Vacaciones de Verano V

Cuando me acercó más a él, y nuestros cuerpos quedaron juntos, me percaté de que ambos teníamos una erección, y nuestras pollas ya se habían encontrado debajo de nuestros shorts.

Bueno, francamente, les pido una disculpa, esperando que no me odien. Tuve problemas con el tiempo para escribir el relato, y otro problema con mi internet. Apenas hace dos días han venido a ver qué pasaba. Debo decirles que no sé cuánto tiempo me tome publicar la parte seis, pero trataré que sea lo más rápido posible, ya tengo una idea de lo que pasará en los próximos tres capítulos y probablemente sean los últimos. Espero que disfruten esta parte y que tenga la msima dicha de seguir recibiendo sus correos electrónicos que me llenan de inspiración. Muchas gracias.

René

Habían pasado varios días desde la noche en que dormí en casa de Rubén, pero después de lo ocurrido con Santiago, sólo nos habíamos mantenido en contacto a través de mensajes de textos y esos medios. Rubén no estaba molesto conmigo en lo absoluto y a mí no me molestaba que pasara tiempo distante de mí, porque sabía que lo necesitaba.

Un sábado por la mañana me desperté y tenía un mensaje de Rubén que decía que más tarde fuera a la playa (ya sabía a qué parte exactamente) para jugar como solían hacerlo ahí. Me puse un short rasgado de mezclilla y mis tenis que usaba en la playa. Encontré una playera blanca holgada y muy delgada, así que me vestí con ella. Hacía mucho calor, así que lo que más quería  era andar sin camisa, pero no era esa clase de chicos.

Salí de mi habitación y miré a Karen sentada con papá y Natalia en el comedor. Los tres me miraron y me invitaron a desayunar con ellos. Me acerqué y Natalia se levantó para servir otro plato para mí. No comía mucho pero Natalia me sirvió tanta comida que parecía que había naufragueado.

—Te has quitado las perforaciones — dijo mi papá bebiendo de su jugo —, me agrada.

—Parece que aquí no se usan tanto — comenté sonriendo —, además con este clima, no son tan cómodas.

—Yo pienso que se las ha quitado para impresionar a alguien — dijo Natalia enarcando las cejas.

—Claro — dije entre risitas —, a papá, y lo conseguí — lo señalé con un dedo y él sonrió.

— ¿No te gusta ninguna chica de aquí? — preguntó Natalia y papá volteó a  verme fijamente. Karen tomó un bocado de comida y evitó a toda costa toparse con mi mirada.

—Shantel es muy linda — admití —, pero tiene novio, y ninguna chica me llama la atención — intenté jugar con las palabras para no mentirle a nadie.

—Espero que tampoco algún chico — dijo mi papá bromeando y Natalia y él se fundieron en una carcajada.

—No es gracioso — gruñó Karen —, mi mejor amigo es gay, y es la mejor persona que he conocido en mi vida.

— ¿José? — preguntó Natalia. Karen negó con la cabeza y mencionó el nombre de mi nuevo amigo: Rubén —. Oh, no pensé que fuese gay, pero ahora que lo mencionas — hizo una mueca como si las señales siempre hubiesen estado ahí.

—Tampoco digo que ser homosexual sea malo — admitió mi padre —, pero  espero algún día tener nietos —  me sonrió amablemente y yo me levanté de la silla.

—Iré a cepillarme los dientes — miré a Karen —, ¿vendrás también a jugar voleibol? —  le cuestioné amablemente.

—Claro, pero hoy sólo juegan varones, así que no jugaré. ¿Tú juegas? — se levantó de la silla y tomó su plato, pero Natalia le dijo  que lo dejase ahí y que ella se encargaría de limpiar todo.

Me dirigí a mi habitación y fui a cepillarme los dientes. Me miré en el espejo y me di cuenta que quitarme la perforación me daba un aspecto aniñado, así que consideré ponérmela nuevamente, pero pensé que quizás Natalia podía tener algo de razón y podría impresionar a alguien .

