Vacaciones en el chalet (4)

Raúl conoce a las amigas de su madre

Estaba en medio de un apacible sueño cuando la voz de mi madre me despertó.

  • Raúl, Raúl...

Se estaba tan bien en la cama…

  • Déjame unos minutos más… ¡Por favor! – supliqué sin abrir los ojos y aferrándome a las sábanas.

Oí sus pasos acercándose y, segundos después, noté como sus manos se posaban en mis hombros.

– ¡Raúl! ¡Levántate! – gritó mientras me sacudía levemente.

Bostecé y, lentamente, entreabrí los ojos. A escasos centímetros de mi nariz, vi los pechos de mi madre que, a cada sacudida, se balanceaban acompasadamente.

  • Raúl… Venga que tenemos que ir a la playa.

-Sí, sí… - ronroneé al tiempo que le daba la espalda.

Cansada de mi actitud, dejó de agitarme y optó por métodos más eficaces. Llevó su mano derecha hasta mis huevos y los cogió con fuerza.

  • ¡Ai! – grité de dolor mientras me levantaba de golpe.

Lleno de resentimiento, le dirigí una mirada enojada. Ella, pero, ya se había dado la vuelta y, como si allí no hubiera pasado nada, se encaminaba desnuda hacia el pasillo.

  • ¡Venga, espabila! Recuerda que tenemos que ir a buscar a Susan y Laura, y no les gusta que las hagan esperar. – me dijo sin darse la vuelta.

Pese a las acciones y súplicas de mi madre, me hice el remolón uno rato más, intentando ganar unos cuantos minutos más de cama. Finalmente, pero, me levanté. Lo primero que hice fue mirar el reloj. Eran las ocho y media. Oí ruido en el piso de abajo, así que, después de mear, me dirigí desnudo hacia la cocina. Mi madre estaba de espaldas, lavando los platos de la noche anterior en el fregadero. A diferencia de yo, ella ya estaba vestida. Llevaba un fino vestido blanco con flores estampadas de distintos colores que le llegaba hasta medio muslo. Cuando oyó que bajaba las escaleras, giró la cabeza. Al ver cómo bajaba, exclamó:

  • ¿¡Aún estás así!? En cinco minutos me voy. Si no estás preparado, te quedas aquí solo. He quedado con ellas a las nueve y voy a estar allí a las nueve en punto, ni un minuto más tarde.

Sin tan siquiera terminar de bajar los últimos escalones, me di la vuelta y corrí veloz a mi habitación. Abrí el armario y, sin pensarlo dos veces, me puse lo primero que encontré: una camiseta de tirantes vieja y un bañador tipo bermudas. Después de tantos días desnudo, el tacto de la ropa se me hizo extraño y sumamente desagradable. Una vez vestido, me calcé unas chanclas, cogí una toalla, y me dirigí nuevamente a la cocina. Mi madre ya me esperaba. Estaba con los brazos cruzados y continuamente miraba el reloj. A sus pies tenía una bolsa playera preparada con crema solar, bocadillos, bebidas y su toalla.

  • Así me gusta. Toma, - me dijo mientras alargaba el brazo y me entregaba un bocadillo y un zumo – para que almuerces por el camino.

Acto seguido, para mi total sorpresa, se acercó y me dio un pequeño pico.

– Siento haberte gritado, pero es que no me gusta llegar tarde. Además, sé que si no me hubiera puesto en plan sargento aún estarías durmiendo.

  • Tranquila. Tienes toda la razón. Soy un dormilón. ¡Qué le vamos a hacer! – sonreí.

Ella se rió.

  • Y que lo digas… Ah, y espero no haberte hecho mucho daño en tus partes.

  • Un poco de daño sí que me has hecho… Pero bueno, si más tarde los mimas un poco te perdono. – le dije travieso.

-¡Menudo truhán estás hecho! – me respondió con una sonrisa picarona. – Venga, que al final, con tanta cháchara no vamos a llegar.

A continuación, asió la bolsa, se la colgó del hombro y, juntos, nos dirigimos al coche.

Cuando salimos al exterior, miré el cielo. ¡Hacía un día estupendo, perfecto para disfrutar de una buena jornada en la playa! Al llegar al vehículo, dejamos la bolsa y la toalla en el maletero y emprendimos el trayecto.

Durante el viaje hacia la casa de Susan, que era dónde debíamos pasar a buscarlas, no hablamos mucho. Yo aún estaba medio dormido y mi madre estaba concentrada en la carretera. Aproveché el camino y me comí  el rico bocadillo de jamón que me había preparado a la vez que me bebía el zumo. Avanzábamos a buena velocidad. A esas horas, había poco movimiento en la carretera y los campos por los que íbamos pasando estaban prácticamente desiertos.

A las nueve menos dos, llegamos a la casa de Susan, que se encontraba en una urbanización cerca del Torrent de Sa Cova Santa. Desde dentro del coche, no podíamos ver ni el edifico ni el jardín, pero los grandes setos, así como la gran parcela que delimitaban, hacían intuir que allí había mucho dinero. Mi madre bajó la ventana y tocó varias veces la bocina del coche. Al primer momento no obtuvo respuesta, pero, pasados unos minutos, se oyeron unos gritos y, poco después, se abrió la verja y aparecieron Susan y Laura.

Yo solo conocía a Susan, pero hacía varios años que no la veía. Sabía que tenía cuarenta y pocos años y que, como mi madre, hacía no mucho que se había divorciado. Además, si mi memoria no me traicionaba, recordaba que era una mujer guapa y extremadamente cariñosa. Sus facciones eran suaves y finas, y sus ojos, de color miel, tenían una mirada jovial y alegre. De Laura, a diferencia de Susan, conocía pocas cosas. Por mi madre, sabía que tenía treinta y largos, y que nunca había tenido una pareja estable. Yo no la había visto nunca, pero había odio que era guapa, simpática y divertida.

A medida que se acercaron al coche, cargadas con sus bolsas playeras, me di cuenta de que mi madre tenía razón. ¡Laura era toda una morenaza! Tenía el cabello largo, ondulado y moreno, los ojos del color café y la piel bien bronceada después de horas y horas invertidas bajo el sol estival. Como mi madre, llevaba un fino vestido blanco que resaltaba la tonalidad de su cutis y que dejaba completamente expuestas unas piernas esculturales. Además, pese a que no tenía los pechos tan grandes, se le marcaban perfectamente gracias a la fina tela, que se le arrapaba al cuerpo y dejaba entrever su silueta.

Por su parte, Susan estaba igual de guapa de cómo la recordaba. Tenía unos ojos penetrantes, unos labios carnosos y un rostro bello, donde empezaban asomar las arrugas de la experiencia. Su cara estaba enmarcada por un peinado corto y moderno, que le daba un aire juvenil. Se debía haber teñido, porque la recordaba morena y ahora lucía un rubio platino que le daba un toque exótico y sensual. Llevaba puesta una fina camiseta de tiras y unos shorts tejanos que dejaban a la vista sus bonitas piernas. Se notaba que tenía unos cuantos años más que Laura, pero aun así se conservaba de maravilla.

Cuando llegaron al coche, abrieron el maletero, dejaron sus bolsas dentro y, seguidamente, entraron por las puertas traseras y se acomodaron en los asientos.

  • ¡Buenos días! – gritaron las dos risueñas.

  • ¡Buenos días! – contestó mi madre girándose. – Laura te presento a mi hijo Raúl. Susan, tú ya te acuerdas de él ¿no?

  • Encantada – me dijo Laura, inclinándose hacia delante y dándome dos besos.

Al moverse, el escote del vestido se le abrió levemente unos centímetros y me dejó entrever el principio de sus senos, que se encontraban libres de toda atadura.

  • Igualmente – respondí sonrojado.

A continuación, Susan también se incorporó y me dio dos besos. Cuando se me acercó, me di cuenta de que olía de maravilla, gracias a un suave perfume que emanaba de su piel.

