Vacaciones en el chalet (5)

Raúl vive una intensa tarde con las amigas de su madre

Una vez escogido el juego y con las normas acordadas ya solo quedaba empezar a jugar. Susan, al ser la anfitriona, se levantó y se dirigió a un gran mueble de madera en busca de una baraja de cartas. Al cabo de un minuto, ya la había encontrado y ya estaba de vuelta a la mesa. Al llegar, se sentó, mezcló las cartas y repartió tres a cada uno. Cuando todos las tuvimos en nuestras manos, se detuvo y dejó la baraja a un lado.

  • Venga, empecemos. – nos animó.

Mi madre giró una carta: un 2. Laura giró la suya: un 5. Yo giré la mía: un 7. Y Susan hizo lo mismo: un 6.

  • De momento gano yo. – dije mirándolas triunfador.

  • Esto aún no ha terminado. – contestó mi madre sujetando boca abajo las dos cartas que le quedaban.

Volvimos a repetir. Mi madre sacó un 10, Laura un 7, yo un 3 y Susan un 9.

  • ¿Quién decías que ganaba? – me preguntó Susan con una sonrisa en la boca.

Seguidamente, giramos la tercera carta. Mi madre obtuvo un 3, Laura un 5, yo un 6 y Susan un 10.

  • ¡Toma! – exclamó Susan dando un golpe con el puño en la mesa – ¡He ganado!

Efectivamente, Susan tenía 25 puntos, Laura 17, yo 16 y mi madre 15.

  • Bien, bien, bien… - dijo Susan frotándose las manos y mirando amenazadoramente a mi madre. – Creo que alguien tiene que hacer una prueba. A ver, a ver. ¿Qué puedo mandarte?

Mientras Susan pensaba la prueba que iba a imponer a mi madre, Laura me llenó el chupito hasta arriba de todo de tequila.

  • Venga Raúl, de golpe. – me animó guiñándome un ojo.

Lo cogí y me lo tragué sin dudar. La garganta me quemó y los ojos se me humedecieron.

  • Buf… - soplé. – ¡Cómo quema!

Laura y mi madre se rieron de mi expresión mientras Susan seguía pensando.

  • Ya sé. – dijo de repente Susan chasqueando los dedos. - Ana haznos uno de esos bailecitos tuyos, cómo los de la otra noche en la discoteca. ¿Te acuerdas?

Mi madre, sin protestar, se levantó, dejando la toalla que le cubría los hombros en la silla, y se puso delante de la mesa, con lo que todos podíamos admirar perfectamente su bello cuerpo.

  • ¿Cuánto tiempo tengo que bailar? – preguntó antes de empezar, con los brazos en jarra.

  • No sé. ¿5 minutos? – preguntó Susan.

  • De acuerdo – respondió mi madre.

Seguidamente, delante de nuestras atentas miradas, sonrió pícaramente, flexionó levemente las piernas y los brazos, y empezó a mover la cadera sensualmente de un lado al otro. Sus pechos, con los pezones apuntándonos, oscilaban siguiendo el compás de sus movimientos, que cada vez eran más animados. Dando un pequeño salto, dio la vuelta sobre sí misma y quedó de espaldas a nosotros, mostrándonos sus rotundas nalgas, que se separaban y abrían levemente a cada nuevo meneo.

  • ¡Venga Ana, que lo puedes hacer mucho mejor! – gritó Laura. - ¡Con estos bailoteos no hubieras puesto palote a ese chico del bar!

  • Ya, ya. Pero sin música no me concentro. – se quejó mi madre dejando de bailar.

  • Esto tiene solución - comentó Susan levantándose y encendiendo unos altavoces que tenía conectados a un mp3.

Al instante, la música comenzó a fluir e inundó el comedor. Antes de que mi madre pudiera reanudar el baile, Susan, mientras se sentaba nuevamente en su silla, la interrumpió.

  • Vamos a poner la prueba más interesante. Tienes que bailar hasta que la polla de Raúl se levante como el asta de una bandera.

  • ¡¿Cómo?! ¡Esto no vale! – se quejó mi madre frunciendo el ceño.

  • ¿Cómo que no vale? ¿Quién ha ganado? ¿Yo, no? ¿Quién pone las reglas? ¿Yo, no? ¡Pues a callar y a bailar! Raúl – me ordenó – mueve la silla delante de tu madre para qué te veamos todas. ¡Ah, y pobre de tú que te toques! Tu polla debe levantarse solo con los movimientos de Ana.

Medio excitado, medio avergonzado, cogí mi silla y la moví hasta situarla en una posición desde la que todas las mujeres tenían una visión perfecta de mi cuerpo y mi polla. Mi madre, no sé si por el efecto del alcohol, que ya estaban haciendo mella en nosotros, o por no contrariar más a Susan, empezó nuevamente a bailar siguiendo el ritmo de la música, una animada canción veraniega. Como la vez anterior, comenzó moviendo la cadera de un lado al otro. Esta vez, pero, se llevó las manos al cabello y empezó a tocárselo sensualmente. Mientras bailaba, clavó su intensa y penetrante mirada en mí y, con el objetivo de provocarme, se mordió levemente el labio inferior.

Al ver que sus movimientos, pese a empezar a calentarme, no tenían el rápido efecto que deseaba, bajó las manos a los pechos y se los empezó a acariciar, uniéndolos y separándolos.

  • ¡Ahora, ahora! – exclamó Laura mientras empezaba a aplaudir.

Mi madre continuó magreándose los senos, al mismo tiempo que empezaba a mover la cadera en círculos y a bajar lentamente, flexionando las piernas. Cuando llegó hasta abajo y su culo tocó el suelo, subió de golpe, haciendo que sus tetas saltaran de alegría. Volvió a repetir el descenso, pero esta vez se llevó dos dedos a la boca y la otra mano a su sexo. Sin dejar de bailar, empezó a chuparse el dedo índice, mientras la otra mano empezaba a acariciar la parte exterior de su vagina. Mirándome directamente a los ojos, se sacó el dedo de la boca y lo lamió sensualmente con la lengua. Mientras hacía esto, bajó la mirada y vio que, como era obvio, mi polla empezaba a despertar de su letargo. Me sonrió, se levantó y, girando sobre sí misma, me dio la espalda. A continuación, puso sus manos sobre sus caderas y empezó a mover ese impresionante culo que tenía. Lo movía exageradamente de un lado al otro, haciendo que sus nalgas se separaran para, segundos después, golpearse la una contra la otra, dejándonos entrever, durante breves instantes, su rosado ano y, unos milímetros más abajo, el inicio de su sexo.

Como podéis imaginar, mi polla ya había superado el estado de morcillona y empezaba un lento pero imparable recorrido hacia arriba. Mi madre, igual como había hecho por delante, empezó a mover las caderas en círculos y a descender. Cuando llegaba abajo, subía de golpe, haciendo que sus preciosas posaderas botaran al compás de la música. Llevaba bajando y subiendo unas cuantas veces, cuando giró la cabeza y se dio cuenta de que mi polla estaba a punto de llegar a su máximo esplendor. Así que, para rematar la faena, se puso a cuatro patas en el suelo y, arqueando su espalda para conseguir que su culo se mostrara en todo su magnitud, empezó a mover las nalgas arriba y abajo y de un lado al otro. En esa postura, su ano quedó completamente expuesto, al igual que su suculento coño, que, con los labios levemente separados y brillantes por la humedad, delataba su nivel de calentura. Esa visión fue demasiado para mi polla, que quedó apuntando completamente dura hacia el techo.

  • Fit, fiu. – silbó Susan. – ¡Quien fuera hombre para follarte!

Con el objetivo ya logrado, mi madre, para terminar la función, cogió sus nalgas con las dos manos y las separó, provocando que su ano se abriera levemente y mostrando el interior de su húmeda vagina. Finalmente, antes de levantarse, se introdujo el dedo corazón de la mano derecha en la boca, lo saboreó unos segundo, y lo dirigió a su sexo, recorriéndolo todo de arriba a abajo hasta llegar a su ano, donde lo detuvo unos instantes, acariciándolo en pequeños círculos.

Seguidamente, se levantó, se giró con las mejillas encendidas, y, inclinándose hacia delante, nos saludó como los hacen los actores de teatro. Susan y Laura estallaron en vítores, al igual que yo y mi polla, que estaba dura y derecha como un mástil de barco.

  • Gracias, gracias. – Agradeció mi madre mientras continuaba haciendo reverencias – Espero que la actuación les haya gustado.

  • ¡Pues claro que nos ha gustado! ¡Es más, nos ha encantado! – exclamó animada Susan. – Mujer como te mueves y qué culo que tienes. ¡IM-PRE-SIO-NAN-TE!

Mi madre, un poco acalorado de tanto movimiento, se acercó a la mesa y se sentó. Yo, con la polla totalmente empinada, también moví la silla hasta la mesa. No sé si fue culpa del alcohol o de lo surrealista de la situación, pero la verdad es que ya no me daba ningún tipo de vergüenza que vieran mi polla en todo su esplendor. Total, había sido Susan, con su prueba, la que me había provocado la erección. Además, mi madre me había visto masturbándome en casa y Susan me había masturbado dentro del agua.

Cuando me senté, continuamos el juego. Esta vez fue Laura la que mezcló las cartas y, a continuación, las repartió. En esta segunda jugada, la suerte cambió completamente. Mi madre ganó con 27 puntos, yo quedé segundo con 25, Laura tercera con 17 y Susan solo obtuvo 7 puntos.

  • ¡Vamos! – gritó mi madre levantando los brazos.

Sin darnos tiempo a reaccionar, fijó su mirada en Susan, la perdedora, y, con un tono amenazante, le dijo:

– Te vas a enterar.