Salí de mi habitación después de ver que mi ropa seguía intacta y mi cabello acomodado y me encontré con  Karen para irnos juntos. Me gustaba estar ahí, me sentía como en casa, y bueno, era mi casa, pero antes no me sentía así. Estar solo con papá era muy incómodo porque no teníamos muchos temas de conversación.

Sólo jugaba voleibol en el instituto y porque era obligatorio, pero en realidad los deportes no eran lo mío, y no porque fuera malo, sino porque no me gustaban.

Karen me tomó del antebrazo y me llevó afuera de la casa después de quitarle dinero a mi papá. Salimos por las escaleras de madera y caminamos para ir a la playa. Aún era temprano, pero no estaba muy soleado, así que era un día agradable para mí.

Llegamos a un puesto de comida chatarra y negué con la cabeza para decirle a Karen que no quería nada. Cuando se trata de comida chatarra sólo ingiero pizza y refrescos. Seguimos caminando hasta llegar a un lugar donde había muchas personas sentadas bajo sombrillas. Alcanzamos a ver a Shantel, a Jamie y a José. Caminamos directo hacia ellos y no sentamos a su lado después de saludarlos.

Shantel se sentó a mi lado para platicar sobre las universidades y comenzó a decirme las ventajas de estudiar en la universidad donde ella estudiaba, donde élestudiaba . Había hecho un examen en febrero, antes de conocerlos a todos ellos, porque ya no quería vivir con mamá, pero ahora tenía otros motivos, como nuevos amigos, y una mejor relación con papá.

—Hola, muchachos — llegó Rubén y se sentó a un lado de Shantel (yo estaba del otro lado de Shantel).

Llevaba una pelota de voleibol. José lo miró y empezaron a hablar sobre los que iban a jugar contra ellos. Al parecer no había muchos que fuesen a jugar, porque no había muchos muchachos, y Karen había dicho que sólo jugaban hombres ese día.

Según entendí, jugar voleibol en ese lugar ya era una tradición desde antes, por eso todos querían jugar ahí, y ganar. José y Rubén eran muy buenos jugando, según decían los demás.

Shantel se levantó y dijo que iría a buscar un baño. Rubén y yo volteamos a verla cuando estaba a nuestras espaldas y nos sonrió tratando de decirnos algo. Él se acercó a mí y nuestros brazos se rozaban el uno al otro. Volteé a verlo y antes de decirle algo, él lo hizo.

—René, por favor, dime que vas a jugar — me miró esperando sólo una respuesta.

—No soy tan bueno — dije tratando de evitar que me pusieran a jugar.

Rubén negó con la cabeza y le dijo a José que él iba a ser su pareja entonces. No me sentí mal, porque José tenía novia, y porque sabía que Rubén me había considerado antes. Empezaron a decir cosas como “vamos a darle una paliza a todos” y cosas así.  Jamie decía bromas al respecto, y Karen no dejaba de decir que Rubén y José eran  pésimos jugando.

Dos muchachos llegaron y preguntaron que si quiénes iban a jugar. José y Rubén se levantaron y fueron a pararse frente a la red. José y Rubén estaban del lado izquierdo y los otros dos chicos del lado derecho. Lo cual era bueno porque José y Rubén quedaban del lado de donde estábamos nosotros.

José se sacó su camisa igual que los otros dos muchachos, y se la arrojó a Rubén. Rubén le dijo algo y luego caminó hasta donde estábamos nosotros. Le lanzó la camiseta de José a Jamie y luego se quitó la suya. Eso me tomó por sorpresa y sonreí levemente, pero cuando me lanzó su camiseta a mí y me guiñó un ojo, le pedía a la tierra que me tragara porque sabía que Karen, Jamie y Shantel que ahora ya estaba sentada en medio de ellas, estaban mirándome.

