Vacaciones con Paula, Tina y Manolo
Dos parejas de maduros ligan en las vacaciones
Justo el día de mi cincuenta cumpleaños, mi esposa se fue de casa; me dejó. Yo no acertaba la razón de tal abandono. Hacía unos meses que estaba algo rara, más o menos desde que nuestra única hija se casó y se fue a vivir con su marido. Decía cosas como que “se tenía que encontrar a sí misma”, o que “tenía que dar un nuevo rumbo a su vida”, y cosas por el estilo. Estaba algo deprimida.
Cuando yo le preguntaba que si había dejado de quererme, o incluso si había encontrado a otro hombre, me decía que no, que no era eso.
Le dije claramente si es que no quería estar conmigo, si no era feliz en la cama, si la trataba mal, pero respondía siempre con evasivas, tal como “siempre estás pensando en lo mismo”.
- Oye, le dije, no te quejarás de mí, porque cuando hacemos el amor, no te fallo nunca, ¿o no es verdad?.
- Ya lo se, que no me fallas, pero es que no estoy segura de si eso es bueno o malo.
- Pues claro que es bueno. ¿O es que no son buenos los orgasmos que tenemos? porque tú te corres siempre.
- ¡Ay, déjame tranquila!.
- Pero si esta mañana nos hemos echado un buen polvo, como siempre.
Mi esposa y yo, nunca habíamos utilizado preservativo, siempre lo hacíamos “a pelo” pues cuando nació la niña queríamos tener un niño, pero no pudo ser, no se quedaba embarazada, así que si no venía el niño, al menos gozábamos de nuestros cuerpos libremente y sin ninguna preocupación.
La respuesta que recibí, fue sorprendente.
- Además, por tu culpa nos tuvimos que casar de penalti.
- ¿Por mi culpa? En todo caso será por culpa de los dos, porque no me digas que no querías follar, que bien a gusto lo hicimos y repetimos, hasta que te quedaste embarazada.
- Pues eso, que me dejaste embarazada de soltera.
- ¡Pero bueno!, si fue por culpa tuya, que yo quería hacerlo con preservativo, y tú te negaste en redondo. Además, a estas alturas, después de veintitantos años, no se a que viene este reproche.
- Pues porque lo que hicimos no estaba bien, además era pecado.
Entonces es cuando sospeché de que algún cura le había llenado la cabeza de tonterías, pues desde la boda de nuestra hija, se acercaba muy a menudo a la parroquia, y últimamente, había hecho una especie de ejercicios espirituales.
Le comenté a nuestra hija lo rara que estaba su madre.
-¡Bah! Eso es la crisis de los cincuenta, o la menopausia, -me decía a modo de explicación- ya verás como se le pasa y vuelve. Tú procura pasarlo bien.
En realidad se fue a casa de una hermana viuda que vivía en el pueblo. Mi hija pasaba todos lo días por casa y me la arreglaba un poco, pues vivía cerca.
Un día vino y me encontró en casa.
- Qué te pasa, que no has ido a trabajar, no estarás enfermo?.
- No, no estoy enfermo, es que he cogido las vacaciones.
- Pero si estamos a final de abril, ¿a dónde vas a ir?
- Ya lo se, que estamos casi en mayo, pero no pienso ir de vacaciones yo solo en agosto.
- Pues esto lo arreglaré yo. Ya lo verás.
Total que al día siguiente se me presenta en casa con un contrato con una agencia de viajes para ir doce días a la costa, con todos los gastos pagados. Le dije que no me apetecía, pero ella insistió tanto que tuve que hacerle caso.
El viaje era uno de esos que organizan en la temporada baja, que son mucho más económicos que en otra época del año, aunque en las zonas turísticas no están abiertos todavía la mayoría de los hoteles.
- Te voy a preparar la maleta y todo lo demás, porque saldrás pasado mañana.
Pues efectivamente, a la hora fijada, me fui a la estación de autobuses. Allí estaba ya esperando el autobús. Subí, ocupé mi asiento y me puse a leer el periódico. Al poco vino el ocupante del asiento contiguo. Me saludó cortésmente y yo respondí de la misma forma. Llevábamos como media de hora de viaje, cuando el compañero de asiento me preguntó.
- Perdona, pero, ¿tú hiciste el bachillerato en los Agustinos?
- Sí, allí lo hice ¿Tú también?
- Si, pero me parece que ibas un curso por adelante o por detrás de mí.
Lo miré y lo reconocí. Era Manolo, al que llamaban “pijaburro” porque se decía que tenía un miembro demasiado grande para su edad.
- ¡Coño! Es verdad, tú te llamas Manolo, ¿no?
Una vez que nos reconocimos empezamos a hablar de los tiempos pasados y los presentes. Me preguntó por el motivo de mi viaje y se lo expliqué someramente.
- Pues yo vengo para ligar. Estoy soltero todavía. Ya te habrás dado cuenta que la gente que viene es mas bien madurita. Mujeres solas o en pareja, algún matrimonio algo mayor y alguno joven que nos les llega para otra cosa.
- Pero ¿de verdad vienes a ligar?
- Que sí hombre que si. No hay viaje hasta ahora que no haya ligado.
- Pero que quieres decir con “ligar”
- Pues que va a ser, ligar, follar. Alguna vez antes de llegar a destino ya había ligado, y en una ocasión, ya me la había tirado.
- Pues si que eres ligón
- Y tú también, ya lo verás.
- No se si tengo ánimos para ello.
- Que sí, hombre que sí, ya verás en la próxima área de servicio que paremos para desayunar, lo vamos a intentar. Mira esas dos mujeres que van delante. Seguro que vienen con las mismas intenciones.
La verdad, es que Manolo era simpático, como demostró nada más parar. En el restaurante procuró ponerse al lado de las dos mujeres. Me dijo que buscara una mesa y que esperara allí.
Vino junto con las dos mujeres, los cafés con leche y unos bollos.
Iniciamos una ligera conversación. Nos presentamos, Una se llamaba Paula y la otra Agustina.
- Pero todos me llaman Tina.
Eran muy agradables de trato, sobre todo Paula, nos dijeron que tenían cuarenta y tres años, aunque yo creo que se quitaron tres o cuatro. Manolo contó alguna aventurilla de viajes anteriores. Volvimos al autobús y Manolo vino a decirme que me cambiara de sitio. Que Tina se mareaba al lado del pasillo, puso como excusa.
Accedí y vino Tina, mientras Manolo se fue con Paula.
- Es que si no voy al lado de la ventanilla, me mareo, dijo Tina.
Hablamos de cosas insustanciales, ella era viuda, ya había estado otras veces por allí, casi siempre lo hacía con su amiga Paula y en temporada baja, porque hay poca gente y está todo más tranquilo y más barato. No había estado en el hotel al que íbamos, pero dijo que todos son prácticamente iguales.
Estaba previsto parar a comer en un restaurante del camino. Cuando llegamos, ya íbamos juntos los cuatro y nos pusimos en la misma mesa.
Llegamos al hotel, nos asignaron las habitaciones en el mismo pasillo, Manolo en una habitación casi al lado de la mía y ellas, la dos juntas justo enfrente de la mía. Quedamos en bajar a cenar a las ocho y media, y allí nos encontramos nuevamente.
- Después de la cena, hay animación, alguna actuación, algo de baile y un bingo. ¿Os vais a quedar? Preguntó Tina.
Cenamos, fuimos al salón, nos acomodamos los cuatro juntos. Yo ya vi claramente que Manolo se estaba “trabajando” a Paula. Salimos a bailar Paula con Manolo y yo con Tina.
- Es que yo no se bailar mucho, me dijo
- Yo tampoco bailo muy bien, pero procuraré no pisarte.
Cuando había música lenta, bailamos bastante apretados. Al llegar la hora del bingo, Manolo y Paula ya habían desaparecido. Yo me quedé tomando algo con Tina. Regresaron casi una hora después, ya cuando terminaba la animación.
