Vacaciones en el chalet (3)

La tercera parte, con más morbo, más exhibicionismo y más sexo.

La luz del sol entraba a raudales por la ventana. Esta vez el sueño me había vencido y, lejos de levantarme temprano, me pasé la mañana medio dormido en la cama.

El día anterior había estado lleno de excitantes sorpresas. A primera hora había untado la fina espalda de mi madre de crema solar, posteriormente la había visto totalmente desnuda y, después de dormir la siesta, ella, con sus delicadas manos, me había embadurnado de after sun. Pero allí no había terminado la cosa. Cuando ya creía que el día no me deparaba más sorpresas, mi madre me había pillado pajeándome mientras miraba una película porno en la televisión y, lejos de enfadarse o marcharse, se había sentado a mi lado en el sofá, viendo la película y, de reojo, como terminaba mi “trabajo manual”.

Así que, delante de estos excitantes sucesos, mi día se iniciaba lleno de expectativas.

Me levanté de la cama y, desnudo, me dirigí al pasillo. Vi la puerta del cuarto de mi madre abierta y, de puntillas por si aún dormía, me encaminé hacia allí. El cuarto estaba vacío y la cama perfectamente hecha, señal inequívoca que hacía rato que se había levantado.

Con mis huevos dando saltos de alegría, bajé las escaleras. La cocina estaba vacía. Seguro que estaba en las hamacas tomando el sol. Salí al patio, pero allí tampoco había ni rastro de mi madre. ¡Qué raro! La compra de la semana ya estaba hecha así que no tenía ni idea de dónde se había metido.

Mientras pensaba en dónde podía estar, mi barriga empezó a protestar y a emitir sonidos. ¡Qué hambre! Entré en casa dispuesto a prepararme el desayuno. Cuando levanté la vista y vi que el reloj de la pared marcaba las dos, me quedé de piedra. ¡Había dormido toda la mañana como un lirón!

Cuando me dirigía a la nevera para preparar la comida para mi madre y para mí, vi que, enganchada con un imán, había una nota con la indudable caligrafía de mi madre.

Cogí la nota y leí:

“Buenos días mi príncipe,

Esta mañana me ha llamado Susan por si quería ir con ella y Laura a la playa Es Cavallet. Te habría invitado a venir, pero dormías tan profundamente que me sabía mal levantarte. Comeré un bocadillo con ellas y por la tarde ya estaré de vuelta en casa. Te he dejado un bocadillo en la nevera. Pórtate bien.

Besos,  Ana.”

¡Mierda! No podría ver a mi madre hasta la tarde. Pero bueno, al mal tiempo, buena cara. Cogí el bocadillo de la nevera y me lo comí en dos bocados. Luego salí al jardín y me eché en una hamaca, dispuesto a relajarme y a esperar que pasaran las horas. Con el calor, el dulce viento y la barriga llena me quedé dormido.

Al cabo de un rato, sentí que sonaba el teléfono. Me levanté de la hamaca y, después de estirar los brazos y las piernas para desentumecerlos, me encaminé a coger el teléfono.

  • Diga.

  • ¡Aleluya! ¿Cómo está mi bella durmiente? Es la cuarta vez que te llamo- me dijo riendo mi madre.

  • Aaaahh…- bostecé- Hola mama. Es que me he echado en las hamacas y me he quedado grogui – miré el reloj y vi que eran las cinco y media- ¿Ya vienes?

  • Por eso te llamaba. Susan nos ha invitado a Laura y a mí a cenar en su casa. Primero nos bañaremos en su piscina y después saldremos de fiesta como tres solteronas. ¿Te importa?

  • No, no. - mentí.

  • Me da pena que te quedes solo.

  • No, no. Tranquila. Ya me las apañaré. Pásatelo muy bien- le dije intentando que no se me notara la decepción en la voz.

  • Gracias cariño. Vendré después de la fiesta. No me esperes levantado- dijo riendo.

Colgué el teléfono. ¡Joder, joder y otra vez joder! Mi gran día se había ido al garete por culpa de sus amigas.

Pasé el resto de la tarde sentado en el sofá mirando la tele. A las diez cené y vi una de las películas de acción que daban en la tele. Antes de ir a dormir y mirando una película porno donde unas chicas jóvenes se follaban a un tío afortunado, me hice una paja de consolación.

¡Vaya mierda de día! Resignado, a las dos de la madrugada me fui a dormir.

Unos fuertes golpes me despertaron de mi sueño. Prom, prom.

Alguien estaba aporreando la puerta. Me levanté, bajé las escaleras y me dirigí a la puerta. La entreabrí y vi a mi madre sentada en el suelo.

  • ¡Hola Raúl!- me dijo riendo- ¡Es que no encuentro las llaves!

  • ¿Y no habría sido más fácil llamar al timbre?- le pregunté mientras abría del todo la puerta.

  • Pues sí, pues sí- contestó moviendo la cabeza arriba y abajo e intentando levantarse.

  • Has bebido ¿no?- le dije mientras la cogía por las axilas y la ayudaba a levantar.

  • ¿Yo?, ji,ji. Sólo un poquito- contestó mientras apoyaba todo su peso en mi cuerpo desnudo.

La ayudé a andar hasta las escaleras. Allí la cosa se complicó, porqué no pasábamos los dos de lado. Así que, ayudé a que se apoyará en la barandilla y, desde detrás por si se caía, la iba siguiendo.

Por primera vez me fijé en cómo iba vestida mi madre. Llevaba un fino vestido de color azul que le dejaba los hombros al descubierto y que, por debajo, le llegaba al inicio de las nalgas. Aun así, al haber estado sentada en el suelo, se le había subido y dejaba medio trasero al descubierto. Su culo, que se me presentaba muy apetecible, sólo estaba cubierto por un pequeño hilo de color rojo que se perdía entre sus nalgas. ¡Cómo le gustaba usar tangas de hilo y cómo me gustaba a mí que los usara! ¡Buf!

Embobado como estaba, no me di cuenta de que le falló el pie y por poco nos caemos los dos juntos escaleras abajo.

Cuando por fin llegamos al piso de arriba, yo ya iba medio empalmado, pero no le di importancia. La cogí como pude y, dando golpes en las paredes, llegamos a su habitación. Allí la ayudé a echarse en la cama boca arriba.

  • Bueno, ya hemos llegado- le dije resoplando del esfuerzo.

  • Muchas gracias… cariño- me dijo mientras empezaba a cerrar los ojos.

  • Pero… desvístete ¿no? ¿No vas a dormir con la ropa sucia que has usado para salir de fiesta? - le dije con el ceño fruncido.

  • Vale, vale- contestó mientras se esforzaba por quitarse el vestido.

Pasó un minuto forcejeando con el vestido y hubo un claro vencedor: el vestido.

  • ¡Raúl! No te quedes mirando y ayúdame. – me dijo esta vez arrugando ella la frente.

  • De acuerdo, de acuerdo- contesté.

Le hice estirar los brazos hacia arriba y lentamente fui estirando. El vestido subía y al mismo tiempo iba dejando su anatomía al descubierto. Primero sus muslos, después su diminuto tanga rojo (donde abultaban sus labios vaginales), luego su fina barriga y, finalmente, sus preciosos pechos. Terminé de sacarle el vestido por la cabeza y la observé. Estaba realmente preciosa. Sólo le quedaba puesto el diminuto tanga rojo y unos zapatos negros de tacón. ¡Qué visión más excitante! Mi polla crecía por momentos y ya presentaba unas dimensiones considerables.

  • Voy a mear- me dijo sacándome de mi trance.

Se levantó y moviendo el culo de un lado al otro se fue hacia el lavabo. Yo me quedé en la habitación mirando ese grato movimiento y tocándome la polla sin ningún disimulo. Al cabo de unos minutos, oí la cadena del váter y sus pasos de vuelta, así que dejé de acariciarme.

Cuando entró por la puerta me quedé con la boca abierta. Venía desnuda y sólo con los zapatos de tacón. Pasó por delante de mí sin prestarle atención a mi polla, que se encontraba en su máximo esplendor, y se echó boca arriba en la cama. ¡Qué maravilla! Su coño, semiabierto me apuntaba y me pedía a gritos que lo tocara, que lo comiera, que lo penetrara. Pero su cara, con los ojos cerrados y la frente arrugada, y su respiración entrecortada me decían otra cosa.

Preocupado me dirigí donde tenía la cabeza y le dije:

  • Mama, ¿te encuentras bien?

  • Sí, sí- contestó.

Cuando abrió los ojos y se encontró a escasos centímetros de mí enhiesto falo, dijo mientras alargaba su mano y me cogía la polla:

  • ¡Qué grande está mi niño!

Empezó un lento movimiento con la mano arriba y abajo. Yo me quedé con la boca abierta sin saber qué hacer. Estaba en la gloria. Entonces ella flexionó las piernas y se dio cuenta de que aún llevaba los zapatos de tacón.

  • ¿Cariño, no harías el favor a mama de quitarle los zapatos?- me suplicó soltando mi polla.

Con desgana me dirigí a los pies de la cama. Me arrodillé y empecé a desatarle el zapato derecho. Cuando terminé y levanté la vista, me di cuenta que, desde mi privilegiada posición, tenía una visión perfecta del coño de mi madre. Su vagina se presentaba a mí totalmente abierta. Sus labios exteriores estaban totalmente abiertos y dejaban al descubierto sus labios interiores, los cuales estaban húmedos y semiabiertos. Unos centímetros más abajo y medio escondido por las sábanas se podía adivinar su ano. Con esta visión en mi retina, desaté rápidamente el zapato izquierdo y me empecé a tocar salvajemente.

Cuando me iba a levantar para echarme encima de mi madre, ella se levantó de un salto y, tapándose la boca con las manos, salió corriendo de la habitación. Oí como levantaba la tapa del váter y el sonido inconfundible de alguien vomitando.

Me dirigí al baño con mi polla a punto de reventar, preocupado por si mi madre necesitaba ayuda. Cuando llegué al lavabo, la visión no podía ser más surrealista. Mi madre estaba con la cabeza prácticamente dentro del retrete, colocada a cuatro patas en el suelo. A su lado había, revuelto y húmedo, su diminuto tanga rojo, el cual se había quitado cuando había ido a mear. Me acerqué a ella, pero lo único que veía era su gran culo en poma apuntándome. Estaba abierto de par en par y dejaba ver, ahora sí perfectamente, su estrecho ano y su húmedo coño.

