Vacaciones de infidelidad y pasión (1)

Narro con detalle cómo la falta de intimidad, me produjo un creciente estado de urgencia sexual que me llevó a vivir intensas pasiones de infidelidad en Catalunya.

En Barcelona.

Teníamos dos días de haber llegado a Barcelona. Ese día, Enrique terminaría sus compromisos de trabajo y saldríamos, por fin, a nuestras vacaciones de verano en Palma. Mi esposo había estado trabajando en esa ciudad desde hacía un mes y nosotros —mis hijos, Enriquito y Sebastián, y yo— le alcanzamos para irnos todos juntos a Mallorca. Saldríamos al día siguiente.

El día anterior, tanto los niños como yo le comentamos a Enrique que nos sentíamos muy entusiasmados para visitar alguna playa, por lo que aceptamos la propuesta de pasar el día, previo a la partida, cerca de Mataró, en donde Don José —un compañero de trabajo de Enrique— nos había ofrecido su casa de veraneo.

La mañana, antes de salir a la playa.

Esa mañana, toda la familia, nos despertamos muy temprano entusiasmados por la visita a la playa. Convenimos en que Enrique nos alcanzaría al medio día para comer y regresar antes de anochecer, para arreglar las maletas de nuestro viaje a Mallorca. Muy alegres mis hijos organizaron sus juguetes de playa, toallas y bañadores y, en un santiamén, estuvieron listos para salir.

—Mami, mami, ya estamos listos para irnos a la playa —dijo Enriquito con alegría.

—Yo también mamita —dijo el más pequeño, que siempre secunda a su hermano.

—Si queridos, en un momento estaré lista. Espérenme en la salita, mientras platico con su padre en el dormitorio —comenté con una sonrisa maternal acariciándoles sus dorados bucles.

Me dirigí a la alcoba del pequeño departamento y encontré a Enrique anudándose la corbata para ir a, lo que sería, su último día de reunión antes de salir de vacaciones.

—Mi amor —me acerqué melosa y le dije al oído — tenemos semanas sin una sola caricia... quiero follar, lo necesito...¿podemos ahora? Tenemos un momento antes de salir —traté de animarlo acercándome seductoramente.

—Siempre tan fogosa, Aria, espera hasta la noche, reina. Bien sabes que ayer aún no estabas en condiciones —me comentó acariciándome una mejilla y separándose de mi para continuar con su arreglo.

—¿Por qué nunca me haces el amor cuando estoy en mi período? —dije, con gesto de reclamo— Yo se bien que se puede, pero tu nunca quieres, ¿te da asco? —le comenté en tono de recriminación—. Además, como te he dicho tantas veces, el último día de mi regla y los siguientes, me pongo excesivamente ardiente... ahora me siento así... me brota el deseo... y ya no tengo nada de flujo...

—Si lo se, Aria —respondió, moviendo la cabeza—. Quizá sea porque eres del signo escorpión, me han comentado que las personas de ese signo tienen su centro vital en los órganos sexuales y en ti es súper evidente. No tienes fin, querida —comentó, sin dejar de arreglarse la corbata.

Definitivamente, Enrique y yo, tenemos marcadas diferencias en nuestro temperamento sexual. Sin embargo, así lo amo... es el padre de mis hijos y, además, es cálido y responsable.

—Bueno, no me queda más remedio que esperar hasta que tu digas para calmar mi apetito— le dije resignada—. ¿Acaso tendrá razón Enrique sobre mi naturaleza de hembra fogosa?

Mi esposo, salió de la habitación a tomar un bocadillo de desayuno. Yo, me propuse aplicarme en los preparativos para la playa. En una pequeña maleta coloqué: toallas, cremas, bloqueador solar y un frasquito de aceite bronceador. Además, en un pequeño bolso, coloqué los cepillos dentales de los niños, maquillaje, lápiz de labios y cepillo para el pelo, entre otros objetos.

Antes de cerrar la maleta me propuse elegir el bañador que llevaría. No necesitaba más, serían solo una cuantas horas de reposo. De pié, en la posición que me es característica —colocándome el dedo índice en mis labios entreabiertos y ladeando un poco la cabeza—, observé los bikinis y pensé que uno, el más cubridor, a lo mejor no me quedaban bien ya que hacía más de un año que no iba a la playa. El otro sabía que me sentaba bien porque que me lo acababa de comprar en una tienda de lencería y ropa de playa, aquí mismo en Barcelona.

