vestimos, cogimos nuestras cosas y nos dirigimos nuevamente a la playa de Es Cavallet.

Aunque el sol brillaba orgulloso en el cielo, no había tanta gente como el día anterior, así que fácilmente escogimos un sitio entre las toallas que se encontraban dispersas por la arena y nos dispusimos a disfrutar de una mañana de playa y de relax.

No sé si fue por la ausencia de sus amigas, pero mi madre estuvo mucho más tranquila y relajada que durante el día anterior. Paseó tranquilamente por la orilla, se sentó a escasos centímetros del mar para recibir sus cálidas olas, nadó en medio de esas aguas cristalinas y se tostó al sol estirada en la toalla. Yo por mi parte, hice lo mismo. Disfruté del sol, la playa y el mar, pero aún más de los cuerpos de las mujeres que, aquí y allá, tomaban el sol, nadaban o paseaban completamente desnudas.

Cuando fueron las dos y el hambre empezaba a apremiar, recogimos nuestros cachivaches y volvimos a casa a comer. Antes de llegar, pero, paramos a comprar un pollo asado con el objetivo de ganar tiempo y no cocinar.

Nada más entrar en nuestro chalet, nos desnudamos. Pese a que teníamos mucha hambre y el pollo olía a las mil maravillas, nos dirigimos al patio y nos echamos un manguerazo para sacarnos la sal del mar. Cuando terminamos, nos encaminamos a la casa y nos dispusimos a comer en la terraza. La comida pasó apaciblemente. Los dos estábamos totalmente relajados después de las horas de playa y la carne estaba tierna y en su punto. Cuando terminamos, nos comimos unos yogures de postre y, seguidamente, recogimos la mesa.

  • Bueno Raúl. Creo que me voy a regalar una siesta tumbada en una hamaca.

  • Tú no te cansas del sol ¿eh? – le dije en plan jocoso.

  • Pues la verdad es que no. – contestó riéndose.

  • ¡Pero si estás morenaza!

Realmente, el comentario era totalmente cierto. Su cuerpo, sin ninguna marca, presentaba un moreno homogéneo y agradable que le daba un aire exótico y excitante.

  • Ya lo sé. – me respondió sacándome la lengua. – Pero tengo aprovechar al máximo estas vacaciones. Nunca se sabe que nos deparará el futuro.

A continuación, se dio la vuelta y, mirándome de reojo, se fue hacia las hamacas moviendo el culo exageradamente, como si fuera una tremenda mulata sudamericana.

Realmente, a mi no me apetecía tomar el sol, así que entré en la casa y me puse un rato a ver la tele. Estando estirado en el sofá, me llevé la mano instintivamente a la polla y me la empecé a acariciar. Estaba en medio de una placentera y lenta masturbación cuando una idea me vino a la cabeza. Me levanté de un salto y corrí al baño. Una vez allí, cogí espuma y cuchilla de afeitar y me adentré en la ducha. Cubrí mis genitales con la espuma y, lentamente, tratando de no cortarme, empecé a depilarme. La verdad es que solo me había depilado un par de veces años atrás cuando tenía novia, ya que siempre decía que mi polla se veía más grande y hermosa. Fuera o no verdad, quería un motivo para sorprender nuevamente a mi madre y que se volviera a fijar en mi polla. El proceso tardó unos minutos, después de los cuales me aclaré la zona con agua.

Seguidamente, me puse delante del espejo. Mi polla, ahora semierecta, se mostraba impotente. El capullo levemente expuesto, el tronco surcado de pequeñas venas y los huevos colgando unos centímetros más abajo. Contento por mi nuevo look , me encaminé al patio, con ganas de que mi madre viera el resultado. Cuando llegué estaba dentro de la piscina y, al primer momento, no reparó en mi presencia.

Para que fuera más impactante, me acaricié levemente la polla, paraqué, pese a no estar totalmente erecta, se mostrara orgullosa, y me puse en jarras al margen contrario en el que ella estaba.

  • Buenas tardes mama. ¿Esta buena el agua?

Ella se giró, mientras decía:

  • Ai Raúl, no te había oído lleg…

Al ver mi miembro totalmente depilado, se le abrieron los ojos como platos y dejó la última frase a medio terminar. Sus palabras dieron paso a un tenso silencio, solo roto por el ruido del viento y la natura. Ella continuaba con su mirada clavada en mi polla, cosa que provocó que, pese a no tocarme, se enardeciera un poco más. Finalmente, salió del embrujo y rompió el mágico momento.

  • ¿Te has depilado la polla? – fue una pregunta directa, sin rodeos.

  • Pues sí.

  • ¿Y eso?

  • Bueno, la verdad es que me apetecía. El otro día me fijé que en la playa no quitabais los ojos de encima a esos chicos que iban totalmente depilados y, además, mi ex siempre me decía que así se veía más grande y poderosa.

  • Pues la verdad es que tu ex no mentía. ¡Se te ve espectacular!

Contento por el impacto que le había provocado y su respuesta, me lancé dentro del agua y nadé hacia ella. Al llegar a su lado, no dudé y la abracé de la cintura. Quería calentarla, que notara mi virilidad. Sin embargo, para que no se notaran tanto mis “perversas” intensiones, lo amagué con amorosas y tiernas palabras filiales.

  • Mama – le dije mirándole a los ojos – no sé si lo sabes, pero están siendo las mejores vacaciones de mi vida.

Ella acomodó sus brazos alrededor de mi cuello y con las piernas me rodeó la cintura. Debido a su posición, el tronco de mi polla, ahora ya totalmente erecta, quedó levemente encajado entre sus labios vaginales. El tacto y la proximidad provocaron que pudiera notar el calor de su piel, oler su dulce fragancia…

– Para mí también están siendo unas vacaciones muy especiales – me comentó mirándome directamente a los ojos.

Sus tiernas palabras, su mirada, sus labios, el tacto de su sexo… No pude evitarlo y la besé. La besé directamente a los labios. No fue un beso lujurioso, fruto de la calentura, sino que fue un beso tierno, lleno de amor y cariño. A ella no pareció molestarle, abrió levemente la boca y nuestras lenguas se encontraron, iniciando un dulce baile.

Durante unos escasos minutos, nos dejamos llevar por el momento, con nuestras lenguas entrelazadas y nuestros cuerpos mecidos por el agua.

Cuando por fin nos separamos, mi madre estaba completamente ruborizada, con las mejillas encendidas y los ojos brillantes. Para no forzar la situación, abrí los brazos y ella se separó.