Me arrodillé para ayudarla a incorporar y entonces pasó. Mi polla, que estaba a punto de estallar, tocó una de sus nalgas. Mi capullo, lleno a más no poder de líquido preseminal, resbaló hacia el centro y se coló en medio de las nalgas, tocando levemente su ano. No pude aguantar la excitación y me corrí a mares sobre el culo abierto de mi madre. El semen brolló de mi capullo y se esparció por sus nalgas y empezó a resbalar por su ano y su coño, dejándolo todo perdido.

  • Raúl – balbuceó mi madre- ¿Qué haces?

Me quedé helado. ¿Ahora qué le decía? Parecía que mi madre no se había enterado por la borrachera pero al levantarse se daría cuenta de que su hijo se había corrido en su culo.

  • Mmmmm… Nada, nada. Me he arrodillado para ayudarte a levantar. Creo que lo mejor es que te des una ducha – le dije.

Sin dejarle tiempo para reaccionar, la ayudé a ponerse de pie, la senté en la bañera y abrí la ducha. Cogí el teléfono de la ducha y le empecé a echar agua encima.

Al cabo de unos minutos, mi corrida ya había desaparecido y mi madre empezaba a reaccionar.

  • Gracias Raúl – dijo con la cara aun un poco pálida – Creo que ya me encuentro mejor.

La ayudé a levantarse y la envolví con una toalla. Lentamente, vigilando que no resbalara, la saqué de la bañera y la guié hacia su habitación. Una vez en su cuarto, se echó en la cama y se cubrió con las sábanas.

  • Buenas noches Raúl- me dijo cerrando los ojos.

  • Buenas noches mama. Si necesitas cualquier cosa llámame.

No obtuve contestación. Mi madre ya había caído en un sueño profundo. La dejé descansar y me dirigí a mi cuarto. Me eché y, igual que mi madre, en pocos segundos estaba durmiendo.

Me levanté temprano. Salté de la cama y en unos pasos me planté delante de la cama de mi madre. Mi madre continuaba dormida. Su cara ya había recuperado su bello color moreno y su respiración era tranquila y pausada. La dejé durmiendo y me dirigí a prepararle el desayuno. Eran las 9 de la mañana, una hora perfecta para empezar bien el día. Preparé un buen desayuno para mí y para mi madre y, después de comerme mi parte, salí a tomar el sol en las hamacas.

Mientras esperaba que mi madre se despertara, me empecé a tocar recordando las excitantes escenas de la noche anterior: su mano cogiendo firmemente mi polla y su culo en pompa apuntándome. Sin embargo, si había una imagen que no podía sacarme de la cabeza era la de su ano y sus labios vaginales embadurnados de semen. Tan sólo que hubiera sido un poco más valiente, sólo un poco más, hubiera podido clavar mi enhiesto falo entre sus húmedos y abiertos labios. Con estos pensamientos en mí cabeza y con la mano sacando humo, me corrí como un salvaje, dejando toda mi mano y mi barriga perdidas de semen. Ya me daba igual si mi madre se levantaba y me veía. De ahora en adelante ya no iba a tener tantos reparos. Si ella era la culpable de que estuviera cachondo todo el día, que apechugara con las consecuencias.

Pasado un rato, me levanté de la hamaca y salté a la piscina. El agua estaba perfecta, a la temperatura idónea. Empecé a nadar de un lado al otro para hacer un poco de ejercicio. Concentrado en la natación, no me di cuenta de que mi madre acababa de salir y que se encontraba de pie desnuda al lado de la piscina.

  • Buenos días Raúl - me dijo con una sonrisa en la boca.

  • Buenos días mama – le dije mientras me aproximaba nadando - ¿Cómo te encuentras?

  • Bien, bien… Mejor – me dijo un poco avergonzada. – Gracias por ayudarme ayer. ¡No sé ni cómo llegué a casa!

  • De nada. Para algo estamos los hijos- le contesté acercándome y apoyándome al borde de la piscina. Desde mi posición, a los pies de mi madre, podía ver su magnífico coño desde abajo, el cual se mostraba cerrado, y más arriba, sobresaliendo por encima de su barriga, sus espléndidos pechos, apuntando orgullosos hacia delante. – ¿Al menos te lo pasaste bien?

  • Sí, sí. Mucho – me respondió sonriendo. – Con Susan y Laura quedamos en qué mañana volveríamos a ir a la playa y a cenar a su casa.

  • Aaaa, muy bien – le contesté intentando aparentar entusiasmo. ¡Qué mierda! Me iba a quedar otro día solo.

  • Me dijeron que si querías podías venir con nosotras. Así no estarás todo el día aquí aburrido.

Mi cara tuvo que cambiar, porqué mi madre me miró y dijo:

  • Esto es un sí ¿no?

  • Por supuesto. La verdad es que ayer me aburrí un poco. – le contesté.

  • Perfecto. Luego las llamó y se lo digo. Bueno voy a desayunar que me he levantado muerta de hambre.

Vi como se dirigía hacia la cocina, moviendo el culo de un lado a otro. ¡E imaginar qué hacía apenas unas horas ese culo había estado embadurnado de mi leche! ¡Buf, me ponía malo!

Al cabo de una media hora, mi madre volvió a salir y se sentó al borde de la piscina, mirando como nadaba.

  • Mmmm… ¡Qué buena está el agua!- dijo mientras cerraba los ojos y echaba su cuerpo un poco hacia atrás para que le tocara de lleno el sol.

Aprovechando que estaba ensimismada recibiendo los rayos de sol, salí lentamente de la piscina sin hacer ruido. Me dirigí hacia su espalda y, de un empujón, la eché al agua. Cuando su cabeza salió del agua y me vio de pie donde, hacía unos instantes, había estado ella sentada, dijo:

  • Serás….

Con una sonrisa traviesa, salió del agua y corriendo se dirigió hacia mí. Estuve unos instantes hipnotizado por el vaivén de sus pechos, pero, antes de que me atrapara, empecé a correr delante de ella.

  • No me vas a atrapar. ¡Te pesa el culo! – le dije riendo.

  • ¿Cómo? Te vas a enterar.

Estuvimos corriendo alrededor de la piscina unos minutos. Al fin, ralenticé la marcha para qué me atrapara pero, cuando ella ya creía que me iba a pillar, salté a la piscina.

Cuando salí a la superficie, miré hacía el borde de la piscina, pero mi madre no estaba allí. Giré la cabeza para ver si estaba al otro lado. Tampoco estaba allí. ¿Dónde se había metido?

De repente, como un monstruo que sale de las profundidades marinas, salió de debajo del agua y, antes de que tuviera tiempo de reaccionar, puso sus manos sobre mis hombros y, con todas sus fuerzas, me empujó hacia abajo.

Me cogió por sorpresa pero moviendo mis pies con todas mis fuerzas resistí. Al ver que no lograba hundirme y aguantándose en mis hombros, sacó parte de su cuerpo del agua para hacer más fuerza. Ahora, mientras forcejábamos, sus tetas, que se movían arriba y abajo, quedaban delante de mi cara y, en más de una ocasión, me iban golpeando las mejillas.

  • ¡Eh! Eso de dar tetazos en la cara no vale. – le dije riendo.

  • Tú sabrás – me contestó esforzándose para que me hundiera.

  • ¿A sí? Pues te las veras con mi boca.

  • ¿Cómo? – dijo extrañada bajando la vista.

Sin darle tiempo a reaccionar, abrí la boca y, cogiendo su pezón al aire, me lo metí en la boca y empecé a lamerlo y succionarlo. Tuve que cogerla por sorpresa porqué su presión sobre mis hombros disminuyó un momento.

  • ¿Con que ésas tenemos, eh? – me dijo traviesa – Si tu juegas sucio yo también.

No sabía que estaba tramando, pero poco tarde en averiguarlo. Noté como su pie iba subiendo recorriendo mi pierna hasta llegar a mis testículos. Entonces, una vez allí, se plantó encima de mi polla, que ya presentaba una considerable erección, y la empezó a recorrer de abajo a arriba. No me lo podía creer, mi madre me estaba pajeando con un pie. No aguanté la emoción del momento y, después de forcejar un último momento ella con su pie en mi polla y yo con su pezón dentro de mi boca, acabé hundiéndome.

Una vez debajo del agua, nadé hacia ella, como un tiburón en busca de su presa. Pero ella huía hacia el borde de la piscina. La cogí de las piernas y tiré hacia mí. Ella se resistía y continuaba intentando avanzar. Cuando vio que no tenía ninguna opción, optó por una táctica más inteligente: tiró su culo hacia tras y, con él, me dio de lleno en la cara.

Me cogió desprevenido y por un momento, le solté las piernas. Momento que ella aprovechó para zafarse y llegar hasta el borde. Sólo tuve tiempo de, con la boca bien abierta, darle un mordisco cariñoso en una de las nalgas.

Cuando la alcancé, ella ya había salido de la piscina y me miraba orgullosa.

  • Ya ves que no puedes hacer nada contra tu madre. Soy más lista que tú. Venga, como perdedor, tendrás que untarme toda de crema solar, que no quiero achicharrarme.

¡Oh, qué castigo más doloroso! Mientras ella se echaba de espaldas en la hamaca, yo entré en la casa a buscar la crema solar. La cogí y salí al patio. Ella ya estaba preparada. Se había echado los cabellos a un lado y tenía la cabeza apoyada sobre los brazos.

Me dirigí hacia ella y, pasando la pierna por encima de la hamaca, me senté sobre su culo.

  • ¿Estás cómoda o peso demasiado? – le pregunté.

  • Tranquilo Raúl. Estoy perfecta. – me contestó.

Así que moví mi culo buscando una buena posición para empezar a esparcirle la crema. Acomodé mi polla, que ya se encontraba semierecta, entre las nalgas de mi madre. Esta vez no había ningún tipo de tela que separara nuestros sexos.

Abrí el bote, me eché crema en las manos y empecé a untarle el cuello y los hombros. Lentamente, fui bajando resiguiendo su columna vertebral. Cuando llegué al inicio de sus caderas, subí untándole de crema los lados. Ella se incorporó un poco, por lo que le pude acariciar parte de sus pechos, que reposaban encima de la hamaca.

Antes de bajar a untar su culo, volví a esparcirle crema por el cuello, pero esta vez, eché mi cuerpo hacia delante, por lo que mi polla quedó presionada entre sus nalgas. Moví mi cadera suavemente hacia delante y hacia atrás, por lo que mi falo recorría tímidamente el hueco que quedaba entre sus posaderas.

