Vacaciones cornudas. Parte 3.

Tras una noche de lo más morbosa, nos disponemos a pasar la mañana los dos solos a la espera que su amante vuelva del trabajo, pero nos tiene preparado una sorpresa...

Segundo día de vacaciones

A la mañana siguiente, a pesar de que no habíamos quedado con el amante de mi mujer, nos levantamos relativamente temprano para aprovechar la mañana visitando la zona turística de la ciudad. Aunque la noche anterior había hablado con Juan de la posibilidad de montarle algo mientras él tenía que hacer una guardia en el trabajo, no le había contado nada de eso a Ester. Me excitaba la idea de verla reaccionar al natural, sin conocimiento, ante cualquier eventualidad que se presentase.

Pasamos un rato paseando por el paseo marítimo, dejando que ella examinase de vez en cuando alguno de los puestos ambulantes o entrase en alguna tienda sin prisa alguna. Mientras yo la observaba ligeramente excitado, enfundada en sus pantalones cortos ajustados y su top sin tirantes, con las cintas del bikini cayendo a los lados. Y por supuesto, también expectante ante la posibilidad de una llamada o un mensaje por parte de su amante.

No tardé en recibir un mensaje de texto, preguntándome donde estábamos más o menos, y tras unos intercambios de mensajes para dejarlo claro, me dijo que le comentaría a un amigo si se podía pasar a hacernos de guía esa mañana, ya que él no podría hasta la tarde. No me dio información si su amigo estaba al tanto o no del tipo de relación que había entre los tres, pero eso no hacía menor la excitación y una sensación de cosquilleo en el estómago.

Media hora después, y como si nos hubiese encontrado por casualidad, alguien nos saludó desde el otro lado de la calle y cruzó a la carrera la calle para encontrarse con nosotros. Ester quedó un poco sorprendida, ya que no lo recordaba de nada, pero por mi parte lo reconocí fácilmente como uno de los amigos que habían estado en el pub la noche anterior, observando como mi mujer y su amante bailaban de manera bastante íntima y animada, y cruzando alguna que otra palabra conmigo.

Lo saludé y ya que Ester se encontraba algo incómoda por no acordarse de él la presenté mientras con el rabillo del ojo observaba como se la comía con la mirada. Seguía sin saber si él estaba al tanto de lo que había pasado la noche anterior en el hotel entre su amigo y mi mujer, pero, excitado, me hacía a la idea de que algo sí debía saber. Ella tampoco parecía estar incómoda con su presencia, a pesar de haberla visto bailar bastante entregada en los brazos de otro hombre.

Estuvimos hablando un rato en la terraza de un bar, como si hubiésemos sido viejos amigos. Era un tipo bastante divertido y animado, así que pronto Ester estaba riéndole las constantes ocurrencias y las bromas más o menos subidas de tono. Yo observaba excitado el comportamiento desenfadado de ella, que hacía ver que no se daba cuenta de las miradas atrevidas que le lanzaba, apreciando cada centímetro de su anatomía, lo que no hacía sino envalentonarlo más en su examen, eso sí, con furtivas miradas hacia mí, como evaluando si lo que su amigo le había comentado era cierto o si en algún momento yo se iba a encontrar con que parabamos el juego.

Cuando le comentamos que nuestra idea, tras el paseo por la ciudad era ir a la playa, nos comentó que podíamos ir a su casa, con piscina privada y que no solo el agua iba a estar más caliente, sino que al no ser las playas de por allí de arena fina, también sería más cómodo tomar el sol. Nos miramos fugazmente, preguntándonos ambos con la mirada si estábamos de acuerdo, y como ninguno de los dos hizo ningún gesto negativo, fue mi mujer la que, sonriendo y dándose unas palmadas en los muslos dijo que le parecía bien.

Antes de ir al coche, mi mujer fue un momento al lavabo del bar, momento que nuestro amigo aprovechó para observarla con detenimiento y con una sonrisa lasciva, indiferente a mi presencia, marcar en la retina las curvas de Ester. Luego, lentamente se giró hacia mí y aparte de unos comentarios subidos de tono acerca de mi mujer que me excitaron aún más de lo que estaba, también me comentó, con una sonrisa socarrona ante la perspectiva que se le abría, que Juan le había comentado algunas de las jugadas de la noche anterior, así como el comportamiento de mi mujer en la cama.