  • Ui, ui, ui. ¡Mira cómo tiemblo! – contestó Susan en tono burlón y moviendo las manos como si temblara.

  • ¡Pues más vale que te prepares! – continuó mi madre. - Venga Raúl ponle un chupito a Laura que ya tengo ganas de empezar con la prueba.

Obedeciendo a mi madre, cogí la botella de tequila y llené el vaso de Laura, la cual, sin pensárselo ni un segundo, se lo tragó de golpe.

  • Agg…- protestó Laura cerrando los ojos y frunciendo el ceño. – ¡Cómo quema!

Esta aún se estaba quejando y sacando la lengua en busca de aire cuando mi madre volvió a hablar.

  • Bien Susan. – dijo frotándose las manos y con una sonrisa maliciosa. - Tu prueba va a consistir en ir a pedir sal a la casa de enfrente.

  • Menuda prueba. – se burló Susan. - ¡Esto está chupado! Me voy a vestir y….

  • Sooooo. Tranquila. – la cortó inmediatamente mi madre. – Aún no he terminado. Vas a ir a buscar sal… pero así, desnuda.

  • ¿Cómo? – preguntó Susan mientras la expresión le cambiaba completamente. – ¡Y una mierda!

  • Pues tendrás que dejar el juego. – continuó mi madre sin inmutarse delante de la airada reacción de Susan.

Sin añadir nada más, Susan se sirvió un chupito de tequila y se lo bebió de un trago. Seguidamente, hecha una furia, se levantó de golpe, haciendo que su silla cayera en el suelo, y, sin mirar atrás, se dirigió decidida a la puerta principal. Una vez allí, la abrió, salió fuera y, con un portazo que retumbó en todo el comedor, la cerró tras de sí.

Laura y yo, con las bocas abiertas y sin poder creérnoslos, miramos a mi madre, que continuaba como si nada, indiferente al cabreo de Susan. Al ver nuestras expresiones y que no hacíamos ademán de movernos, nos dijo:

  • ¡Venga todos al piso de arriba que esto será digno de ver!

Sin que lo tuviera que repetir dos veces, dejamos atrás el comedor y subimos corriendo las escaleras. Una vez arriba, entramos en la habitación de Susan, que daba a la calle de enfrente, y nos acercamos a la ventana principal. Susan, con el ceño fruncido y notablemente cabreada, acababa de abrir la puerta del jardín y se disponía a salir a la calle. Por suerte, ya no llovía y el sol empezaba a despuntar entre las nubes, que poco a poco se iban dispersando.

Pese al cabreo, Susan, antes de cruzar la calle, miró hacia los dos lados para ver si había algún testimonio de sus peripecias. Después de mirar más de una vez y de asegurarse de que no había nadie, empezó a correr hacia la puerta de sus vecinos.

La situación, pese a ser totalmente surrealista, era extremadamente morbosa. Por un lado, Susan corriendo en medio de la calle con los brazos pegados al cuerpo y sus nalgas rebotando a cada nueva zancada. Por el otro, dos bellas mujeres desnudas a escasos centímetros de mí, contemplando completamente concentradas los movimientos de su amiga. Aunque mi polla, minutos después del bailoteo de mi madre, había vuelto a estar morcillona, ahora volvía a revivir rápidamente.

  • Veo que la prueba que le he mandado a Susan te gusta, ¿no Raúl? – preguntó mi madre mirando como mi polla se iba hinchando y ganando tamaño.

  • ¡Joder, pues claro! ¡Menudo morbazo! Aunque no las tenía todas de que aceptara.

  • Va… - me respondió. – Ya sabía que saldría. Siempre protesta y se enfada, pero si la picas un poco acaba sucumbiendo. Además, los cuatro o cinco chupitos que ya nos hemos bebido nos ayudan a estar más desinhibidas.

  • Tienes razón. – le contesté. – Yo ya empiezo a notar los efectos del alcohol.

Mientras hablábamos, mi madre no había dejado ni un momento de mirarme la polla, que continuaba creciendo y ya apuntaba al techo.

  • Si te quieres tocar adelante. – me animó viendo que mi polla ya había alcanzado su máximo esplendor. - Por mí no te cortes.

La proposición era realmente tentadora, pero la proximidad de Laura me hacía dudar. La miré y vi que me sonría, quizás dándome pie a que me masturbara. Sin embargo, decidí esperar a ver como se sucedían los acontecimientos y volví a mirar hacia fuera.

Susan ya estaba delante de la puerta de sus vecinos y se disponía a tocar el timbre. Allí, de pie, desnuda e indefensa, dudó unos segundos. Finalmente, cogió aire, pulsó el interruptor, y se tapó con un brazo las tetas y con la otra mano el sexo.

Los segundos pasaron y nadie abría. Susan esperó dos largos minutos, que se nos hicieron eternos, desnuda en frente de la puerta. Sin embargo, pasado este tiempo y al ver que no había señales de vida, se dio la vuelta con una sonrisa triunfal en la boca. Al vernos en la ventana de su habitación, levantó su mano derecha y nos dedicó una porra.

Cuando empezaba a cruzar la calle contenta como unas castañuelas y dando saltitos de alegría, la puerta del patio se abrió y apareció un hombre de unos cincuenta años con el dorso desnudo y una toalla atada en la cintura. El hombre, que no tenía un cuerpo atlético pero que se conservaba bastante bien, parecía medio dormido. Tenía los ojos medio cerrados y bostezaba continuamente. Sin embargo, al ver una mujer completamente desnuda en medio de la calle, los ojos se les abrieron como platos. Pensando que quizás aún estaba soñando, se pellizcó el brazo y, al darse cuenta de que no era un sueño sino la vida real, dijo algo. Susan, que ya casi había llegado al patio de su casa, se detuvo de golpe. Roja como un tomate, se dio la vuelta y lo saludó tímidamente. Desde nuestra posición, pudimos ver perfectamente como el hombre la repasaba de arriba abajo mientras una sonrisa asomaba en sus labios. Lentamente, Susan deshizo el camino andado y se plantó delante de él. Una vez allí, separados escasamente por medio metro, estuvieron hablando uno minuto para, a continuación, entrar en el jardín y  cerrar la puerta tras de sí, dejándonos a los tres en ascuas.

Pasaron los minutos y Susan no daba señales de vida. Ya nos estábamos empezando a preocupar por ella cuando la puerta del jardín volvió a abrirse. Susan salió riéndose a carcajadas y, detrás de ella, apareció el hombre… ¡TOTALMENTE DESNUDO! Su cuerpo, pese a lucir una incipiente barriga, tenía un fuerte aspecto varonil, con unos brazos y unas manos poderosas, un vello denso y negro cubriéndole el pecho y una barba de tres días. Sin embargo, si había algo allí realmente varonil y que destacaba era su “herramienta”. Entre sus piernas colgaba una polla de dimensiones considerables que se encontraba medio empalmada, mostrando orgullosa un capullo grueso e hinchado.

  • ¡Coño! – se le escapó nada más verlo a mi madre.

  • ¡Mejor dirás POLLA! – la corrigió inmediatamente Laura, que instintivamente se llevó una mano a la entrepierna.

Susan y el hombre, aunque podían ser vistos por cualquiera que pasara por la calle, hablaban alegremente sin dar ningún tipo de importancia a su desnudez.  Al cabo de unos pocos minutos, dirigieron la mirada hacia donde estábamos y nos saludaron. En el primer momento, nos quedamos completamente cortados, no sabiendo muy bien cómo reaccionar. Sin embargo, pasados unos segundos, mi madre les devolvió el saludo moviendo los brazos enérgicamente. El hombre sonrió e inclinó levemente la cabeza en señal de saludo, y continuó hablando con Susan un rato más. Finalmente, se despidieron dándose dos besos, momento que él aprovechó para sujetar momentáneamente la cintura de Susan. Esta, risueña como una niña en el día de reyes, se dio la vuelta y se encaminó hacia la casa. El hombre, por su parte, continuó allí de pie, dando un buen repaso a las posaderas de Susan.

Cuando esta entró en el patio, él, levantando el brazo derecho, se despidió de nosotros mientras entraba en su jardín. En ese momento, quizás llevada por el alcohol o la calentura, mi madre le obsequió cogiéndose las tetas y apretándolas, y sacando la lengua sensualmente. El hombre se detuvo y, lejos de cohibirse o sentirse intimidado, se aferró la polla con una mano y se la empezó a menear mirándonos directamente. Su pollón comenzó a crecer de una manera desmesurada, mientras sus venas se hinchaban y su capullo relucía bajo la luz del sol. Cuando ya tenía la polla bien dura, puso los brazos en jarra y las manos a la cintura y mostró triunfal su trofeo. Mi madre, pese a que no podía oírla, aplaudió emocionada, lanzándole besos con las manos. Para recompensar el esfuerzo de ese hombre tan viril, le dio la espalda y, separándose las nalgas con las manos, empotró el culo contra la ventana, exhibiéndole, también orgullosa, sus dos agujeros. Ahora fue el hombre quien aplaudió efusivamente mientras su polla daba saltos de alegría. La función de mi madre, pero, no había terminado. Así que, sin dejarle tiempo a reaccionar, hundió el dedo corazón en el interior de su vagina y lo sacó totalmente empapado, mostrándole el intenso efecto que tenía en ella esa polla dura y gruesa.

Cuando parecía que la situación se nos iba a ir de las manos, el hombre, recobrando el sentido común y recordando que cualquier vecino lo podía ver, le envió un beso a mi madre y se internó en su jardín, cerrando la puerta tras de sí.

  • ¡Joder! ¿Por qué se va ahora que la cosa se estaba poniendo tan interesante? – se quejó decepcionada mi madre.

