Vacaciones en el chalet (1) y (2) [revisado]

Raúl empieza unas agradables y placenteras vacaciones en el chalet de Ibiza junto a su madre

[Nota del autor: Después de muchos años, vuelvo a subir el relato “Vacaciones en el chalet”. Esta vez, pero, a diferencia de la anterior, finalizaré la historia. Primero colgaré los primeros textos revisados, donde he corregido algunas faltas y expresiones, y después los capítulos finales. A excepción de hoy, donde cuelgo los dos primeros capítulos, subiré uno por semana hasta terminar en el sexto y último. Agradezco muchos todos vuestros comentarios, sobre todo los constructivos. En este sentido, si alguien fuera tan amable de explicarme como los puedo responder, le estaría muy agradecido].

Hola, me llamo Raúl y os voy a contar la historia que me sucedió el verano pasado. Para poneros en situación, somos una familia madrileña compuesta por mi madre, mi hermana y yo. Hace apenas dos años éramos cuatro, pero, como os explicaré a continuación, mis padres se divorciaron.

Mi madre se llama Ana y, a sus 45 años, aún se conserva realmente bien. Es hija de un rico empresario, mi abuelo, por lo que la vida le ha sonreído, dándole todo lo que ha deseado. Solo trabaja seis meses al año como secretaria en la empresa familiar y, durante el resto del año, se dedica a cuidar de nosotros, sus hijos, y, cómo ella misma dice, de su cuerpo y su alma yendo al gimnasio, haciendo yoga y dedicándose a todos sus antojos y caprichos.

Mi padre se llama Juan y tiene 50 años. Al casarse con mi madre le tocó la lotería: una mujer rica, bella y divertida. Pese a todo, no supo aprovechar la magnífica oportunidad que le brindaba la vida. En enero de hace dos años, mi madre se enteró de qué le era infiel con una chica de su oficina, una tal Marta veinte años más joven que él. Mi madre, delante de la situación, no tuvo compasión y, un mes más tarde y con la ayuda de los mejores abogados de la capital, ya estaban divorciados y mi padre de patitas a la calle. Quizás penséis que soy un poco frío, insensible, pero creo, de corazón, que se lo merece. Su relación con nosotros ya no era muy buena y la única que mantenía la alegría en casa era mi madre. Así que, tanto desde mi punto de vista como desde el de mi hermana, estamos mucho mejor sin él.

Mi hermana se llama Judit y tiene 18 años. Es una chica guapa, trabajadora y estudiante a quién le apasionan las lenguas. Pese a su edad, ya ha tenido varios novios y, sinceramente, no me extraña. Mide metro setenta y cinco, posee una larga melena morena, unos ojos verdes preciosos y una sonrisa pícara que parte corazones. Su físico es voluptuoso: tiene unos pechos grandes pero muy bien puestos, y un culo bonito y respingón que es la envidia de sus amigas. Su pasión por las lenguas, unido al dinero de la familia, le ha permitido a viajar por todo el mundo. De hecho, el verano pasado, momento en el que sucedieron los hechos que os voy a contar, ella estaba realizando una estancia en Inglaterra, concretamente en Southampton, dónde tiene una amiga.

Finalmente, el único miembro de la familia que os queda por conocer es a mí. Soy un chico moreno, de metro ochenta, a quién le apasionan los deportes. A diferencia de mi madre, no voy al gimnasio aunque me cuido jugando al fútbol tres veces a la semana. A mis 20 años me considero un chico normal, con los mismos gustos que mis compañeros. Me gusta el fútbol, las consolas, los videojuegos, salir de fiesta… Sin embargo, si hay algo que me gusta más que nada, ese algo son las chicas. He tenido dos novias, Elena y Sandra, con las que he pasados grandes momentos. Actualmente, pero, no tengo pareja. Sandra, que fue la última, me dejó hace un año y medio y, desde entonces, ni mi mano ni mi polla no dejan de sacar humo.

Bien, ahora que ya sabéis cuatro cosas de mi familia paso a narrar los acontecimientos que viví el verano pasado.

Cuando en junio terminé los exámenes de la universidad y mi hermana finalizó sus exámenes de bachillerato, nos fuimos, junto con mi madre, a pasar las vacaciones en el chalet veraniego que poseemos en Ibiza. Hacía años que no íbamos, ya que siempre que podíamos preferíamos viajar por el mundo. Sin embargo, ese verano mi madre, alegando que lo teníamos muy abandonado y que necesitábamos desconectar y relajarnos, decidió pasarlo allí. Su decisión fue fácil. Mi hermana, dos días después de llegar a la isla, cogía un avión hacia Inglaterra y, según su opinión, era injusto que yo y ella nos fuéramos de viaje sin Judit. Yo presioné para visitar algún lugar, aunque fueran unos pocos días, pero mi madre me dijo que no, que ese año nos relajaríamos bajo el sol mediterráneo y que, al año siguiente, ya nos iríamos a algún sitio de viaje.

Nada más llegar al aeropuerto de Ibiza, cogimos un taxi que nos llevó, en unos cuarenta minutos, a nuestro chalet, próximo a la Cala Sant Vicent. El trayecto hacia el chalet pasó volando. Mi madre no paraba de reír y comentar cómo de relajados y tranquilos estaríamos en nuestra “casita”, construida en medio de un verde pinar y encima mismo del mar. Detrás, mi hermana y yo contemplábamos pasar el bello paisaje insular a través de las ventanas.

Al bajar del taxi, cogimos las maletas y nos dirigimos hacia la verja de la casa. Pese a que el chalet, al estar cercado por unos densos arbustos, aún no era visible, me di cuenta al instante de la belleza del paraje. A unos quilómetros del pueblo más cercano, el lugar era perfecto para pasar un verano de piscina, sol y relax .

Una vez dentro del patio, vimos lo que ocultaban los setos: el edifico, blanco y con unos grandes ventanales que dejaban entrar la cálida luz estival, estaba en medio de un enorme patio cubierto de un fino césped. En su lado meridional había una valla que daba encima de un acantilado, donde las olas del mar rompían con fuerza. La construcción estaba compuesta por dos plantas, la baja, donde había un gran salón con una cocina abierta y un pequeño lavabo, y la superior, lugar en qué había cuatro habitaciones, un enorme lavabo y una gran terraza equipada con un jacuzzi exterior desde la cual se podía acceder a las distintas estancias. Debajo de la gran terraza había un área porticada donde comer protegidos del sol y, a su lado, había mi parte preferida, una gran piscina rectangular.

Tanto el jardín como la piscina presentaban un aspecto estupendo, con el césped, la hierba y las flores arregladas y el agua cristalina. Al entrar nos dimos cuenta de que la casa también estaba limpia, impoluta: los suelos brillaban y en el ambiente flotaba un dulce olor a lavanda. No pude con mi curiosidad y comenté:

  • ¡Mama, esto es increíble! No me acordaba de que fuera tan bello y tan tranquilo. Realmente, creo que has acertado con tu propuesta. Sin embargo, si hace tantos años que no venías, ¿quién ha mantenido el jardín y la casa en tan buenas condiciones?

  • ¡Ves como tenía razón! Ya verás cómo durante estas vacaciones te vas a olvidar de todos los problemas y vas a poder desconectar del mundo exterior. Ah, y la casa la cuida la familia de doña Carmen. Ellos se encargan de arreglar el jardín y mantener la casa en buen estado cuando nosotros no estamos.