Se acercaron pero no se sentaron con nosotros. Manolo en un descuido de ella me hizo un gesto significativo, mostrándome un dedo vertical, como diciendo “ya me la he tirado una vez”.
Yo, que siempre he sido muy tímido con las mujeres, no me atreví a proponérselo a Tina. Así que nos fuimos a dormir cada uno a su habitación.
Serían las nueve y media de la mañana cuando bajé a desayunar. Tina estaba sentada en una mesa y me llamó. Desayunamos juntos. Salimos a la calle.
- Que día más bueno que hace, comenté.
- Si, apetece dar un paseito ¿Quieres venir conmigo?
- ¿A dónde vas?
- Voy a misa.
Aquello si que era una sorpresa. Es verdad que algunas veces acompañaba a mi mujer a misa, aunque ella no solía ir a menudo. Pero en fin, acepté.
La iglesia estaba cerca, ella tomó la comunión con mucha devoción, al menos aparentemente.
- ¿Vas mucho a misa?
- No, no, voy poco, pero es que hoy es San Felipe y siempre voy a misa este día. Es que mi marido se llamaba Felipe ¿sabes?.
Bueno, pues había hecho yo una buena obra al acompañarla. Al regreso, vimos que en la playa había gente, muy poca, es verdad, pero como hacía un solecito agradable, la gente tomaba el sol e incluso alguno se atrevía a meterse en el agua. Lo comentamos.
- Podíamos ir a la playa, que no se debe estar mal, le dije.
- Es que no llevo bañador.
- Yo tampoco. Si quieres vamos al hotel y nos lo ponemos.
Así lo hicimos. Llegamos a la playa que estaba bastante solitaria. Extendimos las toallas de baño. Nos quitamos la ropa, quedando yo en bañador y ella en bikini. La verdad es que tenía un buen cuerpo.
- ¿Nos vamos a dar un baño?, le pregunté.
- Me parece que estará muy fría el agua.
No obstante nos acercamos a la orilla. Yo me di un pequeño chapuzón y ella no se mojó ni siquiera las rodillas.
- ¿Me quieres dar crema? Es protectora, va muy bien para la piel, dijo a la vez que la sacaba de la bolsa.
- Con mucho gusto.
Sentados ambos en las toallas le empecé a dar crema por la espalda.
- Túmbate de espaldas que lo haremos mejor. Así te puedo dar por las piernas, que las tienes muy blancas.
Le di crema por la parte de atrás de las piernas. Cuando acabé le dije que se diera la vuelta que le daría por la parte a delante. Se dio la vuelta poniéndose boca arriba. Me embadurné la mano de crema se la di, pero ella, se abrió ligeramente de piernas y aproveché para darle en la parte interior de los muslos.
- Que bien que lo haces. Tienes las manos muy finas.
Me fijé que no había nadie a nuestro alrededor, así que con disimulo le daba crema por la zona próxima al sexo. Ella se movía como si le diera gusto. Le levanté el bikini y le puse la mano en el sexo.
- Ten cuidado, que nos van a ver.
- No te preocupes, que ya vigilamos, además no hay nadie por aquí
Con el dedo corazón o incluso con el pulgar le empecé a frotar a lo largo de la rajita. Ya nos habíamos tapado con las toallas para evitar miradas indiscretas, y seguí acariciándole el clítoris. Ella entretanto, se había percatado de que llevaba la polla a tope, me la cogió y empezó a meneármela.
Era evidente que ella se había corrido casi a la vez que yo, pero nada nos dijimos. Al cabo de un ratito inició ella la conversación.
- A un hotel de estos vinimos mi marido y yo de viaje de novios.
- Pues yo no fui de viaje de novios.
- ¿Y eso?
- Ella estaba embarazada y tenía ya un gran tripón.
- Que pillín que debías ser tú de joven.
La conversación fue subiendo de tono. Llegó a decirme que su marido la dejaba siempre muy satisfecha. Yo no me atrevía a preguntarle desde cuando era viuda, pero le dije.
- Es que tú tienes un buen tipo ¿Te atreves a hacerlo ahora?
- ¿Aquí en la playa? No, desde luego que no. ¿Nos vamos?
En el camino insistí en la posibilidad de acostarnos juntos, ella ponía pegas, como que hacía tiempo que no lo hacía, pero poco a poco iba cediendo, hasta que por fin dijo que si, pero que teníamos que hacerlo con preservativo. Pasamos por una farmacia y compré una caja.
- Vamos a tu habitación, no sea que venga Paula y nos encuentre.
- Por cierto, ¿dónde se ha metido Paula? Yo pensaba que nos encontraríamos en la playa.
- ¡Qué va! Ha venido Manolo a buscarla muy pronto. Seguro que estarán follando.
Ya en mi habitación me desnudé. Ella parecía indecisa.
- ¡Ay Dios mío! Si me viera mi marido, no se lo que diría.
Llegó a darme algo de pena. Se comportaba como si desde que quedó viuda no lo hubiese vuelto a hacer.
- Ven que te ayude, dije mientras la ayudaba a desnudarse.
- ¡Madre mía, pero que es lo que voy a hacer!
Ante ello le dije que si se había arrepentido, no pasaba nada, que lo dejábamos.
- No, no, dijo mientras empezaba a desnudarse. Yo la ayudé un poco.
Nos tumbamos en la cama, se abrió de piernas, le volví a acariciar por el clítoris, le pase la punta de la polla a lo largo de la rajita. La cosa cambió radicalmente.
- Venga, métemela del todo, hazme feliz, que quiero correrme pronto.
- Espera por lo menos a que me ponga el condón.
- Si, pero date prisa.
Se la metí de un golpe, ella solo dijo ¡ay, ay! Empecé a follarla despacio, ella parecía algo pasiva, hasta que al momento inició un ritmo trepidante, yo casi no la podía seguir.
- Fóllame, fóllame, métela hasta las entrañas. Que gusto que me estás dando. ¡Agggg!, no pares, no pares, más aprisa.
- Cálmate un poco, disfruta, ve un poco más despacio.
No hizo caso. Dijo que no aguantaba más, que se corría. Así fue, se corrió y yo también. Todavía nos quedamos tumbados en la cama. Era evidente, a mi juicio, por la forma en que se comportó, que no podía ser cierto lo que dijo de que hacía mucho tiempo que no había follado, no obstante no dije nada y le seguí la corriente.
- ¿Tenías ganas de hombre, no?
- Mucho. Me he corrido a gusto.
- Ya lo he notado
Estuvimos hablando de tonterías desnudos encima de la cama, hasta que nos dimos cuenta que era la hora de comer. Nos vestimos y bajamos al restaurante. Comimos y tomamos un café y un licor en la cafetería. No hablamos de nada de sexo. Sin embargo cuando subimos a las habitaciones dijo de ir juntos a la mía.
- Es que me gustaría echar otro polvo. Estoy cachonda.
- Espera pues a que me ponga el preservativo.
- No hace falta, lo haremos a pelo.
Esta vez fue más apasionada que la de antes. Se montó encima de mí, me agarró el pene y se lo ensartó en mitad del coño; subía y bajaba el cuerpo con fuerza y con coraje. Casi no hablaba, solo palabras sueltas y gritos, hasta el punto de que le dije que no gritara tanto.
- Es que me estás matando de gusto, me dijo.
Dejó de moverse porque había llegado al orgasmo. Menos mal que yo también acabé simultáneamente.
Por la tarde nos fuimos a pasear, tomamos alguna copa, nos dimos besos y nos sobamos a placer. Después de la cena, baile y cada uno a su habitación, aunque a los pocos minutos vino a mi habitación.
- ¿Puedo estar un rato contigo?
- Por descontado. ¿Quieres follar?
- Si, por eso he venido.
- Pero déjame hacer a mí.
- ¿Y que quieres que haga?
- Solo seguir mis instrucciones. Desnúdate, túmbate y ábrete de piernas.