De manera que cuando Ester volvió, él ya tenía la seguridad que por mi parte no tenía problema en compartirla con él de la misma forma que la había compartido con su amigo la noche anterior. También quedó claro que ella no estaba al tanto, cosa que no le importó demasiado ya que según sus propias palabras – mi mujer había venido buscando marcha y no tenía pinta de ser de las que se limitase a un solo semental -.

Siendo ella ajena a esta conversación, nos dejamos llevar en su coche a una urbanización a pocos kilómetros de la ciudad. Ester iba sentada al lado del conductor, con la cabeza echada hacia atrás, con los ojos cerrados y disfrutando de los rayos del sol, ofreciendo por otra parte una buena panorámica de su escote. Por mi parte, desde el asiento de atrás, observaba como de vez en cuando se recreaba echando miradas fugaces a la delantera de mi mujer y como, además, a veces nuestras miradas se cruzaban por el retrovisor.

El viaje fue bastante corto, y tras aparcar en la calle nos abrió la puerta de un chalet bastante elegante, con su piscina rodeada de césped, a pleno sol. Mientras él nos enseñaba la casa y el jardín, o mejor dicho se lo enseñaba a mi mujer, tomándola del brazo, yo me quedé atrás, examinando las posibilidades del lugar. Observé que aunque el murete que rodeaba la casa nos daba cierta intimidad, tanto de las casas más cercanas como de cualquiera que pasase por la calle, este no nos ocultaba de otras casas algo más alejadas, ya que estábamos en la pendiente de la ladera de una montaña.

Al poco de llegar Ester ya estaba quitándose la ropa y quedándose en bikini. Mientras yo la veía dirigirse hacia donde me encontraba, al lado de la piscina, podía ver la expresión boquiabierta y la mirada lasciva de nuestro anfitrión contemplando desde la casa, las nalgas de mi mujer, únicamente en un minúsculo tanga.

Mientras ella me lanzaba una mirada interrogante, con una sonrisa pícara, como pidiendo mi parecer, detrás de ella, él también se quitó rápidamente la ropa acercándose hacia nosotros vestido únicamente con un pequeño bañador ajustado, luciendo músculo sin mucho reparo. Eso sí, mi mujer, a la vez que le comentaba la estupenda casa que tenía, le daba un descarado repaso por su cuerpo musculoso, y aunque sin saltarse el bulto bajo su bañador, tampoco recreándose más de la cuenta sobre él.

Mientras ellos se metían en la piscina, bromeando y salpicándose como críos, entré un momento en la casa para dejar las bolsas que traíamos del hotel y avisar a Juan que habíamos conocido a su amigo y que estábamos en su casa. Cuando salí, ya habían salido del agua y estaban tomando el sol, Ester tumbada boca arriba, se había quitado la parte superior del bikini y su nuevo amigo, pegado a ella, la contemplaba tumbado de lado, sin preocuparse mucho de que lo viésemos recrearse mirando el cuerpo prácticamente desnudo de Ester.

Entre otras cosas les llevaba la crema solar, pero Miguel, que así se llamaba, me la quitó de la mano y tras untarse las manos con ella, preguntó, no sin cierta socarronería, si a mi mujer le apetecía un poco de crema. Tras un par de sonoras carcajadas de Ester, riendo el atrevimiento, se encogió de hombros como aceptando la propuesta y tras girarse nos ofreció una estupenda visión de su trasero y su cuerpo tumbado boca abajo.

Miguel me lanzo una mirada lasciva, haciendo un gesto de satisfacción y sonriéndome mientras se humedecía los labios, empezó a restregarle la crema por los hombros y espalda, lentamente. De vez en cuando, como si no lo hubiese visto ya, me hacía gestos para que me fijase como la cinta del tanga se perdía insinuante entre las nalgas. Cuando sus manos llegaron la cintura, tras unos amagos de perderse bajo las cintas del tanga, saltó a los tobillos, restregándole la crema muslos arriba, poco a poco.

