Vacaciones de Semana Santa (y 5)

Como había prometido Rodriguez, las tres prisioneras son crucificadas. Si la historia os parece inverosímil el final lo es más aún.

¿Crucificadas?, repitió Sharon sin que nadie pudiera entender lo que decía a causa de la mordaza. Pero ya nadie le respondió, pues sus carceleros salieron de allí dejándolas solas. Sharon empezó a agitarse inútilmente para soltarse de sus ataduras al tiempo que gemía con todas sus fuerzas y miraba angustiada a sus dos compañeras de infortunio. Evidentemente ellas no habían oído nada y Sharon ni siquiera podía confesarles el terrible destino que les aguardaba al día siguiente.

Crucificadas, se repetía a sí misma sudando. Esos animales iban a asesinarlas de la manera más cruel y perversa que podía imaginarse. No puede ser, esto tiene que ser una pesadilla se dijo. Las horas siguientes fueron de terror. Por descontado que ninguna de las tres jóvenes pudo pegar ojo en toda la noche, tal y cómo estaban colgadas les dolía todo, las muñecas, y los dedos de los pies especialmente. Las tres se agitaban buscando inútilmente una postura algo más soportable entre gemidos de protesta. Además Sharon tuvo tiempo suficiente para que el miedo se apoderara de todo su ser. El sudor perló pronto toda su piel, y en un momento dado volvió a orinarse encima de puro terror.

Desgraciadamente para ella, conocía muy bien cómo afecta al cuerpo humano el suplicio de la cruz: una suerte de bondage y suspensión enormemente perverso y cruel, pues la propia víctima se tortura a sí misma al buscar desesperadamente una postura soportable que le permita respirar. La joven no podia quitárselo de la cabeza ni por un momento, y la desesperación se apoderó de ella. Ahora se arrepentía nuevamente de sus depravadas fantasías en que ella se complacía en sufrir el tormento de la cruz. ¿Por qué precisamente iban a ejecutarlas de esa odiosa manera?. Si al menos no utilizaran clavos. Sharon ya se imaginaba los clavos perforando sus muñecas y pies, rompiendo tejidos y nervios con relámpagos de dolor insoportables.

Sharon se arrepentía ahora de haber ido a aquella playa, de haber ido a aquel odioso país. Dios, se arrepentía incluso de haber nacido. La noche fue horrible para ella, estaba tan en tensión que ya no notaba el dolor de su cuerpo, en cambio los minutos pasaban lentos pero inexorables. Sharon quería que amaneciera de una vez o que no amaneciera nunca. Por fin, tras esa noche de pesadilla, los primeros rayos de luz se colaron a través del ventanuco anunciando la inminente ordalía y en unos minutos la puerta se abrió de un golpe sobresaltando a las tres condenadas.

Tras ella apareció un soldado que portaba un cubo de agua. Tras entrar cerró la puerta y miró por un momento a las tres jóvenes desnudas y maniatadas esbozando una sonrisa cruel.

  • Vengo a prepararos para la ejecución, dijo secamente.

  • Mmmmh, mmmm, respondieron ellas inútilmente, intentando soltarse.

El soldado no se inmutó, sino que sumergió una esponja en el cubo y se acercó a ellas con ánimo de darles de beber. Para ello vertió la esponja en la boca de cada una de las condenadas. Ellas apenas podían beber a causa de la mordaza pero agradecieron de todas formas el poco líquido que pudieron tragar. Una vez saciaron su sed, el soldado procedió a limpiarlas concienzudamente. Para ello se alejó de ellas y cojió una manguera. Accionó el grifo y un chorro de agua a presión impactó en el cuerpo de Missy. Ésta gimió y se agitó por el impacto del agua helada contra su piel rotando sobre sus propias ataduras, pero el soldado no paró hasta que empapó bien el cuerpo de la prisionera. Hecho esto, hizo lo mismo con Sharon y con Sara. Al final las tras muchachas estaban completamente empapadas, con el cabello chorreando.