  • Me acuerdo de un muchacho. – dijo Susan después de volver a sentarse. – No de un hombre hecho y derecho.

  • Pues ya ves mujer. Los años pasan inexorablemente. – respondió mi madre un tanto filosófica.

Seguidamente, añadió:

  • Y cuando lo veas en la playa vas a ver que está muy bien hecho. Y quizás – añadió con una sonrisa picarona. – también lo veas “derecho”.

Las tres mujeres empezaron a reír descontroladamente mientras mi nivel de sonrojo se multiplicaba por diez y me ponía rojo como un tomate.

A continuación, cuando las risas comenzaron a declinar, mi madre arrancó el motor y el coche empezó a moverse lentamente.

  • ¿Qué os parece si vamos a la misma playa que el otro día? – preguntó mi madre mientras aferraba el volante con la mano izquierda y giraba la cabeza hacia atrás.

  • Por mi perfecto – comentó Susan – El otro día estaba llena de tíos buenos.

  • Tienes toda la razón – añadió Laura mirando por la ventana y suspirando – ¿Os acordáis de ese grupo de muchachos jóvenes que estaban jugando a vóley completamente desnudos, con sus cuerpos brillando bajo la luz del sol?

  • ¡Cómo para no acordarse! – exclamó mi madre.

Yo estaba flipando con la conversación. El día comenzaba a tope ¡Tres maduras cachondas y fuera de sí! ¿A qué playa querían llevarme?

  • ¿Cómo os levantasteis ayer? – preguntó Susan cambiando completamente de tema – ¡Yo con una resaca de campeonato! Fui incapaz de hacer algo útil en todo el día.

  • Yo tampoco. – añadió Laura. – Estuve durmiendo prácticamente todo el día.

  • Pues yo relativamente bien. – respondió mi madre. – Tengo suerte de tener un hijo que me cuida y me mima. Cuando llegué a casa me ayudó a desnudarme y a meterme en la cama.

  • ¡Qué suerte tiene algunas! – suspiró Susan. - Un hijo que te cuida, que te mima y que es y está guapísimo.

Susan enfatizó esta última palabra, a la vez que me miraba y me sacaba la lengua en plan cachondeo.

Llevábamos unos diez minutos en la carretera, cuando nos cruzamos con un coche de policía. Entonces, mi madre, recordando la noche anterior, saltó como un resorte.

  • ¡Uaaa chicas! ¡No os lo vais a creer! Ayer por la noche, cuando volvíamos a casa después de dejar en su apartamento a unas chicas que estaban de vacaciones en la isla, nos paró la policía.

  • ¿Y qué tiene eso de especial? – preguntó Laura. - ¿Que ibas bebida o qué?

  • No. – respondió mi madre. - ¡Iba desnuda! ¡Y Raúl también!

  • ¡¿Cómo?! – gritó Susan incorporándose en el asiento.

  • Pues eso, que íbamos completamente desnudos en el coche – contestó mi madre sonriendo.

Ahora sonría y se jactaba delante de sus amigas, pensé, pero en el momento que tuvieron lugar los hechos no le hizo tanta gracia.

  • ¿Pero qué hacías desnudos en el coche? – se interesó Susan, totalmente sorprendida.

  • Como ya os dije, hace unos días que en casa vamos siempre desnudos. ¡Pues ayer lo llevamos a otro nivel! Primero Raúl fue desnudo por el bosque, y después los dos en el coche.

  • ¡Vaya con la madre y el hijo! – se rió Laura.

  • ¿Y qué te dijeron los policías? – preguntó Susan.

  • Pues nada. Primero me pidieron la documentación del vehículo y luego nos hicieron bajar del coche para que les enseñáramos qué llevábamos en el maletero.

  • Ahora se le llama maletero… – dijo Laura con picardía.

  • ¿Y os multaron? – continuó Susan con sus preguntas.

  • ¡¿Cómo van a multar a dos cuerpazos?! – exclamó Laura riéndose.

Eso era un interrogatorio en toda regla de Susan con los divertidos aportes de Laura.

  • No, no. Por suerte no. – contestó mi madre ignorando el comentario jocoso de Laura.

  • Lo más importante ¿estaban buenos los policías? – preguntó Laura.

  • No eran muy guapos, la verdad, pero la situación, los uniformes, sus porras colgando del cinturón… – dijo mi madre. – Si os es de ser sincera, me puse bastante cachonda... Cuando me incliné en el maletero para levantar el tapete, dejando mi culo totalmente expuesto a sus miradas, tuve miedo de qué se me notara.

  • Y se te notó. – añadí yo sin pensarlo.

Las mujeres callaron de golpe y me miraron.

  • Mira la mosquita muerta. ¡Y parecía que no estaba! – comentó Laura.

  • ¡¿Cómo?! – exclamó mi madre - ¿Por qué no me lo dijiste?

  • ¿Qué querías que te dijera? – le espeté - “Perdona mama pero se te ve perfectamente el coño, levemente abierto y húmedo, y el ano. Mejor incorpórate que nos estás dando una estampa que será muy difícil que olvidemos”.

Tanto Susan como Laura se descojonaron, riéndose a carcajadas. A mi madre, mi comentario, no le hizo tanta gracia, y, totalmente ruborizada, clavó la mirada en la carretera. A continuación, hubo unos minutos de silencio, pero poco después mi madre volvió a hablar, señal que no estaba enfadada y que únicamente se había hecho la ofendida. Aprovechó el resto del trayecto para explicarles las aventuras con las chicas: el encuentro en el pinar, los juegos en la piscina, la actuación de Esther con el pizzero y el viaje en coche. Susan y Laura alucinaban y se reían a partes iguales, y no paraban de comentar lo afortunado que había sido de bañarme con tanta mujer desnuda.

Finalmente, en el mismo momento en qué mi madre estaba terminando la narración, llegamos a la playa de Es Cavallet. El aparcamiento ya estaba medio lleno, pero tuvimos suerte y pudimos estacionar a los pocos minutos. Seguidamente, nos bajamos del coche, cogimos nuestras pertenencias y nos dirigimos con paso decidido hacia la playa. El lugar era realmente espectacular. Es Cavallet, con su arena blanca y fina, y sus dunas y montículos poblados de vegetación herbácea, se nos presentaba en su máximo esplendor. La brisa marina, que soplaba desde el este, empujaba las olas y llenaba el aire de gusto y olor a sal. Seguí a las tres mujeres, entre toallas, hamacas y sombrillas. A pesar de ser bastante pronto, la playa ya se estaba empezando a llenar. Pasamos al lado de familias, parejas y grupos de amigos y amigas. La mayoría de la gente iba desnuda, y todas las mujeres sin excepción hacían topless o estaban desnudas. Como comprenderéis, ver tantas tetas y coños libres provocó que se me empezaran a encender los motores.

Cuando ya llevábamos andando unos quinientos metros, se detuvieron y dejaron las bolsas en la arena.

  • Creo que aquí estaremos bien. – dijo mi madre.

  • ¡Perfecto! – afirmó Laura sonriendo y llevándose las manos a la cintura. - Estamos en mitad de la playa y además tenemos la red de vóley aquí al lado.

Susan abrió su bolsa, cogió la toalla y la extendió. Acto seguido, Laura y mi madre, sin perder un segundo, la imitaron. Esta última, al ver que estaba parado como un pasmarote, me espoleó:

  • Venga Raúl, pon tu toalla aquí, entre la de Laura y la mía.

