Vacaciones cornudas. Parte 2.
Tras el apasionado recibimiento de un par de horas antes, nos lanzamos a la primera noche de nuestra estancia de vacaciones, dejándonos llevar de la mano del amante de mi mujer.
Apenas nos dijimos unas cuantas frases sueltas desde que el amante de mi mujer se marchó de la habitación, pero bastaba que nuestras miradas se cruzasen para que apareciese en nuestro rostro una sonrisa de complicidad. Ester se estuvo duchando tranquilamente y luego, con una toalla enrollada, estuvo tomando un poco el aire en el balcón de la habitación, relajándose y preparándose para lo que podía dar de sí la noche.
Por mi parte no podía dejar de observar sus movimientos, recreándome en sus curvas mientras pensaba en todo lo que había pasado en las últimas horas. Y excitándome nuevamente ante la perspectiva que nos ofrecía la noche. Mientras arreglaba la cama y me aseaba no perdía de vista el teléfono, esperando con cierta ansiedad la llamada para volver a quedar con Juan.
Solo había pasado una hora y media, más o menos, desde que él se fue, cuando recibimos su llamada de nuevo. Yo ya estaba preparado, y como Ester todavía estaba con la toalla de la ducha, decidí bajar para no hacerlo esperar en exceso. Durante el rato que tardó en bajar y unirse con nosotros, estuvimos hablando sobre la experiencia pasada y sobre los planes que podíamos hacer, tanto para la noche como para los días próximos.
Noté cuando mi mujer bajó al hall porque él se calló y su atención se fue por detrás de donde estaba. Me giré y en efecto allí estaba ella, devolviendo la llave en recepción. Llevaba un vestido verde, ajustado a su cintura, y de espaldas como estaba la falda plisada, y ligeramente ajustada, insinuaba sensualmente sus caderas.
Al volverse hacia nosotros y descubrir nuestras miradas pude observar su sonrisa divertida y como le brillaban los ojos al fijarse en su recién estrenado amante. También pudimos observar que los de recepción tampoco perdían detalle. Se acercó a nosotros contoneándose poco a poco, mostrando un escote generoso y sin apartar la mirada de él. Se dieron un profundo beso de bienvenida mientras él la sujetaba por las nalgas descaradamente y acto seguido nos llevó a un local muy recomendable por su comida.
La cena transcurrió de manera muy animada, como amigos de toda la vida, pero con cruces de miradas pícaras, sonrisas prometedoras y alguna que otra caricia aprovechando su proximidad. Me excitaba ver el comportamiento de ambos, el deseo en cada uno de sus gestos y me divertía sobremanera cuando alguno de los camareros se acercaba y Ester se sobrecogía al sentirse sorprendida con una mano que no era la mía sobre sus muslos, o simplemente apoyada sobre su propia mano.
Nos preguntó si queríamos ir a bailar ya, y ante la respuesta efusiva de mi mujer, nos comentó un sitio donde solía ir con amigos y que no estaba muy lejos. Eso sí, nos advirtió, si no nos incomodaba la mirada o presencia de conocidos suyos. Ester dijo que no le importaba, que le apetecía bailar antes de subir de nuevo al hotel, esto con una sonrisa pícara, y que si a él no le importaba que nos viesen, ella tampoco tenía inconveniente. Por mi parte, no me había planteado la idea de lucir los recién estrenados cuernos por ahí, pero la idea tenía su morbo, así que no dije nada y, tras pagar la cuenta, nos dirigimos al local que nos recomendaba.
Verlos caminar delante de mí abrazados, observando como acariciaba el culo de mi mujer por encima del vestido y susurrándose confidencias al oído hizo que llegase al local completamente excitado. Entraron delante de mí, observé como saludaba a algunos y sin pararse llevó a mi mujer a la zona donde tres parejas más bailaban.
Por mi parte me acerqué a la barra y tras pedirme una cerveza me quedé observando como bailaban. El local era pequeño y no había mucha gente, así que podía observarlos casi al lado. Se me iban los ojos cuando veía que ambos juntaban sus caderas, frotándose, cuando las manos de él la sujetaban firmemente por el culo e incluso entre risas se daban algún que otro beso fugaz.
Llevarían un cuarto de hora cuando volvieron hacia donde yo estaba, cogidos de la mano y divertidos por algo que él había acababa de decir al oído de mi mujer. Pedí un par de cervezas para cada uno y todavía no las habían servido cuando un par de amigos suyos se acercaron. Nos hicieron las presentaciones, sin ocultar en ningún momento que yo era el marido de la mujer con la que había estado bailando tan atrevidamente. Imaginé que no era la primera vez, pues tras una mirada curiosa hacia mí y hacia mi mujer, y la mano en la cintura de Juan, nos saludaron sin darle más importancia a la situación.
