Vacaciones en el chalet (1)

Hola, me llamo Raúl y os voy a contar la historia que me sucedió el verano pasado.

Hola, me llamo Raúl y os voy a contar la historia que me sucedió el verano pasado. Para poneros al día os diré que somos una familia madrileña compuesta por mi madre, mi padre, mi hermana y yo. Bien, ahora somos tres, ya que a inicios del años pasado (como os explicaré a continuación) mis padres se divorciaron.

Mi madre se llama Ana y, a sus 45 años, aun se conserva realmente bien. Es hija de un rico empresario, mi abuelo, por lo que la vida le ha sonreído dándole todo lo que quería. De hecho, solo trabaja 6 meses al año como secretaria de mi abuelo y, durante el resto de tiempo, cuida de nosotros y cuida su figura yendo al gimnasio a diario.

Mi padre se llama Juan y tiene 50 años. Al casarse con mi madre le tocó la lotería: una mujer rica, bella y divertida. Aun así, no supo aprovechar esta oportunidad que le daba la vida. En enero del año pasado, mi madre se enteró de su infidelidad con una chica de su oficina. Un mes más tarde ya estaban divorciados y mi padre de patas a la calle. Quizás diréis que soy muy frío pero se lo merece! Su relación con nosotros ya no era muy buena y la única que mantenía la alegría en casa era mi madre.

Mi hermana se llama Judit tiene 18 años. Es una chica muy linda, trabajadora, estudiante y que le apasionan las lenguas. Ya ha tenido varios novios y no me extraña. Mide metro setenta, posee una larga melena morena, unos ojos verdes preciosos y una sonrisa que parte corazones. Físicamente también está muy bien, tiene unos grandes pechos y un bonito culo respingón que es la envidia de mis amigas. Su pasión por las lenguas la ha llevado por todo el mundo. De hecho, el verano pasado, momento en que sucedió lo que os voy a explicar, ella estaba de viaje a Inglaterra.

Finalmente, el único miembro de la familia que falta describir soy yo. Soy un chico moreno, de metro ochenta a quién le apasionan los deportes. Yo, a diferencia de mi madre, no voy al gimnasio aunque si me cuido practicando fútbol tres veces a la semana. A mis 20 años me considero un chico normal con los mismos gustos de mis compañeros. Me gusta el fútbol, las consolas pero, sobretodo, las chicas ( y a quién no). He tenido dos novias, Elena y Sandra, con las que he pasados grandes momentos. Actualmente no tengo pareja desde hace un año y medio y mi mano no deja de sacar humo (ya me entendéis).

Pues bien, ahora que ya sabéis cuatro cosas de mi familia paso a narrar los acontecimientos que viví el verano pasado.

Cuando en junio terminé los exámenes de la universidad y mi hermana finalizó sus exámenes de bachillerato nos fuimos, mi madre, mi hermana y yo, a pasar las vacaciones en el chalet que tenemos en la isla de Ibiza.  Hacía años que no íbamos ya que siempre que podíamos los  cuatro (ahora los tres) viajábamos por todo el mundo. Ese verano, pero, mi madre decidió pasarlo allí. Su decisión fue fácil: mi hermana, dos días después de llegar a la isla, cogía un avión hacia Inglaterra, y según su opinión era injusto que yo y ella nos fuéramos de viaje sin Judit. Yo presioné para ir algún lugar, pero mi madre me dijo que ese año nos relajaríamos bajo el sol mediterráneo y que, al año siguiente, ya pensaríamos qué hacer.

Nada más llegar al aeropuerto de Ibiza cogimos un taxi que nos llevó, en unos cuarenta minutos, a nuestro chalet, próximo a la Cala Sant Vicent. El viaje hacia el chalet pasó volando. Mi madre no paraba de reír y comentar lo relajados que estaríamos en nuestra “casita” apartada en medio de un pinar. Detrás, mi hermana y yo contemplábamos el bello paisaje insular.

Nada más bajar del taxi, cogimos las maletas y nos dirigimos hacia la verja de la casa. El chalet, aún no era visible, ya que estaba oculto detrás de unos arbustos, pero, aún sin verlo, me di cuenta de lo bello que era el paraje. A unos quilómetros del pueblo más cercano, el lugar era perfecto para pasar un verano de piscina, sol y relajación.