Me acerqué, cogí mi toalla y la coloqué bien extendida entre las de las dos. Cuando ya la tenía perfectamente tendida y colocada, sin un solo grano de arena que la cubriera, me giré y los ojos se me abrieron como platos. Susan se había sacado la camiseta de tiras y, al igual que mi madre y Laura, no llevaba la parte superior del bikini. Sus pechos, un poco caídos pero aún muy apetecibles, me apuntaban provocativos mientras su propietaria empezaba a desabrocharse los shorts tejanos. Lentamente se los bajó, dejando a la vista unas diminutas bragas rojas que a duras penas cubrían su monte de Venus. A continuación, se dio la vuelta para dejar los shorts, cuidadosamente plegados, dentro de la bolsa. En ese momento me di cuenta de que no eran unas bragas, sino un diminuto tanga de hilo que se le metía entre las nalgas y que las dejaba completamente expuestas.

  • ¿Que hoy no te desnudas? – oí que decía mi madre a mis espaldas.

Me giré y la boca se me secó. Mi madre ya se había quitado el vestido y estaba completamente desnuda, con los brazos en jarra mirándonos. Antes de que tuviera tiempo a responder, oí que Susan decía:

  • Sí, sí. Por supuesto.

Volví a girarme y vi a Susan en la misma posición en la que había dejado, dándome la espalda. La diferencia es que ahora el tanga estaba a la altura de las rodillas, por lo que pude verle el culo totalmente libre de cualquier atadura. Para terminar de sacarse la prenda, se agachó un poco más y flexionó levemente las piernas, lo que provocó que las nalgas se le separaran y dejaran a la vista su rosado ano. Luego se dio la vuelta.

  • ¡Et volià! – exclamó con una sonrisa en la boca.

Ahora la podía admirar en todo su esplendor. Estaba casi tan morena como mi madre, tenía los pechos más grandes que ella pero un poco más caídos, y llevaba el coño totalmente depilado.

  • ¿Qué te parece Raúl? ¿Aún se conserva bien esta vieja? – me preguntó guiñándome un ojo.

  • Pues… la verdad es… que sí. – balbuceé alucinado con la pregunta mientras ella se iba luciendo.

  • Bueno, veo que todas, menos Raúl, ya estamos preparadas. – oí que decía Laura.

Nuevamente me giré. Si antes se me secó la boca, ahora se me paró el corazón. Laura estaba de pie al lado de mi madre e, igual que las otras dos, se encontraba completamente desnuda. ¡Estaba buenísima! Tenía todo el cuerpo bronceado. Sus pechos, pese a ser más pequeños que los de las otras dos mujeres, eran más firmes, suaves y enhiestos. Poseía un fino vientre, de donde colgaba una bonita cadena dorada que le daba un toque erótico y sensual. Como Susan, llevaba el coño totalmente depilado, con lo que mostraba orgullosa sus carnosos y apetecibles labios vaginales.

Las tres mujeres, totalmente desnudas a mí alrededor, no dejaban de mirarme, esperando a qué, como ellas, me desnudara.

  • Raúl – dijo mi madre. – Se nos va a hacer de noche.

Como comprenderéis, en ese momento mi polla ya estaba a tope y, la verdad, me daba un poco de reparo exhibirme desnudo y totalmente empalmado delante de las amigas de mi madre. Sin embargo, parecía que no tenía otra opción. Por suerte, la experiencia del día anterior me había curtido. Si había estado desnudo y con la polla erecta delante de unas muchachas desconocidas ahora también podía. Inspiré profundamente y me quité la camiseta, dejando mi torso desnudo. Seguidamente, llevé las manos a la parte superior de mi bañador mientras las mujeres esperaban expectantes. Entonces, lentamente comencé a bajarlo. Cuando ya asomaba mi vello púbico, paré.

  • ¿A qué esperas Raúl? – volvió a insistir mi madre.

Continué bajándome la única prenda que me quedaba. Primero apareció mi capullo, completamente morado e hinchado. Seguidamente, el tronco de mi polla, totalmente duro y con las venas palpitantes.

-  Fit fiu. – silbó Laura.

Terminé de quitarme el bañador, liberando mis testículos, que respiraron aliviados.

  • Efectivamente – dijo Susan, quién me pareció que se mordía el labio inferior. – Un hombre muy bien hecho y totalmente “derecho”.

Las tres mujeres se pusieron a reír por la ocurrencia de Susan y, a continuación, se encaminaron hacia la orilla. Yo me quedé rezagado en las toallas, contemplando, con la polla apuntando al cielo, el delicioso bailoteo de sus preciosas nalgas al andar. Cuando llegaron a ras de agua, se detuvieron y empezaron a mojarse los pies mientras hablaban y miraban hacia el horizonte. Me daba un poco de vergüenza dirigirme al agua en mi “estado” pero miré alrededor y vi que, en general, la gente estaba a su bola. Supuse que no era al primer tío a quién se le empalmaba. Así que, un poco más seguro, me acerqué lentamente hacia ellas, tratando de hacer el menor ruido posible con mis pasos. Cuando me encontraba a un escaso metro de ellas, me lancé de un salto sobre mi madre y los dos caímos dentro del agua.

  • ¡Serás bruto! – exclamó mi madre al salir a la superficie con los cabellos cubriéndole el rostro.

Tanto Susan como Laura empezaron a reírse a carcajadas.

  • ¡Reíd, reíd que ya os vais a enterar! - gritó mi madre mirándolas amenazadoramente desde dentro del agua.

Seguidamente, me ordenó:

– Raúl coge a Laura que yo me encargó de Susan.

Madre e hijo salimos rápidamente del agua detrás de ellas que, delante de las “amenazas” de mi madre, se habían dado la vuelta y corrían riéndose como locas por la orilla. Aceleré el paso y, con un par de largas zancadas, atrapé a Laura, cogiéndola con las manos de la cintura. Sin embargo, ella se resistía, intentando zafarse de mí con bruscos movimientos. Sin dudarlo, para evitar que lo consiguiera, pasé mis brazos por delante de su vientre y, con fuerza, la levanté. Al separarla de la arena, irremediablemente tuve que apresarla entre mis brazos y mi torso, con lo que mi polla quedó totalmente pegada a sus nalgas.

Ella, con las piernas en el aire, pataleaba y se resistía, a la vez que gritaba y se reía a partes iguales. Dando pequeños pasos para intentar mantener el equilibrio, me acerqué al agua y la tiré dentro, donde cayó salpicándolo todo a su alrededor.

Entonces oí que mi madre me llamaba:

  • ¡Raúl ven, que yo sola no puedo con Susan!

Me giré rápidamente y corrí hacia a ellas. Susan estaba tirada en la arena con las piernas levantadas y los brazos estirados en la arena. Mi madre intentaba, sin mucho éxito, agarrarla de los pies, al mismo tiempo que Susan los movían de un lado a otro resistiéndose.

  • ¿Qué quieres que haga? – le pregunté a mi madre al llegar a su lado.

  • Tú cógela de un pie que yo la cogeré del otro. – me dijo intentando alcanzar su pie izquierdo.

Estuvimos batallando unos segundos hasta que entre los dos la tuvimos bien agarrada por los pies. Entonces, tanto yo como mi madre empezamos a estirarla hacia el mar. Como cada uno tirábamos de un pie diferente, las piernas le quedaron completamente abiertas, a la vez que el coño. Debido a la posición y a la tensión de la piel, sus labios exteriores se habían separado, con lo que se podía observar a la perfección el interior de su vagina. Su rosado agujero estaba enmarcado por unos labios interiores finos que dejaban entrever, en la parte superior, su clítoris. Más abajo, su ano, rodeado por una piel un poco más oscura, también se exhibía orgulloso.

  • ¡Eh!- gritó Susan sacándome del trance al que su sexo me había conducido – ¡Eso no vale! Me estoy rascando el culo con la arena. Además – continuó– menuda imagen le estoy dando a Raúl.

  • ¡Pues la verdad es que sí! ¡Qué coñito más bonito que tienes! – contestó mi madre riéndose y haciéndole morritos.

La conversación y la bella estampa me habían dejado un tanto desconcertado, situación que aprovechó Susan para liberarse y salir corriendo por la arena.