—Apuesto $50 a que ganan los otros dos chicos — dijo Jamie haciéndome sentir más cómodo.

—Vale — le contesté con la esperanza de que Rubén y José ganen.

Debo admitir que los otros dos chicos eran muy buenos jugando, pero José y Rubén les llevaban ventaja. Jamie y Karen vitoreaban igual que los hombres cuando ven futbol. No solté la camiseta de Rubén en ningún momento.

—Alguien debería de ir a comprar agua para los muchachos — sugirió Shantel al verlos sudar. En ese momento, lo único que se me venía a la mente, era la erección que tenía entre mis piernas y evité verlas para que no me dijeran a mí que fuera a comprarlas.

—René, ve tú — dijo Karen al ver que era yo el que estaba en la orilla. Volteé a verla y sonreí sarcásticamente. Asentí y fingí poner atención en el juego en lo que se me bajaba.

Después me levanté y aún con la camiseta de Rubén en la mano, me dirigí a comprar las bebidas. Quedaba un poco retirado de ahí, así que traté de caminar un poco más rápido para no perder mucho tiempo.  En ese momento recordé la escena de una película donde la chica va a comprarle agua a su novio y cuando va de regreso se topa con la ex, y la ex le dice que se aleje del novio porque no es un buen chico.

Santiago no estaba comprando nada, así que supuse no me iba a pasar lo mismo. Me puse la camiseta de Rubén en el hombro y regresé con las bebidas. Le di una a las chicas, una para mí, y las otras dos para José y Rubén.

José y Rubén ganaron, así que se despidieron de los otros dos muchachos y regresaron con nosotros a esperar a que vinieran otros dos muchachos a retarlos. Rubén se sentó junto a mí otra vez y secó su sudor con la camiseta que le acababa de entregar.

—Tiene que ser una broma —  dijo Shantel muy molesta —, tiene que ser una broma — repitió.

José se puso muy tenso cuando miró a Santiago con el chico rubio caminar hacia donde estábamos nosotros y yo intenté atraer la atención de Rubén para evitar que lo mirara. No soy muy bueno al parecer porque Rubén se dio cuenta y giró su cabeza para ver qué era lo que yo estaba tratando de evitar que mirara.

— ¿Vienen a retarnos? — preguntó José. Santiago y el otro chico asintieron. Jamie soltó una risa que no pretendía ocultar, y yo miré a Rubén que estaba mirando fijamente al mar —. Vale — dijo José levantándose con la pelota en la mano.

—Lo siento, José, pero, yo no jugaré —dijo Rubén bebiendo de su agua —, no voy a prestarme a este juego absurdo e infantil.

—Entonces ganamos nosotros, ¿no? — dijo el chico rubio.

—Rubén, por favor —  suplicó José desesperado.

— ¿Pueden cambiar de jugador? — pregunté yo mirando a José, y él asintió.

Me levanté de ahí y Rubén me miró perplejo. Karen sonrió y Jamie y Shantel se levantaron para animarme. No me gustaba sacarme la camiseta, pero me la quité y se la di a Rubén. Las chicas lanzaron un aullido como si fuesen hombres mirando a una mujer con grandes tetas.

José me dio la pelota y me pidió que yo sacara. Santiago me miró molesto y el chico rubio parecía simplemente con ganas de jugar. Le pegué al balón y el chico rubio fue el que la alcanzó. José me dijo discretamente que Santiago era malísimo jugando así que eso me dio más confianza. La pelota se dirigía hacia José y él la acomodó de manera que yo pudiese pegarle nuevamente. Di un pequeño salto y le pegué tan fuerte que cuando Santiago la quiso golpear puso un gesto de dolor.

Después de eso, Santiago se vengó y cuando le tocó a él pegarle a la pelota, le dio con tantas fuerzas, que casi me desbarata la mano derecha con la que impactó la pelota.