Al cabo de un minuto de rocé en el que mi madre no dijo nada, bajé hacia su trasero. Para tener una visión perfecta de éste, moví mi culo hasta depositarlo sobre sus piernas. Abrí otra vez el bote de crema, llené mis manos de ésta y empecé a untarle las nalgas.

Primero moví mis manos en círculos, abarcando la totalidad de su trasero. Al mover las manos de esta forma, sus nalgas se iban abriendo y cerrando, mostrando y escondiendo su estrecho ano y, más abajo, su suculento coño.

Lentamente, mi masaje, (era un masaje en toda regla), se fue centrando en la parte más interesante: la central. Con mis pulgares empecé a recorrer el canalillo que quedaba entre las dos nalgas. Luego, despacio, fui bajando, rozando con mis dedos su rosado ano. Mi madre, lejos de oponerse, levantó tímidamente su culo. Señal que el masaje le estaba gustando. Cómo no vi ningún tipo de oposición, sino todo lo contrario, mis toqueteos se convirtieron más osados. Bajé las manos y empecé a acariciarle la parte interior de los muslos. Con cada pasada, rozaba los labios externos de su vagina, que, tímidamente, se empezaban a abrir dejando a la vista sus húmedos labios interiores. Movía las manos hacia los lados y hacia el centro, por lo que sus más íntimos secretos quedaban a la vista. Con el dedo pulgar e índice, cogí sus labios exteriores y los fui masajeando, de arriba abajo. Después, mientras con la mano izquierda separaba sus labios exteriores, con el dedo medio de la mano derecha, que se encontraba embadurnado de crema y de flujos vaginales,  empecé a recorrer desde su clítoris hasta su ano, lugar donde me detenía y hacía pequeños círculos. Mi madre emitía leves gemidos y dejaba que continuara con mis caricias. Entonces, en uno de los recorridos hacia delante y hacia atrás, mi dedo se coló completamente en su húmeda y cálida vagina.

  • Aarrgg. ¡Buf! – gimió ella. – Raúl, venga… no te pases que soy tu madre. – me dijo con una voz entrecortada.

Su comentario me cortó el rollo. Así que opté por terminar el masaje con sus piernas. Al finalizar, me levanté y, con mi polla apuntando al cielo, me dirigí a la hamaca de al lado. Mi madre se dio la vuelta. Tenía la cara roja como un tomate y respiraba entrecortadamente.

  • ¿Dónde vas Raúl? – me preguntó.

  • ¿Cómo que dónde voy? Pues a sentarme en la hamaca. – le contesté un poco contrariado.

  • De eso ni hablar. Aún no has terminado. Te he dicho que me tenías que untar “TODA” de crema. – y acto seguido se echó en la hamaca esperando que le esparciera la crema por la parte delantera.

Salté como un resorte de la hamaca y me senté entre las piernas de mi madre. Mis huevos reposaban encima de su fina raya de pelo púbico. Me unté las manos de crema y empecé a esparcírsela por la cara. Luego fui bajando por el cuello, pasé a los hombros y se la extendí por los brazos. Cuando terminé con las manos, me puse más crema y le empecé a acariciar esos magníficos pechos. Los cogías con las manos, los acariciaba tiernamente y ellos se dejaban hacer agradecidos. Sus pezones, que ya estaban duros, se pusieron como piedras. Cogí cada uno con mis manos e inicié un lento masaje anular.

  • Ejem… Rául, creó que esta parte ya está bien untada – dijo mi madre con una sonrisa en la boca.

Descendí y empecé a untarle la barriga y el ombligo. Para estar más cómodo y tener un mejor acceso a la zona, moví mi culo hacia atrás. Ahora, mis huevos colgaban libres y mi polla, que daba señales que iba a estallar en cualquier momento, quedaba a tocar de su sexo abierto.

Continué untando sus caderas y fui bajando hasta acariciar su fina mata de pelo.

  • Creo que hay una cosa que te molesta y que no te deja untarme bien. – dijo mi madre riendo al ver que mis brazos no paraban de golpear mi polla, que iba de un lado al otro.

  • Tranquila. – le dije con una sonrisa perversa - Eso tiene fácil solución.

Cogí mi polla con la mano derecha mientras con la izquierda separaba sus labios vaginales. Haciendo presión hacia abajo, coloqué mi polla a lo largo de su empapado coño. Mi capullo quedó presó entre su ano y la entrada de su vagina.

  • Problema solucionado. – le contesté dejando escapar un pequeño gritó de placer.

Antes de que pudiera decir nada, continué con el masaje en las caderas. Mientras acariciaba su barriga, notaba como mi polla hacía esfuerzos por recuperar su posición normal. Mi capullo estaba poniéndolo todo perdido de líquido preseminal.

Mis manos bajaron hasta el inicio de sus labios vaginales, los cuales estaban separados por mi enardecida polla. Empecé a acariciar esa zona pero mi madre me volvió a cortar el rollo.

  • Rául. – me dijo con las mejillas rojas. – Creo que esta zona ya tiene suficiente crema solar.

Así que sólo me quedaban las piernas. Eché mi culo un poco hacia atrás y mi polla salió disparada hacia arriba. Mi capullo, de camino hacia la libertad, acarició su ano, la parte interior de sus labios interiores y el clítoris. A mi madre se le escapó un grito de placer.

Como en la anterior vez, terminé rápidamente con sus piernas y me eché en la hamaca de al lado.

  • Buf, Raúl ¡Cómo me has puesto!-  me dijo mientras se levantaba. – Pero esto no va a quedar así. Date la vuelta.

  • ¿Cómo? – balbuceé.

  • Lo qué oyes. Date la vuelta. – contestó cogiendo el bote de crema.

Me eché de espalda y mi madre se sentó encima de mi trasero. Noté la humedad en su entrepierna.

Se untó las manos de crema y empezó a masajearme el cuello, los hombros y los brazos. Lentamente fue descendiendo hasta llegar al inicio de mis nalgas. Allí se paró y, cómo había hecho yo, se llenó las manos de crema y empezó a masajear mis nalgas en círculos. Con el dedo índice inició un lento movimiento por el canalillo que quedaba entre ellas. ¡Qué sensación más agradable! Entre cosquillas y placer. Continuó bajando hasta alcanzar, con su dedo, mi ano.

  • ¡Eh! ¿Qué haces? – protesté.

Ella ni se inmutó. Continuó acariciando en círculos mi diminuto y estrecho ano. Mientras, con la otra mano, cogió mis huevos, que reposaban en la hamaca, y los empezó a acariciar. Sus caricias, juntamente con la presión de mi cuerpo encima de mi polla, hicieron que casi me corriera, pero, cuando estaba llegando al clímax, mi madre pasó a untar mis piernas para terminar con mis pies.

  • Venga Raúl, gírate que aun falta la parte delantera.

A pesar de presentar una tremenda erección no dudé ni un segundo. Me giré dispuesto a continuar disfrutando de sus caricias. Esta vez era yo el que tenía la cara como un tomate y respiraba entrecortadamente. Mi madre se sentó sobre la parte inferior de mi barriga y, untándose nuevamente las manos, continuó sus caricias por mi parte delantera.

Primero me untó la cara, seguidamente bajó por el cuello, continuó por los hombros y terminó con los brazos y las manos. Luego pasó a esparcir la crema por mis pectorales donde se entretuvo acariciando mis pezones.

Para continuar con el masaje, tuvo que echar el culo hacia atrás. Pero hubo un problema. Cuando inició el descenso de su culo, sus nalgas se abrieron y su ano chocó con mi duro y palpitante capullo. En ese instante, tanto a mí como a mi madre se nos escapó un leve gemido de placer.

  • ¡Cómo estamos! – dijo mi madre mientras levantaba el trasero y se sentaba un poco más hacia abajo.

No sé si fue por el remedio que la enfermedad. Al sentarse, mi polla quedó encajada entre sus húmedos labios vaginales. Mi madre hizo como si no se diera cuenta e inició su masaje en mi parte abdominal. Yo, como aquel quien no quiere, empecé un lento movimiento pélvico hacia adelante y hacia atrás, con lo que sus labios vaginales me estaban haciendo literalmente una paja.

Mi madre no dijo nada, sino que se entretuvo más de la cuenta en mis abdominales e incluso volvió a acariciar mis pectorales. Seguro que estaba disfrutando igual que yo y demoraba el momento de seguir con el masaje. Pero ese momento llegó, y la demora valió la pena. Alzó su pubis y se sentó encima de mis rodillas.  Luego cogió más crema y empezó a esparcirla por los laterales de mi polla. Cuando terminó con esa zona, me miró a los ojos y con las dos manos cogió mi polla. Con la mano izquierda bajó la piel al máximo mientras con la derecha empezaba a acariciar mi capullo, que estaba totalmente al descubierto. Estuvo medio minuto así. Luego, la mano izquierda bajó a acariciar mis huevos y la derecha empezó un lento sube-baja.

¡Estaba en la gloria! El día había llegado. Mi madre me estaba haciendo una paja mientras me miraba sonriendo a los ojos. Empecé a gemir y la respiración se me aceleró. Notaba su cálida mano recorriendo, primero lentamente y luego con más ímpetu, mi endurecido pene.

Cuando ya iba a correrme y a estallar en su mano, mi madre dejó de repente mi polla y se levantó de golpe. Riendo, me miró y dijo:

  • ¡Ups! Creó que ya esa la hora de comer. Voy a prepara la comida.

  • Pero… pero… - balbuceé con la polla palpitando y cara de tonto. – No me puedes dejar así. ¡Ya me iba a correr! – le dije perplejo.

Su respuesta fue breve.

  • Se siente.

Y riendo y dando saltitos se encaminó hacia la cocina. Yo me quedé con dos palmos de nariz y la polla que me sacaba humo. ¡Esto no iba a quedar así!

Me levanté de la hamaca y me dirigí a la cocina. Cuando entré, mi madre estaba preparando una refrescante ensalada.

Me vio entrar y me dijo riendo y mirando mi polla:

  • ¿Qué dice el hombretón de la casa?

Hice caso omiso a sus burlas y me dirigí a un pequeño taburete, dónde me senté. Mirándola directamente de arriba abajo, continué lo que ella había dejado a medias.

Cuando se dio cuenta de que me estaba pajeando en la cocina mirando su cuerpo, quedó sorprendida.

