Vacaciones de Semana Santa (4)
Sharon va a hacer compañía a su amiga Missy a la camara de tortura.
El Coronel Rodríguez estuvo torturando a Sharon cerca de una hora. Lo hizo despacio y con cuidado para que ella no perdiera el sentido en ningún momento. Rodríguez se estuvo masturbando casi de continuo disfrutando de ver cómo la joven desnuda y maniatada a la silla se retorcía de dolor indefensa cada vez que la electricidad recorría sus pechos. Sharon pedía piedad una y otra vez llorando y gimiendo desesperada, excepto cuando la corriente eléctrica le impedía articular palabra. En realidad Rodríguez midió adecuadamente la intensidad de las descargas de manera que éstas en ningún momento fueron muy intensas aunque sí lo suficiente como para que ella perdiera el control de sus esfínteres y se orinara encima. Finalmente, cuando ya casi le dolía la polla de tanto masturbarse, Rodríguez salió de la habitación y dejó sola a la extenuada joven cubierta de sudor y lágrimas.
En realidad, no fue por mucho tiempo, pues unos minutos después entraron tres soldados con la orden de conducirla inmediatamente a la cámara de tortura. Los tres la miraron y sonrieron cruelmente al verla con los electrodos aún en los pechos. No había ninguna prisa y la bella gringita estaba allí desnuda y maniatada, totalmente indefensa. La pobre Sharon los miró a su vez aterrorizada y gimió tras su mordaza.
- Mira lo que tenemos aquí, dijo riendo uno mientras se acercaba a ella y se sacaba la polla de los pantalones. Vamos a follarnos a esta chiquita.
Y los tres se abalanzaron sobre ella ignorando sus gritos de terror. Uno de los soldados le arrancó de un tirón la cinta aislante de los pezones y provocó en ella un grito desgarrador. Ignorando sus alaridos le agarró las tetas con las dos manos acariciando los pezones repetidamente con los pulgares. Sharon gemía de dolor y suplicaba con los ojos llorosos a aquel soldado que dejara de hacerle eso, pues tenía los pezones enormemente sensibilizados, enrojecidos e incluso con algunas leves quemaduras. Por supuesto, el cruel soldado no le hizo ningún caso.
- Qué tetas tiene esta gringa dijo el tío empezando a chupárselas y sin dejar de masajearlas o estrujarlas.
Los otros dos rieron divertidos, hasta que uno de ellos la cogió del pelo y dirigió su cara hacia la polla que se acababa de sacar de los pantalones.
- Muy bien, le dijo poniéndole la polla delante de la cara, antes de llevarte a la cámara de tortura con tus amigas vamos a ver qué tal follas.
Dicho esto le arrancaron la mordaza y sin dejarle ni protestar le obligaron a meterse una polla en la boca. Sharon lloraba y gemía obligada a practicar otra asquerosa felación. Mientras la violaban no podía dejar de pensar en los gritos de Missy. ¿Qué le estarían haciendo esos bestias?. Ella misma tardaría poco en averiguarlo. Entretanto, esos tres no dejaban de sobarla y abusar de ella, obligándola a comerse sus pollas malolientes y lamiéndole su sudoroso cuerpo como si nunca hubieran estado con una mujer.
- Vamos a llevarla a la cama, dijo uno impaciente. Así follaremos más a gusto.
Así lo hicieron y desataron a Sharon de la silla, pero sin quitarle las esposas de las muñecas. La joven ni siquiera tenía fuerzas para resistirse así que dejó que la arrastraran hasta el camastro y que la tumbaran en él con los brazos aún atados a la espalda. Rápidamente le separaron bien las piernas atando cada tobillo a los barrotes inferiores de la cama. Sin esperar más, uno de los soldados que ya se había desnudado se posó encima de ella y la penetró con facilidad. Sharon gimió al entrarle el largo pene de una sola vez y arqueó todo su cuerpo cuando el tío la penetró por segunda vez, pues tenía la entrepierna muy lubricada.
