Vacaciones de pascua -jueves santo-

-¿Por qué has vuelto?-volvió a susurrarle al oído. -¿Y qué otra cosa quieres que hiciera? Haga lo que haga pienso en ti, vaya donde vaya siempre acabo en la puerta de tu casa.

VACACIONES DE PASCUA

JUEVES SANTO

-Bacalao- se reía entre dientes mientras se enjabonaba la cara para afeitarse-  ese chico estaba mal de la chaveta. Primero aquellas fotos robadas que todavía escocían, luego la escena en la isla.

Ese chico estaba mal de la cabeza. Un loco, un loco encantador. La palabra se le clavó en el estómago ¿Qué le estaba pasando? El era un hombre maduro, al que le atraían las mujeres ¿Qué veía en aquel chaval desmañado? ¿Le quería como a un hijo?

-Bacalao-se repitió mientras se lavaba la cara ya rasurada. El espejo del lavabo le devolvió la imagen de un hombre envejecido, gallardo y fuerte, pero en plena decadencia. No había cumplido los cincuenta, pero parecía que tuviese bastantes más.

Se miró las manos grandes y callosas de dedos rudos, el torso desnudo lleno de pelo cada vez menos oscuro. Los brazos todavía potentes casi derrotados, los antebrazos cubiertos de vello en los que abultaban las venas. El vientre en el que se le formaba una ligera barriga, lejos ya de la delgadez de esa juventud, en la que corría, por esa misma playa, desde que era un chico de la misma edad que el chaval.

Continuó a su pesar con la inspección. Fijó la mirada en su miembro, aquel pedazo de carne oscuro y grande. La bolsa abultada del calzoncillo que contenía aquellos pesados testículos. Las piernas fuertes,  que al menos le parecieron que todavía aguantaban el paso del tiempo.

-Eres un bacalao- le dijo al espejo, dándole un sentido al mote que el niño le había puesto. Ese chico que como un catarro se iba instalando en su cabeza, en su alma. ¿Le quería como a un hijo?... A los hijos no se les besa en la boca, se dijo.

Se sentía inquieto por dedicarle pensamientos a alguien de su mismo sexo. Peor aún, en alguna fantasía oculta se había preguntado con angustia que pensaría Álvaro de él.

Le había llamado por su nombre, ya no era el chico, o el chaval, tenía un nombre. La revelación le trajo de nuevo la culpabilidad.

El chaval no había bajado a almorzar, dijo que tenía dolor de estómago, que algo le habría sentado mal. Cuando sus padres dejaron de insistir, se centró en sus pensamientos. ¿Qué estaba haciendo? ¿A qué jugaba? Había besado a un tío. ¿Era maricón? La palabra se le clavó en el vientre, como horas antes le había pasado al pescador al acordarse del chico. Y para colmo ni siquiera había llegado a ser “eso” con un muchacho de su edad, se había colgado de un viejo. Apenas pudo aguantar un gemido de dolor.

La voz de la madre anunciando que se iban a ver las procesiones le sacó de sus ensoñaciones. El muchacho les convenció de que se adelantasen, que más tarde se encontrarían.

Dejó pasar un tiempo.

Recogió su mochila.

Se calzó unas zapatillas. Y salió corriendo hacia la playa.

La tarde se había vuelto lluviosa. Manuel salió del bar en el que acababa de echar una partida con otros pescadores del gremio. Le había costado entrar en el juego. No se concentraba, hasta que al fin entre risotadas, tragos de orujo y cigarrillos logró sobreponerse.

¡Por fin había despertado! Se había sacudido la modorra y los pensamientos que nunca debieron haberse producido.

Hablaron de las tetas de fulanita, del culo de la mujer del tendero, y de lo guapa que se estaba poniendo la hija del farmacéutico.

No se tapó la cabeza con la capucha del impermeable, le gustaba sentir la lluvia sobre su cabeza y por su oficio estaba más que acostumbrado a empaparse por completo. Recorría las calles a grandes zancadas. Con esa lluvia la procesión se habría suspendido-se dijo para sus adentros-¡Que se fastidien esos curillas y su séquito de beatas. Un leve remordimiento le asaltó- Perdóname Virgen del Carmen- susurró mientras se persignaba. No era un hombre religioso ni mucho menos, pero la Virgen era otra cosa, la señora del mar, su protectora, la que tantas veces le había salvado de un apuro.

Las luces se hacían cada vez más débiles al adentrase en su barrio. Saludó a algunos vecinos y se desvió por el camino que llevaba a la última casa del pueblo. La suya.

Apenas veinte pasos más, la puerta. A un lado un bulto que no acertaba adivinar entre la lluvia y la oscuridad. Se acercó sigiloso.