  • ¿Pero qué haces Raúl? – preguntó.

  • ¿No lo ves? Terminó lo que has dejado a medias. – le contesté.

  • Pero… pero – balbuceó. - ¿Aquí en la cocina? Ve al lavabo por lo menos.

  • ¿Por qué?- repliqué- Total ya me viste el otro día por la noche.

  • Ya, ya… pero no es lo mismo.

  • ¿Te molesta? – le pregunté.

Dudó un momento.

  • No, no. Puedes masturbarte cuando quieras. Ya somos mayorcitos. Pero, ¿aquí en la cocina? Vas a ensuciarlo todo.

Mi respuesta fue breve. La miré y con una sonrisa en la boca le dije.

  • Se siente.

Al ver que había girado la tortilla, no pudo sino reírse.

  • Me la has devuelto. – dijo riendo. – De acuerdo. Pero vigila de no manchar nada.

Mi madre continuó preparando la comida mientras yo me masturbaba a escasos metros de distancia. Aunque aparentaba normalidad, la veía inquieta. Cada pocos segundos me miraba de reojo.

Al final no pude más y estallé en una inmensa corrida.

  • Aaaaa…- gemí.

Mi madre se giró de golpe y vio como mi leche salía a borbotones pringando mi mano y mi barriga.

  • Joder Raúl. -  dijo sin apartar su mirada de mi polla. – ¡Qué cantidad de semen!

Pasaron unos segundos en los que parecía embobada.

  • Ejem… Mama - ella levantó la cabeza y me miró a la cara. – ¿Me pasas una servilleta?

Con movimientos nerviosos, cogió una servilleta, me la pasó y continuó con sus quehaceres.

Yo me limpié, lancé la servilleta empapada en la basura y salí al patio.

La comida transcurrió con total normalidad, hablando de cosas sin importancia. Luego, los dos nos echamos en las hamacas a tomar un rato el sol y a disfrutar de una cálida siestecilla.

A media tarde mi madre se levantó y entró en la casa. Al cabo de diez minutos salió vestida con un fino pareo que le cubría desde el cuello hasta el inicio de las rodillas.

  • ¿Dónde vas tan tapadas? – le pregunté con curiosidad.

  • Voy a dar una vuelta por el pinar. ¿Te apuntas?

  • Venga. De acuerdo. – le respondí levantándome y dirigiéndome a la casa para vestirme.

Antes de que entrara en la casa, me llamó:

  • ¡Raúl! - me giré. Por la sonrisa que presentaban sus labios vi que estaba tramando algo. – ¿A qué no tienes huevos de salir así?

  • ¿Cómo? ¿Así? ¿Desnudo? – le pregunté sorprendido.

  • Sí. Desnudo. ¿No dices que estás tan a gusto? – respondió.

  • Pero… - balbuceé.-  ¿Y si encontramos a alguien?

  • Casi nunca hay nadie. Además, aquí ya están acostumbrados a ver gente desnuda.

  • ¿Y por qué no sales tú? - la cinché.

  • Porqué yo ya me he vestido. – contestó.

  • De acuerdo. Pero ya que tú me pides esto, yo me reservo algo para pedirte. – le tendí la mano para sellar el pacto.

  • ¡Ui! – me dijo. - ¡Qué miedo me das! Pero venga. Acepto. -  y me cogió la mano.

Así que, cinco minutos después, allí estábamos, yo y mi madre, andando por un estrecho camino que había en medio del pinar. La diferencia respecto a los otros días era que yo iba como Dios me trajo al mundo. Mi madre encabezaba la expedición y yo iba detrás. Ella iba vestida, como ya he dicho anteriormente, con un fino pareo. Pero, ahora que me fijaba, parecía que no llevaba nada debajo.

Cuando ya llevábamos diez minutos andando, nos cruzamos con una pareja de personas mayores. Al primer momento, sólo vieron a mi madre y la saludaron con un educado “Bona tarda”. Pero, cuando aparecí yo, sus caras cambiaron. El hombre frunció el ceño y la mujer abrió la boca y me miró a la polla descaradamente. El hombre cogió a la mujer por el brazo y se la llevó mientras gritaba “Aquests turistes! On s’és vist!” que más o menos quiere decir “¡Estos turistas! ¡Dónde se es visto!”.

La experiencia, lejos de molestarme, me puso un poco caliente. Mi polla morcillona iba de un lado a otro mientras mis huevos eran acariciados por la suave y cálida brisa.

Al cabo de un rato, mi madre, cansada, se sentó en una gran roca debajo de un pino.

  • Ay Raúl, deja que coja aire y continuamos.

  • Sí, sí. Tranquila.

Me quedé de pie delante de ella. Bajé la vista y lo que vi hizo que mi polla pegara una sacudida. Al sentarse y abrir las piernas para apoyarse, su pareo se había subido y dejaba al descubierto su fina mata de pelo y su suculento coño. Los labios vaginales externos estaban abierto y dejaban entrever sus labios internos y su clítoris, aún tapado con el capuchón.

Ella, que vio la reacción de mi pene, me preguntó:

  • ¿Qué? ¿Veo que esto de ir desnudo te gusta, no?

Yo, sin decirle que el motivo de mi semierección era que se le veía el coño, le respondí:

  • Sí. La verdad es que me da un poco de morbo.

Al cabo de un minuto en el que yo no dejé de mirar de reojo su coño, aparecieron por el camino dos hombres de unos treinta años haciendo footing. Yo, lejos de avisar a mi madre del panorama que estaba dando, vi expectante como se iban acercando.

Al llegar a nuestra altura se pararon.

  • Buenas tardes. ¿Cuánto… gefaxea… - balbuceó el que hablaba.

  • ¿Cómo? – preguntó extrañada mi madre.

  • Ejem… - intentó concentrarse sin dejar de mirar el coño de mi madre – Que digo que ¿Cuánto falta para llegar al pueblo más cercano? – preguntó finalmente.

Mi madre estuvo unos segundos pensando. Momento que aprovecharon para comérsele el coño con los ojos.

  • Pues la verdad es que no somos de aquí. Pero creó que faltan unos treinta minutos a buen ritmo. – respondió mi madre.

  • Muchas gracias señora.- agradeció el hombre que había preguntado iniciando de nuevo la marcha.

  • Muchas gracias por la información y por las vistas. – dijo el segundo con descaro. – Tiene un coñito muy bonito. – y siguió al primero.

Mi madre bajó la vista y, al ver que se le veía todo el coño, se puso roja como un tomate.

  • ¡Raúl! – gritó – me podías haber avisado.

  • ¡Qué más da! – respondí. - Además, aquí están acostumbrados a ver gente desnuda. – le guiñé un ojo y seguí andando.

Seguimos andando sin ninguna otra sorpresa hasta llegar al final del pinar y dimos la vuelta dispuestos a volver. Cuando ya estábamos apuntó de llegar a casa, oímos unas voces que se acercaban.

  • ¡Joder! – dije. – Hoy este bosque está muy transitado.

Las voces se fueron acercando hasta que aparecieron cuatro chicas de unos veinte años con mochilas en sus espaldas. Mi polla se empezó a levantar al ver cómo iban vestidas. La primera iba vestida con un fino pareo igual que mi madre, la segunda llevaba la parte de arriba del bikini y unos shorts, la tercera iba sólo con bikini pero la mejor era la cuarta. Sólo iba “vestida” con un diminuto pareo que le tapaba a duras penas la cintura y su sexo. Hacía topless y sus pechos se movían lentamente de un lado al otro.

Al verme, todas se sorprendieron excepto la cuarta, que con voz burlona les dijo:

  • Veis como se puede ir desnudo por estos bosques. Ya os lo dije.

Acto seguido, cogió el nudo de su pareo y lo desató, quedando totalmente desnuda y mostrando su moreno y depilado coño.

  • Pues tenías razón. – dijo la primera. Para seguidamente, quitarse su pareo y quedar igual que la cuarta, totalmente desnuda. Sus pechos eran un poco más grandes y, al igual que mi madre, llevaba una fina tira de pelo encima del coño.

  • No sé cómo no os da vergüenza. – les recriminó la segunda.

Mi madre y yo estábamos flipando. Pero la que flipaba de verdad era mi polla, que se levantó de golpe.

Al llegar a nuestra altura, la segunda chica se disculpo.

  • Perdonen a nuestras amigas, pero es que son muy liberales.

  • ¿Perdón de qué?- dijo la cuarta. – En todo caso nos tienen que dar las gracias. Si no, mira como se le ha puesto el soldadito. ¡Firmes! – gritó.

Yo me quería morir. Desnudo delante de cinco mujeres, cuatro de las cuales no conocía de nada, y con mi polla al máximo.

  • No, tranquila. Es normal que la gente vaya desnuda por este bosque. – mintió mi madre.- Sino mira a mi hijo. – y las cuatro me miraron de arriba abajo.

  • ¿Queda mucho para llegar a la urbanización La Joya? – preguntó la tercera, que aun no había abierto la boca.

  • Pues la verdad es que no lo sé. Pero creó que queda a medio día o más andando.

  • ¡¿Cómo?¡ – exclamaron las cuatro a la vez.

  • ¡Veis! ¡Os dije que teníamos que haber vuelto antes! – les recriminó la segunda.

  • No vamos a llegar. – suspiró la tercera.

  • Tranquilas, tranquilas. – dijo mi madre. - ¡Qué no cunda el pánico! Nuestra casa queda a diez minutos andando. Si queréis vamos allí y lo consultamos. Y si queda mucho, yo os llevó en coche.

Lo que me faltaba, pensé. Ya era suficientemente incómoda la situación para tener que alargarla.

  • ¿Harías esto por nosotras? – preguntó emocionada la tercera.

  • Claro que sí. – respondió mi madre. – Pero antes que nada me presento: Yo me llamó Ana y éste tan callado es Raúl.

  • Nosotros somos Vanesa, Carmen, Esther y María. – dijo la primera y fue señalando a sus compañeras.

La primera de la fila y segunda en desnudarse era Vanesa, la chica con shorts era Carmen, la cuarta de la fila y la primera en desnudarse era Esther, y la muchacha con bikini era María.

Finalizada las presentaciones, mi madre puso rumbo a casa y empezó a hablar animadamente con Vanesa, Carmen y María. Esther seguía al grupo y yo cerraba la comitiva.