  • ¡Rául! ¡Ve tras ella! – me gritó mi madre.

Acaté las órdenes y salí veloz detrás de ella. Susan era rápida pero yo lo era más. Cuando la alcancé, la levanté de la cintura como un saco de patatas y me la puse encima del hombro.

  • ¡Déjame marrano! – gritaba mientras me golpeaba cariñosamente con los puños en la espalda.

Yo hice caso omiso a sus palabras y me dirigí al agua. Una vez allí, me tiré dentro con ella. ¡Ahora ya estábamos todos mojados!

Después de darnos esas carreras, un poco cansados y sudados, decidimos relajarnos cada uno a su bola. Laura estaba nadando, mi madre y Susan estaban en un punto donde el agua les llegaba hasta el cuello, y yo estaba sentado en la orilla contemplándolas. Al cabo de unos minutos, mi madre y Susan decidieron venir a hacerme compañía y se sentaron a mi lado.

-¡Qué bien que se está aquí! – exclamó Susan apoyándose en los brazos y echando la cabeza hacia atrás.

  • ¡Y que lo digas! – contestó mi madre imitándola y dejando que su melena colgara tras de ella.

A cada nueva ola, el agua salada nos cubría los pies, nos acariciaba las piernas y nos besaba los sexos. ¡Qué delicia! A nuestro lado, la gente iba entrando y saliendo del mar, disfrutando de ese apacible día estival.

  • ¿Qué hacéis? – preguntó una voz a nuestras espaldas.

Giramos las cabezas. Era Laura, que, después de nadar, había salido un trozo más allá y había regresado caminando por la orilla.

  • Disfrutamos de las caricias del sol y la playa – contesté yo con una sonrisa.

  • Pues yo creo que estáis demasiado tranquilos y secos. – dijo con una sonrisa picarona.

Acto seguido, se plantó de un salto delante de nosotros, cogió a mi madre de los pies y la arrastró hacia el agua. Mi madre, que no se lo esperaba, no opuso ningún tipo de resistencia y en un santiamén las dos estaban totalmente mojadas.

  • ¡Serás guarra! – le gritó mi madre salpicándola con las manos.

  • Sí, sí, lo que tú digas, pero aquí aún hay dos que están prácticamente secos.

Las dos nos miraron con una sonrisa traviesa y, perladas de gotas saladas, se dirigieron directamente hacia nosotros. Susan, al ver las intenciones de sus amigas, se me agarró como una garrapata, clavándome las tetas y cogiéndome con fuerza. Cuando llegaron hasta nosotros, Laura me agarró de los pies, mientras mi madre agarraba los de Susan. Con fuerza, empezaron a tirar, pero, pese a sus esfuerzos, no conseguían movernos. Visto el escaso éxito de sus acciones, optaron para utilizar una nueva táctica.

  • O los separamos o nos pasaremos el día tirando sin conseguir moverles - dijo Laura resoplando por el esfuerzo.

  • Tienes razón. – le contestó mi madre. – Pero tranquila, ya sabemos que Susan… ¡Tiene muchas cosquillas!

Seguidamente, Laura y mi madre se lanzaron sobre ella y empezaron a hacerle cosquillas en los pies y las axilas. Susan no aguantó la embestida de las dos mujeres y lentamente empezó a ceder.

-Eso no vale. – decía revolviéndose entre risas.

Al ver que mi madre y Laura estaban consiguiendo su propósito, fui yo quien pasé a la acción agarrando fuertemente a Susan.

  • Así me gusta Raúl. ¡Sujétame fuerte! ¡Qué estás guarras no se salgan con la suya! – me animó mientras no paraba de reír.

Las manos volaban, unas haciendo cosquillas y las otras intentando evitarlas. En más de una ocasión y en mis intentos para mantener a Susan bien agarrada, toqué sus grandes pechos que, pese a estar un poco caídos, aún se notaban consistentes.

  • ¡Raúl no te aproveches de la situación que te veo! – me advirtió mi madre medio en broma medio en serio.

  • ¡Que toque lo que quiera! – contestó al acto Susan. – ¡Antes de que os salgáis con la vuestra prefiero que me agarré bien fuerte de las tetas!

  • Tenemos que emplear otra táctica. – dijo Laura sin dejar que mi madre protestara por el comentario de Susan.

  • Tienes razón – respondió mi madre dejando de lado el tema anterior.

Seguidamente, se alejaron unos metros y empezaron a susurrarse al oído. Yo, pese a que en ese instante no era necesario, permanecí firmemente agarrado a Susan. Mi brazo derecho le rodeaba el vientre y mi mano izquierda reposaba a escasos milímetros de su seno izquierdo. Podía haberla dejado respirar, pero su comentario me dio vía libre para aprovecharme un poco más de la situación. Estaba disfrutando del contacto de su cálida piel, cuando las mujeres volvieron al ataque. Ahora mi madre se centró en Susan y Laura en mí. Las dos nos empezaron a hacer cosquillas. Susan se reía a carcajadas, pero yo aguantaba impertérrito.

  • Este no tiene cosquillas. – se quejó Laura.

  • Déjame a mí. – contestó mi madre.

A continuación, se intercambiaron los papeles. Mi madre llevó sus manos a mi vientre y empezó a acariciarlo. Pensé que emplearía la misma táctica que Laura, pero, de repente, bajó la mano derecha y comenzó a tocarme la polla. Al instante, mis fuerzas flaquearon, cosa que no pasó inadvertida a Susan y Laura.

  • ¡Aguanta Raúl! – exclamó entre risas Susan.

  • ¿Cómo lo has logrado? – preguntó Laura curiosa.

Entonces levantó la cabeza y vio que mi madre no me estaba haciendo cosquillas, sino que me estaba magreando la polla.

  • ¡Muy astuta! – comentó riendo Laura.

  • Se tienen que utilizar todas las armas para combatir al enemigo. – contestó mi madre sin dejar de acariciarme.

Mi polla, que en ese momento estaba morcillona, empezó a empalmarse nuevamente. Yo, pese a los toqueteos, intentaba mantenerme agarrado a Susan. Sabía que no aguantaría mucho más, así que, para terminar de sacar provecho de la situación, cogí con total descaro a Susan de los pechos. Mi madre, al ver que no desistía en mi empeño y al darse cuenta de mis manoseos a Susan, optó por una táctica más drástica. Con la mano izquierda empezó a sobarme los huevos y con la derecha me cogió firmemente la polla y empezó a hacerme una paja en toda regla, subiendo y bajando rápidamente la mano. Delante de tal situación, dejé a Susan totalmente a su merced, momento que aprovechó Laura para llevársela mar a dentro.

Mi madre, al ver que había logrado su objetivo, dejó de masturbarme e intentó también tirarme al agua, pero no lo consiguió.

  • ¡Venid a ayudarme! – les gritó a sus amigas que ya estaban saliendo del agua.

Ahora eran tres contra uno. Susan, al acercarse, alucinó, abriendo los ojos como platos.

  • ¡Menudo empalmé! – exclamó. – ¡Lo llego a saber y hubiera tenido un lugar más firme y sólido de donde agarrarme!

Las tres mujeres, mientras se reían del comentario, se abalanzaron sobre mí. Mi madre me agarró de un pie, Laura del otro y Susan de las axilas. Seguidamente, me levantaron y, en un abrir y cerrar de ojos, estábamos todos dentro del agua.

  • ¡Por fin! ¡Lo hemos logrado! - gritaron mi madre y Laura al unísono.

  • ¿Bueno y ahora que ya nos has mojado qué quieres hacer? – pregunté a Laura que había sido la instigadora de toda la acción.

  • No lo sé – contestó Laura. – Podemos ir nadando hasta la boya. – añadió señalando con el dedo una boya que flotaba unos metros mar a dentro.