La sobé adecuadamente. Con la punta de la polla descapullada le acaricié los labios vaginales y sobre todo, el clítoris.
- Ya vale, ya vale. Métela ya, que no aguanto más.
Tampoco utilizamos el condón. Empecé el mete y saca. Le daba indicaciones para que fuera más despacio, que se detuviera unos segundos y reiniciar el movimiento. Gozábamos los dos, pero ella no pudo aguantar más y empezó a moverse rápidamente, a la vez que me abrazaba fuertemente.
- Me corro, me corro, ¡ay, ay!. Córrete tú también.
El orgasmo fue simultáneo. No había sido un buen polvo, porque ella era demasiado impulsiva y rápida, quizá fuera algo salvaje para estas cosas. Desde luego tenía ganas de “marcha”. Nos dimos un beso en la boca y se fue a su habitación.
No serían todavía las siete de la mañana cuando unos golpecitos en la puerta me despertaron. Abrí y allí estaba Tina en camisón. Entró y me dijo directamente que no podía dormir, que le hacía falta echarse un buen polvo.
- Pues me has despertado, Tina, no estoy en forma.
- Yo te pondré, dijo a la vez que me empezó a quitar el pijama.
- Túmbate en la cama, me ordenó.
Ella se quitó el camisón, vino a la cama y empezó a meneármela, pues todavía estaba algo fláccida. Estaba sentada sobre la cama.
- Mira, mira, ya se pone en forma. Es bonita la polla tuya ¿Te da gusto?. No te corras, que tienes que echarme toda la lechecita dentro de mi coño.
- No tienes miedo a nada. A quedarte embarazada, por ejemplo.
- No te preocupes que no hay problema.
Le daba unos meneos de arriba abajo, ya se me había puesto en forma, cuando ella se agachó y me chupó la punta simplemente pasado la lengua por el glande. Tres o cuatro veces se la metió casi toda en la boca.
- Ya está en forma. Fóllame.
Esta vez conseguí que el polvo durara más tiempo, aunque ella lo hacía casi de forma rabiosa, tanto pretendía moverse que me pidió que diéramos la vuelta, que ella se pondría encima. Así lo hicimos pero sin sacarla de su sitio. El movimiento que empezó a darle a su cadera hizo que no tardara yo mucho en correrme. Ella también se pegó una buena corrida. Sudábamos como si hubiésemos hecho un gran trabajo.
- ¿Me puedo duchar aquí?, me preguntó.
- Claro, yo también me voy a duchar.
- Métete conmigo.
- Mira que la bañera es pequeña, y a lo mejor nos caemos.
- No, no, que nos sentamos en la bañera.
Así lo hicimos. El baño caliente fue muy relajante. Nos tocamos el sexo uno al otro, pero sin más consecuencias, nos besamos y enjabonamos mutuamente.
- ¿Vas a bajar ya a desayunar?
- Si. Te espero en la cafetería.
Desayunamos, nos fuimos a pasear, volvimos antes de comer me dijo que tenía ganar de chupármela. Fuimos a la habitación y sin quitarnos la ropa, yo de pie y ella de rodillas me hizo una mamada impresionante.
- Te cuidado no te manche cuando me corra, le dije.
- No te preocupes, córrete en mi boca.
No dejo salir ni una sola gota, se la tragó toda de una sola vez.
- ¿No pensarás que soy una tía guarra, verdad? Me dijo mientras bajábamos al comedor.
- No, nada de eso, ¿por qué lo iba a pensar?
- Por las cosas que hacemos.
- Otros harán más guarradas.
- Si quieres hacemos alguna.
- ¿Por ejemplo?
- Hacerlo por atrás. Yo lo he hecho pocas veces.
- Vale. A la noche prepárate que te la voy a clavar en el culo.
- ¿Y para que vamos a esperar tanto? A mi gusta hacerlo a cualquier hora.
Cualquier hora, fue exactamente a las cinco y media de la tarde. Encima de la cama. Ella a cuatro patas. No hubo excesiva dificultad en meterle todo el miembro. Apenas se movía en esta posición, solo me decía que me moviera yo.
- No te corras dentro. Sácala cuando vayas a llegar.
Así lo hice, y ella se tumbó, y yo seguía en la posición anterior, es decir, medio arrodillado. Me cogió la polla le dio unos meneos y el semen fluyó como si de una fuente se tratase, dirigiendo ella el chorro entre sus dos tetas.
- Dicen que es bueno para piel, dijo a modo de excusa.
Bueno pues así seguimos durante tres días más. Yo ya casi no podía seguirle el ritmo. Un día me preguntó Manolo que qué tal me iba con Tina.
- Esta tía es insaciable, estaría todo el día dale que te pego.
- Esas son las que me gustan a mí. Podíamos cambiar de pareja.
- No creo que quieran así por las buenas.
- Bueno, pero si se presenta la ocasión, no te importa ¿O sí?.
- No, no, no me importa.
La ocasión se produjo al día después. Resulta que ya durante la comida (los cuatro estábamos en la misma mesa) empezó a llover. Estuvo toda la tarde lloviendo a cántaros. No se podía ir ni a pasear, ni a alguna excursión, ni a nada. El salón del hotel estaba repleto, ni siquiera en la cafetería se encontraba una mesa libre.
- Pues vaya tarde de mierda, que no podemos ir a ninguna parte.
Entonces Manolo propuso ir a una de las habitaciones y jugar a las cartas. Nos pareció una idea, no muy buena, pero aceptable, dadas las circunstancias.
Manolo y yo compramos unas botellas de cava y de vino, así como pastas, cosas para picar, patatas fritas, aceitunas y cosas por el estilo.
Fuimos a la habitación de ellas, que era algo mayor que las nuestras. Primero estuvimos contando chistes, chascarrillos y anécdotas, cada vez más subidas de tono, acompañándolas de tragos de vino o cava. Después decidimos jugar a las cartas.
- ¿A qué jugamos?
- A algo que sepamos todos.
- ¿Y que nos jugamos?
- Podíamos jugar a las prendas.
- A las prendas, pero ¿cómo?
- El que gane una partida manda al que pierda, que se quite una prenda o que haga alguna cosa.
- Pero ¿vale todo?, pregunté yo
- Pues claro, todo de todo.
Quedamos en jugar a los seises, que consistía en repartir las cartas y luego ir colocándolas por orden a partir del seis de cada palo. Ganaba en que se quedaba sin cartas y perdía el que se quedaba con más puntos en la mano al final de la partida.
Al principio, nada de importancia, que fulanito se quite la camisa, que fulanita se quite la blusa, que si Tina le de un beso a Manolo, y cosas por el estilo.
Conforme jugábamos, bebíamos y nos poníamos cada vez más alegres. Creo que la cosa empezó cuando en una partida nos quedamos perdiendo con el mismo número de puntos Paula y yo. El ganador fue Manolo.
- Le tienes que chupar un pezón a Paula, me ordenó.
- Hombre, Manolo, no fastidies, eso es pasarse un poco, ¿no?
- Nada, nada, hemos dicho que vale todo, decía Tina, e insistía Manolo.
Paula era la única que no decía nada. Ya estaba sin blusa, solo con el sujetador, y no hacía mención de estar muy conforme, pero tanto insistían Manolo y Tina, que dijo:
- Bueno, vale, pero sin morder, ¿eh?
Se levantó una de las copas del sujetador, dejando mostrar un pecho. Me acerqué y simplemente le di una chupadita.
Cada vez estábamos más alegres y dispuestos a todo, la cosa fue subiendo de tono. En un determinado momento, la situación era la siguiente: Manolo en camiseta y calzoncillos; Paula con la falda (pero sin bragas) y sujetador; Tina con los pechos al aire, en bragas y curiosamente, con medias y zapatos. Y finalmente yo, con pantalón, calzoncillos y camiseta. Fue entonces, cuando ganó la partida Tina y perdió Manolo.
- Que Manolo se quite el calzoncillo.
- ¿De verdad quieres que se lo quite? Le dijo Paula.
