Vacaciones de película

Aquel inolvidable verano de 1990, cambiaría nuestras vidas para siempre.

Aquel inolvidable verano de 1990, cambiaría nuestras vidas para siempre.

Nuestro padre, nos había dejado en una isla solitaria de arenas blancas y aguas trasparentes a mi madre Briggite a mi hermanita Viviana y a mí, con los víveres necesarios para un mes.

La única cabaña de toda la isla, a pesar de ser rustica, estaba perfectamente acondicionada para ser habitada y no le faltaba comodidad alguna, salvo no poseer teléfonos o televisores, para disfrutar el ambiente paradisíaco al cien por ciento y desarrollar actividades diferentes a las citadinas.

En ese momento tenía diez y siete años y ya media uno ochenta de estatura; era delgado y de aspecto musculoso gracias a mis dos horas diarias de gimnasio y a los ocho años de artes marciales y todas las actividades náuticas conocidas. Mi rostro era de labios pequeños, cejas pobladas, pestañas y ojos grandes, muy armónico por lo que me daba cuenta, pues a muchas personas de todas las edades, les llamaba la atención mi presencia física en cuanto entraba a cualquier lugar.

Mi hermana tenía 19 y también llevaba 10 años practicando artes marciales y quince de ballet y danza, además de las actividades náuticas en las cuales éramos una familia experta y ejemplar. Lo que le había desarrollado un hermoso y curvilíneo cuerpo de formas bien definidas, duro y maravillosamente proporcionado.

Medía uno setenta y cinco de estatura y sus piernas magníficamente torneadas, parecían por lo largas, que le salían de la cintura.

Sus nalgas quizás eran las más divinas que en mi vida yo había visto por lo redondas, paradas y proporcionadas; sus tetas pequeñas y puntiagudas de pequeños pezones carmesí permanentemente erectos, eran perfectas para el tamaño de mis manos.

Tenía dientes perfectos, ojos verdes que parecían un par de enormes pepas de esmeraldas, cejas pobladas y naturalmente delineadas de color castaño claro al igual que su cabello largo y liso que le llegaba a la altura de sus senos, lo que para mi era, la combinación perfecta de belleza en una mujer.

Siempre pensé que si no fuera mi hermana me hubiera enamorado de ella, tan solo al conocerla.

Desde pequeños habíamos sido muy unidos y nos la llevábamos muy bien, siempre respaldándonos en todo, convirtiéndonos en cómplices, contándonos nuestras intimidades sin ningún problema, aún aquellas que se referían a algo para nosotros supremamente nuevo y desconocido: El sexo.

Entre nosotros habíamos estructurado una gran amistad basada en mutuo respeto, y tal vez por eso no nos la pasábamos peleando, como en todos los cuentos de hermanos, sino más bien compartiendo tranquilamente las cosas poniéndonos siempre de acuerdo.

Así que yo sabía perfectamente sobre sus problemas menstruales que mes a mes la sacaban de quicio y de sus experiencias solitarias masturbándose ante el espejo, con sus dedos o los consoladores de mi madre y ella conocía perfectamente mis fantasías sexuales y experiencias con mi mano.

Ambos llegamos completamente vírgenes a la isla, no por falta de oportunidades, sino tal vez, porque no habíamos encontrado el momento preciso y la persona adecuada para entregar tan preciado bien.

Nuestra madre era una espectacular modelo de revistas y pasarela, treinta y seis años, con una figura despampanante. Todo en ella era grande y magníficamente proporcionado. Por su trabajo recibía varios millones al año y había aparecido completamente desnuda en las páginas centrales de una famosa revista de sexo, mostrando abierta de par en par su divina raja y su abultado clítoris siempre naturalmente lubricado.

Al mirar en fotos a mi madre, completamente desnuda y absolutamente empapada por sus jugos naturales chorreando entre sus piernas en dirección a sus perfectas y grandes nalgas, no podía evitar tener una erección del ciento por ciento, pues a pesar de que la veía cada día irse desnuda a asolear en la playa, en las fotos me parecía otra mujer completamente diferente, una que yo podría alcanzar con mi imaginación y hacer con ella lo que a mí se me antojase.

En esas estaba yo una mañana, masturbándome fieramente con mi amiga "Manuela", nombre con el que habíamos bautizado a mi mano derecha, viendo las fotos de mi madre que mostraban sus grandes y variados atributos en diferentes posiciones, cuando de golpe, y sin previo aviso, entró a la habitación Livianita, buscando el discman que me había prestado, pillándome en plena faena, con mi verga erguida, enrojecida y maltratada, por la velocidad y fuerza que le estaba imprimiendo "Manuelita".