Subimos al piso de arriba y nos repartimos las habitaciones. Mi madre se quedó, obviamente, la más grande, y yo y mi hermana nos conformamos con dos de las restantes. Realmente, a mí me daba igual la habitación. Todas tenían una inmensa cama de matrimonio, un televisor panorámico y una vista perfecta de la piscina y el mar.

Los dos primeros días los pasamos preparando la casa para pasar los meses de julio y agosto. Básicamente, ordenamos nuestra ropa y fuimos al pueblo más cercano con el coche que habíamos alquilado a comprar todo lo necesario para no tener que salir muy a menudo. El resto del tiempo no hicimos gran cosa, sino que lo pasamos en la piscina esperando a la inminente partida de Judit.

Mi madre, desde el primero segundo que pasamos en la piscina, se quedó en topless . Esta no era una situación nueva para nosotros y no nos extrañó lo más mínimo, ya que en los anteriores viajes ya la habíamos visto así en repetidas ocasiones. Se tiene que reconocer que posee unos pechos grandes, con un pezón grueso y oscuro. Pese a su edad y su tamaño, continúan combatiendo altivos contra la gravedad y ella, quizás por eso, los exhibe orgullosa. El primer día mi madre intentó animar a mi hermana a qué se uniera al club del topless pero ella, pese a que únicamente éramos los tres, continuó con su bikini puesto.

Cuando mi hermana, al segundo día, se marchó a Southampton, empezamos realmente nuestra rutina diaria. Yo dormía horas y horas hasta que mi cuerpo estaba cansado de estar echado en la cama. Luego me levantaba, me ponía el bañador y directo a la piscina. Mi madre siempre hacía rato que estaba despierta y, de hecho, normalmente ya estaba preparando la comida. Después de nadar un poco, ella me llamaba y comíamos en el patio, debajo la terraza, donde teníamos una mesa y varias sillas. Desde que volvimos de traer a Judit al aeropuerto, no se había vuelto a poner la parte de arriba del bikini, por esos no me extrañaba verla por todas partes con las tetas al aire, moviéndose rítmicamente de un lado a otro.

Por la tarde, yo continuaba en el patio: dentro de la piscina, tirado por el césped o acostado tomando el sol en una tumbona. Mi madre, por su parte, nadaba conmigo, leía en una hamaca o iba a dar una vuelta por el pinar que rodeaba la casa.

Al atardecer, cuando el sol se dirigía al ocaso, solíamos ir a correr para mantener nuestro buen estado de forma.

Finalmente, por la noche cenábamos en la terraza y, hasta la hora de ir a dormir, contemplábamos el cielo y hablábamos de nuestras cosas.

Todo cambio el día en qué, por casualidad, me desperté antes de lo habitual. El sol entraba de lleno por la ventana y yo, echado en la cama, estaba completamente empapado de sudor. Mi madre, como cada día, había venido a subirme la persiana para qué con la luz me fuera desperezando. Miré el despertador. Eran las 9:30. Pese a ser muy temprano en mis esquemas mentales, ya no tenía sueño, así que me levanté, me quité los pantalones cortos que usaba de pijama y me puse el bañador. A través de la ventana, me llegaba el leve sonido del agua. Mi madre debía de estar nadando. Sin pensarlo, bajé las escaleras y salí decidido al patio. Me acerqué a la piscina y vi que mi madre seguía nadando a su rollo, sin darse cuenta de mi presencia.

  • ¡Buenos días mama! – exclamé.

Ella se giró de golpe, sorprendida.

  • Bu…Buenos días Raúl – titubeó. - ¡Sí que has madrugado! ¿Qué te ha pasado hoy?

  • ¡Pues la verdad es que sí! Ese extraño pero, por sorprendente que suene, ya no tenía sueño.

Mientras hablábamos vi que algo pasaba. Ella, sin darme la espalda, con un ojo me miraba a mí y con el otro buscaba las escaleras de la piscina. Curioso por ver qué le preocupaba, miré hacia el mismo lugar que ella y vi que, al lado de la salida, había sus bragas del bikini, enrolladas y mojadas. No pude evitar echarme a reír.

  • ¡¿Qué, aprovechando que no estoy para nadar desnuda eeeeh?! ¡Qué pillina!

  • Bueno… sí. La sensación es increíble. Me siento libre como un pez.

Aproveché y la miré de arriba a abajo. La mitad de sus pechos salían del agua, con los pezones completamente duros. Un poco más abajo pude vislumbrar, de forma borrosa por las pequeñas olas que hacía al nadar, una mancha negra en su entrepierna.

Sin pensarlo, me tiré de cabeza y empecé a nadar. Ella pasó veloz a mi lado dirección a las escaleras. Rápidamente, sumergí mi cabeza. Pese a no llevar gafas de agua, pude ver, ligeramente difuminado, un culo blanco y respingón que se movía al ritmo de sus piernas. No pude evitar sentir una cierta atracción y que mi polla empezara a cobrar vida. Saqué la cabeza del agua, esperando que saliera y se pusiera el bikini en el exterior. Sin embargo, para mi decepción, cogió las bragas desde dentro de la piscina y, sin salir del agua, se las puso. Segundos después, salió de la piscina y, con paso firme, se fue hacia la cocina.

Pese a la sorpresa matinal, el resto del día fue de lo más normal y los dos continuamos como si nada nuestra rutina de sol y piscina. La única excepción fue que, cuando me fui a dormir, todo el rato me venía a la mente esa mancha negra y en ese culito respingón moviéndose al ritmo de las piernas. Era la primera vez que me sucedía eso con mi madre y realmente era un poco extraño. Aun así, no le di mucha importancia. Seguramente se debía a la proximidad de los últimos días, a sus paseos constantes con los pechos al aire y a que era la única persona del sexo femenino con quien tenía contacto.

A la mañana siguiente, me levanté temprano para ver si nuevamente tenía suerte y la podía volver a pillar in fraganti . Sin embargo, cuando llegué a la cocina, encontré una nota indicándome que se había ido con el coche a hacer la compra de la semana.

Aprovechando que estaba solo, decidí imitar a mi madre y probar la sensación de nadar desnudo. Me quité el bañador, dejándolo al lado de la escalera, y me zambullí en el agua. ¡Realmente la sensación era increíble! Mi polla, libre de cualquier atadura, se movía de un lado a otro al compás de mis movimientos y mis huevos eran continuamente acariciados por el agua fría de primera hora de la mañana. Sin poder evitarlo, tuve una potente erección que incrementó mi sensibilidad. Mientras disfrutaba de esa agradable y placentera experiencia, mi madre apareció de repente por la puerta de la cocina, con las tetas al aire y dispuesta a bañarse.

Esta vez las circunstancias eran completamente al revés: yo desnudo dentro de la piscina y ella riéndose desde fuera.

  • ¡Qué Raúl! Por lo que veo ayer te di envidia ¿no?

  • ¡Pues sí! – respondí intentando mostrarme seguro de mi mismo para qué no se riera de mí. - La verdad es que, aprovechando que no estabas, quería probarlo.

  • ¿Ah que es genial?

  • ¡Sí! ¡Me encanta!

  • Pues disfrútalo cariño.

Traviesa como ella sola, corrió hacia las escaleras y rápidamente, sin darme tiempo de reacción, cogió el bañador. Seguidamente, con una sonrisa en los labios, se fue directa al interior del chalet.