El soldado en cuestión tenía un pene grueso y largo como la joven gringa nunca había sentido en sus entrañas. El tío empujaba y empujaba profunda y acompasadamente mientras su cuerpo sudoroso se frotaba contra el de ella y no dejaba de decirle piropos y obscenidades entrecortadas. Con cada sacudida Sharon gemía cada vez más fuerte con los ojos entrecerrados. Se había abandonado completamente y ya no ejercía ninguna resistencia. Ese cabrón no paraba y si seguía follándosela con esa fuerza e intensidad, ella terminaría por correrse. En un momento dado Sharon creyó ver a los otros dos soldados que ya desnudos se masturbaban esperando su turno y comprendió que no renunciarían a violarla.
- Cómo disfruta esta zorra, dijo uno, al ver el rostro de placer de la muchacha. Sí, es tan puta como su amiga, dijo el otro. Eso sorprendió a Sharon, ¿disfrutar?, ni siquiera se había dado cuenta, la estaban violando.
El primer soldado aguantó un buen rato follando y finalmente la sacó para eyacular sobre el pecho de ella. El soldado gritó y gimió y el esperma caliente y pastoso le calló encima a la chica, pero Sharon ni siquiera abrió los ojos, pues una polla nueva sustituyó sin pausa a la anterior y vovió a penetrarla. Los tres tíos se tiraron a la gringa uno tras otro varias veces y le dejaron la cara y el pecho perdidos de semen. Durante el proceso Sharon se volvió a correr un par de veces. Nunca había tenido tantos orgasmos seguidos.
Cuando por fin se cansaron, le desataron los tobillos y se la llevaron de allí. Tras arrastrarla brutalmente por los pasillos llegaron hasta una puerta metálica y la abrieron empujándola hacia adentro.
Al ver el panorama que había dentro, Sharon quedó paralizada de terror pues una docena de soldados semidesnudos estaba torturando a su amiga Missy y a la joven indígena.
- No, no, dejadme, no, gritó Sharon desesperada reculando hacia el pasillo, pero los soldados la empujaron dentro.
En ese momento Sara colgaba de sus tobillos cabeza abajo con las piernas bien abiertas y los brazos atados a la espalda y a una cuerda que recorría su cintura. Dentro de su coño habían clavado una vela encendida de la que caían continuamente gotas de cera caliente por toda la entrepierna, el culo y el vientre de la joven. En los pezones le habían clavado sendas pinzas de cocodrilo que mordían su carne con saña y dejaban escapar unos pequeños regueros de sangre. Las dos pìnzas estaban unidas entre sí por una cadena y un soldado que mantenía la polla dentro de la boca de la joven prostituta le obligaba a mantener la mamada jalando de la cadena. Otros dos soldados esperaban su turno bebiendo cerveza a su lado.
Sin embargo, la mayor parte de ellos se estaba ocupando de Missy que claramente se estaba llevando la peor parte.
Su pelo rubio y los abultados pechos de Missy habían atraído desde el principio a la mayor parte de esos sádicos soldados hacia su persona. Desde el preciso momento en que llegaron a la cámara de tortura le arrancaron los restos del bikini y la violaron tantas veces que la muchacha perdió la cuenta. Ni siquiera respetaron su ano pues un par de soldados la sodomizó sin hacer caso a sus protestas. Tras la larga violación, empezaron a torturarla.
Para ello la encaramaron a un caballete de madera con una pierna a cada lado y los brazos atados a la espalda. Inmediatamente la cuña del caballete le empezó a aprisionar la entrepierna y Missy no tuvo más remedio que mantenerse de puntillas para evitar el doloroso contacto. Uno de los matarifes la había amordazado con una bola de goma y preparó sus preciosas mamas para el tormento. Para ello le aprisionó la base de cada pecho con sendos cinturones de cuero que cerró con una hebilla.
A los pocos minutos las tetas de Missy parecían dos globos prietos y azulados por la falta de circulación. Entonces el verdugo empezó a torturarla con toda tranquilidad casi científicamente. Para ello cogió una caña flexible de unos quince centímetros y se puso a golpearla en la tersa piel de los pechos. El experimentado verdugo arqueaba la caña con un dedo y luego la soltaba de golpe estrellándose contra la piel de la muchacha con un fuerte chasquido. Missy gritaba y lloraba por el cruel castigo mientras la caña marcaba su piel con líneas rojizas. Debido a los golpes, Missy perdió repetidamente el equilibrio y su entrepierna chocó una y otra vez contra la cuña de madera haciéndole gritar de dolor.