"¡Huy! perdón ".

Alcanzó a decir mientras que yo en un movimiento reflejo, intenté ocultarle la situación que por ser tan evidente, no pude disimular de ninguna forma.

Quise taparme mi abultado pene con la revista, el cual no rebajaba tamaño a pesar del susto y que pulsaba incontrolablemente moviéndola de una manera casi risible, mientras ella, tranquila y muy sonriente, la tomó revisándola con detenimiento, dejando descubierta mi verga erecta y dirigiendo su mirada coqueta indistintamente, entre las fotos de nuestra despampanante madre y lo poderosa que se mostraba mi verga al aire; palpitante y casi desafiante, por lo que mi preciosa hermanita me hizo el siguiente comentario:

"Como es de hermosa nuestra madre, ¿No es verdad hermanito?" - fijándose ahora, y posando sus ojos en mi verga enhiesta, diciéndome: "Con razón te la pone tan grande y linda."

A lo que yo a pesar de sentir algo de vergüenza, resolví masajeármela orgulloso para que mi hermanita pudiera apreciarla en toda su dimensión y contexto.

De inmediato, haciéndose cómplice de la situación, se devolvió para cerrar con llave la puerta, asegurándose de que mi madre no estuviera por allí cerca y sentándose a mi lado, me preguntó:

"¿Me dejas?"

A lo que asentí sin musitar palabra, mientras ella con su mano izquierda comenzó a masajearme las bolas y con la derecha a rodear mi pene suavemente y hacer el recorrido perfecto de abajo arriba y de arriba abajo, estirándolo al máximo sin hacerme daño, a un ritmo lento, enloquecedor y magnífico, poniéndolo de esta manera más grande y erecto que nunca.

"Enséñame hermanito cómo te gusta que te haga", - dijo- " que me muero de ganas de aprender cómo poner cachondo a un hombre."

Así como me estas haciendo hermanita, -contesté , mientras ella me hacía muy despacito una paja que en mi vida… jamás olvidare.-

Al cabo de unos minutos en dicho ejercicio, me dijo:

"Estoy loca de ganas de sentirla adentro de mi boca hermanito, ¿No te importaría dejármela sentir?"

A lo que yo casi desesperado le rogué que no se demorara en chuparla.

Sabía yo que era nuestra primera experiencia sexual en toda la vida con alguien diferente a nosotros mismos y a nuestros ocasionales objetos sexuales y naturales con los cuales experimentábamos cuando cada uno, por su parte, exploraba las delicias y placeres que encontrábamos en nuestros propios cuerpos y en nuestras imaginativas mentes.

Acercó su boca perfecta a mi miembro erecto y agarrándolo con ambas manos en un rito solemne y sagrado, comenzó a introducirlo dentro de su cavidad caliente y húmeda; poco a poco, apretándolo siempre con sus labios por los cuales dejaba escapar chorros de saliva que iban lubricándome por todas partes, hasta que llegó a lo más profundo que pudo, cerrando sus ojos y cortando su respiración, disfrutando a más no poder, su primera verga temblorosa en la vida.

Chupándola como si fuera una experta, que no lo era, pues como ya les dije era la primera vez que lo hacia, lo saboreo como si se tratara de un bombón y lo sintió con sus labios húmedos, golpeando suavemente contra lengua, dientes y cachetes que se ensanchaban al ritmo que mamaba, lo que estuvo haciendo durante algunos minutos que me parecieron horas, poniéndome más cachondo al sentirla y verla, que todas las veces que me masturbaba pensando en la abultada vulva de mi espectacular madre.

A punto de estallar entre su cavidad, se detuvo; y dirigiéndose a mi boca, me abrazó y me dio un beso de lengua en el cual me paso apasionadamente litros de saliva, dándome las gracias por permitirle mamar por primera vez en la vida la verga de un hombre.

"Gracias hermanito, esto era algo que quería hacer desde hacía muchos años y quien mejor que tu y que mejor paquete que esta belleza que tienes entre las piernas para hacerlo" . Me aseguró.

Cuando probé su deliciosa boca, pensé que en el mundo no había hembra más perfecta y que ahora nada impediría que ambos estuviéramos juntos y felices complacidos por estar con la persona que más deseábamos sin preocuparnos por ser hermanos.