Solo cuando no quedaba otra parte de su anatomía sobre la que extender crema, sus dedos empezaron a acariciarle las nalgas, al principio tanteando el terreno, pero una vez que fue evidente que Ester no parecía rechazar el juego, sin recato alguno empezó a restregar la crema con ambas manos, recreándose más tiempo del necesario mientras mi mujer no hacía ningún gesto de rechazo.

Cuando terminó de ponerle crema, Ester se giró para darle las gracias y soltó una buena carcajada de sorpresa cuando observó que el bañador de Miguel era demasiado apretado y pequeño para la situación en la que nos encontrábamos. Absorto como estaba, viendo como sus manos recorrían el cuerpo de mi mujer, ni me había fijado que la erección que tenía hacía que buena parte de su polla asomase por encima de la tela. Y él tampoco parecía haberse dado cuenta, pero sonriendo ante la mirada juguetona de Ester, se limitó a encogerse de hombros y sacarse el bañador sin quitar la mirada de los ojos de mi mujer.

Por su parte, Ester hizo lo propio, y tras quitarse el tanga, se tumbó boca arriba, invitándolo a que terminase su trabajo restregándole crema, esta vez por la parte frontal, ofreciéndose desnuda, con las piernas ligeramente abiertas y su pezones, duros y puntiagudos, moviéndose arriba y abajo al ritmo de sus respiración. Obviamente él no se hizo de rogar y continuó acariciándole el cuerpo, ahora sí completamente desnudo, desde los tobillos hasta la nuca, sin dejar ni un solo centímetro de piel mientras se podía observar cada vez más claramente ligeros movimientos en los muslos y caderas de mi mujer, cada vez más excitada. Al igual que yo viendo la facilidad con la que se estaba entregando sin ni siquiera haberlo planeado como el día anterior.

Finalmente, no había terminado todavía de untar todo el cuerpo, cuando no pudo aguantar más y agarrando las tetas con ambas manos las sujetó mientras besaba y mordisqueaba los pezones. A esas alturas yo también estaba desnudo, masturbándome y observándolo todo sentado justo al otro lado de Ester. No tardó en bajar sus labios por el vientre, lamiéndola hasta llegar a su sexo, en donde se recreó durante un buen rato mientras ella empezaba a jadear, mover las caderas y apretar los muslos alrededor de su cabeza.

Los dejé un momento para ir a buscar preservativos en las bolsas que teníamos dentro de casa, y mientras intentaba relajarme a la sombra, me entretuve unos minutos buscando algún signo de vida en las ventanas o pórticos de algunas de las casas que habían por la ladera, con vistas al jardín.

Cuando volví era Ester la que, arrodillada, le estaba propinando una buena ración de sexo oral, mientras él había echado el cuerpo atrás y apuntaba al cielo con su miembro, ella iba jugando con labios, manos y boca.

Al notar mi presencia fue la propia Ester quien me acercó una mano, sin mirarme, para que le pasase el condón y, tras colocárselo, se subió a horcajadas y empezó a dejarse caer para ser penetrada poco a poco mientras de ambos brotaba a la vez un suave gemido. Ella empezó a mover sus caderas lentamente, cabalgándolo pausadamente, pero poco a poco él fue tomando la iniciativa, acelerando el movimiento de caderas hasta conseguir que ella se volviese loca de placer delante de mis ojos.

Así estuvieron un buen rato más, sin cambiar de posición, moviéndose ahora uno ahora el otro, acelerando o pausando sus caderas. Su cara entre los pechos de mi mujer, succionando goloso los pezones mientras con sus dedos jugaba con las nalgas y con el ano de Ester. Ella por su parte lo tenía abrazado por la cabeza, hundiéndola más todavía en sus tetas.

Si había algún mirón debía estar alucinando porque yo, de pie, me masturbaba a su lado. A veces delante de Ester, contemplando sus ojos cerrados y su cara de placer, a veces detrás, viendo como la perforaba de manera frenética mientras le amasaba el culo.

