Vacaciones en el bosque

Mientras disfruto de unas tranquilas vacaciones en el bosque, me cruzo con dos simpÃticas muchachas.

Vacaciones en el bosque Me encontraba yo disfrutando de unas breves vacaciones en la montaña, gratis a la cabaña de un colega que en esos momentos estaba fuera del país, por negocios. La zona me encantaba, pues era un sinfín de hermosos parajes, bosques, lagunas y cascadas, donde se respiraba tranquilidad y bienestar por todas partes. Como cada día, tomé mi bicicleta y salí a hacer unos cuantos kilómetros. Pero ese día hacía más calor del habitual, y antes de iniciar el retorno hacia la cabaña, descubrí una pequeña cascada que no había visto hasta aquel día. Dado el calor y el cansancio acumulado tras pedalear durante un par de decenas de kilómetros, pensé que no sería mala idea hacer una parada allí y disfrutar de la reducida y acogedora piscina natural que había allí formada. Si bien en la zona lo raro habría sido encontrar a persona alguna, más aún con intenciones de robar las pocas posesiones que llevaba encima, tomé la precaución de separar la bicicleta de ropa y llaves, solo por si acaso. Me despeloté sin ningún pudor y me zambullí en el agua, realmente fría, que hizo que se me encogieran las pelotas hasta el tamaño de diminutas canicas, si bien el shock inicial se convirtió en una excepcional sensación de relax pasados unos minutos. Justo bajo la cascada, había unas rocas en las que podría relajarme durante un rato. Sin apenas darme cuenta, caí dormido, y no desperté hasta unos minutos más tarde, cuando oí voces. Se trataba de dos chicas jóvenes que parecían andar inmersas en alguna ruta en bicicleta por la zona, pues las bicis iban ataviadas con alforjas y ambas llevaban mochilas que aparentaban ser bastante pesadas. Las dos estaban en mi misma situación: completamente desnudas. Una de ellas tomaba el sol tumbada sobre una gran piedra, yaciendo al lado de su bikini, del que debía haberse despojado minutos antes. El bikini de la otra chica se encontraba colgando de unas ramas de un árbol cercano a la orilla, mientras la chica rebuscaba algo en su mochila. La que se encontraba tumbada al sol era considerablemente más bajita que su amiga, tenía una corta melena teñida de rojo rubí y, al menos desde mi posición, se le apreciaban un par de pechos realmente espléndidos, de aureolas oscuras y amplias, con los pezones desplazados hacia arriba, y aparentemente, duros. Como sus piernas no estaban separadas, aparte de un poblado pubis de pelo moreno poco más podía intuir. Desplacé la mirada para deleitarme con la otra muchacha, de larga melena de color castaño, piernas fuertes, caderas anchas y un trasero con forma de pera muy apetecible. Sin embargo, no la localicé. Me moví hacia un lado, pues la cascada, al mismo tiempo que impedía que me vieran, me impedía también ver a mí. Entonces, tal vez propiciado por el shock de ver que la joven acababa de descubrir el matorral tras el cual había dejado mi bicicleta, perdí el punto de apoyo, resbalé, me golpeé la cabeza contra una dura roca (si es que hay rocas blandas) y caí al agua alertando a las dos chicas. Como cazador no tengo precio, de eso no hay duda. Aunque alteradas inicialmente, no parecieron asustarse en cuanto comprobaron de qué se trataba, ni tampoco excesivamente pudorosas. Las saludé tímidamente e intenté presentarme, no sin cierta torpeza, entablando charla con la que estaba tomando el sol sobre la roca. La conversación se desplazaba dando tumbos, sin demasiada suavidad. Antes de que pudiera enterarme de que estaban siguiendo una ruta en bicicleta del Camino de Santiago, escuché desde el otro extremo. - Alicia, mira esto! - exclamó la chica de pelo largo mientras agitaba mis pantalones con una mano. - Anda, resulta que estamos en igualdad de condiciones, ja! - respondió la otra divertida. La morenita se había incorporado y se abrazaba a las piernas encogidas, lo que me impedía ver sus pechos, pero me dejaba una espectacular primera plana de su raja. Mis ojos casi no podían apartarse de semejante punto, aunque me esforzaba por mirarla a ella directamente a los ojos. Sin quererlo ni beberlo, la situación me estaba empezando a poner cachondo. Estaba tan ocupado alternando la mirada entre sus profundos ojos verdes y su rajita sonrosada de labios prietos que apenas advertí la zambullida de su amiga, que en dos rápidas