Entonces le pedí que allí mismo y en ese instante me enseñara a mí, todo lo que desde hacía años quería hacer y debía aprender para complacer a una verdadera hembra hecha mujer.

A lo que me respondió:

"Claro que si, mi hermanito querido, pero no debes apresurarte, siempre he soñado con entregarme todita completa en una de estas playas desiertas, a la luz de la luna y observando las estrellas, a un hombre que me guste y que me haga sentir todas las sensaciones, pero sobre todo, que me quiera y respete, apreciando de verdad, el regalo que le voy a dar."

"Un hombre en el que de verdad pueda confiar. No creo que haya un hombre en este planeta que reúna todas estas condiciones, mejor que tu." –me aseguró.-

"Ahora me voy porque también me preocupa que nuestra madre nos encuentre encerrados y empiece a sospechar algo de lo que ahora y para siempre será nuestro más sagrado secreto."

"¿Me lo juras hermanito, me juras que nadie nunca se enterrará de lo que ya ha pasado y lo que va a pasar entre nosotros?"

De inmediato le jure por lo más sagrado que si. Y entonces me dijo:

"Encontrémonos esta noche a las doce en la playa norte, cuando mamá duerma."

Sin permitir que yo contestara, o dijera nada, salió del cuarto sonriente y picarona, dándome las señas del lugar en el cual, por fin, haríamos realidad todos nuestros sueños y fantasías.

Por supuesto que hubiera querido, en ese momento probarla toda, y descargar todo lo que adentro de mí aún permanecía. Pero ante el sólo hecho de haberla sentido tan cerca y ahora absolutamente mía; dispuesta a todo y a la espera de un nuevo encuentro, no pude más que aceptar feliz sus condiciones y guardarme para la cita, entusiasmándome a más no poder con mi preciosísima hermana de carne y hueso, olvidándome ya de las fotos virtuales de mi madre que aparecían en la revista.

El encuentro lo pactamos en la playa más lejana de la casa para que nuestra madre no fuera a darse cuenta de nuestra secreta, furtiva e inusual cita.

Cenamos con ella y esperamos a que se fuera a sus habitaciones, y cada uno de nosotros, actuamos desentendidos como para no levantar sospechas.

A la hora señalada llegué a la playa y allí encontré esperándome a mi hermana con su tanga brasilera tipo hilo dental y colorida, de esas que se amarran por todos los flancos con tiritas, envuelta en un pareo corto que apenas le tapaba las nalgas amarrada por un nudo a su cintura. Fumaba un cigarrillo y miraba al horizonte mientras la luz de la luna y su reflejo en la arena, la hacían ver de perfil como una verdadera diosa.

La saludé alegre, haciéndole notar la forma puntual en que acudía a la cita más importante de nuestras vidas. Se levantó feliz, brincando con la misma alegría que yo traía, dándome la bienvenida y diciéndome lo especial y bella que estaba la noche para nosotros, que por fin estábamos listos y dispuestos a descubrir juntos, los placeres que nos regalaba la vida.

Me anime con sus palabras y entusiasmado la abrace fuerte, diciéndole lo mucho que la amaba y lo feliz que estaba por lo que entre nosotros pasaba y pasaría por esta oportunidad grandiosa que a los dos se nos presentaba.

Entre risas y chanzas, corrimos como chiquillos por la extensa y solitaria playa, jugando "a que te cojo ratón… a que no gato ladrón".

Hasta que cayendo al suelo, nos entrelazamos, revolcándonos entre la arena blanca y las juguetonas olas, mientras nos dábamos besos de amor y de pasión, sintiendo nuestros cuerpos y gozando nuestra nueva cercanía, apretándonos uno contra el otro, con furia y a la vez ternura; acariciándonos, fuerte y suavemente, contemplándonos mutuamente, dando vuelcos en los que indistintamente ella o yo, por turnos, quedábamos encima, como si en realidad no fuéramos hermanos, sino novios y amantes verdaderamente complacidos de esta realidad que construíamos cada minuto sintiéndonos, absolutamente enamorados por primera vez en la vida .

Viendo su bellísimo rostro y sintiendo su el contacto con su cuerpo, comprobando como cada vuelta iba deshaciendo los nudos de su pequeña tanga brasilera, poniendo al descubierto su infinita hermosura, me sentía como si el mundo y la naturaleza igualmente hermosa que nos rodeaba, hubiera sido hecha, para nosotros en exclusiva.