El chico rubio también lanzaba muy fuerte, pero José siempre defendía esas. Santiago no dejaba de mirarme con instinto animal, sobre todo cuando le tocaba sacar a él y me lanzaba el balón como si quisiese atravesarme con él. En ese momento me acordé del señor Díaz, mi maestro de gimnasia, y le agradecí por obligarme a jugar voleibol.

Íbamos empatados, y ya estábamos cansándonos, así que José  y el chico rubio acordaron que el próximo que anotara un punto ganaba, lo cual hizo que el juego se pusiera más salvaje. El chico rubio, que se llamaba Diego, y José estaban jugando prácticamente solos. De nuevo, José me acomodó el balón y esta vez, pensando en Rubén, le pegué con todas mis fuerzas y el balón chocó directamente en el rostro de Santiago.

Escuché los gritos de mucha gente, al parecer en lo que jugábamos la gente fue acercándose. Karen y Jamie apenas y alcanzaban a ver. Shantel y Rubén estaban enfrente mirándonos con una sonrisa enorme en el rostro. Diego volteó a vernos y luego se dirigió hacia Santiago. La nariz de Santiago estaba sangrando y yo no me sentía para nada mal.

—Hijo de puta — escuché que dijo y luego intentó levantarse pero se tambaleó un poco y Diego le pidió que se quedara quieto.

—Al parecer ganamos —  dijo José dándome un abrazo rápido y luego se dirigió hasta Jamie para darle un beso y levantarla de la cintura.

La multitud se fue retirando y yo caminé hasta donde estaban mis nuevos amigos. Karen, Jamie y Shantel me dijeron cosas como “felicidades” y “buen golpe”,  pero Rubén simplemente me miró sonriendo. Me acerqué a él, le pedí mi camiseta y fingió entregármela, pero sólo la usó para atraerme hacia él y darme un abrazo.

—Gracias, otra vez, René — me dijo en el oído y yo sonreí.

Estábamos todos ahí cuando Santiago intentó venir hacia mí, pero José y Diego se interpusieron en su camino para que no siguiera haciendo dramas. Yo no dejaba de sonreír, y obviamente nada de eso me causaba gracia alguna, pero sabía que si yo sonreía, él se molestaba más, y eso sí que me daba gracia.

Shantel nos invitó a comer a su casa, pero Rubén dijo que quería ir a casa a ducharse antes, así que iría a su casa después. Karen, Jamie y José aceptaron y se pusieron rápido a recoger todo para poder irse cuanto antes. Me puse mi playera y Rubén se acercó a mí.

— ¿Quieres acompañarme a casa? — preguntó sonriendo y yo no pude hacer más que asentir.

Nadie me ponía nervioso, ni siquiera Rubén cuando lo había conocido, pero ahora, la manera en la que me hablaba, la manera en que me veía, me hacía pensar en miles de respuestas, pero no era capaz de poder contestarle nada. Ni siquiera preguntas que se podían responder con un sí o con un no.

Rubén no llevaba su camioneta, así que tuvimos que caminar hasta su casa, y francamente, me agradaba más, porque pasaba más tiempo con él si caminábamos. Me gustaba pensar que él también sentía lo mismo y que por esa razón dejaba su camioneta en casa.

— ¿Entraste a la universidad de aquí? — dijo mientras pasaba su mano por su cabello, acomodándolo hacia un lado. Todo lo que hacía me tenía como tonto.

—Eh, no. No sé, quiero decir — él sonrió —, la próxima semana me llegará el correo para saber si me aceptaron en la universidad de mi ciudad, y creo que el próximo mes me dicen si me aceptaron en la de aquí.

— ¿Qué va a pasar si no quedas en la universidad de aquí? — ya estábamos afuera de su casa. Rubén tenía la llave en su mano y abría la puerta sin dejar de mirarme.

—Bueno, supongo que iría a la de mi ciudad, no tengo más opciones.