- Hemos dicho que vale todo.
- No te preocupes, que no tengo reparo en quitármelo.
Entonces comprendí perfectamente por qué en el colegio le llamaban “pijaburro”. Tenía un cipote enorme, un pene muy grande. No se hablar de medidas. Solo diré que su polla en estado de reposo, o sea fláccida, floja, era mayor que la mía cuando la tenía en plena forma.
- ¡Madre mía, qué maravilla!, exclamó Tina al ver semejante aparato.
Pues bien, a la jugada siguiente la misma ganadora y el mismo perdedor.
- ¡Que Manolo me la meta!
- Pero, ¿qué dices?, no seas bestia, le reprochaba Paula.
- Hemos dicho que vale todo, así que quiero que me folle Manolo.
Yo estaba anonadado, desconcertado, no sabía que hacer ni decir. Paula agarró un cabreo impresionante, gritaba la llamó guarra y no se cuantas cosas más, pero Tina insistía en la exigencia. Por descontado, Manolo se la quería tirar (por aquello que me dijo de que le gustaban las tías insaciables). Finalmente, Paula cogió como pudo algo de su ropa y dirigiéndose a la puerta, dijo:
- ¿Y nosotros que hacemos, mientras tanto? Preguntó Paula.
- Poneros a follar en la otra cama, respondió con toda naturalidad Tina.
- ¡Yo me voy, no aguanto más!
- Pero, ¿a dónde vas a ir así?, le dije.
- No lo se, pero me voy.
- Espera, que voy contigo.
Así es como nos fuimos a mi habitación. Ella enfurecida por lo sucedido, yo extrañado y los dos sin saber que hacer.
- Es que esta tía siempre me hace lo mismo. Siempre ha de armar algún follón. Siempre me ha de dejar en ridículo y pasando vergüenza. No se corregirá nunca. Cuando no es una cosa, es otra.
- Bueno, tampoco es para tanto. Al fin y al cabo eran las reglas del juego.
- ¿Las reglas del juego? Lo que pasa es que tenía unas ganas enormes de follarse a Manolo. Y encima la culpa es mía.
- ¿Cómo vas a tener tú la culpa?
- Pues sí. Es que le dije que Manolo tenía una pija enorme, como la de un burro.
- ¡No jodas! ¿Eso le dijiste?
- Si, o ¿es que no verdad?
- Ya, ya. Por eso en el colegio le llamaban el “pijaburro”.
- ¿En serio?
- En serio, de chavales hicimos juntos el bachillerato y decían que la tenía como una persona mayor.
Hablándole suavemente logré calmarla un poco. Finalmente ambos lo justificamos por el vino y el cava que nos había puesto a los cuatro un poco alegres.
- Estoy muy cabreada todavía, dijo mientras se tumbaba en mi cama.
- Descansa un poco, que ya se te pasará.
Ya un poco calmada, imitando la voz de Tina de forma aflautada, dijo:
- Desde luego, como es esta Tina. “Poneros a follar en la otra cama”. ¿Tú crees que es normal esta tía?
- Bueno, tampoco era muy mala idea ¿no?
El caso es que ya se había hecho casi de noche, no teníamos ganas de bajar al restaurante a cenar.
- Quédate a dormir aquí, le dije.
- ¿Te parece bien?
- Si, ¿por qué no?.
- Pero me has de acompañar en la cama.
- Con mucho gusto, me encantaría.
Así es como nos acostamos juntos. Nos quitamos la poca ropa que llevábamos y fuimos directamente a la cama. En principio, no nos tapamos, sino que permanecimos desnudos encima de la colcha. La acaricié tanto por la cara como por el cuerpo. La polla se me puso en plena forma.
- Túmbate que vamos a hacer el amor, le dije.
No dijo nada, simplemente se tumbó y abrió las piernas. Se la introduje con suavidad, lentamente.
- ¡Que suavidad, que gusto da hacerlo con una picha normal!
- Espero que lo pases bien.
Lo pasamos pero que muy bien. Pese a que estábamos algo bebidos conseguimos follar muy bien, con movimientos lentos. Ella se acoplaba perfectamente y nos acompasábamos los movimientos, como si no fuese la primera vez que lo hacíamos.
Finalmente, nos corrimos los dos. Y apenas sin decir palabra, se quedó dormida.
Durmió profundamente. Sobre las ocho de la mañana me desperté. Ella seguía dormida. Al cabo de unos minutos abrió los ojos y estiró los brazos, mirando algo extrañada la habitación. Al verme, dijo:
- ¡Ay! Casi no me acordaba de donde estaba durmiendo.
- ¿Has descansado bien?
- Muy bien, y estoy muy relajada.
- ¿Ya no estas enfadada por lo de ayer con Tina?
- No lo se, solo se que estoy muy descansada y muy relajada.
- Pero te acuerdas de lo que pasó, ¿no?
- Claro que me acuerdo. Te portaste bien al traerme aquí contigo.
- A mí me alegra que hayas descansado bien. ¿Te acuerdas de lo que hicimos?
- Claro que me acuerdo, aunque íbamos algo bebidos. Nos echamos un buen polvo, ¿o no fue así?
- Si, fue magnífico. Por cierto, no tomamos ninguna precaución.
- No te preocupes por eso, tomo anticonceptivos.
Nos empezamos a acariciar, hasta que sin mediar palabra nos pusimos nuevamente a la acción. Era una compañera de coito perfecta, se paraba cuando era necesario, empujaba en el momento preciso, se movía de la forma deseada, me abrazaba fuertemente. Sin embargo fue ella la que hizo el comentario de que yo lo hacía muy bien, que le estaba dando mucho gusto. No hizo falta avisar de que me corría, pues ella lo notó.
- Córrete, córrete, que yo ya llego, me dijo cuando llegábamos al final.
Ella casi temblaba de gusto, pese a que habíamos terminado me retenía con la polla dentro, abrazándome, besándome, e incluso dándome mordisquitos en el cuello, a los que yo respondía en reciprocidad.
- ¿Mejor que anoche?
- Mucho mejor. Muy relajada. Muy a gusto. Y sobre todo muy bien follada.
- No todo el mérito es mío. Lo haces muy bien.
- No te importa que me duche aquí ¿verdad?
- No, todo lo contrario. Y después nos vamos a desayunar juntos, ¿te parece bien?
Nos duchamos. Pero a la hora de vestirse ella, resulta que no tenía ropa. Solo tenía la braga y el sujetador, pues se había dejado el pantalón en la otra habitación y la blusa que cogió no era la suya, sino la de Tina. Yo sin embargo, me podía vestir perfectamente.
- Y ahora ¿qué hago?, dijo
- Llama por el teléfono del hotel a la habitación y diles que vas pasar a coger la ropa.
Llamó y le dijo que iba a pasar a por ropa, pero claro, tendría que ir en bragas. Le ofrecí un pantalón mío que le venía algo grande y se puso la blusa de Tina. Pasó a su habitación y volvió con ropa.
- ¿Qué tal?, le pregunté.
- Bien, ya me puedo vestir.
- ¿Qué te han dicho?
- Nada. Estaba la puerta abierta y ellos estaban follando.
- ¿Y no te dijeron nada? ¿No dejaron de hacerlo, mientras estabas allí?
- ¡Que va, si es lo que le gusta a ella! Es algo exhibicionista… y otras cosas.
- ¿Qué cosas?
- Ya lo sabes bien tú, ¿o es que no habéis hecho cositas?
- Hombre yo…
- A que te la ha chupado.
- Bueno, si.
- Y por el culo ¿se la has metido por atrás?
- Yo,… o sea…, no…, bueno… contestaba algo azorado
- No te pongas así, si no te lo reprocho. A ella le gusta.