Una vez dentro del patio vimos lo que ocultaban los arbustos: el edifico, blanco y con grandes ventanas que dejaban entrar la cálida luz estival, estaba en medio de un gran patio. En su lado sur había una valla que daba encima de un acantilado, donde las olas del mar rompían sin cesar.  El edifico estaba formado por dos plantas, la baja, donde había un gran salón con una cocina abierta y un pequeño lavabo, y la superior, lugar en que había cuatro habitaciones, un enorme lavabo y una gran terraza desde la que se podía acceder a los distintos cuartos y donde habían instalado un jacuzzi exterior.

Debajo de la gran terraza había una zona porticada donde comer protegidos del sol y, a su lado, había mi parte preferida, una gran piscina.

Tanto el jardín como la piscina presentaban un aspecto estupendo, con la hierba y las flores arregladas y el agua cristalina. Al entrar nos dimos cuenta que la casa también estaba limpia. Los suelos brillaban y en el ambiente flotaba un olor a lavanda.  No pude con mi curiosidad y se lo pregunté.

  • Mama, esto es increíble! Realmente la has acertado. Pero, si hace tantos años que no venías, quién ha mantenido el jardín y la casa en tan buenas condiciones?

  • Ves como tenía razón! Ya verás cómo durante estas vacaciones te vas a olvidar de todos los problemas! Ah, y la casa la cuida la familia de doña Carmen. Ellos se encargan de arreglar el jardín y mantener la casa en buen estado cuando nosotros no estamos.

Subimos al piso de arriba y nos repartimos las habitaciones. Mi madre cogió la más grande y yo y mi hermana cogimos dos de las restantes. A mi realmente me daba igual la habitación, todas tenían una gran cama de matrimonio, un tele y, además, tenían una vista perfecta de la piscina y el mar.

Esos dos primeros días, los pasamos preparando la casa para pasar los meses de julio y agosto. Por ejemplo, fuimos al pueblo más cercano (mi madre había alquilado un coche) a comprar todo lo necesario para no tener que salir muy a menudo.

De hecho, tampoco hicimos muchas cosas, pasábamos el día en la piscina esperando que pasaran los dos días para llevar a mi hermana al aeropuerto.

Mi madre desde el primero momento se puso en topless, cosa que no me extraño. Los anteriores viajes ya la había visto así y, además, tenía unos pechos grandes y con un pezón oscuro, que pese a su edad, continuaban combatiendo contra la gravedad. Por eso, ella los exhibía contenta y orgullosa. Mi hermana y yo los considerábamos normal pero ella mantenía puesto su bikini y yo mi bañador.

Finalmente, cuando mi hermana se marchó, empezamos realmente nuestra rutina de verano.

Yo dormía hasta que los ojos me petaban. Luego me levantaba, me ponía el bañador y directo a la piscina. Mi madre siempre hacía rato que estaba levantada y, de hecho, normalmente ya estaba preparando la comida. Desde que llegamos ella no se había vuelto a poner la parte de arriba del bikini, por esos no me extrañaba verla por toda la casa con las tetas libres.

Después de nadar un poco, ella me llamaba y comíamos en el patio, debajo la terraza, donde teníamos una mesa y varias sillas.

Por la tarde, yo continuaba en el patio (dentro de la piscina, tirado por el césped o acostado tomando el sol en una hamaca).

Mi madre, por su parte, también nadaba conmigo, leía en una hamaca o iba a dar una vuelta por el pinar que rodeaba la casa.

Al atardecer solíamos ir a correr para mantener nuestro buen estado de forma.

Finalmente, por la noche cenábamos en la terraza y, hasta la hora de ir a dormir, contemplábamos el cielo y hablábamos de nuestras cosas.

Todo cambio el día en que, por casualidad, me levanté antes de lo habitual.