—Pero — entramos a su casa y cerró las puertas —, ¿simplemente así? Me refiero a que… ¿qué va a pasar contigo y con…  los demás? ¿Ya no nos verás?

—Eso no lo sé, Rubén — sentí un espasmo en el estómago pero ahora de angustia porque ni siquiera había considerado esa opción.

—No voy a aceptar eso — dijo levantando el dedo índice fingiendo autoridad —, sé que te aceptarán en la universidad de aquí y podremos vernos cada que queramos. Bueno — me miró a los ojos —, cada que tú quieras… porque yo siempre quiero verte — guiñó un ojo y luego sonrió.

Caminamos hasta su habitación y yo me recosté en la cama. Tomé el libro que Rubén estaba leyendo y comencé a hojearlo. Él me miró y después de sonreír, se dispuso a ducharse. Encontró ropa, y luego se desvistió enfrente de mí quedando sólo en ropa interior. Cuando miré que metió la ropa limpia al baño, me di cuenta de que no intentaba seducirme en lo absoluto, porque de ser así, saldría sin ropa de la ducha.

Un rato después, me levanté de su cama y miré en su escritorio. La primera vez que estuve ahí, Rubén tenía una foto pequeña en un portarretratos, de él y Santiago, pero ahora el portarretratos estaba vacío. Era fácil deducir qué había pasado con la foto.

— ¡Qué buen golpe le diste a Santiago! — dijo Rubén detrás de mí. Me giré hacia él y lo vi secando su cabello con una toalla. Se había puesto un short, que le llegaba  los muslos y una playera de tirantes gris.

—Esa era la intención, debo admitir —  contesté sonriendo.

—Me sentí mal por él — lo miré molesto y él se detuvo en seco —, René, Santiago no siempre fue malo…

— ¡Qué mierda, Rubén! ¡Tú tampoco! — de verdad me había enfadado de un momento a otro.

—René — se acercó a mí y puso sus manos en mis mejillas —, quiero contarte algo, de mi pasado — no sabía si fingir sorpresa o decirle que ya sabía.

—Rubén, no me interesa nada de tu pasado — dije tratando de que la frase no sonara grosera —, quiero decir…

—Lo sé, René, pero quiero contártelo porque no sé cómo vayas a tomarlo.

—Ya me lo contaron —  dije mirándolo a los ojos, y él se sorprendió —, y no me interesa nada de eso, de hecho, lo que me preocupa un poco, es pensar que hayas estado todo ese tiempo con Santiago, sólo porque pensabas que nadie iba a aceptar tu pasado — añadí  sin poder dejar de hablar.

—No… — soltó una carcajada —, entiendo que pienses eso, pero Santiago no fue un completo imbécil todo el tiempo, también era divertido.

— ¿Podemos dejar de hablar de tu ex novio? — pregunté quitando sus manos de mis mejillas y sentándome en la orilla de su cama.

—Vale, señor René, dígame, ¿de qué quiere que hablemos? — se sentó a mi lado.

—No lo sé, podríamos hablar de lo bien que se te ve ese short — fingí seguir molesto.

— ¿De verdad lo crees? Me lo puse sólo porque hacía calor, pero estaba a punto de cambiármelo para irnos.

— ¿Algún día vas a besarme? — ni siquiera lo pensé, simplemente lo dije, eso lo tomó por sorpresa, y sonrió de oreja a oreja.

—No-no-lo-sé — dijo tartamudeando —, ¿quieres?

—Ya no — me levanté de la cama, y fingí que me marchaba.

Rubén me tomó de la mano y me atrajo hacia él. Nos miramos fijamente a los ojos y sonreímos los dos. Yo estaba temblando, temblando literalmente. Rubén me soltó y puso sus manos en mi cintura moviéndome un poco hacia él. ¡Estaba temblando! Rubén me acercó más y luego pasó sus labios por mi cuello y se detuvo en mi oreja.