  • Bueno, creo que ya he tenido suficiente piscina para hoy. – dijo dirigiéndose a un margen para salir al exterior.

  • Perdón. – me disculpé.

Ella se giró y me sonrió sinceramente.

  • No tienes que pedir perdón de nada. El beso me ha encantado pero me ha dejado un poco turbada. Nada más.

Seguidamente, salió de la piscina y se enrolló el cuerpo con la toalla. Quizás para sacarnos de la extraña situación en la que nos habíamos metido, me propuso ir a dar un paseo por el pinar.

  • ¿Te animas a ir dentro de un rato a dar una vuelta por el pinar?

  • Pues claro. – le respondí. – Pero solo si tú vas desnuda como yo.

Mi madre se rió.

  • Este es mi Raúl.

A continuación, tras unos segundos de silencio en qué parecía que se lo estaba pensando, añadió.

  • De acuerdo. Pero con la condición que no vayamos tan lejos. Si alguien nos pilla, no quiero tener problemas por alterar el orden público.

Los dos nos reímos. El incómodo momento anterior había desparecido completamente.

Media hora después, dejamos el chalet atrás y emprendimos el paseo por el pinar. Mi madre, tozuda, se empeñó en qué yo fuera delante, que así, si nos encontrábamos a alguien, el primero que daría la nota sería yo. Al principio de la caminata, se la veía tensa, pero poco a poco, paso tras paso, se fue relajando. Cuando ya llevábamos unos cinco minutos andando, ya no iba escondida detrás de mí como si fuera una fugitiva sino que se había puesto a mi altura y los dos charlábamos animadamente. Como os podéis imaginar, tener a mi madre, una mujer de bandera, desnuda en medio del bosque y a escasos centímetros de mí, juntamente a la placentera sensación de la brisa acariciando mis partes, provocó que tuviera una semierección y que mi polla, morcillona, se moviera de un lado al otro a cada nuevo paso. A ella, esa situación le hacía gracia y no paraba de reírse.

  • ¡Menudo espectáculo vas a dar si nos encontramos a alguien! ¡Así depilada se te ve imponente!

  • ¡Sí, tú ríete, que a mí no me hace tanta gracia!

Por suerte para mí, llegamos al punto acordado y nos dimos la vuelta sin habernos cruzado con nadie. Pese a que nunca nos habíamos encontrado una multitud, también era extraño que no hubiéramos visto ni un alma. Por una parte estaba contento, no quería dar la nota y que desconocidos me vieran en esa embarazosa situación. Sin embargo, por otra parte, me hubiera gustado encontrar a alguien para que mi madre se tuviera que exhibir y pudieran contemplar su bello cuerpo. Si bien era verdad que en la playa cada día había ido desnuda, el bosque era un lugar diferente, en dónde esas situaciones no eran tan habituales y, por lo tanto, había un morbo añadido.

Nos acercábamos a casa y la cosa seguía igual: yo medio empalmado y mi madre contenta por qué no nos habíamos encontrado a nadie. Nuestra fortuna se terminó cuando solo distábamos un quilómetro de nuestra casa. Entre los pinos y los matorrales aparecieron dos hombres de unos sesenta años que iban hablando animadamente. Al vernos aparecer totalmente desnudos, callaron de golpe y sus ojos se abrieron sorprendidos. No sé si fue por la sorpresa, pero en ningún momento  pareció que tuvieran la intención de desviar su mirada de nuestros cuerpos, especialmente del de mi madre. Nosotros seguimos andando como si nuestra situación fuera la más común del mundo. Continuamos hablando pero, pese a la apariencia de normalidad, pude percibir que mi madre se ponía un poco tensa. Los hombres redujeron el paso y con sus ojos le recorrieron varias veces el cuerpo, centrándose en su coño y sus tetas. Al pasar a su lado, nos saludaron amablemente con un “Bona tarda” y siguieron su camino. Cuando ya quedaban a nuestras espaldas, giré levemente la cabeza y los observé. Los dos se habían dado la vuelta y contemplaban embobado el sensual meneo de las nalgas de mi madre al andar. Estoy seguro que ella se dio cuenta de ello, que notó sus miradas clavadas en sus posaderas. Sin embargo, continuó andando impasible, con la mirada en el frente y las mejillas levemente sonrojadas.

Cuando los habíamos dejado muy atrás y no podían oírnos, me habló.

  • Bueno… No ha sido para tanto.

Yo me reí.

  • Quizás para ti no, pero ya te digo que para ellos seguro que sí. ¡Se han quedado embobados contemplando tu cuerpo! No han separado las miradas ni un segundo para no perderse ni el mínimo detalle.

Ahora fue ella la que se rió.

  • ¡Ai Raúl! ¡No seas exagerado!

  • Te lo juro.

Ella se paró un momento y, con las manos en la cintura, me miró provocativamente.

  • ¿Y tú? ¿Hubieras podido desviar la mirada de este cuerpazo?

Yo me aproximé mirándole fijamente a los ojos y, sin dudarlo, la cogí firmemente de las nalgas, acercándola hacia mí.

  • Pues la verdad es que no.

En nuestra mirada había deseo, lujuria…

Me disponía a besarla cuando oímos unos pasos que se acercaban rápidamente. Instintivamente, como si nos hubieran electrocutado, nos separamos. Ella estaba ruborizada igual que yo. La única diferencia es que mi polla apuntaba al cielo, con lo que me tapé rápidamente como pude.

Segundos después, aparecieron tres jóvenes de unos treinta años corriendo por el camino. Iban sin camiseta, luciendo sus pectorales y abdominales, y sólo vestían unos shorts deportivos que apenas les cubrían un cuarto de muslo. Los tres estaban en forma, con lo que su musculatura, trabajada y perfilada, brillaba por la sudor bajo los rayos de sol que se colaban entre las copas de los árboles. El que encabezaba la expedición llevaba un móvil atado en el brazo y marcaba el ritmo de carrera. Al vernos, disminuyó el ritmo drásticamente y, sin dudarlo, se dirigió directo hacia nosotros seguido de los otros dos. Cuando ya solo nos separaban unos metros, se paró y nos preguntó:

  • Perdonad. ¿Sois de por aquí?

Iba a contestar, pero mi madre, se me adelantó.

  • No, sólo hemos venido a veranear.

  • Aaaa… Es que al ver que ibais desnudos he pensado que quizás había alguna playa nudista cerca.

Mi madre continuó hablando mientras los tres no le quitaban los ojos de encima.