Segundos después obtuvimos la respuesta cuando un coche rojo apareció en la calle, circulando por delante de las dos casas. Seguramente el hombre lo había visto venir y, para no dar la nota, había entrado en su casa.

A continuación, oímos ruidos abajo, señal que Susan ya había llegado. Dejamos nuestra atalaya de vigías apresuradamente, bajamos las escaleras a toda prisa y nos plantamos en un santiamén delante de ella, que sonreía de oreja a oreja.

  • ¡Te lo has follado! – exclamó Laura nada más verla.

  • ¡Qué más quisiera! – contestó resignada Susan.

  • Joder con el tío, ¿no? No sabía que tuvieras un vecino tan varonil. Y menuda tranca que se gasta… - añadió mi madre.

  • Yo tampoco lo sabía. – le cortó Susan.

  • Venga, explica qué ha pasado. – la animamos todos.

  • ¡Ahora, ahora! ¡Tranquilas! – nos frenó Susan. – Sentémonos un momento en el sofá y os lo cuento.

Sin dudarlo, le hicimos caso de inmediato y, con unas ganas locas de escuchar la historia, nos sentamos en el sofá del salón. Seguidamente, Susan comenzó su narración:

  • Como habéis visto, he pulsado el timbre y he esperado pacientemente durante dos minutos a que abrieran la puerta. Sin embargo, no ha aparecido nadie. Así que, contentísima, me he dado la vuelta, sabiendo que había superado la prueba sin más consecuencias que salir a la calle desnuda. Cuando ya estaba llegando a la casa dando saltitos de alegría, he oído una voz masculina que me llamaba: “Perdón, ¿necesitas algo?”. Como podéis imaginar, me he girado muerta de vergüenza. “Sí…. Ja, ja… Buenas” le he contestado sin saber muy bien qué decir. Por suerte para mí, él ha salido al rescate. “¿Eres la vecina de enfrente, no? Alguna vez te he visto llegando con el coche. Yo soy Jaime, tu vecino de las temporadas de verano. Encantado de conocerte”. En ese instante, solo deseaba que la tierra me tragara. “Yo soy Susan, encantada. La verdad es que estaba cocinando y he visto que me faltaba sal. ¿Me puedes dejar un poco?” le he preguntado con mi mejor sonrisa y sintiéndome una completa idiota. Jaime se ha reído. “¡Sí, por supuesto! Pero suerte que mi esposa y mi hija se han ido a visitar el “Museu Monogràfic del Puig des Molins”. No me gustaría imaginar qué cara habrían puesto si abren la puerta y te encuentran así desnuda. Pasa, pasa”. Le he seguido a dentro, cerrando la puerta del jardín tras de mí. Una vez a allí, protegida de las miradas indiscretas de los vecinos, he intentado justificarme “Verás, la verdad es que me encanta practicar el nudismo y estoy tan a gusto que a veces no me doy cuenta ni de que estoy desnuda. Siento haberte molestado” he mentido. “¿Molestarme, a mí? No mujer, no. De hecho a nosotros también nos encanta tomar el sol desnudos. Ahora mismo estaba aprovechando que las nubes se disipaban para tomarlo desnudo en una hamaca mientras hacía una siesta”. En ese momento he comprendido que, debajo la toalla, estaba completamente desnudo como yo. Sin embargo, Jaime casi ni me ha dejado tiempo para pensarlo, ya que, seguidamente, ha añadido: “De hecho, si no te importa y para qué estemos en igualdad de condiciones, me voy a quitar la toalla”. Acto seguido, se la ha desatado mostrándome un buen pollote que se encontraba en estado de reposo. Pese a la situación, no he podido evitar echarle una buena ojeada. “¡Joder con el tío! ¡Menudo aparato que se gasta!” he pensado.

Él ha permanecido allí de pie, exhibiéndose unos instantes, sabiendo muy bien que, por más que lo quisiera, no podía apartar mi vista de esa gruesa polla. Seguidamente, sacándome de su embrujo, me ha dicho “Ven, sígueme” y se ha encaminado a la parte trasera del jardín. Le he seguido sin rechistar, contemplando su fuerte espalda y su culo totalmente moreno. Cuando a los pocos metros hemos llegado a destino, nos hemos encontrado con una enorme piscina rodeada de hamacas. Él la ha bordeado y se ha dirigido hacia una gran puerta corredera de cristal que daba acceso al comedor. Estaba caminando tras de él, cuando me he dado cuenta de que, tumbado en una de las hamacas, había un chico de unos veinte años durmiendo plácidamente desnudo. Por los rasgos de su cara y las dimensiones de su polla, que reposaba dormida sobre uno de sus muslos, no había ninguna duda de que era el hijo de Jaime. Este, que me ha visto observándolo, me lo ha confirmado. “Ese es mi hijo Jorge. Hace un momento yo estaba como él, durmiendo a pierna suelta”.

Los dos nos hemos reído de su comentario y, a continuación, hemos entrado al interior, donde nos hemos encontrado con un enorme comedor que comunicaba con una cocina equipada a la perfección. “A ver, a ver. ¿Dónde guardamos la sal?” ha dicho mientras abría un armario y empezaba a buscar. “¡Aquí está!”. Ha cogido el paquete con una mano con la mala suerte que, cuando me lo iba a entregar, se le ha resbalado y ha caído al suelo. “Joder. Perdón, soy muy torpe. Suerte que no se ha roto”. Se ha excusado. “Ja, ja. Tranquilo, no pasa nada. Ya lo cojo yo”. Sin pensarlo, me he inclinado hacia delante sin flexionar las piernas, dándole una panorámica perfecta de mi sexo y mis nalgas, que se han separado levemente debido a la posición. He aguantado unos segundos así, sin que fuera, pero, demasiado exagerado.

Cuando me he incorporado, lo he pillado de lleno observándome. Tenía los ojos clavados en mis posaderas y su polla empezaba a estar morcillona. “Ups, perdón”. Se ha disculpado al ver que lo había descubierto. “Tranquilo. Yo en tu lugar también abría mirado” le he dicho para quitar hierro al asunto. Él se ha reído “La verdad es que no todos los días entre una mujer bella y desnuda en mi casa y me brinda un espectáculo como este”. Riéndome y con una sonrisa picarona, me he acercado y le he entregado el paquete de sal. Una vez en sus manos, me ha preguntado: “¿Cuánta sal quieres?”. Mierda, no lo tenía pensado. “Eh… pues…” he dudado. Entonces Jaime se ha dado cuenta de que allí pasaba algo raro. “No has venido a buscar sal ¿no?” me ha preguntado.

Roja como un tomate, se lo he confesado todo. “No, no. La verdad es que no. Con mis amigas estábamos jugando a un juego de pruebas y las muy putas me han obligado a ir desnuda a tu casa en busca de sal”. Jaime se ha empezado a reír a carcajadas. “¡Menudas amigas tienes! Ya veo que estáis muy animadas”. Después de ver su reacción, yo he respirado aliviada. “Sí, la verdad es que sí. Con la lluvia nos aburríamos y bueno… hemos decidido jugar a algo”. “Pues nada. ¡Prueba superada y con nota!” ha exclamado Jaime. “Gracias por ser tan comprensivo” le he dicho. “De nada. Y ya sabes, cualquier cosa que necesites estoy a tu disposición” me ha dicho guiñándome un ojo y con una mirada llena de lujuria. “Eso sí, si vuelves a venir desnuda asegúrate antes de que estoy solo en casa”. Eso era, sin ninguna duda, una invitación en toda regla. Así que, sin ningún disimulo, le he mirado la polla y me he mordido el labio. Como podéis imaginar, mi coño ya estaba completamente empapado. “Lo tendré en cuenta” le he respondido recorriéndolo con la mirada.

Si no hubiera estado el hijo allí, estoy segura de que me habría follado allí mismo, de pie en la cocina. ¡Sin embargo, me he tenido que joder! Después de esta conversación, un poco resignada por desaprovechar la oportunidad que tenía al alcance de mis manos, nos hemos dirigido de nuevo hacia la puerta del jardín. Esta vez, pero, yo iba delante, moviendo sensualmente el culo como agradecimiento. Cuando hemos llegado, le he estado comentado que nos estabais observando desde la ventana de mi habitación, momento en qué os hemos saludado. Finalmente, como ya habéis visto, me he despedido de él dándole dos besos y he cruzado la calle. Una vez en mi jardín, me he girado un momento para ver si aún estaba en su puerta y he podido contemplar el espectáculo que os estaba brindando. ¡Menudo semental! No he podido evitar llevar una mano a mi sexo y empezar a tocarme. ¡Mirad como estoy!

Acto seguido, Susan, con los dedos índice y corazón de la mano derecha, se separó los labios vaginales y nos exhibió el interior de su sexo, que estaba completamente empapado a causa de los flujos vaginales.

  • Joder. Menuda historia. Llego a ser yo y le chupo la polla allí mismo. – dijo mi madre totalmente excitada.

  • Sí, claro. Como no es tu vecino…. – contestó Susan.

  • Venga, continuemos jugando. – nos animó Laura. – ¡Que estoy súper caliente y tengo ganas de marcha!

Nos sentamos nuevamente en la mesa y volvimos a jugar. Laura repartió las cartas rápidamente, con ganas de ver el resultado. Otra vez volvió a ganar mi madre. Sin embargo, ahora la perdedora fue Laura. Susan quedó segunda y yo tercero.

  • Suerte que no he ganado yo porqué te hubiera mandado ir a follarte al vecino. – le dijo Susan pícaramente a mi madre.

Susan me llenó el chupito de tequila y yo, nada más dejar la botella en la mesa, me lo tragué de golpe. Ya tenía ganas de ver qué prueba le mandaba mi madre a Laura.