La figura acurrucada levantó la cabeza, por el cabello mil riachuelos de agua, la camiseta pegada al cuerpo.

Desvalido, como un perro sin amo que mira suplicante a los transeúntes pidiendo…¿Qué pedía? ¿Amor, protección, ternura, complicidad…?

El pescador aflojó la mano que aferraba una navaja en el bolsillo del chubasquero. El corazón se aceleró apenas tres pulsaciones más sin tener claro todavía si se debía al fastidio o a la alegría oculta de ver al muchacho.

-¿Qué haces aquí?- apenas audible en mitad de la lluvia.-Te dije que no volvieras.

El chico se había levantado lentamente, en su mirada pugnaban por asomar el miedo, la duda y algo más, tan poderoso que no tardó en desbancar a los demás. En un imprevisto acto infantil se abrazó al cuerpo del marinero. Enterró la cara en su pecho, escondiendo la vergüenza y el deseo.

-Estás chorreando- dijo Manuel de una forma torpe- tendrías que entrar dentro a secarte o pillarás una pulmonía. Pero tengo miedo de dejarte entrar-acabó por decir en un susurro. Si entras, sabes lo que va a pasar.

-Por favor, abrázame. Ayúdame a dar el paso.

El pescador sacó las manos de los bolsillos y abrazó al chico. Le apretó con fuerza entre sus brazos. Y le besó.

Primero de una forma tímida, rozando apenas los labios del chico, agradeciendo la frescura de las gotas de lluvia en ellos. Después de una forma salvaje empujó con su cuerpo al chico contra la puerta. Le besaba con furia, apretaba su cabeza contra la suya, la mejilla lampiña, dulce contra la aspereza de su barba ya pujante.

De repente pensó en el chaval, estaría asustado ante la torpe violencia. No podía pensar en hacer de nuevo daño al chico. Se fue separando con lentitud. Abrió la puerta.

El muchacho entró con timidez temblando de frío.

-Espera te traeré una manta-añadió el pescador mientras se despojaba del impermeable.

-Quítate la ropa, la pondremos a secar-añadió mientras se agachaba para encender el fuego del hogar- Enseguida entrarás en calor.

El muchacho se fue desnudando hasta quedarse en calzoncillos. El fuego prendía en los maderos, un agradable calor comenzó a extenderse por la estancia.

Manuel apareció con una botella de brandy, sirvió una copa y se la ofreció al chico.

-Toma un poco, te hará entrar en calor.

Álvaro bebió un trago y tosió. Un agradable calor se instaló en la boca del estómago. El pescador se acercó por la espalda del chaval que miraba hipnotizado la danza de las llamas. Le abrazó y le besó en el cuello. El muchacho torció la cabeza dejándose hacer, los ojos cerrados, la boca entreabierta.

-¿Por qué has vuelto?-volvió a susurrarle al oído.

-¿Y qué otra cosa quieres que hiciera? Haga lo que haga pienso en ti, vaya donde vaya siempre acabo en la puerta de tu casa.

Manuel de abrazó conmovido por las palabras del chico, luego posó sus manos en los hombros del muchacho y dejó caer la manta que le cubría. Pasó sus dedos sobre la espalda de Álvaro, acarició su vientre, subiendo hasta el pecho lampiño, perfecto, hasta que sus dedos duros se encontraron los pezoncillos erectos. El chaval suspiró.

Volvió al muchacho hasta quedar rostro con rostro.

-Bésame.

El muchacho elevó sus manos hasta la nuca del hombre y acercó los labios adolescentes a su boca. Manuel fue bajando sus manos hasta las nalgas del muchacho, las acarició, forzó la goma del slip abarcando la redondez de melocotón  de su culo. Luego deslizó la prenda hasta sus pies. Las sombras proyectadas en la pared por el fuego del hogar de un hombre maduro vestido y un joven desnudo danzaban, se entrelazaban más ardientes aún que el fuego que recorría a aquellos dos hombres.

Se demoraron en el beso, aprendiendo el sabor de sus bocas, se mordieron los labios, mezclaron sus salivas.

-Desnúdame.

El muchacho desabotonó con urgencia los dos primeros botones de la camisa.

-Sin prisas, hijo. Hazme largo el momento.

El resto de los botones con demora, como en un ritual. Al final, la admiración por aquel torso masculino, de hombre de verdad.

Manuel se sentó en el desvencijado sillón extendiendo las piernas. El muchacho entendió. Arrodillado en el suelo le quitó las botas de agua. Hundió el rostro entre los pies del hombre, besando aquellos calcetines gastados, aspirando su olor. Luego se los quitó con lentitud, como le había pedido que le desnudase.