brazadas (la laguna tampoco era excesivamente grande), se situó a mi lado, colgándose de mis hombros. Sentí sus pechos, más pequeños que los de su amiga, apretarse contra mi espalda, al tiempo que sus manos me rodeaban el torso y sus fuertes piernas se entrelazan con las mías. Me hundí, tragando una considerable cantidad de agua. No me estaba seduciendo, me acababa de hacer una buena ahogadilla. Cuando emergí, solo escuchaba sus risas. - Hay que ver cómo eres, Elena. Entre toses, aproveché para echarle una mirada más detallada a Elena. Sus pechos eran ciertamente más pequeños, y su piel bastante más clara que la de Alicia. La distracción fue aprovechada por la chiquita de pelo rojo, que se tiró encima de mí, haciendo que volviera a tragar más agua que los peces. No se pueede decir que sea un hombre-pez, nunca me desenvolví muy bien en el agua, así que entre las dos se fueron turnando para hacerme una ahogadilla tras otra, hasta que al final conseguí alejarme, dispuesto a salir del agua, pero cuando estaba apunto de salir, reparé en la considerable erección que tenía entre las piernas. Ellas también se dieron cuenta, y empezaron a reír y burlarse. - Mmm, no sabía que hubiera serpientes por esta zona, vamos a tener cuidado de que no nos piquen. - Que no, tonta, que es un submarino, no ves el periscopio cómo asoma? Me metí otra vez dentro del agua, pero me mantuve alejado de ellas. Elena le susurró algo al oído a Alicia, que asintió mientras dejaba escapar una risita nerviosa. En otro momento, me habría avalanzado sobre ellas, pero me encontraba en desventaja prácticamente desde el primer momento, no tenía la situación en absoluto bajo control, y no estaba cómodo. Afortunadamente, ellas sí se encontraban completamente cómodas, y supieron arreglar el desaguisado, aunque a mí me había dejado fuera. Elena se volvió y empezaron a morrearse en mitad de la laguna, solo deteniéndose a ratos para echarme un ojo y comprobar que seguía allí, con la mandíbula desencajada y la polla fuera de sí. Tras unos minutos de intenso ajetreo bucal, se volvieron hacia mí, con unas miradas completamente lujuriosas. - Bueno, qué, no te vas a unir? No me lo pensé ni por un instante. Me zambullí y me puse a su lado a la rapidez del rayo. Alicia me ofreció su boca y no la rechacé. Nuestras lenguas se encontraron y se hicieron amigas al instante, más que amigas, realmente. Sentí al mismo tiempo cómo las manos de Elena se apoderaban de mi verga y me pajeaban bajo el agua. Mis manos eran incapaces de abarcar la situación, no sabía dónde ponerlas, si en el culo de Alicia, en sus tetas, en el coño de Elena, ... Me encontraba completamente a su merced. Elena desapareció bajo el agua y sentí cómo algo más cálido se apoderaba de mi miembro. Mis ojos se abrieron como platos. Me separé de Alicia abruptamente, sobrepasado por la situación. Un profundo y ronco gemido salió de lo más profundo de mi ser. Aquella mamada era increíble. Alicia se reía en mi cara, aunque el brillo libidinoso de su mirada permanecía intacto. Le dio una patada amistosa a Elena, apartándola de mi rabo. - Pero serás guarra, tía, siempre llevándote a la boca lo primero que encuentras. Me rodeó la cintura con las piernas y se apretó contra mí. Sentí sus pezones erguidos clavarse contra mi pecho, y también mi verga rozando contra su vientre. Unos dedos juguetones caracoleaban por el capullo. Ladeó la cabeza y me susurró al oído: - No te puedes imaginar lo cachonda que me pones. Acto seguido, me mordió el lóbulo de la oreja y pasó a lamerme el cuello, la mejilla, y otra vez a meter la lengua en mi boca. Bajo el agua, intentaba colocar mi polla con la mano a la entrada de su vagina, sin éxito. En ese momento, siento en la nuca otra lengua, la de Elena, que no se va a dar por vencida tan pronto. Sus manos se añaden en la pugna por mi verga. Cuatro manos bajo el agua luchando por apoderarse de mi rabo y mis pelotas. Ocasionalmente, noto cómo la mata de pelo de Alicia me roza el miembro, pero no consigue atinar. Yo me encuentro tan perdido entre las sensaciones de sus besos y lametones que no puedo hacer nada por ayudar. Soy un muñeco a su merced. Finalmente, éxito. Mi verga se mete en un sitio caliente, muy caliente. El agua dificulta la penetración, diluyendo los flujos, pero aun así consigue entrar hasta medio camino. Alicia se derrumba sobre mí y me muerde el hombro. Me