  • Uaaaa… Está muy lejos. – continuó mi madre. – Pero yo sé de unas boyas que están aquí mismo. ¡Mirad!

Acto seguido, mi madre se sumergió. Al cabo de unos segundos, emergieron sus nalgas, perladas de gotas saladas. Bajo los rayos del sol, brillaban impotentes, dejándonos a la vista una bella estampa femenina. Cuando se le terminó la respiración, salió nuevamente a la superficie.

  • ¿Qué os ha parecido esta boya de carne y hueso?

Los cuatro nos reímos a carcajadas ante la ocurrencia de mi madre. A continuación, tanto Laura como Susan, animadas por mi madre, quisieron hacer sus propias boyas. En un santiamén, estuve rodeado de culos morenos y deliciosos que emergían y flotaban a mí alrededor.

  • Venga Raúl, anímate – me espoleó mi madre después de una de sus zambullidas.

Decidido a no ser el único en no participar, las imité y me sumergí, dejando mi culo sobre la superficie. Estando aún debajo del agua, noté que una mano acariciaba mis testículos que, debido a mi posición, estaban fuera del agua. ¡Por poco me ahogo! Cuando salí para coger aire, vi que las tres mujeres se estaban riendo de mi reacción.

  • Hemos visto que algo colgaba de la boya y no nos hemos podido estar de tocarlo. – me dijo Susan.

  • Mirad. – dijo Laura sin dejarme tiempo para procesar la información. – Una boya sexy.

Laura se sumergió ante nuestra atenta mirada y, seguidamente, emergió su precioso culo. Esta vez, pero, al lado de sus bronceadas nalgas, aparecieron sus manos que, sin dudarlo, las separaron para mostrarnos a todos su ano, donde se habían acumulado algunas gotas de agua, y su rosado coño.

  • ¡Joder con la tía! – exclamó al verlo mi madre.- ¡Esta no se corta!

Segundos después de la actuación de Laura, las tres mujeres estaban haciendo boyas “sexys” y, como os podéis imaginar, mi empalmé era máximo. Estando a escasos centímetros de sus posiciones, pude apreciar perfectamente y sin ser recriminado sus jugosos coños que, debido a la posición, se mostraban listos para recibir una buena polla.

  • Venga Raúl – dijo mi madre después de una de sus inmersiones. – ¡Hazlo tú!

  • ¡Si hombre! Para qué me toquéis los huevos. – contesté.

  • Esta vez no te los vamos a tocar. – dijo Laura emergiendo al lado de mi madre.

Desconfiado, cogí aire y me sumergí, separándome las nalgas y mostrándoles a todas mi culo en todo su esplendor. Estando debajo del agua, noté que nuevamente algo me volvía acariciar los huevos. Sin embargo, como ya me lo imaginaba, aguanté. Además, esta vez la sensación era diferente y era extremadamente placentera. Cuando me quedé sin oxígeno, volví a salir a la superficie.

  • ¿No me habéis dicho que no me los ibas a tocar? – les reproché pese a que me había encantado el toqueteo.

  • No te los hemos tocado. – contestó mi madre moviendo la cabeza de un lado al otro. – ¡Te los hemos besado!

  • ¡Y creo que a alguien se le ha ido la lengua! – añadió Laura.

Las tres mujeres se rieron mientras yo me quedaba completamente en choque. ¿Quién de las tres me había besado y lamido los huevos?

Mi madre, quizás porque las cosas empezaban a salirse de madre, rompió la magia del momento y me sacó rápidamente de mis pensamientos.

  • Bueno, creo que voy a salir. Me lo estoy pasando muy bien, pero me estoy quedando arrugada como una pansa. Además, con el buen día que hace, quiero tomar un rato el sol.

  • Sí, yo también vengo. – dijo seguidamente Laura saliendo del agua y siguiéndola.

  • Yo me quedó un rato más. – comentó Susan.

Yo también quería salir, pero volvía a estar empalmado. Que hubiera venido hasta la orilla empalmado tenía un pase, pero que volviera a salir en el mismo estado quizás era demasiado.

  • ¿Tú no sales? – me preguntó Susan.

  • No, no, aún no.

  • Así me gusta, que me hagas compañía. – dijo risueña.

Acto seguido, Susan se adentró unos metros en el mar, estiró los brazos y las piernas completamente, y empezó a flotar haciendo el muerto. La parte delantera de su cuerpo quedó totalmente a la vista, dejándome ver sus bellos encantos.

  • ¡Qué delicia! – exclamó mientras flotaba a la deriva con los ojos cerrados. – Venga Raúl, relájate y haz el muerto.

  • Mmm… no sé hacer el muerto. – respondí un poco avergonzado.

  • ¿Cómo que no sabes? – preguntó incrédula.- Pero si es muy fácil. Solo tienes que dejarte llevar.

  • Pues a mí no me sale. Se me hunde el culo.

  • Esto lo vamos a solucionar ahora mismo. – dijo Susan dejando de hacer el muerto y acercándose.

  • Creo que ahora no es el mejor momento. – le susurré cuando estaba a escasos centímetros.

  • ¿Cómo que no? A ver, inténtalo.

Estiré los brazos en forma de cruz y levanté las piernas, cosa que provocó que  mi polla saliera a flote como un periscopio. Susan se quedó un momento parada, deleitándose con la visión de mi cuerpo. Seguidamente, pero, y para mi asombro, continuó con total normalidad, como si yo no tuviera una erección de caballo.

  • Muy bien. A ver, cuánto tiempo aguantas.

Floté unos diez segundos, pero luego, tal y como le había avisado, mis piernas y mi culo empezaron a hundirse.

  • Pues tienes razón. No sabes hacerlo. – se burló Susan.

  • Muy graciosa. – contesté.

  • A ver, vuelve a intentarlo mientras yo te aguanto las piernas y el culo. – me tranquilizó.

Volví a ponerme en posición mientras Susan con su mano izquierda me sostenía las piernas y con la derecha me aguantaba el culo. Debido a la profundidad a la que estábamos, su rostro quedaba a escasos centímetros de mi polla, cosa que no favorecía mi concentración. Lentamente me fue dejando, pero sin su ayuda volví a hundirme.

  • A ver, tú observa como levanto el culo y separó las piernas para flotar. – me dijo de una manera muy didáctica.

Susan volvió a hacer el muerto, pero esta vez a escasos centímetros de mí.

  • ¿Lo ves? No es tan difícil. - me dijo mientras flotaba mecida por las olas.

Yo no veía si era fácil o difícil. Mis ojos solo se focalizaban en sus relucientes pechos a la luz del sol y en su húmeda vagina.

  • Venga Raúl, acércate. Pon una mano en mi espalda y una en mi culo para qué notes como coloco el cuerpo.

Sin dudarlo, hice caso a sus indicaciones. Coloqué mi mano derecha en su espalda y la izquierda en su culo. El tacto era suave y agradable. Se notaba que estaba ejerciendo un leve esfuerzo para mantenerse a flote, ya que sus nalgas estaban duras y sus piernas bastante rígidas. Al sentir que la sujetaba, relajó su cuerpo, lo que provocó que este se sumergiera unos centímetros. Con los que no contábamos ni ella ni yo, es que, al hundirse, su espalda tocara con mi polla, que seguía en pie de guerra.

  • Ai… ¡Qué me pinchas! – dijo riendo Susan. – Supongo que tanta mujer desnuda, tanto culo y tanta teta no te dejan relajar.

  • Pues no. Je, je… - reí un poco avergonzado.

  • Pobrecito. – continuó Susan girando la cabeza y mirándome directamente a los ojos – Pero tranquilo, que yo tengo la solución.

Acto seguido, dejó de hacer el muerto, se puso a mi lado y, sin darme tiempo a reaccionar, me cogió la polla con su mano derecha.

  • Pero… ¿qué haces? – balbuceé.

  • ¿No lo ves? Hacerte una paja. – contestó Susan al tiempo que su mano empezaba a subir y bajar.