  • Si queréis ir a una playa nudista lo tenéis fácil. La isla está llena.

  • Ese que hemos venido a una despedida de soltero y queremos llevar al novio a una y  allí putearlo.

Mi madre se rió.

  • Pues lo tenéis fácil.

  • ¿Así no venís de la playa?

  • No. Tenemos una casa cerca y a veces nos apetece andar por la natura.

  • ¿Andar desnudos? – preguntó uno de los otros dos como si la respuesta no fuera obvia.

  • Pues sí. – respondió mi madre. – Tenéis que probarlo. La sensación es espectacular.

Tan cohibida que parecía a veces y con tres chicos jóvenes y buenorros se crecía, pensé.

  • ¿Y nadie nos dirá nada ni nos llamara la atención?

  • Claro que no.

  • Cuando se lo contemos a los otros no nos van a creer. – dijo el que aún no había hablado.

  • Eso tiene solución. – añadió el “cabecilla”. – Ya que parece que no os molesta ir desnudos, ¿os importaría si nos hacemos unas fotos con vosotros con el móvil para enseñarlas a nuestros colegas?

¡Qué se habían creído! Iba a protestar pero, nuevamente, mi madre se adelantó.

  • ¡Por supuesto que no!

Sin pedir mi permiso, se acercaron a nosotros y nos rodearon. El “cabecilla” cogió el móvil y, separando el brazo, nos hizo una selfie.

  • ¿Se ve bien? – le preguntó uno de los otros.

  • Si, pero no se aprecia bien que van desnudos. ¿Os importa si nos vamos turnando para sacarnos una foto con vosotros con más perspectiva?

  • No, no. – respondió mi madre.

Así que ya nos tenéis a los dos haciéndonos una foto con cada uno de ellos. Mi madre sonreía coqueta mientras yo intentaba disimular mi cabreo.

  • Muchas gracias. – nos dijo el cabecilla una vez las tres fotos ya estuvieron hechas.

Seguidamente, tras unos segundos de silencio, volvió a dirigirse a mi madre.

  • Así que nos has dicho que nadie nos dirá nada por ir desnudos, ¿no?

  • No. Podéis estar tranquilos.- les animó mi madre.

  • ¿Os apetece probarlo? – les preguntó a los otros.

  • Por qué no.  – dijo uno.

  • Puede estar bien. – añadió el otro.

A continuación, delante de nuestras narices, se bajaron los shorts y los calzoncillos y se quedaron completamente desnudos, sólo equipados con las zapatillas de correr. Miré a mi madre y vi que ahora era ella la que no les quitaba los ojos de encima. Los tres, con cuerpos atléticos y totalmente depilados, estaban bien equipados, con pollas que podían hacer disfrutar perfectamente a cualquier mujer.

  • Bueno. Ya está. – dijo el cabecilla llevándose las manos a la cintura. Se notaba que quería exhibirse ante mi madre.

  • ¿Qué tal? – les preguntó ésta.

  • Guai. La sensación es muy placentera. No sé si podré evitar empalmarme. – dijo uno de los otros dos.

Todos se rieron excepto yo.

  • ¿Os molestas si nos volvemos a hacer unos fotos ahora que estamos desnudos?

  • ¿Cómo iba a molestarnos? – se rió mi madre. – Ahora estamos en igualdad de condiciones.

Así que, otra vez, repetimos la escena y nos hicimos una foto con cada uno de ellos con la diferencia que ahora todos íbamos desnudos.

  • Emmm… - el “cabecilla” dudó. – Ya sé que quizás es mucho pedir o que puede parece un poco osado pero ¿podríamos hacernos algunas fotos sólo con ella?

¡Lo que faltaba! pensé. ¡Menudos caraduras! Miré directamente a mi madre, quién se había ruborizado levemente. Sin embargo, no dudó y, ante tal propuesta, aceptó encantada con una sonrisa de oreja a oreja.

Como podéis imaginar, a mí me tocó ser el fotógrafo. El “cabecilla” me entregó el móvil y, después de cuatro indicaciones, se acercó a mi madre.

Las primeras fotografías fueron individuales. Una cada uno con mi madre. Ellos, inicialmente, se mostraron un poco cohibidos, pero ella los animó diciéndoles que no mordía. Así que, rápidamente, le cogieron confianza. Se acercaron más y le rodearon la cintura con un brazo. No sé si fue por la sensación de estar desnudos o por las fotografías pero a los pocos minutos los tres tenían las pollas morcillonas, con una incipiente erección.

Cuando consideraron que tenían suficientes fotografías individuales, pasaron a las fotos grupales. Mi madre se puso en medio y los chicos se pusieron a su alrededor para irse turnando en las distintas posiciones: una vez a la derecha, una a la izquierda y una detrás. A cada foto, los de los lados la cogían sin ningún tipo de vergüenza de la cintura y el de detrás le ponía las manos en los hombros. Todos sonreían contentos ante cada nueva fotografía. Pese a que intentaban disimular, yo estaba seguro de que todos ellos aprovecharon cuando estuvieron a sus espaldas para restregarle la polla por sus nalgas.

Al terminar estas fotografías, les pregunté un poco mosqueado:

  • ¿Ya tenéis suficientes?

  • Sí, yo creo que ya está bien. – respondió el cabecilla.

Esta vez fue mi madre la que me sorprendió.

  • ¿Por qué no hacemos un par un poco más divertidas?

Obviamente, los chicos aceptaron encantados.

En la primera, mi madre se puso de espaldas, mostrando su magnífico culo, y, girando levemente la cabeza hacia la cámara, se llevó las manos a la boca como si estuviera sorprendida de haberse encontrado tres chicos desnudos por el bosque. Ellos, para completar la escena, se cogieron la polla con una mano como diciendo “Aquí las tienes”. Todos se reían mientras yo tiraba rápidamente las fotos para terminar lo antes posible.

En la siguiente, mi madre se subió a los hombros del cabecilla y con las manos se tapó los pechos, cosa que no tenía mucho sentido vistas las fotos anteriores. Los otros dos, se pusieron a los lados y, con los brazos estirados, hacían como si ayudaran a su amigo a soportarla. Con tal de “ayudarlo”, apoyaron una mano en los muslos y la otra en cada una de las nalgas de mi madre.

Mientras la bajaban, mi madre tuvo la idea de que la podían sujetara entre los tres de forma horizontal. A ellos, obviamente, les pareció perfecto. El de la derecha la aguantaba de las piernas y el del medio del vientre. El peor, pero, era el de la izquierda. Con la excusa de sujetarala, pasó sus manos por debajo de la axila, con lo que sus dedos quedaron tocando el lateral de su pecho derecho.