Así estuvo un buen rato hasta que cambiaron de tercio. Lo siguiente fue coger unos pequeños alicates. Antes de empezar, el verdugo se los enseñó a Missy abriéndolos y cerrándolos a pocos centímetros de sus aterrorizados ojos y acariciándola con ellos.
- Ahora voy a darte unos pellizcos con esto, quiero oír cómo gritas.
Missy pidió piedad desesperada mientras sentía cómo el frío metal le acariciaba la piel, pero eso no le sirvió de nada. Tras pasear un rato las tenazas por el perfecto cuerpo de la joven, el muy bestia escogió por dónde iba a empezar, le cogió un pellizco en el culo y no soltó la presa hasta que Missy empezó a llorar a lágrima viva entre gritos desesperados. Tras eso siguió pellizcándola por todo el cuerpo con crueldad y sadismo y dejó para el final los pezones de la chica. Antes de someterla a esa dolorosa prueba le explicó con detalle lo que le iba a hacer sin mostrar ninguna piedad por sus ruegos y súplicas.
De este modo, a Missy le retorcieron los dos pezones con las tenazas uno tras otro. En medio del tremendo dolor ella sintió que casi se los arrancaban, pues el verdugo llegó a retorcerlos 180 grados sobre sí mismos.
Para su desgracia, Missy no perdió el sentido en ningún momento durante la tortura, de modo que, cuando acabaron con lo de las tenazas, la aterrorizada y llorosa joven pudo ver a la perfección cómo preparaban lo siguiente. El verdugo se fue hasta una mesa y trajo un soplete y una caja en la que resonaba algo metálico. El verdugo pasó el soplete a un compañero y sacó una aguja de la caja para que la viera su víctima. Se trataba de un larga aguja de acero delgada y puntiaguda de unos quince centímetros de largo. El sádico soldado se la enseñó a la prisionera con una sonrisa cruel y sanguinaria. A Missy casi se le salieron los ojos de las órbitas al ver cómo el verdugo encendía el soplete y colocaba la aguja en la llama para que se fuera calentando. En pocos minutos la aguja se puso de color rojo intenso y el verdugo se dispuso a clavársela por mitad del pecho derecho. Missy gritaba y pedía piedad sin poder apartar la vista del metal al rojo. La joven hizo todo lo posible para liberarse pero todo era inútil. Sin embargo, cuando estaban a punto de clavarle la aguja le salvó la repentina aparición de Sharon.
Ésta, por su parte comprendió de inmediato el tipo de suplicio al que estaban sometiendo a su compañera y se puso a gritar despavorida intentando huir de sus guardianes. Los soldados se alegraron de ver a la otra norteamericana y entonces a alguien se le ocurrió la feliz idea. Un soldado cogió a Sharon por el cabello y le obligó a acercarse hasta Missy.
Mira lo que le estamos haciendo a tu amiga. Sharon vio horrorizada las marcas de la tortura en los pechos de su amiga y su gesto crispado de dolor.
¿Qué te han hecho estos bestias?, le dijo compadeciéndose de ella.
El verdugo intervino.
Hasta ahora sólo la hemos acariciado un poco pero ahora nos disponíamos a clavarle agujas candentes en los pechos, y diciendo esto le acercó la aguja aún caliente al pecho de Sharon. Ésta apartó el pecho a tiempo gritando desesperada. El rechazo hizo que el verdugo volviera a atrapar a Sharon del cabello y le dijo.
Lo iba a hacer yo mismo, le dijo enseñándole la aguja, pero ahora prefiero ver como torturas tú misma a tu amiga.
Sharon no podía creer lo que oía.
¿Qué?, ¿acaso estás loco?.
Tú verás muñeca. O le clavas esta aguja en las tetas o te lo hacemos a ti.
No, no, por favor, dijo ella, eso no.
Vamos, ¿qué prefieres?, ¿tú o ella?
Sharon no sabía qué hacer. Aquello era monstruoso, pero ella no era tan valiente.
Decídete de una vez.
No, contestó Sharon, resueltamente, no lo haré.
Muy bien dijo el verdugo. Poned a la zorra pelirroja en el caballete y traedme una mordaza que nos va a dejar sordos con sus gritos. Sharon se volvió a revolver de sus guardianes.
