Vacaciones en el campo

Fui al campo de vacaciones y en soledad cumplí con una fantasía que alguna vez me imaginé al leer una revista porno.

Vacaciones en el campo.

Acepté la invitación de mi cuñado para pasar el verano en su estancia de La Pampa. Estaba cansada del trajín de la ciudad. Quería disfrutar de la naturaleza y la vida al aire libre.

Emprendí el viaje entusiasmada y con el deseo de aprovechar los días y cambiar la rutina. Quería experiencias distintas, novedosas y fuertes. Andar a caballo, gozar galopando al viento. Bañarme en la laguna. Escuchar el trino de los pájaros y el ruido nocturno de los animales y el viento meciendo las hojas de los árboles. Ese incomparable e inconfundible olor de la tierra húmeda, que tantos recuerdos me traían de la niñez.

Me esperaban mi hermana y mi cuñado en la estación, felices con mi decisión, y de allí nos dirigimos al campo donde arribamos al mediodía.

Me instalé en un dormitorio amplio que poseía un baño en suite con un jacusi enorme que invitaba a disfrutarlo en cualquier momento. Un ropero antiguo, una cama de dos plazas, dos mesas de luz, todo de estilo rústico, que hacían del aposento un ámbito distinguido y acogedor. Un amplio ventanal me permitía ver desde allí la grandiosidad de la pampa y la belleza del campo florecido en el verano, y la libertad de los animales pastando, sobretodo los caballos que siempre me atrajeron por su porte y su nobleza de los que guardaba el mejor de los recuerdos.

Alejado del casco principal, estaba la casa del capataz y su mujer, y al costado de la misma un galpón, y el establo donde los caballos pernoctaban para iniciar temprano las tareas rurales.

Mi cuñado me presentó al capataz y a los peones y les instó a darme un par de caballos de montar mansos y dóciles, para pasear y recorrer la estancia durante mi permanencia.

Así fue que me ensillaron un alazán y un zaino para distintos días que resultaron hermosos, porque así como yo aprendí a quererlos, sentí que ellos me comprendían y nos llevábamos de maravillas. Eran briosos, pero a la semana se dejaban ensillar y acariciar por mis manos y recibían su ración de comida y golosinas por su fajina diaria que me encargaba personalmente de ofrecerles. Parecían esperarlas cuando los desensillaba y los llevaba al establo.

A partir de allí me encargué de lavarlos y prepararlos para el día siguiente prescindiendo de los peones.

Una de las razones de mi estadía era la de permanecer en la finca mientras mi hermana y mi cuñado se iban de vacaciones a Mar del Plata cuidando sus bienes y por ello a la semana quedé sola en la casa principal. Estaba feliz. Disfrutaba de la naturaleza en soledad. Los caballos eran mi compañía. No me faltaba nada o sí. Hacía tiempo que no disfrutaba de relaciones sexuales. Mis últimas experiencias me habían frustrado.

Una mañana me desperté con el relincho de un padrillo que iba a servir a una yegua en celo. Me levanté presurosa para observar el acto de procreación entre dos animales que respondían a sus instintos. Nunca lo había visto.

Me apoyé en el aljibe a unos diez metros del potrero donde el padrillo comenzó a cortejar a la yegua que finalmente se paró y abrió sus patas traseras abriendo las ancas. Observé como el padrillo desplegaba su verga que debía medir como 70 centímetros, y luego de montarla por detrás, la penetró después de dos intentos infructuosos. La yegua emitió un relincho, pero no se apartó hasta pasado un tiempo, en que el padrillo derramó todo el semen en su matriz. Era una visión fantástica y yo instintivamente llevé mi mano a mi pelvis tocando la vulva llevada por la calentura de ver semejante verga irrumpiendo en la matriz de la yegua, que luego se retiró satisfecha.

Me alejé confundida y busqué en el jacusi aliviar mis tensiones. Llené de agua la bañera, y mientras cerraba los ojos comencé a masturbarme suave y profundamente introduciendo en mi vagina un consolador enorme que previsoramente había traído con mi equipaje. El jabón facilitaba el vaivén aunque no era necesario, la visión y la fantasía del semental cogiéndome fueron más que suficientes para gozar de un orgasmo prolongado, Me bañé y cené para luego acostarme e idear como hacer realidad mi fantasía. Alguna vez lo había visto en revistas y porque yo, no podía consumarla. Sería capaz mi concha de albergar tamaña verga. Solo probando podría comprobarlo.

Al día siguiente mientras ensillaba al zaino que me parecía más manso comencé a acariciar los testículos y ante mi sorpresa observé como aparecía y se desplegaba la verga. No se molestó Titán, que así se llamaba, y sabiéndome sola en el establo tomé la verga con mis manos y apresuré el movimiento. Era suave la piel y la cabeza enorme y apenas me cupo cuando la llevé a mi boca. Comencé a lamerlo y de pronto derramó torrentes de semen que me atragantaron e hicieron que retirara la verga para contemplar la leche caer sobre el fardo de heno. Eso no sería todo, quería más, podía introducirme la verga en mi concha y gozar, pues me di cuenta que sería capaz de soportarla a pesar de sus dimensiones.

Estuve pensando como sería la mejor forma para sentir esa experiencia única. Dos días después acomodé un fardo de pasto bien mullido pero firme. Noté a Titán inquieto cuando me aproximé y volví a repetir las caricias en sus testículos, parecía presentir lo que yo necesitaba. Desplegó rápida y totalmente la verga, la refregué entre mis senos y ya caliente, ansiosa y desbordada por el deseo, la besé y la coloqué a la entrada de la vagina entre abriendo la vulva húmeda y pegajosa. Lo ayudé abriendo el orificio y el animal instintivamente, me la metió dilatando las paredes y provocando un grito de dolor que no pude contener. Me agité e hice que se moviese causándome un inmenso placer. La leche cálida y abundante llenó mis entrañas. Era una cogida bestial en toda su expresión. Parecía no terminar nunca, entonces en el paroxismo de la calentura, la saqué de la concha y coloqué su verga en el ano e hice que me penetrara. También se mezclaron el dolor y el placer hasta que exhausta y satisfecha me retiré luego de vestirme. Fui a la casona donde tomé un baño de inmersión y comprobé la dilatación del orificio anal y la vulva irritada por la enorme verga del semental. Quedé satisfecha y feliz de haber consumado en los hechos mi fantasía, aunque de ahí en más no me conformaría con un miembro común.

Munjol hjlmmo@ubbi.com