  • ¿Están quedando bien, Raúl? – me preguntó animada.

  • Sí, sí. – refunfuñé.

  • Venga ¿hacemos la última? – preguntó el “cabecilla” mirando a sus amigos y sonriendo lascivamente.

  • De acuerdo. – dijeron los otros dos al unísono.

Como si lo hubieran acordado telemáticamente, movieron a mi madre sin dejarla en el suelo y, en un abrir y cerrar de ojos, estaban sujetándola con las piernas completamente abiertas hacia la cámara.

  • ¿De verdad? – pregunté incrédulo mirando a mi madre.

Esta, pese a haber enrojecido al quedar totalmente expuesta, me dijo:

  • Venga Raúl. ¿Qué más da? Es la última y tienen que llevarse un buen recuerdo de nuestro encuentro.

Pues joder si se lo llevarían. Mi madre se encontraba con su sexo totalmente a la vista. Sus labios vaginales estaban levemente abiertos y brillantes, y su ano se mostraba cerrado y apetecible. Los chicos la sujetaban firmemente de las piernas, las nalgas y la espalda. Tiré dos o tres fotos, sin fijarme si estaban bien enfocadas, y di la función por finalizada. Ellos la bajaron delicadamente mientras ella sonreía. Sus pollas se elevaban como mástiles de barco, señal inequívoca que la sesión fotográfica les había gustado.

  • Ha sido un placer – dijo el cabecilla acercándose a mi madre y dándole dos besos en las mejillas.

  • El placer ha sido mío – respondió ella mientras se despedía de la misma manera de los otros dos – no cada día una se encuentra con unos chicos tan guapos y simpáticos.

  • Ni con una mujer de bandera como tú. – añadió el cabecilla. – Tienes un cuerpo de escándalo. Tu pareja es muy afortunada de poder disfrutar de un cuerpo tan bello y de una mujer tan abierta y divertida.

Pese a la clara diferencia de edad entre mi madre y yo, se habían imaginado que éramos pareja, quizás amantes.

Ante aquel comentario, que a mí me había dejado un poco desubicado, mi madre sonrió y me miró.

  • Sí, aunque yo también tengo suerte de tenerlo a él. Hacemos una gran pareja.

Seguidamente, los chicos nos dieron nuevamente las gracias y, desnudos como estaban y con la ropa sujeta en las manos, reanudaron la carrera entre los árboles del pinar, desapareciendo a lo lejos a los pocos minutos.

Cuando ya no se veían, mi madre rompió el silencio.

  • ¡Qué chicos más majos! – exclamó.

Si bien es cierto que yo estaba un poco molesto por su actitud, su última frase, presentándome como su pareja, me había complacido tanto que el cabreo prácticamente me había desaparecido.

  • Sí, pero era un poco tocones y caraduras ¿no?

  • Cómo eres Raúl… ¿No nos lo hemos pasado bien?

  • Mujer, yo creo que aquí la que se lo ha pasado mejor has sido tú.

Ella se rió.

  • La verdad es que creo que tienes razón. Venga, a ver si llegamos de una vez a casa.

Cuando por fin llegamos al chalet, nos tiramos de cabeza a la piscina para quitarnos el calor y el sudor de la caminata. Después de relajarnos unos minutos flotando en el agua, entramos en la casa y, codo con codo, preparamos la cena, una refrescante ensalada de tomate, pepino y queso de cabra aliñada con aceite de oliva virgen. A continuación, preparamos la mesa en el exterior y cenamos mientras contemplábamos como el sol lentamente iba descendiendo hacia el oeste. El clima era perfecto y nuestros cuerpos desnudos disfrutaban de las caricias de los últimos rayos solares.

Al terminar de comer, recogimos la mesa y mi madre me propuso mirar una película en el sofá del salón. No llevábamos ni media hora, cuando vi que sus ojos se cerraban lentamente.

  • Mama – le dije agitándole el muslo – te estás durmiendo.

Ella entreabrió los ojos.

  • Ai, es verdad… Me siento realmente cansada. Supongo que es por las intensas emociones de estos días.

  • Bueno, si quieres la podemos dejar para otro día. – le propuse.

  • Me sabe mal por ti. Si quieres vente conmigo a la cama y la miramos en mi habitación. Así, si me duermo, ya estaré en mi cama y tú puedes continuar viéndola.

Obviamente, como podéis imaginar, no puse ninguna pega delante de semejante proposición. Segundo día seguido que dormiría con mi madre y, sinceramente, esperaba que no fuera el último.

Sin demorarnos ni un minuto, nos levantamos del sofá, subimos las escaleras y, después de que cada uno hiciera sus necesidades, nos metimos en la cama. Pese a que intentaba estar centrado en la película, la situación me provocó una incipiente erección, la cual no pasó desapercibida a mi madre, quién me sonrió traviesa.

Llevábamos unos veinte minutos, cuando, al mirarla de reojo, vi que se había quedado dormida. Como, debido al calor reinante en la habitación, no se había cubierto con las sábanas, pude contemplar su bello cuerpo desnudo sin ningún tipo de disimulo. Dudé si tocarme. Realmente esa obra de arte de la naturaleza se lo valía. Sin embargo, yo, como ella, estaba cansado y quería dejar descansar a mi polla, que durante los últimos días había sacado humo. Así que, después de cerrar la televisión y la luz, me dispuse a dormir tranquilamente.

Cuando me desperté a la mañana siguiente, los primeros rayos de sol se colaban tímidamente por la ventana, iluminando con su cálida luz la habitación. Mi madre dormía apaciblemente a mi lado, recostada sobre su lado izquierdo, mostrándome su fina espalda y sus rotundas nalgas. Como el día anterior, me había despertado con una fuerte erección matutina. Así que, aprovechando que ella aún dormía, y con más ganas de marcha que la noche anterior, me cogí la polla y empecé a masturbarme lentamente, disfrutando de la situación.

Pasados unos minutos, con mi calentura creciendo por momentos y al ver que ella aún no daba signos de despertarse, moví mi mano izquierda y me aventuré a acariciarle levemente las nalgas. Pese a la edad, se mantenían firmes, con la piel suave y tersa. Haciendo acopio de valentía, le cogí la nalga derecha y la separé levemente, dejando a la vista y pudiendo contemplar su rosado ano y, un poco más abajo, su precioso sexo.