Ella sintió exactamente lo mismo, según me dijo y verdaderamente compenetrados nos encontrábamos felices, en ese instante, dispuestos, encantados y sin prisa por acabar con esa inmensa dicha.

Hasta que dejando de lado un poco el éxtasis de nuestro abrazo y mutua compañía me dijo:

"Vamos a nadar hermanito" -Agarrando a continuación mi mano para que la siguiera.

Sin perder tiempo tire mi ropa lo más lejos del agua que pude y de inmediato entramos al mar, juntos y risueños completamente desinhibidos y decididos a vivir paso a paso, disfrutando al máximo, el desarrollo de los acontecimientos.

Apenas nos hundimos en las transparentes aguas, hasta la altura de las caderas, mi hermanita poniéndose enfrente mío me abrazó por el cuello estrechando mi pecho contra sus senos, cuyos pequeños pezones permanecían erectos, no se si por las ganas o por el frío, y me dio un beso caliente que me erizo todo el cuerpo, cuando su lengua toco mi garganta mientras que me pasaba toda su saliva acumulada.

Mi reacción no se hizo esperar y como un autómata respondí su ataque con mil besos apasionados más, por boca, orejas y cuello, mientras que mis manos no demoraron en recorrer todo su cuerpo, aferrándose como por instinto a sus redondeadas nalgas y apretando su cadera contra mis huevos.

Estando absolutamente absortos en nuestro placentero encuentro, no nos dimos cuenta, de lo que descubriríamos muy pronto:

Nuestra divina madre, lejos de estar dormida en su cuarto, se encontraba anonadada y en completo silencio observándonos extasiada a muy poca distancia, entre las rocas, cuidándose de no perturbar nuestra vivencia y por alguna circunstancia a la que jamás le encontró explicación, ni nos interrumpió, ni nos detuvo y mucho menos permitió que nosotros intuyéramos en lo más mínimo, su presencia.

Y nosotros que creíamos que ella dormía, en realidad más adelante nos confesó que le encantaba salir desnuda todas las noches, pensando que descansábamos, para sentirse aún más libre, viva y despierta, dándose baños de luna hasta el amanecer, llegando siempre a sentir innumerables orgasmos producidos de mil maneras, por sus contactos con la naturaleza, quedando siempre completamente satisfecha. Precisamente en aquella playa, que por ser la más lejana, había elegido, al igual que sus hijos, como el mejor sitio para evitar ser descubierta.

Sin saber aún que mi madre nos observaba, para mi preciosa hermana y yo en ese momento no quedaba lugar a dudas, ni era posible dar marcha atrás; estábamos absolutamente decididos a perder nuestra virginidad juntos y por algo sería que no habíamos encontrado a nadie suficientemente bueno para haberlo hecho con anterioridad.

Entonces, le introduje moviéndolo rápidamente, mi dedo anular adentro de su rajita; tan sólo un poco al principio, para que luego, ayudado por el agua salada y su lubricación interna, se le fuera hundiendo hasta lo más profundo; palpando así todas sus partes interiores, arrancándole un tremendo suspiro, que a la vez la obligo a decirme muy cerquita del oído, casi como si se tratara de un susurro, las siguientes palabras:

" Hermanito, no me aguanto las ganas de sentir ya mismo tu verga grande, fuerte y temblorosa dentro de mi; quiero que me la metas toda, que me rompas en pedazos… Por donde quieras."

Quiero ser completamente tuya hoy y siempre, así tengamos en el futuro novios o amantes".

Mi verga recibió de inmediato el mensaje pues se puso más grande, dura y tiesa que nunca cosa que al ver mi hermanita, cayó como por instinto de rodillas en la arena; llegándole el agua al cuello; agarrándola con sus delicadas manos la desapareció completamente en su boca hasta lo más profundo de su garganta.

Viéndola de rodillas entre el mar transparente y la arena blanca, chupando nuevamente como yo creía hasta entonces, lo hacían las más expertas diosas, lo único que pude hacer fue sujetarle la cabeza y forzarla a que le penetrara aún más allá de la garganta, mostrándole con mis quejidos que esa sensación era lo que más disfrutaba, cuestión que ella plenamente asimilaba aprendiendo de mi placer, repitiendo y repitiendo bondadosamente el rito que apenas comenzaba.

