Vacaciones cornudas. Parte 1.
Primeras horas de la semana de vacaciones en la que mi mujer se entrega con lujuria a otro hombre en mi presencia. Nuestra primera experiencia en el mundo de los cuernos consentidos.
Hacía unos minutos que habíamos llegado al hotel. Ester estaba desnudándose para ducharse y relajarse del viaje y mientras yo abría las maletas me preguntó si estaba seguro de todo lo que habíamos planeado. Notaba la excitación en su mirada y le dije que sí, que para eso habíamos hecho el viaje y que si ella quería, ahora mismo mandaba un mensaje a Juan, nuestro contacto, para decirle que ya estábamos en el hotel y que cuando quisiese podíamos quedar.
Le escribí con un nudo en el estómago, era nuestra primera vez, sintiendo una mezcla de nervios y excitación. Llevábamos tiempo fantaseando con esto y en cuanto pulsé enviar sabía que ya estaba hecho, que no había vuelta atrás.
No pasaron ni cinco minutos y recibí la contestación. Al escuchar el pitido del mensaje sentí como la excitación y los nervios crecían. Ester, desde el lavabo también se mostraba algo nerviosa y ansiosa, ya que antes de leer el mensaje ya me estaba preguntando si era él. Y en efecto lo era, el mensaje era claro. Vendría en media hora al hall del hotel. Comentaba que dado que el hotel estaba al lado de la playa, lo mejor sería romper el hielo mientras tomábamos el sol de la tarde. Él vendría con ropa de baño y que bajásemos nosotros igual.
Media hora después recibimos el siguiente mensaje. Estaba en la puerta del hotel, esperándonos. O mejor dicho, esperándola. Ester terminó de ponerse el pareo a modo de vestido, ya que debajo solo llevaba el bikini, un excitante conjunto de tanga y bikini minúsculos, comprados para la ocasión. De solo verla se me puso como una piedra, pero tras darle un beso en el cuello y darle una palmada en el culo me limité a comentarle que ya estaba hecho, que no le hiciésemos esperar más.
Cuando salimos por la puerta lo vimos. Lo reconocimos por las fotos que había estado enseñándonos y él a nosotros igual. Ester se dirigió a él, con una mezcla de timidez y morbo a los que, a tenor de la mirada y la sonrisa que ponía, él no fue insensible. Yo llevaba las toallas y la bolsa, así que Ester podía contonearse sin nada que ocultase sus curvas. Para nuestra satisfacción, y la suya propia, le metió un buen y ostensible repaso mientras ella se acercaba. Mi mirada se fue hacia sus manos, que fueron directas a su cintura mientras se daban un par de besos en la mejilla. Luego, mientras una de sus manos se quedaba en su cintura, me tendió la otra para saludarme.
Estaba claro que a Ester le gustaba, lo notaba en su sonrisa, en el brillo de sus ojos y la respiración entrecortada que se podía adivinar por el vaivén de su pecho. Ella lo había elegido por sus maneras educadas y juguetonas, pero también por su físico trabajado en el gimnasio. Aunque eso sí, en vivo impresionaba aún más, ya que era más alto de lo que imaginábamos.
Obviamente Ester también había causado muy buena impresión en él. Mientras bajábamos a la playa, sujetándola por la cintura mientras hablábamos de cómo había ido el viaje, varias veces nos cruzamos la mirada y cada vez me asentía con aprobación mientras señalaba con los ojos a mi mujer.
En la playa no había mucha gente a esa hora de la tarde, por lo que simplemente extendimos las toallas en un sitio lo más separado del resto de bañistas y nos preparamos para pasar un buen rato. En cuanto Ester se quitó el pareo, de espaldas a Juan, pude disfrutar observando como sus ojos se fijaban en el trasero de Ester, mirándola con lujuria al ver lo poco que tapaba el tanga que llevaba. A continuación Ester se giró y tras un par de bromas más o menos subidas de tono acerca del tanga, se sentó frente a él, que de pie delante de ella, terminó de quitarse la ropa y quedarse en un bañador ajustado que lució orgulloso delante de ella. Los ojos de mi mujer estuvieron unos desvergonzados segundos fijos en el paquete y solo los apartó para levantar la mirada por su musculoso cuerpo, sonriéndole al notarse pillada en su examen.
En ese momento él no se cortó nada y le comentó, de manera socarrona, si no iba a quitarse el bikini. Ese tanga era para llevarse en topless, fueron más o menos sus palabras. Ester se rio de manera algo tonta con el comentario, pero no puso ningún reparo en quitarse el bikini y pasármelo a mí, que lo guardé mientras veía como él fijaba su mirada en las tetas de Ester, asintiendo aprobadoramente con una media sonrisa ante la pregunta implícita que llevaba la mirada pícara de mi mujer.
