Vacaciones de Semana Santa (1)
Dos jóvenes norteamericanas están pasando sus vacaciones en un país latinoamericano. Desgraciadamente para ellas caen en manos del sádico coronel Rodríguez.
Vacaciones de Semana Santa
Capítulo 1. Prohibido hacer top-less
El coronel Rodríguez observaba con los prismáticos la estrecha franja de playa que se encontraba frente a él. Lo hacía lentamente, sin perder detalle escrutando cada rincón de sus dominios. Repentinamente uno de sus soldados le vio sonreir. Ahí están, masculló el militar. Efectivamente, ante sus anteojos aparecieron un par de solitarias toallas, dos bicicletas echadas en el suelo y una bolsa de playa, junto ellas había ropas de mujer. Pero ¿Dónde están las gringas?, se preguntó el coronel impaciente. El resto de la playa parecía vacía, ¿dónde diablos estaban?. De pronto oyó el rumor de risas que traía la brisa y dirigió los prismáticos hacia ellas con un movimiento brusco. Bingo, dijo el coronel muy excitado mientras enfocaba los anteojos. Tras unos segundos, separó éstos de su cara y se dirigió a otro militar que se encontraba a pocos metros de él. ¿Está todo preparado sargento?. Sí señor, no hay nadie por los alrededores, nadie se enterará. Perfecto, contestó el coronel, proceda.
Sharon y Missy salieron corriendo del agua entre gritos y risas. Eran dos turistas norteamericanas de dieciocho años a las que sus padres habían premiado con un viaje al extranjero como premio por su graduación. Missy era una pijita rubia de ojos azules y de baja estatura. Llevaba un bikini amarillo que parecía hecho para ella y para su bello cuerpo. A Missy le sentaba especialmente bien su breve sujetador apenas capaz de cubrir sus redondos y firmes pechos. Estos amenazaban con salirse de la prenda bamboleando hacia los lados al ritmo de su carrera. Tras Missy iba Sharon, una pelirroja preciosa que llevaba el pelo cortado en forma de melena. Sharon tenía pecas en la cara y unos bellos ojos verdes. Su cuerpo no tenía nada que envidiar al de Missy aunque el sujetador rosa de su bikini era un poco más recatado que el de su amiga. La rubia llegó antes a las toallas y se tumbó jadeando en la suya en el momento en que Sharon llegaba riendo completamente empapada.
He ganado, dijo Missy apoyando su cuerpo sobre los codos y agitando su mojada melena rubia. Sharon cogió su toalla del suelo y empezó a secarse el pelo con movimientos vigorosos de sus dos manos. Eso le debió gustar a su amiga que no le quitaba ojo de encima. Missy pensaba que su amiga estaba como un queso y que no le importaría hacerle un favor. No es que Missy fuera lesbiana. Bueno, ni lo era ni dejaba de serlo, sólo que en materia de sexo y, a pesar de su juventud, la joven ya había probado un poco de todo: hetero, fellatio, anal, lésbico, incluso un poco de sado. Es sorprendente lo que se puede aprender hoy en día en algunos institutos de EEUU.
De este modo, Missy no se lo pensó dos veces y deshaciendo los nudos de su sujetador se lo quitó tirándolo lejos. La joven agitó sus tetas y cerró los ojos disfrutando de la sensación de libertad que daba la fresca brisa al acariciar sus dulces senos. El aire frío hizo que sus rosados pezones se erizaran y se endurecieran lo que le hizo experimentar un escalofrío. De pronto, Sharon la miró atónita. ¿Qué estás haciendo, imbécil?, le dijo con la toalla aún en las manos. ¿Qué pasa?, replicó Missy acariciándose los senos y pellizcando sus pezones ya erizados con las uñas. ¿Es que no te gustan?. Tápate idiota, eso está prohibido en este país, dijo mirando inquieta hacia todos los lados, ¿quieres que te detengan?. Sharon se puso muy nerviosa y como vio que Missy no hacía ademán de taparse, se lanzó sobre ella con ánimo de cubrir sus pechos con la toalla. Missy la evitó con una agilidad felina y cogiéndola por los brazos la dio la vuelta de manera que fue Sharon la que quedó tumbada en el suelo atrapada por su amiga. Con mucha habilidad Missy le desabrochó el sujetador y se lo arrebató tirándolo lejos de ellas. Sharon protestó, pero Missy la tenía atrapada con una mano de los dos brazos por encima de su cabeza. Ahora también te pueden detener a ti, pelirroja, le dijo mientras la acariciaba con su propio torso.
