Vacaciones en Cullera

Elsa y su marido disfrutan, como todos los años, de sus vacaciones en la costa mediterránea: sol, playa, tenis, mojitos y sexo. Pero este año Elsa ha encontrado otros métodos de diversión.

Todos los años, en el mes de agosto alquilamos un apartamento en Cullera, alejados del bullicio. Está ubicado más allá del faro. Para quienes conozcan la zona, —como ya saben— esa área no está tan masificada y el exceso de gente no es un problema, puesto que es una zona residencial más allá de la ciudad.

Nosotros solemos bajar a la playa de buena mañana, cuando hay poca gente y los rayos del sol son menos dañinos. Después, por la tarde, lo mismo. No me gusta ponerme negra como el tizón.

Hoy, al mirar al horizonte y contemplar la vasta extensión de agua, la superficie se asemeja más a un gigantesco recipiente de aceite, que al agua del mar. No hay olas, excepto las pequeñas que rompen con timidez en la orilla, producto de la dirección del viento que es de poniente, y eso precede a un día que va a ser tremendamente bochornoso.

Después de extender las toallas en el suelo nos colocamos la crema protectora y mi esposo se tumba boca abajo para retomar el sueño que le fue interrumpido por mis ansias de un sexo mañanero. Pienso que es la mejor forma de empezar el día, después de haber liberado endorfinas porque te ayuda a afrontarlo con energía y positividad.

Viéndole, cualquiera diría que no ha dormido en toda la noche. Me quito la parte de arriba del bikini, no me gusta que se me queden las marcas del sol, y mientras me aplico la crema protectora, caigo en la cuenta de que dos jóvenes no pierden detalle de mis frotamientos, o de mis pechos, o más bien, de ambos. Yo sigo a lo mío hasta que vuelvo a levantar la vista y compruebo que siguen escrutándome, incluso diría con cierto descaro, por lo que vuelvo a mi tarea intentando no hacer demasiado caso de sus indiscretas miradas, hasta que considero que mi piel ya ha absorbido la crema. Entonces lanzo una última y furtiva ojeada comprobando la insistencia de los jóvenes de las hormonas revueltas. Me doy la vuelta y me pongo boca abajo imitando a mi esposo. Me siento observada, pero intento pasar del tema. Abro la página del libro donde lo dejé la noche anterior y retomo mi lectura.

No soy de las que puede estar horas tumbada al sol. Yo necesito levantarme de vez en cuando, darme un baño y atemperar mi piel, así que le digo a mi marido que voy al agua y él responde con un gruñido, pero sin interrumpir su sueño, ni tan siquiera hace mención de levantar la cabeza. Antes de incorporarme vuelvo a colocarme la parte de arriba del bikini porque no me apetece que a mis admiradores les caiga la baba mientras camino hasta el agua, y cuando me llega a la altura de las caderas, me doy la vuelta y observo a mis seguidores oteando el horizonte, es decir, a mí.

Al salir del agua regreso sobre mis pasos hasta mi toalla, y pese a que a todas las mujeres nos gusta que nos miren, estoy empezando a sentirme acosada por los dos jóvenes. Deben rondar entre los veintiocho o treinta, no sabría decir. Esta vez no me quito el sujetador. Pienso que ya se han deleitado bastante examinando mis atributos, incluso diría que ya conocen cada sinuosidad. Supongo que para ellos, una mujer madura de cuarenta y tres años bien conservada es una exquisitez para sus ojos.

Por mi parte he de reconocer que son bastante atractivos, y por qué no decirlo, también guapos. Uno es rubio y el otro moreno y por ello decido llamar al rubio Zipi y y al moreno Zape.

No me apetece pasar por donde están ellos, pero es el camino que debemos retomar para regresar. Mi ración mañanera de sol ya la tengo cubierta y no quiero quemar mi piel. Por la tarde bajaré de nuevo. Al pasar por su lado sus miradas se vuelven más discretas, pues el hecho de que mi marido pueda darse cuenta los hace ser más precavidos, de todas formas, Zipi me dedica una traviesa sonrisa al cruzar por su lado, Zape, sin embargo, sigue embelesado con las curvas que dibuja el pareo que me he atado alrededor de la cintura. Mi marido no se ha percatado, o eso creo.

