Vacaciones con mi madre

Con apenas 18 años mi madre se percató de cómo había cambiado el cuerpo de su niñito, y se decidió a instruirle en las cuestiones del sexo.

Hola! Mi nombre es Andy, tengo 25 años y soy natural de Glasgow. Soy ejecutivo y llevo ya 5 años viviendo en España. La historia que les contaré sucedió hace 7 años. Recuerdo que era verano y que acaba de cumplir los 18. Por aquel entonces vivía sólo con mi madre, Susan, ya que mi padre había fallecido el año anterior.

Recuerdo que aquel verano mi madre se esforzó por mantener la calma y dar una apariencia de normalidad, sin embargo no se podía ocultar que mi padre faltaba y, de vez en cuando, aún la sorprendía llorando por algún rincón de la casa. Si siempre había sido el protegido de mamá, desde aquel entonces, como os podéis imaginar, aún lo fui mucho más. Susan me colmaba de caprichos y me sobreprotegía hasta unos límites que muchas veces consideraba excesivos, pero que visto en perspectiva ahora los juzgaría como bastante normales.

Gracia a un dinero que nos había dejado mi padre pudimos seguir manteniendo nuestro estilo de vida (estaba acostumbrado a los colegios privados y a las clases de música) si bien la casa sin papá se nos hacía muy grande. Supongo que fue por eso que aquel verano mi madre decidió que pasáramos una semana de vacaciones en un hotel de Málaga.

La idea me hacía ilusión. Nuca había salido de UK y mis amigos me habían dado envidia muchas veces hablando de las playas. Mi mamá y yo nos alojamos en un hotel al lado del mar bastante lujoso, desde el que veíamos directamente la playa. Mientras deshacíamos las maletas mi madre me insistía en que nos lo íbamos a pasar muy bien, que iríamos cada día a la playa, nos bañaríamos en la piscina del hotel y saldríamos a hacer excursiones. Estaba poniendo todo de su parte para que su hijo tuviera unas buenas vacaciones lejos de los recuerdos de Glasgow, si bien posiblemente ella misma no podía sacárselos de la cabeza.

A la mañana siguiente nos levantamos pronto, cogimos nuestras toallas y bajamos a la playa. Era un día entre semana y recuerdo que no había prácticamente nadie, tan solo algún otro turista despistado. Mamá y yo nos quedamos en bañador y nos fuimos de cabeza al agua. Pasamos un buen rato jugando con las olas, durante los cuales no pude evitar fijarme en el cuerpo de mamá. Ella contaba por aquel entonces con 40 años, tenía el pelo largo de color rubio y los ojos azules, y estaba bastante entrada en carnes. Recuerdo que se quejaba continuamente de que se había engordado y ya casi no cabía dentro del bañador y yo recuerdo que, en efecto, tenía que esforzarse en que sus enormes pechos no se saliesen por fuera.

Cuando nos cansamos de jugar mi mamá me cogió de la mano y nos tumbamos sobre la toalla. Yo insistí en que quería tomar el sol fuera de la sombrilla pero mi madre no me lo permitía, insistiendo en que podría quemarme. Al final accedió, siempre y cuando me pusiera crema solar.

Mamá me hizo tumbar boca abajo, vertió un poco de crema sobre mi espalda y me la empezó a repartir lentamente, como haciéndome un masaje. Tanto ella como yo teníamos la piel muy blanca y mamá decía que tenía que untarme muy bien. Mientras notaba las manos de mamá masajeando mi espalda cerré los ojos. De fondo sólo se oían las olas del mar y recuerdo que casi me quedo dormido. Mi mamá me dio un beso en la mejilla para despertarme.

  • Vamos cariño, ahora por delante.

Me giré tal y como ella me pedía y mamá siguió untando aquella crema por el pecho y por mi vientre. Sin embargo empecé a notar que algo raro sucedía, ya que mi "cosita" estaba empezando a ponerse dura. Yo, que nunca antes me había tocado, noté con vergüenza como mi pequeño pene se iba poniendo cada vez más tieso y abultaba de forma evidente por dentro de los bañadores tipo"slip" que llevaba. No quise abrir los ojos, pero creo que mi madre también se percató, porque al llegar a mi bañador paró de forma súbita el masaje y volvió a su tumbona. Yo, tumbado bajo el sol, me sorprendí al ver como había reaccionado a las caricias de mamá y, de forma totalmente inocente, me preguntaba en silencio el por qué de todo aquello.