Estuvimos unos minutos manteniendo una conversación insustancial, aunque con toques morbosos, con cruces de miradas atrevidas y lascivas. Ester estaba entre ambos, y cuando se giraba para hablar conmigo podía observar como Juan admiraba con placer su culo girando la cabeza descaradamente, sin importar que yo lo viese, o bien la forma de sus pechos, cruzando, divertido, la mirada conmigo.
Un rato después Ester se levantó y se dirigió al agua, guiñándole un ojo y preguntándole si la acompañaba o no. A mí no me comentó nada. Juan observó unos segundos su trasero mientras ella se alejaba contoneando las caderas. Él me miró un momento, alzando los hombros como diciéndome que una oportunidad así no se podía dejar escapar. Se levantó, se arregló un poco el paquete, y con una sonrisa de oreja a oreja me dirigió unas palabras que encendieron mi lujuria: “vaya polvo que tiene tu mujer, macho”.
Se marchó corriendo detrás de Ester, a la que alcanzó justo cuando ella se metía en el agua. La tomó por la cintura y arrastrándola consigo la metió en el agua entre risas. No estuvieron mucho tiempo en el agua, pero el suficiente para ver como los juegos incluían abrazos y mucho contacto físico. Me puse a mil viendo las tetas de Ester botar delante de él, o apretadas contra su pecho. Imaginando sus manos bajando de la cintura sobre su culo, frotándole la polla por sus muslos, por su vientre. Solo decir que tuve que esperarlos boca abajo para que no se viese mi estado excitado.
Mi excitación no bajó cuando salieron del agua, y es que viéndola vestida únicamente con la minúscula tira de su tanguita, Ester iba prácticamente desnuda en los brazos de otro hombre. Podía observar sus tetas como se movían alegremente mientras le reía las gracias que le susurraba al oído de manera juguetona, y como abrazándola por la cintura, una de sus manos se perdía en la parte trasera de Ester. Era increíble que hacía poco más de una hora no se conociesen nada más que por fotos y alguna conversación.
El momento gracioso es cuando se hizo evidente que el bañador de Juan era demasiado pequeño para el estado en que lo había dejado Ester. Cuando vio que no le tapaba completamente sus partes, entre risas de Ester, se colocó detrás de ella, aprovechando para apoyar su paquete en el trasero de Ester mientras la sujetaba por las caderas para que no se le escapase.
Mientras algunos de los bañistas que había en las proximidades miraban curiosos, ya que llamaban bastante la atención, llegaron donde yo estaba entre risas por la situación. Viendo como él se apoyaba en el culo de mi mujer, como sus manos se movían por sus caderas arriba y abajo, tampoco yo podía moverme libremente sin que se notase mi excitación. Decidimos vestirnos como pudimos y dirigirnos al hotel a ducharnos. Ester no tenía los problemas que teníamos Juan y yo, así que exhibió un poco colocándose el bikini y el pareo con toda la parsimonia del mundo, disfrutando de nuestras miradas lascivas.
En principio habíamos quedado en empezar con el tema “serio” después de cenar y bailar, pero mientras salíamos de la playa era más que evidente que no íbamos a esperar tanto. Yo iba detrás de ellos, con las toallas y la bolsa, alucinando lo lanzada que estaba Ester, disfrutando del paseo hacia el hotel con la visión de la pareja. Iban abrazados, tonteando y diciéndose cosas al oído. Yo estaba a mil viendo la mano de Juan acariciar las nalgas de Ester delante de mí.
Me adelante a ellos cuando estábamos cerca del hotel para pedir la llave de la habitación sin que tuviesen que darse cuenta que éramos tres los que subíamos. Hasta ese momento no se me había pasado por la cabeza que había que pasar por recepción y nervioso esperé hasta que aparecieron por la puerta, abrazados y besándose. Yo esperaba en el ascensor y, un poco por nervios un poco por pudor, no me atreví a mirar a recepción, ni siquiera cuando se unieron a mí y los tres esperábamos unos interminables segundos antes que llegase el ascensor.
Finalmente llegamos a la puerta de la habitación, que abrí lo mejor que pude por culpa de los nervios del momento. Ester llevaba los pechos al aire desde el ascensor, con Juan besándola y sujetándola por las nalgas mientras la apretaba contra él. Su pareo cayó al suelo nada más entrar en la habitación y tras un nuevo beso, en que las manos de él recorrían su cuerpo prácticamente desnudo ella lo condujo directamente al baño.
Desde la puerta del baño contemplé como mi mujer se quitaba el tanga, la última prenda que le quedaba, de manera sensual. Mirándonos alternativamente a uno y otro de manera pícara. Se giró y tras recibir una palmadita en las nalgas, se metió en la bañera y empezó a ducharse mientras él se quitaba la ropa de manera apresurada para ir tras ella.
Yo no paraba de tocarme, mientras veía como él se metía tras ella y lentamente se pegaba a su cuerpo por detrás, besándole la nuca, abrazándola por las tetas y apretando su miembro erecto sobre las nalgas. Al final ahí la tenía, con otro hombre abrazado a ella, sobándole las tetas, el culo, los muslos, frotando su polla contra ella y ella disfrutando del contacto, excitada.