El pescador observaba con  deseo al chico acurrucado entre sus pies, lamiéndolos como un cachorro. La lengua del muchacho trabajándole los dedos, apoderándose del sabor salado de las plantas, mordisqueando los talones.

Subió por sus piernas, besándolas, hasta quedarse ante la abultada entrepierna. Miró a los ojos al pescador, que acarició sus cabellos con la endurecida mano. Sus callosos dedos acariciaron el cuello y la nuca del chico acercándole hasta su mástil que se endurecía dentro del pantalón.

Álvaro apoyó sus labios contra el paquete del hombre maduro, recorrió su extensión con la lengua, enterrando su cara, frotando sus mejillas contra la forma endurecida.

Besó la barriga velluda del hombre que se dejaba hacer. Introdujo la lengua en el ombligo recorriéndolo en círculos. Con las manos se deshizo del cinturón asesino, lo besó. Lo dobló por la mitad y sosteniéndolo entre las dos manos como una ofrenda agachó la cabeza.

-Castígame.

El marinero cogió con sus manos la correa. Con la otra mano desabrochó el cierre de sus pantalones. Guió al muchacho hasta apoyar su rostro contra el calzoncillo.

El cuero silbó en el aire hasta que encontró las nalgas del chaval, que se quejó. Su dolor quedó amordazado por la bragueta del pescador. Aprisionado por la mano que le impedía separarse de la entrepierna.

Le siguieron veinte más, hasta que consideró que el castigo debía finalizar. Tenía el calzón humedecido por la saliva del chaval.

Apartó al chico y arqueando la espalda le ordenó.

-Bájamelos.

Álvaro obedeció y agarrando la prenda con las manos dejó al descubierto la carne del marinero. Ya no sentía casi el escozor en el culo. El olor de la entrepierna del marinero ocupaba toda su atención. Tenía que apoderarse de él como había hecho con las fotos.

El olor era el alma de un hombre.

Con la lengua adolescente recorrió sus ingles, los testículos pesados y grandes, enterró la nariz en el vello púbico mientras que con la lengua los lamía, para al final recrearse en el oscuro miembro que  se elevaba amenazante. Con una mano agarró la base para recorrer con su lenguecita de cachorrillo la enorme bellota de su glande, que por su ojo dejaba escapar una lágrima espesa.

Acercó la punta de la lengua hasta apoderarse de la gota que dibujó un arco desde el glande hasta la lengua del muchacho.  Lo lamió de una forma glotona.

-Quiero más –dijo como un cachorro ansioso.

Manuel sonrió casi sorprendido. Le levantó hasta tener su rostro frente a él. Le besó. En su boca, su propio sabor salobre.

-Es toda para ti –respondió

Álvaro volvió a la polla del pescador y se la metió en la boca. No tenía experiencia de cómo hacerlo y se guiaba por su instinto. El miembro había crecido aún unos centímetros más, no le cabía en la boca y lo lamía por partes, como si en ello le fuera la vida, a veces en mamadas rápidas y ansiosas, otras se demoraba llevando al éxtasis al hombre.

Memorizaba las zonas que más placer producía al marinero y se centraba en ensalivarlas, en atenderlas.

-Para, chico…tranquilo, vas a hacer que me corra antes de tiempo. Ven, siéntate aquí conmigo.

El chaval se sentó en el regazo del hombre, apoyando la cabeza sobre el lecho salpimentado de su pecho, buscando las tetillas, que besó y mordisqueó con dulzura, mientras que el marinero acariciaba las sedosas nalgas, repasaba los ligeros relieves que el cuero había dejado.

-¿Te escuecen?

-Sí, tus dedos queman. Si quieres continuar lo acataré, pero te suplico que no lo hagas.

-Shhh. El castigo ha quedado definitivamente saldado-respondió el pescador llevando un dedo hasta los labios del chaval. Repasó con el dedo aquellos labios húmedos y glotones.

El chico abrió la boca y lamió el dedo que el hombre se empeñaba en adentrar en su boca, al final lo chupó como hiciera antes con su miembro. El pescador retiró el dedo de la boca y lo llevó hasta la flor rosada del muchacho, que gimió al sentir el contacto.

Manuel acariciaba en círculos pequeños el ano del muchacho con lentitud, empujando cada vez unos milímetros. El chico gimiendo le buscó la boca, que el pescador rechazaba en un juego animal. El muchacho insistía, el hombre a veces rozaba sus labios con los suyos para apartarse casi al momento, mientras continuaba taladrándolo con el dedo.

Ya había metido la primera falange cuando empujó el dedo hasta el final, ahogando el gemido del chaval con su boca. Después comenzó a sacarlo y meterlo comiéndose los quejidos de placer de la boca del muchacho. Sacó el dedo y  lo puso frente al chico.

-Lámelo.