  • Ya, ya…- continué yo nervioso.- Pero ¿y si viene mi madre?

  • Relájate. No va a venir. Y si no me crees, mira tú mismo hacia las toallas. Tu madre y Laura se están tostando al sol.

Miré hacia las toallas y, efectivamente, Susan tenía razón. Las dos mujeres estaban de espaldas recibiendo las caricias del sol en sus deliciosas posaderas. Así que le hice caso y me relajé, disfrutando de esa placentera paja acuática.

  • ¿Te gusta? – me preguntó.

  • Me encanta.

  • La verdad es que ver tantas pollas por la playa, los toqueteos, las “boyas” y ahora tu cuerpo me han puesto cachonda. – confesó Susan. – Además, me ha encantado cuando al final me has agarrado de los pechos para qué no nos separaran. ¡Ya podrías haberlo hecho antes!

Después de esta confesión y sin pedir permiso, dirigir una de mis manos a sus tetas y la otra a su coño. Ella no pareció sorprendida.

– Ya estabas tardando. – fue lo único que dijo.

Estábamos allí, masturbándonos mutuamente, con el agua, que nos cubría hasta los hombros, siendo cómplice de nuestras acciones. Yo le sobaba los pechos y jugaba con su clítoris dando pequeños círculos con los dedos. Ella me pajeaba con una mano y con la otra me acariciaba los testículos. ¡La sensación era increíble! El clima, el agua, las caricias… Cuando ya llevábamos unos minutos de toqueteos, la avisé que me corría.

  • Me corro Susan. – le susurré acercando mi boca a su oído.

Ella aumentó el ritmo, provocando que me corriera a mares dentro del mar.

  • ¿Ya estás más relajado? – me preguntó a continuación sin dejar de masturbarme.

  • Pues sí… - resoplé. – Muchas gracias.

  • De nada. – contestó al tiempo que me daba un pico y liberaba mi polla. – Y ahora, si no te sabe mal, voy a ir a dar una vuelta.

  • No, no. Tranquila. Yo también voy a salir cuando se me baje un poco esto.

A continuación, Susan se dio la vuelta y se dirigió a la orilla. Una vez allí, se encaminó hacia las dunas. Desde mi posición, contemplé ese trozo de mujer que segundos antes me había regalado una placentera paja.

Seguidamente, notablemente más tranquilo, me limpié la polla de cualquier rastro de semen y salí del agua. Aunque mi todavía estaba polla morcillona, ya no daba la nota como lo habría hecho momentos antes. Cuando llegué a las toallas, contemplé a Laura y a mi madre, las cuales parecían dormidas. Sus espaldas y nalgas brillaban bajo el sol a causa de la crema solar. Intentando no molestarlas, me eché entre ellas en mi toalla y cerré los ojos dispuesto a tomar el sol.

Al cabo de un rato, unas voces y unos gritos cercanos me despertaron del plácido sueño en el que involuntariamente me había sumergido. Lentamente abrí los ojos y, estirando los brazos y las piernas, me desperecé. Tenía el cuerpo sudoroso debido al calor y a la exposición solar. Giré la cabeza hacia la toalla de mi madre y vi que estaba vacía. A continuación, la giré hacia el otro lado y vi que Laura estaba sentada apuntando hacia las dunas, observando muy atenta algo que se escapaba de mi campo visual. Perezosamente, me incorporé y miré hacia el mismo sitio que ella. Un grupo de hombres y mujeres completamente desnudos estaban jugando animadamente a vóley playa. Me fijé con más atención. Había ocho hombres, más bien jóvenes, y dos mujeres que estaban muy buenas.

Continué observando y, sorprendido, me percaté que esas dos bellezas no eran otras que mi madre y Susan. La bola iba y venía, superando la red cada pocos segundos. Susan y mi madre, con los cuerpos sudorosos por esfuerzo, lo estaban dando todo. Corrían, saltaban, se tiraban por la arena… Los chicos, aunque también estaban sudados, parecían más tranquilos. Por la posición de sus cuerpos, su distribución en el campo y el estilo de sus pases y remates, se notaba que dominaban ampliamente el juego.

Me senté en la misma posición que Laura y me quedé embobado contemplando los movimientos de las dos mujeres. Sus pechos, perlados de gotitas de sudor, se movían sin cesar de un lado al otro, mientras sus nalgas seguían el ritmo acelerado de sus piernas. Pese a que no soy un experto en vóley, al cabo de unos pocos minutos, me di cuenta de que allí pasaba algo raro. Curiosamente, todas las bolas difíciles iban a parar en el radio de acción de mi madre y Susan. Ellas, con el único propósito de intentar salvarlas, acababan, la mayoría de veces, revolcándose por la arena, con lo que sus cuerpos estaban llenos de pequeños granitos de arenilla.

A los pocos minutos, una bola extremadamente difícil que cayó a escasos metros de nuestras toallas me confirmó mis sospechas. Susan, intentando salvarla, corrió, saltó, y, pese a acabar tirada en la arena, no pudo hacer nada. Casi al instante, se incorporó con los brazos y las piernas, quedando unos segundos a cuatro patas, con su impresionante culo y su coño dando una estampa espectacular a los jugadores. ¡Qué cabrones! pensé. Se estaban aprovechando de ellas con el propósito de darse un festín visual y recrearse con sus cuerpos.

Ese fue el primer momento en qué me fijé en los chicos. La mayoría debían tener entre veinte y treinta años. Sus cuerpos atléticos estaban esculpidos tras horas y horas de gimnasio. Pese a no ser culturistas, se les marcaban los pectorales y los abdominales y tenían unos buenos bíceps. Además, estaban bastante bien equipados. Sus pollas, algunas de ellas semierectas, presentaban un buen tamaño y, a excepción de dos, estaban completamente depiladas.

  • ¡Qué cabrones! – exclamé ahora en voz alta e indignada para qué Laura me oyera. - Se están aprovechando de ellas. Les tiran bolas difíciles para qué se exhiban.

Pese al tono de mi protesta, no obtuve respuesta. Giré la cabeza y vi que Laura estaba en su mundo, observando atentamente el partido de vóley o, para ser más exactos, los cuerpos esculturales de los chicos y sus pollas. Al fijarme mejor en ella, me di cuenta de que su mano derecha se encontraba peligrosamente cerca de su coño. Disimuladamente y de reojo, continué espiándola atentamente. Cuál fue mi sorpresa al  advertir que no es que la mano estuviera cerca, sino que estaba encima y que, además, la movía lentamente, dándose placer. Sus dedos acariciaban disimuladamente su clítoris mientras su propietaria observaba derretida esos machos bien equipados jugar al vóley totalmente sudados

¡Estaba alucinando! ¡Laura, a menos de medio metro de mí, se estaba masturbando en una playa abarrotada de gente! “¿Qué coño estaba pasando allí?” pensé. ¡Mi madre y sus amigas estaban completamente desatadas! Ya me había dado cuenta de que mi madre estaba más fogosa que nunca, pero ni por asomo me podía imaginar que sus amigas también estuvieran igual. ¡No me quería ni imaginar que hicieron la noche que salieron todas juntas y que mi madre volvió completamente borracha a casa!

Mi polla, en medio de aquel panorama, con mi madre y Susan luciendo sus cuerpos y Laura masturbándose a mi lado, empezó a levantarse. Sin embargo, por suerte para mí, antes de que diera la nota y que estuviera completamente en pie de guerra, el partido llegó a su fin.

  • ¡Hemos ganado! - exclamó Susan levantando los brazos, corriendo hacia el chico más cercano y saltando encima de este. El chico, supongo que para que no cayera, la cogió fuerte del culo con las manos y, con Susan  aferrada como una garrapata, empezó a saltar.

  • ¡Suerte! ¡Ha sido suerte! – replicó mi madre desde el otro lado de la red.