Una vez terminado su cometido, el soldado volvió a abrir la puerta y llamó a sus compañeros. Estos no tardaron en entrar y entre risas y comentarios obscenos, descolgaron a las condenadas que tiritaban de frío. Al soltarles las muñecas las tres cayeron al suelo completamente agotadas pues llevaban toda la noche en esa postura. Sus torturadores en ningún momento les dejaron descansar pues les pusieron un dogal en el cuello y tiraron de ellas para sacarlas al patio del penal. Al salir al aire libre, la luz del sol les hizo cerrar los ojos, pero pudieron oír los gritos de los soldados allí congregados que empezaron a vitorear y silbar al ver a las tres jovencitas desnudas, y empapadas. Cuando por fin sus ojos se acostumbraron a la luz pudieron ver lo que tenían preparado para ellas.

Las tres cruces descansaban ahora en el suelo y unos individuos se afanaban en disponer cadenas y grilletes en torno a unos postes de madera. Los tipos estaban vestidos con pantalones de camuflage pero mantenían el torso desnudo y un capuchón de cuero en la cabeza. Evidentemente eran los verdugos.

  • Que traigan a las acusadas, ordenó el Coronel Rodríguez, que estaba sentado en una mesa flanqueado por otros dos oficiales. Los soldados arrastraron a las tres muchachas hasta la mesa del coronel. Ellas se encontraban frente a él cabizbajas, avergonzadas y llorosas.

  • Muy bien, les dijo, he consultado a las autoridades pertinentes y se ha decretado cuál será el castigo por vuestros crímenes. Rodríguez hizo una pausa a posta y finalmente dijo con un deje de crueldad. Las tres seréis flageladas y crucificadas, la sentencia se cumplirá ahora mismo.

Las tres jóvenes se miraron angustiadas y empezaron a gemir y pedir piedad al coronel. Sara incluso se arrodilló llorando pero de nada le sirvió pues dos soldados se la llevaron a rastras para empezar el suplicio con ella. Los soldados se la entregaron a los verdugos y éstos fueros muy diligentes con ella, pues a pesar de sus forcejeos, le soltaron hábilmente las esposas y la obligaron a estirar sus brazos y piernas hasta el límite atándolos de tobillos y muñecas a unas sogas que colgaban de una estructura de madera.

Ahora el cuerpo delgado de la joven prostituta formaba una equis mientras un fornido verdugo retiraba su pelo de la espalda, cogía un largo látigo de cuero y lo restallaba contra el suelo. Sara intentó torcer la cabeza hacia atrás, para ver el origen de esos estallidos, y pudo ver el violento gesto del verdugo cuando lanzó el látigo hacia atrás y adelante. Un inesperado estallido de dolor sorprendió a la joven que involuntariamente convulsionó todo su cuerpo y lanzó un lastimero grito cerrando los ojos y crispando el rostro. El segundo latigazo no se hizo esperar y el cuero se enroscó en las caderas de la joven, el tercero le siguió y a éste un cuarto y un quinto. El cadencioso ritmo de los latigazos contra la piel de Sara era contestado por los gritos y gemidos de ella pidiendo piedad, éstos cada vez eran más desesperados e insistentes, pero el verdugo no paraba.

El látigo marcaba su delgado cuerpo con lineas rojizas en la espalda, piernas, trasero, vientre, pechos, costados, etc. Sara lloraba desconsoladamente mientras encajaba los azotes con inútiles protestas, la baba le caía de la mordaza y se confundía con el sudor que brillaba ahora sobre su piel. Sharon y Missy miraban aterrorizadas cómo flagelaban a su compañera de infortunio. Las dos estaban casi abrazadas intentanto cubrir parcialmente su desnudez y ocultar el rostro para no ver el tormento de la pequeña prostituta, pero no podían evitar oír sus llantos y gritos desesperados de piedad de modo que ellas mismas sollozaban completamente aterrorizadas.