Estaba echado en mi cama, sudando, mientras el sol entraba de lleno por la ventana. Mi madre había venido a subirme la persiana, pensé. Miré el despertador y eran las 9:30. Me quité los pantalones cortos que uso de pijama y me puse el bañador. A través de la ventana me llegaba el ruido de agua. Mi madre tenía que estar nadando.

Sin pensarlo, bajé las escaleras y salí al patio. Fui caminando hacia la piscina y vi que mi madre seguía nadando a su rollo sin darse cuenta de mi presencia.

  • Buenos días mama!

Ella se giró sorprendida.

  • Bu…Buenos días Raúl! Sí que has madrugado!

  • Pues la verdad es que sí! Ya no tenía sueño.

Mientras hablaba con ella vi que pasaba alguna cosa. Ella no dejaba de mirarme y, seguidamente, mirar hacia las escaleras de la piscina.

Curioso por ver que le preocupaba miré y vi que, al lado de la salida, había sus bragas del bikini enrolladas y mojadas.

Miré hacia ella riendo y le dije:

  • Qué, aprovechando que no estoy para nadar desnuda eeeeh!! Que pillina!

  • Bueno… sí! La verdad es que mi amiga Susan me lo contó y tenía ganas de probarlo. La sensación es increíble. Me siento libre como un pez.

Mientras hablaba con ella la miré de arriba abajo. La mitad de sus pechos salían del agua, con los pezones amenazante. Más abajo, pude ver, de forma borrosa, una mancha negra entre sus piernas. Recé que parara de nadar porque el movimiento de sus piernas no me lo dejaba ver bien.

Me tiré de cabeza y empecé a nadar. Ella pasó por mi lado dirección a las escaleras. Debajo del agua pude ver un culo aun blanco y respingón que se movía al ritmo de sus piernas.

No pude evitar sentir una cierta atracción y que mi polla empezara a tomar vida. Pero ella, para mi decepción, cogió las bragas y, sin salir, se las puso. Luego, salió de la piscina y, a paso firme, se fue hacia la cocina.

El resto del día no pasó nada excepcional. Aun así, cuando me fui a dormir, no pude quitarme de la cabeza esa mancha negra y ese culito respingón.

A la mañana siguiente, me levanté temprano para ver si tenía suerte y podía volver a disfrutar de las vistas. Pero cuando llegué a la cocina, había una nota indicándome que se había ido con el coche a hacer la compra de la semana.

Aprovechando que no estaba, me quité el bañador, dejándolo al lado de la escalera, y me puse a nadar desnudo. Realmente la sensación era indescriptible. Mi polla nadaba libre y mis huevos eran acariciados por la dulce agua fría. Sin poder evitarlo, tuve una erección. Mientras disfrutaba de esta sensación, mi madre apareció por la puerta de la cocina con las tetas al aire, dispuesta a bañarse.

Esta vez la situación era inversa. Yo dentro de la piscina desnudo y ella riéndose desde fuera.

  • Que Raúl! Por lo que veo ayer te di envidia no?

  • Pues sí! La verdad es que aprovechando que no estaba quería probarlo.

  • Ah que es genial? –me dijo.

  • Sí! Me encanta!

  • Pues disfrútalo.

Traviesa como ella sola, corrió hacia la escalera y cogió el bañador. Con una sonrisa en su cara, se fue a la cocina y volvió sin él.

Luego, de un salto, se echó dentro de la piscina. Nadó un rato y luego salió, dejándome con cara de tonto dentro del agua.

Al cabo de un rato, que a mí se me hizo eterno, me llamó para que fuéramos a comer.

  • Vale! Ya salgo, pero dame el bañador.

  • Ni hablar! No dices que estás tan bien desnudo! Pues disfruta del aire entre tus PIERNAS!- se empezó a reír.

Así que me vi obligado a salir desnudo. Con las manos me tapé la polla, para que ella no viera nada. La erección hacía rato que se me había pasado, pero, no sé si fue por la sensación de estar desnudo delante de mi madre o por notar el aire en mis partes, que se me empezó a levantar.

Mientras hacía esfuerzos para taparme, me dirigí a la casa en busca de ropa, pero mi madre me lo impidió.

  • No, no! Primero comemos y luego ya te vistes. Que se va a enfriar la comida.

