Vacaciones de estudiantes (01)

Preparando las reglas para una orgía de cuatro días en Acapulco.

Vacaciones de estudiantes

1. Preparación

En período de exámenes, después de pasar la noche en vela, Lucía y yo hicimos el amor con ánimo profiláctico, sólo para reponer fuerzas, y bajamos hacia la C.U. En el camino, Lucy me expuso un plan que, me dijo, ya había aprobado Tamara. Según esto, una tía suya le prestaría por cuatro días, un departamento en Acapulco, "y Tamara y yo, que hemos decidido irnos a vivir juntas, queremos despedirnos, al menos por un rato largo, de los pitos", así que habían planeado pasar esos días en una orgía sostenida, "en que nosotras pondremos las reglas", y habrían de ir tres vergas distintas y, si fuese posible, otra chica. "Una de esas tres es la tuya y otra, quiero yo que sea la de tu amigo Felipe, y tu puedes proponer la tercera, que pertenezca, dicho sea de paso, a un chavo de mente abierta y que no sea un macho insufrible". Otra obligación previa: los seis involucrados habríamos de llevar un dictamen negativo de la prueba de elisa, hecho ex profeso, y ellas pedirían a la tercera chica que las imitara en la opción correcta: DIU (ambas cosas serán enormemente tranquilizantes, dijo). Ellas impondrían también unas reglas de puntuación que al final del evento darían un ganador por sexo, que sería premiado el último día, y que tendría por esclavo al perdedor del sexo opuesto durante dos semanas posteriores al regreso a México (esclavo o esclava en secreto, aclararon).

Los tres varones, dijo Lucy, habríamos de pagar las comidas ("que deberán ser de buena factura") y aceptar sus reglas, que serían una sorpresa pero que, me garantizaba, nos gustarían. La tercera chica habríamos de buscarla nosotros. Cuando llegamos a la Fac, presentamos el examen del día y yo salí a las Islas a meditar. Ya veía venir que Lucy y Tamara se casarían. De hecho, luego de cuatro o cinco encuentros triangulares, durante tres o cuatro semanas, me habían excluido, aunque yo había podido estar alguna que otra vez con Lucy, y una con Tamara (habían pasado poco mas de tres meses desde nuestro primer encuentro triple). Les debía mucho a ambas, las quería y las sigo queriendo, aunque hace años que no duermo con ninguna de las dos, y sabiendo, como sabía, que están locas como cabras, no me disgustaba la idea de arreglarles su despedida, ni, mucho menos, la de tomar parte en ella. No dejaba de sorprenderme, además, que Lucy, tan modosita, que ante sus padres seguía jugando el rol de hijita perfecta, hubiera tomado tan brava decisión.

Esa misma tarde convoqué a junta a Felipe y a Roberto. Felipe, un rubiales con fama de conquistador, buen lector y amigo, punk y contracultural, estaba ahí (aunque no se lo dije) a expresa petición de Lucía, a quien le alborotaba la hormona. No en vano, le decían Felipe "el Hermoso". Bobby es mi más querido amigo, y había vivido con él aventuras y borracheras sin par, y sabía que me haría deudor de su gratitud eterna al invitarlo a tan inusual y desaforado evento, es alto y delgado, bien plantado aunque nada espectacular. El único impedimento serio era el dinero, pero era cosa de movernos y conseguir una lana, pidiéndola a quien fuera.

Les conté la propuesta. Primero, se sorprendieron de que mi intimidad con Lucy y Tamara llegara a tanto, pues yo, como caballero que soy, no ando contando mis andanzas (y si se las cuento a ustedes es como los curas de antaño contaban los problemas de conciencia: "se dice el pecado, pero no el pecador", y he alterado de tal modo los hechos, que sólo sus protagonistas podrían reconocerlos, porque lo único inalterado es lo que hicimos en privado). Felipe nos contó entonces cómo, en un viaje de prácticas, había follado como loco con Tamara una noche en que las compañeras de cuarto de aquella, entre las que no estaba Lucía, por cierto, habían ido a una disco con el grueso del grupo, dejando libre la habitación hasta tarde ("y es un cañón, una tigresa, mi buen, coge como una diosa", le dijo al Bobby, porque era obvio que no tenía que contármelo a mi).

Les dije que había otra condición: ellos debían conseguir a la tercera mina. "Una tía guapa, potable, asequible, pero no un pimpollo: guapa, para que despierte nuestros instintos, pero no tanto que opaque a las otras dos, que esté equilibrado el pedo ¿saben?" Y les dije que yo no quería saber nada del asunto hasta que lo consiguieran: "y tienen dos semanas".

La tercera mina fue Alicia, una güerita de buen ver, exnovia de Felipe, que estaba en primer año en otra carrera de la Facultad. Alicia aceptó el juego, pero exigió que Lucy y Tamara la incluyeran en la definición de las reglas. Finalmente, convenimos en que ellas se irían por su lado, en el coche de Lucía, y nosotros habríamos de partir por nuestra cuenta, pasar a la playa y llegar al departamento hacia las seis de la tarde del primer día, un miércoles. Así sería.

Ahora hay que hablar de esas tres preciosas y magníficas chicas:

Retomo otra descripción de Tamara: "Yo solía verla por los pasillos, chaparrita, delgada, con unos profundos ojazos negros que iluminaban sus rasgos indígenas y su larga cabellera de ala de cuervo. Tenía (tiene) unas caderas estrechas pero claramente femeninas, unos pechitos que apenas despuntan y unas piernas delgadas y bien torneadas, bajo un pubis pétreo y un duro y plano estómago". Hay que agregar algunos datos, que ya sabía o que supe en esos días: 24 años, 1:53 de estatura. Nunca nos dejó tomarle las medidas, aunque hay que decir que era más esbelta que Alicia.