Estaba tan ensimismado con semejante visión que no me di cuenta que empezó a moverse. Sin dejar de darme la espalda, desplazó su brazo derecho hacia atrás y cogió lo primero que encontró que, por suerte para mí, fue mi muñeca derecha, a escasos centímetros de mi enardecida polla. Con un leve tirón, me atrajo hacia ella, provocando que mi brazo pasara por encima de su cuerpo y que mi mano quedara colocada sobre su seno derecho.

  • Mmmm… - runruneó. – Buenos días campeón…

  • Buenos días mama. – le respondí con la boca seca, temiendo que se hubiera dado cuenta de mis tocamientos furtivos.

La nueva posición en qué se encontraba mi cuerpo, ocasionada por su agarrón, provocaba que mi pecho tocara su espalda y que mi polla quedara a escasos milímetros de sus nalgas. Esto último lo hice adrede, ya que, antes de que se tocaran, eché levemente mi culo hacia atrás paraqué mi falo no entrara en contacto con ellas. Y es que, si me hubiera enganchado a su cuerpo, como parecía que ella quería, mi madre hubiera notado de inmediato mi estado y, para ser sinceros, pese a nuestras aventuras y que yo me moría de ganas, aún me daba un poco de reparo.

Sin embargo, ella, desconociendo mi situación, no pensaba lo mismo y, pasados unos segundos, me susurró:

  • Abrázame más que no muerdo…

Dudé unos instantes pero luego recordé lo que me había dicho la mañana anterior refiriéndose a mi erección matutina: “No seas bobo… Es normal a tu edad”. Así que, moviendo mi culo hacia delante, pegué mi polla a sus nalgas y me aferré a ella como quería. Su instinto fue mover levemente las posaderas, con lo que, si inicialmente no se había dado cuenta (cosa que dudaba) de mi erección, ahora estaba al 100% seguro de mi estado.

  • Veo… mejor dicho, noto que te has levantado alegre esta mañana. – se rió.

  • Lo siento. – le dije enrojeciendo.

  • ¿Qué te dije ayer? – me preguntó. – Que es normal así que no me seas tonto y abrázame bien fuerte.

Pegué aún más mi cuerpo contra el suyo y agarré con más fuerza su seno derecho.

  • Ai Raúl. – se quejó. – No me cojas tan fuerte la teta. Si quieres, acaríciamela, pero no la atenaces como si fuera una simple pelota.

  • Perdón, perdón. – me disculpé inmediatamente – Me he dejado llevar por la emoción.

Haciendo caso a sus palabras, solté la teta y la empecé a acariciar, rozando su contorno y jugando con su pezón.

  • Mejor así… - me animó.

Mientras todo esto ocurría, mi polla continuaba firmemente presa entre sus nalgas. Pese a que la situación me encantaba, me dolía un poco el tronco por la posición y la presión de su espalda. Así que se lo hice saber.

  • Mama, ¿te importa si coloco mi polla mejor? Es que en esta posición me molesta un poco.

  • Ai, perdón. – se disculpó ahora ella separándose levemente y liberando mi miembro de su atadura.

  • No, no – le dije al instante. – No quiero que te separes. Simplemente es por si puedo colocarla en otra posición para qué tenga más espacio y no quede tan presionada.

Ella no dijo nada. Sólo movió su mano derecha hacia abajo y, sin girarse, me cogió, como si fuera lo más normal del mundo, la polla. Seguidamente, desplazó su cuerpo levemente hacia arriba y colocó mi polla entre sus piernas, dejándola reposar sobre su expuesto sexo.

  • ¿Mejor así? – me preguntó.

  • Sí, mucho mejor. – le respondí.

Y es que, sinceramente, la posición era mucho, mucho, pero que mucho mejor. No sólo mi polla tenía más espacio, sino que ahora nuestros sexos estaban en contacto directo, sin ninguna barrera que los separara.

Permanecimos así un rato, disfrutando de la sensación, tiernamente abrazados en la cama. A medida que pasaban los minutos, noté una calidez creciente en mi polla. Sin duda, mi madre no era indiferente a mis caricias a su pecho y al roce de mi miembro completamente empalmado.

Con la excusa de que le picaba la entrepierna, bajó su mano a su sexo y se lo acarició lentamente, jugueteando unos segundos con su clítoris. Estoy seguro que ella era plenamente consciente de que yo me estaba dando cuenta de todo, pues, al tocarse, estaba rozando levemente con sus yemas mi capullo, ahora ya completamente embadurnado de líquido preseminal.

Mientras se “rascaba”, aprovechó y separó sus labios vaginales, con lo que mi tronco y mi capullo quedaron parcialmente arropados por estos, en contacto directo con el interior de su vagina.

Ahora fui yo quien, con la excusa de que se me dormía el brazo izquierdo, me moví sutilmente, provocando que mi polla se frotara con su coño, ahora ya totalmente lubricado. En uno de esos meneos, y sin yo ser consciente, mi capullo quedó encarado peligrosamente a la entrada de su vagina. Así que, en el siguiente movimiento, sin yo quererlo voluntariamente, la parte superior de mi polla se adentró en su cálida cueva, quien la recibió encantada.

Pese a que mi madre ni yo no pudimos evitar gemir de placer, nos quedamos completamente parados, procesando lo que acababa de pasar. Después de unos segundos que se me hicieron eternos y sumamente placenteros, mi madre tiró su culo hacia adelante y se separó. Seguidamente, se giró sobre sí misma y, completamente ruborizada, me dijo.

  • Buf… ¡Cómo estamos! ¿Quieres que te la chupe y así te corres?

Realmente lo que quería, pero lo que más deseaba en ese momento, en ese preciso instante, era follármela allí mismo, cabalgarla salvajemente. Sin embargo, ella, delante de mi leve penetración, se había separado. Así que, no queriendo dar ningún paso en falso que rompiera nuestra complicidad, le contesté:

  • Me encantaría. Aunque no sé si voy a aguantar demasiado.

  • Eso es lo de menos. – respondió dirigiéndose a cuatro grapas hacia mi polla, aferrándola con la mano y engulléndola sin dudar.

Ella, llevada por su calentura, empezó un rápido movimiento, succionando sin piedad, mientras sus nalgas quedaban a escasa distancia de mi cara.

En ese instante, quizás también llevado por la calentura que fluía por todo mi cuerpo, decidí que no iba a ser el único que disfrutara de ese encuentro. Moví mi tronco hacia ella y, cogiéndola con mis brazos de la cintura, la levanté levemente y la giré, quedando su imponente culo y su brillante sexo delante de mi cara.