agarra del culo y hace que la penetración sea completa, hasta el fondo. Lentamente, va saliendo, y repite la operación. Algo inesperado sucede entonces, cuando siento algo en mi retaguardia. Elena, que ha perdido la primera batalla, no tiene más ocurrencia que meterme un dedo por el culo. Intento quejarme, aunque no consigo hacerme entender. A pesar de la dificultad del agua, la follada que me está pegando Alicia me tiene absorto. El dedito de Elena incluso podría decir que está contribuyendo a mi placer, aunque no lo reconocería ante notario. Siento entonces una extraña sensación de calidez en toda la entrepierna, como cuando te metes en la playa para soltar una buena meada, que notas el cambio de temperatura al momento de quedarte bien a gusto. La sensación fue exactamente la misma, pero acompañada por unos escandalosos gemidos por parte de la pequeña chica de pelo rojo. Más tarde, comprobaría mis sospechas. Durante los siguientes segundos, la calma se apoderó de nosotros, pero casi sin tiempo de reaccionar Elena empezó a besarme. Nuestros labios quedan sellados y nuestras lenguas se engarzan en un dueto sin igual, fundiéndose por momentos. Alicia, tras degustar las delicias de su orgasmo, aparece más calmada y servicial. Me pajea lentamente con una mano y acaricia el pecho de Elena con la otra. No tarda en enrutar mi verga hacia el coño de su amiga, desconocido para mí, pues no había llegado a verla de frente fuera del agua. Me llaman la atención las sensaciones que me transmite mi verga por el camino, diferentes a las recibidas cuando vagaba por la región púbica de Alicia. Suave, suavísimo, nada de pelo. Completa y absolutamente rasurada. Esta vez, con la ayuda de una mamporrera de lujo, resulta mucho más fácil entrar a la primera. Nuestras bocas permanecen unidas, y los movimientos de su lengua me transmiten la tensión del momento. Espira profundamente durante un par de ocasiones, justo hasta que mis pelotas hacen tope. Ahoga un gemido mientras mi lengua explora ávida su boca. No la dejo apartarse y sigo comiéndole la boca. Se mueve menos que Alicia, aun con la ayuda de esta, pero cada penetración la disfruta al máximo. Intento aumentar el ritmo, pero me doy cuenta de lo difícil que es culear dentro del agua. Continuamente, la polla se me sale y resbala por su cuerpo, y en su interior, no se desliza con la suavidad deseada. Harto de la situación, decido sacarla del agua, así que nos movemos hacia la orilla. Aprovecho el momento para contemplar sus cuerpos en todo su esplendor. No puedo ni creer que me esté zumbando a ese par de bomboncitos. Hago que Elena se ponga a cuatro patas, a lo cual acepta sin poner reparo ninguno. Le meto un dedo para comprobar su estado de lubricación, aunque la holgura de su raja me deja meterle dos y tres sin problema. No puedo resistirme, me agacho y le lamo el bollo. Aunque de labios hermosos, es abierto y se diferencian las capas sin problema. Lo saboreo durante unos intensos minutos, y cuando su sabor se hace más intenso e inconfundible, me decido a penetrarla. A pesar de tener la boca libre ahora, Elena ahoga continuamente los gemidos, y apenas pequeños jadeos escapan de su boca. Desde luego, es mucho más discreta que Alicia, a la que sería imposible follarse en un baño sin que se enterase todo el mundo en un kilómetro a la redonda. El sonido de mis pelotas golpeando con su cuerpo llena el área por completo. Aprovechando la postura, me agacho y agarro sus tetas con vicio, estirando sus pezones. Cada vez que la taladro, en mi cabeza coge más y más fuerza la idea de cambiar de agujero. Empiezo a juguetear con un dedo por su ano, de hecho, y Elena no se da siquiera por aludida. Es dócil como un cachorrito, en esos momentos sería capaz de aceptar cualquier cosa que le propusiera. Al primer dedo le sigue otro. Pero antes de que pudiera intentar meter el tercero, empieza a correrse. Entierra la cabeza entre la hierba y suelta un grave gemido, mientras con las manos toma puñados de tierra. Se deja caer y rueda por el suelo hasta quedar boca arriba, resoplando con una sonrisa de oreja de oreja. La llama de sus ojos se va apagando poco a poco. Lo que no consigue apagarse es mi erección. Inexplicablemente, por cierto, que yo soy de cinco minutos y con cuidado. Por alguna razón, el agua ha actuado de retardante. Pero ahí está Alicia para remediarlo. - Chico, no veas