  • Como vas “súper caliente” – dijo mi madre poniendo énfasis en estas últimas palabras que segundos antes había dicho la misma Laura - te tendrás que masturbar para todos nosotros.

Pese a que el nivel de las pruebas subía rápidamente, Laura no puso ninguna pega. Como antes había hecho Susan, se sirvió un chupito, se lo bebió y se dirigió al sofá del salón. Ya le daba completamente igual nuestra presencia: estaba caliente y necesitaba desahogarse. Los otros, expectantes, cogimos nuestras sillas y, como aquel quien va al cine o al teatro, las colocamos enfrente de ella, deseando que comenzara la función.

Laura se acomodó en el sofá con las piernas separadas y los pies tocando el suelo, mostrándonos su sexo en todo su esplendor. Acto seguido, empezó a acariciarse los pechos, amasándolos lentamente con ambas manos. Con los ojos cerrados y la boca entreabierta, se pellizcaba los pezones, que ya estaban duros debido a la excitación. Mientras su mano izquierda continuaba jugando con sus pezones, su mano derecha descendió sensualmente hasta alcanzar su sexo, que la esperaba deseoso. Con los dedos anular, índice y corazón, se empezó a acariciar la parte exterior de la vagina, moviendo la mano en pequeños círculos. A continuación, bajó la mano izquierda y, mientras la derecha separaba sus labios vaginales, exhibiéndonos el rosado interior de su agujero, la izquierda empezó a frotar su enrojecido clítoris, que despuntaba orgulloso. Para goce de nosotros, los espectadores, Laura empezó a emitir leves gemidos que se fueron incrementando progresivamente a la vez que sus toqueteos.

Obviamente, en esos instantes, mi polla ya apuntaba al techo. A mi lado, mi madre y Susan, con los ojos totalmente concentrados en su amiga, respiraban entrecortadamente debido a la excitación.

De repente, las manos de Laura se intercambiaron los papeles. Esta vez, pero, los dedos de la mano derecha, en lugar de continuar estimulando el clítoris, empezaron a penetrar su húmeda cavidad. Primero introdujo un dedo, luego otro, hasta que consiguió alojar un tercero. A cada segundo que pasaba, estos se movían más veloces, penetrándola enérgicamente. Los gemidos que se le escapaban de los labios dieron paso a gritos que inundaron el salón del sonido del placer. Instintivamente, Laura se acomodó sobre el trasero para, seguidamente, levantar y separar las piernas, con lo que obtuvo un acceso más directo a su sexo, que ya empezaba a emanar abundantes flujos vaginales.

¡Como podéis imaginar, la escena era espectacular! La visión de los dedos penetrando vigorosamente ese coño totalmente empapado, el sonido de los flujos al salir y los gritos de placer que inundaban nuestros oídos provocaron que, sin poder ni querer evitarlo, mi mano se dirigiera directa a mi polla y la aferrara con fuerza. Esta, que se encontraba totalmente erecta, empezaba a emanar pequeñas gotas de líquido preseminal mientras daba pequeños espasmos de calentura. Sin dudarlo, comencé a masturbarme lentamente, disfrutando del momento, de la compañía, de la situación... Ya me daba igual todo, sólo quería disfrutar del tremendo espectáculo que nos estaban brindando Laura con su masturbación. De reojo, vi que Susan se estaba acariciando los pechos y que mi madre, más lanzada, se masturbaba igual que yo. Tenía un dedo dentro de su coño y con la otra mano se frotaba enérgicamente el clítoris.

Con la ayuda de sus pies, Laura separó levemente sus firmes posaderas del sofá y, con su mano derecha prácticamente enterrada en el interior su coño, dirigió su mano izquierda a su culo. Ante nuestra atenta mirada, se acarició unos segundos el esfínter para, a continuación, empezar a penetrarse sin ningún tipo de contemplación con el dedo índice. Su ano, que estaba completamente cubierto de flujos, lo engulló con facilidad, proporcionándole, si era posible, aún más placer.

Con sus manos totalmente atareadas, Laura abrió los ojos y nos miró llena de lujuria. Al reparar en mi polla hinchada y palpitante, fijó sus ojos en ella mientras continuaba penetrándose furiosamente el coño y el ano. Sus movimientos cada vez eran más intensos y veloces, sus gritos cada vez eran más altos y más continuos, sus dedos, completamente empapados de sus flujos vaginales, entraban y salían impetuosamente de sus agujeros…  Con su mirada aún firmemente clavada en mi polla, estalló en un intenso orgasmo que provocó que sus ojos se pusieran en blanco y que su cuerpo empezara a dar pequeñas pero bruscas sacudidas.

  • ¡Sí, sí, sí! ¡Joderrrrrrr! – gritó a todo pulmón sin ningún tipo de vergüenza.

Los otros la contemplamos completamente ensimismados. Teníamos las bocas secas, el pulso acelerado, la respiración entrecortada y las manos en nuestros sexos. ¡Laura nos acababa de ofrecer un orgasmo de campeonato!

Después de un o dos minutos de completo silencio en qué Laura poco a poco fue recuperando la respiración, mi madre, con las mejillas totalmente sonrojadas y un dedo aún en el interior de su sexo, exteriorizó lo que todos pensábamos.

  • ¡Joder Laura! ¡Por poco me corro yo también!

  • ¡Y que lo digas! ¡Menudo orgasmo! – añadí yo con mi polla aún firmemente agarrada por mi mano.

  • ¡Pues sí! ¡Ha sido increíble! – terminó Susan.

Acalorada y con el cuerpo totalmente cubierto de sudor, Laura se levantó lentamente de sofá.

  • Pues la verdad es que sí. – contestó cogiendo aire. – Lo necesitaba urgentemente.

Tras de sí, el sofá brillaba a causa de los abundantes flujos vaginales que lo cubrían. Laura, al darse cuenta, se dirigió a Susan disculpándose.

  • ¡Joder! Te he dejado el sofá hecho un asco…

  • Tranquila mujer. – le respondió. – No hay nada que no tenga arreglo. Además, este orgasmo que nos has regalado se lo ha bien valido.

  • Gracias, si no, ya lo limpiaré después – continuó Laura. – Pero ahora la que se va a limpiar un poco soy yo.

Seguidamente, se dirigió al lavabo para volver pocos minutos después. Se había limpiado la cara y secado el sudor del cuerpo.

  • ¿Qué hacemos? – preguntó al llegar y vernos que volvíamos estar en torno de la mesa. - ¿Continuamos?

  • ¡Pues claro chica! – exclamó mi madre – Que tú estés más desahogada no significa que los otros lo estemos. De hecho, estábamos comentando que ahora somos nosotros los que estamos en ascuas.

Laura sonrió ante el comentario de mi madre y se dirigió a la mesa. Yo había aprovechado el rato que Laura estaba en el lavabo para mezclar las cartas, así que, nada más sentarse, las repartí. Esta vez la suerte estuvo de parte de Laura. Ella obtuvo 30 puntos, Susan 23, yo 25 y mi madre 20. Sin poder evitarlo, saltó de alegría.

  • ¡Por fin! –gritó Laura mirando perversamente a mi madre.

Esta le sostuvo orgullosa la mirada mientras yo servía un chupito de tequila a Susan, quién se lo bebió inmediatamente.

  • Bien, bien, bien… -dijo Laura aplaudiendo lentamente con la parte superior de los dedos. – Creo que ya va siendo hora de que Ana nos deleite con una prueba un poco más excit…

  • ¡Pero si ya he bailado para todos vosotros! – la cortó mi madre quejándose.

  • Shhhhh. ¡Cállate que ahora mando yo! – la amenazó burlona Laura para seguidamente llevarse unos dedos a la barbilla como si pensara.

  • Ya sé. – continuó. - Como en la playa hemos visto que te gustaba mucho lamer los huevos de tu hijo, lo vas a volver hacer. Sin embargo, esta vez él será plenamente consciente de que es su madre y no nosotras quien se los está lamiendo.

Delante de tal petición, mi madre, siempre valentona, se quedó completamente callada. Rojo como un tomate y con cara de no haber roto nunca un plato, me miró tímidamente y me sonrió. Acto seguido, sus facciones se endurecieron y, casi gritando, le soltó a Laura.

  • ¡Serás guarra! ¡Habíamos quedado en que no se lo diríamos!

  • Se siente… – le contestó Laura. – Sin embargo, ahora, por haberme llamado guarra, después de lamerle los huevos tendrás que hacerle una cubana durante 3 minutos. Así vamos a ver quién es realmente la guarra.

Yo estaba alucinando. La situación se nos estaba yendo de las manos. ¡A cada nueva prueba, el juego era más caliente y las mujeres estaban más picadas entre ellas! Además, me acaba de enterar de que ni más ni menos había sido mi madre quién me había lamido los huevos mientras estaba haciendo la boya en la playa. Como podéis imaginar, la noticia, juntamente con la prueba, provocó que mi polla ya estuviera dando saltos de alegría antes de empezar.

Expectante, miré a mi madre, quién se estaba levantando y con la cabeza me indicaba que me acercara. Le hice caso y me levanté, mostrándoles a todas lo contenta que estaba mi polla ante tal mandato. Susan y Laura, por su parte, cogieron sus sillas y las colocaron a escasa distancia de nosotros. Me estaba dirigiendo al sofá, cuando mi madre me detuvo.

  • Mejor así, de pie. – me dijo mirándome a los ojos. Pese a su rostro serio y a su ceño fruncido, sus ojos delataban lujuria y deseo.