Decidí probarme ambos, antes de elegir. El bikini "cubridor" me quedó muy bien. Me sentí feliz al ver que no había engordado desde el año pasado. Me lo quité para probarme el otro. Así, desnuda, extendí el bikini del año pasado sobre la cama y, acto seguido, tomé el pequeño. Contemplé con cuidado la delicada prenda. Estaba hermoso y la tela era muy delgada y suave con su color amarillo tenue. La llevé a mi nariz ... olía muy rico, a mi loción y ropa que guardo en la maleta. Enrique dice que cuando abro esa maleta se esparce mi aroma por toda la habitación.

Con delicadeza, me coloqué la prenda en mi cuerpo. "Madre mía!!!, espero que no me lo vea Enrique porque se va a infartar" —pensé—. El hilito de atrás se escondía entre mis nalgas y por delante era tan pequeño, que me salía vello púbico, por la parte superior. La telita del top, era tan delgada que se notaban las prominencias de mis pezones, además, mis pechos, apenas eran cubiertos por la sugerente prenda.

Frente al espejo, analicé cómo me sentaba el bikini. Decidí hacer ajustes. Me quité el top y la tanga y, así desnuda, me fui al cuarto de baño. Ahí, de pié, frente al espejo, subiendo una de mis piernas a un pequeño banco, me enjaboné el área del "monte de venus" y los pliegues externos de mi sexo. Con esmero, me rasuré completamente el pubis.

Al terminar, me sequé con la toalla y me miré al espejo para ver el resultado... Dios!!! Se me veía hermoso. Pasé delicadamente la mano por mi piel para constatar que ya no había rastro de vellosidad y no detuve el impulso de utilizar mis dedos índice y medio, para abrir mis pliegues externos y llegar hasta mis delicados tejidos internos, que como pétalos de rosa, se mostraron sonrosados y húmedos. El clítoris se me veía suave y turgente.

—Mmmmmmmmmmmmmmmmmmm —gemí sensualmente, cuando recorrí con mis dedos el surco de mi sexo, hasta la entrada de mi vagina. Ahí me detuve un momento, estimulándome con lentitud, introduciéndome poco a poco el dedo anular. Sentía cómo el placer se incrementaba mientras me humedecía, sin embargo, decidí postergar mi orgasmo, hasta un momento más conveniente. Me esforcé para recuperar mi estado de control buscando un cosmético en los cajones del lavabo.

Me unté la crema en todo el pubis, cubrí con una suave y aromática loción toda el área y volví a colocarme la tanga del bikini.

Así, con mis pechos al aire, salí del cuarto de baño y me puse frente al espejo del dormitorio. La imagen me pareció perfecta... en ese momento, Enrique entró para despedirse.

—Aria, por favor, no pensarás ponerte ese bikini y menos topless, ¿verdad?

—¿Qué tiene de malo? ¿me veo gorda? —le comenté despreocupada.

—Bien sabes que no —admitió—, pero vas a un lugar desconocido y con los niños, como su madre... bueno... no se ni que decirte... ¿en serio te vas a poner ese bikini o, mejor dicho, micro bikini? —se expresaba evidenciando un reclamo implícito y anticipado sobre mi decisión.

Siempre lo mismo —pensé—, hasta hoy, cuando voy un poco más allá y hago cosas que no son típicas de una señora casada, Enrique se pone como papá estricto. Somos tan diferentes...

—No te preocupes y claro que me voy a poner el top, ¿cómo crees que voy andar así con mis hijos? Es más, lo más probable es que me ponga el otro bikini que ya me probé —señalé la otra prenda que estaba sobre la cama.

—Bueno, bueno, Aria... ya me voy... trataré de estar en Mataró sobre las tres de la tarde, espérenme para comer juntos. Llevaré el coche que he alquilado, ¿vale? —diciendo esto, se acercó, me dio un beso en la mejilla que apenas me tocó y se dirigió a la puerta.