Tras un rato hablando animadamente con sus amigos, al final eran unos cinco los que estaban a nuestro alrededor, volvió a llevarse a mi mujer a bailar. Todos miraban como la llevaba por la cintura y todos vieron como antes de ponerse a bailar le dio una palmadita en el culo.
La pareja fue el centro de atención durante un rato. Hablaban de ellos, y aunque no entendía lo que hablaban entre ellos por el volumen de la música, era evidente, por algunos gestos entre ellos en dirección a mi mujer y a veces hacia mí, unidos a alguna que otra risa o sonrisa, cuál era el tema de conversación.
Poco después perdí de vista a Ester unos cinco minutos y casi al instante, como si perdiesen interés, los amigos de Juan se fueron dispersándose dejándome a solas nuevamente. Desde donde estaba los busqué con la mirada excitado, imaginando decenas de posibilidades lascivas en las que la pareja había conseguido un momento de privacidad. No obstante, como suele pasar, la imaginación iba por delante de la realidad, ya que volví a encontrarlos apoyados tras una columna, eso sí, dándose un buen repaso.
Me acerqué a ellos, observando cómo se comían la boca mutuamente, como agarraba con fuerza el culo de Ester y como ella se pegaba a él, frotando entrepierna con entrepierna. Ella estaba tan excitada que ni se percató de mi presencia, pero en cuanto él me hizo una seña con los ojos les hice ver la posibilidad de una vuelta al hotel.
Ninguno de los dos le hizo ascos a la proposición, así que salimos del local, saludando a un par de conocidos, que miraban a Ester con descarado interés y a mí con lo que me parecía cierta sorna. De allí, entre besos, caricias, risas y abrazos, fuimos andando al hotel, ya que no quedaba lejos. Y como unas horas antes, me adelanté para pedir la llave y esperarlos, aunque esta vez en la habitación.
Cinco eternos minutos después llamaron a la puerta y les abrí. Si no hubiese estado ya totalmente excitado, se me habría puesto como una piedra al abrirles la puerta. Ester con el vestido por la cintura, sus tetas al aire siendo sobadas en el pasillo y él con los pantalones abiertos y su polla, totalmente dura entre los dedos de mi mujer, mientras con la otra me ofrecía el tanga que le había quitado en el camino.
Entraron entre risas, diciéndome que me tranquilizase (tenía mi polla en la mano) que solo habían hecho un par de cochinadas en el ascensor. Fueron directos a la cama y Ester lo empujó de espaldas, quedándose encima unos segundos, antes de terminar de quitarle los pantalones y empezar a masturbarlo y chupársela. En la posición que estaba, acuclillada a los pies de la cama no pude evitar acercarme y mientras le besaba el culo, acariciarle los muslos, empapados, así como explorar con mi dedo su no menos húmedo coño.
Tenía ganas de penetrarla tal y como estaba, pero ella, tras unos estremecimientos, simplemente se incorporó y se sentó a horcajadas sobre su amante mientras con una mano se iba introduciendo la polla a poco más de un metro de mi cara. Me quedé allí embobado, masturbándome de rodillas, contemplando como mi mujer empezaba a cabalgar a su amante, que la sujetaba con ambas manos por el culo a la vez que empujaba sus caderas hacia arriba.
No quería correrme tan rápido como por la tarde, pero cuando vi a Ester empezar a estremecerse y como humedecía de manera evidente los testículos de su amante con sus flujos no pude evitar apretar más de la cuenta y correrme. No estuvieron mucho más ya que tras unos minutos de actividad frenética hundió la polla dentro de mi mujer mientras la abrazaba con fuerza y se corrió.
Unos minutos después estábamos los tres en el balcón, desnudos. Juan estaba observando la piscina del patio del hotel y, tras cruzar una mirada pícara con mi mujer, nos preguntó si nos atrevíamos a bajar a la piscina tal y como estábamos ahora mismo, desnudos. Ester se mostró algo reacia, pero cuando yo dije que adelante, tras hacerme un mohín con los labios, se lanzó a la aventura.
Salimos los tres desnudos, aunque eso sí, yo llevaba una bolsa con un par de toallas y los condones, por si se animaban allí abajo. Tomamos el ascensor para bajar, con la consiguiente excitación de esperar que fuese vacío, y nos dirigimos a la planta baja. Por fortuna Ester estuvo atenta y pulsó el primer piso o de lo contrario hubiésemos aparecido desnudos delante de recepción.