Ella, sacándose momentáneamente mi polla de la boca, se propuso a protestar, pero, antes de que dijera ni una sola palabra, enterré mi lengua en su coño y empecé a lamer como un poseso mientras un intenso sabor a sexo y a flujos inundaba todas mis papilas gustativas.

La supuesta queja se convirtió en un gemido largo y pronunciado, y, entre dientes, sólo fue capaz de exclamar:

  • ¡Joder!

Sin dudarlo, la cogí firmemente de las nalgas y, separándolas completamente, lamí como si me fuera la vida en el intento, no dejando un milímetro de piel en el que no reparara mi lengua: le lamí el ano, le penetré el coño con la sinhueso y succioné con pasión su clítoris. Mientras, mi madre no perdió el tiempo y volvió a su faena, chupando con más ganas, aún si cabía, mi polla, totalmente embadurnada de saliva.

La excitación de los dos provocó que, pese a mis intentos por resistir, no aguantáramos mucho más y que los dos estalláramos en un orgasmo simultáneo que nos elevó al séptimo cielo. Ella amorró con fuerza su sexo totalmente cubierto de flujos y babas contra mi cara, refregándolo con ganas, y yo enteré mi polla en lo más profundo de su garganta mientras borbotones y borbotones de semen corrían por su tráquea.

Pasado el clímax, ella cayó rendida a mi lado, con el cuerpo sudoroso y completamente desmelenada. Su cara estaba totalmente roja y de sus labios, brillantes de saliva y babas, colgaba una gota densa y blanca de mi semen. Mi aspecto no debía ser mucho mejor ya que, al mirarme, no pudo evitarlo y se puso a reír.

  • ¡Menuda cara Raúl! – exclamó.

  • ¡Pues si te vieras a ti! – contesté divertido.

A esta corta conversación le siguió un silencio levemente incómodo, que decidí romper con lo primero que me vino a la cabeza.

  • ¿No está mal para empezar el día, no?

Ella nuevamente se rió.

  • ¡Pues la verdad es que no!

Seguidamente, se levantó de la cama y, dirigiéndose a la puerta, me dijo:

  • Creo que me voy a dar el primer baño del día. ¿Te vienes?

Saltando de la cama, seguí sus pasos y los dos nos dirigimos a la piscina, donde nos tiramos de golpe. Estuvimos nadando tranquilamente durante media hora, dejando que el agua refrescara nos cuerpos sudorosos después del increíble 69 que nos acabábamos de regalar. Pese a que no hablamos, no había ningún tipo de incomodidad en el ambiente y ella, cada vez que me pasaba cerca, esbozaba una sonrisa cómplice.

Cuando salimos para desayunar, no pude evitar tener otra erección. Ver ese cuerpo que minutos antes había estado a mi total disposición era demasiado para mí y sólo tenía ganas de volver a enterrar mi cabeza entre sus nalgas.

Mi madre, al darse cuenta, se rió.

  • ¡Madre mía Raúl! ¡Cómo eres! Hace unos minutos casi me asfixias con la cantidad de semen que has sacado y ya vuelves a estar dispuesto para la batalla.

  • Pues la verdad es que sí – le respondí mirándola directamente a los ojos – Es imposible con este cuerpo que tienes no volverse loco.

Ella sonrió orgullosa y me miró de arriba abajo, comiéndome con la mirada.

  • La verdad es que tú tampoco estás nada mal. Ahora que ya la he probado más de una vez, tengo que confesar que me encanta tu polla.

Si ella no se hubiera dado la vuelta y se hubiera dirigido a la mesa, me la hubiera follado allí mismo, tal era el nivel de calentura que me nublaba.

Con la polla en ristre la seguí, sentándome de tal manera que pudiera contemplar perfectamente mi erección. Ella, quizás siguiéndome el juego, movió levemente su silla, con lo que yo también pude disfrutar de una visión excelente de su sexo durante todo el desayuno. Durante este proceso, mi polla no decayó ni un centímetro y, cuando parecía que lo iba a hacer, sólo tenía que levantar la cabeza y mirar a mi madre, quién se veía espectacular.

Al terminar el café y las tostadas, continuamos sentados unos minutos en la mesa. Los dos estábamos disfrutando de nuestra exhibición y ninguno quería romper el momento. Para caldear un poco más el ambiente, mi madre levantó una de las piernas, flexionándola levemente, y me dio una mejor perspectiva de su sexo. Este se mostraba orgulloso, seductor, con los labios parcialmente separados y coronado por el clítoris.

Mi madre, con una sonrisa traviesa, rompió el silencio:

  • No sé qué me pasa hoy, pero me pica bastante la entrepierna.

Con la excusa de rascarse, bajó una mano a su sexo y se lo acarició sin ningún disimuló, mirándome directamente a los ojos.

  • Sí – le respondí. - A mí me pasa lo mismo.

Como ella, bajé mi mano a mi entrepierna y aferré firmemente mi polla, mostrándole el capullo en todo su esplendor.

Estábamos empezando a masturbarnos mirándonos uno al otro cuando, desde el interior, llegó el sonido de su móvil.

  • ¡Menudos aguafiestas! – exclamó levantándose y dejándome con las ganas.

Después de unos minutos sin que saliera, entré en el interior y escuché la conversación. Debía ser Susan o Laura así que la cosa iba para largo. Totalmente frustrado, salí al patio y empecé a recoger la mesa, llevando los platos y los vasos al interior. Estaba empezando a lavarlos en la pica, cuando mi madre se acercó con el móvil en la mano y, alargando el brazo, me lo pasó.

  • Toma, es Susan que quiere hablar contigo.

  • ¿Si?

  • Hola Raúl. ¿Cómo estás? – me preguntó.

  • Bien, bien – respondí.

Mi madre, mientras tanto, con una sonrisa pícara, flexionó las piernas, poniéndose en cuclillas, y, ante mi atónita mirada, abrió la boca y engulló mi miembro de golpe.

  • Mmmm… - se me escapó.

  • ¿Estás bien Raúl? – preguntó Susan desde el otro lado del teléfono.

  • ¡Sí, sí! – dije inmediatamente. – Sólo me he dado un golpe.

  • Mejor – respondió ella. – Oye, me ha dicho tu madre que controlas el Photoshop. ¿Es así?

  • Sí, sí - balbuceé mientras mi madre seguía chupándome la polla.

  • ¿Si te paso unas fotos me las podrías retocar?