Todo el camino de vuelta a casa fue un calvario. Esther no dejaba de mirar de reojo mi polla y, cuando veía que su tamaño empezaba a descender, me provocaba de mil formas distintas: movía exageradamente el culo de un lado al otro; separaba, con sus dos manos, las nalgas mostrándome su estrecho ano y su fino coño; se agachaba poniendo el culo en pompa; se giraba y con una sonrisa en la boca se tocaba los pechos o se acariciaba el coño…

¡Estaba cardíaco!

Cuando llegamos a casa, mi madre se dio cuenta de mi estado y dijo:

  • ¿Aún estás así? Ya veo que tanta teta te descontrola.

El comentario provocó las risas de las muchachas, mientras que Esther me miró guiñándome un ojo.

Al ver la casa y la piscina, las chicas fliparon.

  • ¿Aquí vivís vosotros dos solos? – preguntó Vanesa.

  • No. – contestó. – Aquí sólo veraneamos. – fardó mi madre. - Si queréis podéis poneros cómodas y bañaros en la piscina. Mientras, yo iré a buscar en internet a qué distancia queda La Joya.

Acto seguido, mi madre se quitó el pareo quedándose desnuda como Vanesa y Esther y se dirigió hacia la casa. Yo me quedé expectante para ver qué hacían las chicas.

  • ¡Toma! ¡Una piscina para nosotras solas! – gritó Esther. – Al agua patos. – y seguidamente salto a la piscina de bomba.

Vanesa fue la segunda en saltar y empezar a nadar. María se acercó a la hamaca y dijo:

  • Allá donde fueres, haz lo que vieres. – seguidamente se despojó del bikini y, desnuda, se lanzó a la piscina.

  • ¡Qué buena está el agua! Venga Carmen y Raúl. ¡Animaros! – gritó Vanesa.

Lo que me faltaba. ¡Otra chica desnuda! Para no hacerme de rogar, me dirigí con mi polla apuntando al cielo hacia la piscina y me tiré de cabeza.

Ahora sólo quedaba Carmen fuera de la piscina.

  • Venga Carmen. Te estamos esperando. – gritó Esther mientras se acercaba al borde de la piscina.

Carmen se despojó del short y con el bikini  puesto se dirigió hacia nosotros.

  • A no, no. – le replicó Esther. – O desnuda o no te bañas.

  • Pero… - contestó Carmen.

Esther la cortó.

  • ¿Cómo te vas a desnudar mañana en la playa que vamos a ir si no eres capaz de desnudarte aquí?

Carmen dudó unos instantes, pero seguidamente se despojó de su bikini. Con las manos tapándose las tetas y el pubis, se dirigió al borde de la piscina y saltó.

No me lo podía creer. ¡Estaba en la piscina con cuatro chicas de unos veinte años totalmente desnudas!

Nadé hacia un rincón para pasar desapercibido, pero Esther se dio cuenta y se me acercó.

  • ¿Cómo está? – me preguntó.

  • ¿Cómo…? – balbuceé extrañado y nervioso al tenerla ya a un escaso metro.

De repente, noté que su mano se apoderaba de mi polla.

  • Que ¿cómo está? – dijo señalando con la cabeza hacia abajo. – Veo que aun sigue en pie de guerra.

Seguidamente, mirándome a los ojos, empezó a hacerme una lenta y placentera paja. Sin poder evitarlo, se me escapó un leve gemido de placer, lo que provocó que las otras giraran sus cabezas y nos miraran curiosas.

Rojo como un tomate, aparte a Esther y con la polla dura como una roca salí de la piscina para dirigirme al lavabo a aliviarme. Al momento que entraba en la casa, mi madre salía y, al ver mi herramienta, me guiñó un ojo.

Cuando llegué al lavabo, cerré la puerta y me senté en el retrete. Acto seguido empecé un frenético sube-y-baja pensando en el culo en pompa de Esther.

No llevaba ni un minuto cuando la puerta se abrió para volver a cerrarse. Era Esther. Mierda, pensé, no había puesto el pestillo.

  • ¡Ups! Perdón. -  dijo con voz de santa. – No sabía que estabas aquí.

Yo la miré de arriba abajo, babeando.

  • ¿Esto que tienes aquí tan duro es por esto? – dijo mientras con los dedos se abría el coño y me mostraba su húmedo y rojo interior. - ¿O por esto? – continuó al momento que se giraba, separaba las nalgas y con un dedo se tocaba el ano.

¡Yo estaba alucinando! ¿Estaba jugando conmigo como durante el camino o era una invitación en toda regla? Las dudas que pudiera plantearme, pero, no duraron.

  • ¡¿A qué esperaras?! O es que eres tonto y quieres un mapa.

Me levanté de golpe del retrete y me abalancé hacia ella. Me puse en cuclillas y, mientras ella mantenía separadas sus nalgas, yo empecé a lamerle el coño y el ano. Mis lametones eran largos: desde su chorreante coño hasta su estrecho ano. A veces, con la lengua me detenía a jugar con su ano, dando diminutos círculos, o la internaba en su rosado coño.

Ella gemía y con las manos cogía mi cabeza para que no la separara. Al cabo de unos minutos, me levanté y empecé a restregar mi capullo por su coño y por su ano. Sin previo aviso, se la ensarté hasta los huevos, lo que provocó que los dos gritáramos de placer.

  • Aaaaa… ¡Oh, sí! – gemía. – Desde que he visto esa dura polla en el bosque que no he dudado en que sería mía.

Yo la cabalgaba con potencia, mientras le iba dando mordisquitos en el cuello. Con una mano cogías sus tetas y con la otra jugaba con su salido clítoris. Sus nalgas golpeaban mi barriga mientras mis huevos se movían rítmicamente.

  • ¡Bufff! No voy a aguantar mucho más. – le dije.

Sin decir nada, se separó, se puso de rodillas, se introdujo toda mi polla en la boca y empezó a succionar.

  • ¡Joder, joder! – grité al tiempo que me corría dentro de su cálida boca.

Ella en ningún momento paró, sino que siguió chupando hasta dejarme seco. Cuando se sacó la polla de la boca, me miró a los ojos con una sonrisa y, sacando la lengua, me enseñó que se lo había tragado todo. ¡Qué guarra era!

Yo, con las piernas temblando, me dirigí a sentarme en el retrete.

En ese momento, la puerta se abrió y entró Vanesa. Nos miró a los dos y, al ver nuestras caras, dijo.

  • No, si me lo tenía que haber imaginado. ¿Veo que no tuviste suficiente con el de ayer? – preguntó dirigiéndose a Esther.

  • Yo nunca tengo suficiente. – contestó Esther con una sonrisa. Acto seguido me guiñó un ojo y, moviendo sus nalgas, se fue.

Vanesa, que seguía en el lavabo, miró mi cara de atontado y mi polla que ya empezaba a estar morcillona y me dijo.

  • Bueno, por tu cara creo que has disfrutado.

  • Eh… sí, sí. – balbuceé.

  • Mejor. Por cierto, ¿te importa levantare? Es que tengo que mear.

  • Sí, sí. Por supuesto. – contesté levantándome de golpe y dirigiéndome a lavarme las manos.

Por el espejo vi como ella se sentaba y, mirándome el culo, se acariciaba tímidamente el coño. Seguramente la situación la había puesto caliente.

Me lavé las manos lentamente, observando, a través del espejo, sus redondos pechos apuntándome. Cuando terminó, se levantó, se secó el coño con papel higiénico y se dirigió a lavarse las manos.

  • Veo que tardas más que la mayoría en lavarte las manos. – comentó riendo.

Sin darme tiempo a contestar, salió del lavabo con las manos aun mojadas y, dándome un cachete en el trasero, me dijo.

  • Por cierto, tu madre ya ha encontrado a cuanto queda La Joya. Sin embargo, nos ha invitado a cenar unas pizzas y dice que luego ya nos llevará. Creo que te están esperando para que elijas.

Salí del lavabo detrás de ella y me dirigí a la piscina, donde mi madre estaba hablando con las chicas. Al verme, me dijo.

  • ¿Raúl, dónde estabas? – al ver que ya no tenía la polla dura, sonrió y continuó hablando. – Aaaa… ya veo. Bien, te quería comentar que las he invitado a cenar unas pizzas y después las voy a llevar a La Joya. Hemos llamado a una pizzería y hemos pedidos tres familiares. Dentro de media hora las tendremos aquí. ¿Te parece bien?

  • Claro, claro- le dije. ¿Qué quería que contestara si no?

La media hora hasta la llegada de las pizzas pasó sin “accidentes”. Estuvimos los seis dentro de la piscina nadando y jugando con un balón. Eso sí, cada vez que yo tenía la pelota notaba alguna que otra mano acariciando mis partes. Sin embargo, yo tampoco me quedé corto. No dudé en tocar alguna que otra teta, en acariciar alguna nalga y a Esther le llegué a meter un dedo.

Cinco minutos antes de la hora acordada, salimos, nos secamos y, totalmente desnudos, nos dirigimos a preparar la mesa.

Cuando sonó el timbre, mi madre gritó:

  • ¡Ya voy! -  cogió un pareo, se lo anudó, cogió el dinero y se dirigió a la puerta.

  • ¡Ana! Espera. – gritó Esther.

  • ¿Qué pasa? - se giró sorprendida mi madre.

  • Deja que seamos nosotras quienes atendamos al pizzero. – respondió con una sonrisa golfilla en la boca.

Seguidamente, cogió a Vanesa y a María por el brazo y, sin darles tiempo a protestar ni a ponerse nada encima, las condujo a la puerta. Acto seguido, cogió el pomo de la puerta y la abrió de par en par.

  • Buenas tardddesss…. – intentó pronunciar un hombre de unos treinta años que iba con el uniforme de la pizzería y que en la mano traía tres cajas de pizza.

  • Buenas tardes – contestó con normalidad Esther, mientras mantenía agarradas a Vanesa y a María, las cuales, a su vez, ya se había resignado a mostrar sus cuerpos.

El hombre parpadeó incrédulo, abrió los ojos como platos y, durante un largo intervalo de tiempo, fue recorriendo con éstos los cuerpos desnudos de las tres muchachas.

El hombre movió la cabeza, cerró los ojos, tragó saliva e intentó centrarse.

  • Traigo… - balbuceó. – Traigo las pizzas que han pedido.

  • Perfecto. – contestó Esther, que era quien llevaba las voz cantante. – Si quiere, ya puede pasar y dejarlas en la encimera.