  • ¡Eh! ¿Dónde vas mamá? ¡Tráeme el bañador! – grité.

Segundo después, volvió sin él, se acercó al borde de la piscina y, de un salto, sin hacer caso a mis súplicas, se tiró dentro del agua. Nadó unos minutos, aprovechando cualquier ocasión para reírse de mi cara de pasmarote, y luego salió, dejándome desnudo y sin posibilidad de cubrirme dentro de la piscina. Al cabo de un rato que a mí se me hizo eterno, me llamó para que fuéramos a comer.

  • De acuerdo. Ya salgo - le dije - pero dame el bañador.

  • ¡Ni hablar! ¿No dices que estás tan bien desnudo? Pues disfruta del aire entre tus PIERNAS – dijo y, seguidamente, se empezó a reír.

Así que, a falta de ideas y sin ninguna otra opción, me vi obligado a salir de la piscina completamente desnudo. Con las dos manos y como pude, me tapé la polla, intentando que ella no viera nada. Por suerte para mí, la erección hacía rato que se me había bajado. Sin embargo, a los pocos segundos de estar en el exterior, no sé si fue por la sensación de estar desnudo delante de mi madre o por notar el aire en mis partes, que mi polla empezó a levantarse nuevamente. Mientras dedicaba todos los esfuerzos en taparme y a intentar que no se me empinara, me dirigí a la casa en busca de ropa, pero mi madre, barrándome el paso, me lo impidió.

  • No, no, no. Primero comemos y luego ya te vistes. Que si no se nos va a enfriar la comida.

¡Madre mía! pensé desesperado. Sin más remedio que obedecer delante de su terquedad, me senté en la silla y, cogiendo los cubiertos, empecé a comer. La situación era extraña, por no decir surrealista. Los dos comiendo en la mesa de la terraza: yo completamente desnudo, con media erección, y mi madre ataviada solo con las bragas del bikini con sus voluptuosos pechos libres y apuntándome. Pese a la incómoda situación, la mesa y los platos jugaron a mi favor y me ayudaron a que ella no se diera cuenta de en qué estado me encontraba.

Cuando por fin terminamos la comida, me levanté cubriéndome nuevamente mis partes y, decidido, me encaminé al chalet para ir a coger, ahora sí, el bañador.

  • ¿A dónde vas Raúl? – me preguntó inmediatamente.

  • ¿A ti qué te parece? ¡A coger el bañador! – le dije un poco mosqueado.

  • ¿Pero no estar mejor así? Venga, ¡anímate! No voy a ver nada que no haya visto nunca – bromeó.

Resignado ante su insistencia, me giré, mostrándole mi blanco culo, y, de espalda a ella, salí corriendo y de un salto me tiré a la piscina. Una vez dentro del agua, empecé a nadar mientras mi madre recogía la mesa, cogía un libro y se ponía a leer en una hamaca cercana. Cuando ya llevaba una hora en remojo y estaba cansado de tanta agua, salí por las escaleras. Después de meditarlo detenidamente mientras nadaba, había decidido que no tenía ningún sentido continuar cubriéndome. Estaba seguro de que mi madre continuaría insistiendo en qué me quedara desnudo, así que mejor pasar el trance lo más rápido posible. Por lo tanto, una vez en el exterior, caminé decidido hacia la toalla, mostrándole todo mi cuerpo sin ningún pudor. Ella dejó momentáneamente el libro, me miró de arriba a abajo y sonrió.

  • Veo que al fin has superado tu vergüenza, tus miedos y tus prejuicios. Además, ¿no sé de qué te avergonzabas? Tienes un cuerpo muy bonito. Y, si es por tu polla, puedes estar tranquilo. Hace muchos años que sé cómo son y por ver una más no me voy a asustar.

Yo estaba alucinando. Mi madre me había animado, mejor dicho, incitado a ir desnudo durante las últimas horas, y ahora había dicho “polla” refiriéndose a la mía.

  • Estoy bastante cómodo, sí. – le dije intentando aparentar normalidad -  Pero ¿qué pasa si se me empalma? Me moriría de vergüenza.

  • No le des importancia, yo no se lo daré. Supongo que a tu edad te pasa a menudo. Tú actúas normal, cómo si y no estuviera, y ya está.

Cada vez estaba flipando más, no solo me animaba a ir desnudo sino que le daba igual si se me empalmaba. Al final, me armé de valor y, viendo su postura “liberal”, le eché en cara:

  • ¿Y ahora qué? Tú ya me has visto, pero yo no. ¿No dices que tenemos que superar nuestras vergüenzas? El otro día que te pillé desnuda en la piscina saliste corriendo por patas…

  • ¡Tranquilito león! – se rió – Bueno, quizás tengas razón. Ya lo veremos. Me lo voy a pensar.

  • Sí, sí… Me lo voy a pensar… -le reproché.

El resto de la tarde la pasamos así: yo desnudo echado en una hamaca tomando el sol y ella leyendo el libro y nadando en la piscina. A la hora de cenar, ya no me preocupé por mi desnudez y continué como estaba, disfrutando del suave clima mediterráneo. Cuando, después de la cena y los postres, nos fuimos a dormir y nos dimos dos besos de buenas noches, fue inevitable que mi polla rozara las bragas de su bikini y que sus pechos se aplastaran contra mi pectoral. Siguiendo sus pasos, subí las escaleras y me acosté desnudo en la cama. Ya no tenía ningún sentido que me pusiera los pantalones de pijama si mi madre, la única persona con quién convivía, ya me lo había visto todo. En este instante, después de meditarlo brevemente, tomé una decisión: a partir de ahora, si podía evitarlo, no volvería a vestirme para nada.

Llevaba un rato echado en la cama sin poder dormir. Seguramente se debía a todas las vivencias y emociones del día, fuertes e intensas desde muchos puntos de vista. Al no poder conciliar el sueño, empecé a rememorar. Mis pensamientos, junto con el fresco aire que se filtraba por la persiana y me acariciaba el cuerpo, me pusieron a cien. Recordé las sensaciones que había sentido y empecé a tocarme la polla, disfrutando de las caricias pausadas pero continuas de mi mano. Al cabo de unos minutos, con los pechos de mi madre clavados en mi retina, me corrí como hacía tiempo que no hacía. Mientras mi mano no paraba de masturbarme, mi polla empezó a escupir grandes borbotones de semen que se precipitaron sobre mi barriga y mi pecho. Notablemente aliviado, respiré hondo y me dispuse a limpiarme la corrida. Sin embargo, cuando acerqué mi mano a la mesilla de noche, me di cuenta de que no había cogido papel higiénico. ¡Mierda! pensé ¡Qué poco previsor que era!

Tratando de no hacer mucho ruido, me levanté de la cama con la polla todavía erecta y la mano y el cuerpo lleno de semen y, de puntillas, me dirigí al baño. Cuando me disponía a coger el pomo para abrir la puerta, esta se abrió y mi madre salió del interior. Pese a la embarazosa situación, no me cubrí sino que mis ojos se fueron directos a su ligero atuendo. Iba vestida con un fino camisón blanco semitransparente que dejaba entrever perfectamente la forma de sus senos y que a duras penas le cubría la entrepierna. Ella, sorprendida de mi aparición en medio de la noche, me miró a los ojos para, segundos después y quizás llevada por el instinto maternal, bajar la mirada a mi entrepierna. Mi polla aún estaba en pie de guerra, con las venas hinchadas, y de la punta del capullo colgaba, pegajoso, un fino hilo de semen que se movía de un lado al otro. Cuando recapacité, me quise morir. Me tapé rápidamente mis partes y me preparé para la inminente bronca. Sin embargo, esta no llegó. De hecho, lejos de enfadarse, mi madre se empezó a reír a carcajadas.