Como me indicó, me quedé de pie delante de ella, con la polla apuntando al techo. Ella, seguidamente, se agachó, poniéndose en cuclillas. En esa posición, mi polla, dura y palpitante, quedaba a escasos centímetros de su cara. Sin dudarlo, ante la atenta mirada de Laura y Susan, dirigió su mano derecha a mi polla y la aferró con fuerza. Levantó la cabeza y me miró directamente a los ojos, quizás pidiendo mi consentimiento. Yo, para tranquilizarla y quitar hierro al asunto, le sonreí. Ella me devolvió la sonrisa. A continuación, clavó sus ojos en mi falo, firmemente preso en su mano. Lentamente,  sin separar su mirada de él, empezó a acercar su rosto hacia mis genitales. Cuando ya los tenía a escasos milímetros de su boca, sacó la lengua y la depositó sobre mis testículos.

¡El contacto fue como una descarga eléctrica para mí! Las rodillas me temblaron y la visión se me nubló momentáneamente. Por suerte, pese a la excitación que me había invadido, aguanté de pie, expectante y con ganas de más. Su lengua, un poco cohibida, empezó a recorrer mis huevos de arriba abajo, ahora centrándose en el derecho, ahora en el izquierdo. Con el paso de los segundos, su lengua comenzó a superar su timidez y, notablemente más juguetona, empezó a lamer con más esmero. ¡Yo no sabía dónde mirar! Si miraba hacia abajo, veía a mi madre aferrándome la polla con una mano, lamiéndome los huevos sensualmente con la lengua y acariciándose disimuladamente el sexo con su otra mano. Si miraba hacia delante, veía Laura y Susan, sentadas a escasos centímetros de nosotros, disfrutando del espectáculo. Ante estas dos visiones, tuve que centrar mi mirada en el techo para no correrme inmediatamente.

Estaba centrado en el techo del comedor, esforzándome en aguantar, cuando, de repente, noté una sensación cálida y acogedora totalmente distinta a las anteriores en mi testículo derecho. Curioso, bajé la mirada y vi que mi madre lo tenía totalmente dentro de su boca. Sin poder evitarlo, dejé escapar un audible gemido de placer, momento que ella aprovechó para dejar mi testículo derecho y repetir la acción en el izquierdo abriendo la boca y engulléndolo completamente.

Cuando tuve los huevos totalmente cubiertos de babas, mi madre paró y se levantó. Tenía la boca y la barbilla pringosas de saliva. Con el brazo izquierdo se las limpió, mientras cogía aire para continuar con la segunda parte de su prueba.

Nuevamente, se puso de cuclillas. Esta vez, pero, estaba un poco más erguida para tener un acceso más directo a mi polla.

  • ¡Allá vamos! – dijo mientras separaba sus pechos con las manos.

Acto seguido, se echó hacia delante y mi polla quedó presa entre sus senos. Sin dejarme tiempo a asimilarlo, apretujó sus tetas contra mi polla y empezó un lento sube y baja.

Pese a la excitación del momento y al abundante líquido preseminal que emanaba de mi capullo, el tronco de mi polla estaba demasiada seco, provocando que sus movimientos fueran bastante trabajosos.

  • Esto no va. – se quejó separándose. – No resbala suficiente…

  • Pues busca una solución. – le contestó indiferente Laura.

A continuación, después de reflexionar unos segundos, mi madre se escupió en las manos y se refregó la saliva por los pechos, que quedaron totalmente brillantes. Tras esta acción, lo volvió a intentar. Aunque ahora mi polla resbalaba un poco más, aún había demasiada fricción.

  • No hay manera. – volvió a quejarse separándose de mí.

  • ¡Sí que la hay! – añadió Laura riéndose mientras sacaba la lengua y la movía de arriba abajo.

Mi madre la miró con cara de pocos amigos. Entonces, no sé si fue por el comentario de Laura, recordó que la prueba tenía tiempo.

  • Por cierto, ¿Habéis encendido el cronómetro? – preguntó. – Recordad que solo eran 3 minutos.

  • Pues no. – dijo Laura. – Ahora lo pondré.

  • De acuerdo, pero pon que solo me queda un minuto y medio.

  • ¡Y una mierda! – contestó Laura al instante. – Ahora empieza el tiempo y desde el inicio. ¡Haberlo pensado antes!

Resignada, mi madre, después de que Laura encendiera el tiempo, se volvió a centrar en mi polla. Sin embargo, antes de pasar a la acción, me miró unos segundos intensamente a los ojos. Seguidamente, me aferró la polla con una mano y empezó un lento sube y baja. Cuando llevaba unos segundos masturbándome, acercó su cabeza a mi polla y, para mi sorpresa, sacó la lengua y la comenzó a lamer, recorriendo dos o tres veces desde mis empapados huevos hasta mi hinchado capullo, donde por fuerza tocó mi líquido preseminal.

Cuando consideró que mi tronco ya estaba suficientemente húmedo, dejó de lamer y, colocando nuevamente mi polla entre sus pechos, dijo:

  • Espero que ahora sea suficiente.

Esta vez la cosa sí que funcionó. Ella subía y bajaba apretando sus pechos mientras mi polla aparecía y desaparecía engullida por esas enormes montañas.

Las dos lamidas, la de huevos y la de mi polla, unidas a esa magnífica cubana que me estaba brindando, provocaron que, pese a mis esfuerzos, no pudiera aguantar más. Sin tan siquiera tener tiempo de avisarla, estallé en una copiosa corrida que le salpicó la cara y que dejó sus pechos completamente embadurnados de semen.

Al primer momento, mi madre, sorprendida, detuvo los movimientos y me miró. Sin embargo, al ver mi cara de placer y al oír mis gemidos, los reanudó con más ímpetu, causando que el semen siguiera saliendo a borbotones, cubriendo con grandes goterones sus pechos, su cuello y la parte inferior de su cara.

A medida que mis gemidos fueron disminuyendo, sus movimientos fueron cesando. Con los pechos, el cuello y la cara totalmente salpicados y embadurnados de semen, y los labios y la barbilla cubiertos de saliva, se levantó. Sin decirnos nada, se giró, dándonos la espalda, y se dirigió al lavabo. Yo, completamente relajado, la seguí con la mirada. Cuando desapareció de mi campo visual, me fijé en Laura y Susan que, con las bocas abiertas, seguían mirando por allí donde se había marchado mi madre.

  • ¡Menudo espectáculo! – exclamó Susan notablemente impactada.

  • ¡Y qué lo digas! – añadió Laura - Esto no se ve ni en las mejores pelis porno.

Yo seguía de pie delante de ellas, recuperándome lentamente de la más que gratificante experiencia.

  • Ni por un momento me imaginabas que ibas a correrte – dijo Susan mirándome fijamente la polla, la cual, reluciente por la saliva y los restos de semen, poco a poco iba volviendo a la normalidad.

  • No lo he podido evitar. ¡La situación me ha superado! – respondí.

  • ¡Y que lo digas! – exclamó Laura.

  • Bueno – continuó Susan. – Creo que si alguien ha salido ganando con este juego sois tú y Laura. Sois los únicos que os habéis corrido… ¡y de qué manera!

  • ¡Pues sí! ¡He disfrutado como nunca! – le contesté mientras me dirigía con la polla ya morcillona a mi silla.

  • Un momento – me detuvo Susan. – Antes límpiate un poco los restos de semen.

Mientras ella y Laura movían nuevamente las sillas, me limpié con el trozo de papel que acababa de darme. Segundos después, los tres volvimos a estar sentados alrededor de la mesa, dónde esperamos a mi madre. Esta tardó unos minutos en regresar. Cuando apareció, llevaba el pelo mojado y no le quedaba ningún rastro de semen. Supuse que, debido al “estado” en qué la había dejado, había decidido darse una breve ducha. Seria y sin decir nada, se dirigió a su silla y se sentó.

  • ¿Te pasa algo, Ana? Vienes muy seria. – le preguntó Susan.

  • Nada, nada. – respondió secamente.

  • Venga, ¿continuamos jugando? – preguntó Laura, a quién parecía no acabársele las ganas de marcha.

  • De acuerdo. – contestó mi madre. – Pero hacemos la última partida, que luego tengo ganas de bañarme un rato en la piscina.

Mi madre estaba bastante molesta y todos lo habíamos notado. Quizás por este motivo, nadie se opuso a su decisión. Probablemente, estaba enfadada con Laura por la prueba o conmigo por haberme corrido sin avisar.

En completo silencio, repartimos las cartas y, progresivamente, las fuimos girando. Esta vez gané yo y perdió Laura.

  • ¡Ya era hora! – exclamé triunfal mientras mi madre servía un chupito a Susan para que se lo bebiera.

Estaba pensando en la prueba cuando mi madre se levantó de la silla y se acercó hacia mí, quedándose de pie a mi lado. Seguidamente, se inclinó levemente y, poniendo una mano al lado de mi oreja para que no la oyeran las otras, me susurró.

  • Quiero que Laura le coma el coño a Susan. Así se enterará de lo que vale un peine.

Yo me quedé totalmente parado delante de la proposición. Supongo que mi madre quería devolvérsela, pero eso era superar de mucho los límites del juego.

La miré a los ojos y moví la cabeza de un lado al otro, negándome a proponer su petición. Ella, pero, se mantuvo firme. Con el rostro totalmente serio y una mirada severa, me amenazó.

  • Raúl…

Su tono frío e imperativo no dejaba lugar a dudas ¡O le hacía caso o me iba a enterar! Tragué saliva y me aclaré la garganta.

  • Ejem…

Laura me miraba expectante.

– Quiero que lo comas el coño a Susan.

  • ¡¿Cómo?! – exclamaron al instante Laura y Susan.

  • Lo que oís. – respondió mi madre.

  • ¿Estáis locos o qué? – protestó indignada Laura. - No le voy a comer el coño a Susan.

  • El juego es el juego. – continuó mi madre.

  • Y el juego se termina aquí. – sentenció Laura.