Me senté y empecé a comer. La situación era surrealista. Yo desnudo, con media erección, y mi madre con los pechos al aire apuntándome.

Cuando terminamos de comer, me levanté para ir a coger, ahora sí, el bañador.

  • ¿Dónde vas Raúl?

  • A ti que  te parece. A coger el bañador!

  • Pero no estar mejor así! Venga, anímate!

Resignado me giré y, de espalda a ella, me tiré a la piscina. Nadé un rato mientras ella cogía un libro y se ponía a leer en una hamaca próxima.

Cuando ya llevaba una hora y estaba cansado del agua, salí, ya sin dar importancia a que mi madre me viera desnudo.

Ella dejó el libro a un lado, me miró de arriba abajo y sonrió.

  • Veo que al fin has superado tu vergüenza. No sé de qué te avergonzabas. Tienes un cuerpo muy bonito. Y si es por tu polla, tranquilo. Ya sé como son y no me voy a asustar.

Yo estaba alucinando. Mi madre me había incitado a ir desnudo y ahora había dicho “polla” refiriéndose a la mía.

  • Estoy muy cómodo pero ¿qué pasa si se me empalma? Me moriría de vergüenza.

  • No les des importancia. Yo no se lo daré. Tú actúa normal y ya está.

Cada vez estaba flipando más. Al fin, me armé de valor y le dije.

  • ¿Y ahora qué? Tú ya me has visto pero yo no. ¿No dices que tenemos que superar la vergüenza? El otro día que estabas desnuda saliste por patas.

  • Bueno, ya me lo pensaré.

La tarde la pasamos así, yo desnudo echado en una hamaca y ella leyendo y nadando.

A la hora de cenar ya no me preocupé y continué desnudo, disfrutando del clima mediterráneo.

Cuando nos fuimos a dormir, nos dimos dos besos de buenas noches. Fue inevitable que mi polla chocara con sus bragas del bikini y que sus pechos se aplastaran contra mi pectoral.

Subí las escaleras y me acosté desnudo en mi cama. A partir de ahora no volvería a vestirme para nada.

Echado empecé a recordar. Mis pensamientos, junto con el aire que se filtraba por medio de la persiana y me acariciaba el cuerpo, me pusieron a cien. No pude evitar recordar todas las sensaciones de día y empezar a tocarme.

Me corrí como hacía tiempo que no recordaba. Cuando me iba a limpiar me di cuenta que no había cogido papel. ¡Mierda!, pensé.

Me levanté de la cama con la polla erecta y la mano y la barriga llena de semen y me dirigí al baño.

Cuando iba a abrir la puerta, salió mi madre del interior.

Iba vestida con un camisón blanco semitransparente que le llegaba por debajo de las nalgas y que dejaba ver la forma de sus pechos y, si te fijabas bien, el color de sus pezones.

Ella me miró a la cara y luego bajó la mirada.

Mi polla aun estaba hinchada y de la punta aun salían algunas gotas de semen.

Me morí de vergüenza y me preparé para la bronca, pero ésta no llegó. De hecho, se empezó a reír a carcajadas.

  • Veo que te lo has pasado muy bien, no?

  • Mmm…sí… bueno… todo el día desnudo. Ya sabes.

  • Venga, entra y límpiate.

Entré y cogí papel. Me empecé a limpiar mientras mi madre observaba desde la puerta.

Cuando finalicé, me volvió a dar dos besos de buenas noches.

Mi polla morcillona pasó por debajo del camisón y notó una sensación rara. No sé si era la tela de las bragas o los pelos de su coño.

Me dio las buenas noches y, guiñándome un ojo, me dijo que no me portara mal. Luego se fue hacia su habitación.

El camisón se movía sensualmente y dejaba ver la forma de su cuerpo. Yo me fijé por ver si llevaba bragas y, lo único que vi, fue el inicio de sus nalgas. O llevaba tanga o iba desnuda debajo de esa fina tela.

Cogí papel y me fui a mi habitación. No podía dejar pasar esa oportunidad. Me volví a pajear pensando en esas nalgas e imaginando que mi polla había tocado los pelos de su coño.

Continuará…