  • Ay Raúl… - dijo unos minutos después un poco más calmada. - Veo que te lo has pasado muy bien, ¿no?

  • Mmm… sí… bueno… todo el día desnudo. Ya sabes… - titubeé.

  • Venga, entra y límpiate – continuó apartándose para dejarme pasar.

Sin dudarlo, con el propósito de no dar más la nota, entré en el baño, cogí dos tiras de papel, y empecé a limpiarme el semen, que ya empezaba a secarse. Mientras estaba en plena faena, levanté la mirada. Mi madre seguía apoyada en el marco de la puerta,  observándome.

  • Mama… ¿Puedes marcharte? – le pregunté un tanto incómodo.

  • No sin mis dos besos de buenas noches.

  • ¡Pero si ya te los he dado antes! – exclamé.

  • Ya, pero como tenemos que volver a ir a la cama, quiero dos besos más – contestó con una sonrisa burlona en los labios.

Bufé. Cuando mi madre se ponía así, no había remedio. Terminé de limpiarme, tiré de la cadena y me dirigí a ella a darle los besos que me pedía. Al acercarme, mi polla, que ya se encontraba morcillona, se coló traviesa por debajo de su escueto camisón. Mi capullo, sensible aún por la corrida, notó levemente algo que rascaba. Me quedé un poco aturdido. ¿Era la tela de las bragas o los pelos de su coño?

Mi madre no me dejó tiempo para reflexionar. Después de los dos besos, me guiñó un ojo y, sonriendo, me dijo que no me portara mal. Seguidamente, se giró, dándome la espalda, y se encaminó hacia su habitación. El camisón, llevado por sus movimientos al andar, se agitaba sensualmente, perfilando la forma de su cuerpo. Fijé la vista e intenté vislumbrar, pese a la escasa luz, si llevaba bragas o no. Sin embargo, lo único que vi fue el inicio de sus nalgas, blancas y poderosas. No había ninguna duda, o llevaba tanga o iba completamente desnuda debajo de ese fino atuendo. Sin dudarlo, cogí más papel y me fui directo a mi habitación. ¡No podía dejar pasar esa oportunidad! Agarré mi polla, que ya pedía otra vez guerra, y volví a pajearme, recreándome en la visión de esas nalgas e imaginando que, por un momento, por un instante, mi polla había acariciado los pelos del coño de mamá.

Vacaciones en el chalet (2)

Las primeras luces de la mañana se filtraban por la ventana de la habitación. Eran las 8:05 y ya no podía dormir. Tendido en la cama y con la mirada clavada en el techo, recordé los perturbadores y excitantes sueños que, a lo largo de la noche, no habían cesado de “atormentarme”. En ellos, todas las variables era distintas excepto una: mi madre. No sabía cómo había llegado a esa situación, pero mi madre se estaba convirtiendo rápidamente en una obsesión. Nervioso como estaba por saber qué nuevas sorpresas me deparaba el día, me levanté y salí al balcón. El sol salía por el horizonte y, con su primera luz, teñía de dorados el plácido mar Mediterráneo.

Seguía desnudo, como cuando me había ido a la cama, y la verdad es que le estaba cogiendo el gustillo. Cuando giré la cabeza para volver a entrar, me di cuenta de que la puerta de cristal del cuarto de mi madre que daba al balcón estaba entreabierta. Me acerqué. Desde la puerta estante, pude verla. Tendida en la cama, dormía plácidamente, tapada hasta la cintura por unas finas sábanas que subían y bajaban al ritmo de su respiración.

Mientras la observaba, me di cuenta de que a su lado, en una pequeña mesilla de noche, había las bragas del bikini. Entonces, en ese preciso momento, se me encendió la bombilla. ¡Qué idea! Mejor dicho ¡Qué magnífica idea que acababa de tener! Mirando de hacer el menor ruido posible, entré y, lentamente y de puntillas, me acerqué hasta la mesilla. Ahora que estaba más cerca, me parecía preciosa. Su fino cabello enmarcaba su bella cara. Bajé la vista y vi que dormía con el camisón semitransparente de la noche anterior, el cual dejaba entrever los pezones, que se movían al ritmo de su respiración. Estaba embobado mirándola, cuando se giró. La sangre se me heló. ¿Qué excusa daría si me encontraba allí, de pie, desnudo y observándola con la polla a escasos 30 centímetros de su cara?

Mejor me marchaba. Así que, sin perder ni un segundo, cogí lo que había entrado a buscar: las bragas del bikini. Que yo supiera, solo tenía aquellas, así que o se bañaba desnuda o no se bañaba.

Vigilando de no despertarla, me fui a mi cuarto y las escondí en el último cajón de mi mesilla. Después de haber conseguido mi objetivo, bajé a desayunar. Me preparé un café para despejarme y unté unas ricas tostadas con mantequilla y mermelada. Cuando ya estaba recogiendo los platos, apareció ella. Bajaba por la escalera, con su fino camisón y con los ojos aún medio cerrados. Al verme, se asustó.

  • Pero Raúl, ¿qué haces levantado a estas horas? - me preguntó mientras se frotaba los ojos con la mano derecha. Seguidamente, me miró de arriba a abajo y se le dibujó una sonrisa en los labios.- Veo que sigues desnudo. Así me gusta.

  • Pues mira, por raro que parezca, ya no tengo sueño. Y sí, sigo desnudo. A ver si tú, tanto predicar de los beneficios de la desnudez, también te animas - la intenté picar.

La observaba de los pies a la cabeza. Estaba preciosa allí, de pie en medio de la escalera. El camisón, adherido a su cuerpo, dejaba ver perfectamente el contorno de sus pechos. Sin embargo, lo que más me interesaba, estaba un poco más abajo. Fijé la vista y vi que, detrás de la fina tela, se intuían unas bragas blancas. ¡Qué decepción!

Segundos después, terminó de bajar las escaleras y se fue hacia la nevera a coger la leche para prepararse el desayuno. Entonces lo vi. Lo que llevaba debajo del camisón no eran unas bragas, sino un diminuto tanga de hilo que dejaba completamente expuestas sus nalgas.

Sin poder evitarlo, noté que la polla se me empezaba a levantar. Así que, antes de que ella se diera cuenta, tuve que salir corriendo al jardín. Una vez fuera, un poco más tranquilo, me eché a tomar el sol en una hamaca, dónde me quedé dormido.

Al cabo de un rato, noté que alguien me tocaba el hombro. Era mi madre.

  • ¡Raúl! ¡Despierta! ¿Sabes dónde están mis bragas del bikini? – me preguntó.

  • Mmm... ¿eh? – contesté medio dormido. - Pues no, la verdad. La última vez que las vi las llevabas puestas - le mentí.

Observé que aún estaba en camisón. Luego se giró, mostrándome el inicio de sus nalgas, y se encaminó hacia la casa.

Pasaron unos diez minutos y volvió a salir.

  • No las encuentro. No sé dónde las dejé. Juraría que estaban en mi cuarto, pero allí no las veo.