Él empezaba ya a mover sus caderas con ostensible pasión, apretándose más contra ella, que también movía sus caderas lentamente, buscándolo con las nalgas, excitada por el contacto de otro hombre. Él estaba bastante animado a penetrarla, pero ella se volvió, besándolo y acariciándole la polla con una mano mientras se agachaba poco a poco hasta quedar de rodillas. Colocando sus tetas alrededor de su polla y besándole la punta a la vez que la apretaba con ambas manos entre sus pechos.
Yo estaba totalmente excitado, con el bañador en los tobillos y masturbándome frenéticamente mientras los veía. Casi no me di cuenta cuando ella se levantó para salir de la bañera y sujetándole por el miembro duro salieron por la puerta en dirección a la cama. Tan excitado estaba que hasta que ella no me susurró al oído, al pasar rozándome, el tema de los condones ni se me había pasado por la cabeza.
Rápidamente fue a buscar la caja de condones en el neceser para llevárselos a la cama. Aunque tampoco hacía falta tanta prisa: ella ya estaba tendida boca arriba, ofreciéndose mientras él hundía sus labios y sus dedos entre sus piernas. Estuvo unos minutos jugando con labios, lengua y dedos el sexo de mi mujer, que se retorcía de placer mientras él acariciaba a ciega sus pechos. Al notar mi presencia él sacó su cabeza de entre sus piernas y anunciando por todo lo alto (a mí me parecía que todos los vecinos se habrían dado cuenta) lo húmeda que estaba mi mujer tomó uno de los condones que le daba, se lo puso y empezó a jugar apretando su verga contra el coño de mi mujer, que intentaba levantarse para besarlo mientras tenía las piernas totalmente abiertas, totalmente expuesta.
Me aparté un poco, contemplando los dos cuerpos mientras un suspiro brotaba de ambos a medida que él la penetraba lentamente. Observé con los ojos bien abiertos el último empujón de caderas, como Ester estiraba hacia el techo las piernas con un profundo gemido y como las cerraba en torno a su cintura antes de que él empezase a bombear.
Yo volví a masturbarme con ganas, mientras contemplaba los dos cuerpos frotándose, las caderas de Juan embistiendo cada vez más fuerte a Ester, ella abrazándolo con piernas y brazos mientras su mirada lasciva se cruzaba a veces con la mía, a veces poniéndolos en blanco. Me masturbaba observando como él arqueaba la espalda para chuparle las tetas, besarle el cuello y acomodando su polla para volver a penetrarla de nuevo hasta el fondo. Disfrutando al ver como ella elevaba las caderas al ritmo que él la follaba Escuchando el sonido húmedo de sus cuerpos chocando fogosamente el uno con el otro.
Así estaban cuando casi de improviso me corrí, apoyé mi espalda en la pared, cerrando los ojos y disfrutando del sonido de la cama, de sus gemidos apagados, de sus cuerpos sudorosos moviéndose.
Volví a abrir los ojos y ninguno de los dos se había percatado de mi eyaculación. Seguían entregados el uno al otro. Yo los miraba mientras todavía acariciaba mi polla. Aun habiéndome corrido, seguía disfrutando de los espasmos cada vez más evidentes de Ester y de las embestidas cada vez más frenéticas de Juan. Observando su musculoso cuerpo haciendo disfrutar a mi mujer.
Perdí la noción del tiempo, como hipnotizado por los movimientos de los dos cuerpos sudorosos, como peleando entre ellos en medio del abrazo. El caso es que totalmente absorto observé como Ester se corría con espasmos ostensibles, alzando las caderas de manera impúdica, con él besándole los pezones mientras ella se relajaba. Y totalmente más absorto cuando él volvió a acelerar sus movimientos de cadera, follándola de manera salvaje hasta correrse poco después mientras la penetraba totalmente.
Estuvo un par de minutos encima de ella, sin moverse ni sacarla, hasta que finalmente se echó a un lado y se tendió a su lado. Podía observar los dos cuerpos sudados, tumbados boca arriba, con sus sexos empapados. Ester se volvió a él para besarlo, y dándome a mí la espalda, acariciándole los testículos, le retiró el condón y lo estuvo acariciando mientras él hacía lo propio con sus tetas y sus caderas.
Miramos la hora, y al ver que era tarde nos comentó que esto había sido un simple aperitivo de lo que sin duda vendría más tarde. Tras demorarse un poco más besándolas tetas de Ester y acariciarle el culo, se levantó y se aseó un poco mientras nos recordó el plan para la noche, el original. Nos dijo que a las nueve pasaría a buscarnos y cenaríamos ligero en un sitio tranquilo para luego ir a bailar.
La noche todavía no había empezado. La semana de vacaciones acababa de empezar.