Rodríguez alternaba encantado la visión de la flagelación con el efecto que ésta provocaba en las dos gringas. Repentinamente se sacó la polla del pantalón y se empezó a masturbar sin importarle que todos sus soldados estuvieran delante. Al poco rato los gemidos de Sara empezaron a ceder al propio sonido del látigo y Rodríguez pensó que ya era suficiente.

  • ¡Basta!, ordenó, ¡crucificadla!. El látigo enmudeció y los verdugos desataron a Sara que cayó al suelo casi inconsciente. Esto permitió que los soldados arrastraran su cuerpo sin oposición y la acostaran encima de una de las cruces con los brazos abiertos.

Shraron sudaba por todos sus poros ante la inminencia de la crucifixión de Sara. Otros dos soldados trajeron entonces un cesto y lo depositaron en el suelo. Al ver el contenido, Sharon experimentó un tremendo escalofrío de terror y un súbito mareo, todo le empezó a dar vueltas y finalmente cayó desmayada. Missy también miró el cesto, en él había un martillo y varios clavos de hierro, gruesos y de más de diez centímetros de largo.

La joven debió pasar más de media hora inconsciente. Lo que al final le despertó fue el tremendo dolor de sus hombros. Sharon entreabrió los ojos aún mareada y desorientada. Parecía que estaba colgada de algo, no podía mover los brazos ni las piernas y bajo sus pies vio a un buen grupo de soldados que la miraban y hacían comentarios sobre ella. A pesar de la confusión, la muchacha no tardó mucho en comprender que estaba crucificada. Miró sus brazos inmovilizados y vio que estaban abiertos por encima de su cabeza y atados al madero de la cruz por las muñecas. Afortunadamente no habían utilizado clavos con ella, sino que se habían limitado a atarla sólidamente con cuerdas. Asimismo, tenía los tobillos atados al palo vertical de manera que sus pies descansaban en un plano inclinado y la joven debía mantener las piernas en cuclillas.

Repentinamente oyó un quejido a su derecha, era Sara que ya llevaba un buen rato crucificada y en ese momento intentaba aliviar el agarrotamiento de sus miembros cambiando de postura. La bella indígena cimbreó su delgado cuerpo en un inútil debatirse por evitar el dolor. Sharon la miró con detenimiento. Ahora Sara parecía más delgada obligada como estaba a estirar sus miembros a lo largo de la cruz. Su piel morena brillaba de sudor y sobre ella se notaban perfectamente las marcas del látigo. Sara sollozaba ahora con la cabeza caída hacia delante y su morena melena caía hacia adelante cubriéndole el rostro. Repentinamente agitó el pelo con un repentino movimiento de cabeza echando la melena hacia atrás y Sharon pudo ver el rictus de dolor y las lágrimas en su rostro.

Entonces otro gemido de mujer vino de la izquierda, y Sharon creyó reconocer a Missy, efectivamente la otra joven había sido crucificada al otro lado. En ese momento, Missy se había levantado sobre sus piernas y las tenía derechas y juntas mientras su cabeza y torso superaban con creces la cúspide de la cruz. Las marcas de los latigazos eran mucho más perceptibles en la blanca piel de Missy y dejaban a las claras el tremendo tormento que la joven había tenido que soportar antes de ser crucificada. Sin embargo, en ese momento Sharon no podría haber jurado si su amiga estaba sufriendo o teniendo un orgasmo, pues todo su cuerpo temblaba y ella gemía con los ojos cerrados, la boca abierta y el rostro dirigido al cielo. El caso es que tras unos segundos de mantener esa postura, Missy se dejó caer y otra vez adoptó la postura en cuclillas como si se acomodara a su instrumento de martirio.

La propia Sharon comprobó pronto que realizar cualquier movimiento era sumamente doloroso y cerrando los ojos recostó la cabeza en un brazo comprendiendo que le esperaban largas horas de sufrimiento antes de... Dios, entonces comprendió lo que le esperaba, una de las muertes más lentas y horribles ideadas por el ser humano. No lo podía creer, aquello debía ser una pesadilla, había que despertar pronto. Las ideas se agolpaban ahora en su mente, mientras su cuerpo le enviaba mil y una señales de dolor desde todas sus terminaciones nerviosas.