Sin embargo, antes de salir de la habitación, se detuvo. Por un momento noté que dudaba y, en un arrebato, regresó hasta donde estaba, me puso sus manos en mis hombros desnudos y me atrajo hacia él. Mientras me besaba febrilmente, sus manos bajaron por la suave curva de mi cintura, hasta mis caderas. Después de acariciar mis nalgas, subió efusivamente hasta mis pechos desnudos y se detuvo en mis pezones, rodeándolos con la punta de sus dedos. Estos, crecieron a su contacto. Estaba temblando, sus manos recorrían mi cuerpo con arrebato, me besaba como queriendo postergar el momento.

—Estás muy hermosa Aria, tienes una piel tan suave, siempre me ha fascinado el olor de tu cuerpo, aún cuando sales de la ducha, tu piel mantiene un olor deliciosamente sensual, tu aroma natural no requiere de perfumes para volverme loco —me dijo con voz grave y trémula, aspirando con avidez el olor de la piel de mi cuello y mis hombros desnudos— ¿Sabes? Me perturba el timbre de tu voz, tu vitalidad, tu seguridad frente a la gente... te amo, pero también me trastorna el efecto que produces en otros hombres, lo he percibido cuando estamos en lugares públicos, tengo miedo de perderte, que haya otro que se enamore de ti —Noté su erección en mi vientre y me gustó.

Levanté mis brazos y rodeándole su cabeza respondí abriendo mis labios y hurgando su boca con mi anhelante lengua. —mmmmmmmm, yo también te amo, mi cielo —susurré con mi femenina voz, que tanto le gustaba— y me gusta el efecto que produzco en ti, los demás no me importan.

Por un momento, noté su temblor de placer con la caricia, su erección era evidente, además, yo la incrementaba pegando mi vientre y moviendo mis caderas en círculos. Sin embargo, súbitamente, surgió el esposo serio y responsable que, no sin esfuerzo, se separó de mi, dejándome como en el aire.

—Cof!, cof!, —tosió ligeramente como ayudándose a mantener su postura —perdón, disculpa cielo. No podemos seguir ahora, tengo que ir a trabajar y a ti te esperan los niños. Detengamos esto hasta esta noche, ¿vale? Hasta esta tarde querida, cuídense y mucho ojo con los niños, ya sabes lo inquietos que se son y el mar es peligroso —dijo, arreglándose la corbata.

—Claro, amor. Cuidaré de todo —dije tratando de enfriar mi sensación.

—¿Tienes los billetes del tren? —preguntó Enrique confiando en que la respuesta sería automática.

—Si, no te preocupes, ya vete... el taxi está por llegar para llevarnos a la plau Catalunya.

—Un beso reina, cuídense... ciao.

—Ciao, ciao.

El breve viaje a la playa.

Me puse unas bragas minúsculas. Extrañaba la sensación de esas pequeñeces, ya que hacía días había estado usando bragas grandes para que me cubrieran cómodamente la toalla sanitaria durante mi periodo menstrual. Me vestí con una camiseta pegada a mi cuerpo sin ajustador, una falda de cuadros bastante corta y una sandalias. No me puse medias ni calcetas. Recordé que José Antonio —un amigo de la oficina en donde trabajo— siempre me comenta que le fascinan mis piernas así, al natural. Creo que me veía muy bien con la falda muy corta.

Bajé con los niños cuando el taxi llamó para indicar su arribo al edificio de pisos en el que nos hospedamos. Era una mañana muy hermosa y como los reflejos del sol eran intensos, protegí mis ojos con unos modernos lentes obscuros. Al sentarme en el auto, noté que el taxista no perdió la oportunidad de presenciar, con descaro, el espectáculo de mis muslos con la falda muy arriba. Con naturalidad crucé mis piernas y decidí no hacer caso a sus insinuaciones.

En cada alto, el tipo no dejaba de observarme las piernas cruzadas y por momentos, pensé que perdía el control del vehículo. Estaba tan nervioso que me pareció divertido abrir generosamente las piernas y mostrarle todo cuanto pudiese haber quedado en su imaginación, antes de llegar al destino solicitado.

—Aquí tiene usted el importe del viaje y por favor, ya cierre esa boca, ¿nunca ha visto las piernas de una mujer?

—Nunca como las tuyas, guapa —dijo sonriendo con complacencia.