En ese instante, mi madre sujetó firmemente la parte inferior del tronco con una mano y, abriendo completamente la boca, me hizo una garganta profunda.

  • Bufff… - suspiré.

  • ¿Rául, seguro que estás bien? – volvió a preguntar Susan.

Entonces, mi madre se levantó y riéndose de mi cara, me dijo:

  • Venga, ve a fuera a que te toqué el aire y termina de hablar con Susan, que veo que aquí dentro no te concentras.

“Sí claro” pensé. “No me concentró porqué me estás chupando la polla”.

Susan me volvió a la realidad.

  • ¿Rául, estás bien? ¿Me has oído?

  • Sí, sí – le respondí dirigiéndome al exterior con mi polla embadurnada de babas. – Es que mi madre me estaba hablando y no me enteraba.

  • Ajá… - dijo escuetamente Susan. – Bueno, ¿puedes hacerme este favor o no?

  • Sí, sí, por supuesto. Tú mándame las fotos a mi correo electrónico y yo las arreglo.

  • Perfecto. ¡Muchas gracias! – exclamó - ¡Eres un sol!

  • ¿Quiere que te vuelva a pasar a mi madre?

  • No hace falta. Simplemente dígale a esa vieja choca que nos vemos pronto.

Cuando entré para devolverle el móvil, mi madre estaba fregando los platos delante del fregadero. Sus nalgas se movían levemente de un lado al otro a causa del movimiento de sus brazos, que frotaban con ganas una paella de un día anterior. Debido al sonido del agua, no se dio cuenta de mi presencia. Así que, aprovechando mi ventaja, me acerqué sigilosamente y, poniéndome de cuclillas detrás de ella, enterré mi cabeza en sus posaderas. Ella, que no se lo esperaba, gritó asustada.

  • Ai Raúl ¡Qué susto!

Sin embargo, no cambió la posición ni dejó de lavar los platos. Es más, flexionó levemente las piernas para que tuviera un acceso más directo a su sexo. Yo, obviamente, no rechacé la invitación. Con el beneplácito de su acción, separé sus nalgas con las manos, con los que sus labios y su ano se abrieron completamente, dándome la bienvenida. Ante esa increíble y excitante visión, no dudé. Moví mi cabeza hacia delante y volví a enterrar mi lengua en sus expuestos agujeros, empezando a lamer con más ganas y fruición.

Llevaba unos minutos disfrutando de ese exquisito manjar cuando mi madre me sacó de mis pensamientos.

  • ¡Joder! Nunca hubiera pensado que disfrutaría tanto limpiando los platos.

Ese comentario, que me había sacado del trance en qué me hallaba, me dio una nueva idea. ¿Quería disfrutar? ¡Pues se iba a enterar!

Me levanté como un resorte y encaré mi polla, completamente empalmada, a su sexo, que debido a mis lametones, estaba brillante, abierto y expectante. Sin darle tiempo a reaccionar, precipité mi pelvis hacia delante y la fui enterrando centímetro tras centímetro en su interior. Mi madre, debido al movimiento, tuvo que cogerse firmemente del fregadero para no caer hacia delante.

  • ¡¿Qué haces Raúl?! – exclamó.

  • ¡¿No lo ves?! ¡Coger la iniciativa!

Llevé mis manos a su cintura y empecé a follarla con más ímpetu.

  • Pero, pero… - balbuceó.

  • Tú calla y disfruta. – le animé.

No sé si me hizo caso queriendo, pero el hecho es que, cuando volvió a abrir la boca, solo se le escapó un gemido de placer. En ese instante, al comprender que no iba a poner ningún tipo de resistencia, empujé con más fuerza. Mi polla, cubierta y brillante a causa de sus abundantes flujos vaginales, entraba y salía, entraba y salía… Sus nalgas rebotaban una y otra vez contra mi cadera, y sus pechos se movían al compás de cada embestida. Ahora éramos los dos que gemíamos totalmente desatados, llevados por nuestra calentura y nuestras ganas de follar.

En un momento dado, mi madre empujó hacia atrás con el culo y provocó que, para no caerme, tuviera que dar unos pasos trastabillando hacia atrás. Ella aprovechó esa liberación para darse la vuelta y mirarme a la cara. Por unos instantes, temí haberla enfurecido. Sin embargo, la mirada con la que me encontré solo mostraba lujuria y pasión. Se abalanzó hacia mí y me beso en la boca. Nuestras lenguas se entrelazaron mientras yo la cogía firmemente de la cintura y la atraía hacia mí. Sus senos quedaron pegados a mi pecho y mi polla quedó cálidamente atrapada entre su sexo y su bajo vientre.

Separó momentáneamente sus labios de los míos y, acercando su boca a mi oreja, me susurró.

  • Fóllame campeón…

Sus deseos fueron órdenes para mí. La agarré con fuerza de la cintura y la levanté. Ella envolvió mi cuerpo con sus piernas y, con la ayuda de su mano, encaró mi polla a su sexo. Seguidamente, disminuyó levemente la presión con la que me asía y empezó a bajar lentamente, provocando que mi falo se fuera internando en su interior. Cuando la tuvo completamente dentro, comenzó a moverse mientras yo tenía que flexionar levemente las piernas para soportar el peso y no caerme.

Estuvimos así unos minutos. Ella moviendo las caderas hacia adelante y atrás, y yo aguantando la posición como un campeón. Cuando me di cuenta de que ya no soportaría mucho más su peso, me encaminé a la mesa del comedor y la eché encima.

La escena era espectacular: mi madre, cubierta de una fina capa de sudor por el esfuerzo, estaba totalmente a mi merced, con la piernas separadas de par en par, y su sexo, abierto como una flor, gritándome que lo follara. Cogí firmemente mi polla, que se encontraba completamente embadurnada de flujos vaginales, y, con mi capullo, golpeé repetidamente su clítoris, que me observaba completamente expuesto.

Con cada nuevo impacto, se le escapaba un gemido cada vez más sonoro de entre sus labios. Su mirada, clavada en la mía, era intensa y lujuriosa. La tenía totalmente a mi merced y eso me encantaba. Apunté mi polla a la entrada de su vagina y, con un movimiento seco, se la inserté de golpe, sin ninguna clase de miramiento. Mis huevos chocaron contra sus nalgas, que sobresalían levemente de la mesa. Cuando la tuve toda dentro, la volví a sacar y repetí la operación, una vez tras otra.