Estoy segura de que mientras nos alejamos sus ojos permanecen sin pestañear. Puedo notarlo, pero no me doy la vuelta.

Después de comer nos echamos un rato a hacer la siesta. Tiramos de ventilador porque la brisa de levante hoy no existe. Hace día de poniente con un calor de mil demonios y eso me impide conciliar el sueño, en cambio veo a mi marido respirar fuerte, y es como si el bochorno no fuera con él. Cojo mi libro y retomo el capítulo. Leo tres páginas y no logro concentrarme. Mi mente regresa a los acontecimientos de la mañana. Siento como las miradas de los jóvenes se me clavan como dagas. Me siento deseada y un calor recorre mi cuerpo reclamando caricias. Acaricio mis pezones en busca de placer. Noto como mi sexo se moja reclamando más caricias y meto mis dedos por dentro de las bragas haciéndolos resbalar por la raja. Recreo en mi mente las dos lenguas y las cuatro manos que están dando cuenta de mi cuerpo. Una lengua recorre mis pezones y la otra se adentra en la humedad de mi sexo y yo me estremezco. Mi esposo se revuelve en la cama y yo detengo mis caricias al instante, lo que no puedo detener es mi imaginación, ni tampoco mi excitación. Mi marido me mira con ojos somnolientos y yo le doy un beso apasionado, él se entrega con la misma dedicación. No sé qué debe pasársele por la cabeza al verme así, lo que sé es que cuando bajo mi mano, su erección me pone más perraca. Le quito sus gayumbos y me monto a horcajadas sin quitarme las bragas, las hago a un lado y me siento sobre su polla, deslizándome con gran facilidad hasta que mi coño se topa con sus pelotas. Su boca se apropia de mis pezones y me los come con ansia, mientras yo salto alegremente sobre él, pero no transcurre ni medio minuto hasta que me veo corriéndome como una adolescente.

Mi marido se queda sorprendido de mi rapidez, y yo no lo estoy menos. Estaba caliente, pero parece ser que no era consciente de hasta qué punto, o quizás me ha pillado en un momento flojo. Hubiese querido disfrutarlo un poco más, pero ha sido incontrolable.

Lo que no puedo hacer es tirar la piedra y esconder la mano, por tanto, me pone mirando “pa Cuenca” y me la clava por detrás. Yo sigo disfrutando de sus embates, pero no me apetece correrme otra vez, teniendo en cuenta que por la mañana ya lo hice. No pasa mucho tiempo y en pocos minutos está resoplando como un toro y corriéndose dentro de mí.

—Esto sí que ha sido un polvo rápido, —me dice y yo respondo afirmativamente sabiendo que es culpa mía.

A las siete bajo a la playa, pero por las tardes no me apetece tomar el sol y me dedico una hora a caminar. Unas veces voy hacia la playa “El Dosel” y otras hacia el faro. Y por las noches salimos a tomar un mojito a algún chiringuito de playa.

Al día siguiente, a las doce de la noche nos pasamos por uno de ellos que está a pie de playa. Nos acomodan en una de las mesas y pedimos un mojito para mí y un cubata para mi marido, y mientras bebo de la pajita me percato de que Zipi y Zape están unas mesas más hacia allá con un grupo de gente, chicos y chicas. Me doy cuenta de que es Zipi quien está observándome. Yo también me quedo mirándole y me saluda asintiendo. Yo lo que hago es esbozar un amago de sonrisa para no ser descortés. Al parecer, mi observador le hace una sutil señal a su amigo que yo no percibo. Lo sé porque inmediatamente se gira hacia mí y me dedica una sonrisa de oreja a oreja. Yo no sé si devolvérsela o qué, por lo que decido no hacerlo. Mi marido me habla, quizás del trabajo, pero yo no estoy prestando demasiada atención. Escucho su voz, pero no sus palabras. Mi cabeza está más pendiente de Zipi y Zape que de lo que dice. ¿Pero qué es esto? me pregunto, ¿seducción a distancia o atracción animal?