  • ¡Y una mierda! Yo he tenido que comerle los huevos a mi hijo y tú le comerás el coño a Susan como me llamo Ana. Además, no será la primera vez, ¿recuerdas?

Ese último comentario hizo que me perdiera completamente. ¿Laura ya le había comido el coño a Susan otras veces?

Laura apartó la mirada y, a media voz, dijo:

  • De eso hace muchos años… Además – continuó encarándose a mi madre y golpeando la mesa con las manos. – ¡Tú no te quedaste atrás!

La cosa se estaba poniendo fea por momentos. El bueno rollo había dado paso a un ambiente tenso y hostil.

  • Si no da igual. – dije intentando poner paz mientras mi mente volaba, imaginándose a Laura y a mi madre más jóvenes comiendo el coño a Susan.

Al oír mi comentario, tanto mi madre como Laura me clavaron sus pétreas miradas. Ante esas dos mujeres enfurecidas, sentí como lentamente me iba encogiendo en la silla.

Finalmente, Laura, resignada, se pronunció, rompiendo el tenso silencio que estaba invadiendo el salón.

  • De acuerdo. - esta vez era Susan quien abrió los ojos como platos. – Susan siéntate en el sofá.

  • Pero, pero… - balbuceó Susan.

  • ¡Qué te sientes en el sofá!- le ordenó Laura con un grito.

Susan, asustada ante la actitud de Laura, se levantó de un salto y se dirigió rápidamente al sofá. Temiendo que Laura se enfureciera más, se sentó y esperó. Esta, por su parte, se sirvió un chupito de tequila, se lo bebió de un tragó y, sin mirarnos a mí ni a mi madre, se encaminó al sofá. Cuando llegó, se arrodilló sin dudar delante de Susan y le ordenó:

  • Separa las piernas.

Susan le hizo caso sin rechistar y abrió las piernas de par en par, dejando a la vista de todos su suculenta vagina que, quizás por las numerosas experiencias anteriores, se mostraba abierta y expectante. Laura la miró a los ojos y lentamente se fue inclinando hasta que sus labios quedaron a escasos centímetros de su sexo. Inspiró profundamente, abrió la boca y sacó su lengua. Lentamente, se fue acercando hasta que esta entró en contacto con los labios exteriores de Susan, quién al instante dio un respingón. Con la lengua totalmente húmeda, empezó a recorrer la parte más exterior de la vagina, bordeándola y evitando tocar sus partes más íntimas. Susan, por su parte, se mordía los labios mientras miraba incrédula a su amiga.

De repente, Laura paró, levantó giró cabeza y, mirándonos orgullosa y altiva, nos dijo:

  • ¿Querías que le comiera el coño? ¡Pues os vais a enterar!

A continuación, volvió a dirigir la lengua a la vagina de Susan. Esta vez, pero, no se detuvo en los labios exteriores, sino que comenzó recorrer el interior. Primero los lamentos eran lentos y tímidos. Sin embargo, con el paso de los segundos, fueron ganando confianza e incrementando la velocidad. A los pocos minutos, su lengua ya recorría totalmente desatada de arriba abajo el húmedo coño de Susan, que se mostraba completamente abierto y brillante. Después de los lametones, se centró en el enrojecido clítoris de Susan, que llamaba a gritos su atención. Laura lo lamía, lo succionaba, le daba suaves y pequeños mordisquitos… Mientras Susan, con los ojos cerrados, gemía a viva voz.

Yo estaba totalmente alucinado. ¡Por haberse negado completamente y en rotundo a hacerlo, se lo estaba tomando muy en serio! Seguramente, le habíamos herido su orgullo femenino y, por allí, Laura no pasaba. Sin embargo, los comentarios que había hecho mi madre durante la discusión me dejaban entrever que entre ellas había algo más que yo desconocía completamente.

La escena era digna de las mejores películas porno: Susan acomodada en el sofá, con las piernas totalmente separadas y el coño abierto y reluciente, y Laura arrodillada enfrente suyo, con su cabeza enterrada en el sexo de su amiga y su culo, con las nalgas completamente separadas por la posición, apuntándonos.

Pese a la cubana que me acababa de hacer mi madre, la situación provocaba que mi polla se estuviera recuperando a pasos gigantescos y que ya despuntara entre mis piernas medio empalmada. A mi lado, mi madre las miraba con una expresión de diablilla, disfrutando de su venganza. En sus ojos había orgullo y regocijo por ver a sus amigas en semejante posición, pero también lujuria y deseo y, quizás, un poco de envidia.

  • Susan sepárate los labios con las manos que así me lo vas a poner más fácil.- le dijo Laura mientras separaba momentáneamente la cabeza del coño de su amiga. Tenía el rostro enrojecido y la nariz y la boca le brillaban debido a la saliva y los flujos vaginales.

Susan le hizo caso. Bajó sus manos y separó sus labios, exhibiendo aún más su empapado agujero. Laura, sin tiempo tan siquiera para respirar y coger aire, se volvió a amorrar al sexo. Esta vez, pero, en lugar de lamerlo empezó a introducirle la lengua y a moverla en su interior. Susan gemía y pataleaba levemente, disfrutando al máximo de la gratificante experiencia lésbica que les estaba brindando su amiga.

Laura dejó por unos momentos el interior del sexo de Susan y volvió a centrarse  en los labios vaginales, a los cuales empezó a darles pequeños mordisquitos. Seguidamente, para que no decayera la fiesta, reanudó los lametones, recorriendo, con su lengua, desde el ano hasta al clítoris de su amiga. Con el objetivo de proporcionarle aún más, placer, elevó su mano derecha y, de una estocada, le clavó dos dedos dentro del sexo.

Los lametones, juntamente a los dedos, que entraban y salían a gran velocidad, estaban llevando a Susan a pasos agigantados hacia el orgasmo. Respirando con dificultad, gritaba a pleno pulmón mientras clavaba una mirada llena de obscenidad a su amiga.

De repente, no aguantando más, cerró las piernas de golpe, envolviendo la cabeza de Laura, le agarró con fuerza los cabellos y dejó escapar un grito sonoro y vibrante que le salió de lo más profundo de sus entrañas. ¡Había llegado al orgasmo!

Al clamor del orgasmo le siguió un silencio envolvente que poco a poco se fue adueñando del salón. Susan, aún con la respiración agitada, fue aflojando la presión que ejercía sobre la cabeza de su amiga y lentamente se fue inclinando hacia atrás hasta quedar totalmente apoyada en el sofá. Laura, por su parte, al verse libre de las ataduras, separó la cabeza de la entrepierna de Susan y se levantó. Cuando se giró y nos miró, nos dimos cuenta de que tenía el rostro completamente pringoso de flujos y saliva. Al vernos allí sentados y con cara de bobos, nos hizo la porra y, con una sonrisa socarrona, nos dijo:

  • ¡Qué os den por el culo! ¿Querías una comida de coño? Pues la habéis tenido. Deseo que hayáis disfrutado tanto de la función como yo realizándola. Supongo que Susan no tendrá ninguna queja ¿no? – añadió mirándola y guiñándole un ojo.

  • Pues la verdad es que no. – contestó Susan, que continuaba estirada en el sofá, con una sonrisa de felicidad en el rostro y con las piernas totalmente abiertas mostrándonos su encharcado sexo.

A mi lado, mi madre sonreía a sus amigas. Los signos de su enfado anterior habían desaparecido y las duras facciones de unos minutos atrás se habían suavizado. La función de sus amigas, sin embargo, no solo había tenido efectos en su humor, sino que también había influenciado notablemente en su sexo. Pese a estar sentada en la silla, su coño, quizás por qué se había masturbado sin que yo lo viera, se había abierto como una flor y nos sonreía a todos como su dueña.

Yo, por mi parte, tampoco era nadie para juzgar a mi madre y su nivel de excitación y calentura. Mi polla volvía a estar dura e hinchada, orgullosa de exhibir nuevamente todo su potencial ante esas mujeres de bandera. De hecho, si lo pensaba fríamente, era inevitable que estuviera totalmente erecta. Jamás había imaginado poder disfrutar de una escena lésbica en directo y, ahora que la había visto, había superado todas mis expectativas.

  • Bueno, qué ¿nos vamos a la piscina? – nos preguntó Laura sacándome de mis pensamientos.

Estaba de pie delante de nosotros, con las manos en la cadera y la cara aún pringosa.

  • ¿No te vas a limpiar? – le preguntó mi madre, que antes se había ido directa al lavabo después de mi corrida.

  • Pues ahora que lo dices…

Sin terminar la frase, Laura avanzó hacia mi madre, la cual la observaba sin comprender muy bien qué pasaba. Cuando estuvo a escasos centímetros, se abalanzó rápidamente sobre ella y la empezó a morrear mientras bajaba una mano y le acariciaba el sexo. A causa de la sorpresa, mi madre tardó unos segundos en reaccionar. Sin embargo, cuando salió de su asombro, la empujó gritándole:

  • ¡¿Pero qué coño haces?!

  • No quería ser la única en catar el dulce néctar de Susan. – contestó sonriendo y guiñándole un ojo.

Acto seguido, se dio la vuelta y, moviendo el culo provocativamente, continuó:

– ¡Venga, a la piscina falta gente!

Laura se encaminó a una puerta corredera de cristal que daba al patio, la abrió y salió al exterior. Los otros, aún impactados por el devenir de los acontecimientos, continuábamos totalmente parados en nuestros sitios: Susan acomodada en el sofá con las piernas y el sexo completamente abiertos; yo con un empalme del mil y la boca abierta tras el beso de Laura a mi madre; y esta última con los brazos cruzados, el ceño fruncido y los labios pringosos de flujos de Susan.