Susan ni se molestó en contestar. En pocos segundos, se vio completamente rodeada por los otros chicos de su equipo que, con Susan en el medio, empezaron a saltar gritando:

  • ¡Campeones, campeones, oe, oe, oe!

Por suerte para mi madre, los chicos de su equipo no se quedaron atrás. Con el propósito de “consolarla” tras la derrota sufrida, la rodearon, abrazándola y dándole leves golpes de ánimo en los hombros.

  • La próxima vez ganaremos. – oí que la animaba uno de los muchachos.

Unos dos minutos después, en los que me imagino que Susan recibió más de un manoseo, vi como todos se reunían a un lado del campo para despedirse. Todos reían animados y las que parecían más contentas eran las dos mujeres. Después de hablar unos minutos más, se abrazaron nuevamente y, antes de separarse y que cada uno regresara a su toalla, se dieron dos besos. Algunos de los chicos, los más osados, se atrevieron a darles un pico sin que ellas se lo reprocharan o se mostraran en ningún momento molestas.

Cuando por fin terminaron los arrumacos, se encaminaron hacia nosotros con una inmensa sonrisa en la cara y moviendo los cuerpos exageradamente. Laura, por su parte, ya había dejado de tocarse, pero seguía con la mirada fija en los chicos, que empezaban a separarse.

  • ¡Buf! ¡Qué partidazo! – exclamó Susan al llegar a las toallas.

  • ¡Y que lo digas! ¡Qué chicos tan majos! Nos han dado su teléfono para quedar un día de estos y salir de fiesta todos juntos. – comentó mi madre mirando a Laura.

  • ¡Genial! – aplaudió Laura con las manos. – ¡Tenemos que quedar ya!

  • Tranquila leona. – la frenó mi madre. – Hoy, mañana y pasado mañana ya están ocupados.

Seguidamente, giró la cabeza y me miró. Pese a estar cubierta de pequeños granos de arena, estaba preciosa. Tenía el pelo alborotado, las mejillas sonrojadas y los ojos le brillaban de emoción y excitación.

– ¿Hace mucho que te has despertado dormilón? – preguntó dedicándome una amplia sonrisa.

– El tiempo suficiente para veros disfrutar jugando como niñas con esos chicos que podrían ser vuestros hijos – contesté un poco molesto.

  • ¡Ay que Raulito se ha puesto un poco celoso! – se rió Susan al tiempo que se agachaba delante de mí y, para mi sorpresa, me daba un pico. – Que sepas que el lobo alfa de nuestra manada eres tú ¿Eh, chicas?

  • ¡Por supuesto! –respondieron mi madre y Laura al unísono.

A continuación, mi madre se sacudió la arena que le cubría el cuerpo y se sentó en su toalla, a mi lado. Cogió nuestra bolsa de la playa y sacó dos cervezas y dos bocadillos.

  • Venga, comamos – nos dijo entregándome una cerveza y un bocadillo - que ya son las dos de la tarde y estoy muerte de sed y de hambre.

Susan y Laura la imitaron, cogieron sus respectivos bocadillos y todos juntos empezamos a comer.

Mientras estábamos disfrutando del merecido refrigerio, unas amenazadoras nubes de tormenta se acercaron desde el este, cubriendo, en cuestión de media hora, completamente el cielo. El viento, un levante fresco que no presagiaba nada bueno,  empezó a soplar con más fuerza, levantando la arena y golpeándonos con ella. La mayoría de la gente, anticipándose al inminente chaparrón, empezó a recoger y a guardar sus cosas, y a desfilar hacia los coches.

  • Chicas. – dijo Laura mirando los nubarrones. – Creo que tendremos que correr.

  • No te preocupes mujer. – intentó calmarla Susan. – Ya verás. Estas nubes se irán tal y como han llegado.

Unos diez minutos más tarde, el cielo dio la razón a Laura. Cayó una primera gota, una segunda… Y, en menos de lo que canta un gallo, estaba lloviendo a cántaros, con unas gotas gruesas y frías. Sin tan siquiera vestirnos, cogimos como pudimos nuestras escuetas posesiones y, corriendo y cubriéndonos cómo podíamos, emprendimos el camino hacia el coche.

  • ¡Así que estás nubes como han llegado se van a ir ¿eh?! – le recriminó Laura una vez dentro del coche. – ¡Estoy empapada hasta los huesos!

Para que os hagáis una idea de nuestro panorama, habíamos llegado al coche completamente mojados y, desnudos como estábamos, nos habíamos refugiado dentro. Yo me había sentado detrás con Laura, y mi madre y Susan ocupaban los asientos delanteros. Constantemente, gotas y gotas de agua se escurrían de nuestros cabellos y resbalaban por nuestros cuerpos. Pese  a estar medio congelados, cualquier intento de secarnos era inútil. ¡Las toallas, así como todas nuestras posesiones, estaban empapadas!

  • ¿Y ahora qué hacemos? – pregunté tiritando de frío.

  • Pues ir a casa de Susan – contestó inmediatamente mi madre sin pensárselo dos veces.

  • ¡Si hombre! Yo así desnuda no voy. – se quejó Susan.

  • Pues ponte la ropa mojada, pero yo paso de coger un catarro. Con la calefacción y sin ropa, seguro que nos secamos antes – le respondió mi madre.

Seguidamente, sin dar tiempo a que hiciéramos ningún comentario al respecto, mi madre encendió el coche y puso el aire caliente. Al ver que nadie decía nada, dio gas y, desnudos como estábamos, emprendimos el camino hacia la casa de Susan. Esta, pese a los morros, no se visitó. Como todos los otros, sabía muy bien que era peor el remedio que la enfermedad y que si se hubiera puesto la ropa habría terminado más mojada y congelada.

El trayecto transcurrió sin contratiempos. Al poco rato de salir, el aire caliente llenó completamente el vehículo y nos ayudó a no morir congelados.  Esta vez, por suerte, la policía no nos detuvo. Supongo que la hora, las tres de la tarde, y el tiempo lluvioso nos ayudaron en este aspecto. Así que, recuperados un poco del frío, pudimos disfrutar ligeramente del morbo de ir completamente desnudos en el coche.

Cuando por fin llegamos, mi madre estacionó el vehículo delante de la puerta exterior de la casa de Susan. En el exterior seguía lloviendo.

  • Bueno, ahora sí. Me voy a vestir. – dijo Susan.

  • ¿Ahora? – preguntó sorprendida mi madre. – ¡Pero si ya hemos llegado! Si te pones la ropa mojada vas a pillar un catarro.

  • ¿Y qué quieres, que salga así desnuda delante de mi casa? No sé si lo sabes, pero tengo vecinos. – se defendió Susan un poco molesta.

  • Sí, ya lo sé. Pero, ¿Cuántos crees que van a estar mirando ahora mismo por la ventana? Venga, no me seas tonta. – continuó mi madre.

Otra vez mi madre cogió la iniciativa. Sin darle tiempo a contestar, abrió la puerta y salió al exterior. Desde allí, al ver que yo no hacía ningún ademán de moverme, golpeó mi ventana y me hizo señas para que saliera. Primero miré a Susan, que estaba alucinando, y luego a Laura, que me observaba expectante. Moví la cabeza levemente de un lado al otro, como diciendo “¿Qué le vamos a hacer?”, y a continuación salí. La fría lluvia empezó a impactar sobre mi piel.

  • ¿Y ahora qué? – le pregunté a mi madre. – Si Susan no sale nos vamos a congelar.

  • Espera – me respondió muy segura de sí misma.

No había pasado ni medio minuto cuando Laura también salió y vino hacia nuestro lado.

  • ¿Crees que va a salir? – le pregunté al tiempo que intentaba darme calor con los brazos y los dientes me empezaban a castañear.

  • Yo creo que sí. – respondió mientras la lluvia volvía a mojarle el pelo y a cubrirle los senos de pequeñas gotas.