Es Zipi el que, al parecer está interesado por mí, después de su saludo, Zape sigue conversando con su gente. Cada vez que miro hacia allí tengo los ojos de Zipi encima y estoy poniéndome nerviosa porque no sé como gestionar ésta situación. Empiezo a removerme en la silla porque no encuentro una postura que me resulte cómoda. No sé si quiero irme o quedarme. Las miradas se cruzan continuamente y yo tengo que disimular e incluso hacer esfuerzos sobrehumanos para mantener la atención en la conversación, y después de tres cuartos de hora quiero irme. Cuando me levanto advierto lo mareada que estoy después de tres mojitos. Intento no dar un traspié y me cojo a mi esposo. Mientras abandonamos el chiringuito Zipi me clava la mirada, aunque lo que yo querría es que me clavara otra cosa. Estoy caliente, no sé si por los efectos del alcohol o por sentirme deseada por él.

Al llegar al apartamento beso a mi marido y me entrego totalmente. No hay preámbulos, simplemente le desnudo y él hace lo propio. Nos tumbamos en la cama, él se posiciona encima de mí y me la clava de un estacazo. Yo muevo mi pelvis acompasando sus golpes de cadera e inmediatamente una corriente eléctrica baja por mi columna hasta mi coño. Intento no correrme, pero es inútil, las convulsiones se apoderan de mi sexo golpeándome con un explosivo orgasmo. Vuelvo a parecer una colegiala cuando tiene sexo por primera vez. Mi marido sigue empujando y yo intento moverme para sincronizarme con sus movimientos y para acelerar su placer que no tarda mucho en llegar, ya que, con toda la razón del mundo, él prefiere prolongar el acto, pero sobre todo, que ambos encontremos el placer a la vez.

Me pregunta qué me pasa, sin embargo no puedo darle una respuesta porque no la tengo. ¿O sí? Lo único que puedo decir es que esos calentones no son normales. Por lo general tengo bastante control sobre mis orgasmos, en cambio, ahora me está siendo difícil mantenerlo.

Al día siguiente bajo sola a la playa porque mi marido ha pedido pista para jugar al tenis con un vecino. Yo no tengo ningún interés en jugar, y mucho menos en ver como juegan, por consiguiente, cojo mi bolso, con mi toalla, mi pareo, mi crema protectora y mi libro, entre otras cosas y me dirijo a tomar mi ración de sol mañanero.

Antes de aplicarme protector me quito la parte superior del bikini, a continuación me pongo la crema y me tumbo boca abajo a leer. Estoy abstraída en mi lectura y no me doy cuenta de que mi admirador ha colocado su toalla cerca de mí. Me entero cuando lo tengo al lado y me saluda con un “hola”. Yo me doy la vuelta y reparo en que no llevo la parte de arriba del bikini, de tal modo que es inevitable que vea mis tetas. Sus ojos se abren de par en par intentando que se llenen de ellas. Yo me cubro, después me incorporo y ato el lazo detrás.

—Por mí no lo hagas, —me dice él.

—No lo hago por ti, —le respondo.

Me dice que se llama Felipe, pero para mí es Zipi.

—Yo me llamo Elsa, —le digo dándole la mano.

—¿Puedo sentarme? —me pregunta, y obviamente le digo que sí.

—Hoy has venido sola por lo que parece.

—Las pillas al vuelo, —le digo intentando hacer una gracia que él me ríe. A continuación acerca su toalla hasta mi posición y se sienta a mi lado.

—Te he estado observando estos días, —comenta, pero antes de que siga le interrumpo.

—Ya me he dado cuenta de tus miradas.

—Espero que no te haya molestado.

—Bueno, no has sido muy discreto que digamos.