Nos vestimos y fuimos a desayunar. Le propuse ir a pasear por donde se pudiese, pues la gran tormenta del día anterior había dejado todo encharcado. Cogimos un autobús y nos fuimos al pueblo más próximo. Estuvimos por el puerto pesquero, comimos sardinas a la brasa, nos tomamos unas cervezas, paseamos por las tranquilas calles del pueblo. Hablamos de cosas intrascendentes, sobre todo de sitios y lugares donde habíamos estado, pero sin referencia alguna a nosotros, ni siquiera a lo que habíamos hecho.
Ví una gran diferencia entre Paula y Tina. Ésta era muy impulsiva, muy dominante en materia de sexo. Sin embargo Paula mostraba otro carácter más tranquilo, le gustaba hablar de cosas variadas. En cuanto al físico, aunque ambas tenían más o menos la misma estatura, Tina era de carnes algo flojas, mientras que los muslos y en general todo el cuerpo de Paula eran duros, las tetas las tenía turgentes y ni grandes ni pequeñas. Las de Tina le colgaban un poquito.
Regresamos al hotel. No vimos a Manolo y Tina. Comimos y le propuse ir a la habitación pero dijo que prefería quedarse en el salón tomándonos un café. Hablamos sobre Tina, aunque fue ella la que inició la conversación de una forma un poco abrupta.
- Esta pareja seguro que están follando.
- No creo que haya ningún mal en eso.
- Pero es que ella no pararía y además tiene mucho cuento.
- ¿Cómo que tiene mucho cuento?
- Que hace mucho teatro.
- ¿Teatro, para qué?
- Para ligarse a los tíos. A que a ti te contó algún cuento.
- No, solo me dijo que era viuda. También fuimos a misa.
- O sea que te engatusó con el cuento de la viudita que no lo ha hecho desde que murió el marido.
- No me lo dijo así, pero intuí que debía ser así dado su comportamiento, aunque luego…
- Ya, aunque luego resultara que era mentira. Viuda si que es, pero de lo de no follar, nada de nada. Hace un par de meses se tiró a un chaval de veintiséis años y lo dejó seco de tantos polvos que le exigió. Si creo que no podía ni andar el pobre.
- No será para tanto.
- Que sí, que luego me lo cuenta todo.
- Y tú ¿También le cuentas todo?
- No, solo un poquito, lo imprescindible. No soy como ella.
- Eso ya lo se, pero ¿también te contó lo que hizo conmigo?
- Solo me dijo que eras muy buen follador. Por cierto, que en eso creo que no se equivocaba.
- Gracias. Cuando quieras repetimos.
- Ya lo haremos, no te preocupes. Me gustas físicamente. Si quieres nos vamos esta tarde por ahí, por la orilla de la playa.
Nos fuimos a pasear.
- ¿Tú crees que éstos habrán salido también a pasear?
- Que va. Estarán en la cama, seguro. No se como me las apañaré para dormir esta noche, porque seguro que siguen allí.
- Pues mira, vente a mi habitación si te parece bien. Ya ves que la cama es grande.
Antes de cenar se trajo algo de ropa para el día siguiente. Cuando nos acostamos ya estábamos calientes los dos, así que fuimos directamente al asunto.
- Lo haces muy bien. Hacía tiempo que no follaba tan a gusto.
- Eres tú la que lo haces muy bien.
- No me gusta hablar mientras lo hago. Sobre todo, contigo. Quiero saborear este polvo.
Verdaderamente fue un polvo de antología, casi perfecto. Como los que me echaba con mi mujer, pensé en algún momento mientras le daba el movimiento característico de meter y sacar el miembro. Pese a que dijo que no le gustaba hablar, no resultó del todo cierto. Decía monosílabos y pequeñas frases, tal como ¡Qué bueno, qué bueno!, ¡Así, así!, “da gusto hacerlo contigo”, “no termines ya” y cosas por el estilo. Yo le respondía igualmente, aludiendo con breves palabras a lo bien que lo estaba haciendo.
- Nos sale cada vez mejor, ¿no te parece, Paula?
- Todos ha sido buenos. El último siempre superando al anterior. Ya nos hemos echado tres o cuatro ¿no?.
- Tres, sólo tres veces, ¿te parece poco o mucho?
- Me parece poco.
- Ya lo recuperemos.
Sobre las tres o las cuatro de la madrugada, se inició una tormenta con gran aparato eléctrico, muchos truenos y relámpagos, que nos despertó.
- Me dan miedo las tormentas.
- ¿Tan mayor y les tienes miedo?
- Bueno ahora que estoy acompañada, no tanto. Se está muy bien contigo, decía mientras me abrazaba.
- No tengas miedo. Ven apriétate más a mí.
- Mira que nos pondremos calientes.
- Yo ya casi estoy.
- A ver, a ver, dijo mientras me echaba mano a la polla.
- ¿Ves lo que te decía?
- Pues no vamos a desperdiciar la ocasión. Túmbate que me pongo yo encima.
¡Madre mía que polvo que me echó!, porque esta vez, fue ella la que llevó toda la iniciativa. Ella controlaba sus movimientos, hacía como círculos alrededor de mi pene, subía, bajaba, se inclinaba hacia mí, me besaba en la boca, me metía la lengua. Yo procuraba aguantar todo lo que podía. Ella lo notaba.
- Aguantas mucho, así da gusto.
- Pues ya casi no puedo aguantar más, voy a correrme en seguida.
- ¿Ya se te ha pasado el miedo?, le dije al terminar.
- No pensaba ya en la tormenta, solo pensaba en lo que estábamos haciendo. Ha sido estupendo, hacía tiempo que no follaba tan a gusto.
- Mira, entretanto, se ha pasado la tormenta. No ha llovido apenas.
Nos quedamos abrazados el uno al otro y nos quedamos dormidos.
- ¡Buenos días, dormilón!, me dijo Paula por la mañana.
- ¡Buenos días!, he dormido la mar de bien, muy relajado y soñando con los angelitos.
- ¿No será con las angelitas?
- De todo habría, creo yo. Desde luego, no hay nada tan relajante como un buen polvo.
- ¿Necesitas relajarte ahora, por casualidad?, me dijo con tono picaresco guiñándome un ojo.
- No, que estoy relajado, pero a ti te encuentro algo nerviosa, así que si quieres lo volvemos a hacer.
- No estoy nerviosa, solo estoy deseando hacer el amor contigo.
- Pues vamos a ello.
No es necesario describir el coito. Solamente decir que difícilmente era superable en lo físicamente hablando, quiero decir, que eran, casi perfectos, aunque faltara ese punto de sentimiento, de amor entre la pareja que hace que el acto sexual sea maravilloso (no es por nada, pero así eran los que mi esposa y yo nos echábamos).
Ese día y los siguientes los dedicamos a visitar el pueblo, hacer algunas de las excursiones que recomendaban los folletos turísticos y acudir a los espectáculos que había por la noche. Lo pasamos muy bien. Uno de los espectáculos era erótico, no pornográfico pero sí muy sensual. Aunque no follaban los actores, hacían como si los estuviesen haciendo, con posturas un tanto especiales, que luego nosotros estuvimos intentado reproducir.
- ¡Qué difícil es hacerlo!, me gusta más como lo venimos haciendo, dijo Paula.
- Pues no hay más que hablar ¿encima o debajo?
- Debajo, debajo.
- Vale en la postura del misionero, que le llaman
- Eso. Oye, ¿por qué la llamarán así, la postura del misionero?
- Creo que es porque cuando se conquistó América, se comprobó que los indios lo hacían de la forma primitiva en que según parece era la forma en que a semejanza con los mamíferos, lo hacían los hombres.
- ¿Quieres decir que lo hacían a cuatro patas, como los perros?
- Eso es, y los misioneros decían que era una postura diabólica, que eran picardías del demonio y les inculcaron la forma en que debían hacerlo, tumbados ella abajo y él arriba. Por eso le llaman la postura del misionero.
- Muy interesante. No lo sabía. Bueno, vamos a la postura del misionero.