En una de estas entradas y salidas, me aparté unos centímetros y contemplé su precioso coño. Sus labios, completamente abiertos, dejaban expuesto su cálido agujero, de un color rosáceo intenso. La zona, húmeda y brillante, estaba totalmente embadurnada de flujos vaginales y líquido preseminal. Unas gotas resbalaban desde su interior y se perdían entre sus nalgas, cubriendo su ano de una pátina reluciente.

Ante esa maravilla de la naturaleza, no pude sino volverle a clavar mi polla hasta el fondo. Completamente poseído por el desenfreno y la pasión, empecé a follármela cada vez más rápido, con más ímpetu. La aferré de la cintura y me lancé a comerle los pechos, mientras mis huevos golpeaban rítmicamente sus posaderas.

  • ¡Sí, joder! ¡Fóllame! ¡Fóllame! – gritó mi madre en medio del frenesí sexual.

La cogí aún con más fuerzas, sin darle ni un segundo de tregua ni mostrarle clemencia ni piedad. Mi madre gemía del placer, yo resoplaba del esfuerzo y la mesa chirriaba de las embestidas. Noté que estaba a punto de llegar al punto de no retorno, que iba estallar en un orgasmo de los que hacen época.

  • ¡Mama! - le dije entre gemidos – ¡Me voy a correr!

  • ¡Hazlo dentro de mí! – respondió al instante.

No aguanté más. Nuestros cuerpos, llenos de sudor, se fundieron en uno solo y los dos estallamos en un intenso orgasmo…

Cuando al cabo de unos pocos minutos recuperé el aliento y la cordura, la miré con mi polla aun cómodamente ensartada en su interior. Pasada la calentura inicial, temía que ella se arrepintiera o que directamente me echara la bronca por lo que acabábamos de hacer.

Sin embargo, sus facciones no mostraban enfado o enojo. Tenía las mejillas rojizas y el pelo revuelto e, igual que yo a ella, me miraba a los ojos.

Por fin, ella rompió el silencio.

  • Esto ha sido…

Antes de que terminará la frase la corte.

  • ¡Increíble!

Ella se quedó un poco sorprendida por mi rápida reacción y no pudo sino sonreír.

  • Tienes razón, Raúl. Esto ha sido increíble. Hacía tiempo que no me pegaban una follada como esta. ¡Estás hecho todo un toro!

  • Tengo la mejor maestra. – le respondí al tiempo que me inclinaba hacia delante y la besaba en los labios.

Pareció como si lo estuviera esperando, porqué los dos nos fundimos en un tierno y prolongado beso.

Pese a que me acababa de correr, noté como la sangre volvía a mi polla, tal era el poder que poseía mi madre sobre mi cuerpo. Ella, sin duda, lo notó, porqué acto seguido separó sus labios de los míos y, con sus manos acariciando mis mejillas, me dijo:

  • Sácala y sígueme.

Le hice caso y centímetro a centímetros fui sacando mi polla de su vagina. Cuando la tuve fuera, pude contemplar la excitante estampa de su sexo, totalmente abierto y con mi espeso semen resbalando de su interior.

Ella aprovechó ese momento para incorporarse y ponerse en pie. Seguidamente, me cogió de la mano y me guió hacia el exterior. Desconocía completamente sus intenciones, pero después de lo ocurrido no quería preguntar.

Una vez fuera, nos encaminamos hacia las hamacas.

  • Túmbate – me ordenó cuando llegamos al destino.

Hice caso a su petición y me estiré con el cuerpo hacia arriba. Acto seguido, ella pasó una pierna por encima de la hamaca, quedándose con una a cada lado. Su húmeda y rosada vagina, de donde continuaba goteando mi espeso semen, quedó unos centímetros por encima de mi sexo. Se inclinó levemente hacia delante, bajó una mano y me cogió la polla, que ya volvía apuntar al cielo. Lentamente, fue descendiendo mientras la encaraba hacia su coño. Pese a que acabábamos de follar, el contacto de nuestros sexos fue como una descargar de placer para los dos. Poco a poco, milímetro a milímetro, mi polla fue desapareciendo en su interior, hasta que su pubis topó con mi bajo vientre.

Cuando la tuvo toda dentro, cerró unos instantes los ojos mientras de los labios se le escapaba un sonoro gemido de placer.

  • Buf… ¡Cómo se siente! – exclamó.

Abrió los ojos, mirándome fijamente, se encorvó hacia delante y me besó en los labios. Mientras nuestras lenguas jugaban, su cuerpo inició un lento y placentero movimiento arriba y abajo que se fue incrementando con los segundos.

En un momento en qué nuestros labios se separaron, le dije:

  • Mamá…

  • Calla. – me cortó. – Antes hemos follado. Ahora quiero hacer el amor con una de las dos personas que más quiero en este planeta.

Obviamente, callé y me dejé llevar por el momento. Ella se continuó moviendo, lentamente, con ternura. Nos besamos, nos acariciamos… Le lamí los pechos, saboreé sus pezones… Ella me mordió el cuello, el lóbulo de las orejas... No sé cuanto pasamos en nuestra burbuja de amor y sexo, de ternura y lujuria… Al final noté que mi corrida era inminente.

  • Me voy a correr.

  • Hazlo dentro cariño.

La aferré fuerte de las nalgas, mis dedos clavándose en sus posaderas, y ella aumentó el ritmo. Su culo empezó a rebotar con furia contra mis cuádriceps y mi polla entraba y salía entre sus separados labios vaginales.

  • ¡Me corro! – exclamé.

  • ¡Y yo! – contestó mientras sus piernas le fallaban y quedaba tendida encima de mi sudoroso cuerpo.

Ese día marcó un punto de inflexión en nuestra relación. Desde entonces, dormimos siempre juntos y follamos cada vez que nuestros cuerpos lo desearon. Quedamos otras veces con Susan y Laura, aunque, muy a mi pesar, no volvimos a vivir situaciones tan intensas y emocionantes como en nuestro primer encuentro. Es verdad, pero, que Las cosas cambiaron cuando volvió mi hermana de su estada en Southampton. Sin embargo, eso ya es otra historia.

[Nota del autor: Aquí finaliza la serie “Vacaciones en el chalet”. Como algunos habéis apuntado en los comentarios y yo mismo sugiero en este final, la historia puede que continúe con la vuelta de la hermana. Sin embargo, ahora mismo no tengo nada escrito y desconozco si la voy a desarrollar. En cualquier caso, si es así, no será en breve. Nuevamente, muchas gracias por vuestros comentarios y un abrazo de Groc].