Cuando eran sobre la 1 de la tarde recogimos nuestras cosas, nos pusimos la camiseta y volvimos al hotel. Notábamos aquella sensación del salitre sobre nuestra piel que era a la vez molesta y divertido. Al llegar a la habitación mamá me dijo que nos teníamos que duchar antes de bajar al comedor. La habitación tenía una amplia bañera con una mampara de cristal para no salpicar. Entré yo primero y empecé a sacarme la salitre con el chorro de la ducha. Examiné mi pequeño pene y vi como volvía a estar flácido de nuevo. Con una mano me tiré la pielecita hacia atrás y noté cosquillitas. Nunca antes lo había hecho y me sorprendió lo agradable que era.

  • ¿Qué es lo que haces cariño?

Mamá había entrado en el baño sin darme cuenta y había sacado la cabeza por detrás de la mampara. Me había sorprendido tocándome pero parecía no darle más importancia. En seguida volvía a echarme agua por el pelo.

  • No te asustes cariño. Vamos a enjabonarnos.

Ante mi sorpresa mamá entró desnuda en la bañera y empezó a ducharse a mi lado. Yo, que hacía mucho que no veía a mamá desnuda, me quedé extasiado mirando aquel cuerpo: su piel blanca, sus gruesas piernas y, sobretodo, sus enormes pechos, con unos pezones grandes y rosas, que en aquel momento estaban a pocos centímetros de mi cara. Antes de que pudiera decir nada mamá me pasó el gel de ducha y me pidió que la enjabonara. Mamá se dio media vuelta e, instintivamente, puse mis manos sobre su gran culo, frotando tímidamente en círculos.

  • No te avergüences Andy, que no va a gastarse.

Mi mamá se rió y yo me atrevía a frotar con más fuerza por las piernas, por la espalda, recubriendo de espuma toda aquella piel tan blanca.

  • Vamos mi cielo, ahora por delante.

Cuando mamá se dio la vuelta y colocó mis manos sobre sus pechos me quedé paralizado. Ella se dio cuenta y rió un poco. De hecho fue mamá misma la que empezó a moverme las manos y a indicarme por donde debía frotar. Recuerdo que me encantaba el tacto rugoso de sus pezones, los cuales acariciaba una y otra vez sin poder dejar de contemplarlos.

  • ¿Te gustan mis tetas Andy?

Me sonrojé y al instante hice ademán de separar las manos. Mi madre me las volvió a coger y las llevó a su cintura.

  • No te preocupes. Antes en la playa me he fijado que ya eres todo un hombrecito. Tu cosita se te ha puesto dura mientras te tocaba, y eso es algo muy natural, ¿sabes?

Mamá señaló para abajo hacia mi pene. Sin que me hubiera dado cuenta mi volvía a ponerse tieso. Recuerdo que estar así frente a mi madre no me producía vergüenza por el simple hecho de que no sabía por qué ocurría aquello. Se lo pregunté a mamá y ella rió.

  • Que cosita más dulce eres.

Sin darme otra explicación mamá me dio la vuelta y empezó a frotarme la espalda d forma similar a como lo había hecho en la playa. Al girarme para frotarme el pecho comprobó como mi erección no había disminuido, sino que era aún más evidente. Mamá se arrodilló frente a mí y, muy suavemente, empezó a frotar con jabón aquella zona. Me preguntó si me gustaba y me dijo que sí. Me preguntó si me había hecho yo eso antes y tuve que decirle que no. Con mis 18 años mi pene y mis testículos estaban muy poco desarrollados, y recuerdo que mamá podía abarcarlos completamente con su mano cerrada.

Al poco tiempo mamá cesó las caricias, nos quitamos el jabón y me hizo salir fuera para secarnos. Me puse un albornoz y la seguí hasta la habitación. Para mi sorpresa mamá había juntado las dos camas y ella estaba sentada en medio con un albornoz blanco mientras se secaba el pelo con el secador. No entendí muy bien el por qué de aquello pero me senté a su lado sin saber muy bien qué decir. Veía como sus grandes pechos asomaban por la obertura del albornoz y recuerdo que su piel era casi tan blanca como el propio tejido de algodón.

Cuando hubo acabado guardó el secador y me hizo tumbar boca arriba sobre una cama. Me tumbé como ella me dijo, pero colocándome un poco de lado para que mi erección no se viera tanto. Mami rió y me tiró de las piernas para ponerme completamente plano: estaba claro que aquel día haríamos lo que ella dijera.