Esther dejó los brazos de sus amigas y guió al hombre hasta la encimera. El hombre, a su vez, no sabía hacia dónde mirar. Detrás tenía a María y a Vanesa, delante tenía el delicioso culo de Esther, que se iba moviendo de un lado al otro, a su derecha quedábamos yo y Carmen, la cual se tapaba las partes con sus manos, y a su izquierda tenía mi madre, que, con la cartera en la mano, miraba con una sonrisa picarona la escena.

El hombre dejó las pizzas en la encimera y, caminando como un robot, se dirigió hacia la puerta.

  • ¡Espere! – gritó Esther. - ¿Qué no quiere cobrar?

El hombre se giró y, con la cara roja como un tomate, contestó.

  • Eh… sí, sí. Por supuesto.

Entonces, Esther cogió la cartera de las manos de mi madre y se dirigió hacia él.

  • ¿Cuánto es? – preguntó abriendo la cartera.

  • Pues serán… dejé que lo recuerde… 25,50. – contestó un poco más tranquilo.

Esther cogió un billete de 20 y uno de 5 y se los entregó. Seguidamente, cogió una moneda  de 50 céntimos y se la fue a entregar. Pero, cuando el hombre ya estaba alargando la mano, sospechosamente la moneda se escurrió entre los dedos de Esther.

  • ¡Ups! – dijo con voz de santa. – Se me ha caído.

El hombre se arrodilló para cogerla y, al levantar la vista para ponerse en pie, se dio cuenta de que Esther había abierto las piernas y con una mano se separaba sus labios vaginales, mostrándole su más profunda intimidad.

El hombre tosió nervioso y se puso de pie como un muelle. Acto seguido, se dirigió veloz hacia la puerta y salió. Esther le siguió y, estando en el portal, le dio la espalda y, dándose palmadas en el culo, le gritó.

  • ¡Ya nos podrías haber hecho descuento!

Se oyó el ruido de la moto al encenderse y Esther cerró la puerta riéndose a carcajadas.

  • ¿Le habéis visto la cara? – preguntó aguantándose la risa. – Casi se ahoga.

  • Creo que te has pasado. – dijo Carmen.

  • Si no hubiéramos estado los otros aquí, seguro que te viola. – añadió Vanesa.

A mí la situación me había resultado de lo más morbosa y mi pene ya volvía a estar en pie de guerra.

  • Creo que no ha sido el único que ha disfrutado del espectáculo. – dijo mi madre mirándome el pene y sonriendo. – Venga, todos a comer antes de que se enfríen las pizzas.

Cogimos las pizzas y nos sentamos en la mesa dispuestos a comer. A mi derecha se sentó, Carmen, a mi izquierda Vanesa y enfrente Esther.

La cena pasó entre risas y comentarios. Nos reímos de la cara de tonto del pizzero unas cuantas veces más y después las chicas nos explicaron anécdotas divertidas de sus vacaciones.

Cuando ya sólo quedaban dos trozos de pizza, noté un pie que se escabullía entre mis piernas y me acariciaba los testículos. Casi me atraganto. Levanté la cabeza y miré a Esther. Ella, con una sonrisa en la boca, me sostuvo la mirada. La muy guarra se había sentado delante de mí adrede. Noté otro pie que subía y que se dirigía a mi polla. Mientras con un pie jugaba con mis testículos, el otro subía y bajaba lentamente recorriendo mi duro falo.

Los dos trozos que quedaban volaron de las cajas.

  • ¿Queréis postres? – preguntó mi madre mientras Vanesa se terminaba el último trozo de pizza.

  • De acuerdo. – contestaron las chicas al unísono.

  • Creo que tenemos helados, yogures, fruta… - dijo mi madre mientras se rascaba la cabeza y miraba hacia la nevera.

  • ¡Helado!- gritaron todas.

  • Venga Raúl. – dijo mi madre mirándome. – Levántate y llévanos el helado de vainilla y chocolate.

  • Mama. – contesté intentando hacer tiempo para que se me bajara la polla, que ya estaba en su máximo esplendor. – Levántate tú.

  • ¡Raúl! Se buen anfitrión. – replicó mi madre mirándome con el ceño fruncido.

No tuve más remedio que levantarme. Tiré la silla hacia atrás y me levanté lentamente. Mi polla fue surgiendo de debajo de la mesa como un monstruo que sale de las profundidades.

Todas se quedaron calladas y embobadas contemplando mi polla, que se presentaba dura y con las venas hinchadas. Estuve un momento exhibiéndome, disfrutando de la mirada de cinco bellas mujeres en mi polla. Acto seguido, me giré y me dirigí a la nevera.

  • Creo que hay algo que necesita más un helado que nosotras. – oí que decía Esther. Y todas se pusieron a reír.

Volví, dejé el helado, los platos y las cucharas en la mesa, y me senté.

  • Raúl. – dijo mi madre. – ¿Crees que el helado se va a cortar y a servir solo?

¿Qué pasaba? ¿Qué quería que me vieran la polla o qué?

Me levanté, cogí el cuchillo y empecé a cortar y a repartir el helado. Mientras, mi polla quedaba a la vista de todas y a escasos centímetros del helado.

  • Vigila no nos derritas el helado con tu hierro candente. – rió Esther.

Cuando estuvieron todas servidas, me senté y empecé a disfrutar de mi trozo de helado. Mientras comía, vi que Esther se lo comía lentamente, dándole pequeños mordisquitos y mirándome a los ojos. ¡Joder con la tía! Por su culpa no iba a dejar de estar empalmado.

  • ¡Mierda! – gritó Vanesa.

Giré la cabeza a la izquierda y vi que el helado se le había resbalado de las manos, había golpeado su pecho y había caído entre sus piernas sobre la silla.

Se levantó. Tenía helado en su pecho derecho, en la parte inferior de su barriga y en los labios exteriores de su coño. La parte de vainilla del helado multiplicaba por mil el poder erótico de esa imagen. Parecía como si se le hubieran corrido encima.

Instintivamente y sin pensarlo, cogí mi servilleta y le limpié el helado del pecho. A continuación, le froté la parte de la barriga. Entonces me di cuenta. Todo el mundo estaba en silencio y Vanesa me miraba sorprendida.

  • Uy… perdón. – me excusé. – Lo he hecho sin pensar.

  • No pasa nada. – contestó Vanesa.

  • Continua. Termina de limpiarla. – gritó Esther.

Todas estaban a la expectativa. Dudé unos segundos, pero al ver que ella no daba señales de limpiarse, le empecé a limpiar el coño. Las caricias de la servilleta provocaron que su coño se abriera lentamente.

  • Ejem… - dijo Vanesa. – Creo que ya está.

Alcé la mirada, me sonrojé y volví a sentarme.

Las chicas terminaron los postres sin ningún otro contratiempo.

  • Nos lo hemos pasado muy bien. – dijo María. – Os estamos muy agradecidas, pero creo que ya va siendo hora de volver hacia La Joya.

  • Por supuesto. – contestó mi madre. – Voy a buscar las llaves del coche y ya nos podemos marchar.

Mientras mi madre subía a buscar las llaves, las chicas se levantaron y empezaron a recoger sus cosas.

Cuando Carmen se empezaba a poner el bikini, Esther la detuvo.

  • Venga chicas. – empezó Esther. – Ya que estamos desnudas, porque no aguantamos así hasta La Joya.

  • ¡Pero tú estás loca! – contestó Carmen.

Tanto Vanesa como María mostraron sus dudas.

  • Una cosa es ir desnuda por el bosque y otra muy distinta por la carretera. – dijo Vanesa.

  • Venga… por fi… será divertido. Además, ¿desde fuera del coche quien os va a ver?

Al final, tanto insistir convenció a María y Vanesa. Carmen, por su parte, ya llevaba puesto el short y una camiseta.

Cuando mi madre llegó con la llave y vestida con el pareo de la tarde, preguntó.

  • ¿Aún no estáis preparadas?

  • Pues claro. ¿No nos ves?- respondió Esther mostrando sus cuerpos.

Mi madre sonrió y dijo.

  • ¡Estáis bien locas!

Las acompañé hasta el coche. Mi madre se sentó delante con Esther y las otras detrás.

  • ¿Qué no vienes tú? – preguntó Esther.

  • ¿Cómo quieres que venga si el coche sólo tiene 5 plazas? – le respondí.

  • Ahhh… Es por esto. Tranquilo que detrás ya se van apretar. Además, a la vuelta le vas a hacer compañía a tu madre.

La verdad es que tenía ganes de ir en un coche lleno de chicas desnudas. Miré a mi madre, quién encogió los hombros, y miré a las chicas de la parte trasera. A Carmen parecía que no le hacía mucha gracia, pero las otras sonrieron al mirarlas. Así que, desnudo como las tres, abrí la puerta trasera y me metí dentro.

Carmen estaba al lado de la ventana, en medio estaba María y en su falda Vanesa, y al otro lado yo.

Empezamos el trayecto. La situación era cómica y surrealista, y todos excepto Carmen nos estábamos muriendo de risa.

  • ¡Cómo nos pare la policía ya vais a ver quién ser ríe! – dijo contrariada Carmen.

Mi madre conducía lentamente, atenta a cualquier señal de presencia policial. Esther, a su lado, le indicaba el camino a seguir. Carmen, con los brazos cruzados, miraba por la ventana de su lado. Mientras, Vanesa, María y yo hablábamos alegres comentado los beneficios de estar desnudos.

Los coches pasaban a nuestro lado, ignorando la morbosa escena que tenía lugar a escasos metros.

La estrechez del lugar provocaba que mi pierna se frotara con la de María, a la vez que media pierna de Vanesa reposaba sobre mi muslo.

La situación, junto con la conversación, hacía que mi polla estuviera enhiesta y que asomara orgullosa entre mis piernas.

  • Mira quién nos saluda- decía riendo Vanesa. – El pajarito.

María se reía e iba alargando las bromas.

Sin embargo, diez minutos más tarde, María ya no se reía tanto.

  • ¡Joder! Como pesas Vanesa. – decía con cara agobiada. – Tengo las piernas destrozadas.

  • Veis como no era tan buen idea ir seis en un coche de cinco. – puntualizó Carmen.

  • ¿Puedo sentarme en tu falda, Carmen?- preguntó Vanesa.

  • ¡Ni hablar! – contestó indignada.- Ya vamos suficientemente estrechos porqué encima te me sientes encima. Pregúntaselo a vuestro caballero. Ya que ha venido, que apechugue.