  • Venga mama, no le des importancia. Báñate como yo, desnuda- le animé, mientras por dentro me felicitaba de que mi plan estuviera saliendo tan bien.

  • Ay, Raúl, no sé, me da un poco de reparo…

  • Ayer no te dio tanto “reparo” cuando el que se tuvo que desnudar fui yo- la ataqué.

Ella dudó unos instantes, respiró profundamente y dijo.

  • Tienes razón. En fin, ¿qué le vamos a hacer?

A continuación, se llevó las manos a los costados, se agarró la parte inferior del camisón y lentamente se lo fue quitando por encima de la cabeza.

Buf. Eso sí que no me lo esperaba. ¡Joder! ¡Qué buena que estaba! pensé.

Seguidamente, tiró el camisón hecho un ovillo encima de una hamaca y, con los brazos en jarra, se plantó delante de mí, desafiante, con las tetas apuntándome descaradas y el diminuto tanga dejando volar mi imaginación. La diminuta prenda dejaba intuir que, debajo de la fina tela, había vello adornando su entrepierna. Sin embargo, debía llevarlo muy bien arreglado, ya que ni un solo pelo se atrevía a salir por ninguno de los lados.

Cuando ya pensaba que se lo iba a quitar y que mi plan iba a salir a la perfección, se tumbó en una hamaca a tomar el sol.

  • Pero… - balbuceé - ¿Qué no te desnudas? – le pregunté con dos palmos de nariz.

  • Ya veremos Raúl. Así estoy de mil maravillas- me dijo mientras cerraba los ojos y se relajaba.

Pasaron unos minutos en que reinó el silencio, solo roto por el lejano sonido del oleaje rompiendo contra las rocas. Mi mente, sin embargo, era una cacofonía de pensamientos. Al cabo de un rato, no pude más e, intentando sacar tema de conversación, le pregunté:

  • ¿Desde qué llegamos siempre has dormido así de fresquita, solo en camisón y tanga?

  • ¿Cómo? - me contestó- No. Solo duermo en camisón. El tanga me lo he puesto cuando me he levantado

Me quedé en blanco. Eso quería decir que… ¡Por la noche mi polla había estado en contacto directo con su coño! Sin poder evitarlo, mi polla se me empezó a levantar solo de imaginarlo. Suerte que ella seguía con los ojos cerrados. Esa situación me brindaba la oportunidad de observar detenidamente su cuerpo. Su fina cara, su suave cuello, sus preciosos pechos, su sutil barriga… y la ligera tela que escondía su más preciado tesoro.

Mientras la miraba, me acaricié instintivamente la polla, que ya presentaba una notable erección. De repente, sin previo aviso, ella abrió los ojos. Primero miró hacia la piscina y luego hacia mí. Tuve el tiempo justo para dejar de tocarme y simular que estaba tomando el sol tranquilamente con los ojos cerrados.

  • Veo que con tus tareas de ayer no tuviste suficiente ¿no? - dijo mientras se echaba a reír.

  • ¿Eh? – pregunté intentado disimular al tiempo que abría los ojos – Ah – continué mirando a mi polla. - Bueno… El sol, el aire, la sensación de libertad... No lo puedo evitar…

-Tranquilo. Ya te dije ayer que no pasa nada. Es algo natural y, a tu edad, aún más. Ya les gustaría a muchos tener la energía que tenéis los jóvenes. – me dijo mientras no dejaba de observarme.

  • Mamá... Lo de ayer por la noche… Lo siento. – me disculpé avergonzado aprovechando que había salido el tema.

  • ¿Qué te acabo de decir? Es algo natural. Pero, eso sí, cuando te masturbes, intenta tener papel al alcance para no tener que ir con la manguera goteando por el pasillo – otra vez se puso a reír.

Seguidamente, se levantó y se dirigió al interior para volver a salir, al cabo de unos pocos minutos, con un bote de crema solar en la mano.

  • ¿Desde cuándo te pones crema?- le pregunté extrañado.

  • Cada día Raúl. Lo que pasa es que tú aún estás durmiendo - me dijo mientras se sentaba en la misma hamaca donde estaba momentos antes.

Abrió el bote y se echó un chorro de crema en la mano. A continuación, empezó a esparcírsela por la cara, los brazos… Cuando llegó a los pechos, lo hizo con total naturalidad, aunque yo me quedé embobado contemplando cómo se acariciaba. Después de la acción, estos quedaron brillantes, listos para recibir los preciados rayos de sol. Seguidamente, pasó a las ingles, las piernas y finalizó con los pies.

  • Raúl – me dijo sacándome de mi ensoñación-  deja de mirarme y colabora. Estos días no me he podido echar bien la crema por la espalda, pero ahora que estás tú no ha de haber ningún problema.

Me levanté, con la polla morcillona, y cogí el bote de crema al tiempo que ella se tumbaba en la hamaca, mostrándome su perfecto culo apenas cubierto por el tanga. Con las manos embadurnadas de crema, empecé por el cuello, para pasar a los hombros y seguir con la espalda. Mientras la untaba, pude tocar disimuladamente el lateral de sus pechos. ¡Buf, qué sensación! Pensé. Lentamente, fui bajando hasta llegar al inicio de sus nalgas, dónde me detuve.

  • Raúl sigue - me animó- No te voy a morder.

Me eché de nuevo crema en las manos y continué, siguiendo sus órdenes, con el culo. Su piel era suave y tersa y, pese a la edad, se mantenía turgente y firme. Si alguien me hubiera dicho tres días atrás que estaría desnudo untando el culo de mi madre con crema solar, le hubiera dicho que estaba loco. Sin embargo, allí estaba.

Mientras embadurnaba su trasero, ella abrió un poco las piernas para facilitarme el trabajo y lo que vi me dejó al borde del infarto. La diminuta tira del tanga se perdía entre sus glúteos y dejaba entrever, casi imaginar, su rosado esfínter. Unos centímetros más abajo, la fina tela le marcaba perfectamente los labios vaginales, esbozando a la perfección lo que se conoce como cameltoe . Estuve tentado de decantar la tira para contemplar sin nada de por medio su más preciado tesoro, pero, sacando fuerza de lo más profundo, resistí. Lo que me dejó quizás más turbado que la propia visión fue que, en la altura de su vagina, el tanga presentaba una pequeña mancha de húmeda, señal inequívoca de qué no era inmune a mis caricias y que estas le estaban gustando. Sin embargo, para no tentar a la suerte, continué por sus piernas y finalicé el trabajo.

  • Ya estoy.

  • Muchas gracias cariño- contestó mientras se giraba.

Entonces la vio. Mi polla estaba completamente erecta, palpitando levemente y con un poco de líquido preseminal asomando en su cabeza. Yo, como me había dicho ella minutos antes, intenté actuar normal y no darle importancia. Sin embargo, ella pareció hipnotizada por semejante visión.

  • Mamá ¿No has dicho que es algo normal?- le piqué con una sonrisa de oreja a oreja.

  • Hombre… normal, normal… Creó que es más que normal – dijo mientras tragaba saliva- De hecho, es MUY NORMAL…

Yo estaba exultante ante su atenta mirada y le mostraba orgulloso mi herramienta.

  • Bien- dijo con una sonrisa histérica. - Mira de no lastimarte con nada.