Al día siguiente alquilamos un coche y nos fuimos a recorrer los pueblos de alrededor, comiendo en un restaurante productos propios de la gastronomía local. Muy bien lo pasamos. El penúltimo día de estas pequeñas vacaciones, fuimos a pasear por la playa, pues salió soleado. No nos llevamos bañador. Nos sentamos en las rocas de la orilla, hablando de cosas intrascendentes. Por ejemplo, pasó una pareja que eran ambos gordísimos. Enormemente gordos.
- ¿Cómo lo hará este matrimonio?, me preguntó Paula.
- Hacer ¿qué?
- Que va ser, el amor, follar. No creo que practiquen la postura del misionero.
- Seguramente habrán acertado a colocarse adecuadamente, no sé, quizá de lado, o en el canto de la cama. No se, pero seguro que lo hacen a gusto.
Por primera vez me preguntó algo personal.
- ¿Cuánto hace que se marchó de casa tu mujer?
- Unos dos meses.
- ¿Y tu mujer gozaba tanto como yo?, quiero decir que si siempre llegaba al orgasmo, si se corría.
- Siempre, siempre. Lo hacíamos sin condón.
- ¿Y eso?
- Tuvimos una hija, después fuimos a por el niño y no vino. Por eso seguimos intentando, hasta que nos dimos cuenta que no vendría.
- ¿Y no fuisteis al médico?
- No.
- Pero, ¿nunca le fallaste, quiero decir, si no tuviste algún gatillazo, o ella no llegó al final?
- No, siempre nos hemos corrido los dos. Quizá alguna vez con más esfuerzo, pero siempre.
- ¿Pues sabes lo que te digo?, que tu mujer es tonta, porque no sabe lo que se pierde, aunque yo creo que no tardará en volver contigo. Un tío como tú no se puede desaprovechar, así como así. ¡Oye!, y si no vuelve, aquí estoy, dijo finalmente riéndose.
- Gracias, muchas gracias, lo tendré en cuenta.
La última noche de estas mini vacaciones fue intensa. Sabíamos que era el final. Ella estaba segura de que mi mujer volvería pronto y yo, la verdad, lo esta deseando, aunque no por ello iba olvidar a Paula ni todo lo que juntos disfrutamos. Al igual que el día de la tormenta follamos tres veces, al acostarnos, a media noche y al levantarnos. Fueron los tres polvos intensos y apasionados.
- Me cuesta dejar todo esto, dijo Paula al despertar.
- La vida es así. Quizá volvamos a encontrarnos.
- Si no te importa, nos llamamos alguna vez. Yo ya tengo tú número de móvil y tú el mío ¿te parece bien?.
- Si, muy bien.
Hicimos las maletas, fuimos al autobús, dejamos atrás el hotel donde tan bien lo habíamos pasado.
- Mira, me dijo Paula, todavía se ve nieve en las montañas.
- Si, pero la temporada del esquí ya ha terminado.
- ¿Tú crees que allí hará frío?
Se me ocurrió una idea.
- Si quieres podemos comprobarlo. ¿Cuántos días de vacaciones te falta por disfrutar?
- Doce, ¿y a ti?
- Quince. ¿Quieres que vayamos a la montaña estos días? Iríamos con mi coche.
- Me encantaría.
- ¿Cuándo salimos? Si quieres esta misma tarde.
- Hoy no, pero si quieres salimos mañana por la mañana.
- De acuerdo, llévate ropa de abrigo, por si acaso y botas. ¿Te paso a recoger a las ocho de la mañana?
- Si acaso algo más tarde, que tengo que ir a ver a mi madre. Sobre las diez.
Apenas tuve que esperar unos minutos a Paula. Regresó de ver a su madre, subió a su casa, cogió la maleta y emprendimos el viaje.
- ¿Vive lejos tu madre?, le pregunté.
- No, si vive conmigo, lo que pasa es que estos días la tienen mis cuñadas, y son las que la llevan a un centro de día. Normalmente lo hago yo cuando voy a trabajar y la recojo al salir. Va en silla de ruedas.
- ¿Qué le pasa?
- Nada, que es mayor y hace unos años le dio una parálisis, apoplejía creo que se llama. Lo malo es que cada vez va perdiendo memoria.
- Pues lo siento mucho, de verdad, porque además te dará mucho trabajo.
- Muchísimo. No me queda tiempo para nada. Bueno, ¿hacia donde vamos?
- No lo sé, adonde quieras. Vamos hacia la montaña, que encontraremos alojamiento, y allí ya veremos.
- No nos tendremos que volver ¿verdad?
- No creo, algo encontraremos.
- Tina también lleva a su padre al mismo centro de día. Allí nos conocimos hace unos años.
- ¿Y desde entonces salís juntas?
- Solo estos días de vacaciones, porque el resto del año no tenemos libre un solo día. Si acaso algún fin de semana cuando viene alguno de mis dos hermanos y su mujer a cuidarla. Tina, ni siquiera eso, pues no tiene familia cercana. Este mes lo ha dejado en una residencia.
- No me imaginaba nada de esto.
- Tampoco es que lo vayamos pregonando. Fue Tina la primera que propuso esto de hacer unas vacaciones en temporada baja, que son más baratas. La intención era pasarlo lo mejor posible, vamos, desmelenarnos y gozar lo que podamos.
- ¿Y tú, que tal, has disfrutado?
- Como nunca. Contigo he llegado al máximo goce físico continuado que he tenido jamás. Para decirlo claro, en mi vida he follado tan a gusto durante tantos días seguidos.
- No creo que sea mérito mío. Tú también colaboras activamente.
La distancia hasta los primeros pueblos de la montaña, no era larga, así que a la hora de comer, ya estábamos allí. Comimos y seguimos en dirección a las estaciones de esquí, aunque ciertamente la temporada había terminado, si bien había bastante nieve. Encontramos un pequeño hotel muy agradable y acogedor. Nos instalamos y ya en habitación, decidimos darnos una ducha.
- Antes de la ducha, podíamos hacer algo.
- ¿Por ejemplo?
- Echarnos un buen polvo.
Dicho y hecho. La habitación estaba algo fresca, por lo que nos tapamos con la ropa de la cama.
- Nunca lo hemos hecho a oscuras.
- Si te apetece, apagamos la luz, le dije.
Follamos sin vernos, a oscuras. Parece que eso nos estimulaba a decirnos cosas y cositas.
- Tienes el conejito muy húmedo.
- Es que estaba ansioso de tener dentro tu pichina.
- ¿Pichina? ¿Tan pequeña la tengo, que lo dices en diminutivo?
- No, no tienes la polla muy hermosa, y no es pequeña, precisamente. Claro que comparada con la de Manolo, finalizó casi en un susurro. Prefiero la tuya mil veces.
- ¿Te doy gusto?
- Muchísimo, pero no te pares, sigue, sigue.
Terminamos casi simultáneamente. Nos vestimos y fuimos a pasear por el pueblo, cenamos y nuevamente a la cama a dormir, tras otro buen polvazo.
Los días siguientes los pasamos recorriendo los pueblecitos de la montaña, subiendo hasta las pistas de esquí. Aún quedaban algunas personas esquiando libremente por ellas. Eso en cuanto al viaje turístico en sí. Por lo que hace a nuestra actividad sexual, todos los días nos echamos un mínimo de dos, otras veces tres e incluso dos días, cuatro, hasta que un día, creo que era el sexto o séptimo, cuando estábamos paseando y me dijo al oído
- Me ha llegado la regla.
- Bueno, es normal, ¿no?
- Si pero lo digo por lo que tú sabes.
- ¿No podremos follar?
- Hombre, es algo guarrete hacerlo con sangre.
- Pero al principio tendrás poca regla, ¿o no?
- Si, claro, como todas las mujeres.
- Podríamos hacerlo con preservativo si te parece bien.
- Bueno. Compramos una caja.
- Todavía tengo una caja con cinco condones. Me la hizo comprar tu amiga Tina.
- Pues mira, esto me recuerda una anécdota de ella.
- ¿Se puede contar?
- Si claro. Ella lo contaba, así que me imagino que se puede contar.