El chaval engulló el dedo y lo ensalivó con esmero. El hombre repitió la operación, cada vez más hondo. A veces se paraba, le gustaba sentir los latidos calientes del esfínter, los músculos intentado echar afuera el dedo invasor. Luego continuaba con el juego, mientras el chico se retorcía en su regazo.

-Siéntate a horcajadas sobre mí.

El muchacho pasó una pierna a cada lado de las caderas del marinero, quedando frente a él. Las piernas abiertas ensanchaban su entrada en la que sentía el pene del pescador.

-¿Me vas a hacer daño?

-Me temo que sí.

-Es mi primera vez.

-También es la mía, nunca he estado con un hombre.

Se miraron a los ojos y se abrazaron.

-Lo vas a hacer tu solo. Clávate.

Álvaro llevó la mano hasta la verga del hombre, apenas la podía rodear con la mano. ¿Cómo iba a alojar aquello dentro de sus entrañas?

Se la colocó a la entrada y se dejó caer. Con esfuerzo consiguió introducir la mitad de la cabeza.

-No voy a poder. Duele mucho.

Manuel tenía al muchacho cogido por las caderas le empujó hasta clavarle todo el glande. El chico hizo una mueca de dolor sin soltar ni una queja, cerró los párpados y apretó las mandíbulas.

-Relájate, hijo. Date un tiempo-le susurró al oído mientras acariciaba los pezones erectos del chaval –Me gusta sentir la estrechez de tu culo. Eres tan hermoso – le acariciaba con frases dulces y tranquilizadoras.

Atrajo el cuerpo  adolescente y recorrió con su lengua áspera las tetillas del chaval, las chupó y mordió con suavidad. Álvaro gemía y suspiraba. Había perdido el control de su ano que se contraía y relajaba con vida propia, obedeciendo a las palabras del hombre maduro, a las caricias de sus bastas manos, a la lengua que le quemaba en los pezones.

Estaba preparado para otro envite. Un empujón largo que llenó al chico con un trozo de carne más.

-Cabálgame.

El muchacho comenzó a moverse, con las manos se acariciaba los pezones sensibilizados por las caricias del pescador, que mantenía las manos sobre sus caderas llevando el ritmo de la cabalgata, De tanto en tanto empujaba al muchacho un poco más, introduciéndose en sus intestinos.

-Muchacho, ha llegado la hora de que la tengas toda dentro-anunció incorporándose con el chico clavado a su estaca, que con sus brazos se aferraba a su cuello, con sus piernas a las caderas del hombre.

Le colocó sobre el sillón, la espalda sobre el asiento, las piernas levantadas, entre ellas el marinero que se salió para entrar de nuevo con fuerzas renovadas.

Cuando el chico sintió la estocada creyó que iba a morir atravesado por la virilidad del hombre. Le estaba matando. Le envestía con dureza, cegado por el deseo de llegar al orgasmo.

El pescador inundó los intestinos del chaval entre gruñidos, mientras le comía la boca. El muchacho se derramó sin que le tocasen, por la presión ejercida sobre la próstata.

Tendidos en el suelo, sobre una alfombra raída, el marinero acariciaba al chico observando las sombras y luces que el fuego dibujaba en el rostro del muchacho.

-¿Te he hecho mucho daño?

El muchacho asintió con la cabeza.

-Déjame ver -dijo dándole la vuelta, poniéndolo boca abajo. Le tocó. El dedo estaba manchado de sangre y semen.

-Te he desvirgado,- añadió tendiéndose junto a él, una pierna sobre las del chaval, con un brazo rodeando su espalda, la mano posada en sus nalgas.

-No es como habías soñado ¿verdad?

El muchacho negó con la cabeza.

-Es mucho mejor –añadió- Es duro, como las cosas reales, duele, como también duele nacer y morir, pero te he tenido dentro. Me has bautizado con tu esperma. Me he entregado, pero tú también lo has hecho.

Se besaron con paz y con calma. Dos dioses griegos encarnados en aquellos dos hombres.

-¿Te marchas ya?-dijo el hombre desnudo mientras el chico se vestía con las ropas secas y calientes del hogar.

-Es tarde y mis padres estarán preocupados.

-Espera, me visto y te acompaño hasta el pueblo.

-No. Quédate –respondió el chaval, que quería estar a solas con sus pensamientos.

-¿Volverás?

Ahora era el hombre el que le pedía con esa pregunta que volviera.

El chico se volvió y le miró a los ojos, luego le besó y salió a la calle.

La noche estaba fresca, el rumor de las olas llegaba hasta el muchacho que se internó en la oscuridad de la noche apenas iluminada por la luna que se reflejaba allá a lo lejos en el mar.

Claro que volvería.