Sin más comentario, bajamos del auto. Cuando lo hacía no tuve recato para mostrar mis atributos a quienes pasaban en ese momento por el lugar. Luego, caminamos a la entrada de la estación en esa animada plaza de Barcelona. Me sentía bella y muy dispuesta a disfrutar de ese día de sol brillante y cálido.

Ya en el tren de cercanías, como los niños son muy inquietos, elegí el último asiento del vagón para tenerlos a la vista y como siempre, me propuse a relajarme mientras mis hijos hacían mil preguntas. Hoy no quería interactuar con nadie... me proponía a ser solamente mamá de la mejor manera posible.

—Mami, mami, mira qué camiones tan grandes! Mi papi no tiene uno tan grande ¿verdad? —comentó Sebastián con espontaneidad cuando vio las fotos de camiones en algún cartel publicitario. Sonreí, sin responderle, pensando en otra interpretación.

En eso estaba cuando un hombre de mediana edad, elegantemente vestido, se sentó frente a nosotros. Después de una estación y sin dejar de mirar mis piernas, que mi falda cubría con escasez, comentó, sin quitarme la vista de encima

—No me digas que tu eres la madre de estos chavales... Me imagino que estás acostumbrada a que te digan que eres hermosa... —noté una buena educación en su forma de expresarse. El timbre de su voz, su seguridad al hablar... no se por qué, me recordó a mi padre... su pelo, su porte ... calculé que tendría un poco menos de 60 años. Pero, aunque me pareció muy guapo y atrayente, hermosamente europeo, no le respondí y seguí mirando la oscuridad del túnel por la ventanilla.

El tren siguió avanzando, mientras el maduro señor no dejaba de contemplarme mis piernas y mis pechos que, sin el top, temblaban a cada movimiento. Me di cuenta, también, que mis pezones se advertían erectos por encima de la tela.

— ¿De dónde sois? Por la forma de hablar de los pequeños supongo que sois turistas, ¿me equivoco? —no le respondí— por lo que veo, no deseas hablar ... disculpa si te parecí atrevido... además no es mi intención ofenderte —Había intentado a entrar en contacto y, evidentemente, había fracasado. Sin embargo, no quise mantener una actitud tan fría y decidí agradecer, aunque fuera sutilmente a sus palabras.

Le sonreí y, sin intentar bajar mi falda, seguí en mis pensamientos, dejando que continuara, mirándome las piernas y las tetas, sin poderlo disimular. De hecho me sentía halagada por el efecto que ocasionaba en él, además me gustaba su porte de hombre maduro y distinguido. Seguramente, iba a su trabajo, o quizá con su esposa... ¿tendría hijos?. Dejé de hacerme tantas preguntas y mejor decidí, como al taxista, mostrarle sin reserva mis atributos, abriendo generosamente mis piernas cada vez que las cruzaba de un modo u otro, aparentando que lo hacía sin darme cuenta. —Por cierto, me impresiona la cantidad de hombres que piensan que las mujeres eso lo hacemos por descuido—.

Como no sabíamos con exactitud el trayecto; antes de llegar a la estación planeada, me puse de pié para estar a la altura del cartel en donde se señalan las paradas del tren. Pensé que de esa manera estaríamos preparados para bajar en el lugar indicado. Mis niños iban y venían entreteniéndose y jugando con cualquier cosa.

Yo de pié, opté por continuar mi juego con el señor que, evidentemente, estaba fascinado con el espectáculo que le había ofrecido hasta ese momento. De hecho, yo misma me sentía estimulada sexualmente por la situación.

Me acerqué como por accidente a su asiento quedando a un lado de él. Ahí, aprovechando un movimiento del vagón, me acerqué e hice que mi vulva quedase pegada a su hombro. Exageré la oscilación de mi cuerpo para frotar la abertura de mi sexo con su hombro a cada movimiento del tren. Él se puso tenso, pero casi de inmediato entendió la situación y movió su hombro para adaptarlo a mi entrepierna. En esa posición, me empezó a masturbar con el frotamiento. No lo podía creer de mi misma... estaba excitándome en pleno tren con esa fricción... el tipo... encantado.

El juego continuó y yo... como siempre... me volví menos cuidadosa conforme mi excitación se incrementaba, además, el tren prácticamente estaba vacío en esa parte. Con cada frotamiento temblaba y mi respiración se hacía entrecortada...