- Pues resulta que hace un par de años o tres se ligó a un chaval de veinte o veintidós años que apenas tenía experiencia. Ella estaba con la regla y se le ocurrió hacerse pasar por virgen. Empezó más o menos como debió empezar contigo, haciéndose la estrecha diciendo que era virgen, que no lo había hecho nunca, que tenía miedo y cosas por el estilo, pero sin dejar de poner cochondo al chaval. Al final le dijo que si, pero que tendrían que hacerlo con condón. La pícara de ella no dejó que la viese desnuda, pues se metieron en la cama. Él se puso nervioso el condón y se la intentó meter, pero ella apretaba disimuladamente para que no le entrara de golpe. El chaval ni se enteraba. Me haces daño, le decía ella, pero cada vez se iba abriendo un poquito más y el chico consiguió meterla toda dentro. ¡Ay, ay!, no se que me pasa, decía Tina, me parece que me sale sangre o algo así. Creo que me has roto el virgo. El joven no sabía que decirle, si pedirle perdón, darle las gracias o no decir nada, que es por lo que optó. La sacó y al ver el preservativo con algo de sangre, el chaval se quedó de piedra, convencido que le había roto el virgo a una señora mayor. Ella le sacó el condón y lo tiró por el inodoro. Aún tuvo la caradura de decirle al joven que por fin sabía lo que era hacer el amor, y que en realidad la pérdida de la virginidad tampoco tenía mucha importancia, y sobre todo que en el fondo lo había pasado muy bien, que le había dado mucho gustito. A lo mejor es que te has corrido, le dijo el chico. Pues quizá sea eso, dijo Tina en el colmo de la hipocresía.
- ¡Joder! Que historia.
- Pues como esa, más de una te podría contar.
Llegó la noche y fue el momento de experimentar el coito durante la regla de Tina (con mi esposa lo había hecho bastante veces).
- Lo haremos tapados, no quiero que me veas la sangre. Ven, que te pongo yo el condón.
Se la metí. Entraba suavecita, más de lo normal, se notaba el flujo sanguíneo.
- No encuentro mucha diferencia, me dijo Paula.
- Yo tampoco.
- Es que al principio me sale muy poca sangre.
Acabamos como siempre con una gran corrida casi al unísono, pero esta vez ella, nada más terminar me dijo que la sacara ya. Cogió el preservativo con la mano, para impedir que saliera junto con mi polla y sujetando para que no se le saliera del coño, saltó de la cama y fue al baño para quitárselo y tirarlo. Todo ello para que yo no viese el condón sanguinolento.
Así lo hicimos un día o dos más, pero al siguiente, ella no se quitó la braga, pero me dijo que me iba ha hacer una paja, porque tenía mucho flujo. Yo tumbado en la cama ella, sentada con la braga puesta, empezó a sobarme, a darme besos y finalmente a meneármela. Acercó su boca al pene y le dio unos besitos e incluso pasó ligeramente la lengua por el glande. Siguió meneando de arriba abajo, hasta que en un momento dado, dijo
- No puedo más, me estoy poniendo cachonda, no aguanto más. Dame ese condón que tienes ahí.
Se lo di y con rapidez me lo colocó, se quitó la braga y la compresa, y sin más se puso a horcajadas sobre mí, metiéndosela toda de golpe.
- ¡Ay!, que gusto que me está dando, casi como cuando tengo el coño seco, quiero decir sin sangre.
- Desde luego suave si que te entra.
- Mira, me parece que me estoy corriendo, pero de verdad, como os corréis los hombres.
Acabamos e hizo la misma operación que las otras veces para que no viese yo la sangre.
- Era solo sangre, me dijo, y yo pensaba que me corría como tú, que me salía leche.
- Pero, ¿te has corrido a gusto o no?.
- Como nunca me había pasado. No creía yo que estando con la regla iba a disfrutar tanto.
- Pues por mi lo hacemos cuando quieras, no hace falta que limitemos a uno al día, desde que te llegó la regla.
- Vale, te tomo la palabra.
Los dos o tres días que quedaban de regla follamos por la mañana, por la tarde y por la noche. Pese a ello, no me sentía fatigado, como me ocurrió con Tina, sino todo lo contrario, me daba como fuerza, como más ganas, y es que la forma de follar era tan suave, tan delicada que no fatigaba, pero se obtenía un gran placer. Vuelvo a repetir que cada vez más me recordaba a los polvos que me echaba con mi esposa.
Llegó el momento de la partida. La última noche fue intensa. Hasta tres veces nos unimos estrechamente en un coito intenso. Apenas nos quedaban palabras que decirnos. Ella follaba como si fuese la última vez que lo iba a hacer. Al día siguiente tendría que ir a trabajar y volver a la rutina de trabajar, cuidar a su madre y atender a la casa. Poco tiempo le iba a quedar libre para disfrutar o simplemente divertirse un poco.
Durante el camino de regreso se lo hice notar.
- Desde luego, la vida no se ha portado muy bien contigo. No te ha dado tiempo para alegrías. Ya es una putada, ya.
- Pues si. Menos mal a estas vacaciones que nos tomamos. Me tomarás por algo malo si te digo que Tina y yo venimos a este tipo de viaje para hacer precisamente, lo que hemos hecho. Igual piensas que somos algo putillas.
- ¡Por Dios, Paula! no digas tonterías. No he conocido a una mujer tan buena y sincera como tú. Comprendo que al menos unos días al año os desfoguéis como lo habéis hecho, y sobre todo, que hayas disfrutado. Porque ¿has disfrutado?
- Mucho muchísimo. Jamás en mi vida había disfrutado tanto durante tantos días. Nunca olvidaré los momentos tan placenteros que he pasado contigo. Has sido el mejor amante que he tenido en mi vida. Me gustaría repetir, pero hay un problema.
- ¿Qué problema? no lo entiendo.
- No quiero enamorarme.
- Nos podemos llamar alguna vez.
- Si, lo haremos.
Nos íbamos acercando a la ciudad. Cambiamos de tema.
- Oye, cual es la anécdota de Tina que dijiste que me contarías.
- Es muy graciosa, fue con un cura.
- ¿Se folló a un cura?
- No, que va. Resulta que fue a confesarse (es al algo beatilla, ¿sabes?). El cura era de edad mediana. Empezó normal, contando sus pequeños pecadillos, pero cuando le preguntó sobre el sexto mandamiento, ese de no fornicarás, le dijo que si, que había fornicado. ¿Sola o con un hombre? Con varios hombres, padre, no pensará que soy lesbiana, le contestó. No hija, no, pero eso es contra uno de los mandamientos que nos dio Dios. Es un pecado muy grave. Es que no me puedo reprimir. Inténtalo, hija, inténtalo, le decía el cura, y entonces va Tina y le dice sencillamente “es que cuando me ponen un polla en mitad de chocho no me puedo aguantar”, “pero ¿qué dices hija mía?” “lo que le digo, es algo irresistible”. “Pero ¿obtienes placer con ello?”. “Mucho, en cuando me dan dos o tres embestidas, me corro como una loca”. El cura empezó a cambiar el lenguaje, a hacerle preguntas más personales tal como que si hacía otras cosas. Le contestó que hacía otras cosas, pero que no creía que fuesen malas, que a veces masturbaba al hombre con el que estaba. Entonces notó que el cura se ponía la mano sobre la sotana en la parte del sexo, y comprobó que tenía la pija dura. También se la chupo, terminó diciéndole Tina. Para su sorpresa, el cura le preguntó ¿y te tragas el semen?. No siempre le contestó. La actitud del cura cambió. Dice Tina que se dio cuenta de que se estaba haciendo una paja. Y debía ser verdad, porque directamente y a lo bestia, le preguntó. ¿Y también te haces pajas? Si, padre. Y ¿Cómo te las haces, con la mano?. Si, padre me meto un dedo o dos por el chochete, me acaricio la pepitilla. ¿El clítoris, quieres decir?, precisó el cura, si padre el clítoris. ¿Has utilizado alguna vez aparatos, consoladores, que les llaman? No nunca. Es que, ¿sabe, padre, una vez un sacerdote me dijo que eso eran objetos que el demonio había puesto en nuestro camino para llevarnos al mal.