Vanesa dudó unos instantes, pero al ver la cara de dolor de María preguntó roja como un tomate:

  • ¿Raúl… te importa si me siento encima de ti?

  • ¿Eh? No, no. Por supuesto. – contesté.

Por suerte para los dos, mi polla estaba morcillona y ya no asomaba entre mis piernas.

Vanesa se levantó y lentamente se sentó con una pierna encima de cada uno de mis muslos y con su culo tocando mi barriga.

Los dos estábamos tensos por la embarazosa situación. María, pero, respiraba aliviada.

  • ¡Uf! ¡Qué descanso! –dijo- Ya no aguantaba más.

Esther se giró y, al ver la situación, me guiñó un ojo y comentó:

  • La cosa se pone interesante.

Yo intentaba por todos los medios pensar en cualquier cosa que no fuera en que tenía una chica desnuda sentada encima de mis piernas. Vanesa, a su vez, hacía todo lo posible por no moverse y complicar la escena.

Durante unos duros cinco minutos aguanté como un campeón. Miraba por la ventana y pensaba en tonterías que mantuvieran mi polla bajo control. El ambiente en el coche, tenso y  en silencio, colaboraba con mi objetivo.

Sin embargo, todo cambió cuando Esther nos indicó que íbamos a pasar por un camino de tierra.

  • ¡Cogeos que vienen curvas! – dijo divertida.

Curvas pocas, pero botes un montón. El coche iba dando pequeños saltitos a medida que avanzábamos por el camino y, al mismo tiempo, Vanesa iba botando sobre mi cadera.

No lo pude evitar y mi polla comenzó a tener vida propia. Como un animal que se despierta de la hibernación, mi polla se empezó a hinchar y a levantarse hasta asomar entre mis piernas. Pero ahora había un problema: entre mis piernas había el culo y el coño de Vanesa.

Mi polla tocó techo. Alguna cosa impedía que siguiera subiendo. Vanesa también lo notó porqué se movió incómoda y preguntó:

  • ¿Falta mucho para llegar?

  • No mucho – respondió Esther riéndose.

Concentré todas las fuerzas en intentar que mi polla bajara, pero no hubo manera. Vanesa se movía intentando evitar el contacto, pero lo único que conseguía era que mi polla estuviera cada vez más dura. Al final, al ver que no podía evitar el roce, se resignó y dejó de moverse.

En ese momento, noté una húmeda en mi capullo. O estaba lleno de líquido preseminal o Vanesa, aunque lo quisiera disimular, también estaba disfrutando del momento.

Un leve gemido, casi inaudible, por su parte me confirmó la segunda hipótesis.

De pronto, el coche pilló el bache más grande hasta el momento y Vanesa salió disparada hacia delante.

Para evitar que cayera y instintivamente, la cogí de la cintura y la atraje hacia mí.

  • Gracias… - contestó tímidamente.

Cuando se volvió a sentar, noté que mi polla quedaba presa entre la entrada de su coño y su ano.

Mi corazón latía acelerado y mi cabeza echaba humo. Yo mantenía las manos en su cintura, con la excusa de qué no volviera a caer. Ella, a su vez, con la respiración agitada, disimulaba mirando por la ventana.

De repente, movió su culo hacia atrás, con lo que mi capullo quedaba apuntando su húmedo coño. Como aquel quién no quiere y sin apartar la vista de la ventana, Vanesa bajó lentamente su cadera.

Mi capullo, hinchado y palpitante de emoción, comenzó a penetrar lentamente su húmedo coño. Cuando ya tenía la mitad dentro, Vanesa paró el descenso y cerró las piernas para qué las otras no se dieran cuenta del espectáculo. Aún así, su respiración acelerada, sus ojos medio cerrados y sus dientes mordiéndose el labio inferior la delataban. Yo, por mi parte, intentaba concentrarme para no correrme e inundarle el coño.

Esther se giró y nos miró con picardía.

  • ¿Vais bien por aquí detrás?

Ni Vanesa ni yo respondimos. Carmen seguía a su bola mirando por la ventana. María fue la única que respondió.

  • Sí, sí. Mucho mejor.

  • Perfecto. – contestó sonriendo Esther. – Ya sólo quedan cinco minutos para llegar.

Cuando Esther se volteó y miró otra vez hacia la carretera, moví mi mano izquierda, la más cercana a la ventana, y la puse encima del pecho de Vanesa, empezándolo a tocar con disimulo. Si sólo quedaban cinco minutos tenía que aprovechar.

Vanesa tuvo que pensar lo mismo, porqué empezó un suave movimiento hacia delante y hacia atrás. Además, abrió ligeramente las piernas y colocó su mano izquierda entre ellas. Noté como su mano descendía y empezaba acariciar mis testículos, como recorría el tronco de mi falo y como volvía a subir para masajear tímidamente su clítoris.

Mis gemidos y los de Vanesa, aunque nos esforzábamos por contenerlos, empezaba a ser audibles.

“Mierda, se iban a dar cuenta.”

Entonces, la bombilla se me encendió. ¡Cómo no lo había pensado antes!

  • ¡Mama! – grité. – ¡Pon música!

  • De acuerdo Raúl.

Mi mama puso la radio y el ambiente se lleno de sonido.

Vanesa me agradeció mi gesto haciendo un movimiento circular que me llevó al séptimo cielo.

La música, la típica de verano, animó a las chicas. Esther empezó a aplaudir y María a cantar y a mover el esqueleto. Vanesa no cantaba pero sí que empezó a mover su cuerpo como si bailara.

Ahora mi polla salía y entraba más rápidamente, y mi toqueteo en su pecho ya era una sobada en toda regla.

Esther abrió la ventana y sacó su cabeza, gritando y cantando. Vanesa aprovechó la ocasión para imitarla, pero ella, a diferencia de Esther, no gritaba de emoción ni de alegría, sino de placer.

¡Yepa!- gritó mi madre.

Acto seguido, el coche pegó un bueno bote. Mi polla salió un instante del húmedo coño de Vanesa para, seguidamente, entrar de golpe y completamente.

Sin poder aguantar más, me corrí a borbotones en el coño encharcado de Vanesa.

  • ¡Bua!- grité.

Por suerte, mi grito quedó disimulado por el bote.

Vanesa también se tuvo que correr, porqué sacó aún más la cabeza por la ventana y gritó prolongadamente.

Pasado el clímax, Vanesa, con la respiración entrecortada, roja y sudando, volvió a entrar su cabeza en el coche.

Noté como mi polla se empezaba a deshinchar, y amenazaba con salirse de la vagina de Vanesa y dejarlo todo perdido.

Por suerte, el destino estuvo de nuestra parte. Pasamos a un camino asfaltado y empezaron a aparecer casas en el paisaje nocturno.

  • ¡Ya hemos llegado! – gritó Esther.

  • Ya era hora. – contestó borde Carmen.

  • Nuestro apartamento es ése. – señaló Esther con el dedo.

Mi madre aparcó y las chicas empezaron a bajar. Vanesa fue la primera. Abrió la puerta y de un salto se plantó fuera. Se dirigió corriendo hacia el maletero, lo abrió y cogió sus cosas.

Su fugaz salida dejó al descubierto mi polla que, ya morcillona, se mostraba húmeda y con rastros de semen. Por suerte, la única en verlo fue María. En un primer momento, abrió los ojos como platos y, cuando ya temía que iba a decir alguna cosa, sonrió y se dio la vuelta, saliendo por dónde había salido Carmen.

Me armé de valor y salí del coche. Eso sí, tapándome la polla con las manos. Mi madre ya se estaba despidiendo, dando abrazos y besos a todo el mundo.

  • Podéis venir cuando queráis. Ha sido una velada inolvidable. Deseo que vuestra alegría y vuestra locura os duren muchos años.

Miré a Vanesa. Por suerte, había tenido tiempo de coger su pareo y atárselo a la cintura.

Cuando mi madre finalizó sus hablares, me miró y dijo:

  • Venga Raúl, despídete de las chicas.

Desde mi posición al lado del coche, les hice adiós con la mano.

  • A…Adiós. – dije.

Carmen ni me contestó. María con una sonrisa y moviendo la mano, me dijo:

  • ¡Adiós guapo!

Vanesa se acercó y, tímidamente, me dio dos besos, uno en cada mejilla.

  • Adiós, gracias por todo. – me dijo mientras me miraba con las pupilas dilatada.

La última en despedirse fue Esther. Vino hacia mí y, por sorpresa general, me dio un pico.

  • Adiós. Ha sido un “placer”. Cuida mucho a tu madre. – se despidió.

Las chicas se encaminaron en dirección a su apartamento mientras yo y mi madre volvíamos a entrar en el coche.

  • ¿Qué tal eso de ir desnudo en el coche? – me preguntó mi madre acomodándose en el asiento.

  • Pues una gozada.- respondí alegre después de mi experiencia.

  • Pues venga, que no se diga que ya soy una vieja.

Mi madre se desató el pareo y lo echó a los asientos traseros. La situación era muy morbosa, pero mi polla necesitaba un descanso.

Con la música a tope, las ventanas bajadas y el aire acariciando nuestros cuerpos, emprendimos el viaje de vuelta.

Al cabo de unos diez minutos de botes continuos, dejamos el camino de arena y nos incorporamos a la carretera principal.

Todo iba bien hasta que, a lo lejos, en una rotonda, vimos un control policial.

  • ¡Mierda!- gritó con cara de pánico mi madre. – ¡Antes no estaba!

  • No lo sé… - balbuceé.

  • ¡Corre Raúl! Pásame el pareo. – exclamó mi madre mientras iba reduciendo la velocidad.

Me giré y, como pude, empecé a buscar. El pareo no estaba en los asientos traseros. ¿¡Dónde coño se había metido!? Nos acercábamos sin remedio al control y yo no lo encontraba. Entonces lo vi. El viento lo había echado más hacia atrás y reposaba tocando la ventana trasera.

  • Mama, ya lo veo. Pero si no me desato, no voy a llegar.

Mi madre respiró resignada.

  • A lo hecho pecho.

Llegamos al control. Era un coche patrulla con dos policías.

El policía hizo señas a mi madre para qué se parara.

  • Buenas noches – dijo el policía.

  • Buenas noches – dijo mi madre con una mano en el volante y la otra tapándose el coño.

El policía, con una pequeña linterna, enfocó a mi madre y a mí.

  • Veo que hace calor ¿no?- dijo riendo.