Nadie hablaba, aunque, poco a poco, intensificaba el estímulo... hasta que se animó a colocar su mano en mis piernas y lentamente empezó a subirla hasta mis minúsculas bragas, acariciándome, con deleite la parte interna de mis muslos. Esperó por un segundo mi reacción ante su atrevimiento, sin embargo, ... no hice comentario alguno y continué en la misma posición.

Mis labios temblaron y mis ojos se entrecerraron cuando, con sus dedos, hizo a un lado la telita de mis bragas y empezó a acariciar mis genitales.

—Mmmmmmmmmmmmmmmmm... mmmmmmmmmmmm —gemí con pasión, cerrando mis ojos.

Abrí mis piernas para dejarle el camino libre. Sus dedos se introdujeron en mi intimidad y empezó a restregarme el clítoris. No pude más y con mi mano le llevé su dedo a la entrada de mi vagina.

—Mmmmmmmmmm, ... Méteme el dedo... —le dije al oído, agachándome hasta él.

Me estuvo masturbando por minutos hasta que sentí que el orgasmo, primero en semanas, llegaba con una fuerza brutal. El seguía con su dedo dentro de mi vagina, mientras yo, de pie, trataba de ocultar la situación.

Abrí un poco más las piernas deteniéndome con ambas manos en el asiento. Temblaba y no pude evitar expresar mi pasión cuando una deliciosa sensación de placer surgió de mi vagina y se extendió por todo mi cuerpo. No podía evitar el temblor de todo mi cuerpo, sentía que las piernas no me detendrían y que iba a perder el control.

—ah, ahhh, ahhhh, ahhhhhh, ahhhhhhhhh, ahhhhhhhhhhhhhhhhhh, ahhhhhhhhhhhhhhhhhhh, ahugmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmm!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! —sentí un delicioso orgasmo, mientras él seguía metiendo y sacando su dedo dentro de mi vagina. Mis jugos, habían humedecido su mano y hacían que se produjera un sonido característico por los líquidos que llenaban su dedo al penetrarme.

El, sentado como si nada, yo, de pié, disfrutando las audaces caricias en mis genitales. Mis hijos, yendo y viniendo por el vagón.

Fue una sensación insospechada. Estaba de pié dejando que un desconocido me manoseara, verdaderamente estaba pasándome del límite.

Me alerté, cuando la señal luminosa de la estación de nuestro destino era la que seguía. después de la última parada. Me separé del señor y traté de arreglar mis bragas de la mejor manera posible. Noté que la tela estaba húmeda por los fluidos de mi excitación.

Ya casi lista para bajar, mi hermoso y elegante español, comentó:

—heerrmmosaa... ¿te puedo preguntar algo? —me dijo temblando.

—Siii, por supuesto —le dije femeninamente, agachando mi cuerpo hasta que mis tetas quedaron prácticamente pegadas al él. Definitivamente, estaba jugando con fuego...

—¿Os bajáis pronto?

—Si, en la próxima estación —por eso ya me despido...

—No te bajes por favor, ¿me puedo bajar contigo? —su nerviosismo no lo dejaba ser más elocuente.

—Mira, mis hijos y yo nos bajamos aquí y tu, te sigues, ¿vale? —le dije, con seguridad y ya recuperada del orgasmo que momentos antes había experimentado deliciosamente.

—Pero.... —dijo al momento que llegaba el tren a la estación de Mataró.

—Vamos a la puerta niños, para estar preparados —lo interrumpí con mi comentario dirigido a los pequeños.

Un momento antes de abrirse la puerta, me acerqué a él y sin contemplaciones, le di un voluptuoso beso en su labios.

—Eres un amor querido —le dije al oído— fue riquísimo, recuérdame... —era evidente su tremenda erección que se notaba por entre la tela de su pantalón.

Se me quedó mirando boquiabierto mientras nos bajábamos del tren.

Ya en la banqueta del andén, observamos que el tren reanudó su movimiento... por la ventanilla el elegante señor me lanzó un beso... nunca le pregunté su nombre y, por supuesto, él nunca supo el mío.

Continuará en: Vacaciones de Infidelidad y Pasión (Parte 2)

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