Rozó mi mejilla con la punta de su nariz, hasta que sus labios encontraron los míos. Ninguno de los dos hacía algo más. Rubén me besó y yo sentí que estaba flotando. Puse mis manos en su cadera y comenzamos a besarnos más. Sentía cómo la calidez de su boca llenaba la mía. Mordía levemente mi labio y luego sonreía.

Cuando me acercó más a él, y nuestros cuerpos quedaron juntos, me percaté de que ambos teníamos una erección,  y nuestras pollas ya se habían encontrado debajo de nuestros shorts. Puse mi frente en su hombro derecho y él me abrazó. Me abrazó tan fuerte, que por primera vez, me sentí protegido por alguien verdaderamente.

—No tenemos que ir tan rápido si no quieres — me susurró en el oído —, pero quiero que tengas en mente que me gustas mucho — seguía susurrando.

—Y tú a mí — dije sin quitar mi rostro de su hombro.

— ¿De verdad? — preguntó sonriendo.

Me quité de ahí y me senté nuevamente. Estaba muy abrumado. Al principio me había sentido mal cuando Rubén no me pidió que fuésemos algo más cuando terminó con Santiago, pero después de que lo pensé mejor, me di cuenta de que era lo correcto. Y ahora que habíamos tocado el tema, no sabía qué hacer o decir, porque ya estaba dicho.

Rubén se puso en cuclillas frente a mí y me miró directamente a mis ojos. Él era alto, así que nuestros rostros estaban prácticamente al mismo nivel.

—Me alegra saberlo — dijo sonriendo —, por un momento pensé que saldrías corriendo de aquí.

—Eres muy buen partido, hasta mi padre te aceptaría — dije sarcásticamente.

—Eso me encantaría — se sentó junto a mí. Puso su mano sobre la mía y entrelazó nuestros dedos. Acercó nuestras manos a su boca y besó mi mano.  — René, la verdad me da mucho miedo intentar algo contigo — eso me hizo sentir terriblemente mal y mi reacción fue moverme un poco para no tocarlo —, no me malentiendas, tonto, me refiero a que me da miedo no hacerte feliz. No sé cuándo estoy mal y si creo estar bien y estoy equivocado, nadie me lo hace saber, y de verdad… no sé qué me pasa, pero me importas demasiado, creo que más de lo que debería. No quiero sentir que te lastimo en ningún momento, y de ninguna manera.

—Bueno, hasta ahorita no me has hecho sentir mal — sonrió —, entonces creo que vas bien. Sé que acabas de terminar una relación hace apenas como dos semanas, y todo eso, así que no voy a presionarte — me recargué en él —, pero también me alegra mucho saber que te importo.

— ¿Quieres ir a casa de Shantel? — me preguntó rodeando mi cintura con su brazo izquierdo  — o ¿quieres que nos recostemos en mi cama y hablemos de ti?

—O de nosotros — sugerí sonriendo —, prefiero la segunda opción, además podemos ir más tarde a casa de Shantel.

Me saqué mis tenis y después de que Rubén encendiera el aire acondicionado, nos recostamos en su cama. Ambos estábamos acostados de lado, de forma que podíamos vernos cara a cara.

Hablamos de todo, me contó de cómo había sido cuando era niño, de sus papás, que francamente eran muy diferentes a lo que yo tenía en mente.  Después me contó sobre Alex y su desliz por las drogas, yo intenté no darle importancia porque sabía que si emitía cualquier gesto de sorpresa, Rubén pararía en seco y no me contaría nada.

De repente recordé lo que había en mi libro de “Ángeles y demonios” debajo de mi cama. Me hizo sentir muy mal porque Rubén acababa de contarme su historia, y de cómo había tenido que contarle sus problemas a una bola de extraños sólo porque no podía dejar las drogas.

—Rubén — me senté en su cama y luego me levanté de ahí, algo perturbado — hay algo que debo decirte.

—Cuánta tensión — se puso serio —, ¿hice algo malo?

—Tienes que venir a mi casa — dije saliendo de su habitación.