qué aguante. Dónde te has metido todos estos años? Ironías de la vida. Si me hubieran dado un euro por cada vez que una chica me decía "Pero ya?", podría habérmelos gastado en porros. Se puso de rodillas a mi lado y se metió mi verga en la boca. Me hizo el molinillo, el invertido, el tornado y el inglés borracho, y yo estaba que no sabía ni cómo me tenía en pie. Mi polla aparecía más hinchada que nunca. Tres cuartos o más de mi sangre debía acumularse en las venas de mi miembro. Alicia se atragantó dos veces, y no porque la tenga grande, sino porque parecía más bien torpe a la hora de chupar, pero iba a terminar por sacarme la leche, aunque solo fuera por empeño y ganas. Empecé a sentir que mis espermatozoides se ponían en marcha, y así se lo hice saber de antemano. Se quedó delante de mí, pajeándome con una mano y con la lengua fuera, al más puro estilo película porno, como una guarrona cualquiera. Eso me puso más cachondo y un lefotazo salió disparado desde la punta de polla, completamente descontrolado. El primero, el más espeso, el más consistente, directo al ojo, como un gancho de derechas. - Joder! - exclamó Alicia indignada. A mí me entró la risa floja mientras mi polla seguía escupiendo leche y le dejaba la cara hecha un mapa. Elena, tirada en el suelo, también se descojonaba. - Te está bien empleado, por guarra - les espetó entre carcajadas. - Pues a mí no me hace ni puta gracia - respondió Alicia -. Joder, cómo escuece! Descansamos durante un buen rato, tomando el sol y dándonos algún improvisado chapuzón cuando el calor apretaba demasiado. En esas estábamos, cuando veo a Alicia tomar impulso para subirse a una roca y salir del agua. Su coñito quedaba totalmente expuesto desde atrás. Las gotitas de agua le daban un toque de lujo, brillando bajo el sol. No pude evitar volver a sentir otra erección. Sin embargo, lo que más yo quería era comerme ese bocado. Su coñito, al contrario que el de Elena, sí era de los cerraditos, de labios finos y sonrosado. Su clítoris era de los tímidos, escondido bajo los distintos pliegues de piel. En una posición normal, su coño no era más que una leve rajita que podría pasar desapercibida a ojos inexpertos. Se acababa de tumbar, y yacía boca arriba bajo el sol, con los ojos cerrados. Me puse entre sus piernas, acerqué la lengua y empecé a lamer la zona, como un animal bebiendo en la orilla de una charca. Se tapó la cara brevemente y me lanzó una miradita. Una hermosa sonrisa se dibujaba en su cara. Yo seguí a lo mío. La punta de mi lengua delimitaba la delgada línea de su rajita de arriba abajo, transgrediéndola ocasionalmente por distintos puntos. A continuación, apretaba los morros y daba fuertes lametones, o atrapando sus labios entre los labios, estiraba levemente los mismos. Mis dedos se enredaban en los pelillos de su pubis, mientras el pulgar ejercía una presión en la parte superior de su rajita. Con la otra mano, separaba los labios y dejaba vía libre para que la lengua pudiera explorar su interior sin apenas impedimentos. Su perla aparecía tímida ante mis ojos, y mi lengua se volcaba en elogios hacia la misma, dedicándole los mejores cuidados. Tras unos pocos minutos de intensa dedicación, ya empecé a sentir que aquella chica era más húmeda de lo normal. Sus flujos no dejaban de aflorar al exterior, los cuales los recogía sin excepción con mi lengua. Pero lo que no me esperaba era lo que estaba por llegar. El cuerpo de Alicia se tensó. Un dedo hurgaba en su interior mientras otro estiraba un labio y mi lengua daba pequeños golpecitos en su clítoris. Alicia sufrió una convulsión y un chorro de flujo tibio salió expulsado. Aquella pequeña muchachita morena se estaba corriendo en mi cara, literalmente. Me estaba devolviendo el lefotazo en el ojo. Otra convulsión y otro chorrito menos copioso salió a presión directo hacía mí. Quedaba aclarada mi duda de qué había sido esa calidez que en el agua había sentido en el anterior orgasmo de Alicia. Ni qué decir tiene que casi disfruté tanto aquel orgasmo como ella. El sol ya comenzaba a descender en lo alto, y ambas chicas aceptaron gustosas mi invitación a comer en la cabaña. El culito de Elena era mi asignatura pendiente, y tenía firmes intenciones de aprobarla esa misma tarde. Además, quería volver a ver cómo Alicia se corría en mi boca. Desde luego, fue un día realmente espléndido, en todos los sentidos.