  • Jaja. Sí. – rió como una tonta mi madre.

  • ¿Me deja los papeles? – preguntó.

  • Claro, claro. – respondió mi madre desatándose el cinturón y inclinándose hacia mí para coger los papeles.

Los cogió y se los entregó al policía.

  • Toni – dijo éste. – Mira que todo esté en regla.

Su compañero, que aún no se había dado cuenta de la situación, se acercó y cogió los papeles.

  • ¿Me hará el favor de soplar? – preguntó el policía mientras sacaba el alcoholímetro.

  • Sí, sí. Por supuesto. – contestó mi madre.

El policía se lo entregó. Mi madre sujetó el alcoholímetro con las dos manos, cogió aire echando el pecho hacia atrás y levantando sus preciosos senos, y sopló.

Cuando terminó el aire, entregó el aparato al policía. Éste miró el resultado y dijo:

  • Bien. Veo que vuestra vestimenta no se debe al alcohol. Enhorabuena, ha marcado 0,0.

El otro policía, Toni, se acercó y dijo:

  • Juan, todo está en regla.

  • Perfecto. – dijo éste.

Mi madre y yo sonreímos aliviados.

  • Así, ¿ya podemos marcharnos? – preguntó mi madre con ganas de largarse.

  • Un momento. – respondió Juan. – ¿Me puede enseñar que lleva en el maletero?

La cara de mi madre tuvo que cambiar, porqué seguidamente Juan puntualizó:

  • Es lo rutinario.

Mi madre, resignada, se bajó del coche. Con una mano se tapaba los senos y con la otra el sexo. El otro policía, Toni, tuvo que flipar porqué los ojos se le abrieron como platos.

Para que la situación no fuera tan incómoda para mi madre, bajé del coche y me dirigí a la parte trasera.

Mi madre, intentando enseñar lo mínimo, estaba abriendo el maletero con los dos policías de pie detrás de ella. Una vez abierto, los policías miraron dentro. No había nada.

  • Ejem… señora… Ana. – dijo Toni. – ¿Podría levantar el tapete? A veces la gente guarda droga debajo. – se justificó.

Mi madre se inclinó hacia delante y con las dos manos intentó levantar el tapete. Mientras forcejaba con la moqueta, estaba dando una imagen que ninguno de los tres hombres podríamos olvidar en tiempo.

Inclinada hacia delante, las nalgas de su redondo y suave culo quedaban separadas. Por lo que teníamos una perfecta visión del estrecho ano y su coño, el cual, posiblemente por la morbosa situación, se encontraba un poco abierto y brillaba de humedad a la luz de los faros traseros.

  • Tampoco hay nada. – se giró mi madre ya un poco mosqueada.

Los policías se acercaron y lo comprobaron. De reojo, vi que en sus pantalones se adivinaba un “misterioso” bulto.

  • Tiene razón. – dijo Juan.

  • ¿Podemos irnos ya? – preguntó mi madre con los brazos cruzados y cara de pocos amigos. Se veía que ya le daba igual que le vieran el coño.

  • Sí… sí. – respondió Juan. – Pero la próxima vez, vístanse. No lo digo por nosotros, que ya quisiéramos parar a más mujeres desnudas, pero lo digo por la seguridad vial. Además, a alguno de nuestros compañeros quizás no le haga tanta gracia y les multen.

  • De acuerdo, de acuerdo. – dijo mi madre y, rápidamente, entró en el coche. – Venga Raúl.

-¡Qué tengan buenas noches! – nos desearon los policías.

Subí al coche y mi madre arrancó.

El viaje hasta nuestra casa fue tenso y silencioso. Miré a mi madre, pero no parecía que quisiera hablar.

Llegamos. Mi madre aparcó, bajó del coche y, sin coger el pareo, se dirigió hacia casa. Yo la seguí.

Antes de entrar, y para mi sorpresa, se echó de un salto dentro de la piscina.

  • ¿Qué haces mama? – pregunté.

  • Refrescarme. – contestó. – Después de tanta emoción lo necesitaba.

Sin pensarlo la imité. El agua estaba buenísima. Nadamos unos minutos y salimos.

  • Mierda, las toallas. – dije al salir.

  • Da igual. – contestó mi madre.

La seguí con la vista y vi que, chorreando, se dirigía hacia la casa. Abrió la puerta y entró. Corriendo la seguí a dentro. Mi madre entró y, mojada de pies a cabeza, se sentó en el sofá.

  • ¿Pero qué haces? Lo vas a dejar todo perdido.

  • Raúl relájate. Ya he tenido suficiente con los policías para que tú ahora me digas qué tengo que hacer.

Mi madre apoyó la cabeza en el respaldo y cerró los ojos.

  • Mama, voy a secarme e iré a dormir.

  • Claro, claro. – respondió mi madre. – Haz lo que tengas qué hacer. Buenas noches Raúl.

  • Buenas noches mama.

Dejé mi madre en el sofá y subí las escaleras. Entré en el baño y me sequé con una toalla. Después, salí al balcón y  contemplé el cielo nocturno. Cinco minutos más tarde, volví a dentro. Cuando ya me iba a echar en la cama, vi que mi madre aún no había subido. La curiosidad me pudo y, lentamente, bajé las escaleras. Desde mi posición, vi que mi madre seguía en el sofá.

Terminé de bajarlas y me acerqué.

Mi madre seguí con los ojos cerrados, pero había flexionado las piernas y con la mano derecha se estaba acariciando lentamente el clítoris. Mientras, con la mano izquierda, se estaba tocando los senos.

¡Joder! ¡Qué imagen! Mi polla saltó como un resorte. Me quedé un minuto allí, de pie, observando cómo se masturbaba y acariciándome lentamente la polla. Entonces, mi madre abrió los ojos y me vio.

  • ¿Qué haces Raúl? – preguntó.

  • Eh… yo… bajaba a coger agua y… bueno… no quería molestarte. – respondí entrecortadamente.

Di la vuelta y me encaminé a buscar agua. Bebí sin volver la vista. Cuando terminé, me giré. Mi madre seguía en la misma posición, con los ojos cerrados y las piernas abiertas y una mano entre ellas. ¡Joder, no se cortaba la tía!

Dejé el vaso e inicié el camino de vuelta al dormitorio. Cuando pasé a su lado, me llamó.

  • Raúl, si quieres, te puedes quedar.

  • ¿Seguro? ¿No te importa? – pregunté.

  • No. Yo ya te visto. ¿Qué más da si tú me ves a mí?

Me senté en un lateral desde donde tenía una visión perfecta. Mi madre se acomodó, abrió un poco más las piernas y continuó acariciándose.

Yo, por mi parte, empecé un lento sube-baja.

Poco a poco, sus caricias se fueron volviendo más atrevidas. Las caricias en el pecho se volvieron magreos: se cogía los senos, se pellizcaba el pezón, se levantaba los pechos… Mientras, su mano derecha se movía cada vez más veloz. Su coño ya estaba totalmente abierto. Se mostraba rojo, húmedo, orgulloso. La mano derecha descendió y empezó a meterse dos dedos en el coño.

Su respiración, cada vez más acelerada, dio pasó a leves gemidos. Continuó masturbándose, a ratos con los ojos cerrados, a ratos con mirándome.

Mi ritmo también aumento, pero no lo suficiente para correrme.

Su mano izquierda bajó a su coño y, mientras la derecha continuaba con los dedos dentro, ésta volvió a centrarse en el clítoris.

Llevaba unos minutos en esta postura cuando, de un salto, se levantó.

  • ¡Si se hace, se hace bien! – gritó mientras subía las escaleras.

Al cabo de un minuto ya volvía a bajar y en la mano llevaba un consolador de un tamaño considerable.

  • Si que lo tenías bien guardado. – le dije incrédulo.

Ella ni se inmutó. Volvió al sofá y, lentamente, se fue introduciendo el consolador.

  • Aaaaa… ¡qué gusto!- gritó cuando lo tuvo todo dentro.

Continuó masturbándose, con el consolador entrado y saliendo.

Yo ya estaba a punto de correrme y sus gemidos, que habían dado paso a gritos a pleno pulmón, también indicaban que ella estaba cerca.

  • Mama. – le dije. – ¿Te acuerdas que me debes una por haber salido desnudo en el pinar?

  • ¡Sí, sí! – gritó mientras no dejaba de masturbarse.

  • ¿Te importaría masturbarte a cuatro patas? Es que tu culo me vuelve loco. – me atreví a decir.

Ella ni dudó. Se puso de cuatro patas y continuó masturbándose. Su coño se abría y cerraba al compás del consolador. Su ano, más arriba, húmedo de todos los flujos, también seguía el ritmo de la penetración.

Me levanté y me acerqué para tener una mejor visión. Mi madre ni se inmutó.

Mi mano iba sola y la suya también, cada vez más rápidas, cada vez dando más placer.

No pude más y grité.

  • ¡Me corro!

Mi polla parecía un volcán. Chorros y chorros de semen salieron disparados. La mayor parte fue a parar al suelo, pero algunas gotas salpicaron el culo de mi madre.

Mi madre debió notarlo, porqué, acto seguido y como si se hubiera electrocutado, ella se corrió.

  • ¡Oh, sí! ¡Oh, sí! – gritó a pleno pulmón.

Se giró y con el consolador aun dentro del coño se sentó.

  • Buf… ¡Ha sido increíble! – dijo con la cara roja, el cuerpo sudado y la respiración acelerada.

  • Ya lo creo – afirmé.

Yo aun me encontraba de pie, con la mano y la polla llenas de semen.

  • Bueno, creo que ahora sí que me voy a la cama. – le dije riendo.

  • Jaja. Sí, yo también. – contestó.

Antes de que se levantara, me acerqué y le di un pico en los labios.

  • Buenas noches mama.

Ella se quedó unos segundos sorprendida y luego sonrió.

  • Buenas noches Raúl.

Me giré y empecé a subir las escaleras. Me lavé las manos y la polla en el lavabo y me dirigí a mi cuarto. Me eché en la cama. Tenía el cuerpo cansado y la polla destrozada del trabajo realizado. Cerré los ojos. El último pensamiento que tuve antes de caer rendido fue:

¡Qué día!

P.S: Gracias por los comentarios. Siento tardar tanto tiempo en publicar pero tengo mucho trabajo. También siento los errores gramaticales y las faltas ortográficas. Tengo algunas dudas de acentuación. Espero que os guste y, con el tiempo, ir corrigiendo las faltas.