En sus enormes ojos verdes que observaban con atención mi rostro mientras tenía ocupada su boca en semejante faena, se reflejaba la luna llena de una manera que quedó para siempre en mi memoria marcada, y metiendo dos dedos de su mano derecha en mi boca, encontró la manera para que yo los chupara, indicándole cómo quería que ella me hiciera la mamada perfecta.

Como podrán imaginar, esa noche mi perfecta y divina madre, modelo de revistas exclusivas para señores, jamás pensó que iba a ver y a sentir lo que al ver a sus dos hijos haciendo lo que hacían, vivió y sintió.

Al principio, no podía creer lo que sus ojos veían y sus oídos escuchaban, sonidos de placer que provenían de sus hijos extasiados, pero algo la contuvo estática en el mismo lugar del cual nos divisaba, detrás de las rocas cercanas, dándose cuenta que aquella era nuestra primera cita juntos y nuestra primera escena de sexo de pareja.

Viéndonos, comenzó en tan sólo pocos minutos a sentirse acalorada y sudorosa. Al tiempo que sus piernas le temblaban, concibió unas irresistibles ganas de detenernos y a la vez de contemplarnos, siendo que con el pasar de los segundos no tuvo alternativa diferente que empezar a recorrer sus dedos por entre la mitad de sus muslos, comprobando una vez más que de su vagina traicionera, emanaban chorros de jugos naturales que de inmediato le empaparon ambas manos y le ayudaron a lubricar así mismo su apretado y divino culo; cosa que aprovecharon todos y cada uno de sus dedos para irse introduciendo indistintamente, unitarios y en grupo, por uno y otro lado a un ritmo que muy pronto la hizo llegar al punto del orgasmo.

Mientras tanto, tan sabroso me chupaba mi hermana y con tanto placer ella lo estaba verdaderamente disfrutando, que tuve que pedirle que se detuviera y nos corriéramos hacía la playa, pues mi cuerpo requería recostarse contra las rocas.

Llegando a ellas y siguiendo lo iniciado, pues mi hermanita estaba prendada de mi verga como una niña lo estaría en navidad con su primera muñeca, palpándola, sintiéndola y jugando con ella como si el futuro no existiera, absoluta y placenteramente concentrada.

En ese instante, me di cuenta, por primera vez en la vida, de algo que hasta entonces no entendía.

Era acerca de la sombra de la luna. Siempre había pensado por canciones de hacía treinta años que mis padres escuchaban todavía, que la sombra de la luna se encontraba detrás de ella en su cara oscura, pero aquella noche, supe que la sombra de la luna por estar llena y radiante, era la que proyectaba sobre la arena el rostro perfecto de mi entusiasmada hermanita tragándose una y otra vez, mi enorme verga.

Por un momento me pareció que asistía a una película de sexo en blanco y negro, en la que nosotros éramos protagonistas y en la cual sólo se reflejaba en la pantalla, nuestras siluetas perfectas. Su boca, nariz, tetas erectas, vientre plano y redondas nalgas, por supuesto acompañada de la silueta de mi potente verga erguida.

La visión era como de película ganadora de Oscar, y así se lo hice notar, razón por la cual, ese fue el nombre clave con el cual bautizamos a mi querido "amigo" para acordar citas futuras.

Llegando ya el momento de hacer realidad la razón y causa de nuestro feliz encuentro, mi hermanita se puso de pie, pensando que más dura de lo que ya la traía, a mi verga no la iba a poner; y agarrando nuevamente mi mano me llevó hacía la arena, recostando su espalda en ella y abriendo totalmente sus piernas.

La invitación no requería confirmación, así que me dispuse a penetrarle su bella alcancía, la cual llevaba absolutamente rapada y que a pesar de encontrarse en el estado de excitación en que se encontraba, permanecía absoluta y perfectamente cerrada, como si fuera más bien, la de una chiquilla.

Y yo que creía que mi verga no podía ponerse más grande y tiesa de lo que ya estaba, con sólo verla allí dispuesta, ofreciéndomela como regalo, no se cómo pero empezó a hinchárseme aún más que antes, al punto que ya me dolía.

Sin aguantar más lo que se estaba convirtiendo por necesidad en suplicio para ambos, me dispuse a atender a mi hermanita como bien se merecía y se había ganado y a punto de hacer contacto siendo que mi único afán era penetrarla de una buena vez hasta lo más profundo, escuchamos ambos aquel grito que nos dejó Helados.

Era la voz inconfundible de mi madre….

(Esta historia continuará. Espero con ella haber captado su completa atención. Muchas gracias.)

INVENTOR ANÓNIMO.