Laura tenía razón. Al cabo de dos minutos que se me hicieron eternos, se oyó la manija de su puerta y Susan, resignada al ver que era la única que quedaba dentro, salió completamente desnuda. Para sorpresa de todos, no corrió hacia la casa, sino que levantando la cabeza y sacando pecho, se dirigió segura hacia la puerta. Allí abrió su bolsa de la playa y se entretuvo buscando las llaves. Cuando finalmente las encontró, la abrió y todos la seguimos dentro.

  • ¿Qué, contentos? – nos preguntó una vez estuvimos todos dentro del edificio – Ahora, si había algún vecino mirando por la ventana, habrá podido disfrutar de nuestras correrías.

  • No disimules que seguro que te ha gustado exhibir este cuerpazo. – le respondió mi madre chinchándola al tiempo que le pellizcaba un pezón, que estaba como una piedra a causa del frío.

  • ¡Serás guarra! – exclamó Susan contraatacando y llevando una mano al coño de mi madre. – ¡Pero si estás empapada!

  • Claro, de la lluvia. – se defendió mi madre.

  • ¡Qué coño va a ser de la lluvia! – le espetó Susan. - ¡Esto es por culpa de esos muchachos que te han puesto perraca!

Al instante, mi madre también llevó su mano al coño de Susan.

  • ¡Mira quién habla! – le recriminó. – ¿Te crees que soy tonta? ¡Ya he visto como, cuando cantabais campeones, más de uno se ha aprovechado y te ha magreado de arriba abajo!

Yo las observaba totalmente perplejo. Laura, sin embargo, no parecía muy sorprendida y, de pie a mi lado, observaba divertida la escena. Su pose y su actitud me dejaban entrever que ese tipo de situaciones no eran extrañas entre ellas, sino que más bien debían ser relativamente “normales”.

Susan, picada por el último comentario de mi madre, no dudó e introdujo el dedo corazón en la vagina de mi madre, provocando que esta gimiera levemente. Esta no fue menos y penetró el sexo de Susan con dos dedos. Mi polla, pese a la normalidad y el cachondeo con los que actuaban, no estaba acostumbrada a ese tipo de espectáculos, con los que se empezó a empinar rápidamente.

Mi nuevo estado no pasó desapercibido a Laura, quién nos sacó del trance a los tres.

  • Creo que aquí hay alguien que se está poniendo las botas. – dijo mirándome divertida.

Mi madre y Susan me miraron mientras sus manos hurgaban en el sexo de la otra. Delante de la mirada de esas tres fieras y pese a que ya me habían visto en la playa, no pude sino taparme torpemente los genitales y sonrojarme como un tomate.

  • Tienes razón. – dijo Susan sacando su dedo ya pringoso del interior de mi madre. – Pero al menos nos ha servido para sacarnos el frío de encima.

  • Pues yo aún estoy helada. – dijo Laura. - Venga, saca algo de alcohol que necesito reanimare.

Seguidamente, sin esperar respuesta, se dirigió a la mesa del comedor y se sentó en una silla. A continuación, mi madre la imitó y se encaminó a la mesa del comedor, donde también se sentó. Susan no dijo nada, simplemente se fue a la cocina en busca de algo para beber.

  • Venga Raúl – dijo Laura mientras golpeaba con la palma de la mano la silla vacía que tenía al lado. – Siéntate que no mordemos.

Le hice caso y me senté a su lado. Enfrente quedaba mi madre y a su izquierda una silla vacía esperando a Susan. Esta llegó poco después llevando dos botellas, una de orujo y una de tequila, y cuatro vasos de chupito.

  • Tomad, solo he encontrado esto. – dijo depositándolo todo encima de la mesa.

  • Será suficiente. – contestó mi madre.

¿Suficiente? ¿Estaban locas o qué? ¡Si nos bebíamos todo ese alcohol no podríamos levantarnos de las sillas sin caer de bruces al suelo!

A continuación, Susan volvió a desaparecer para regresar, minutos después, con cuatro toallas.

  • Aunque bebamos mejor nos secamos un poco o vamos a pillar un buen resfriado. – nos comentó entregándonos una a cada uno.

  • Sí, mejor. – contestó Laura cogiéndola y empezándose a secar el pelo, que tenía totalmente mojado.

Susan, después de secarse el cuerpo y atarse la toalla a la cintura, dejando a la vista sus preciosos pechos, se sentó al lado de mi madre y colocó un vaso de chupito delante de cada uno. Seguidamente, con un “bop”, abrió la botella de orujo y nos llenó los vasos.

  • ¡Por los chicos de la playa! – exclamó levantando su chupito.

  • ¡Por los chicos de la playa! – gritaron mi madre y Laura imitándola.

A continuación, sin dudarlo, las tres se bebieron el chupito de golpe.

  • Venga Raúl, que es por hoy. – me dijo mi madre al mismo tiempo que volvía dejar el vaso sobre la mesa.

Como ellas, me bebí  de un trago el chupito de orujo. Estaba bueno, pero era bastante fuerte. La garganta me ardió y una cálida sensación llenó mi cuerpo. Cuando deposité el vaso nuevamente en la mesa, Susan ya estaba sirviendo otra ronda de orujo.

  • ¡Por las pollas grandes y duras! – exclamó Laura alzando el vaso.

“Joder con la tía” pensé.

  • ¡Por las pollas grandes y duras! – brindaron las otras para después beberse el chupito.

  • ¿Otra vez Raúl? ¿Que no tienes quieres beber o qué? – preguntó mi madre.

  • ¡Claro! – le respondí al instante. – Pero no voy a brindar ni por los chicos de la playa ni por las pollas grandes y duras.

Ante mi comentario, las tres mujeres se rieron a carcajadas.

  • Tienes razón, tienes razón… -  afirmó mi madre mientras intentaba dejar de reírse. – Venga pues ¿por qué quieres que brindemos?

Me lo estuve pensando mientras Susan llenaba, de nuevo, los vasos de sus compañeras.

  • ¡Por las mujeres! – exclamé levantando el chupito.

  • Eso es muy general. – me recriminó Laura. – Especifica.

  • Mmmm… No lo sé… ¿Por los pezones duros, por los coños húmedos y por los culos en pompa? – pregunté lanzándome a la piscina mientras mis mejillas se enrojecían.

A las tres mujeres mi ocurrencia les pareció bien porque, acto seguido, brindando conmigo y se bebieron de un trago sus respectivos chupitos.

  • ¡Por los pezones duros, por los coños húmedos y por los culos en pompa!

En ese momento, yo ya me había bebido dos chupitos bien cargados y ellas llevaban tres. Quizás pensando lo mismo que yo, mi madre comentó:

  • A este ritmo no duraremos ni diez minutos.

  • Tienes razón. – contestó Susan.

  • Ya sé. – se iluminó de repente Laura. – Para alargarlo un poco podemos jugar a algo o mandar pruebas.

La idea nos pareció perfecta. Ahora quedaba determinar a qué juego podíamos jugar o qué tipo de pruebas podíamos hacer.

  • Podemos jugar a la carta más alta. – propuso Laura, que continuaba inspirada.

  • Pero esto será muy rápido. – puntualizó mi madre.

  • Pues hagámoslo al mejor de tres. – añadió Laura. – Tiramos tres cartas y el que sume el número más alto gana.

  • De acuerdo. – dijo Susan antes de que mi madre pudiera volver a poner cualquier traba.

  • ¿Y cuándo se bebe o se hace una prueba? – preguntó mi madre, un poco tiquismiquis.

  • Podemos hacer que el ganador escoja una prueba para el perdedor y que el segundo escoja un chupito para el tercero. ¿Qué os parece? – propuse yo.

  • Perfecto. – contestó rápidamente Laura, que ya tenía ganas de continuar bebiendo.

La cosa se ponía interesante…