No sé si la situación la superó, pero, a los pocos segundos, se levantó como un muelle y se tiró de golpe a la piscina. Yo, con el objetivo de continuar provocándola, me tumbé en la hamaca con las piernas totalmente abiertas para que tuviera una visión perfecta de mis huevos y mi polla apuntando al cielo.

Para que no se sintiera cohibida, entrecerré los ojos y me hice el dormido. Sin embargo, no dejé de observarla disimuladamente. Desde mi posición, me di cuenta de que no dejó de mirarme ni un momento. A cada nueva piscina, giraba la cabeza hacia mí y me miraba, mejor dicho, miraba a mi polla.

Pasó el rato y la cosa se calmó. Aunque mi madre continuaba nadando de un lado al otro de la piscina, mi polla ya no apuntaba exultante al cielo, sino que reposaba, morcillona, en mi vientre. Cuando ya debía llevar media hora en remojo, decidió salir. Se aferró de las escaleras y se plantó de pie en medio del césped, a escasos metros de mí. La visión era espectacular. Con el cabello mojado, los pezones erectos y el tanga totalmente empapado y prácticamente transparente, parecía Afrodita llegada del mismo paraíso. La fina tela blanca, mojada como estaba, se le pegaba a la piel y no dejaba lugar a la imaginación. Sus labios vaginales se marcaban perfectamente y, encima, coronándolos, se entreveía una fina y cuidada línea de vello. Me quedé embobado mirándola, al tiempo que mi polla volvía a ponerse en pie de guerra.

  • Raúl, ¿tienes hambre? - me preguntó sacándome de mis fantasías.

  • Eh… ¿Cómo? Sí, sí, un poco. ¿Por qué?

  • Porque me estás comiendo con la mirada - contestó en tono jocoso- Venga, levántate y ayúdame a poner la mesa en el jardín, que en la nevera tenemos comida preparada de ayer.

Me levanté de un salto y la seguí como me pedía, contemplando su esbelta espalda por donde resbalaban finas gotas de agua. Una vez en la cocina, el contacto fue inevitable. Mientras la ayudaba a coger los platos y los cubiertos, mi polla, erecta otra vez, golpeó en más de una ocasión sus nalgas y sus caderas, cosa que a ella no pareció importarle. Cuando por fin la mesa estuvo a punto, los dos salimos al jardín y nos sentamos dispuestos a comer.

Cogí los cubiertos y empecé a comer. La comida estaba riquísima y así se lo hice saber.

  • Mamá te ha quedado genial.

Cuando levanté la cabeza del plato para felicitarla, me di cuenta de que ella aún no había pegado bocado y que se movía inquieta en la silla.

  • ¿Qué te pasa mama?- le pregunté – ¿Que no tienes hambre?

  • No es eso Raúl. Es que el tanga mojado me irrita la piel y me molesta, pero me da reparo quitármelo delante de ti.

  • No seas tonta. ¿Todo el día he estado desnudo delante de ti y ahora te da vergüenza desnudarte? Madre mía - le contesté intentando picarla- Además, no te voy a ver nada porque estamos sentados. Lo dejas a un lado y cuando terminemos te lo vuelves a poner.

-  Creo que tienes razón – dijo después de meditar unos segundos- Pero no hagas de las tuyas para intentar verme eh, que te conozco.

Seguidamente, levantó ligeramente el culo de la silla, vigilando que no pudiera ver nada, y echando los brazos hacia delante, se quitó la única prenda que le quedaba. Una vez en el suelo, la cogió con la mano derecha y la dejó encima de la mesa, al lado de su plato. El tanga, completamente mojado, estaba hecho un ovillo, totalmente enroscado sobre sí mismo.

  • ¿Ves como no era tan difícil?- le dije sonriendo.

Solo de saber que estaba desnuda delante de mí, mi polla volvió a levantarse de golpe. Estuve tentado de dejar caer alguno de los cubiertos para verla, pero desistí para no incomodarla.

La comida pasó volando mientras reíamos comentando la curiosa situación en la que nos encontrábamos. Cuando llegó la hora de los postres, mi madre me pidió que le fuera a buscar un yogur.

  • ¡Sí hombre!- le contesté riendo- Levántate tú.

  • Venga Raúl. POR FAVOR- me dijo poniendo cara del gato con botas de Shrek.

  • Tú sabrás.

Me levanté con una sonrisa maligna y, al pasar por su lado, cogí el tanga. Ella hizo ademán de levantarse y seguirme, pero se lo pensó dos veces y se quedó sentada.

  • Raúl, no seas malo. Tráeme el tanga, por favor.

Hice caso omiso a sus súplicas y entré en la cocina, escondiendo el tanga y cogiendo dos yogures, uno para cada uno. Cuando salí, mi madre estaba con los brazos cruzados y con cara de pocos amigos.

  • No seas infantil – le dije. – Tú misma me has dicho que nuestros cuerpos son algo natural. A mí no solo me has visto desnudo, sino que me has visto con una erección. Además, así podrás disfrutar de las caricias del sol en todos los rincones de tu piel y no te quedarán las marcas del bañador.

Ella no me contestó. Sin decir palabra ni mirarme a la cara, se comió el yogur con cuatro cucharadas, se levantó de golpe y, dándome la espalda, se dirigió a las hamacas. Sus nalgas, libres de cualquier atadura, se movían de un lado al otro, siguiendo el ritmo de sus pasos. Al llegar a su destino, se echó boca arriba en la hamaca más próxima a la piscina y, cerrando los ojos, se puso a tomar el sol. Me quedé con cara de pasmarote, con la boca y los ojos completamente abiertos. Delante de su reacción, no sabía qué debía decir ni qué hacer, si ir a tomar el sol con ella o dejar que se le pasara el cabreo. Dudé unos segundos, pero al final opté por la segunda opción. Recogí la mesa sin decir nada y me fui a arriba para dejarle tiempo y espacio.

Estuve diez minutos echado en la cama, intentado darme una siesta. Sin embargo, saber que mi madre estaba desnuda en la piscina no me dejaba pegar ojo. Lentamente y tratando de no hacer ruido, salí al balcón y miré hacia abajo. Ella estaba como la había dejado, tostándose al sol. Desde mi posición privilegiada, pude contemplar su hermoso cuerpo. Con la mirada, recurrí cada centímetro de su piel, centrándome en sus pechos morenos y, más abajo y aún con la marca del bañador, su delicioso coño. Sin poder evitarlo, mi polla empezó a crecer mientras la observaba. Aprovechando que tenía los ojos cerrados y que no me podía ver, empecé a acariciarme, lentamente, recorriendo todo el tronco de mi polla con una mano y acariciándome los huevos con la otra. Sus labios vaginales se mostraban cerrados pero perfectamente depilados. Como ya había intuido, únicamente llevaba vello en la parte superior de la vagina, donde una fina y arreglada tira de recortados pelos ascendía dando al conjunto un toque excitante y lujurioso.

El ritmo de mi masturbación fue aumentando hasta que estallé en un mar de semen que inundó mi mano y salpicó el pequeño muro que delimitaba el balcón. Con mi corazón aún latiendo velozmente por el orgasmo, me dirigí al lavabo, donde me lavé. Una vez limpio, volví a mi habitación dispuesto a intentar dormir ahora que, obviamente, estaba notablemente más relajado.

Una serie de golpes en la puerta entreabierta de mi habitación me despertó. No sé cuanto había dormido, pero una tenue luz rojiza entraba por la ventana y teñía los muebles del color del fuego. Bostecé y levanté la vista hacia la puerta, donde se encontraba mi madre. Estaba apoyada contra el marco de madera y venía como Dios la trajo al mundo.