Entonces Sharon se fijó en los soldados que se deleitaban del cruel espectáculo que tenían delante. Debía parecerles algo muy excitante pues no dejaban de mirar a las tres jóvenes crucificadas y algunos de ellos se masturbaban abiertamente.

Efectivamente los crueles soldados estaban disfrutando como nunca del extraño calvario que se desarrollaba ante sus ojos. En lugar de la acostumbrada imagen de Semana Santa de Cristo y los Dos Ladrones que a veces protagonizaban convictos para redimir su pena, ahora tenían a tres jovencitas completamente desnudas, ni siquiera habían preservado su sexo con el paño de pureza, y las tres estaban debatiéndose como anguilas por aliviar los calambres y espasmos musculares, el cansancio, la sed y los picotazos de los insectos.

Rodríguez reparó entonces en que Sharon se había despertado y comprendió que había llegado el momento de "animar" la fiesta. De este modo hizo una indicación a uno de los verdugos para que flagelara como correspondía a la joven.

De hecho así ocurrió, el verdugo cogió un látigo largo y poniéndose a dos metros y pico por delante de la norteamericana lo desenrrolló de un solo golpe.

Sharon comprendió aterrorizada lo que iba a pasar, era la única de las tres que aún no había sido flagelada y no se iba a librar del suplicio porque estuviera ya en la cruz. Consiguientemente se puso a temblar y el corazón le empezó a retumbar en el pecho.

El verdugo aún jugó un poco con el látigo sacudiéndolo en el aire mientras calculaba el castigo, pero finalmente lanzó un latigazo hacia la chica que le impactó de lleno. Sharon abrió la boca y gritó de dolor con el látigo aún enroscado en su cintura. Este latigazo fue el primero de cuarenta que la chica recibió en los diez minutos que duró el tormento. Sharon gritó y lloró cada vez más fuerte a medida que recibía los latigazos por todo el cuerpo. La pobre muchacha arqueaba el cuerpo y se levantaba sobre sus piernas para evitar inútilmente los golpes, pero nada de eso le sirvió de nada. Tampoco le sirvieron sus ruegos y súplicas de piedad mezclados con palabrotas e insultos dirigidos a sus sádicos verdugos.

Tras veinte latigazos, el verdugo, visiblemente agotado de lanzar los latigazos hacia arriba fue sustituido por otro. Éste miró por un momento el cuerpo de Sharon que brillaba ahora en un baño de sudor y ya estaba cosido a latigazos rojizos y amoratados. La joven le miró asimismo jadeando y suplicante con el rostro manchado de lágrimas, pero al recibir el siguiente latigazo en los pechos, Sharon volvió a dirigir el rostro hacia el cielo lanzando un alarido con los ojos cerrados.

Para cuando terminó la flagelación, la joven dejó de quejarse y moverse pues estaba seminconsciente. Rodríguez mandó suspender entonces el castigo y ordenó que otro de los soldados le echara encima un balde de agua para reanimarla. Efectivamente así fue, y Sharon recuperó la consciencia a medias observando cómo el coronel se acercaba a los pies de su cruz.

  • Estás preciosa hay arriba, gringa, ahora os vamos a dejar en paz, tenemos cosas que hacer, pero luego volveremos con nuevos juguetitos.

  • Sádico, hijoputa, contestó Sharon a duras penas.

El Coronel Rodríguez se marchó entonces riéndose a carcajada viva y ordenando a los soldados que se dispersaran y se ocuparan de sus cosas.

  • Denles agua a las condenadas, no queremos que se nos mueran demasiado pronto, gritó desde lejos.

Efectivamente con las tres chicas sólo se quedaron los verdugos que prontamente cumplieron las órdenes del coronel. Así clavaron una esponja en la punta de un palo y la mojaron bien en un balde de agua. Con ella dieron de beber por turno a las tres muchachas.