Con el objetivo de reactivarme, me levanté de la silla y la seguí. Cuando llegué al borde de la piscina, Laura ya estaba disfrutando de las refrescantes caricias del agua. Sin dudarlo, me lancé de cabeza y empecé a nadar tranquilamente. Al poco rato, salió Susan, quién se acercó caminando totalmente relajada, como si estuviera en una nube. Lentamente, bajó los escalones que se encontraban en el lado norte de la piscina y se fue nadando hasta el otro extremo, donde se apoyó cómodamente en el borde.

Los tres que nos encontrábamos en la piscina estábamos totalmente relajados y nuestros rostros delataban nuestro grado de satisfacción. Laura se había masturbado hasta estallar en un tremendo orgasmo; a mí me habían comido los huevos y hecho una cubana de campeonato; y a Susan le había degustado la totalidad de su sexo.

La única que aún no se había desahogado era mi madre que, pasados unos pocos minutos, salió de la casa y entró en la piscina por los escalones. Me supo un poco mal. Desconocía si cuando se había ido a la ducha se había masturbado, pero, si no era así, también tenía derecho a correrse y disfrutar como todos los otros.

Mientras yo estaba inmerso en esos pensamientos, las  tres mujeres nadaban tranquilamente por la piscina. Todos estábamos en silencio, disfrutando del suave calor del ocaso y de nuestros cuerpos mecidos por el agua. El sol lentamente se había ido escondiendo por poniente, y ahora una cálida luz anaranjada bañaba cada rincón del jardín.

Entre la desbandada de la playa provocada por la lluvia y el juego de cartas, el tiempo había transcurrido rápidamente, sin que nos diéramos cuenta, y ahora, en la distancia y la tranquilidad del atardecer, se oía el repique de unas campanas que anunciaban las nueve. Si bien yo no era consciente de que fuera tan tarde, mi barriga sí que lo era y, molesta, me pedía a gritos que le diera algo de comer. Laura debía estar en la misma situación porque, segundos después de que mi estómago protestara ruidosamente, rompió el plácido silencio preguntándonos.

  • Empiezo a tener hambre. ¿Qué os parece si preparamos algo para comer?

Los tres la miramos perezosamente. Sin embargo, Laura tenía razón. Si no nos movíamos, se nos haría tarde y luego activarnos nos aún daría más pereza.

  • Si queréis tengo un poco de ensalada que me sobró de ayer, y creo que también tengo pan y un poco de embutido. ¿Os apetece? – comentó Susan.

A todos nos pareció bien el plan, así que poco a poco fuimos saliendo de la piscina y secándonos con las toallas que nos había dejado anteriormente nuestra anfitriona. Mientras las mujeres preparaban la comida, mi madre me encargó que fuera al coche a buscar las bolsas y que secara la ropa con un secador que nos prestó Susan. Así que, con la toalla atada a la cintura, salí a la calle en busca de nuestras pertenencias. Enfrente de la casa de Jaime había un coche aparcado, por lo que supuse que la hija y la madre ya habían regresado.

En el tiempo que volví dentro y sequé como pude nuestra ropa, las mujeres prepararon la cena. Cuando estuvo todo listo, me llamaron para que me sentara con ellas. Habían dispuesto la mesa en el patio para qué pudiéramos disfrutar de la suave brisa nocturna. Cubierta con un mantel naranja moteado de flores azules, estaba  servida con dos botellas de vino, abundante embutido, pan untado con tomate, y una ensaladilla de tomate y pepino con atún. Susan y Laura habían cubierto sus bellos cuerpos con pareos vaporosos que dejaban poco a la imaginación. Mi madre, por su parte, continuaba desnuda, con la toalla atada a la cintura como yo.

La cena pasó tranquilamente. Comimos y bebimos mientras hablábamos de política, del verano, de viajes... La tensión y los malos rollos del juego habían desaparecido completamente y las mujeres volvían a ser tan amigas como siempre. Pese a que todos aún notábamos levemente el efecto de los chupitos en nuestros cuerpos, no desaprovechamos la ocasión y degustamos copiosamente los vinos de nuestra anfitriona, quién tuvo que ir a buscar una tercera botella para no quedarnos cortos.

Cuando terminamos la cena y los postres, una rica y refrescante sandía, ya eran las diez y media de la noche. A mi madre se la veía cansada y se notaba de lejos que el alcohol le había subido a la cabeza. No dejaba de decir tonterías y de reír a carcajadas por cualquier comentario. Los otros, pese a estar un poco más serenos, estábamos en una situación similar, cansados por todas las experiencias del día y ligeramente bajo los efectos del alcohol.

Susan, al ver que era mejor que no cogiéramos el coche, nos propuso de quedarnos a dormir.

  • Ana ¿Queréis quedaros a dormir? Veo que haces ojos de cansada y se nota a leguas que vas borracha.

Mi madre me miró con los ojos brillando levemente por los efectos del alcohol. No teníamos ningún plan para el día siguiente, así que, moviendo levemente la cabeza hacia delante y hacia atrás, le indiqué que por mí no había ningún problema.

  • De acuerdo. – contestó. – Pero ¿dónde dormiremos? Laura también se queda ¿no?

  • Sí, Laura también se queda. Mañana a primera hora la tengo que llevar a Eivissa así que ya habíamos quedado en qué dormiría aquí. Pero por el sitio no os preocupéis. – continuó Susan. – Ya sabes que tengo dos habitaciones de invitados y, además, el sofá del salón se puede convertir en cama. Simplemente mañana, cuando os levantéis y después de desayunar, dejadlo todo cerrado, y ya está.

  • Sí quieres yo puedo dormir en el sofá. – le comenté a mi madre.

  • No seas tonto Raúl. – me respondió al instante. – Las habitaciones tienen camas de matrimonio. Podemos dormir tranquilamente los dos juntos.

Ese comentario provocó que mi polla saltara levemente. Nunca me había imaginado que compartiría cama con mi madre y, aún menos, estando desnudos.

  • Perfecto. – le contesté intentando que no se me notara la emoción en la voz.

  • Bueno, ahora que ya nos hemos puesto de acuerdo – dijo Susan. – Yo me voy a ir a la cama. Estoy destrozada y mañana a las ocho tenemos que estar a Eivissa con Laura.

  • Sí – contestó mi madre. – Creo que yo también me voy a ir a dormir. ¿No te importa, no Raúl? Estoy muy cansada y la cabeza me da vueltas.

  • No, no. Ningún problema – le dije un poco desilusionado.

A continuación, tanto mi madre como Susan se levantaron y empezaron a recoger la mesa. Cuando ya separaba mi silla para levantarme y ayudarlas, Laura me preguntó:

  • ¿Tú también tienes sueño?

  • Estoy cansado, pero aún no me apetece irme a la cama.

  • ¿Te animas con un gin-tonic? – continuó.

  • Por supuesto – le respondí sin dudar.

  • Pues venga, ayudémoslas a recoger los platos y después nos tomamos un gin-tonic sentados tranquilamente en las hamacas.

Siguiendo los designios de Laura, llevamos los platos a la cocina y, mientras Susan y mi madre ponía el lavavajillas, nosotros nos preparamos dos gin-tonics, aunque no muy cargados.

  • Buenas noches – nos dijo Susan una vez todo estuvo listo. – Ha sido un gran día. A ver si lo repetimos más a menudo.

  • Por supuesto. – le respondí al instante. – Yo encantado.

  • No, si no me extraña que estés encantado. – añadió mi madre. – ¡Todo el día rodeado de tres mujeres despampanantes como nosotras y que, además, te han recompensado con tremendos espectáculos! ¡Si fuera el revés, yo también querría repetir cada día!

Los cuatro nos reímos por el comentario de mi madre que, pese a que los ojos se le cerraban, continuaba tan achispada como siempre.

Seguidamente, Susan se me acercó y me dio dos besos.

  • Bueno Raúl, a ver si aprietas a tu madre y nos vemos más a menudo, que ya sé yo que ella en su chalet está muy bien y que la da mucha pereza salir. – dijo mirando a mi madre.

Esta sonrió y sacó la lengua.

  • ¡Mujer! Un hombre para mí sola y todo el tiempo del mundo para disfrutar del verano. – contestó sacándole la lengua y guiñándole un ojo.

Los cuatro volvimos a reír ante la ocurrencia de mi madre.

  • Laura – continuó Susan – recuerda: mañana nos vamos a las siete y media.

  • Sí, sí. Tranquila. – respondió esta. – Nos bebemos el gin-tonic y nos vamos a dormir.

A continuación, Susan empezó a subir las escaleras que llevaban al piso de arriba, dónde había las distintas habitaciones. Mi madre, antes de seguirla, se me acercó y, tomándome por sorpresa, me dio un pico de buenas noches. Al inclinarse levemente para darme el beso, sus pechos desnudos rozaron levemente mi pectoral, proporcionándome una placentera caricia.

  • Buenas noches, Raul. – me dijo nada más separar sus labios de los míos. – Te espero en la cama que estoy destrozada. Laura, nos vemos otro día. – añadió mirando a su amiga. – Que vaya bien mañana.

  • Buenas noches, Ana. Sí, hasta pronto.

A continuación, mi madre se desató la toalla, que, como yo, aún llevaba atada a la cintura, la dejó sobre una silla del salón, y, completamente desnuda, se encaminó hacia las habitaciones.

  • Bueno Raúl – dijo Laura cogiendo el vaso de la encimera. – ¿Nos vamos a fuera a disfrutar de nuestros gin-tonics?

  • Por supuesto – le respondí cogiendo el mío y siguiéndola.

Cuando llegamos a las hamacas, ella se sentó cómodamente en una mientras yo, después de desatarme la toalla, la extendía en la de al lado para, seguidamente, recostarme encima de ella. Después de todo lo acontecido, me daba completamente igual que me viera nuevamente desnudo. De hecho, quizás así había alguna posibilidad de que pudiera pasar algo con ella, que era con la única que no había tenido un contacto directo y lo estaba desando.