  • ¿Raúl? – preguntó.

  • ¿Si? -  le contesté frotándome los ojos y temiendo que solo fuera un sueño.

  • ¿Puedo pasar?

  • Sí, sí. Por supuesto. – le dije sin dudar.

Entró, moviendo de un lado al otro sus caderas, y se acercó a la cama, donde se sentó. Yo no sabía dónde mirar, si a sus labios de arriba, bastante serios, o los de abajo, completamente cerrados.

  • Verás… - titubeó. - Me quería disculpar. No tendría que haberme enfadado de esa manera.

  • No pasa nada - le contesté al instante – De hecho, yo también quería disculparme. No tenía que haberte cogido el tanga sin tu permiso. Lo siento.

  • Bueno, no pasa nada – respondió - Pero la próxima vez, si digo que no es que no ¿De acuerdo?

  • De acuerdo – le dije bajando la mirada ligeramente avergonzado.

  • Venga, no pongas esta cara – me animó- Gracias a tu travesura he podido comprobar lo bien que se está desnuda en las hamacas. Creo que, ahora que ya me has visto, no volveré a vestirme. ¿Te importa?

¿Cómo iba a importarme? pensé. Si era lo que deseaba más del mundo entero.

  • No, no. Como tú estés más a gusto – le contesté intentando disimular mi euforia.

Mientras hablábamos y ante su sugerencia, mi polla empezó a ponerse morcillona.

  • Venga, pues ahora que hemos zanjado el asunto, levántate y ayúdame a preparar la cena – me dijo notablemente más relajada y con una sonrisa en la cara.

Le hice caso y me levanté de la cama, mostrándole inevitablemente mi semierección.

  • Ya veo que a ella no le importa que esté desnuda ¿no?- se rió y, acto seguido, me dio un cachete en las nalgas.

  • ¡Auuuu! – grité.

  • No será para tanto hombre.

  • Pues a mí me ha dolido – le contesté mientras giraba mi tronco y con una mano me acariciaba la nalga izquierda.

  • Ah, ya veo qué te pasa. Tienes el culo más rojo que un tomate. ¿No te has puesto crema, no? Venga, échate que te voy a poner aftersun .

  • No es necesario – contesté mientras de una semierección pasaba a una erección total ante el inminente tocamiento.

  • No seas tonto y vergonzoso - me recriminó mientras salía de la habitación y volvía segundos después con un bote de aftersun .

Sin ganas de protestar, me eché bocabajo y ella se puso encima, sentándose encima de mis piernas. Una vez acomodada, destapó el bote y oí el característico ruido de la crema al salir. Segundos después, noté sus frías y pringosas manos recorriéndome el cuello y los hombros. Continuó con los brazos y fue bajando por la espalda hasta llegar al inicio de mis nalgas. Allí se paró un momento, se echó otra vez crema en las manos y reanudó su trabajo. Sus dedos me empezaron a acariciar lentamente y con cariño las nalgas.

Sus caricias junto a la presión de mi cuerpo sobre mi polla provocaron que tuviera que hacer un gran esfuerzo para no correrme allí mismo.

  • Raúl separa un poco las piernas – me ordenó.

  • Pero… - balbuceé.

  • Pero nada- contestó dándome un cachete en una nalga.

  • ¡Ai! – grité - De acuerdo, pero no me vuelvas a pegar.

Separé mis muslos y ella continuó su faena por la cara interna de estos. Fue inevitable que, en sus pasadas, acariciara, queriendo o sin querer, mi ano y mis testículos, cosa que me hizo soltar un leve gemido.

  • ¿Qué te pasa? – me dijo curiosa.

  • Nada, nada. Es que está muy fría- mentí.

Ella no le dio demasiado importancia a mi respuesta y prosiguió su trabajo para terminar poco después untándome las piernas y los pies.

  • Venga, date la vuelta – dijo a continuación.

  • ¿Cómo? – respondí horrorizado.

  • Lo que oyes. Y rapidito que tenemos que ir a preparar la cena.

Me di la vuelta y cerré los ojos temiendo su reacción. Sin embargo, ella no dijo nada sobre mi más que notable “estado”. Aún con los párpados cerrados, noté como se volvía a sentar sobre mis piernas y como empezaba de nuevo por mi tronco superior. Entreabrí los ojos y vi que me miraba.

  • ¿Pasa algo Raúl? – me dijo con una sonrisa burlona.

  • No, no – le contesté intentando aparentar normalidad.

Ya que me había visto no tenía demasiado sentido que volviera a cerrar los ojos, así que los dejé abiertos. Mientras me untaba los pectorales, aproveché para observar el leve movimiento de sus pechos. Como buena profesional, fue bajando hasta llegar a la zona más comprometida, donde mi polla estaba en su máximo esplendor, con las venas hinchadas y la cabeza enrojecida por el roce de las sábanas. Lejos de asustarse, continuó como si nada, untándome los muslos y bajando paulatinamente hasta llegar a los pies, pasando de largo mi erección. Cuando terminó, puso su dedo índice encima de mi capullo y, con una sonrisa traviesa, me dijo:

  • Esto te lo untas tú.

A continuación, se levantó de la cama y, sin girar la cabeza ni darle mayor importancia a mi estado, me dijo que la siguiera, que prepararíamos la cena juntos. Mientras se alejaba pude observar, en una visión fugaz, como sus antes cerrados labios vaginales se habían abierto ligeramente, dejando entrever sus labios internos. Quizás ella no se había puesto tan cachondo como yo, pero sin duda sus caricias sobre mi cuerpo no la habían dejado indiferente, pensé.

Con mi polla apuntando al techo, la seguí hasta la cocina y la ayudé a preparar la comida. Si durante el mediodía ya había habido algunos roces entre nuestros cuerpos, ahora el contacto era continuo e inevitable. Más de una vez, me dijo, entre risas, que vigilara con mi aparato o acabaría lastimándola.

Minutos más tarde, cenamos tranquilamente y, después de los postres, nos echamos en las tumbonas a contemplar las estrellas mientras hablábamos de la agradable sensación y de la libertad de la desnudez.

Cuando la conversación ya decaía, mi madre, alegando que estaba cansada, se levantó y, después de darme los dos besos de buenas noches, se  fue a dormir.

Una vez desapareció dentro de la casa, aproveché mi soledad para empezar a masturbarme. Recostado en la tumbona, separé las piernas y empecé a jugar con  mi polla y mis testículos. Mientras me acariciaba, rememoré los excitantes sucesos del día: el cuerpo de mi madre tostándose al sol, sus movimientos desnuda en la cocina, sus pechos balanceándose a escasos centímetros de mi cara en la cama… Estaba a punto de estallar cuando recordé que a esa hora probablemente estaban dando porno en la televisión. Llevado por la excitación, me levanté con una erección de campeonato y decidido me dirigí al salón. Allí, me acomodé en el sofá y cogiendo el mando encendí la televisión. Rápidamente encontré el canal. En la pantalla apareció una tremenda rubia que la chupaba como una posesa a un tipo que hacía tremendos esfuerzos por no correrse. Imaginándome que ella era mi madre y que yo era el chico, me cogí con fuerza la polla y continué mi masturbación. Estaba tan concentrado tocándome que no me di cuenta de que una sombra se me acercó por detrás.