De Lucía: Muy morena, "[...] luce una espesa y ensortijada pelambrera, una naricita de botón, y unos labios gruesos, grandes y rojos, diseñados para mamar [...] es una chica generosamente dotada, quizá en exceso: 1.67 [de estatura] adornados con unos pechos grandes y redondos, con unos enormes pezones morados que, un día, por curiosidad medí, encontrándome con un metro y casi diez centímetros. No tenía, ni por asomo la cintura de sílfide de Tamara, pero el recubrimiento carnoso que la envolvía no demeritaba su figura, como tampoco lo hacía un culo desmedido, alegre de vivir, que con trabajo acomodaba en los mesabancos y que, enfundado normalmente en minifaldas negras o azules, solía atraer feroces miradas hacia sus gruesas pero firmes piernas. Un pimpollo estilo años cincuenta." Tenía por entonces 22 años, y sus medidas eran 110-76-106.

Alicia acababa de cumplir los 19 (por poco se los festejamos en Acapulquito), de facciones muy finitas, ojos color castaño claro, lo mismo que el cabello, casi tan bajita de estatura como Tamara (1:55) y, aunque delgada, muy bien proporcionada: 82-58-80. En realidad, había sido una sabia elección, porque me encantaba. A pregunta nuestra, nos contó que había perdido la virginidad a los 14 años, con un primo suyo, de 18, y que Robert y yo seríamos sus varones número 8 y 9.

Le pedí que me contara de los otros, y sonriendo picaramente dijo que sólo los enumeraría: su primo ya dicho; su profe de química en primero de prepa; un novio de 19 años; "dos españoles en Cancún"; Felipe, "aquí presente"; y... "el otro es un secreto".

Y es que el primer día fue de pláticas en ese tenor. Tamara y Lucía contaron sus primeras experiencias, y Lucía dijo que había tenido once amantes de sexo masculino, y una, "la mejor", mujer. Tamara sólo nos dijo "muchos". Yo volví a contar la historia de Lupita, hablé de Ariadna, y dije que Alicia sería la séptima mujer con quien lo haría (luego de Ariadna estaban Mirna y Sandra, y luego Tamara y Lucía). Felipe tenía una larga historia, desde que a sus 15 huyó de casa y se recluyó en una comuna punk. Roberto había tenido dos amantes y otras tantas aventuras ocasionales, y ninguna novia, habiendo empezado a los 17. Felipe tenía 24 años, yo 22 y Roberto 21.

Es que, como quedamos, habíamos llegado a las seis de la tarde al departamento, una cosa hermosa, no cercana a la playa, aunque desde el balcón se dominaba la bahía, pues el edificio estaba inverosímilmente construido en las pendientes del Veladero. Un departamento muy amplio, bien amueblado y con tres recámaras. Nos recibieron vestidas, y nos hicieron sentarnos a la mesa: "hoy es día de plática y confesiones –dijo Lucía-, de descanso y preparación. Cada quién dormirá con su pareja asignada, y está prohibido coger más de dos veces, y mañana, a las ocho en punto, empezamos. Mañana es mi día, yo mando". Había que estar a las ocho en punto: todos bañados, bien aseaditos, y ligeros de ropa, pero no desnudos. Así que estuvimos confesándonos unos a otros, tal como he resumido. También se acordó que yo llevara la minuta de los acontecimientos, lo que me permite reconstruirlos detalladamente.

Antes de salir a cenar nos asignaron las parejas de esa noche, diciendo que habríamos de portarnos como noviecitos. Y he de decir que el criterio fue de lo más equitativo: Felipe con Lucía, Roberto con Tamara y su servilleta con Alicia. La chiquita estaba entusiasmándome: tenía el pelo recogido en una cola de caballo, y llevaba un traje de baño de una pieza y sobre él, una minifalda de mezclilla, completando su atuendo con unos huaraches. Nos amontonamos en el vocho de Lucy, y desde ahí empecé a tocar su piel dura y suave, acariciándole los hombros descubiertos, las mejillas y la delicada curva de las pantorrillas.

Cenamos mariscos, bueno y ligero, y todos nos moderamos notablemente con la bebida, y apenas pasadas las diez estábamos Alicia y yo desnuditos, dándonos una ducha fría. Yo estaba admirando el sedoso vello rubio que cubría su espalda y sus brazos, y la abundante mata de pelo que sombreaba su pubis, mientras la enjabonaba dulcemente. Nos secamos el uno al otro, y nos fuimos a la cama, donde la acosté boca arriba y empecé a besarle los labios vaginales y succionarle el clítoris, hasta que me pidió que se la metiera, a lo que no me rehusé. Me mecí despacio dentro de ella, con toda la intención de prolongar el momento, retrasando mi orgasmo hasta que alcanzara el suyo. Nos acostamos, y sus delicadas caricias hicieron que se me parara otra vez, y al pedirle "el segundo de la noche, reglamentario", fue al baño y luego de limpiarme el pito con una toalla húmeda, me lo mamó hasta hacerme ver estrellas. Finalmente, nos dormimos. Al día siguiente esperamos la hora prevista sentados en el balcón, viendo la límpida mañana acapulqueña.

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