Cómodamente reclinados, disfrutamos del frescor y la tranquilidad del anochecer. El gin-tonic estaba perfecto. La ginebra era suave y la tónica tenía un leve sabor a cítricos que le daba un toque refrescante. El silencio de las primeras horas del crepúsculo solo era roto por el canto de los grillos y el ruido de algún coche circulando por la calle de enfrente.

Estábamos completamente relajados cuando Laura empezó a hablar.

  • Menudo día… Buf, que recuerdos…

En sus palabras había un tono nostálgico, de unos tiempos que fueron y ya no son. Pese a que no parecía que se digiera a mí, sino que reflexionaba en voz alta, la curiosidad me pudo.

  • ¿A qué te refieres? – le pregunté.

Ella continuó con la mirada ausente, perdida en los recuerdos.

  • Hace unos 15 años, cuando tú y tu hermana aún erais pequeños, solíamos reunirnos cada pocos meses con tus padres, Susan y su marido y algunos amigos que teníamos en común. Tú obviamente no te acuerdas porqué te dejaban en casa de los abuelos mientras nosotros quedábamos en el chalet de tus padres y dábamos rienda suelta a nuestros deseos.

Estaba alucinando. Desconocía totalmente esta faceta de mis padres. No me los podía imaginar, ni por un momento, organizando fiestas subidas de tono con sus amigos.

  • Por eso no me he negado a comerle el coño a Susan – continuó Laura, ahora si dirigiéndose a mí. – Ya lo había hecho en alguna ocasión y con público incluido. Igual que tu madre que, como bien sabes, cuando esta desatada no hay quien la pare.

Sus palabras me trajeron vividos recuerdos de la tarde. Susan completamente abierta de piernas y Laura con la cabeza amorrada entre ellas y su culo en pompa apuntándonos. Inevitablemente, mi polla empezó a crecer. Sin embargo, aún creció más cuando cambié a Laura por mi madre. Imaginármela en esa posición, comiéndole el coño a su amiga, era algo que no hubiera podido fantasear ni en mis mejores sueños. Mientras mi mano derecha sujetaba el gintonic, que ya se encontraba medio vacío, mi mano izquierda se dirigió directamente a mi polla. Sin ningún tipo de vergüenza, empecé a masturbarme lentamente, disfrutando de las imágenes que iban circulando por mi mente. Laura, al verme, sonrió.

  • Veo que lo que te he explicado te ha gustado, ¿no?

  • Pues la verdad es que sí. Nunca me hubiera imaginado que mis padres fueran de este tipo de personas.

  • ¿Qué quieres decir? ¿De qué tipo de personas? – me preguntó.

  • Ya me entiendes, de las que hacen este tipo de cosas…

  • Raúl, tus padres no son de ningún “tipo de personas”. – me corrigió. – Todo el mundo tiene sueños, deseos ocultos… La única diferencia está entre aquellos que se atreven a realizarlos y aquellos que pasan toda su vida ocultando los que realmente quieren. Éramos jóvenes, estábamos en la flor de la vida y solo teníamos ganas de pasarlo bien y disfrutar. ¿Es esto un pecado?

  • No, supongo que no. – me disculpé. – Realmente este verano que estoy pasando con mi madre me siento mucho más libre. Gracias a su actitud abierta, estoy aprendiendo a disfrutar más de mi cuerpo y de todas las posibilidades que este me ofrece.

  • Pues aprovéchalo. – me dijo con total sinceridad. – Hay poca gente como tu madre y tú tienes la suerte de compartir tu vida con ella. Disfruta del verano y de todos los momentos que puedas pasar con ella, ya que no siempre se tiene la posibilidad de pasar unas vacaciones ociosas y libres de cualquier obligación.

  • Así lo haré. – le respondí comprendiendo la suerte que tenía.

  • Y ahora te dejo que termines de masturbarte imaginando lo que quieras. Ya me he terminado el gintonic y mañana me tengo que levantar temprano.

Cuando se levantó, con la copa del gintonic vacía en una mano, se dio cuenta de la decepción que cubría mi rostro al ver que ella se iba y que allí no había pasado nada.

  • Ay Raúl. – se rió. – Otro día será.

Sin embargo, tratando de compensarme, se me acercó, me dio un pico en los labios y, con la mano libre, me sujetó momentáneamente la polla.

  • Otro día esta y yo tendremos una charla. – continuó.

Seguidamente, después de desearme buenas noches, me dejó allí, solo, desnudo y con la polla a mil. Dudé si continuar masturbándome. Pese a que estaba caliente, ahora que Laura se había ido, la masturbación había perdido su aliciente principal. Así que, después de meditarlo unos pocos minutos, me bebí de un trago el poco gintonic y, con la polla apuntando al cielo, me levanté de la hamaca y me dirigí a la cocina.

Cuando entré, todo estaba oscuro. Por suerte, después de pasar unos segundos en el interior, la vista empezó adaptarse y empecé a distinguir, también gracias a los rayos lunares que se colaban por los ventanales, los distintos muebles y electrodomésticos. Intentando hacer el menor ruido posible y no tropezar, dejé la copa en el fregadero y me encaminé al primer piso. Solo había estado allí cuando había subido durante la prueba de Susan, así que estaba un poco perdido. Sin embargo, las puertas, abiertas de par en par, me ayudaron en mi proceso de ubicación.

Enfrente de la escalera, había el lavabo, que estaba tenuemente iluminado por la luna. Aprovechando que ya estaba allí, entré, cerré la puerta tras de mí y meé como pude, ya que mi polla aún continuaba semierecta.

Al salir, a mi mano derecha quedaba la habitación principal, la de Susan, que estaba iluminada por la luz de las farolas de la calle. Nuestra anfitriona dormía tranquilamente, cubierta por unas finas sábanas blancas.

A mi mano izquierda quedaban dos habitaciones, la nuestra y la de Laura, supuse. Andando lentamente, me dirigí a la primera, la más cercana al lavabo y, desde la puerta, miré hacia dentro. Cuando mi vista se adaptó, pude ver ligeramente la silueta de Laura, que estaba estirada bocarriba completamente desnuda. Pese a que tenía los ojos cerrados, se movía levemente, por lo que imaginé que todavía no dormía y que estaba buscando la posición más cómoda.

De puntillas, me dirigí a la segunda habitación, dónde encontré a mi madre durmiendo plácidamente. Al acercarme a la cama, pude oír su respiración, que era pausada y relajada. Dormía de lado, recostada sobre su costado derecho y con la pierna izquierda levemente flexionada, ocupando el flanco izquierdo de la cama. Como ya me imaginaba, estaba totalmente desnuda. Las sábanas únicamente le cubrían el pie derecho, alrededor del cual estaban enrolladas.

Lentamente, intentando no despertarla, me introduje en la cama, quedando a sus espaldas. Pese a que la luz era mínima, la leve claridad lunar que se colaba por la ventana me dejaba apreciar su precioso cuerpo, con sus voluptuosos pechos y sus rotundas nalgas. Que yo recordara, nunca la había tenido tan a mi merced y eso se tenía que aprovechar de alguna manera.

Después de dudar unos instantes y de dejar mis temores a un lado, incliné mi cuerpo hacia delante y acerqué mi rostro a sus posaderas. Su posición provocaba que estuvieran levemente separadas y que se pudiera intuir su ano y, un poco más abajo, la entrada de su vagina enmarcada por los labios vaginales. Lentamente, aproximé la nariz e inspiré. Un leve olor a sexo se coló por mis conductos nasales y provocó que mi polla recuperara el vigor que había tenido minutos antes. Sin dudarlo, me llevé la mano a la polla y empecé a masturbarme con energía, con movimientos rápidos y veloces.

No sé si fue por el morbo de la situación o por el calentón que ya llevaba encima, pero noté que no iba a aguantar mucho. Sin embargo, no disminuí el ritmo, lo mantuve constante mientras acercaba más y más mi nariz a su sexo hasta que esta tocó el punto que separaba su ano y su vagina ¡Allí el olor era más agudo y penetrante, lo que provocó que mi polla se endureciera aún más!

Sin tan siquiera ser consciente, quizás porque toda mi sangre estaba en mi polla, saqué la lengua y la recosté en la entrada de su vagina. Pese a que no la moví, noté un sabor intenso que invadió todas mis papilas gustativas. Ante el inesperado contacto, mi madre se removió levemente, pero no mostró ninguna señal de despertarse.

Llegados a aquel punto, me dejé llevar. Presioné con mi lengua y noté como sus labios se abrían lentamente. Intentando profundizar un poco más, continué empujando y percibí el inicio de su agujero, que se sentía suave y tremendamente cálido.

¡Esa exquisita sensación fue demasiado para mí! Con mi mano moviéndose a gran velocidad y mi lengua incrustada en la entrada su vagina, empecé a esparcir grandes chorros de semen por la cama, salpicando mi vientre, las sábanas y la pierna derecha de mi madre. Rápidamente, mientras mi polla continuaba escupiendo lefa sin parar, me separé, temiendo que se despertara. Esta, por suerte para mí, no se despertó. Simplemente, se giró hasta quedar completamente bocabajo, con sus portentosas nalgas apuntando al techo. Su respiración, que continuaba tranquila y relajada, no dejaba entrever ningún indicio que mostrara que se hubiera percatado de mi incursión.

Con la mano aún aferrada a mí la polla, me recosté sobre mi espalda al lado de mi madre. Clavé la mirada en el techo mientras mi respiración poco a poco volvía a la normalidad. Con el sabor de su sexo aún bien presente en la lengua, cerré los ojos y me dejé llevar por un dulce sueño de verano.