Cuando llegamos a mi casa. No había nadie. Tuve que abrir la puerta de atrás para poder abrir la puerta de enfrente y dejar que Rubén pasara. Rubén no dejaba de preguntarme que si qué estaba pasando, pero no me  atrevía a decirle. El remordimiento era fuerte. Llegamos a mi habitación y Rubén se me quedó mirando desde el marco de la puerta.

Dejé mi teléfono celular sobre la mesita de noche y luego me arrodillé junto a mi cama. Me asomé debajo de ella y tomé mi libro de Dan Brown. Lo abrí y en el huego que le había hecho justo en el centro, había una bolsita de plástico con marihuana adentro. Rubén la miró y se puso pálido. Me miró a los ojos y yo sentí que todo lo que me acababa de decir minutos antes en su casa, habían perdido todo el sentido.

—René — suspiró —, el día que te conocí habías fumado marihuana antes de llegar a la fiesta — me sorprendí al saber que no me juzgaba por ello —, bueno, después te negaste a usar drogas en la fiesta y eso me hizo pensar que quizás te estaba juzgando mal, pero ahora me doy cuenta de que no — soltó una risita, tomó la marihuana y lanzó el libro de ahí.

—Puedes deshacerte de ella  — dije sentándome en mi cama.

— ¿Así nada más? — se sentó junto a mí.  Asentí. —  Es imposible que dejes una adicción así nada más — dijo en un tono muy serio.

—Rubén, yo no soy un adicto — dije casi molesto —. No fumo muy seguido, lo hago sólo de vez en cuando… y sé que no lo necesito. Simplemente soy un adolescente estúpido.

—Pareciera imposible.

—Además, creo que ahora tengo una adicción con algo más — dije sin mirarlo, y luego solté una risita —, bueno, más bien alguien.

Rubén se levantó de ahí y me recostó en la cama. Lo vi a los ojos y sonreímos. Se subió sobre mí y comenzó a pasar sus manos por mi pecho y mi cintura sin decir nada. Levantó mi playera, y la sacó sin más. No me tocaba más, pero me veía, y sonreía simplemente. Estaba sentado sobre mi pubis, así que sabía que en cualquier momento, Rubén sentiría mi erección.

Se quitó su playera y se recostó sobre mí. Se movió a un lado y ambos nos movimos más hacia el otro para quedar juntos. Rubén pasó su brazo derecho por mis hombros y yo me recosté sobre él. Puse mi mano en su pecho y lo acaricié lentamente.

El silencio era tan agradable, porque podíamos escuchar nuestras respiraciones y yo podía sentir y escuchar el latido de su corazón, así que estaba muy feliz ahí.

La puerta de mi habitación se abrió y Rubén y yo volteamos a verla al mismo tiempo. Papá nunca había entrado a mi habitación desde que yo había llegado, hasta el momento más inoportuno. Rubén se levantó de la cama y se puso su playera.

Papá me miró fijamente y el tono de su piel pasó de un bronceado a un rojo, un rojo que no mostraba más que amargura y repulsión. Me puse mi playera y le pedí a Rubén que se fuera.

— ¡¿Crees que puedes venir a follarte a mi hijo en mi casa sin recibir ningún castigo?! — Papá comenzó a gritar —, ¡Ni siquiera es mayor de edad!

— ¡No estábamos follando! — fue todo lo que alcancé a decir.

— ¡¿Eso es marihuana?! ¡¿ESO ES MARIHUANA?!

No sabía cómo ocultar eso, así que lo único que se me vino a la mente fue:

—Es mía —Rubén habló antes que yo —, pero no es lo que usted cree — estaba más cabreado que mi papá porque Rubén se había culpado a sí mismo.

— ¡Lárgate de mi casa! — gritó papá — ¡y tú! — Me miró señalándome con un dedo —  ¡olvídate de todos los planes que tengas porque te regresarás con tu madre!