Estás loca, aquí está prohibido hacer top-less, si nos pillan nos meterán en la cárcel. ¿Es que no te das cuenta?. ¿Y qué?, contestó Missy mientras restregaba sus tetas contra las suyas y la besaba por todas partes. Esa es precisamente una de mis fantasías favoritas. Sharon abrió los ojos horrorizada. Missy siguió hablando cada vez más caliente, mientras acariciaba y besaba el dulce cuerpo de su amiga. Imagínate que nos raptan unos policías corruptos y nos llevan a alguna cárcel abandonada en medio de la selva. Estás loca, dijo Sharon cerrando los ojos y dejando que la rubia le chupara los pechos. La verdad es que Sharon se podía haber liberado fácilmente de su amiga pero tampoco se empeñó mucho en ello. Missy siguió con su fantasía sadomasoquista. Seguramente nos violarían de todas las maneras imaginables, pero no se conformarían con eso, y diciendo esto le empezó a meter la mano por la braga de su amiga comprobando que el coño de Sharon estaba muy mojado. Después de violarnos nos llevarían a la sala de interrogatorios y empezarían con...., bueno tú ya me entiendes. Los dedos de Missy empezaron a explorar el coño virgen de Sharon que se vio transportada al séptimo cielo. Eres una guarra, musitó Sharon a punto de correrse. Imagínatelo mientras te corres preciosa. Déjame, por favor, dijo jadeando, es muy peligroso...
Tiene razón señorita, alguien podría verles. De repente, una voz de hombre sorprendió a las dos jóvenes. Missy se volvió y de un salto se sentó sobre la toalla. Las dos muchachas se taparon maquinalmente los pechos con los brazos. Delante de ellas se encontraba un hombre de unos cuarenta años vestido con un traje militar de camuflaje, gafas oscuras, gorra negra, botas altas de cuero, y llevaba sus sujetadores en la mano. Alrededor había como una docena de soldados vestidos de manera similar, la cara cubierta con pasamontañas y armados con metralletas y fusiles. ¿Es suyo esto?, preguntó el coronel Rodríguez balanceando los sujetadores. Las dos muchachas miraron desconcertadas a todos esos militares, rojas de vergüenza por estar casi desnudas delante de tanto hombre. Son norteamericanas, ¿verdad?, dijo el coronel. Sí, sí..., contestaron ellas sin dejar de protegerse con los brazos y mirando anhelantes los sujetadores para que ese sujeto se los devolviera.
En este país está prohibido hacer top-less, ¿no lo sabían?. Ellas le miraron negando con la cabeza muy nerviosas. Además estamos en Semana Santa y este tipo de faltas es más grave en estas fechas. Si hubiera ocurrido en otro momento lo hubieramos dejado pasar con una multa, pero ahora no sé. El coronel hizo como que reflexionaba acariciándose la barbilla y mirando a las jóvenes, su erección era más que evidente bajo el pantalón de camuflage. Me temo que tendrán que acompañarnos, dijo sonriendo cruelmente, están detenidas. Sharon intervino. Por favor, señor militar, no hemos hecho nada. No sabíamos que.... Silencio, ordenó el coronel. Han cometido un crimen muy grave contra la moral y las leyes de este país y ahora lo van a pagar. Por favor, dijo temblando Missy, le daremos todo el dinero que llevamos,....le daremos más, todo lo que quiera, pero déjenos ir. Ni lo sueñes preciosa ahora sois mis prisioneras, ¡Atrapadlas y ponedles las esposas!, ordenó Rodríguez. Los soldados atraparon entonces a las jóvenes y las separaron obligándolas a levantarse. Rápidamente les cruzaron los brazos a la espalda y les pusieron unas esposas en las muñecas. Las muchachas lucharon y patalearon para impedir que les ataran los brazos pero todo fue inútil. Los soldados eran muy numerosos y demasiado fuertes para ellas. De este modo les pusieron dos juegos de esposas a cada una, uno en las muñecas y otro en los codos para inutilizar completamente sus brazos. ¡Dejen que nos cubramos, al menos, dijo Missy a gritos, pero el coronel se rió lanzando los sujetadores al montón de ropas y toallas de las chicas. Coged todo eso, ordenó, no hay que dejar ningún rastro. Los soldados obedecieron mientras arrastraban a las dos gringas semidesnudas hacia la carretera donde tenían los vehículos.
En pocos minutos se alejaron con ellas dejando la playa tan solitaria como estaba antes de que las turistas norteamericanas hubieran elegido tan fatídico lugar para pasar el día.