—Tienes que perdonarme, pero es que no lo podía evitar. Eres demasiado atractiva para dejar de hacerlo.

—¿Suele funcionarte ese sistema para ligar?, —le pregunto.

—No siempre, —se sincera. —¿Ha funcionado?, —me pregunta, y yo no respondo, pero me sonrío y supongo que él entiende que sí.

Aunque vaya con aires de lanzada, estoy un poco nerviosa y decido aplicarme un poco más de crema para tener algo que hacer. Él se ofrece a ponérmela por la espalda en vista de que mis manos no llegan y yo acepto con ciertas reticencias decorosas, pero encantada de que lo haga.

Empiezo a notar sus dos manos esparciendo la crema y soy consciente de que los movimientos son más lentos de lo que deberían para que la piel absorba la crema, sin embargo, me gusta como lo hace. Para mí son caricias e imagino que sus intenciones van en la misma dirección. Sin decirme nada suelta el lazo del sujetador. Yo tampoco pongo ninguna objeción porque a pesar del frescor de la crema, sus dedos son como fuego en mi piel y la sensación es tremendamente estimulante. Sé que mi espalda ya no puede absorber más crema, aun así, él parece no querer dejar sus caricias, por el contrario, desliza sus manos por debajo de mis pechos e intenta llenárselas con ellos. Mis terminaciones nerviosas empiezan a agitarse con sus manos en mis tetas, después traza con sus dedos corazón movimientos circulares en mis pezones y los labios de mi sexo se abren como si tuvieran vida propia. Puedo notar mi humedad, pero también percibo como su aproximación me permite reparar en su erección en mi espalda.

Estoy muy caliente, pero ahora tengo motivos para estarlo. Tan excitada estoy que dejaría que me follara allí mismo, y es lo que al parecer pretende, ya que me recuesta e intenta meter su mano en mi sexo, pero yo se lo impido porque, pese a que no hay mucha gente en la playa a esas horas, no quiero montar una escena, ni tampoco que nadie vea como Zipi me mete mano u otra cosa.

—Para, —le amonesto, cuando en realidad lo que deseo es que me folle. —Pueden vernos, —añado.

—Vamos a mi apartamento, —sugiere él tan excitado como yo. Yo también considero que es lo mejor.

Al levantarse veo la tienda de campaña que forma su bañador y sonrío por no relamerme los labios, él en cambio intenta recolocarse su herramienta en una posición más cómoda y menos llamativa.

Zipi abre la puerta del portal y subimos en el ascensor hasta el tercer piso. Abre y me cede el paso, a continuación entra él y cierra la puerta. No espera a llegar a la habitación, me coge por la cintura y me atrae hacia él besándome con pasión desmedida. Yo respondo a sus besos y caricias del mismo modo, buscando ambos cada rincón escondido de nuestros cuerpos. Ni siquiera nos planteamos ir a la habitación. Nos quedamos en el salón y nos deshacemos de las pequeñas prendas. Zipi me tumba en el sofá y se coloca encima besándome los pechos para después bajar poco a poco por mi barriga. Se detiene en el ombligo y traza varios círculos sobre él. Después desciende por el poquito vello de mi sexo oliéndolo y embriagándose de mi aroma. Su lengua abre los pliegues de una raja que a estas alturas está encharcada. La recorre de arriba a abajo, alternando el trayecto con ligeras penetraciones de lengua. Después busca el nódulo totalmente expuesto. Por mi parte contorneo el cuerpo moviendo la pelvis en busca de la lengua que me está encumbrando a la cima de un inminente clímax, pero Zipi detiene la práctica y se incorpora para colocarse encima de mí y penetrarme tal y como he fantaseado cada día desde aquel primer encuentro. Yo suspiro de gozo sintiendo su miembro perderse en el fondo de mi coño mientras mis manos recorren su torso, para después bajar por su cintura, y seguidamente las estiro hasta su duro culo apretándolo con saña. Un culo sin un solo vello, comparable al de “el David de Miguel Ángel”.