Tras esto, también los verdugos las dejaron solas durante cerca de una hora en la que el sol tropical ya caía a plomo sobre su cuerpo. Sharon experimentó entonces lo que significaba de verdad el suplicio de la crucifixión. Cada minuto parecía un siglo y cada movimiento una dolorosa tortura. Además no había ninguna postura que permitiera aliviar los dolores musculares y en las articulaciones. Asimismo el escozor de las heridas y la sed atenazaban su cuerpo y su voluntad de lucha. Lentamente los movimientos que las jóvenes hacían para poder respirar con mayor libertad se hicieron cada vez más espaciados y lastimosos acompañados de lamentos de dolor y desesperación.

Sharon y Missy cruzaban de cuando en cuando sus miradas de angustia, pero las dos estaban tan avergonzadas de estar sufriendo esa tortura tan humillante en público que inmediatamente apartaban el rostro la una de la otra. Sharon hubiera querido desahogarse culpabilizando a Missy de su terrible suerte, pero estaba segura de que aunque no las hubiera pillado en top-less el Coronel Rodríguez las hubiera secuestrado igualmente.

Más bien Sharon se sentía culpable consigo misma, por todas las veces que se había recreado en la fantasía sadomasoquista de la crucifixión y se había masturbado con esa sensación placentera. Eso era algo pervertido y pecaminoso y ahora lo estaba pagando con creces.

El caso es que según pasaba el tiempo y el dolor invadía y saturaba su mente la joven iba perdiendo la noción del tiempo y de sí misma. Le costaba mucho respirar y tenía las piernas enrojecidas pues la sangre se le agolpaba en la parte inferior del cuerpo. El corazón trabajaba a toda máquina y amenazaba con producirle una taquicardia, pero aún así era incapaz de regar suficientemente el cerebro.

Consiguientemente Sharon empezó a perder la consciencia momentáneamente y a tener alucinaciones. El sol le daba de plano, le dolía la cabeza y eso le provocaba mareos. La chica ya casi no podía abrir del todo los ojos.

Un nuevo gemido de desesperación de Missy y los intentos desesperados de ésta de liberarse de las ataduras de la cruz le volvieron a despertar. Sharon se fijó entonces en su pobre cuerpo torturado. Estaba cosido a latigazos y quemado por los rayos del sol, además tenía el pelo empapado de sudor y la piel brillante. Missy se puso entonces a llorar y a gritar desesperada que la bajaran de allí.

Sharon la miró compadecida, pero otra vez sintió que se le iba la cabeza, cerró los ojos y la dejó caer sobre un brazo. Nuevamente volvió a alucinar, sintió que el dolor cesaba y que tenía algo parecido a un orgasmo. Sin embargo, nuevamente Missy le despertó con un tremendo alarido. Sharon abrió los ojos y vio otra vez a su amiga erecta sobre la cruz intentando evitar los toques de una picana eléctrica. Los gritos de la rubia habían atraído a Rodríguez y los verdugos así como a algunos soldados.

  • Hola preciosa, dijo Rodríguez mirando a Sharon, ¿creías que nos habíamos olvidado de vosotras?. Eso despertó del todo a la joven, eso y los baldes de agua que los soldados les lanzaron otra vez a las tres crucificadas. Sara había perdido ya el sentido pero el agua le hizo despertarse desorientada.

El agua fría sirvió para que las tres jóvenes salieran de su letargo, pero también para acentuar el siguiente capítulo de su tormento. El verdugo que estaba aplicando la picana a la pobre Missy siguió arrancando alaridos de ella, tocándole con el instrumento en las piernas, el vientre, las tetas, los costados. La chica mantenía a toda costa las piernas juntas y apretadas para que no le tocaran en el sexo y se debatía en la cruz con movimientos espasmódicos a cada descarga, pero al final los verdugos le obligaron a separar los muslos y una larga e intensa descarga eléctrica en medio del coño le hizo gritar de dolor y orinarse involuntariamente.