  • ¡Buuuuu! – gritó mi madre saliendo de detrás el sofá.

Sin poder evitarlo, di un salto del susto y casi me caigo al suelo.

  • ¡¿Pero qué haces?! – exclamé.

No obtuve respuesta. Mi madre se estaba riendo a grandes carcajadas.

  • A mí no me ha hecho gracia – continué.

Cuando al cabo de unos segundos logró controlarse, se disculpó.

  • Perdona Raúl, pero es que estabas tan concentrado mirando la pantalla que no he podido evitarlo. Solo he bajado a beber un vaso de agua. Tú puedes seguir con lo tuyo.

Sin decir nada más, pasó a mi lado y se fue directa hacia la nevera, donde abrió la puerta y cogió una botella del interior. Cuando se giró con la botella en la mano, me di cuenta de que estaba completamente empitonada, con sus pezones duros y enhiestos apuntándome descaradamente. Tal vez era culpa del frío del frigorífico, pensé, o tal vez no...

Al levantar la vista, se dio cuenta de que la estaba mirando.

  • Raúl, de verdad, sigue con lo que hacías. A mí no me importa – me dijo.

Si tengo que seros sincero, la verdad es que me daba un poco de corte continuar masturbándome delante de mi madre. Sin embargo, estaba muy cachondo, casi apuntó de llegar al clímax, y el morbo me pudo. Me acomodé nuevamente en el sofá y, fijando otra vez mi mirada en la pantalla, reanudé mi masturbación. De reojo, observé a mi madre, quién parecía que estaba en su mundo, buscando un vaso en el armario.

“Si ella pasa de mí, yo paso de ella” pensé un poco enojado de que no me prestara ningún tipo de atención. De hecho, no sé si fue por orgullo pero, al ver su indiferencia, comencé a pajearme a más velocidad. ¿Quería ignorarme? Pues le iba a dar un buen espectáculo.

De reojo, vi como, después de beber, dejaba el vaso en la pica y se acercaba hacia mí. Cuando tenía que pasar a mi lado camino de las escaleras, se paró y se sentó en el sofá, a dos escasos metros de mí.

  • ¿Pero qué haces?- le dije otra vez.

  • ¿Qué, no puedo sentarme en mi sofá a mirar la televisión? – contestó.

  • Haz lo que quieras – respondí tratando de mostrarme indiferente.

En ese momento, en la pantalla salía una hermosa chica a cuatro patas y un cachas dándole duro desde detrás.  La perspectiva de la tórrida escena iba variando y ahora se veía desde el punto de vista masculino. El delicioso culo de la chica, con las nalgas completamente separadas, se movía al ritmo de las embestidas. Escasos milímetros más abajo del ano, que se antojaba muy apetecible, una polla dura y venosa entraba y salía, entraba y salía levemente recubierta por un flujo espeso y pegajoso.

Tratando de obviar la presencia de mi madre, me concentré en mi trabajo. Sin embargo, noté un leve movimiento a mi izquierda que hizo girarme. Obviamente, era mi madre que había cogido el mando del televisor. Se encontraba apoyada cómodamente en el sofá con las piernas entreabiertas y parecía que la situación le gustaba. Desde mi posición no tenía una visión directa de su sexo, pero la colocación de su pierna derecha me dejaba entrever el lateral de su preciado coño.

  • ¡Ni se te ocurra cambiar de canal! – la amenacé al ver sus intenciones.

Ella me miró, primero a la cara y luego a la polla, que ya la tenía como un caballo desbocado.

  • No, no. Tranquilo – me respondió mientras subía el volumen y trataba de apartar su mirada de mi falo.

Los gemidos de la chica inundaron salón. Sorprendido y sin dejar de masturbarme ni un segundo, miré primero a la televisión y luego hacia mi madre, la cual parecía ruborizada ante el descaro y la pasión de la muchacha. Quizás con el propósito de estar más cómoda, se había movido levemente y, gracias a eso, ahora tenía una visión más directa de su sexo.

Dejé de observarla y volví a centrarme en mi tarea. Con las piernas notablemente separadas y sentado cómodamente, me aferraba con fuerza la polla. Mi mano subía y bajaba, recorriendo todo el tronco. Mi capullo, totalmente hinchado, brillaba cubierto de líquido preseminal, y mis huevos, moviéndose ligeramente por el ímpetu de la paja, colgaban cargados.

Sin poder aguantar mucho más, me corrí. Potentes chorros de espeso semen salieron disparados de mi capullo, aterrizando en mi barriga y dejando la zona llena de lefa. Con la mano totalmente pringada, continué acariciándome la polla, exprimiendo hasta la última gota, mientras miraba directamente y sin ningún tipo de vergüenza el sexo de mi madre.

Ella me observaba sorprendida, no sé si por mi atrevimiento o por la abundante corrida. Pese a su actitud aparentemente tranquila, su precioso coño empezaba a mostrar síntomas de calentura. Sus carnosos labios se habían abierto ligeramente y desde su rosado interior se percibía un cierto brillo delator.

Con el objetivo de romper la tensión sexual que flotaba en el ambiente, mi madre rompió el silencio.

  • Buf… Menuda corrida.

Yo no respondí. Me levanté con la polla todavía apuntando al techo y, totalmente decidido, me acerqué a ella. En la expresión de su rostro se percibía que no sabía muy bien qué hacer o hacia dónde mirar. Si bajaba los ojos se encontraba con mi polla, pero si los subía se encontraba con mi mirada, lasciva y obscena.

Cuando me encontraba a escasos centímetros de ella, me incliné y, apoyando una mano en su muslo, le di dos besos.

  • Buenas noches, mama.

  • Ah… buenas noches Raúl. – me respondió con la boca entreabierta y notablemente turbada.

Durante el movimiento, mi capullo rozó su pie y un fino hilo de semen quedó colgando entre los dos. Sin añadir palabra ni pedir disculpas por haberla manchado, me di la vuelta y subí las escaleras, dejándola sin saber muy bien cómo reaccionar.

Una vez arriba, me dirigí al baño, dónde, mientras me lavaba, reflexionaba sobre lo sucedido segundos atrás. Al terminar minutos después, salí al pasillo. La luz del salón continuaba encendida y aún se oían los gemidos procedentes del televisor. Intentando no hacer ruido, me acerqué a la parte superior de las escaleras y miré hacia abajo. Mi madre continuaba en el mismo sitio donde la había dejado, pero ahora estaba con las piernas completamente separadas. Pese a que mi posición no me daba una buena perspectiva de la escena, pude entrever como con una mano se acariciaba los pezones mientras con la otra jugaba con su coño. Aunque el respaldo del sofá obstaculizaba parcialmente mi visión, habría jurado que tenía dos dedos clavados en el interior de su vagina.

Delante de tal panorama, mi polla se volvió a alzar en cuestión de segundos. Esta vez no dudé. La cogí otra vez con fuerza y empecé nuevamente a masturbarme con ganas. No sé si fue por el cansancio o la situación, pero me corrí en unos pocos minutos escuchando los gemidos que salían de la televisión y que se escapaban tímidamente de la boca de mi madre. Para evitar ser detectado, volví al baño, cogí un trozo de papel higiénico y corrí a mi habitación. Me lavé  de cualquier manera la corrida y me eché en la cama. A los pocos segundos estaba durmiendo como un lirón.