De nuevo, no transcurren ni tres minutos follándome cuando me vengo sin remedio en medio de jadeos, pero Zipi sigue follándome sin descanso en busca de un placer que él parece no tener ninguna prisa en que le llegue. Me da la vuelta y pongo mi culo en pompa y a su disposición. Apoyo las manos en el respaldo del sofá y a continuación me la mete de nuevo y retoma la follada, pero ahora lo hace con más ímpetu. El furor de los embates logra excitarme otra vez y empiezo a culear queriendo sentir los golpes de su polla dentro de mí. Por un momento creo que va a terminar, pero me equivoco. Me saca la polla y escucho un plof, después se sienta en el sofá a la espera de que lo cabalgue, pero yo quiero saborear su verga y me abalanzo sobre ella. La engullo como si no hubiera un mañana. Zipi está observando como la hago desaparecer en mi garganta y con ello parece que esté a punto de correrse con mi soberbia mamada, sin embargo aparta la verga de mi glotona boca para evitarlo y, al hacerlo, las babas caen formando un hilo elástico de saliva que va desde la punta de la polla hasta mi lengua. Con la mano lo engancho y lo enrolló alrededor del miembro para embadurnarlo y lubricarlo. Quiere a toda costa que lo cabalgue y no me hago de rogar. Levanto una pierna, cojo su verga y me la encaro, a continuación, me dejo caer. El placer regresa y empiezo a saltar de forma rítmica en busca de mi segundo orgasmo. Noto su dedo haciendo incursiones en el pequeño agujero y siento un goce añadido, con lo que aumento la cadencia de mis saltos. El dedo se adentra por completo en mi ano y lo hace con facilidad porque está muy lubricado, con lo cual algo no me cuadra. Me doy la vuelta y me doy cuenta de que es Zape quien está dilatando mi ojete y no puedo dar crédito.

Por lo que intuyo, parece ser una encerrona y no sé qué hacer, si enfadarme y largarme indignada o quedarme y que me folle también Zape. Desde luego opto por lo segundo. Estoy demasiado excitada para andarme con ñoñeces y decido seguirles la corriente, en consecuencia, Zape añade otro dedo a la dilatación y el placer aumenta de forma sustancial. Mientras tanto sigo con mi cabalgada intentando que mi clítoris roce con su pubis para obtener más placer, de tal manera que levanto un poco más el culo. No he hecho mucho caso a Zape mientras me dilataba el ojete porque he estado pendiente de mi placer, pero al notar que saca sus dedos me doy la vuelta reclamando mi relleno, aunque no tengo que esperar mucho para que se deshaga de sus pantalones y se aproxime a mí para rellenarme el culo de polla. Mientras intenta metérmela, me detengo para facilitarle la labor y con un empuje lento, pero continuo introduce toda la verga en mi culo, haciéndome gemir de gusto.

He de decir que es mi segundo sándwich, el primero fue antes de conocer a mi marido en mis tiempos mozos, y también tengo que reconocer que lo disfruté salvajemente. Ahora, los recuerdos retornan y la sensación de sentirme empalada por dos pollas me pone muy cachonda. Zape está empezando a acelerar el ritmo de la follada y Zipi intenta sincronizarse con él, por mi parte, yo estoy en el séptimo cielo gozando de dos pollas fornicándome.

Empiezo a culear queriendo sentir cada centímetro de carne dentro de mí. Estoy encendida y deseo correrme de nuevo, pero es Zipi quien quiere encularme ahora. La única que invierte su posición soy yo. Me doy la vuelta y me siento sobre Zipi encajándome su polla que ahora entra con facilidad, me tumbo hacia atrás, dejo caer mi cabeza y me abro de piernas, seguidamente Zape me la clava en el coño y vuelvo a ver las estrellas, el sol, la luna y todos los planetas con el sandwhich de carne que los dos niñatos me están propinando. Los bufidos, los gemidos y los alaridos se escapan de mi boca sin freno, mientras me follan salvajemente como si no hubiera un mañana.