  • Así que nunca te has tocado tu cosita, ¿verdad? Bueno, no te preocupes. Lo que ocurre es que cuando los chicos os hacéis mayores sentís cosas diferentes a cuando sois niños. Os gustan las chicas y os gusta que os toquen en ciertos sitios.-Mi madre mirós con malicia mi bultito bajo el albornoz.- Dime Andy, ¿te ha gustado tocarme las tetas?

Asentí, incapaz de pronunciar palabra. Mientras hablaba mamá se había colocado sobre mi y me iba frotando suavemente el albornoz por el cuerpo para secarme. Echada sobre mi como ella estaba sus pechos prácticamente salían por fuera y yo, evidentemente, no podía dejar de mirarlos.

  • Me siento tan halagada de que te guste mi cuerpo Andy… Creo que en el fondo siempre quise ser yo la que te instruyese en el sexo y me siento muy afortunada.

Mamá se echó a un lado y, por fin, desabrochó mi albornoz y lo abrió por completo. Ella se quedó un rato mirando mi erección en silencio, diciendo que cómo había crecido su niño, que cuánto le gustaba aquello. Muy suavemente posó las yemas de sus dedos sobre el tronco del pene y las fue deslizando hacia el extremo, apretando ligeramente cuando llegaba a la puntita. Noté un enorme placer y se lo dije.

  • Relájate mi vida. Esta será la primera vez que te corras y quiero que sea muy dulce. Cierra los ojitos y piensa en algo agradable. Mamá va a hacer el resto.

Cerré los ojos. Las ventanas estaban cerradas y en la habitación con el aire acondicionado se estaba muy bien desnudo. Tras los cristales oíamos los bañistas más rezagados que regresaban al hotel para comer.

No se cuanto tiempo estuvo mi madre masturbándome. Veinte minutos o quizás un poco más. Mamá estaba haciendo aquello muy suave para hacerlo durar lo máximo posible. Al cabo de un rato empecé a notar unas gotitas de líquido en la puntita del pene. Abrí un momento los ojos y vi que mamá me estaba mirando directamente a la cara. Me di cuenta de que se me había acelerado un poco la respiración y de que debía tener las mejillas sonrojadas. Intenté incorporarme para decir algo pero mamá se tumbó a mi lado y me empujó suavemente con la otra mano a la vez que me susurraba al oído.

  • No te muevas mi cielo. Ya falta muy poquito.

Mamá aceleró los movimientos de su mano y yo empecé a poner los ojos en blanco. El pacer allá abajo era cada vez más intenso. De forma completamente involuntaria empecé a emitir unos pequeños gemidos, cada vez más fuertes, a la vez que una sensación caliente subía por mi pene. Cerré los ojos. Noté una sacudida por la espalda y, sin poder evitarlo, eyaculé varias descargas de semen mientras mi cuerpo sufría un espasmo tras otro.

Cuando los espasmos pararon y pude recuperar el aliento recuerdo que me puse a llorar, en parte por lo inesperado de aquello y en parte por la intensidad misma del momento. Antes de que volviera a abrir los ojos noté como mamá me incorporó y abrazó con fuerza mi cuerpo desnudo contra sus grandes pechos.

  • Ya está mi cielo. No llores. Ya pasó todo. Mi cielito. Mi ángel especial.

Pasó un buen rato hasta que me tranquilicé. Mamá me acariciaba el pelo y me susurraba cosas agradables al oído. Al fin abrí los ojos y me atreví a mirarla. Su expresión reflejaba una ternura sin límites.

  • Miré para abajo y vi los restos de semen sobre mis genitales y sobre el albornoz. Mamá me enseñó su mano derecha, donde había quedado la mayor parte de aquella sustancia blanca. Me explico que aquello se llamaba semen, que nos salía a los chicos cuando teníamos un orgasmo y que era muy agradable. Con la curiosidad de la inexperiencia cogí un poco entre mis dedos y me lo llevé a la boca. Puse cara de asco y le dije que estaba amargo. Mamá rió. Me ayudó a limpiarme, nos vestimos y bajamos al comedor. Durante el resto de la tarde fuimos a dar una vuelta por el puerto y la vi muy animada y contenta. Yo, si bien no me sentía culpable, si que me sentía raro. Sabía que lo que habíamos hecho no era lo normal entre una madre y un hijo, y la verdad es que no sabía como iba a cambiar nuestra relación a partir de entonces.