El Coronel Rodríguez hizo parar por un momento al verdugo.

  • Bueno, ahora vamos a jugar un poco. El juego consiste en lo siguiente, una de vosotras sufrirá las descargas de la picana hasta que diga en alto el nombre de otra y entonces será esta última la que sufra la tortura y quien tenga que decir otro nombre.

Las palabras del coronel provocaron silbidos y aplausos de aprobación entre los soldados.

  • Elige rubia, dijo Rodríguez a Missy. ¿la puta o la gringa?.

Missy miró al coronel y luego miró a Sharon con culpabilidad.

  • ¿No te decides?. Sigue castigándola verdugo.

La picana volvió a tocar el seno izquierdo de Missy y ésta gritó SHARON con todas sus fuerzas.

Inmediatamente le tocó a la pelirroja que empezó a gritar como una posesa cuando la picana tocó una y otra vez su cuerpo desnudo e indefenso. Sin embargo, y a pesar de la salvaje tortura, Shanon no quería seguir el juego, soltó un lastimero alarido cuando le tocaron la axila y cuando introdujeron una de las puntas de la picana por el agujero del ano. De todos modos ella siguió en sus trece y el verdugo se ensañó con sus tetas soltándole las descargas en medio de los pezones. Sharon sacudió su cuerpo y se aupó sobre la cruz para evitar los temibles toques de la picana en sus sensibles mamas, pero el verdugo se ocupó entonces de los pies y Sharon se vio obligada a ponerse de cuclillas otra vez.

  • Las piernas, ábridle las piernas dijo Rodríguez rabioso de la tozudez de ella.

Presurosos dos verdugos abrieron las piernas de Sharon y el propio Rodríguez se ocupó de abrirle los labios de la vagina con los dedos.

  • Ahí, tócale ahí dentro, rápido.

El verdugo le introdujo la picana por la vagina y la joven se retorció de dolor gritando el nombre de Missy con todas sus fuerzas. El Coronel indicó al verdugo que no parara la descarga y ésta continuó unos segundos en que todo el cuerpo de la muchacha tembló y sus ojos se pusieron en blanco mientras perdía el control de sus esfínteres y un chorro de orina manchaba las manos del Coronel.

El verdugo dejó por fin a la joven y fue a ocuparse de Missy que se puso a gritar el nombre de Sara aún antes de recibir las descargas eléctricas.

Rodríguez ordenó entonces que siguieran aplicando descargas sin cesar a Sara y a Missy a la vez, mientras observaba a Sharon. Esta estaba desfallecida y más inconsciente que otra cosa, sin embargo también se fijó en los labios de su vagina. Los tenía hinchados y enrojecidos y el clítoris completamente erizado.

  • Eh, gringuita, te ha excitado la picana ¿verdad?.

Sharon miró hacia abajo sin entender bien lo que le decía el coronel. Los gritos y lloros de las otras dos no le dejaban.

Sin embargo, lo que sí sintió fue la lengua de ese pervertido lamiéndole el sexo de abajo hacia arriba. A Rodríguez le supo a orina, pero sintió un enorme placer al chuparle el sexo a la joven. De todos modos el de ella no fue menor, y se estremeció cuando la lengua de su verdugo le alivió del quemazón que sentían sus labios vaginales. Rodríguez prácticamente enterró la cara entre las piernas de Sharon y ella las mantuvo involuntariamente abiertas durante todo el cunnilingus. Sharon estaba agotada y su mente ya no le respondía bien, tenía unas enormes ganas de correrse y probablemente lo hubiera conseguido pero ella ya no era dueña de su cuerpo. Casi no podía respirar y perdía los sentidos casi del todo. Rodríguez siguió y siguió insistiendo, pero cuando se dio cuenta de que Sharon se había desmayado por completo, miró a Missy, y ésta le hizo un gesto.