Soy la primera que se corre entre gritos y jadeos, acto seguido lo hace Zipi resoplando como un miura, y por último lo hace Zape derramando su leche en mi útero con unos últimos y contundentes golpes de polla.

Menuda follada más salvaje, pienso. Reconozco que ha sido un polvo divino. Me quedo unos instantes extenuada encima del sofá como si me hubiese caído del techo. A mi lado derecho está Zipi igualmente despatarrado y a la izquierda está Zape intentando recuperar el resuello. Los tres nos miramos y nos sonreímos.

—¿Y tú de dónde has salido?, —le pregunto a Zape.

—¿No te ha gustado la sorpresa?, —me pregunta.

—Esto ha sido una emboscada.

—Sí, con artillería pesada, —responde Zape zarandeando su verga morcillona. Zipi le imita y yo contemplo a ambos hasta que me apodero de sus pollas a media molla.

No me apetece follar de nuevo, pero sí jugar con sus vergas. Empiezo a moverlas a la vez y noto como se endurecen en mi mano, y en unos instantes están completamente duras y dispuestas para una segunda ronda. Mientras le masturbo, Zipi me mira con lascivia y me baja la cabeza para que se la mame y no me hago de rogar. Me inclino y engullo su polla por completo, después empiezo a mamarla con entrega y dedicación. Al mismo tiempo que me embriago mamando y engullendo el enhiesto falo, cojo sus pelotas y las masajeo.

Por su parte, Zape no quiere quedarse al margen, me abre el coño, mira en su interior como si quisiera comprobar algo, y me la mete de un estacazo. Está lubricado de su anterior corrida y logra entrar con facilidad. Seguidamente empieza a bombear dentro de mí, al mismo tiempo que yo me zampo la polla de su amigo.

No me apetecía follar otra vez, pero he vuelto a excitarme sin remedio y quiero seguir gozando de los dos niñatos. Dicho y hecho. Al parecer Zape ha leído mis pensamientos y saca su verga para incrustarla en el orificio de más arriba, y del mismo modo vuelve a ensartármela en el culo recién lubricado con la anterior corrida de Zipi. Al penetrarme, se me pone la piel de gallina y los pezones duros. Al mismo tiempo que la polla de Zape me da placer, yo me esmero en dárselo a Zipi con mi mamada. Me gusta su polla, es elegante y proporcionada. No es un pollón y puedo engullirla toda y eso me encanta. La de Zape es un poco más grande y también me parece una polla digna de enmarcar. Noto como abre mi ano una y otra vez y me da mucho gusto. El placer es cada vez mayor y de vez en cuando saco la verga de mi boca para gemir, pero no la suelto, sino que sigo masturbándole hasta que escucho un ¡AAHH! y un lechazo se estrella en mi cara. Zipi levanta el culo del sofá y yo incremento la rapidez de mi mano, por lo que la leche sale sin contención estampándose una y otra vez en mi cara. Al otro lado, Zape sigue follándome el culo con ahínco y yo grito sin remilgos. Creo que voy a correrme, pero tengo muchas ganas de hacer pis. Busco mi clítoris para añadir más placer. Zape empieza a resoplar más fuerte y eso es señal inequívoca de que va a reventar dentro de mí. No me equivoco, escucho un ¡OOHH! triunfante y yo me vengo a la vez, sin embargo, no puedo contener la orina y me meo con la polla entrando y saliendo de mi ano. Grito de placer como si fuera una histérica y Zipi me mira  contemplando mi cara llena de semen, mientras doy gritos como una poseída. Debo de dar una imagen poco menos que de zorra, pero me da igual, he gozado como si lo fuera.

Camino hacia mi apartamento como si fuera “Las muñecas de Famosa” y al llegar, mi marido está tumbado en una hamaca.

—¿Qué tal el partido?, —le pregunto.

—He perdido los dos primeros sets, —me contesta, y por un momento he estado a punto de contestarle que yo he ganado bolas, sets y partido.