Cuando al final, tras unas sacudidas salvajes en las que él se corrió abrazándola con fuerza, se tumbaron exhaustos en el césped, boca arriba ambos, respirando pesadamente. Yo, que también me había corrido sobre el césped me acerqué y me tumbé al lado de Ester, besándola mientras acariciaba uno de sus sudorosos pechos.

Al cabo de una hora, tumbados bajo el sol, hablamos de que era hora de ir pensando en comer algo, por lo que tras darme las indicaciones y dejarme las llaves del coche, me marché a buscar algo de comer, dejándolos a los dos solos, no sin cierta excitación por ello. Durante el viaje no podía dejar de pensar en todo lo que podrían estar haciendo en mi ausencia. Aproveché también para contestar varios mensajes de Juan, que estaba interesado en si su amigo se lo había montado con mi mujer, si se había entregado fácilmente y alguna que otra pregunta más o menos obscena.

Al volver a casa con la comida, los dos estaban en la piscina, Ester apoyada en el borde y él detrás de ella besándola en la nuca. Los dos estaban con los ojos cerrados, así que sin hacer ruido dejé la bolsa con la comida a la sombra y me acerque poco a poco, contemplando la escena cada vez más cerca. Sus cuerpos se movían ligeramente adelante y atrás, soltando mi mujer un suave gemido cada vez que él empujaba su cuerpo contra el de ella, lenta y suavemente. Sus manos la sujetaban por las tetas, abrazándolas con fuerza mientras movía las caderas.

Cuando él abrió los ojos y me vio, sonrió maliciosamente y me comento algo acerca del estupendo culo de Ester y lo agradable que era poseerla por detrás. Hasta que él no me dirigió la palabra ella ni siquiera se percató de mi presencia, ya desnudo y empezándome a masturbar, a pocos metros de ella.

A pesar que era mi mujer, y las muchas ganas que le tenía, hasta que él no me hizo señas para que me acercase no me atreví a sentarme en el borde de la piscina, con su cabeza entre mis piernas y mi polla, tiesa, rozándole el rostro cuando cualquiera de sus penetraciones la empujaba hacia delante. Fue un momento sublime cuando mi mujer empezó a reaccionar, abriendo la boca y besándome la polla suavemente, cruzando su mirada con la mía antes de empezar a chupármela.

Y aun siendo el segundo del día, tercero si contamos uno antes de levantarnos, me corrí bastante rápido por la excitación observando tan de cerca las embestidas cada vez más fuertes de su amante, mientras su boca hacía maravillas en mi miembro.

Me quedé allí, con su cabeza sobre mis muslos, acariciándole el pelo mojado mientras él la follaba por detrás un rato más, justo hasta que abrazándola y atrayéndola hacia él, la separó de mí para correrse nuevamente mientras sus cuerpos luchaban por no hundirse en la piscina, con unos movimientos finales de cadera, espasmódicos, con la polla dentro del culo de Ester.

La siguiente hora la pasamos descansando y comiendo, desnudos sobre el césped, repasando de vez en cuando la protección solar de una y de otro. Alguna que otra vez me parecía ver algún movimiento de cortinas en algún chalet cercano, Ester me lo confirmó días más tarde, pero estábamos tan extasiados bajo el sol que ninguno hizo el más minimo gesto para entrar en casa u ocultarnos algo más.

Y así estábamos cuando alguien llamó a la puerta, sobresaltándonos brevemente antes de que una voz conocida nos llamaba desde la verja de entrada: Juan, que se había pasado directamente por allí al salir del trabajo. Ester se alegró ostensiblemente, ya que se levantó para ir a abrir la puerta, abandonándonos mientras la observábamos correr desnuda por el jardín camino de la verja.

Miguel me miró con cierta condescendencia cuando Ester se abalanzó, desnuda, sobre los brazos de Juan, besándolo apasionadamente mientras la sujetaba por las nalgas. Tras esa bienvenida tan efusiva, los dos entraron en el jardín y se dirigieron, abrazados, hacia donde estábamos nosotros dos.

Y como se suele decir, la cosa continuará…