No, eso no, otra vez no, decidme lo que debo hacer.
El verdugo sonrió.
- Así me gusta. Mira, ahora vamos a desatar tus manos y tú misma vas a torturar a tu amiga.
Efectivamente le desataron los brazos y le dieron una aguja. Sharon cogió el instrumento temblando y se acercó con él con ánimo de clavárselo a Missy. Llegó incluso a pincharle con él en el lateral de del pecho, pero al oír la queja de ella no pudo seguir y tiró la aguja al suelo.
No puedo, dijo Sharon llorando y abrazándose al cuerpo de Missy. Hacedme lo que queráis pero yo no puedo hacerle esto. Uno de los soldados estuvo a punto de abofetear a Sharon, pero otro le paró.
Déjala, esto es mucho mejor. Está bien zorra, no os haremos más daño pero a cambio tenéis que hacer el amor entre vosotras. Sharon le miró sorprendida mientras todos los soldados celebraban la idea.
Sí, que follen entre ellas.
Sharon estuvo a punto de negarse, pero la alternativa era muy cruel así que a regañadientes se plegó a lo que le ordenaban. De este modo empezó a acariciar el dolorido cuerpo de Missy mientras la besaba aquí y allá. Los soldados sonreían y animaban a la muchacha mientras ésta iba cada vez un poco más lejos. Compadecida por el dolor de sus pechos, Sharon comenzó a lamer y besar las heridas de su compañera mientras liberaba sus senos de los apretados cinturones.
Missy se quejó al notar dolorida cómo la sangre volvía a circular por sus mamas y sus gemidos se hicieron cada vez más evidentes cuando Sharon se puso a curarle los pezones con su lengua. Sharon alivió el dolor de su amiga ávidamente, chupándole los pezones con delicadeza y cuidado. Ni que decir tiene que los soldados se pusieron a mil con la dulce escena.
Mastúrbala, vamos, haz que se corra. Sharon ni siquiera se planteaba desobedecer a aquellos pervertidos, así que llevó su mano hasta la entrepierna de ella y se puso a masturbarle acariciando con delicadeza el sexo de Missy. Ésta estaba extraordinariamente mojada como si le pusiera cachonda que la torturaran. De hecho, Missy se puso a gemir de placer, con los ojos en blanco y dejando escapar goterones de baba de su boca.
No puedo creerlo, le susurró Sharon. ¿Acaso te gusta lo que te están haciendo?, ¿te gusta que te torturen?. Missy la miró de reojo, pero no pudo contestarle pues empezó a correrse intensamente. La bella norteamericana se estremeció de placer entre los gritos de aprobación y los aplausos de los soldados.
Ven aquí preciosa, le dijo uno a Sharon cogiéndola violentamente del brazo. Entre varios volvieron a acostarla en el suelo para volver a follar con ella. La gringa se resistió, por supuesto, aunque no mucho, de modo que en pocos segundos estaba otra vez acostada en el suelo y alguien volvía a penetrarla. Otro le cogió por los brazos estirándolos por encima de su cabeza, pero ella ya no se resistía ni hacía fuerza, sino que abría las piernas y sólo se limitaba a gemir y gemir con los ojos cerrados y la boca entreabierta, segura de que el próximo orgasmo llegaría muy pronto. Tampoco se resistió cuando otro soldado le tocó los labios con su pene. Sharon abrió la boca y dejó que se la follaran también por ahí. Los violadores de Sharon, si es que eso se podía denominar ya violación, siguieron con ella un buen rato e incluso en cierto momento la hicieron rotar sobre sí misma para encularla.
La primera polla que le perforó el ano le hizo gritar de dolor, pero pronto se le dilató lo suficiente para no hacerle tanto daño. Doblemente penetrada, Sharon volvió a correrse otra vez. Ya había perdido toda dignidad o remilgo así que aceptó con toda naturalidad a los hombres que uno tras otro se turnaron para tomarla.