- ¡Pero como es esta Tina, cuánta imaginación! No esperaba yo una cosa así de tu amiga.
- ¿Sabes como contaba el final?
- Ni siquiera llego a imaginarlo.
- Pues Tina lo decía más o menos así: “Al final, cuando el tío ya se debía haber corrido, pegó su cara a la celosía de madera que nos separaba en el confesionario, me hizo un gesto de que me acercara yo también y a través de los agujeros, me dio un beso. Se incorporó y dijo: “Pobre pecadora mía. Ego te absolvo a peccatis tuis”.
- ¡Impresionante!
En fin, la dejé en su casa, yo me fui a la mía, volvimos al trabajo, pero el primer fin de semana, me llamó Paula, me dijo que le gustaría volver a verme. Quedamos que el domingo pasaría por su casa. Fui, y efectivamente su madre estaba en la silla de ruedas, viendo la televisión.
- Mira, mamá, es un amigo mío, he pasado unos días de vacaciones con él.
- ¿Lo habéis pasado bien, por lo menos? Dijo tartamudeando la anciana.
- Si, muy bien, muy bien respondimos casi al unísono.
- Ya le digo yo a Paula que se divierta, que no se preocupe por mí.
- Pero, mamá, no te puedo dejar sola, tú lo sabes.
Me cogió del brazo, nos separamos de su madre, y me dijo que le gustaría estar un rato en la cama conmigo.
- ¿Y tu madre?, ¿no se dará cuenta?, puede venir con la silla.
- No te preocupes, ya verás.
- Ven, mamá, le dijo, ven que te voy a poner en el sofá para que veas la televisión mejor y más cómoda. Además va a empezar la serie que te gusta tanto.
La sentó levantándola de la silla. Se la veía muy ducha y acostumbrada a estas cosas.
- He invitado a merendar a mi amigo. Nos vamos a la cocina y prepararé algo para los tres. Luego te lo traeré.
- Vale, vale, pasarlo bien.
No fuimos a la cocina, sino a su habitación, donde rememoramos los polvos que nos había echado durante las vacaciones. Nos desnudamos y volvimos a follar intensamente.
- Es la primera que hago esto, me dijo al final.
- ¿Qué haces, qué, follar? No habrás copiado de tu amiga Tina.
- No hombre, no. Que es la primera vez que traigo a un hombre a mi casa, y la primera vez que engaño a mi madre para acostarme con él.
- Pues a tu madre parece que no le ha importado.
Le llevó un tazón de café con leche y unas pastas. La anciana se lo agradeció.
- Es guapo tu amigo ¿os habéis divertido?
- Si, señora, su hija es muy buena y muy amable. Me parece que se lo imagina le susurré al oído a Paula.
- ¿Nos llamamos otro día?, pregunto ella cuando nos despedíamos.
- Si, claro.
Ya en la calle pensé en lo injusta que es a veces la vida, en lo mal que había tratado a Paula, ¿cómo era posible que sólo unos días al año pudiera disfrutar de su cuerpo, y no tener ni un minuto durante el resto del año, ni siquiera para hacer el amor?. Aunque bien pensado, podría llamarme de vez en cuando. Sería una forma de solucionar la injusticia que la vida hace con ella. Mejor, me dije, la llamaré el próximo fin de semana.
Solamente un fin de semana la llamé y nos reunimos para follar, porque finalmente mi esposa se presentó un día en casa, aunque ya nuestra hija me había adelantado que le había dicho que estaba arrepentida de haberse ido.
- He vuelto, ¿me perdonas?, dijo nada más entrar.
- No hay nada que perdonar. Esta es tu casa.
- Estaba equivocada. No puedo vivir sin ti. Eres lo único y lo mejor del mundo que tengo.
¿Para qué vamos a engañarnos? Yo estaba deseoso de que volviese. Para mí también era lo mejor y lo único. Era mi esposa, de la siempre he estado enamorado. Estuvimos unos minutos casi en silencio.
- Voy a cambiarme de ropa, dijo ella.
Fue a nuestra habitación y empezó a desnudarse. Yo estaba mirándola.
- ¿No te desnudas tú? Tengo ganas de ti.
Ya desnudos encima de la cama, iniciamos los toqueteos eróticos que nos gustaban, pero ella tenía ganas de más, de ir directamente al grano.
- Te he echado mucho de menos.
- Yo también a ti, le dije a la vez que empezaba a introducírsela.
Apenas si hablamos durante el acto sexual. Fue un polvo intenso, como siempre, pero lleno de pasión, más si cabe que los que habitualmente nos echábamos. Cuando acabamos, nos miramos fijamente sonriendo.
- Ya nunca me separaré de ti.
- Y siempre follaremos como ahora.
- Siempre hemos follado así de bien, contestó mi esposa.
- Bueno, pero este polvo me ha sabido a gloria.
- Pues vas a estar siempre en la gloria, porque todos van a ser igual o mejor que este.
Tres o cuatro días después le propuse irnos de vacaciones. Ella se extrañó, pues ya sabía que yo las había disfrutado.
- No te preocupes, que pediré en la empresa quince o veinte días de permiso sin sueldo. No que creo que me lo denieguen. Así haremos por fin el viaje de novios que no hicimos cuando nos casamos.
Le gustó la idea y nos fuimos, precisamente al mismo sitio de la costa que había estado yo unos días antes.
Estando allí me llamó al móvil Paula. Afortunadamente no estaba delante mi mujer. Cuando le dije que estaba de vacaciones otra vez, y en el mismo hotel que estuve con ella, lo comprendió automáticamente.
- ¿Ha vuelto tu mujer, verdad?
- Si, ha vuelto. Estamos haciendo el viaje de novios que no hicimos cuando nos casamos.
- Pues, te felicito.
- Si quieres nos llamamos en otra ocasión.
- No, nunca más te llamaré.
- Pero ¿por qué?
- No quiero enamorarme de ti y destrozar tu vida y la mía.
- ¡Pero mujer!
- Es mejor dejarlo así. Te agradezco de verdad lo bien que lo pasé contigo. No intentes llamarme.
Nunca más volví a ver a Paula. Si que vi al poco tiempo a Manolo. Que me dijo que había pasado unas vacaciones fantásticas con Tina, que era una folladora extraordinaria.
- Se la tragaba toda. Tenías razón, era insaciable.
Me atreví a mencionar el tamaño de su cipote.
- Perdona Manolo, pero ¿no tienes problemas con el tamaño de tu miembro?
- Pues la verdad es que a veces si, pero ya nos arreglamos, pero es que con Tina, era diferente, se la metía toda hasta el fondo. Al principio se quejaba algo, pero creo que era teatro, pero luego, gozaba como una chavala. Los días que estuviste con ella, ¿hicisteis de todo? Bueno no me contestes si no quieres.
- Sí, si hicimos de todo. Era ella la que lo quería hacer. Me la chupó varias veces.
- ¿Intentaste darle por atrás?
- Lo intenté y naturalmente, lo conseguí. Creo que lo había hecho muchas veces, porque tenía el ano algo dilatado. ¿Y tú conseguiste darle por el culo?
- Con mucho trabajo, pero al final conseguí metérsela un poco. La verdad es que fue la primera vez que lo hacía yo, pues ninguna mujer se había atrevido hasta ahora a hacerlo conmigo. ¿Y a ti que tal fue con Paula?
- Bien, muy bien.
- Pues yo voy a intentar ver de nuevo a Tina. Me parece que nos llevaremos muy bien.
La vida sigue, mi esposa y yo somos felices como nunca, ya no tiene depresiones, follamos todos los días y de vez en cuando viene a vernos nuestra hija, que está embarazada y nos hace mucha ilusión ser abuelos.