  • Inmediatamente, Rodríguez dio por terminado el juego y ordenó a sus hombres que descolgaran a las tres mujeres de las cruces.

Epílogo

Una semana después Rodríguez se encontraba en el aeropuerto junto a una mujer morena. Ya no estaba vestido de militar sino que tenía una camiseta de flores, unas bermudas y unas chancletas. Ella era morena y delgada y de pequeña talla. La joven vestía unos pantaloncitos vaqueros muy cortos y una camiseta anudada a la cintura. El hombre estaba impaciente pues su cita llegaba tarde y el avión estaba a punto de despegar. Finalmente, Rodríguez la vio y le hizo un gesto para que se acercara.

La joven norteamericana vino corriendo hasta Rodríguez. Era una rubia de grandes pechos que vestía de una manera bastante descocada con un vestidito muy liviano de minifalda, generoso escote y sin ropa interior. Traía en la mano un sobre y se lo entregó a Rodríguez.

  • Aquí está lo convenido, lo siento, pero se me ha hecho tarde. Otra vez , muchas gracias por todo.

Rodríguez abrió el sobre y contó por encima el dinero.

  • ¿Está bien?, dijo la rubia, y Rodríguez afirmó con la cabeza.

  • Muy bien, dijo ella, pues hasta pronto, perdón, pero es que se marcha el avión.

La rubia se marchó corriendo y se despidió de lejos agitando la mano.

Ellos le respondieron a su vez.

  • Déjame verlo, dijo Sara, y Rodríguez le enseñó el fajo de dólares pasando la yema del dedo por los cantos. Sara se emocionó de ver tanta pasta junta y cogiendo a Rodríguez por el cuello se colgó de él y le estampó un beso de tornillo en los morros.

Tras el beso, Sara le miró y poniéndole ojitos enamorados le dijo.

  • Con esto ya tenemos para la casa ¿Te casarás ahora conmigo?.

  • Mmmh, no sé, tengo que pensarlo, le dijo guardándose el dinero y cogiéndola por la cintura.

  • Vamos, tonto, serás el único hombre del país que se casa con su esclava sumisa.

  • Eso temo, contestó Rodríguez.

Entretanto, la rubia ya había entrado en el avión y se fue hasta su asiento.

  • ¿Ya le has pagado?, le dijo su compañera de vuelo.

  • Desde luego, no me lo explico, ya se que tu papá está forrado, pero no entiendo cómo te puede pagar estas cosas.

  • Bueno, ya sabes que siempre me paga todos mis caprichos, con tal de que no le moleste mucho, no quiere saber en qué me lo gasto.

  • Menos mal, si lo supiera se moriría de vergüenza.

  • Bueno, no es para tanto, que yo sepa, hay muchas mujeres norteamericanas que hacen vacaciones sexuales en Latinoamérica.

Sharon miró a Missy con cara de incrédula.

  • Sí pero no creo que haya ninguna cuyas vacaciones consistan en entregarse a un grupo de tíos sádicos para que las violen y torturen en un lugar perdido de la selva.

  • Alguna habrá, no te creas. ¿Tan mal lo has pasado?

  • Al principio sí, cuando no sabía de qué iba la cosa confieso que me cagué de miedo.

  • ¿Y después?

  • Prefiero no contestar.

  • Serás puta..., ayer te oí hablar en sueños

  • No era un sueño, no puedo olvidarme de nada, por la noche me despierto y no puedo evitar masturbarme.

Missy le acarició en la cara y le dio un beso en los labios.

  • Lo celebro, cariño, entonces ¿me has perdonado?.

  • Claro que sí, anda dame otro beso.

Las dos chicas se dieron un beso corto sin dejar de abrazarse.

  • Por cierto, dijo Missy, este verano no he hecho planes para el mes de julio, ¿llamo otra vez a Rodríguez?.

  • ¿El mes entero?. Sharon se quedó pensando y dijo que sí con la cabeza mientras calculaba mentalmente los días que le quedaban hasta las próximas vacaciones.