Bajamos el último tramo de escaleras, excitados, mi mujer delante, intentando escuchar cualquier presencia cercana y buscando la puerta de salida a la piscina. Nosotros dos íbamos detrás, observando su cuerpo desnudo moverse de manera excitante. Tras unos segundos de duda, en los que no estábamos seguros cual podía ser la puerta, y la tensión ante la posible aparición de alguien por allí, conseguimos salir a la piscina, que aunque estaba cerrada al público, la valla de poco más de medio metro no iba a impedir nuestro acceso.
Ya en la piscina, intentando hacer el menor ruido posible, nos metimos en la piscina, donde ellos dos continuaron con sus carantoñas lascivas durante unos minutos. Salimos del agua y Juan, que había salido con Ester en brazos, la dejó suavemente en una de las tumbonas y rápidamente introdujo la cabeza entre sus piernas, acariciándole los muslos mientras sus labios se dirigían hacía su coño.
Desde donde yo estaba, sentado en la tumbona de al lado, podía observar tanto a Ester, respirando entrecortadamente, con sus tetas moviéndose arriba y abajo, como la puerta del hotel, vigilando que no apareciese nadie. También podía observar los balcones de otras habitaciones, la mayoría a oscuras, y aunque en principio no vi a nadie tomando el fresco, poco después estaba más que convencido que había gente mirando desde algunas habitaciones.
Curiosamente yo trataba de no masturbarme mientras observaba a Ester estirar y contraer las piernas alrededor de la cabeza de su amante, al principio más que por evitar correrme antes de tiempo, para que no me viesen de esa guisa los mirones que pudiese haber. Pero luego simplemente quedé hipnotizado por el movimiento de los pezones de mi mujer, acompañando su respiración entrecortada y pesada mientras su amante le prodigaba una buena sesión de sexo oral.
Así estaba cuando él me pidió, con algo de premura, que le pásese un condón. Tras ponérselo, sin llegar a sacarle la cabeza de entre las piernas, la alzó y sujetándola por las axilas se puso detrás de ella y allí mismo, de pie, volvió a penetrarla, esta vez sin contemplaciones, moviendo las caderas de manera frenética mientras la sujetaba por las tetas. En esa posición aluciné viendo a Ester completamente entregada. Apenas era capaz de sostenerse con las piernas, que se doblaban en cuanto tocaban el suelo y sus caderas se movían libres hacia delante cada vez que él arremetía con su polla hasta el fondo.
Llevábamos así unos minutos, además ya me masturbaba abiertamente, viendo como le aplastaba las tetas con las manos y las nalgas con las caderas cuando en algunos balcones empezaron a mostrarse más animados y lanzados con la fiesta que les estábamos ofreciendo. Empezaron los gritos de ánimos, algunos graciosos y otros más soeces, e incluso empezaron a gritarnos que bajaban para unirse a la fiesta. Así que ante la perspectiva que bajasen y la cosa se pudiese descontrolar (tenía pinta de ello), y que ya la primera noche tuviésemos un escándalo, les aconsejé que subiésemos a la habitación.
El camino de vuelta a casa fue incluso más excitante que la bajada, con el peligro añadido que nos cruzásemos con algunos de los mirones. Incluso creo que nos vieron desde recepción, pero no podría estar seguro, si acaso vieron tres culos corriendo escaleras arriba a la vez que escuchábamos el timbre del ascensor al llegar a la planta baja y como se abría la puerta con cierto jolgorio de gente.
Con toda la excitación que llevábamos, nada más entrar en la habitación volvió a tomarla desde atrás, y apoyándola en la pared del pasillo continuó follándola con fuerza, abrazándola con ambas manos, sin parar de mover sus caderas hasta que se corrió.
Poco después, Ester se tendió en la cama extenuada, boca arriba y con las piernas abiertas, así que sin pensármelo dos veces, y mientras su amante se metía en el baño, me metí entre sus piernas, besándola mientras mis labios ascendían y finalmente, mientras nuestros labios y lenguas se juntaban, y notaba el calor de su sexo sobre mi polla, la penetré con ganas pero lentamente, disfrutando de cada respiración y gemido que soltaba en mi oído.
La noche de sexo podía haber continuado algo más, pero desafortunadamente, mi corneador tenía que marcharse, ya que entraba a trabajar en pocas horas. Cuando me corrí él ya estaba arreglado y listo. Había esperado a que terminase para despedirse de ambos por esa noche. Para el día siguiente volvería por la tarde a atendernos, como guía turístico y como semental para mi mujer, pero lo que pasó el día siguiente lo dejo para otra ocasión.