De improviso Rodríguez apareció en la cámara de tortura en el momento en que la joven estaba siendo otra vez doblemente penetrada por sus dos agujeros. La repentina aparición del oficial hizo que los soldados se pusieran de pie de inmediato y saludaran militarmente, desnudos como estaban y con las pollas tiesas y brillantes. El Coronel miró a Sharon sonriendo y ésta se incorporó también un poco avergonzada tapando sus pechos con los brazos. La piel de la joven brillaba de sudor y restos de lefa y al ver a ese terrible hombre se quedó parada con la cabeza baja llena de vergüenza.
- ¡Eres una puta!, le gritó él tras abofetearla.
Ella le miró furiosa y estuvo a punto de contestarle, pero se mordió la lengua. Rodríguez no se dejó intimidar por el gesto de ella y le ordenó que levantara los brazos y pusiera las manos en la nuca. Sharon estuvo a punto de no hacerlo pero al Coronel le hizo falta poco más.
- Vamos, haz lo que te digo o te subiremos al caballete con tu amiga.
Sharon obedeció y levantó los brazos dejando sus pechos al descubierto.
- ¿Aún te duelen esclava?, dijo el coronel jugueteando con sus pezones entre los dedos.
Sharon se quejó sonoramente, pero en ningún momento bajó los brazos. En su lugar lo hizo Rodríguez que acercó unos grilletes que colgaban de una cadena y se los puso a la joven en las muñecas. Ella no dejaba de mirarle desafiante, pero Rodríguez sólo se limitaba a sonreir mientras accionaba la manivela de una polea. Rápidamente una fuerza tiró de los brazos de Sharon hacia arriba, estiró su cuerpo y finalmente le hizo colgar de las muñecas y rotar sobre sí misma.
- Preparadlas para pasar la noche, ordenó el coronel, y los soldados se aprestaron a desatar a Sara y a Missy para colgarlas como a Sharon.
En poco tiempo las tres jóvenes desnudas estaban atadas de modo similar, colgadas de las muñecas, con los pies de puntillas y los tobillos atados entre sí y a una anilla que había en el suelo. También les pusieron en la boca unas bolas de goma roja como mordaza para acallar sus protestas. Las tres jóvenes miraban aterrorizadas a Rodríguez que blandía ahora un látigo de cuero y chasqueaba con él contra el suelo. Ellas no lo sabían, pero el coronel aún no había planeado azotarlas, eso quedaría para más adelante. Sólo se trataba de que sus tres zorras probaran a qué sabe el látigo.
Desoyendo los gemidos y lloros de ellas Rodríguez echó el látigo hacia atrás y lo restayó por sorpresa contra el cuerpo de Sara. Ésta gritó como un animal cuando el cuero cortó su piel dejando una fina línea rojiza en su vientre. Los soldados rieron y aprobaron el latigazo mientras las jóvenes rotaban sobre sí mismas para evitar la mordedura del cuero. El siguiente azote fue para Missy, el cuero se enroscó en su culo y la punta le golpeó en la ingle haciéndole ver las estrellas.
- Y ahora a ti princesa, en las tetas, le dijo a Sharon.
Esta se volvió aterrorizada sobre sí misma de modo que Rodríguez falló el golpe. Bueno, en realidad no pues el látigo le cruzó la espalda de parte a parte, y nada más darse la vuelta otro latigazo le marcó las dos tetas con una línea roja oblicua. Sharon gritaba de rabia y de dolor mientras Rodríguez seguía flagelándola por pasarse de lista. Así recibió hasta cuatro latigazos hasta que su verdugo se dio por satisfecho. Hecho esto se acercó a la llorosa muchacha y se puso a acariciarle. Las lágrimas y la baba que le caían de la boca se confundían ahora con el sudor que cubría su piel Era la primera vez que alguien le azotaba de una manera tan cruel y Sharon estaba confundida y aterrorizada. El Coronel Rodríguez le acarició el carrillo con el látigo admirando las marcas rojas sobre su piel y casi en un susurro le dijo.
- Vamos, pequeña, no llores, esto no ha sido nada. Mañana es Viernes Santo, así que vendremos a buscaros temprano y entonces serás azotada de verdad. Sharon respondió llorando con más intensidad y apartando la cara. El Coronel habló esta vez en un susurro al oído de ella. Las tres recibiréis treinta o cuarenta latigazos y después.... seréis crucificadas. Esas palabras fueron casi peores que el látigo y un escalofrío de terror recorrió todo su ser.